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Alteza

Un amor Real
Jess GR
Copyright © 2023 Jess GR
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rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción parcial
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros, así como la distribución de ejemplares mediante
alquiler o préstamo público. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constituida de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del
código penal).

Diseño de cubierta: Luce G.Monzant


Corrección: Nia Rincón
Ilustraciones: Rafael “Wais” González

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier
semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
Las princesas no necesitamos corona
Capítulo 1
Lua
De pie, en mitad del enorme jardín que rodea la mansión de
uno de los políticos más importantes del país, sonrío al escuchar
a mis compañeros parlotear a través del comunicador que llevo
en la oreja. Siempre están igual, aprovechan las horas de
vigilancia para rajar como viejas cotillas.
―Chicos, dejad la prensa rosa para otro momento ―ordeno
sin dejar de mirar hacia las ventanas traseras de la casa.
Se supone que hoy tendría que ser un día tranquilo, pero con
la cría esta nunca se sabe. Es capaz de liarla en cuestión de
segundos. Más que sus guardaespaldas actuamos de niñeras. En
parte entiendo su actitud rebelde y problemática. Es lo que tiene
ser la hija adolescente de uno de los hombres más poderosos del
país, que vives vigilada constantemente, ansiando un solo
instante de libertad. Por mi trabajo, he lidiado con estas
situaciones tantas veces que he aprendido a reconocerlas a
simple vista.
―Vamos, Lua, ¿no te has enterado? ―escucho que dice
Eric―. Los paparazis han pillado al príncipe Maximus en un
club de dudosa reputación y en una postura bastante
comprometida con una mujer.
―Bien por ella, ahora podrá sacarse una pasta vendiendo los
jugosos detalles de su escarceo con el soltero más codiciado del
mundo. ¿Podemos concentrarnos ya en el trabajo?
―Eres una aburrida ―contesta tras soltar una carcajada.
Miro hacia el lugar donde sé que se encuentra, a más de cien
metros de distancia, y alzo mi mano con el dedo corazón en
alto―. Sí, muy maduro por tu parte ―comenta sin parar de reír.
―Chicos, buscaos una habitación ―irrumpe Carlo en tono
jocoso.
―Ya me gustaría ―replica Eric―. Hace tiempo que la jefa
no me deja visitar su nido.
Escucho cómo todos rompen a reír y por el rabillo del ojo
me parece ver una sombra en uno de los balcones de la mansión.
Los chicos siguen hablando por el comunicador, pero ya no les
presto atención. Mi instinto me dice que algo raro está pasando.
―Chicos, parad ya con eso. He visto algo en el balcón
oeste. ¿Alguien tiene una mejor perspectiva?
Se callan de inmediato y escucho varias negativas. Sin
embargo, decido sacar mi arma y seguir escudriñando cada
metro de fachada en busca de un nuevo movimiento.
―Estoy cerca. ¿Quieres que lo compruebe? ―pregunta
Eric.
―Afirmativo. Ve a echar un vistazo.
―Un coche acaba de detenerse en la acera de enfrente
―informa Carlo.
―Identifica al conductor ―ordeno―. Eric, dime algo. ¿Has
llegado?
―Sí, aquí no hay nada.
Desvío la mirada un instante para verlo a lo lejos volver a su
posición y, de pronto, me parece ver una sombra cruzar entre
unos árboles cercanos.
―Atención, creo que tenemos un intruso. Eric, a mi
posición.
Echo a correr hacia los árboles y sé con seguridad que estoy
siendo seguida de cerca por mi compañero. Confío en él más
que en nadie. Nos conocemos desde niños, y hasta salimos
juntos durante un par de años; de eso ya hace bastante. Aparte
de mi compañero, es también mi mejor amigo.
―Tengo al conductor. Es uno de los ligues de la ratoncita
―informa Carlo.
Me detengo en el borde de la finca, junto a la valla que
separa la propiedad de la calle, y Eric llega corriendo a mi lado.
Ambos vestimos con traje negro y camisa blanca y portamos
nuestras respectivas armas.
―¿Crees que está intentando escapar? ―inquiere, mirando
a un lado y a otro al igual que yo.
―Seguro que sí ―farfullo. Respiro hondo y guardo la
pistola en su cartuchera, en mi costado izquierdo―. ¡Claudette,
no vas a ir a ningún lado! ―grito para que pueda escucharme―.
¡Acabamos de pillar a tu novio al otro lado de la calle!
Tal como esperaba, no tarda en salir de su escondite y venir
hacia nosotros con gesto cabreado.
―¡Soltadlo! ¡No tenéis ningún derecho! ―grita.
Le hago un gesto con la mano a Eric, y tras poner los ojos en
blanco, guarda su pistola y niega con la cabeza.
―Todo controlado, tenemos a la ratoncita ―dice para que
nuestros compañeros puedan escucharlo.
―¡No soy un maldito animal! ¡Tengo derechos! ―sigue
berreando la niñata consentida.
―Claro. Tendrás que hablar de esos derechos con tu padre.
Nosotros solo cumplimos órdenes ―informo.
―Sois perros guardianes ―sisea. Nos mira a ambos y pisa
con fuerza, como una niña pequeña, antes de dar media vuelta y
empezar a caminar de vuelta a la casa.
―¿Perro guardián? Me han llamado muchas cosas, pero eso
es nuevo ―comenta Eric, sacando a relucir su sonrisa aniñada.
Me encojo de hombros y yo también sonrío. Lidiar con las
rabietas de niñas y niños caprichosos se está volviendo una
costumbre para ambos. No me quejo. Cuando empezamos,
solíamos ser vigilantes en conciertos y fiestas privadas donde
los conflictos y peleas eran constantes. Con el crecimiento de la
empresa también llegaron los trabajos más serios, aunque, aun
así, por una vez me gustaría poder encargarme de la seguridad
de alguien con un poco de sentido común.
Escoltamos a la cría hasta la mansión e informo a su padre
de lo ocurrido de inmediato. No tardamos en recibir la orden de
abandonar nuestros puestos y volver a la base. Aunque
sorprendidos, obedecemos sin hacer preguntas.
―¿Qué ha pasado? ―me pregunta Carlo en cuanto nos
encontramos en el gimnasio de la sede de la empresa para la que
trabajamos.
―Ni idea ―respondo, encogiéndome de hombros―.
Órdenes del jefe. En cuanto llegue, iré a verlo para saber más.
―¿Crees que el cliente se quejó por nuestra actuación?
―Si fue así, no hay de qué preocuparse. Seguimos el
protocolo.
Carlo se rasca su espesa barba negra y niega con la cabeza.
Es mucho mayor que el resto de nosotros, un viejo sargento de
la armada. No obstante, su edad no es ningún impedimento a la
hora de realizar los trabajos que nos encomiendan, al contrario,
su experiencia es todo un punto a favor.
Decido cambiarme de ropa y pasar el resto de la mañana
entrenando con Eric. Nuestro jefe no llegará hasta el mediodía,
de modo que, durante varias horas, nos dedicamos a pegarle a
los sacos de boxeo, ejercitarnos e incluso practicar nuestra
puntería en la sala de tiro. Estoy terminando una serie de
disparos cuando la puerta del cubículo insonorizado en el que
me encuentro se abre y veo cómo el jefe asoma la cabeza a su
interior. Me quito los protectores auditivos y dejo la pistola
sobre el mostrador antes de girarme hacia él.
―Te estaba buscando ―informa―. ¿Podemos hablar un
momento en mi despacho? ―Asiento y lo sigo sin decir nada.
No parece molesto, y eso es algo bueno. Mientras camino
tras él, no puedo evitar pensar que, a pesar de llevar retirado
varios años del ejército, sigue manteniendo esa postura rígida y
encorsetada tan habitual en los militares. Es un hombre que se
mantiene en muy buena forma física, y eso lo hace parecer
mucho más joven de lo que es en realidad. Llegamos a la oficina
de dirección, y tras entrar, cierro la puerta y espero a que tome
asiento antes de hacer lo mismo.
―¿Qué ocurre? ―pregunto con una ceja arqueada.
―Nos han quitado el trabajo.
―No fue culpa nuestra ―me excuso―. Seguimos el
protocolo. La cría intentó escapar y se lo impedimos. Yo misma
me encargué de informar al cliente de lo ocurrido.
―Lo sé, Lua. No tienes que justificarte. Entiendo que lo que
pasó no fue responsabilidad de ninguno de vosotros. El caso es
que piensan enviar a la chiquilla a un internado, y eso nos deja
sin un cliente. ―Bufa y se inclina hacia delante, colocando los
codos sobre la mesa―. Esas son las malas noticias. Ahora van
las buenas.
―¿Que voy a tener vacaciones? ―bromeo sonriendo.
―No exactamente. Ya tengo un nuevo cliente, y es de los
gordos.
―¿Cómo de gordo?
Mira a un lado y a otro, como si intentara asegurarse de que
nadie nos escucha, y se le escapa una sonrisa.
―¿Has visto la prensa esta mañana? ―Asiento. Es lo
primero que hago al levantarme. Una costumbre que adquirí
gracias al hombre que tengo sentado frente a mí―. El príncipe
Maximus tiene problemas con la prensa.
―¿Y qué tiene eso que ver con…? ―Me callo de golpe y
abro mucho los ojos, con sorpresa―. ¿La Casa Real? ¿Ese es el
nuevo cliente?
―Sí, justo ese. Me ha llamado el consejero jefe de la Casa
Real hace un rato. Necesitan un nuevo equipo de seguridad para
el príncipe. He pensado que tú podrías encargarte con Eric,
claro, y tendréis a Carlo de apoyo cuando lo necesitéis.
―Espera, ¿la Casa Real no tiene su propia guardia?
―Sí, eso tengo entendido. No hice más preguntas. He
quedado con el consejero, un tal Reinard, a última hora de la
tarde. ¿Qué me dices? ¿Puedo contar contigo?
―¿Puedo negarme? ―inquiero sonriendo―. No es que me
agrade demasiado ser la niñera del príncipe rebelde.
Se levanta resoplando, y tras rodear su mesa, se agacha
frente a mí y acaricia mi mejilla con suavidad.
―Sabes que confío en ti más que en cualquier otra persona
en el mundo, Lua. No podría pedirle esto a nadie más. Si sale
bien, puede ser el inicio de algo muy bueno para esta empresa,
pero si, por el contrario, la cagamos, tendré que jubilarme y
pasar los días sentado en el sofá de casa, viendo la televisión
rodeado de gatos.
Suelto una carcajada y niego con la cabeza.
―Papá, tú odias los gatos.
―Por eso lo digo. ―Se levanta y cruza los brazos sobre su
pecho―. Esta empresa me da la vida. ¿Quieres matar a tu viejo
antes de tiempo?
―Vale, vale, deja ya el terrorismo psicológico. ―Me
incorporo yo también y coloco una mano sobre su pecho―.
Sabes que esto me va a traer problemas con mamá, ¿verdad?
―¿Cuándo no? ―masculla, rodando los ojos de manera
teatral.
―No sé cómo se va a tomar que trabaje directamente para la
monarquía. Ya la conoces.
―Solo intenta controlarla un poco, ¿vale?
Hago una mueca y me encojo de hombros.
―¿Controlarla? Tú no pudiste y fuiste su marido. ¿Qué te
hace pensar que yo podré lograrlo?
―Tal vez sea mejor que no se entere ―murmura,
estrechando la mirada.
―Ya, como si eso funcionara con ella. ―Suspiro y me
acerco para darle un beso en la mejilla―. Nos vemos esta tarde.
Voy a pasar por su casa e intentaré suavizar la noticia lo máximo
posible. Haz el favor de no pasar por allí en los próximos días
para no alterarla más.
―Créeme, lo que menos me apetece es ver a tu madre
―contesta, haciendo una mueca con los labios.
Sacudo la cabeza dándolo por imposible y, tras despedirme,
salgo del despacho. Hace ya mucho tiempo que dejé de intentar
que mis padres se entiendan. Son completamente opuestos. Él es
serio y autoritario y ella… Bueno, digamos que la madurez pasó
de largo por su lado sin detenerse ni a saludar. Con más de
cincuenta años sigue siendo una eterna adolescente alocada y
sin ningún tipo de filtro a la hora de expresarse. Ni siquiera
llego a comprender cómo es que algún día estuvieron
enamorados, se casaron y me tuvieron a mí. Es un misterio de la
naturaleza.
Tras pasar por la ducha y cambiar mi uniforme de
guardaespaldas por unos vaqueros ceñidos rotos, una camiseta
estampada y mi habitual chaqueta de cuero, me subo a la moto y
me dirijo a la casa en la que crecí. El barrio queda a las afueras
de la capital, así que tardo más de veinte minutos en llegar.
Aparco frente a la puerta del garaje y me quito el casco antes de
acomodar sobre mi hombro mi largo cabello castaño y liso.
―¡¿Mamá?! ―grito desde la puerta tras abrir con mi propia
llave―. ¡Hola! ¡¿Hay alguien en casa?!
―¡Atrás! ―responde mi madre.
Recorro la pequeña casa de punta a punta y salgo al patio
trasero por la puerta de la cocina. En cuanto pongo un pie en el
exterior, me detengo de golpe y, con los ojos muy abiertos y la
mandíbula descolgada, observo cómo mi madre se pasea
desnuda de un lado a otro.
―¡¿Qué haces?! ―exclamo, mirando hacia todos lados por
si los vecinos la están viendo.
―Hola, cariño. Me vienes genial. ¿Puedes ayudarme con la
pintura?
―¿Qué pintura? ―Se gira para mostrarme su espalda. Lleva
escrita con tinta de color rojo sangre la palabra «Libertad»―.
¿Qué significa eso? ―Va a contestar, pero la detengo con un
gesto de mi mano―. Da igual, no quiero saberlo. ¿Puedes entrar
en casa? Estás dando un espectáculo para los vecinos.
―¿Qué importa eso? Es solo un cuerpo, cielo ―comenta
sonriendo―. Vamos, necesito que me pintes los glúteos.
―No voy a pintarte el culo, mamá ―respondo, cruzándome
de brazos.
Resopla con fuerza y niega con la cabeza.
―Por Dios, eres igualita a tu padre. Intento luchar por un
mundo mejor para ti. ¿Por qué no vienes conmigo a la
manifestación? Vamos a asentarnos frente al parlamento.
―No quiero saberlo ―mascullo, inspirando hondo por la
nariz.
Esta mujer me vuelve loca. Siempre está metida en líos.
¿Por qué no puede comportarse como una madre normal? No sé,
hacer galletas y esas cosas. ¿Es tanto pedir?
―Lo dicho, igualita a él. Por cierto, ¿qué haces aquí? ¿No
deberías estar engrasándole las botas o algo así?
―Mamá… ―siseo en tono de advertencia. Se ríe bajito y
sigue untando las manos con pintura y refregándola contra su
propio trasero. A veces la mataría, pero en el fondo la adoro.
Por mucho que deteste que pase tanto tiempo con mi padre y
trabaje como guardaespaldas, siempre me ha dado la libertad
para decidir sobre mi propia vida. Aunque eso no signifique que
no dé su opinión al respecto. Vaya si lo hace―. ¿Por qué no te
pintas dentro?
―Porque lo dejo todo perdido. No me has contestado, ¿qué
haces aquí?
―Hay algo que tengo que contarte.
―Por tu tono de voz, intuyo que no va a gustarme.
―Detiene lo que está haciendo y, tras limpiarse las manos, se
cruza de brazos, lanzándome esa mirada tan habitual en las
madres cuando intentan averiguar qué travesura ha hecho su
hijo―. Suéltalo de una vez.
―Verás, eh… ―Me muerdo el labio inferior con
nerviosismo y respiro hondo―. ¿Has visto la prensa?
―Sabes que yo no leo esas cosas. Todas las noticias son
manipuladas por el gobierno. Quieren controlar nuestros
pensamientos. Nos convierten en borregos y…
―Vale, vale, no sigas ―la corto antes de que suelte uno de
sus tantos discursos conspiranoicos―. El príncipe Maximus se
ha metido en problemas.
Sonríe de oreja a oreja y se encoge de hombros.
―¿Y qué? ¿No lo hace siempre? Seguro que su familia lo
saca de cualquier apuro con el dinero que nos quitan a nosotros.
De verdad, no entiendo cómo en pleno siglo veintiuno seguimos
manteniendo a un puñado de vagos que dicen tener sangre azul.
―Alza los brazos indignada y vuelvo a respirar hondo. Esto va
a ser más difícil de lo que creía.
―Mamá, lo importante es que la Casa Real ha decidido
contratar a una empresa privada para encargarse de la seguridad
del príncipe.
―Claro, lo que yo decía. Se gastan el dinero de nuestros
impuestos para mantener vigilado al principito y… ―Se calla
de golpe y me mira con los ojos muy abiertos―. No puede ser
―susurra―. Dime que esa empresa privada no es la de tu
padre. ―Asiento, volviendo a mordisquear mi labio inferior―.
¿Y tú vas a formar parte de ese equipo de seguridad? ―Vuelvo
a asentir y hago una mueca cuando la veo llevarse las manos al
rostro y gritar de pura frustración.
―Allá vamos. Que empiece el drama ―murmuro para mí.
―¡¿Qué he hecho mal?! ¡Te crie como una buena niña
republicana y liberal! ¡¿Por qué eres así?! ¡Es culpa de tu padre!
¡Son sus genes de fascista dictador!
Ruedo los ojos de manera teatral y la encaro.
―Vamos, mamá, no exageres. Solo es un trabajo.
―¿Un trabajo? ¡Es la monarquía! ¡No es solo un trabajo!
¡Van a abducirte en esa secta, porque eso es lo que son, una
maldita secta!
Suspiro y hago como que la escucho mientras sigue soltando
todo lo que se le ocurre. Sabía que se lo iba a tomar así. En fin,
no escogemos a nuestros padres, ¿no?
Capítulo 2
Max
Estoy agotado y me duele la cabeza. En realidad, más que
dolor siento una especie de aturdimiento y pesadez en los
párpados. Tal vez sea a consecuencia de la docena de chupitos
de tequila que me tomé anoche, la mitad de ellos directamente
desde el ombligo de la rubia con la que pasé gran parte de la
velada. ¡Dios, qué buena estaba! Y eso que hacía con la
lengua… Mis pensamientos son interrumpidos cuando mi
hermano Xavier entra en el salón del trono seguido por varios
miembros de la guardia real.
―Dejadnos ―ordena en un tono autoritario que no da
opción a réplica.
Ruedo los ojos con diversión y me recuesto en el enorme
sillón acolchado que pertenece a nuestro padre.
―Buenos días, hermanito. Veo que has amanecido de buen
humor ―lo saludo, moviendo los dedos de manera burlona justo
cuando los guardias abandonan la estancia.
―Si el rey te ve sentado en su trono vas a buscarte muchos
más problemas de los que ya tienes ―responde, arrugando el
entrecejo. Me encojo de hombros y mi hermano bufa con
fuerza―. ¿Se puede saber en qué estabas pensando?
―Supongo que te refieres a la escapadita de anoche, ¿no?
―Max, tu escapadita está en todas las revistas y periódicos.
Se supone que algo así no volvería a ocurrir nunca más.
―¿Te ha enviado el rey a echarme el sermón? ―pregunto
sin abandonar la sonrisa en ningún momento.
―Créeme, prefieres que te lo dé yo y no él.
―Permíteme dudarlo. Adoro cuando dice que soy «una
decepción y una deshonra para esta institución», bla, bla, bla.
Bufa de nuevo y afloja el nudo de su corbata antes de
acercarse a mí y colocar su mano sobre mi hombro.
―Entiendo tu postura, sabes que es así, pero no puedes
seguir montando estos numeritos. Tus actos están afectando a
toda la familia. Las aguas ya están lo bastante revueltas, ¿no
crees? Lo último que necesitamos es que la prensa rosa siga
diciendo que el rey no es capaz de controlar ni a su hijo, mucho
menos a su país.
―Ahora hablas como él ―comento en un murmuro.
―Lo sé, y no es algo que me agrade. Comprendo tu
necesidad de sentirte libre, siempre te he apoyado en eso y
seguiré haciéndolo. ―Busca mi mirada y, al ser consciente de la
solemnidad de sus palabras, cambio mi gesto a uno mucho más
serio―. Max, eres mi hermano pequeño y te quiero. Deseo que
puedas hacer todo aquello que te haga feliz, sin embargo, hay
unos límites, y los conoces muy bien.
―Que nadie se entere ―mascullo entre dientes.
―Exacto. ¿Quieres salir a emborracharte y divertirte?
Hazlo, pero sé discreto.
―Es difícil pasar desapercibido siendo quien soy,
hermanito.
―Pues viaja a otro país, disfrázate, ve a algún club
privado… Tienes opciones, más de las que yo he tenido nunca.
Jamás sabrás la presión que cae sobre mis hombros al saber
durante toda mi vida que estoy destinado a ser rey.
―Lo sé. ―Respiro hondo y me pinzo el puente de la nariz
con los dedos índice y pulgar―. Ser el primogénito es una
mierda, ¿no?
―Un poco ―responde, esbozando media sonrisa―. Espero
que al menos haya valido la pena.
―Oh, sí, lo valió ―comento socarrón.
―¿La chica de las fotos? ¿Quién es?
―Ni siquiera recuerdo su nombre, pero hace unas
mamadas…
―Vale, no necesito saber eso ―me corta, haciendo una
mueca de asco con los labios.
Suelto una carcajada y niego con la cabeza.
―Te has convertido en un aburrido de manual, hermanito.
―No, solo he madurado. Deberías probar. Tal vez evitarías
meterte en tantos líos y a mí tener que solucionarlos.
―Oye, que tampoco fue solo culpa mía. Todo iba bien hasta
que llegaron esos idiotas de la guardia real. Me reconocieron
por culpa de ellos.
―No, te reconocieron porque te tiraste a una cualquiera en
los baños públicos de un club de mala muerte. Todos los actos
tienen consecuencias, hermano. ―Vuelve a fruncir el ceño y se
ajusta las mangas de la camisa, desviando la mirada.
Conozco esa expresión. Va a decir algo que no me gustará
nada. Espero que no sea lo que estoy pensando.
―¿Cuál será el castigo? ¿Vais a encerrarme en mi
habitación y dejarme sin paga?
―Max, esto es muy serio. ¿Puedes dejar de bromear un
momento y actuar como el adulto que eres? Tienes casi treinta
años. Tus jueguecitos y burlas ya no le hacen gracia a nadie.
―Ha vuelto el aguafiestas ―murmuro para mí, pero lo
bastante alto como para que consiga escucharme.
―Pues sí, y este gruñón va a encargarse de que dejes de
poner en evidencia nuestro apellido. Debemos ser un ejemplo
para todos los ciudadanos de este país.
―Vale, no necesito más charlas. Dime de una vez cuáles son
las consecuencias.
Respira hondo y vuelve a enderezar los puños de su camisa.
Mierda, esto va a ser muy malo, lo veo venir.
―Después de hablarlo con Reinard, llegamos a la
conclusión de que, si no eres lo bastante maduro y responsable
como para controlarte, debemos hacerlo por ti.
―¿Qué mierda significa eso? ―siseo, frunciendo el ceño.
―Vas a tener una escolta permanente. Estarás vigilado las
veinticuatro horas del día, no solo por tu propia seguridad,
también para asegurarnos de que cumples el protocolo y las
normas que rigen esta institución.
―Es broma, ¿no? ―inquiero, abriendo mucho los ojos.
Aunque la forma en la que Xavier me mira me deja claro que no
lo es―. ¿Vais a ponerme una niñera? ¡No me jodas! Tú lo has
dicho, no soy un crío.
―Max, entiende que es una medida preventiva. No puedes
seguir haciendo lo que te da la gana, exponiéndonos a todos a la
opinión pública. Tenemos que guardar las apariencias.
―Vale, vale, lo haré. No volveré a liarla, pero…
―Ya es tarde para eso ―me corta―. La decisión está
tomada.
―¡¿La puta guardia real?! ¡No! Ni de coña voy a permitir
que esos idiotas me vigilen día y noche.
―Imaginé que dirías eso, por ese motivo he ordenado que
contraten a una empresa privada de seguridad. Tendrás un
guardaespaldas siempre a tu lado, día y noche.
―Puedes llamarlo por su nombre, Xavier. Un carcelero, eso
es lo que voy a tener. No me puedo creer que estés de acuerdo
con toda esta mierda.
―Max, es esto o que te envíen de nuevo al ejército. El rey
lo sugirió en cuanto se enteró de lo ocurrido anoche.
―Pues no sé qué será mejor ―farfullo entre dientes.
―Hermano, mírame ―pide. Resoplo y desvío la mirada
hacia él―. Esta es la única solución que encontré para evitar
que te destierren. Es una medida temporal. Si demuestras que
puedes controlarte, te retiraremos la vigilancia.
Bufo con fuerza, hundiendo los dedos en mi cabello rubio, y
niego con la cabeza. Esto era lo último que me faltaba. Si hasta
ahora ya sentía que estaba encerrado en una prisión, acabo de
conseguir que me asignen un carcelero personal. Muy divertido
todo.
―Me estás matando ―susurro.
Xavier vuelve a apretar mi hombro y niega con la cabeza.
―Ha llegado el momento de dejar atrás la inmadurez y
tomar las riendas de tu vida. Piensa en buscar una esposa y
formar una familia. Eso es lo que se espera de nosotros. Yo lo
hice y no me va tan mal.
―No me extraña, tu mujer es una jodida diosa.
―Maximus… ―sisea a modo de advertencia.
―¡¿Qué?! Podrías haber escogido a una fea y no lo hiciste.
―Eso no importa. Eliza sabe lo que debe hacer. Conoce
nuestra forma de vida y preserva las tradiciones y costumbres en
las que estamos educados.
―Ya, sois asquerosamente perfectos el uno para el otro
―comento con desdén.
Mi hermano sonríe y sacude la cabeza, dándome por
imposible. Solo hay verdades en mis palabras. Mi cuñada es
como una calcomanía de Xavier, pero en versión buenorra. En
parte me alegro por él, porque sé que no fue sencillo casarse con
una mujer a la que apenas conocía solo para cumplir con las
expectativas de los demás. Por suerte, Eliza terminó siendo el
amor de su vida, la persona que lo hace feliz, y juntos han
conseguido crear su propia burbuja dentro de toda la mierda e
hipocresía que se respira en este palacio. Sin embargo, tras
haber cumplido con su deber de casarse y tener un heredero,
ahora toda la presión recae sobre mí. Esperan que yo haga lo
mismo. Pues bien, pueden seguir esperando, no tengo ninguna
intención de ponerme a buscar esposa, mucho menos sentar
cabeza. Mientras pueda seguir disfrutando de, al menos, una
pizca de libertad, la aprovecharé al máximo.
Paso gran parte de la mañana hablando con Xavier. Se
supone que tendré tres guardaespaldas, siempre iré acompañado
de uno de ellos, incluso por la noche, por lo que podrán moverse
libremente por el ala oeste del palacio, que es la zona que yo
ocupo. Sí, tengo veinte habitaciones, dos salones, una
biblioteca, un despacho y veintidós cuartos de baño para mí
solito, además del gimnasio privado, que incluye una pequeña
piscina interior. En realidad, de lo único que hago uso es de mi
propia habitación, un baño, uno de los salones y el gimnasio.
Bueno, a veces también me paso por la biblioteca, pero en
contadas ocasiones. Este palacio es tan grande que, a no ser que
meta la pata o me pase por la sala del trono, puedo estar meses
sin ver a nadie más que a los cuatro miembros del servicio que
se encargan de mis necesidades, de los cuales, solo hablo con
dos de ellos: mi chófer, Cristofer, y Maya, la mujer que tengo
ahora mismo clavada contra la pared mientas arremeto en su
interior como un jodido animal. Su trabajo es mantener todo
limpio y ordenado, lo de cubrir mis otras necesidades lo hace
por propia voluntad.
―Maximus ―gime en alto, y con solo un par de empellones
más noto cómo las paredes de su sexo se aprietan al llegar al
orgasmo―. ¡Oh, Dios!
Resuello con la frente perlada en sudor y sigo arremetiendo
con las caderas una y otra vez, hundo los dedos en la carne de
sus muslos y tenso la mandíbula cuando alcanzo mi propia
liberación.
Me aparto, y tras quitarme el preservativo, lo anudo y me
encargo de adecentar mi ropa todo lo que soy capaz. Mi traje
azul de tres piezas está completamente arrugado, a la camisa le
faltan un par de botones y la corbata está tirada en el suelo.
Aunque Maya está aún peor, su uniforme negro y blanco no hay
por dónde cogerlo, me lo he cargado.
―Pediré que te den otro uniforme ―digo, aún con la
respiración alterada.
―Tengo uno de repuesto en la sala de empleados.
Oh, sí, el ala oeste también dispone de una sala de descanso
para empleados, allí pueden dejar sus pertenencias, ducharse,
cambiarse de ropa y hasta dormir un rato si tienen tiempo para
ello.
―Bien. ―Me giro y sonrío, viendo cómo lleva la cofia
ladeada entre su pelo enmarañado―. Aprovecha para peinarte
un poco. Si Reinard te ve así, va a caerte una buena.
Niega con la cabeza y ella también sonríe.
―Al final acabarán despidiéndome, pero vale la pena. ―Se
acerca y rodea mi cuello con sus brazos.
Enseguida cambio mi postura a una mucho más rígida.
Maya es genial, me lo paso muy bien con ella y eso, pero no
quiero que malinterprete la situación. Aunque quisiera que
hubiese algo serio entre nosotros, que no es el caso, sería
imposible. Siendo quien soy jamás me lo permitirían. Cojo sus
manos y las aparto de mí, retrocediendo un par de pasos.
―Deberías volver a tus tareas cuanto antes ―mascullo sin
mirarla a los ojos.
―Sí, claro. ―Suspira y alza la barbilla, enderezando la
espalda―. ¿Necesita algo más, alteza real? ―Niego con la
cabeza―. Me retiro entonces.
Dejo que se marche y me sirvo una copa de licor antes de
sentarme en el sofá dorado que preside el salón. Esto no está
bien. Lo último que deseo es lastimarla o traerle problemas con
su superior. He intentado acabar con esta relación física en
varias ocasiones, sin embargo, es ella la que termina
buscándome; me cuesta decir que no cuando casi me pone las
tetas en la boca. Son unas muy buenas tetas.
Resoplo y hundo los dedos en mi pelo rubio antes de darle
un trago a mi copa. Supongo que ya no tendré que preocuparme
por eso, a partir de esta tarde voy a tener a alguien vigilando
cada paso que doy e informando a mi hermano y al consejero
jefe de la Casa Real, de modo que los escarceos sexuales con el
servicio quedan descartados.
La puerta del salón se abre sin previo aviso y Cris entra,
sonriendo de oreja a oreja.
―Acabo de ver a Maya en el pasillo con el uniforme hecho
trizas. ¿Qué le has hecho?
―No preguntes ―farfullo.
Tras dejar mi vaso sobre la mesa, me levanto y le sirvo una
copa a él. Cris la recibe con un asentimiento de cabeza y toma
asiento a mi lado en el sofá. Aparte de mi chófer, también se ha
convertido en mi único amigo. Solo con él puedo hablar y
comportarme como soy en realidad, y lo mejor es que él
también me trata como a un igual, nada de reverencias ni títulos.
Es mi compañero de aventuras. Aunque me ha tocado interceder
por él en varias ocasiones. Mi familia no ve con buenos ojos que
mantenga una relación de amistad con un empleado, mucho
menos que ese mismo empleado sea cómplice de todas mis
escapadas y locuras.
―Algún día todo eso te explotará en la cara. Hazme caso,
Maya no es de las que se conforman. Apunta alto y te tiene en
su mira.
―Pues siento decepcionarla, pero no va a convertirse en
princesa, eso te lo aseguro. Además, ¿imaginas lo que diría la
reina?
―Estoy visualizando su cara ―contesta, riendo a
carcajadas―. Por cierto, me he enterado de lo de tu castigo por
la fiesta de anoche. Qué putada.
―Ya, en un rato vendrán a avisarme para que conozca a mis
nuevos carceleros. ¿Te vienes conmigo?
―Creo que paso. Reinard ya me tiene entre ceja y ceja. No
quiero darle más motivos para que planee mi despido.
―Eso no va a ocurrir ―afirmo, frunciendo el ceño, y lo
digo muy en serio. El día en el que echen a Cris, será cuando mi
vida en palacio llegue a su fin. Me importa una mierda lo que
diga el rey, su consejero o quien sea. No van a quitarme a la
única persona que de verdad me aprecia en este maldito agujero
de víboras. Mi teléfono comienza a vibrar, y tras echarle un
vistazo, resoplo y me bebo el resto del licor de un solo trago―.
El deber me llama. Debo ir a presentarme ante el nuevo equipo
de seguridad. ¿De verdad no quieres acompañarme?
―No. ―Sube los pies a la mesa y se acomoda hacia atrás en
el sofá―. Adelante, ve tú, yo me quedaré aquí descansando un
rato.
―Imbécil ―susurro en broma, negando con la cabeza y
riendo.
―¿Vas a ir con esas pintas?
Me encojo de hombros y asiento. Mi traje sigue arrugado y
llevo los primeros dos botones de la camisa desabrochados,
además, no tengo ni idea de dónde he puesto la chaqueta, así
que solo tengo puesto el chaleco sobre la camisa y la corbata
aún está tirada en el suelo.
―Son unos putos guardaespaldas, no un jeque árabe
―mascullo.
Salgo del salón, atravieso varios pasillos y subo un par de
tramos de escaleras hasta llegar a la zona central del palacio. Me
dirijo al despacho real y entro sin llamar a la puerta. Reinard se
levanta en cuanto me ve y agacha la cabeza en señal de respeto,
aunque no me pasa desapercibida su mirada de reproche debido
a mi atuendo.
―Les presento a su alteza real el príncipe Maximus
Benjamin tercero ―dice, señalándome con la parte posterior de
su mano.
Repaso con la mirada a los tres hombres y la mujer que
acompañan a Reinard, todos ellos, a excepción de uno, van
vestidos con traje negro y camisa blanca, sin corbata. El primero
en agacharse para hacer una reverencia es justo el que va
vestido de manera distinta. Pantalón cargo negro, botas militares
y camiseta ajustada, también oscura. Por la forma en la que se
cuadra y endereza la espalda, apuesto que es algún sargento o
comandante retirado. Los reconozco de mi época en el ejército.
Otro de ellos también tiene una postura similar.
―Un placer conocerlo, alteza real. Mi nombre es Lorenzo
Costa, soy el dueño y gerente de Neosecur. Permítame
presentarle a su nuevo equipo de seguridad: Carlo ―el hombre
más robusto con barba espesa y pinta de matón se agacha en
muestra de respeto y asiento―, él se encargará de dar apoyo a
Eric ―señala a un hombre más joven que no tarda en hacer una
reverencia también. Vuelvo a asentir y dirijo la mirada a la única
mujer que hay en la sala―, y Luana, su nueva jefa de seguridad.
Los tres son de mi absoluta confianza.
El tal Lorenzo sigue hablando, pero ya no le presto atención.
Veo cómo la chica se agacha, y al incorporarse su mirada se
clava en la mía. «¡Santo Dios, es preciosa!». La repaso con la
mirada, desde su pelo liso, largo y castaño, pasando por unas
pestañas kilométricas que enmarcan los ojos más grandes que he
visto nunca, aunque lo que más me llama la atención de su
rostro se encuentra un poco más abajo. Su boca, de labios
gruesos y en forma de corazón.
―Alteza real ―escucho a Reinard pronunciar mi nombre y
carraspeo, sacudiendo levemente la cabeza. Entonces soy
consciente de que todos me miran a mí―. ¿Hay algún
problema? ―pregunta el consejero.
―No, ninguno ―contesto tras carraspear de nuevo.
Intento no mirar a la mujer que tengo delante. No sé qué es
lo que la hace tan atractiva. He visto cientos de mujeres
hermosas y ninguna de ellas me ha afectado de este modo. ¿Qué
la hace distinta a las demás? «Estás pensando con la polla,
Max», resuena en mi cabeza.
―En ese caso, yo me encargaré de los turnos ―informa el
jefe―. Estará acompañado y protegido en todo momento, alteza
real.
Inspiro hondo por la nariz y cabeceo de manera afirmativa.
Ya tengo carceleros personalizados. Ahora a saber si voy a ser
capaz de no liarla, en especial con la chica. No lo entiendo.
Quieren que me porte bien y me asignan como guardaespaldas a
una belleza. Así no hay quien pueda contenerse.
Capítulo 3
Lua
Es difícil no perderse en palacio. Este lugar es inmenso y
todos los pasillos me parecen igual de recargados y pomposos, y
eso que solo conozco el ala oeste, que es donde vive el príncipe
Maximus. Ayer lo conocí y tengo que admitir que las fotos y
grabaciones no le hacen justicia, en persona es mucho más
guapo, aunque maleducado también. Se me quedó mirando
fijamente de una forma muy extraña, hasta al punto de hacerme
sentir incómoda. Fue todo muy raro. Por suerte, mi padre me
asignó el turno de día, y eso significa que Eric fue el encargado
de pasar la noche vigilándolo. Ahora me toca reemplazarlo.
Entro en la sala que el consejero nos indicó ayer que
podríamos utilizar para cambiarnos y miro a un lado y otro. No
parece haber nadie aquí. Me dirijo al fondo, donde hay una fila
de taquillas más altas que yo, abro una que encuentro vacía y
meto en su interior la mochila que he traído conmigo. Enseguida
me cambio de ropa y cierro la taquilla de nuevo, justo antes de
colocar la funda del arma en mi costado izquierdo. Cuando la
tengo bien ajustada, saco mi teléfono y compruebo el horario
para hoy. El tal Reinard nos ha facilitado el acceso a la agenda
personal del príncipe para que podamos organizarnos. Esta
mañana toca escoltarlo a la inauguración de un parque infantil
en el centro de la ciudad, de modo que Carlo va a tener que
prestarme apoyo. Hablé con él antes de salir de casa y me dijo
que pasaría por el lugar para ponerse de acuerdo con las
autoridades que se encargan de la seguridad del evento.
Escucho un ruido a mi espalda y me giro de golpe, llevando
la mano a mi costado para sacar el arma en caso de ser
necesario.
―Hola, tú debes ser la nueva guardaespaldas. ―Una chica
vestida de empleada doméstica me mira sonriente desde la
puerta.
Es increíble que en pleno siglo veintiuno aún se usen esos
uniformes, son ridículos.
―Soy Lua ―contesto tras soltar una gran bocanada de aire.
―Yo Maya. ¿Te han explicado ya para qué sirve esta sala?
―Acabo de guardar mis cosas en una de las taquillas. Es
para eso, ¿no?
―Sí, entre otras cosas. ―Se acerca despacio y toma asiento
en uno de los sofás que presiden la estancia―. También puedes
usarla para tomarte un café o simplemente descansar un rato.
―No creo que me sobre el tiempo para descansar
―murmuro, echando un vistazo a mi reloj de muñeca―. En
realidad, ya debería estar relevando a mi compañero.
―Lo conocí anoche. Eric, ¿cierto? ―Asiento―. Muy guapo
y simpático. ¿Sabes si tiene pareja?
―Eh… Creo que no. ―La chica vuelve a sonreír y se
recuesta hacia atrás―. Debo irme. Ha sido un placer conocerte,
Maya.
―Claro, igualmente. Ya sabes, si tienes algún ratito libre
pásate por aquí, y si coincidimos nos tomamos un café juntas y
me cuentas más sobre tu compañero.
Niego con la cabeza sin poder evitar sonreír. Muy típico de
Eric, levanta pasiones donde quiera que vaya.
―Lo tendré en cuenta, adiós.
Maya me despide con un movimiento de su mano y salgo de
la sala a toda prisa. Ya llego tarde, y no es algo habitual en mí.
Tardo varios minutos en encontrar el salón principal del
príncipe, que es el lugar donde me espera Eric. Llamo a la
puerta con los nudillos y es él mismo quien la abre.
―Llegas tarde ―informa, aunque no hay ni una pizca de
reproche en su voz, solo extrañeza.
―Este sitio es enorme, y los guardias de la puerta principal
me han puesto mil trabas para dejarme entrar. Hasta asegurarse
de que mis credenciales eran verdaderas no me dieron acceso al
palacio ―digo, señalando la tarjeta de identificación que llevo
colgada al cuello ―. ¿Todo bien con el conejito?
Sonríe y yo con él. Anoche estuvimos hablando por el chat
grupal que compartimos con Carlo y decidimos nombrar al
príncipe de esa forma debido a su fama de conquistador.
―No se ha movido de su habitación en toda la noche
―responde, señalando con la mano una enorme puerta de
madera de dos hojas―. He conocido a la empleada, una tal
Maya, y también a su chófer, Cris. Parecen majos.
―Sí, la empleada ha estado interrogándome sobre ti en la
sala de personal. ¿Qué le has dado? Parecía muy interesada.
―¿Celosa, jefa? ―inquiere, sacando a relucir su sonrisa
aniñada. Se acerca a mí en un par de pasos y clava su mirada en
la mía―. Ya sabes que solo necesitas decir una palabra y las
cosas volverán a ser como antes. Fuiste tú quien me dejó.
―Eric… ―mascullo en tono de advertencia.
Es cierto, yo terminé nuestra relación, pero él estuvo de
acuerdo. Además, eso pasó hace más de un año, y está claro que
fue la mejor decisión que he tomado nunca. Eric y yo somos
grandes amigos, sin embargo, como pareja éramos un desastre.
No dejábamos de discutir en todo momento, y esa situación ya
empezaba a afectarnos en el trabajo.
―Buenos días.
Eric se gira de golpe, colocándose a mi lado, y ambos nos
agachamos para hacer una reverencia. Sí, lo sé, es ridículo, pero
forma parte del protocolo real que nos explicaron antes de ser
presentados ante el príncipe.
―Buenos días, alteza real ―responde Eric.
Me incorporo y compruebo que, al igual que ayer, el
príncipe no deja de mirarme con fijeza. Sus ojos se clavan en mi
rostro y después descienden por todo mi cuerpo hasta llegar a
mis pies. Me remuevo incómoda, y una vez más siento esa
sensación extraña en la boca de mi estómago. No sé qué es. Me
siento rara bajo su penetrante mirada azul celeste.
―No has saludado, Luana ―susurra, esbozando media
sonrisa ladeada sin apartar su mirada de la mía.
Inspiro hondo por la nariz y trago saliva con fuerza. Este
hombre tiene algo extraño. No sé si es su título y lo que
representa el motivo por el que me siento tan nerviosa, o tal vez
la forma en la que ha pronunciado mi nombre, como un siseo
bajito, pero lo cierto es que me tiemblan las piernas.
―Buenos días, alteza ―digo tras carraspear.
«Real, Lua. Tienes que llamarlo alteza real», me recuerdo a
mí misma en mi cabeza; sin embargo, no soy capaz de
corregirme en voz alta. El príncipe arquea una ceja, como si
tuviese la capacidad de escuchar mis pensamientos.
―Luana va a encargarse de su seguridad durante el día de
hoy, alteza real ―informa Eric.
―Muy bien. ―Se ajusta la corbata gris clara y lo mira,
perdiendo la sonrisa―. Supongo que volverás esta noche para
seguir vigilándome, ¿no?
―En efecto. Esta semana yo seré el que cubra el turno de
noche.
―En ese caso… ―Me mira de nuevo y vuelve a sonreír―.
Nos vamos cuando quieras, Luana. No debería llegar tarde. Al
rey no le gusta que sea impuntual en mis obligaciones.
―Por supuesto, alteza ―contesto con un golpe de cabeza.
El príncipe vuelve a sonreír de medio lado y me doy una
bofetada mental. «Otra vez lo he llamado alteza a secas. Si es
que soy imbécil».

Max
No puedo dejar de mirarla a través de los asientos del
Bentley. Durante todo el trayecto, Cris conduce y ella
permanece a su lado, atenta a cualquier movimiento sospechoso.
Sigo sin entender qué es lo que me llama tanto la atención de su
aspecto. Va vestida de la misma forma que ayer, no hay nada
que destaque, ni siquiera una pequeña porción de piel de su
escote a la vista, nada, y, aun así, soy incapaz de apartar la
mirada.
―¿Necesita algo, alteza real? ―pregunta Cris, mirándome
por el retrovisor. Supongo que se ha dado cuenta de que actúo
de forma extraña.
―No, nada ―respondo cortante.
Aunque a solas nos comportamos como los buenos amigos
que somos, en presencia de alguien más no nos queda más
remedio que marcar distancias, al fin y al cabo, yo soy el
príncipe y él mi chófer. Va en contra de las reglas que él me
tutee, no quiero meterlo en problemas.
Luana no dice ni una sola palabra hasta que Cris detiene el
coche frente a la multitud de gente que espera mi llegada. Odio
estos eventos. ¿Inaugurar un parque infantil? ¿Qué sé yo de eso?
Lo único que hago es presentarme y recitar un discurso que han
escrito para mí. Ni siquiera estoy seguro de que realmente fuese
necesario construir este parque o quién lo ha ordenado.
―Saldré yo primero ―anuncia Luana.
Me gusta su tono de voz, calmado, sereno y tierno al mismo
tiempo. ¿Y su olor? Ese me está volviendo loco. Es un aroma
frutal que proviene de su cuerpo, como un dulce y jugoso
melocotón listo para ser devorado. «No te emociones, Max».
Carraspeo y espero a que ambos salgan del vehículo. Veo cómo
Cris se dirige a mi puerta y la abre, inspiro hondo por la nariz y
me preparo para empezar con la representación. Eso es mi vida,
un enorme circo en el que yo soy uno de los protagonistas. El
príncipe payaso, eso es lo que soy.
Camino con la espalda recta y una sonrisa forzada por el
pasillo que forma una gran multitud de personas que esperan ser
saludadas por mí. Estrecho varias manos, recibo con paciencia
sus reverencias en señal de respeto hacia la Casa Real y al fin
consigo llegar al escenario que han montado en mitad del
parque, donde varios políticos y personalidades públicas me
esperan. Luana se mantiene siempre a mi lado, atenta a cada
movimiento y paso que doy.
―Buenos días ―saludo frente al atril.
Despliego el papel que contiene mi discurso mientras los
periodistas se apelotonan frente al escenario, haciendo disparar
los flashes de sus cámaras. Leo párrafo por párrafo, sin titubear
ni equivocarme una sola vez. Hablo de cómo el sitio en el que
estamos puede llegar a convertirse en un lugar de reunión para
padres e hijos, cómo se pueden forjar amistades desde la
infancia hasta la edad adulta, de la familia, la amistad y el
respeto por esos años de inocencia que todos hemos vivido.
Bueno, en realidad yo no conservo ni un solo recuerdo de mi
infancia en el que haya acudido a un parque infantil. En el
internado en el que me crie no nos permitían hacer cosas tan
banales e inútiles como jugar o divertirnos, todo eran clases de
protocolo, música, disciplina e idiomas, aparte de las
asignaturas obligatorias.
Termino mi discurso y espero a que los periodistas empiecen
con sus rondas de preguntas. Desde mi posición puedo ver a un
par de ellos que me han metido en apuros en más de una
ocasión. A la presidenta del gabinete de prensa de la Casa Real
le gusta llamarlos urracas. Contesto sin problema a varias
preguntas relacionadas con el evento que me ha traído aquí,
después le llega el turno a una de esas urracas.
―Alteza real, ¿es cierto que su majestad el rey está
valorando enviarlo de nuevo al ejercito debido a su
comportamiento poco adecuado de los últimos meses?
«Hijo de puta». Inspiro hondo y lo miro con una ceja
arqueada. Si cree que va a poder joderme, es que no me conoce
en absoluto.
―Sinceramente, no entiendo la finalidad de esa pregunta.
Estoy aquí, inaugurando un precioso parque infantil, creo que
mi comportamiento está siendo ejemplar, ¿o no?
Sonrío de manera encantadora y varios periodistas empiezan
a reír por mi comentario. No obstante, por la forma en la que me
mira la urraca, sé que no va a dejarlo pasar.
―Ahora sí. Sin embargo, hace solo un par de noches lo
fotografiaron en un club muy bien acompañado. ¿Es posible que
estemos ante la decadencia de la Casa Real? Mucha gente habla
de una nueva era en la que la monarquía no debería estar
presente. ¿Qué piensa al respecto la familia real?
Antes de que pueda contestar, escucho unos gritos lejanos y
alzo la mirada, confuso. A lo lejos puedo ver cómo se acercan
corriendo un grupo de personas portando carteles escritos a
mano. En solo unos segundos son interceptados por las
autoridades, aunque eso no los tranquiliza.
―¡No queremos reyes! ¡No queremos parques! ¡Queremos
libertad! ―los gritos de protesta se suceden en coro, y los
periodistas comienzan a retratarlo todo de inmediato.
Siento cómo alguien me sujeta del brazo, y al mirar hacia mi
derecha me doy cuenta de que es Luana quien tira de mí.
―Nos vamos, alteza ―afirma antes de arrastrarme con ella.
Niego con la cabeza y me mantengo firme. No voy a salir
huyendo por culpa de un grupo de vándalos idiotas.
―Me quedo ―mascullo.
Noto cómo me abrasa con la mirada y bufa con fuerza.
―Alteza, las aguas están revueltas. Mi deber es protegerlo,
y aquí no está seguro. ―Me encojo de hombros y la escucho
resoplar de nuevo―. Por favor ―susurra.
Doy un vistazo a los periodistas, están demasiado ocupados
sacando fotos a los manifestantes como para prestarme atención,
de modo que echo a andar sin decir nada y ella me sigue a corta
distancia. Somos escoltados de vuelta al coche por el tal Carlo y
un par de policías. En cuanto nos metemos en el vehículo, Cris
mira hacia atrás preocupado
―¿Qué ocurre? ―pregunta.
―¡Arranca ya! ―ordena Luana.
Mi amigo no tarda en hacerlo, enciende el motor y se
incorpora a la carretera a toda prisa.
―¿Qué demonios ha pasado ahí? ―murmuro para mí,
aunque lo bastante alto para que ambos puedan oírme.
―Tranquilo, Carlo, el conejito está a salvo ―escucho decir
a Luana―. Volvemos a la madriguera. Encárgate de informar a
la base.
―¿El conejito soy yo? ―pregunto, frunciendo el ceño. Al
no recibir respuesta, decido estirarme para mirarla entre los
asientos―. Oye, te acabo de hacer una pregunta.
Resopla y gira la cabeza de golpe, sorprendiéndome con su
cercanía. Desde mi posición puedo notar su aroma dulce mucho
más fuerte.
―Es solo un nombre ―sisea entre dientes. Creo que está
cabreada, aunque no entiendo el motivo. Soy yo el que ha tenido
que salir huyendo por culpa de esos manifestantes.
―¿Te pasa algo conmigo? ―La escucho susurrar algo en
voz baja, aunque no logro descifrar lo que dice―. Si hablas más
alto podré entenderte.
Sus ojos castaños se entrecierran y tensa la mandíbula.
―Alteza, abróchese el cinturón y mantenga la compostura.
Llegaremos enseguida a palacio.
Me quedo paralizado durante unos segundos. ¿De verdad
acaba de decirme lo que tengo que hacer? ¿Quién se cree esta
mujer que es? Y lo más curioso, ¿por qué me ha gustado tanto
que lo haga? Puedo ver por el rabillo del ojo cómo Cris aprieta
los labios para contener la risa, y lo fulmino con la mirada antes
de volver a mi lugar.
Permanezco en silencio durante el resto del viaje hasta llegar
al palacio, ni siquiera me despido al salir del vehículo, y me
dirijo directamente a mis aposentos.
Me quito la corbata y la chaqueta del traje y lo lanzo todo
sobre el sofá antes de servirme una copa de licor. Espero durante
varios minutos a que mi guardaespaldas aparezca, porque sé que
lo hará. Su trabajo es mantenerme vigilado las veinticuatro
horas del día. Al fin, después de casi diez minutos, escucho
cómo la puerta del salón se abre y ella entra con la barbilla en
alto y gesto serio.
―Muy bien, ahora que hemos llegado, ¿puedes contestar a
mi pregunta?
―No sé a qué se refiere, alteza ―responde sin apartar su
mirada de la mía.
¿Por qué hace esto? La gente suele agachar la cabeza y
darme la razón en todo. Se supone que ella no debería ser
distinta.
―¿Qué te pasa conmigo? Se supone que debería ser yo el
molesto aquí, no solo he sido acosado por un grupo de locos
furiosos, también he tenido que aguantar tu mal humor durante
todo el camino.
―¿Mal humor? ―Arquea una ceja con chulería, y ese
simple gesto me parece lo más sexi que he visto nunca en una
mujer―. No sé a qué se refiere, alteza. Mi trabajo es mantenerlo
a salvo y aquí está, sin un solo rasguño. No tengo nada más que
añadir.
―¿En serio? ¿Eso es todo? ¿Quién demonios te crees tú que
eres?
Frunce el ceño y da un paso en mi dirección con los puños
apretados a cada lado de su cuerpo.
―Su guardaespaldas, alteza, la misma que le pidió que nos
marcháramos de ese parque en cuanto la situación se torció y a
la que su alteza decidió ignorar.
―¿Eso es lo que te molesta, que no te hice caso a la
primera?
Resopla y puedo ver la furia contenida en su mirada. Me
gusta. Es genuina y muy intensa. «Joder, creo que me estoy
poniendo cachondo».
―Lo que me molesta es tener que tratar a un adulto como a
un niño de diez años. Era peligroso y, aun así, decidió hacer
caso omiso a mis recomendaciones y seguir en aquel lugar solo
para demostrar lo valiente que es. Eso es lo que de verdad me
molesta.
Respira con violencia y esbozo una sonrisa involuntaria al
darme cuenta de que mis primeras impresiones con ella no eran
equivocadas. Luana Costa es distinta a cualquier mujer que he
conocido antes. Acaba de enfrentarse a mí, y no parece en
absoluto arrepentida de ello.
―Muy bien, creo que hemos empezado con mal pie. ¿Qué
tal si probamos de nuevo? ―Estiro mi mano en su dirección y
amplío mi sonrisa―. Yo soy Max, prometo no volver a llevarte
la contraria en lo que respecta a mi seguridad.
Suelta una gran bocanada de aire y me mira entrecerrando
los ojos.
―¿Esto es en serio? ―murmura bajito. Sacude la cabeza de
un lado a otro y resopla―. Encantada, alteza, yo soy Lua.
En cuanto sus dedos tocan la palma de mi mano, soy incapaz
de apartar la mirada de la suya. Su piel es suave y está caliente.
―Muy bien, Lua. ―Me acerco más sin soltar su mano y
saco a relucir mi sonrisa seductora, esa que consigue que las
mujeres me abran sus piernas de par en par―. Me encantaría
decir que eres preciosa, pero la verdadera belleza está en el
interior, y aún no he estado dentro de ti. ¿Qué te parece si
terminamos de conocernos en mi habitación?
Espero durante unos segundos a que reaccione, y cuando
estoy casi seguro de que está a punto de lanzarse a mi boca, veo
cómo echa la cabeza hacia atrás y empieza a reír a carcajadas.
―¿Esto es real? ―pregunta sin parar de reír.
―¿Qué es lo que te hace tanta gracia? ―Suelto su mano y
me cruzo de brazos, frunciendo el ceño.
―Lo de la belleza interior me ha llegado muy hondo
―suelta descojonándose. Espero a que se serene, y cuando
parece recuperar la compostura, suspira y niega con la
cabeza―. Espero que pueda disculparme, alteza. Debo ir un
segundo al baño a retocar mi belleza interior. ―Sin perder la
sonrisa, da media vuelta y sale del salón cabeceando.
―¿Esto de verdad acaba de pasar? ―murmuro sorprendido.
―¿El qué? ―Dirijo la mirada a la puerta y veo a Cris entrar.
―Me ha rechazado ―respondo sin terminar de creérmelo.
―¿Quién?
―Luana, mi nueva guardaespaldas.
―¿Lua?
Lo miro frunciendo el ceño.
―¿La conoces?
―No demasiado, acabo de hablar un rato con ella en el
garaje cuando te fuiste. Parece simpática, y con lo que me
acabas de decir me cae aún mejor. ¿De verdad te ha rechazado?
―Asiento, y sonríe de oreja a oreja―. Pues decidido, será mi
nueva mejor amiga. ―Se acerca y me quita la copa de la mano
para darle un trago―. Aunque, conociéndote, supongo que
también se va a convertir en tu nueva obsesión, ¿no?
―¿Por qué lo dices?
―Vamos, no aceptas una negativa. Estás tan acostumbrado a
que las mujeres se te echen encima, que encontrar a una que no
se abre de piernas nada más verte es como un unicornio, un
mito.
Suspiro y, tras arrebatarle de nuevo el vaso, me bebo el resto
del licor de un trago sin poder dejar de pensar en su reacción.
«Se ha reído en mi cara. Será cabrona… Joder, cómo me pone».
Capítulo 4
Lua
Hace ya dos meses que empezamos con este nuevo trabajo y la
verdad es que, a excepción del incidente en el parque durante mi
primer día, es bastante tranquilo y monótono. Cada mañana me
presento en el palacio y acompaño al príncipe Maximus a
cumplir con sus obligaciones. A veces son simples, como
presentarse en algún evento y estrechar unas cuantas manos,
otras resultan algo más arriesgadas, en especial cuando tiene que
asistir a algún acto público al aire libre. Después, solo volvemos
a palacio y él se entretiene en el gimnasio mientras yo lo vigilo
de cerca. Vale, es posible que lo observe más de la cuenta, pero
¿quién puede culparme por ello? Tiene un cuerpo espectacular,
y los pantalones cortos deportivos le hacen un culo de infarto.
Me sorprende su carácter divertido y simpático en todo
momento, nunca me lo habría imaginado así. Aparte de eso, está
claro que nunca le ha tocado tener que seducir a una mujer, ya
que de vez en cuando suelta alguna frase tonta acompañada de
una sonrisa ensayada que, lejos de despertar mi interés, me
produce risa. Creo que se ha convertido en algo así como un
juego entre nosotros. Él suelta la primera chorrada que se le
ocurre, intentando sonar atrayente y seductor, y yo intento
contener la risa para no ser irrespetuosa.
Las semanas que me tocan el turno de noche son aún más
aburridas. El príncipe Maximus se encierra en su habitación y
yo me quedo en el salón, viendo la tele y dando pequeñas
cabezadas hasta que llega Eric a primera hora para relevarme en
mi puesto, y eso es exactamente lo que me espera esta noche.
―Luana, ¿puedes venir un momento?
Dejo de pegar puñetazos al saco de boxeo y acudo a la
llamada de mi padre. Al llegar a su lado, estiro las manos para
que me ayude a quitarme los guantes y después me tiende una
botella de agua, la cual no tardo en vaciar.
―¿Qué ocurre? ―pregunto, aún con la respiración alterada.
―Nada importante, solo quiero saber qué tal va todo en
palacio.
―Te he pasado todos los informes ―respondo, frunciendo
el ceño.
―Lo sé, hija, pero prefiero escucharlo de tu propia boca.
¿El príncipe se está comportando?
―Sí, es un buen conejito ―contesto, aguantándome la risa.
Papá sonríe, sacudiendo la cabeza de un lado a otro. Sabe
que solemos ponerles apodos a nuestros clientes y no le molesta.
―¿Qué tal Eric? Me ha pedido el día de mañana libre. Carlo
va a sustituirlo.
―Yo puedo hacerlo.
―¿Quieres doblar el turno? ―Me encojo de hombros―.
¿Estás segura? Te necesito activa.
―Las noches son tranquilas en palacio. Puedo dormitar un
poco en el sofá.
―Bien, en ese caso, informaré a Carlo del cambio de
planes. ¿Cómo llevas el entrenamiento?
―Bien, estoy lista. Voy a darles una paliza a esos
descerebrados.
―De eso estoy seguro ―dice, sonriendo de oreja a oreja―.
Me encargaré de rotar los turnos para que tengas un par de días
libres para la competición.
―Genial. ―Echo un vistazo a mi reloj de pulsera y
resoplo―. Debo irme ya. Tengo el tiempo justo para darme una
ducha y llegar al palacio.
―Bien, mantenme informado. ―Da media vuelta para
marcharse, pero vuelve a girarse enseguida―. Por cierto, habla
con tu madre. Anoche me llamó uno de mis contactos en la
policía y me dijo que la pillaron en mitad de la calle desnuda o
algo así. ―Bufo de nuevo―. ¿Es que no va a madurar nunca?
―Si no lo ha hecho hasta ahora, lo dudo. ¿Van a presentar
cargos?
―No, pero si sigue así terminarán procesándola por
escándalo público o, peor aún, atentado a la autoridad.
―Hablaré con ella, pero no prometo nada. Ya la conoces.
―Me encojo de hombros y él se marcha al fin, cabeceando. Por
más que lo intento no soy capaz de contener a mi madre, y no
creo que lo logre jamás.
Decido darme prisa, y poco más de media hora después
estoy acercándome a las enormes puertas del palacio real; me
sorprendo al ver un montón de personas. Esta gente no debería
estar aquí. Empiezo a entenderlo todo cuando soy consciente de
que se trata de un grupo de manifestantes antimonárquicos. No
es ninguna broma. Cada día son más los que están a favor de
abolir la monarquía para dar paso a una república, y sé por Cris,
el chófer del príncipe, que eso es algo que está afectando a la
familia real.
Consigo pasar por el control de la puerta con relativa
facilidad. Ya reconocen mi moto y ni siquiera me hacen
detenerme. Paso de largo y me dirijo al garaje en el que los
empleados dejan sus vehículos. Tras pasar por la sala de
descanso para cambiarme de ropa, ya estoy lista para comenzar
mi larga jornada laboral. Entro en el salón del príncipe sin
llamar a la puerta y encuentro a Cris y Eric sentados en el sofá,
charlando amistosamente. Me cae bien el chófer. He tenido la
oportunidad de hablar con él en varias ocasiones y parece ser un
hombre muy amable y simpático.
―Ya ha llegado la jefa ―dice Eric en cuanto me ve.
Lo saludo con un gesto de mi mano y me cruzo de brazos.
―Ya veo que lo pasáis bien, chicos. ¿Alguna novedad?
―No, ha sido un día tranquilo ―contesta levantándose,
estira la espalda haciendo una mueca con los labios y mueve el
cuello de un lado a otro―. El conejito no ha salido de palacio.
Tuvo que cancelar su agenda por los manifestantes de ahí fuera.
―Los vi al pasar. ¿Llevan ahí todo el día?
―Sí, no se cansan. Vino la policía un par de veces, pero no
pueden echarlos.
―Bueno, entonces supongo que la noche también será
tranquila ―deduzco.
―No te creas ―dice Cris, incorporándose también―.
Vuestro conejito no está de muy buen humor.
Puedo notar cómo contiene la risa. Sé que Cris tiene una
relación muy cercana con el príncipe, hasta me atrevería a decir
que son amigos, incluso los he escuchado bromear en alguna
ocasión.
―¿Qué le pasa? ―inquiero. Los dos hombres se miran entre
ellos y sonríen de manera enigmática―. Vamos, si hay algo que
deba saber, este es el momento.
―Bueno, digamos que hoy han limpiado su habitación muy
a fondo y no parece satisfecho con el resultado ―responde Eric.
―Sigo sin entender.
―Maya se pasó por la habitación del príncipe esta tarde
―dice Cris.
―Vale, ¿y qué?
―Lua, si no te conociera, pensaría que eres una pobre e
ingenua colegiala. ―Eric chasquea la lengua y se cruza de
brazos―. El príncipe y Maya suelen divertirse juntos.
―¿Diver…? Oh… ―Me doy una bofetada mental por ser
tan idiota. No es la primera vez que veo a Maya salir de la
habitación del príncipe a primera hora de la mañana, pero nunca
imaginé… Carraspeo y me encojo de hombros―. Eso no
explica por qué está de mal humor el conejito.
―No lo habrá dejado satisfecho ―masculla Cris riendo.
Pongo los ojos en blanco por su comentario y niego con la
cabeza. Siento cierta decepción al saber que Max, digo… el
príncipe Maximus mantiene relaciones íntimas con sus
empleadas. Supongo que no solo conmigo usa esas frases
ridículas. En fin, tampoco es que me importe.
Escucho cómo la puerta de la habitación del príncipe se abre
y lo veo salir vestido solo con su habitual pantalón corto de
deporte.
―¿Qué pasa aquí? ¿Hay una reunión y nadie me ha
avisado? ―inquiere, frunciendo el ceño.
―Yo ya me iba ―murmura Cris. Me mira de reojo,
diciendo sin palabras un «Te lo dije», y se marcha enseguida.
―Yo también estoy de salida, alteza real ―responde Eric,
agachando la cabeza en señal de respeto―. Volveré pasado
mañana.
―¿Y eso por qué? ―El príncipe se cruza de brazos y me
obligo a apartar la mirada de sus musculosos bíceps antes de
terminar babeando como una imbécil―. ¿Qué ocurre mañana,
es fiesta?
―Yo doblaré mi turno, alteza ―contesto, dando un paso al
frente―. Por la noche vendrá Carlo a sustituirme. Eric necesita
el día libre por asuntos propios.
Asiente y baja los brazos, aunque está claro que sigue de
mal humor.
―Bien, márchate ya. Iré al gimnasio un rato. ―Me pongo a
su lado de inmediato y resopla con fuerza―. No te he pedido
que me acompañes, Lua. Creo que puedo ir solo a mi puto
gimnasio ―sisea.
―Mi deber es ir a donde su alteza vaya ―replico.
―Lo que tú digas ―masculla tras bufar de nuevo. Se va sin
decir ni una sola palabra más y, tras despedirme de Eric con la
mano y poner los ojos en blanco, lo sigo hasta el gimnasio.
Admito que verlo sudado y tensando cada uno de los
músculos de su cuerpo mientras levanta pesas, corre en la cinta
o hace abdominales no es de las peores imágenes que he visto
en mi vida. Vale, puede que incluso me quede mirando
fijamente como una adolescente hormonada y mi propio cuerpo
reaccione ante semejante visión calentándose en cuestión de
segundos. Por suerte, Max no se da cuenta, ya que está
demasiado ensimismado y perdido en sus propios pensamientos.
No sé qué le ocurre. No suele ser tan callado y reservado.
Durante más de una hora ni siquiera me dirige una sola mirada,
una sonrisa ni una palabra, nada. Es muy raro.
Cuando lo veo sentarse en el banco de pesas con la cabeza
gacha y la respiración acelerada, llevada por un impulso, me
acerco y carraspeo para llamar su atención. Alza la mirada y
entrecierra los ojos con extrañeza.
―¿Puedo preguntar qué le sucede, alteza? ―suelto sin
pensar.
―¿Te importa? ―inquiere, arrugando aún más el entrecejo.
«Eso, Lua, ¿te importa? Si es que eres imbécil. ¿Por qué
tienes que preguntarle nada?».
―Parece abatido, y eso no es habitual. ¿Hay algo que pueda
hacer para ayudarlo? ―digo, intentando mantener un tono de
voz neutro y sereno.
―No me conoces, Lua. Ni siquiera te atrevas a fingir lo
contrario ―sisea.
Alzo la barbilla y asiento. «Ahí tienes tu jodida respuesta.
Eso te pasa por meterte donde no te llaman».
―Entiendo. Espero que pueda perdonar mi indiscreción,
alteza. ―Agacho la cabeza y lo escucho bufar.
―No, yo no… ―Se levanta, y lo miro mientras hunde los
dedos en su cabello húmedo por el sudor―. Tengo un mal día,
¿vale? No pretendía ofenderte. Eso solo que… ―Resopla una
vez más y clava su mirada en la mía―. Me siento agobiado
entre estas malditas paredes. Hace dos meses que no salgo de
este maldito palacio más que para acudir a compromisos en los
que tengo que fingir ser alguien que no soy. Necesito…
Respirar. Sí, justo eso, algo de oxígeno.
Por primera vez, desde que llegué aquí, soy consciente de la
vida que lleva este hombre. No se la envidio. Debe ser horrible
no disponer de la libertad suficiente ni para dar un paseo o salir
a tomar algo con un amigo. Pensándolo bien, es una vida triste
la que lleva, y su mirada refleja todo ese pesar que ahora intuyo
que siempre oculta bajo una sonrisa descarada y bromas
estúpidas.
―Yo puedo ayudarlo con eso ―digo, una vez más, sin
pensarlo demasiado.
Frunce el ceño de nuevo y me mira con curiosidad.
―¿A qué te refieres?
―Eh… Bueno, yo podría… ―Chasqueo la lengua y sacudo
la cabeza de un lado a otro. «No lo hagas, Lua. Vas a meterte en
un lío de los gordos. No es problema tuyo», resuena en mi
cabeza, sin embargo, decido hacer caso omiso a mi sentido
común―. ¿Cuánto tarda en darse una ducha y cambiarse de
ropa?
―¿Para qué? ―inquiere.
―Solo conteste, por favor.
―Eh… Unos diez minutos si me doy prisa.
―¿Tiene ropa normal?
Esboza media sonrisa ladeada y, por algún motivo que no
logro comprender, mi corazón empieza a latir con más fuerza al
ser consciente de que he sido capaz de cambiar, al menos un
poco, su estado anímico.
―Define normal.
―No sé, algo que no llame mucho la atención. ¿Vaqueros y
camisa? ―Asiente con la cabeza y empiezo a retroceder de
espaldas hacia la puerta―. Lo veo en el garaje de empleados en
veinte minutos.
―Espera, ¿qué es lo que pretendes?
Soy incapaz de contener una sonrisa, y él me mira de una
forma rara, como si le sorprendiera mi actitud. Tampoco es de
extrañar, creo que se me está yendo la cabeza. Lo que estoy a
punto de hacer podría acabar con mi trabajo.
―En veinte minutos, alteza. No me haga esperar ―digo
antes de salir del gimnasio a toda prisa.

Max
Termino de ponerme la cazadora de cuero marrón y echo un
vistazo a mi imagen en el espejo. Me veo raro. Estoy tan
acostumbrado a usar traje y corbata que me siento incluso
ridículo, pero Lua me pidió que me pusiera vaqueros.
―¿Por qué le haces caso a esa mujer? ―murmuro para mí.
Echo un vistazo a mi reloj y compruebo que ya llego tarde.
Ni siquiera sé qué pretende con todo esto. Estuve a punto de
exigirle que me lo contara, pero entonces me sonrió y fue como
si mi cerebro hubiese entrado en cortocircuito. Tiene una sonrisa
preciosa y me afecta más de lo que soy capaz de admitir.
Suspiro y decido ponerme en marcha.
Recorro los pasillos del ala oeste sin ser visto por nadie y
bajo al garaje por las escaleras de servicio. Al fondo, junto a una
preciosa moto negra tipo Harley, veo a Lua. A cada paso que
doy en su dirección siento cómo mi corazón se va acelerando, y
para qué negarlo, también me estoy poniendo cachondo al ver
cómo esos vaqueros se ciñen a sus torneadas piernas. Nunca
antes la había visto vestida con otra cosa que no fuese su
uniforme, y tengo que admitir que esto es mucho mejor.
―Bonito atuendo, alteza ―dice, señalando mi chaqueta.
Ella también lleva una cazadora de cuero, pero en color
negro, a juego con su camiseta y las botas.
―Lo mismo digo. Por cierto, perdona mi impuntualidad, me
hubiese gustado llegar antes a tu vida ―digo, sacando a relucir
mi sonrisa seductora.
Lua sonríe negando con la cabeza y, una vez más, soy
incapaz de apartar de la mirada de su rostro. Sé que mis frases
son bastante tontas, pero con cada una de ellas consigo mi
objetivo: verla sonreír.
―Vamos, alteza, su carruaje le espera ―murmura,
señalando la moto.
Estoy a punto de señalar que acaba de usar un tono irónico
muy poco común en ella, sin embargo, mi atención se la lleva el
vehículo de dos ruedas que tengo delante. Es una belleza.
―¿La motocicleta es tuya? ―Asiente―. No creí que fueses
del tipo de mujer que anda en moto. Aunque, viéndote bien…
―La repaso con la mirada desde sus botas cortas, pasando por
el roto de la rodilla de su vaquero azul hasta llegar a su cazadora
de cuero―. Sí, tienes toda la pinta.
―Debemos irnos ya o nos lo perderemos.
―¿El qué?
―Ya lo verá ―responde de manera enigmática.
La veo subirse a la moto y, tras quitarle el caballete, arranca
el motor.
―¿Cómo piensas pasar por el control de seguridad sin que
nos vean?
―Póngase esto y no lo reconocerá nadie ―responde,
tendiéndome un casco negro que, al contrario que el suyo, me
cubre por completo toda la cabeza hasta el cuello.
Hago lo que me pide y me subo tras ella, coloco los pies en
las estriberas y sonrío de oreja a oreja mientras aprieto mis
rodillas contra sus muslos y me aferro a su cintura con las
manos. Lua mira hacia atrás con una ceja arqueada al notar mis
dedos bajo su chaqueta, pegadas a la fina tela de la camiseta.
―No quiero caerme ―digo, encogiéndome de hombros.
Una vez más, solo cabecea, como si con ese gesto estuviese
dándome por imposible, y mueve el pie para poner primera y
acelerar con el puño.
Pasamos justo frente a los guardias de seguridad y nos abren
la puerta sin siquiera obligarnos a detener la marcha. Una vez
fuera, siento como si me acabara de sacar un enorme peso de
encima y respiro hondo mientras Lua serpentea entre el tráfico
con seguridad. Me pego más a su cuerpo y noto cómo mi
entrepierna se tensa. Desde el mismo día en que conocí a esta
mujer no he pensado en otra cosa que en follármela. La deseo
tanto que ni siquiera he sido capaz de volver a acostarme con
Maya ni con ninguna otra mujer. Es como si nadie fuese
suficiente, como si solo ella pudiese cumplir con mis
expectativas; sin embargo, empiezo a pensar que no es solo algo
físico. Me gusta la forma en la que no se amilana ante nadie, ni
siquiera conmigo; su olor, ese que ahora mismo inunda mi nariz
provocando que mi polla se endurezca aún más, si es posible.
Joder, estoy obsesionado y tengo que buscar la manera de
meterme entre sus piernas. Me temo que es la única forma de
sacarla de mi sistema.
Capítulo 5
Lua
Detengo la moto y, tras apagar el motor, me remuevo para que
el príncipe Maximus se suelte de mi cintura. Admito que
durante un segundo me he sentido tentada a quedarme muy
quieta y solo disfrutar de la calidez de sus manos sobre mi
camiseta. Esto no ha sido buena idea, y no me refiero solo a la
escapada, también al transporte. Jamás imaginé que sufriría
tanto con cada roce de su pecho contra mi espalda o con la
forma en la que aprieta los muslos contra los míos en las curvas.
Es toda una tentación, una deliciosa y tortuosa tentación que no
necesito en estos momentos de mi vida.
―Hemos llegado ―murmuro tras quitarme el casco y
engancharlo en mi codo.
Acomodo mi pelo suelto sobre el hombro y pongo el
caballete mientras el príncipe baja.
―¿Qué sitio es este? ―pregunta tras quitarse su propio
casco.
Rodeo la moto y me apoyo en el asiento, mirando hacia el
horizonte; justo frente a nosotros tenemos la enorme ciudad a la
que pertenecemos. Bueno, en realidad la ciudad le pertenece a
él, igual que el resto del país.
―Vengo aquí de vez en cuando a respirar un poco de aire
puro ―respondo, encogiéndome de hombros.
A mi espalda, lo escucho inspirar hondo por la nariz, giro la
cabeza y compruebo que está observando minuciosamente el
lugar arbolado y de hierba alta que nos rodea. Entonces clava la
mirada al frente y esboza una pequeña sonrisa.
―Sí que se respira aire puro. No conocía la existencia de
este mirador.
―Mucha gente no lo conoce. Está bastante apartado.
―¿Cómo lo encontraste?
Cierro los ojos y noto cómo la piel se me eriza en cuanto su
aliento impacta contra mi cuello. No sé qué tiene este hombre
que me afecta tanto. Carraspeo para aclarar mi voz e intento
actuar como si no ocurriese nada.
―Mi padre solía traernos aquí a Eric y a mí cuando éramos
niños.
―¿Eric? ¿Te refieres al Eric que yo conozco? ―Asiento―.
¿Tú y él? Me refiero a… ―Chasquea la lengua y lo escucho
inhalar una gran bocanada de aire―. ¿Sois algo?
―Por supuesto, somos compañeros de trabajo y buenos
amigos.
―¿Nada más?
Vuelvo a mirarlo y sonrío levemente.
―A mí me parece suficiente.
―Sí, claro. ¿Qué me dices del otro?
―¿Carlo?
―No, el jefe, con el que viniste el primer día. Me pareció
muy protector contigo, y la forma en la que te miraba…
―Espero que eso no sea verdad porque sería algo muy
asqueroso ―le corto. La forma en la que frunce el ceño con
confusión me hace sonreír aún más―. Es mi padre ―aclaro.
―Oh, eso tiene sentido. ―Sacude la cabeza riendo bajito, y
vuelvo a mirar hacia el frente.
Poco a poco el sol se va escondiendo en el horizonte y el
cielo se oscurece mientras permanecemos en silencio. Puedo
notar cada una de sus respiraciones impactando contra mi cuello
de lo cerca que está, y ese es uno de los motivos por los que
permanezco inmóvil por completo. Temo hacer algún gesto que
pueda ser malinterpretado. «¿Como lanzarte a su cuello y
comerle la boca?», suena en mi cabeza, y sí, eso puede ser.
La noche cae sobre nosotros, enfriando el ambiente, y siento
cómo un par de gotas de lluvia caen sobre mi rostro.
―Deberíamos irnos ya. Creo que está empezando a llover.
Me giro y encuentro al príncipe mirándome con fijeza.
―Solo un ratito más ―susurra sin apartar su mirada de la
mía.
―Creo que no…
―Por favor ―insiste―. Hace mucho tiempo que no
disfruto de un momento como este, aquí, solo con una mujer
hermosa. Es una primera cita perfecta.
―¿Primera cita? ―inquiero, arqueando una ceja.
―Claro. Me has traído en tu moto a ver la puesta del sol a
un lugar apartado. Ahora es cuando nos enrollamos y eso.
Se me escapa la risa y niego con la cabeza.
―Lo siento, alteza, pero eso no va a ocurrir. Tendrá que
conformarse con que lo lleve de vuelta a su palacio.
―¿Ni siquiera un besito de despedida? ―Niego con la
cabeza, sin poder dejar de sonreír, y él chasquea la lengua
contrariado―. Está bien, entonces hagamos algo, en la próxima
cita me encargo yo de planear lo que vamos a hacer.
―Tenemos que volver ―repito.
―¿Tenemos que hacerlo o quieres hacerlo? No nos espera
nadie, Lua. ¿Por qué mejor no me cuentas cosas sobre ti?
―¿El qué?
―No sé. ¿Tienes novio? ―Vuelvo a reír y niego con la
cabeza―. Genial, ahora van dos preguntas seguidas. ¿Quieres
un novio? ¿Puedo presentarme como candidato?
―Creí que los príncipes no podían tener relaciones que no
fuesen aprobadas por la familia real.
―¿En serio? ¿Quién te ha dicho eso? Sí que podemos tener
relaciones, siempre y cuando la familia real no se entere. Por
cierto, no has contestado a mis preguntas.
Sacudo la cabeza, dándolo por imposible al ver la sonrisa
pilla que se dibuja en su rostro.
―No y ni en broma.
―Auch, acabas de romperme el corazón ―bromea,
colocando su mano en el centro del pecho―. Eres una mujer
única y peculiar, Lua.
―Se equivoca, alteza. Solo soy una chica normal a la que
no le gusta meterse en problemas.
―¿Puedes hacerme un favor? ―inquiere, mostrando de
nuevo su sonrisa seductora.
―Depende del favor.
―Llámame Max.
Niego con la cabeza de inmediato.
―Eso va contra las reglas, alteza. Usted es el príncipe y …
―Sé exactamente quién soy y conozco el protocolo, pero
nadie tiene por qué enterarse. Al menos cuando estemos solos,
me gustaría que me tutearas. ¿Podrías hacer eso por mí?
Inspiro hondo por la nariz y alzo la mirada a sus ojos.
«Sigues hundiéndote cada vez más, Lua».
―Está bien, Max. Ahora tenemos que regresar a palacio
antes de que alguien se dé cuenta de que no estás.
―Nadie lo va a notar. Sabes eso tan bien como yo. Hace dos
meses que te encargas de vigilarme, ¿te has cruzado con alguien
más aparte del servicio? ―Niego con la cabeza―. Pues eso,
además, a estas horas ya estarán cenando y después se irán a la
cama. Quedémonos un poco más. Estoy a gusto aquí.
―¿Y la lluvia? ―pregunto, señalando al cielo, que cada vez
se oscurece más. No tardará en caer una buena tormenta de
agua.
―¿Qué pasa con ella? No tengo miedo a mojarme. ¿Tú sí?
―No me apetece demasiado, la verdad.
Rodea la moto para colocarse a mi lado y sonríe, enseñando
los dientes.
―No seas aguafiestas. Piensa que es de las pocas
oportunidades que tengo para salir de mi prisión. Algo así como
un permiso temporal antes de volver a la celda en la que vivo a
diario.
Suspiro con fuerza y decido dejarlo estar. Supongo que
puedo darle al menos unos minutos más. Vuelvo a mirar al
frente. Ya casi no hay luz, aunque las luces de la ciudad se ven
claras desde nuestra posición. De pronto, un enorme rayo cruza
el cielo y doy un respingo al escuchar el sonido de un trueno,
que hace vibrar la tierra bajo nuestros pies. En cuestión de
segundos empieza a caer sobre nosotros una intensa cortina de
agua helada.
―¡Mierda! ¡¿Podemos irnos ya?! ―grito para que pueda
escucharme.
―¡Sí, vamos!
Me subo a la moto a toda prisa y arranco el motor. Con los
cascos puestos, Max se sujeta a mi cintura y me incorporo a la
pista de tierra, que empieza a estar embarrada, para descender la
montaña.
Veinte minutos después, conduzco por las inundadas calles
de la ciudad, con la ropa empapada y pegada al cuerpo y
temblando de frío. La visibilidad es casi nula y no soy capaz de
avanzar con rapidez. En una curva, la rueda trasera derrapa en
un charco y la moto da un bandazo violento que casi nos saca de
la carretera. Me detengo por completo y me giro hacia atrás.
―¡¿Estás bien?! ―grito.
―¡Sí! ¡Vayamos a algún lado hasta que pare la lluvia!
―Asiento y retomo la marcha con cuidado.
Pienso en algún lugar en el que poder resguardarnos de la
tormenta y no se me ocurre nada. Estoy helada y daría cualquier
cosa por una ducha caliente y cambiarme de ropa. «Ni lo
pienses, Lua. Ya te has metido en bastantes líos esta noche».
Chasqueo la lengua, y una vez más hago caso omiso a mi
sentido común y pongo rumbo a mi apartamento.
Max
Me extraño al ver que Lua se mete en un garaje subterráneo
que parece residencial. Esperaba que nos llevara a un sitio más
público, pero no voy a quejarme. Al menos aquí tenemos un
techo donde resguardarnos de la lluvia. A pesar del frío, siento
cierto estado de euforia en mi interior. Esto es divertido e
inesperado, algo fuera de mi realidad.
Lua apaga el motor y gira medio cuerpo tras quitarse el
casco. Su pelo castaño está pegado a su frente y tiene la cara
empapada. Incluso así, es una de las mujeres más bellas que he
visto en mi vida.
―Baja ―ordena.
Se me escapa una sonrisa y hago lo que me pide. Me
encanta que ya no me trate de usted, aunque admito que esa
forma tan suya de llamarme alteza también me pone bastante.
―¿Dónde estamos? ―pregunto, sacudiendo el exceso de
humedad de mi cabello.
Lua saca las llaves del contacto y deja ambos cascos sobre la
moto.
―En un garaje.
―Eso ya lo había notado, pero ¿a quién pertenece? ¿Vive
algún conocido tuyo en el edificio?
―Vivo yo en el edificio. Vamos. ―Empieza a caminar y me
quedo mirándola sin poder seguirla. ¿Me ha traído a su casa?
¿Por qué? Tal vez quiera… Oh, sí, si eso es lo que quiere no
opondré ninguna resistencia.
Corro para alcanzarla y juntos entramos en un ascensor que
nos lleva a la tercera planta. Durante el trayecto, ninguno dice
nada. La verdad es que no estoy muy seguro de cuáles son sus
intenciones, tampoco quiero hacer o decir nada que la asuste.
Puede que solo esté siendo amable. Su casa estaba más cerca y
decidió que era un buen sitio para resguardarnos de la tormenta.
Las puertas se abren y Lua sale sin esperarme. La sigo y
aguardo a que abra la puerta. Entra, y yo con ella. En cuanto las
luces se encienden, miro a mi alrededor con curiosidad. Es un
apartamento pequeño, pero muy ordenado. Desde donde me
encuentro puedo ver todo el salón y parte de la cocina.
―Bonito lugar ―susurro.
―Gracias. ―Se quita la cazadora y lo tomo como una
invitación a hacerlo yo también―. Voy a buscar un par de
toallas. Si quieres, puedes darte una ducha caliente y meto tu
ropa en la secadora.
―¿Quieres que me desnude? ―pregunto, arqueando una
ceja.
―En el baño, tú solo ―aclara.
―Eso es menos divertido de lo que yo había pensado
―bromeo. La forma en la que frunce el ceño me hace ver que
no le está haciendo mucha gracia mi actitud, de modo que
decido cambiarla. Tampoco quiero que se sienta incómoda―.
Aceptaré esa ducha. Después de ti, claro.
―Tengo una ducha en el baño de mi habitación. No suelo
usar el otro. Iré a buscar esas toallas.
Asiento y la veo irse sin decir nada más. Pocos segundos
después regresa con dos toallas, las cuales me tiende. Se me
queda mirando de brazos cruzados y no puedo evitar desviar la
vista a la forma en la que su camiseta mojada se pega contra su
torso, dejando a la vista el contorno de unos pechos redondos y
firmes que daría cualquier cosa por llevarme a la boca. Lua
carraspea para llamar mi atención y sonrío como un niño que
acaba de ser pillado haciendo una travesura.
―Si me dices dónde está el baño…
―Al fondo del pasillo. ―Señala una puerta y asiento―.
Cuando termines, trae tu ropa y la meteré en la secadora.
Me marcho y no tardo en encontrar el baño. La verdad es
que la impresión que tuve al entrar es acertada, el apartamento
es bastante pequeño. Aparte del baño, solo he visto una puerta
más que supongo que pertenece a la habitación de Lua. Me
quito la ropa y paso cinco minutos bajo el agua caliente. No
pierdo tiempo en rebuscar entre los cajones ya que, tal como ella
dijo, no acostumbra a usar este baño. Con solo una toalla
rodeando mi cintura, descalzo y con mi ropa mojada bajo el
brazo, vuelvo al salón y descubro que Lua aún no está aquí.
No sé por qué me siento tan inquieto y excitado a la vez, y
no excitado en plan sexual, bueno, eso un poco también, pero lo
que noto es euforia y algo parecido al vértigo, como esa
sensación que te invade cuando te subes a una montaña rusa.
Quieres que se detenga y al mismo tiempo lo estás disfrutando
tanto que no deseas que termine nunca.
Suspiro con fuerza y me pongo en marcha. Voy a aprovechar
estos momentos a solas para fisgar un poco entre sus cosas. Sí,
ya sé que está mal, pero cualquiera en mi lugar haría lo mismo.
Necesito saber más sobre la mujer que me tiene tan fascinado.
Dejo la ropa sobre la barra de desayuno que divide la cocina de
la sala de estar y me muevo por la estancia, mirando las
estanterías repletas de libros. Saco alguno y le echo un vistazo al
título antes de devolverlo a su lugar. Está claro que Lua no es de
las que se obsesionan con un solo género, aquí los hay para
todos los gustos: desde grandes clásicos de la literatura hasta
novelas románticas. Llego a una de las baldas y sonrío de forma
pícara al ver que se trata de varios ejemplares de lo comúnmente
llamado literatura erótica. No conozco a los autores, pero solo
con imaginar a Lua sola, sentada en el sofá que tengo a mi
espalda, leyendo uno de esos libros, siento cómo mi entrepierna
se endurece. Como si no fuese bastante para mi alterada libido,
cojo uno de los libros, lo abro por una página al azar y empiezo
a leer.
Con un gruñido, la alzo en brazos y la coloco sobre la
encimera de la isla, hundo mi boca en su cuello y lo
mordisqueo. Raven mueve sus manos buscando contacto con mi
piel, levanta mi camiseta y acaricia mi abdomen mientras sigo
dándome un jodido festín con la piel de su clavícula y hombros.
Entonces recuerdo sus labios, lo apetecibles que son y cuántas
veces he deseado besarlos y morderlos. Dejo un reguero de
saliva por su mejilla y clavo mis dientes en su labio inferior. Un
pequeño gemido reverbera contra mi boca y mi polla palpita
buscando atención. Necesito acelerar esto ya mismo.
Yo mismo me quito la camiseta. Sus manos van a parar a mi
pecho, y con un sencillo y rápido movimiento de dedos
desabrocho su sujetador. Estoy a punto de babear al ver sus
pechos, son perfectos, redondos, tersos, en tono moreno como el
resto de su piel. Acaricio sus pezones con ambos pulgares y
siento que su mano se desliza por mi vientre hasta llegar a mi
entrepierna. Justo en el momento en el que mi boca hace
contacto con uno de sus pezones, se cuela en el interior de mi
pantalón de algodón y sujeta mi polla con el puño. Siseo de
puro placer y…
Una mano aparece frente a mí y cierra el libro de golpe.
―Mierda ―susurro, tragando saliva con fuerza.
―¿Qué estás haciendo? ―La miro e intento ocultar la
enorme erección que me han provocado unos cuántos párrafos
leídos.
―Yo no… ―Resoplo con fuerza, y sin poder remediarlo mi
mirada se desliza por su cuerpo. Lleva puesta una camiseta larga
que le llega hasta mitad de los muslos, y, aunque casi podría
apostar que hay un pantalón corto oculto debajo, prefiero pensar
que no es así―. Bonitas piernas ―mascullo sin perderlas de
vista. Alzo la mirada a su rostro y esbozo una sonrisa ladeada―.
¿Sabes dónde quedarían genial? Sobre mis hombros.
Me divierte la forma en la que rueda los ojos y vuelve a
colocar el libro en su lugar. Se gira y no pierdo de vista esas
preciosas piernas que se contonean con cada uno de sus pasos.
Necesito tenerlas alrededor de mi cintura mientras… «Mierda,
Max, cálmate». Tomo una gran bocanada de aire y la sigo.
―Voy a meter esto en la secadora ―informa, cogiendo mi
ropa de la encimera―. ¿Quieres un café o un té? Aún sigue
lloviendo y la ropa tardará en secarse más de una hora.
Tendremos que matar el tiempo con algo.
―Yo tengo unas cuantas ideas ―murmuro para mí.
―¿Has dicho algo? ―Se gira para mirarme y me obligo a
serenarme un poco.
―Café está bien.
―Vale, lo preparo enseguida.
―Puedo hacerlo yo.
Frunce el ceño y puedo ver cómo sus comisuras se estiran
un poco, como si intentara contener una sonrisa.
―¿Sabes poner una cafetera? ―Me encojo de hombros. No
lo he hecho nunca, pero tampoco puede ser tan difícil, ¿no?―.
Vale, todo tuyo.
Se marcha por una puerta que hay a un lado de la cocina y
rodeo la barra para dirigirme a la cafetera. Varios minutos
después, sigo peleándome con el filtro y no soy capaz de que el
maldito artefacto se ponga en marcha. Escucho una risa a mi
espalda y me doy la vuelta con los brazos en jarra.
―¿Necesitas ayuda con eso?
―Por favor ―resoplo.
Lua sonríe, y al pasar a mi lado no puedo evitar respirar
hondo para inhalar su aroma. Es lo más dulce que he olido
nunca, y me tiene obsesionado. Alguien debería embotellar ese
olor y venderlo. Estoy seguro de que se haría millonario.
―Esto ya está. ¿Quieres que te busque algo de ropa?
―Señala mi torso desnudo y niego con la cabeza.
―Yo estoy cómodo así. No hace frío.
―Eso es porque he subido la temperatura del termostato.
Puedo rebuscar en mi armario, seguro que hay algo de Eric por
ahí.
Mierda. Ese Eric otra vez. A pesar de haberlo negado en el
mirador, sé que hay o hubo algo entre ellos. La forma en la que
ese hombre la mira no es como a una amiga o compañera. La
desea, lo sé, puedo reconocer esa mirada en mí mismo cuando
estoy con ella.
―Dijiste que no había nada entre vosotros, pero tienes ropa
suya en tu armario ―murmuro.
Arruga el entrecejo y niega con la cabeza.
―Yo no miento, Max. Solo somos buenos amigos. Tuvimos
una historia, pero terminó hace tiempo. Eric vive con su
hermano, al que le encanta montar fiestas ruidosas que duran
toda la noche. A veces se queda a dormir aquí cuando yo hago
el turno de noche en el palacio.
―Entiendo.
―¿Quieres que busque esa ropa o no?
―¿Tienes algún problema en que me pasee en pelotas por tu
apartamento?
―Si no lo tienes tú… ―masculla antes de dirigirse de
nuevo al salón.
Sonrío por su respuesta y la sigo. Me encanta que le reste
importancia a algo que sé a ciencia cierta que le afecta. No soy
imbécil, he notado la forma en la que me mira a veces. Sé que la
atracción que siento es correspondida, sin embargo, sigue
resistiéndose a algo que ambos deseamos, y no entiendo sus
motivos.
Me siento en el extremo opuesto del sofá y acomodo mi
endurecida entrepierna bajo su atenta mirada.
―No me estoy rascando, solo intento ponerme cómodo.
―Ya veo ―susurra, sin perder de vista el lugar donde la
toalla se eleva debido a mi estado de excitación.
―Esto es culpa de ese libro guarro que tienes en tu
estantería. Hablando de eso, ¿sueles leer ese tipo de libros a
menudo? ―Sonríe de nuevo y niega con la cabeza―. ¿Qué es
lo que tienes en la cara?
―¿El qué? ―Señalo su rostro frunciendo el ceño.
―Es… Me parece… Sí, estoy casi seguro de que se trata de
una sonrisa.
―Siento curiosidad. ¿De verdad te funcionan esas frases
cutres para ligar con las mujeres?
Suelto una carcajada. Lo que yo digo. Es una mujer única.
―En realidad, nunca me han hecho falta. Suelo tener buena
mano con las chicas. Les ofrezco una noche de pasión
inolvidable y no necesito más. Tú eres la única que se me
resiste.
―¿Ahora intentas que me sienta especial? ―pregunta sin
perder la sonrisa.
―Lo eres. Prueba de ello es que aún no estás desnuda bajo
mi cuerpo y gimiendo de puro placer.
Vuelve a sacudir la cabeza de un lado a otro y decido
acercarme un poco más.
―Alto ahí. ―Estira su brazo para detener mi avance y
frunce el ceño―. Quiero que tengas clara una cosa, Max. Te he
traído a mi casa, sí, y también he accedido a tutearte, pero eso
no significa nada. Vamos a tomar un café tranquilos, y en cuanto
tu ropa esté seca y deje de llover, regresaremos a palacio y todo
volverá a la normalidad. No va a suceder nada más, ¿entendido?
―¿En serio crees que yo pensaba…? Ni se me ocurriría.
―Me echo hacia atrás y sonrío de oreja a oreja―. Estaba
pensando en preguntarte si te apetece jugar a las cartas o algo
así.
―Ya, claro ―murmura con sarcasmo.
―En serio. ¿Tienes juegos de mesa? Soy muy bueno con las
cartas. Juguemos al póker. O, mejor aún, al strip poker.
―Si pierdes una mano te quedarás completamente desnudo,
y no tengo ganas de que restriegues tu trasero real sobre mi sofá.
Río de nuevo por su comentario. Me sorprende la capacidad
de esta chica para soltar esas respuestas ingeniosas a cada
momento. La miro en silencio y soy consciente de que me gusta,
me gusta de verdad, y eso no puede ser bueno.
Capítulo 6
Lua
―Siempre he querido tener un perro.
Alzo la cabeza y lo miro, frunciendo el ceño. Hemos pasado
varios minutos en silencio, bebiendo cada uno de su taza sin
siquiera mirarnos. No entiendo a qué viene ese comentario
ahora.
―¿A qué te refieres? ¿Vas a soltar otra de tus frases cutres?
Se encoge de hombros, y tras dejar la taza sobre la mesa
baja, sube una de sus rodillas flexionada al sofá y se gira para
mirarme de frente.
―Ahora mismo no. Hablo en serio, me encantan los perros
y siempre quise tener uno.
―Según sé, tenéis unos cuantos en palacio.
―Ya, pero no de esos. Quiero un perro de verdad, de esos
que se suben al sofá y arañan las puertas. A veces me imagino
viviendo en un sitio como este. ―Suspira y mira a su
alrededor―. Eres una afortunada.
―Si lo que quieres es tener una mascota en el interior, será
mejor que te busques un apartamento. Ni siquiera me imagino lo
que diría la reina si se te ocurriera meterlo en el palacio.
Suelta una carcajada y yo también río. Aún no he tenido la
ocasión de coincidir con ningún otro miembro de la familia real,
sin embargo, la fama de la reina Eloise la precede. Los
empleados hablan, y lo que dicen sobre el carácter frío y snob
de la reina son verdaderas perlitas.
―Cierto, la reina pondría el grito en el cielo. Supongo que
eso solo me hace desearlo aún más.
Dejo mi taza vacía junto a la suya y yo también me pongo
cómoda en el sofá, girándome hacia él.
―¿Por qué simplemente no lo haces? Compra un
apartamento y múdate con un perro, un gato o una zarigüeya. Lo
que te dé la gana. No es que no puedas permitírtelo. La mayoría
de borregos de este país lo vería como un uso aceptable de los
fondos públicos. ―Al darme cuenta de lo que acabo de decir y
el tono que he usado, me tapo la boca con la mano y niego con
la cabeza―. ¡Mierda! Lo siento. Yo no quería…
Max sonríe de oreja a oreja y niega con la cabeza.
―¿Eres republicana? ―inquiere entre sorprendido y
divertido.
―Yo no he dicho eso.
―No hace falta que lo digas. La forma en la que te has
expresado ha resultado muy reveladora. ¿Lo eres?
Suspiro con fuerza y me encojo de hombros.
―Nunca me ha interesado meterme en temas políticos.
―Sin embargo, habrás votado alguna vez, ¿no?
―Asiento―. ¿A los republicanos?
―Eso es secreto. Nadie puede obligarme a decirlo.
―No te estoy obligando, Lua, solo pregunto. ¿No vas a
contestarme? ¿Qué es lo que piensas de la monarquía?
Tomo una gran bocanada de aire y clavo mi mirada en la
suya. «Si es que tienes una bocaza, bonita».
―¿Quieres que sea totalmente sincera?
―Por supuesto. ―Se inclina hacia delante y espera
expectante mi respuesta.
―Creo que la monarquía actual es un conjunto de pura
hipocresía y costumbres retrógradas. El pueblo no necesita a un
puñado de señoritos que se dediquen a estrechar manos y fingir
que son perfectos, necesita a alguien que luche por sus derechos
laborales, educativos y económicos.
―¡Eres republicana! ―exclama, empezando a reír a
carcajadas. Espero a que se tranquilice y me mira, negando con
la cabeza―. Esto sí que es interesante. Supongo que no sueles
expresar a menudo tus inquietudes, ya que, de ser así, no habrías
conseguido este trabajo.
―Ya he dicho que la política no me interesa. Prefiero
mantenerme al margen de todo eso. Además, mis pensamientos
o inquietudes, como tú los llamas, solo me conciernen a mí.
Tampoco es que sea una radical dispuesta a salir a la calle con
una pancarta para insultar a la familia real.
―Pero tampoco estás en contra de quien lo hace, ¿no?
Me encojo de hombros y evito decir que ir en contra de esas
personas significaría tener que renegar de mi propia sangre.
―Cada persona es dueña y consecuente de sus propios
actos.
―Esa es una contestación muy evasiva ―señala.
―Es lo máximo que sacarás de mí ―replico, encogiéndome
de hombros.
Max sigue sonriendo y sacude la cabeza de un lado a otro.
―¿Es normal que aún me gustes más después de saber esto?
Chasqueo la lengua, poniendo los ojos en blanco.
―Max, a ti te gustan todas. Da igual cuáles sean sus ideas
políticas, signo del zodíaco o nacionalidad.
―Te equivocas ―susurra. Se acerca más, hasta que su
rodilla se pega a la mía, y sigue con la mirada fija en mi
rostro―. Me ponen muchas mujeres, eso no lo voy a negar, pero
gustar, solo me gustas tú.
―¿Esa es otra de tus frases para ligar? Deberías hacer un
manual o algo. Seguro que te forras vendiéndolo.
―Ya estoy forrado, ¿recuerdas? ―Estira su mano y acaricia
mi antebrazo con delicadeza―. Lo digo muy en serio. Creo que
me estoy obsesionando contigo.
Contengo el aliento al notar cómo su dedo índice recorre mi
piel hasta llegar a la parte interna del codo. Me estremezco bajo
su atenta mirada, y por un segundo me siento tentada. ¿Qué
pasaría si me dejo llevar y disfruto de lo que este hombre me
ofrece? ¿Cuáles serían las consecuencias? «Serías una más en su
lista de conquistas. Otra Maya». Decido hacerle caso a mi
sentido común y me aparto bruscamente. Me pongo en pie y
recojo las tazas de la mesa.
―¿Quieres otro café? Voy a comprobar si la secadora ya ha
terminado. Te traigo otro café. Sí, eso haré. ―Me muevo de un
lado a otro con nerviosismo y evitando mirar en su dirección.
―A la secadora aún le falta media hora ―le escucho decir.
―Sí, ya, pero igual… ―Resoplo y sacudo la cabeza.
―Lua, ¿te he puesto nerviosa? ―Su voz denota cierto tono
divertido.
―¡No! ¡¿Nerviosa?! ¡Qué va! ―Río para intentar disimular,
aunque soy consciente de que estoy haciendo todo lo contrario.
Decido irme antes de seguir haciendo el ridículo. Entonces
me doy la vuelta con prisa y choco contra él. No sé cuándo se ha
levantado ni qué hacía a mi espalda, pero esto no me gusta.
Resoplo y alzo la mirada hacia su rostro.
―No pretendo incomodarte. Sé que esto no se me da nada
bien. La verdad es que nunca antes me había tocado tener que
seducir a una mujer, me está costando cogerle el ritmo.
Suspiro y bajo los brazos.
―¿Por qué quieres seducirme a mí? Hay un montón de
mujeres dispuestas a dar un brazo a cambio de cinco minutos de
tu atención. Yo no soy así.
―Y justo por eso es por lo que me tienes tan jodidamente
deslumbrado. Eres distinta a todas las demás.
Su mano va a parar a mi mejilla y esboza su habitual sonrisa
ladeada. Por primera vez, ese gesto no me parece forzado ni
ridículo, al contrario, es sexi y no puedo dejar de mirarlo. Su
rostro se va acercando al mío despacio, y soy consciente de lo
que está a punto de ocurrir. Quiero que pase y al mismo tiempo
tengo ganas de salir corriendo. Esto no va a traer nada bueno,
estoy segura de ello.
―¿Qué haces? ―pregunto justo cuando sus labios están a
punto de posarse sobre los míos.
Max se aparta unos centímetros y su sonrisa se amplía.
―Voy a darte un beso, y si no te gusta, pues me lo
devuelves.
―Esa es una frase de mier… ―Antes de que pueda
terminar, su boca se estrella contra la mía y siento cómo sus
brazos me rodean y me atraen hacia su cuerpo.
Podría hacerme de rogar un poco, apartarlo de mí y pedirle
que no vuelva a hacer algo así jamás, sin embargo, ni siquiera
me resisto un poquito. Dejo que su lengua se introduzca en mi
boca y abro las manos para dejar que las tazas vayan a parar al
suelo antes de rodear su cuello con ambos brazos. Max se deja
caer de espaldas en el sofá, arrastrándome con él, y sujeta mis
piernas para dejarme sentada a horcajadas sobre su regazo. Su
boca abandona la mía y enreda los dedos en mi cabello, tirando
de él para echar mi cabeza hacia atrás.
Un vergonzoso gemido, mezcla entre dolor y placer, sale de
lo más profundo de mi garganta cuando noto la dureza de su
miembro debajo de mí justo al mismo tiempo que sus dientes se
clavan en mi cuello.
―Llevo demasiado tiempo deseando esto ―susurra antes de
lamer y besar el lugar exacto que acaba de maltratar.
Sus manos van a parar a mi trasero y me atrae con fuerza,
elevando las caderas. Vuelvo a gemir por el roce de su erección
en mi sexo y siento cómo sus manos se deslizan por mis
costados hasta llegar al borde de mi camiseta, que no tarda en
levantar, dejando mi cuerpo cubierto tan solo con el sujetador y
los finos shorts de algodón. Su rostro aparece frente a mí
mientras amasa mis pechos y los libera de su encierro de tela.
Me mira, como pidiéndome permiso para continuar, y suspiro
con fuerza. A modo de respuesta, solo me mezo sobre él,
volviendo a ejercer presión con mi sexo sobre su erección, y
esta vez es Max el que gime en alto. Debería parar esto, eso es
algo que tengo muy presente, pero no puedo, o tal vez no
quiero. Sinceramente, ya no estoy segura.

Max
Está ocurriendo. Lo que llevo semanas deseando al fin está
pasando, y ni siquiera sé cómo actuar al respecto. Tal vez
debería ir despacio y disfrutarlo segundo a segundo, sin
embargo, con cada uno de los movimientos de Lua sobre mí, mi
miembro palpita y se hincha aún más, advirtiéndome de que el
final está cerca. Nunca antes había estado tan excitado, y temo
no dar la talla. ¿Cómo de catastrófico sería que acabara antes de
tiempo? No, eso es inaceptable.
Me esmero lamiendo y mordisqueando sus pezones. Lua
gime y sus dedos se enredan en el cabello de mi nuca, tirando de
él. Me encantaría tumbarla de espaldas en el sofá y solo
observar su rostro mientras disfruta de lo que le estoy haciendo,
pero no puedo, no ahora, no cuando estoy tan al límite de mi
propia liberación. Doy una última lamida a su pezón e intento
centrarme en la tarea de hacer que ella se corra y olvidar mi
propio placer. Introduzco la mano en el interior de su pantalón
corto y con solo un pequeño roce en sus humedecidos pliegues
mi miembro da una sacudida violenta que está a punto de
hacerme perder el control.
―Max ―jadea, moviendo la cadera en círculos para seguir
rozándose contra mis dedos.
Sus gemidos van en aumento y me veo obligado a apretar
los dientes y respirar lento por la nariz para tranquilizarme.
«Aguanta. Aguanta. Aguanta». Mierda, esto no funciona. Plan
B. La aparto con más fuerza de la que pretendía y se pone en
pie. Evito mirar su rostro. Solo tiro de su ropa hacia abajo hasta
tenerla completamente desnuda frente a mí. «Mierda, esto no
ayuda».
Bufo y abro la toalla que rodea mis caderas antes de volver a
colocarla sobre mi regazo. No lo pienso demasiado, guío mi
miembro a su hendidura y, con una mano en su cadera,
acompaño el movimiento cuando se ensarta por completo en mí.
Siseo de puro éxtasis al notarla tan húmeda, caliente y apretada
a mi alrededor. Sus manos van a parar a mi pecho y clava las
uñas en mi piel mientras se mueve de delante hacia atrás.
«Aguanta». Su boca busca la mía y me centro en saborearla, en
sacar de su saliva toda esa dulzura que inunda mi paladar.
Entonces lo noto, su interior se estrecha y un gemido muere en
mi boca. Sus caderas se mueven aún con más fuerza y cierro los
ojos, poniendo todo mi esfuerzo en contener lo inevitable. «Solo
un poco más. Está cerca». «Aguanta».
―Mierda, no, no, no ―susurro al sentir cómo un latigazo de
placer recorre mi columna. Lua detiene sus movimientos,
aunque ya es demasiado tarde. Todo mi cuerpo se tensa y me
corro con más intensidad que nunca. Entierro el rostro en su
cuello y jadeo mientras me vacío en su interior―. Lo siento. Yo
no… ―Resoplo y, aún sin aliento, me aparto para mirarla a los
ojos.
―¿En serio? ―murmura jadeante.
La beso y pego mi frente a la suya.
―Dame cinco minutos, deja que me recupere y… ―Antes
de que pueda terminar la frase, escucho el sonido estridente de
un teléfono móvil y Lua chasquea la lengua. Intenta levantarse,
pero la sujeto contra mí―. ¿Dónde vas?
―Tengo que atender esa llamada. Puede ser importante.
―Lua, esto nunca me había sucedido. Si me dejas, te lo
puedo compensar ―replico.
―Da igual. ―Se pone en pie y me quedo mirando cómo se
aleja desnuda. Echo la cabeza hacia atrás y resoplo contrariado.
―Genial, tío, lo has hecho genial ―murmuro para mí.

Lua
Mi idea original era atender la llamada cuando llegara al
baño, pero al ver el número de mi padre en la pantalla no tardo
ni dos segundos en encender todas las alarmas en mi cerebro. Es
posible que… ¡Mierda, se me va a caer el pelo!
―¡Papá! ¡Hola, ¿cómo estás?! ―pregunto con más
entusiasmo del que debería.
―Lua, ¿dónde estás?
Entro en el baño, y con solo echar un vistazo al espejo soy
consciente de la burrada que acabo de cometer. Mis mejillas
están enrojecidas y aún tengo las marcas de sus dientes en mi
cuello. Además del calentón que llevo encima por no haber
podido correrme.
―Eh… ―Pienso a toda prisa una excusa, pero no se me
ocurre nada, así que opto por mentir de forma descarada―. En
el palacio. ¿Dónde voy a estar si no?
La línea se queda en silencio durante unos segundos y niego
con la cabeza. Me ha pillado, seguro.
―Sí, claro. ―Suelto todo el aire que ni sabía que estaba
conteniendo―. Voy a mandar a Carlo a sustituirte. Necesito que
vengas cuanto antes.
―¿Qué pasa? ―pregunto, empezando a preocuparme. No
me gusta nada el tono que está usando.
―Es tu madre, cariño.
―¡¿Qué?! ―Abro mucho los ojos y un nudo de angustia se
instala en mi garganta―. ¡¿Está bien?! Papá, ¡¿qué ocurre?!
―Tranquila, no te preocupes. Acaba de llamarme mi amigo
de la comisaría. La han detenido por alterar el orden público. Se
encuentra bien, pero hay que ir a recogerla, y si voy yo solo no
garantizo que pueda sacarla de allí. Es probable que termine
pidiéndole a la policía que la encierren de nuevo y tiren la llave
al fondo del mar.
―Mierda ―susurro, aunque siento cierto alivio al saber que
se encuentra bien―. Eh… Vale. ¿Cuánto tardará Carlo?
―Voy a llamarlo ahora. Supongo que en menos de media
hora estará por ahí.
Miro la hora en mi reloj. Si salimos ya mismo, es posible
que lleguemos a tiempo a palacio. Dejo a Max allí y, en cuanto
llegue Carlo, me marcho.
―Perfecto. Pásame la ubicación de la comisaría por
mensaje y nos vemos allí.
―Así lo haré. Hasta ahora.
―Adiós.
Cuelgo la llamada y me llevo las manos a la cabeza. No
entiendo cómo he terminado metida en este lío. Se supone que
tendría que estar en el palacio, cumpliendo con mi trabajo y no
tirándome al príncipe en mi apartamento. «Joder, Lua. Ahora sí
que la has liado». Siento humedad entre mis muslos y bajo la
mirada contrariada. Incluso en eso he sido una total
irresponsable. Ni siquiera le he dicho que se ponga un
preservativo. Me meto en la ducha y me doy un agua rápida
antes de pasar por mi habitación y vestirme a toda prisa. No me
permito pensar demasiado en lo que ha sucedido esta noche ni
en los motivos que me han llevado a ello. Solo actúo en modo
automático. Vuelvo al salón y descubro que Max aún sigue en la
misma posición que lo dejé hace unos minutos.
―¿Qué sucede? ―pregunta, frunciendo el ceño al verme
vestida―. Creí que…
―Tenemos que irnos ―informo cortándolo. Salgo disparada
hacia el cuarto de lavado, y tras recuperar su ropa de la
secadora, regreso al salón y se la lanzo encima―. Aún está un
poco húmeda, pero no hay tiempo para más.
―¿Se puede saber qué bicho te ha picado? Lo estábamos
pasando bien.
―No, en realidad, tú lo pasaste bien. Yo me quedé con las
ganas ―replico en un tono más duro de lo que pretendía.
Tal vez me esté comportando como una perra. Tampoco es
algo de otro mundo, y si le hubiese dado la oportunidad… En
fin. Prefiero ser la mala y que haga lo que le digo de una vez
antes de tener que darle más explicaciones. La forma en la que
su mirada cambia a una mucho más dura, y empieza a vestirse
en silencio y con la mandíbula apretada, demuestra que estaba
en lo cierto. Lo he ofendido y prefiere no seguir insistiendo.
Bien, eso acelera las cosas y, con un poco de suerte, llegaremos
a tiempo.
Sin decir ni una palabra más, me dirijo a la puerta y lo
escucho a mi espalda. Salgo del apartamento y él me sigue hasta
el ascensor. De reojo, veo cómo termina de abrocharse la camisa
y se pone la cazadora con cara de pocos amigos. Está furioso, o
al menos eso parece, o tal vez sea decepción, no estoy muy
segura.
En menos de dos minutos estamos subidos en la moto
recorriendo las empapadas calles de la ciudad. Por suerte, ya no
llueve tanto y consigo zigzaguear entre los coches y tomar las
curvas a una velocidad superior a la permitida. Noto cómo Max
se aferra a mi cintura con fuerza, pero no dice ni una sola
palabra, ni siquiera cuando pasamos por el control y nos abren
la puerta sin obligarnos a parar o cuando aparco en el garaje.
Apago el motor y él se baja primero.
―¿Tan malo fue para ti? ―le escucho preguntar mientras
me quito el casco.
Suspiro y alzo la mirada a su rostro. Sigue con el ceño
fruncido y la mandíbula tensa.
―Max, no voy a hablar de esto ahora. Tengo que irme.
Esperaré a Carlo aquí. Tú ve subiendo.
―Espera, ¿cómo que te vas? ¿Ni siquiera vas a darme una
explicación? ―Resopla y hunde los dedos en su pelo rubio,
cambiando el peso de una pierna a la otra―. Ya sé que tal vez
fue un poco decepcionante, pero ni siquiera me diste la
oportunidad de hacerlo mejor. Esas cosas pasan, ¿sabes? Te
excitas demasiado y…
―¡Max, ahora no! ―insisto en tono cortante.
―¡¿Cuándo?! ¡Te vas!
―Me ha surgido un problema. Volveré en un rato.
Bufa con fuerza y se cruza de brazos.
―¿Algo grave?
―Aún no lo sé. Sube, por favor. Carlo no tardará en llegar y
no podría explicarle por qué estamos aquí juntos.
―¿Volverás esta noche? ―Asiento―. Bien, te esperaré
despierto. Ten cuidado. ―Sin más, se dirige a la puerta que da
acceso a la salida del garaje y yo suelto una gran bocanada de
aire.
No sé cómo voy a resolver esta situación, y, siendo sincera,
ahora mismo no puedo ni pensar en ello. Primero está el tema de
la irresponsable de mi madre, después ya veremos.
Capítulo 7
Lua
Tras esperar en comisaría que se encarguen del papeleo, al fin
conseguimos que liberen a mi madre con solo una advertencia,
aunque quedan registrados sus datos para futuras
intervenciones; conociéndola, no tardarán en darse. Caminamos
los tres a la par en silencio hacia el coche de papá. He decidido
coger un taxi desde palacio para no arriesgarme a pillar un
resfriado si me cae otro chaparrón. Mamá va cubierta por una
manta térmica que le ha facilitado la policía para cubrir su
desnudez.
Ni siquiera sé qué decirle. No es una niña, ya debería saber
cuidar de sí misma y no meternos en problemas a todos, sin
embargo, parece buscarlos, ya que el lugar donde la detuvieron
no es otro que la puerta del palacio real. Sí, ella era una de las
manifestantes, y la pillaron desnuda e intentando escalar la verja
de más de dos metros de alto.
―Yo no voy a subir ahí con él ―dice, señalando el coche y
a mi padre en cuanto nos acercamos lo suficiente.
―Julia, haz el favor de no tocarme las pelotas por una vez
―masculla papá.
Pongo los ojos en blanco al presentir que se avecina una
nueva batalla verbal entre mis progenitores. Ya estaban
tardando. No son capaces de pasar ni cinco minutos juntos sin
discutir.
―¡Ya te gustaría a ti! ―replica la ofendida. De pronto, se
quita de encima la manta y vuelve a quedarse desnuda―. Iré en
autobús.
―¡Mamá! ―Cojo la manta e intento cubrirla de nuevo, pero
la aparta y se cruza de brazos.
―Y tú, sargento de hierro, deja de mirarme. Esto que ves
aquí ―se señala a sí misma con una sonrisa de suficiencia―,
nunca lo volverás a probar.
Papá resopla y niega con la cabeza, divertido.
―Ni ganas que tengo. No sé si te has dado cuenta, Greta
Thunberg de pacotilla, pero estás vieja, tienes las tetas caídas y
el culo flácido.
Oh, mierda. Ahora sí que se va a liar gorda. Mi madre toma
una gran bocanada de aire y empieza a gritar obscenidades
como una desquiciada. En pocos segundos, termino haciendo de
mediadora de lo que se supone que deberían ser dos adultos
racionales que no paran de discutir y echarse mierda encima.
―¡La culpa es tuya! Si no hubieses metido a la niña en esa
casa de víboras…. ―grita ella.
―¡¿Mía?! Resulta que tu necesidad de ser el puñetero
centro de atención va a ser mi responsabilidad, ¿no? ¡Sabías
perfectamente que ella estaba allí, trabajando, y, aun así, fuiste a
liarla sin importar ponerme no solo a mí en evidencia, también a
nuestra hija!
Siguen discutiendo, cada vez más acalorados, y no me queda
más remedio que interponerme entre ambos.
―¡Ya está bien! ―bramo. Señalo a uno y a otro y después
el coche―. Adentro los dos. Tú conduces, papá, y tú, mamá,
vas detrás. No quiero escuchar ni una sola palabra durante todo
el camino. ¿Entendido?
―Pero, cariño… ―Vuelvo a señalarla con el dedo índice y
se calla de inmediato.
―Ni una palabra. Ya habéis dicho bastante por hoy. ―Le
lanzo la manta y ella la coge con la cabeza gacha―. Tapate de
una vez antes de que vuelvan a detenerte. Después ya
hablaremos de esto.
―Hija… ―La mirada fulminante que le lanzo a mi padre
hace que retroceda un par de pasos con las manos en alto―.
Está bien, ni una palabra ―masculla antes de entrar en el
vehículo.
Por suerte, consigo que se comporten hasta llegar a la casa
de mi madre. Ni siquiera entro. Solo nos detenemos en la puerta
y le prometo que vendré a verla pronto para que hablemos.
Después seguimos avanzando en silencio, aunque noto la
mirada de reojo de papá cada pocos segundos.
―¿Qué? ―pregunto tras resoplar.
―Lo siento, pequeña. Ya sabes que tu madre saca lo peor de
mí. No pretendía hacerte pasar un mal rato.
Suspiro de nuevo y giro la cabeza en su dirección.
―Hace mucho que dejaron de afectarme vuestras peleas y
discusiones. Admito que durante mi adolescencia llegué a
desear que volvierais a estar juntos, pero no tardé en darme
cuenta de que era mejor así. No os soportáis, eso es algo que
queda patente cada vez que os veis, aunque sea por unos
segundos. Sin embargo, sigo manteniendo la esperanza de que
en algún momento dejaréis de meterme en medio de vuestros
problemas. ―Tomo aire y niego con la cabeza―. No es justo,
papá. Os quiero a los dos. Sois mi familia, y tengo la sensación
de que me paso la vida justificando los actos de uno en la
presencia del otro.
―Es que tu madre…
―Ya sé cómo es ―le corto―. Conozco sus locuras y te
aseguro que no estoy de acuerdo con la mayoría, pero no puedes
simplemente decirle cómo debe vivir su vida o por qué debe o
no luchar. Son sus creencias, sus ideales, y nadie tiene derecho a
juzgarla por ello.
Bufa y asiente, sujetando el volante con fuerza.
―Si tan solo luchara por esos ideales con la ropa puesta…
¿Qué le pasa? En serio, no lo entiendo. ¿Por qué se desnuda a
cada oportunidad que se le presenta?
Sonrío, negando con la cabeza. Me he hecho esa pregunta
millones de veces.
―Es parte de su encanto.
―Ya, pues su encanto puede traernos muchos problemas. Si
la guardia real investiga a los detenidos de esta noche, van a
llegar a nosotros y perderemos el trabajo. ¿Sabes lo que
significa eso? Tu madre nos ha puesto en una situación muy
complicada.
―Lo sé ―susurro, pinzándome el puente de la nariz.
―Hija, no quiero echar más leña al fuego, pero hay que
ponerle un freno a tu madre. Intenta hablar con ella y hacerle
entender que nos estamos jugando mucho en todo esto. Es el
futuro de la empresa, nuestro futuro, el tuyo cuando yo ya no
esté.
―Sí, lo haré. Mañana me pasaré por su casa y hablaré con
ella. Ahora llévame a palacio. Con un poco de suerte podré
descansar un par de horas.
―Pensaba llevarte a casa.
―¿Cómo?
―Sí. Carlo me dijo que él se encargaba de cubrirte. Podrás
sustituirlo a media mañana. ¿Te parece bien?
Lo pienso durante unos segundos. Le aseguré a Max que iría
esta misma noche, sin embargo, creo que unas horas de sueño en
mi propia casa y poner las ideas en orden no me vendría nada
mal. Es más, lo necesito. Ahora que he solucionado, o algo así,
uno de mis problemas, es el momento de centrarse en el otro.
¿Qué demonios voy a hacer con Max? Suspiro y clavo la mirada
en la ventanilla.
―Sí, llévame a casa, papá ―susurro.

Max
Lua no ha vuelto. Me prometió que lo haría y… Bueno,
puede que no lo prometiera, pero me dijo que vendría y no lo
hizo. ¿Por qué? He pasado la noche pendiente de cualquier
sonido extraño al otro lado de la puerta de mi habitación; aparte
de los ronquidos de Carlo de vez en cuando, no hubo nada.
Podría preguntarle a él, sin embargo, temo empeorar la
situación. Si alguien se entera de lo nuestro… «¿Nuestro? No
hay nada nuestro, zoquete. Solo te la follaste, y ni siquiera
lograste que se corriera». Bufo con fuerza y hundo los dedos en
mi cabello. Nunca antes me había pasado nada parecido. Si de
algo estoy seguro es de mi capacidad para satisfacer a las
mujeres en la cama, y justo cuando la tenía donde deseaba…
Soy un imbécil. Tendría que haberme esforzado más.
Me estiro en la cama y compruebo que ya son más de las
nueve. El cambio de turno entre mis vigilantes suele ser a
primera hora de la mañana. Es extraño que aún no hayan
sustituido a Carlo. Me levanto de la cama, y vestido solo con el
pantalón de algodón con el que acostumbro dormir, salgo de la
habitación y lo encuentro medio dormido en el sofá. En cuanto
me escucha, se pone en pie de inmediato.
―Buenos días, alteza real ―saluda.
―Buenos días. ―Miro a un lado y a otro―. ¿Vas a doblar
turno hoy?
―No. Vendrán a sustituirme a media mañana ―responde.
Tengo ganas de preguntarle si será Lua quien lo haga, pero
decido dejarlo estar y no levantar sospechas con tantas
preguntas.
―Voy a prepararme. ¿Puedes pedir el desayuno por mí? Iré
al gimnasio un rato después de comer.
―Por supuesto, alteza real.
Vuelvo a meterme en la habitación y resoplo con fuerza. Si
tuviese su número de teléfono la llamaría. Necesito saber qué
demonios pasó anoche para que se marchara tan deprisa. ¿Fue
por mi culpa? Tal vez fui muy brusco. «Muy rápido», suena en
mi cabeza. Sí, eso también.
Tras ponerme una camiseta, salgo de nuevo al salón y le
digo a Carlo que se marche a desayunar algo mientras espero a
que Maya llegue con el desayuno. Lo sirve sobre la mesa y me
las arreglo para esquivar sus miradas lujuriosas y roces poco
disimulados al pasar a mi lado. Voy a tener que dejarle aún más
claro a esta chica que no me interesa seguir con nuestro
jueguecito. A estas alturas, después de dos meses ignorándola,
creí que ya no sería necesario, pero me equivoqué.
―Gracias, Maya, puedes retirarte ―murmuro.
Ella asiente y me guiña un ojo antes de coger una bandeja de
la mesa, con tan mala suerte que termina tirando un vaso de
zumo de naranja sobre mi regazo.
―Uy, perdón. ―Se arrodilla a mis pies y empieza a frotar
mi entrepierna con una servilleta de tela―. Yo te ayudaré con
esto.
Intento apartar sus manos y me levanto a toda prisa. Por la
expresión de su rostro, no me cuesta adivinar que el accidente
no fue tan fortuito como pensé en un principio.
―No hace falta, déjalo ya ―insisto.
Ella sigue de rodillas, empujando su mano contra mi
entrepierna y sonriendo de oreja a oreja. Estoy a punto de perder
la paciencia y levantarla yo mismo cuando escucho cómo la
puerta se cierra con un estruendo. Giro la cabeza y encuentro a
Lua junto a la entrada, mirando sin perder de vista el lugar en el
que Maya sigue restregando su mano con la servilleta.
―Siento interrumpir, alteza ―masculla, con cierto tono
amargo y desafiante que no me pasa desapercibido.
Resoplo y sujeto a Maya por los brazos, la levanto y señalo
la puerta con el brazo.
―Puedes irte ―repito. Pone mala cara, pero enseguida se
marcha empujando el carrito metálico que usa para transportar
la comida. En cuanto nos quedamos a solas, me cruzo de brazos
y miro a Lua, frunciendo el ceño―. Me mentiste ―señalo.
Veo cómo aprieta los puños a ambos lados de su cuerpo y
tensa la mandíbula. A pesar de la forma en la que nos miramos,
no puedo evitar pensar en recorrer la distancia que nos separa y
terminar lo que empezamos anoche. Quiero sentirla de nuevo
encima de mí, hundirme en su cuerpo y… Mierda. Tengo que
calmarme.
―Siento haberlo decepcionado, alteza. Esas cosas pasan.
Reconozco esa frase, yo mismo se la dije ayer cuando me
dejó en el garaje. Está insinuando que yo también la he
decepcionado, aunque no sé si se refiere a mi pobre rendimiento
sexual o al hecho de haber encontrado a Maya arrodillada frente
a mí. Tal vez ambas opciones sean correctas.
―Si estás molesta por lo que acabas de ver, te aseguro que
no es en absoluto lo que parecía. Maya me tiró encima el zumo
y…
―Eso no es asunto mío, alteza. Solo vengo a cumplir mi
trabajo ―sisea.
Bufo, y cansado ya de tantas tonterías, me acerco a ella en
unas cuantas zancadas y enmarco su rostro con ambas manos.
―Deja de actuar como si no hubiese pasado nada entre
nosotros. Si quieres, grítame por lo que acabas de ver, o pídeme
explicaciones, pero no me ignores.
Se aparta despacio, sin dejar de mirarme a los ojos, y niega
con la cabeza.
―No tengo nada que reprocharle, alteza. Conozco mi lugar.
Solo quiero informarle que lo que pasó anoche no volverá a
suceder.
―¿Por qué? Te aseguro que puedo hacerlo mucho mejor.
Deja que te lo demuestre. ―Intento tocarla, pero me esquiva y
resopla con fuerza.
―No se trata de eso. Solo… Lo he pensado bien. En
realidad, no he hecho otra cosa en toda la noche. Creo que será
mejor dejar de buscarme problemas. Quiero conservar este
trabajo. Es muy importante para mí y para la empresa de mi
padre.
―¿De qué hablas? ¿Qué tiene que ver la empresa de tu
padre con todo esto? Explícamelo porque no estoy entendiendo
nada.
―Es sencillo, alteza…
―¡Deja de llamarme así! ―gruño.
Lua suspira y alza la barbilla de manera desafiante.
―Ese es mi lugar. Puede que haya perdido la perspectiva
durante un momento, pero ahora lo veo todo con claridad. Le
pido, por favor, que no siga insistiendo.
―Lua, ¿qué te pasa? Anoche…
―Anoche cometí un error. Me dejé llevar y no pensé en las
consecuencias de mis actos.
―¿Qué consecuencias? Tú me gustas y yo te gusto. ¿Dónde
está el problema?
―El problema está en que yo no soy Maya. Me niego a
convertirme en una muesca más en el cabecero de su cama. No
puedo cambiar lo que pasó ayer, pero sí asegurarme de que no
vuelva a ocurrir.
―Espera, ¿todo esto es por Maya? Ella no significa nada
para mí.
―Igual que yo. Solo soy una más, alteza. Alguien a la que
terminará ignorando y echando a patadas en cuanto se
encapriche por otra, tal como acaba de hacer hace solo un
instante con esa chica.
―No, eso no es así. Le pedí que se marchara en varias
ocasiones y… ¡Mierda, da igual! Lo que quiero que entiendas es
que para mí tú eres distinta. Nunca antes había sentido con una
mujer lo que sentí anoche estando en tu interior. Fue increíble,
Lua. ―Va a decir algo, y la corto alzando la mano―. Lo sé,
solo para mí, ¿no? Soy consciente de que no estuve muy
acertado, y me disculpo por ello.
―No es necesario. De verdad, solo dejémoslo estar y
volvamos a la normalidad.
―¿Qué normalidad? ¿Quieres volver a ser mi
guardaespaldas y que yo continúe intentando llamar tu atención
con frases idiotas y poco graciosas?
―No, solo…
―¿Solo? ―Me encojo de hombros y sonrío con
autosuficiencia―. Muy bien. No puedo obligarte a nada que no
quieras. Yo seguiré aquí, siendo quien soy y comportándome
como siempre lo he hecho a tu lado. Si en algún momento
cambias de idea y decides dejarte de gilipolleces, solo tienes que
decirlo. ―Tomo asiento frente a la mesa y respiro hondo―.
Ahora ve a tomar un café si quieres mientras yo desayuno.
Después pasaré el resto de la mañana en el gimnasio.
―Sí, alteza ―la escucho murmurar antes de que la puerta se
abra y vuelva a cerrarse. Estoy seguro de que se ha marchado,
pero entonces la escucho resoplar―. Lo siento, Max. De
verdad, no es nada personal. Solo me protejo a mí misma y mis
intereses.
Me giro y busco su mirada.
―Y yo los míos. No puedo obligarte a estar conmigo, pero
tú tampoco puedes obligarme a mí a no ser insistente.
―En realidad, eso se llama acoso ―replica, estirando sus
comisuras de forma casi imperceptible.
Con solo ese gesto ya me tiene babeando por ella y
deseando besarla una vez más hasta dejarla sin aliento. En vez
de eso, me encojo de hombros y sonrío.
―Denúnciame. Con un poco de suerte hasta consigues una
orden de alejamiento. ―Niega con la cabeza y su sonrisa se
expande―. Vamos, lárgate. ¿Tienes ropa cómoda?
―¿Perdón?
―Ropa deportiva o algo así. He pensado que, ya que me ves
hacer ejercicio todas las mañanas, podrías unirte a mí.
―¿Qué te hace pensar que me gusta hacer ejercicio?
La repaso con la mirada de pies a cabeza y esbozo una
sonrisa ladeada con la que pretendo convencerla.
―He visto lo que hay debajo de tu ropa, ¿recuerdas? Un
cuerpo así no se mantiene sin ejercitarlo.
―No creo que sea buena idea.
―No te he preguntado lo que piensas al respecto. ¿Tienes o
no ropa deportiva?
―¿Si te digo que no lo dejarás estar?
―Si me dices que no, pediré que alguien vaya a comprarla.
―Bufa, y al fin asiente―. Muy bien. Tomate ese café, cámbiate
y nos vemos en el gimnasio en media hora.
En cuanto me quedo solo, suspiro y sacudo la cabeza de lado
a lado. Esto va a ser mucho más complicado de lo que imaginé.
Se me resiste, sin embargo, eso hace que sea aún más
interesante. Como un cazador que persigue a la misma presa de
forma incansable, cuando al fin la consigue se convierte en su
mayor trofeo y orgullo.
Capítulo 8
Max
Lanzo un puñetazo directo a su cara y Lua lo esquiva con
facilidad. Sin ser consciente ni de cómo ha sucedido, en menos
de dos segundos acabo cayendo de espaldas en la colchoneta. Ni
siquiera sé por qué me esfuerzo, siempre termina dándome una
paliza.
Hace ya casi una semana que empezamos a entrenar juntos
cada día, yo sigo mi rutina diaria y ella se está preparando para
una especie de competición entre empresas de seguridad. Algo
extraño que no termino de entender, pero a Lua le hace mucha
ilusión, y con eso me basta. Si la ayuda en alguna forma usarme
de sparring, yo encantando.
―Pegas como una niña ―dice, sonriendo.
Hago una mueca e intento recuperar el aliento, aún en el
suelo.
―¿Has visto alguna vez a una niña con una de estas? ―Me
agarro la entrepierna y ella sonríe.
―Algún día te grabaré y venderé los videos a ese programa
de cotilleos del canal cinco. Estarán encantados de conocer el
lenguaje sofisticado y tan poco vulgar que usa el príncipe
Maximus Benjamin tercero.
―Los del canal cinco me pueden comer los huevos por
detrás.
Vuelve a reír y extiende su mano para ayudarme a que me
ponga en pie. En cuanto la tengo frente a mí, una vez más soy
incapaz de dejar de mirarla como un jodido idiota. La deseo a
cada segundo del día. No he vuelto a tocarla desde aquella
noche en su apartamento. Tal como le prometí, me mantengo a
la espera. Sé que no le soy indiferente. En los últimos días
hemos pasado mucho tiempo juntos. Aparte de las horas en el
gimnasio, también acudimos a algunos eventos y, siempre que
consigo convencerla, nos escapamos al mirador a ver la puesta
de sol. Hablamos durante horas de todo y de nada. A veces solo
me dedico a soltar chorradas para hacerla reír; otras, sin
embargo, le hablo de mi vida en palacio durante mi infancia, los
años que pasé en el ejército… No tengo secretos con ella. Siento
que puedo contarle cualquier cosa y jamás me juzgará.
―¿Qué pasa? ―pregunta, arqueando una ceja.
―Nada. Me gusta verte reír ―confieso, sacando a relucir
mi sonrisa ladeada.
―¿Ya vas a empezar?
―¿Empezar? Aún no he terminado, cariño. ―Chasquea la
lengua y niega con la cabeza―. Hablo en serio. Estás preciosa
cuando sonríes. Esa boca tuya es lo más bonito que he visto
nunca. Me pregunto cómo se vería alrededor de mi po… ―Me
tapa la boca con la mano y me lanza una mirada de advertencia.
Sonrío de nuevo bajo su palma, y en un movimiento rápido, la
sujeto por la cintura y la atraigo hacia mí―. Vamos, Lua. ¿Vas a
sacarme de la friendzone o tengo que escaparme de ella?
―Dos frases cutres seguidas. Te estás empleando a fondo,
¿no?
―Cualquier cosa por ti, cariño.
Intento acercarme más, y por suerte me aparta de un
empujón, ya que la puerta del gimnasio no tarda en abrirse de
golpe y un pequeño torbellino rubio viene corriendo hacia
nosotros.
―¡Tío Max!
Sonrío de oreja a oreja y abro los brazos para recibir a mi
sobrino. Es increíble que vivamos en el mismo lugar y apenas lo
vea.
―Oye, colega, ¿qué haces aquí? ―pregunto, agachándome
frente a él.
―Papá me dijo que podía venir a verte.
―¿Eso dijo?
Alzo la mirada y veo que mi hermano Xavier entra también
en el gimnasio, con su habitual pose rígida y cara seria.
―Buenos días ―saluda.
Por el rabillo del ojo, observo a Lua bajar la cabeza en señal
de respeto. Él la mira un segundo y la ignora por completo.
―Hermanito, ¿qué te trae a este lado del palacio?
―pregunto con recochineo.
―Necesito hablar contigo. ¿Podemos ir a tu despacho?
―Yo estoy bien aquí.
Bufa contrariado y vuelve a mirar a Lua.
―Déjanos ―ordena.
Frunzo el ceño por la forma en la que le acaba de hablar.
Xavier es de los que trazan esa línea entre nosotros y ellos, la
realeza de los plebeyos, y hasta ahora nunca me había
molestado, pero se trata de Lua. Nadie va a tratarla de esa
manera delante de mí.
―Quédate, Lua ―pido cuando ya se está girando para
marcharse. Por la cara de Xavier, sé que no le ha gustado nada
que lo contradiga, pero no puede importarme menos. Me agacho
de nuevo frente a mi sobrino y le sonrío―. Colega, quiero
presentarte a alguien. ―La señalo con el dedo y el pequeño
frunce el ceño, confuso―. Ella es Lua, mi guardaespaldas. Sabe
hacer un montón de trucos chulos con la espada de madera. ¿Te
apetece que te enseñe alguno?
―¡Sí! ―Va en su dirección y Lua asiente, estirando sus
comisuras―. ¿Me puedes enseñar?
―Por supuesto, alteza.
―Me llamo Alex ―aclara el pequeño.
―Lo sé, alteza. Vamos, le enseñaré lo que quiera.
Se marchan hacia el fondo de la sala y me incorporo para
recibir la mirada acusatoria de mi hermano mayor.
―¿Eso era necesario? Ya sabes que no me gusta que mi hijo
se relacione con el servicio.
Aprieto los puños y esbozo la mejor sonrisa que sé fingir.
―Hermanito, deja de ser tan snob. Querías hablar, ¿no?
¿Qué ocurre?
―El sábado es la gala benéfica anual contra el cáncer
infantil.
―Lo sé.
―Con todo lo que está pasando últimamente, las
manifestaciones, protestas y demás, el rey ha decidido aumentar
la seguridad durante la gala. Iremos acompañados en todo
momento de un miembro de la guardia real.
―¡No me jodas! ―exclamo.
―Max, no es negociable. Solo te estoy informando para
evitar futuras quejas.
―¿Esto es por los republicanos radicales o para tenerme
bien vigilado? ―inquiero, frunciendo el ceño.
―Max, no podemos permitirnos ningún desliz, ¿entiendes?
Ahora más que nunca debemos mostrar a nuestro pueblo que
somos una familia unida.
Resoplo y veo a lo lejos cómo Alex ríe de algo que acaba de
decirle Lua. No puedo evitar imaginar cómo sería tenerla a mi
lado en la gala, con un vestido elegante y tacones.
―Yo llevaré mi propio guardaespaldas ―informo.
―Eso no…
―Xavier, tú mismo me obligas a estar vigilado en todo
momento por el nuevo equipo de seguridad. Querías que no me
metiera en líos, y desde hace más de dos meses no lo hago.
Ahora te pido que confíes en mí, al menos por una vez, y dejes
que yo me encargue de esto. Tendré a alguien a mi lado en todo
momento, pero bajo mis propias condiciones. Nada de guardias
reales vestidos con uniformes ridículos y con pose de pingüinos.
Mi hermano resopla y, tras unos segundos en los que parece
pensarlo, termina asintiendo con la cabeza.
―De acuerdo. Solo intenta portarte bien, ¿vale? No
necesitamos más escándalos.
―No te preocupes. Lo tengo controlado.
―Ya, eso es lo que más me preocupa ―murmura,
sonriendo.
Enseguida llama a su hijo y, tras despedirse, ambos se
marchan, dejándonos a Lua y a mí de nuevo solos.
―Oye, tu sobrino es un encanto ―comenta muy animada.
―Sí, lo es. Si no respetara tanto a mi cuñada, podría llegar a
pensar que es hijo mío.
―Eso ha sonado muy obsceno ―responde tras soltar una
carcajada.
La repaso con la mirada, desde sus pies enfundados en unas
deportivas blancas, pasando por unos pantalones de licra que se
ajustan a la perfección a sus torneadas piernas, la camiseta de
tirantes también ajustada y su cuello, que queda expuesto por
completo al tener el pelo atado en la nuca con una cola de
caballo.
―Creo que el negro es tu color ―susurro.
―¿Qué estás maquinando? Cuando me miras así me pongo
a temblar ―bromea.
―¿Te apetece asistir a una fiesta el fin de semana?
―¿Una fiesta? ―Asiento―. ¿Qué fiesta?
―Hay una gala benéfica a la que la familia real debe asistir
todos los años, y necesito que alguien me vigile.
―Eso suena a trabajo, no a una fiesta.
―Puede ser ambas cosas ―señalo, arqueando una ceja.
Hace una mueca con los labios y cambio mi expresión divertida
de inmediato―. ¿Qué ocurre?
―Este fin de semana no trabajo. Es la competición,
¿recuerdas?
―Sí, pero creí que era el sábado por la mañana, y la gala
empieza a las ocho.
―En realidad, pensaba tomarme libre todo el fin de semana.
Va a ser muy intenso y… ―Bufa y se encoge de hombros―. Lo
siento, Max. Vas a tener que conformarte con Eric o Carlo.
―¿Estás segura de que no puedes hacer nada? ―Me acerco
y acaricio su mejilla con suavidad, mirándola a los ojos―. De
verdad me encantaría que me acompañaras.
Carraspea y retrocede un par de pasos para evitar mi
contacto. Siempre hace lo mismo. Cada vez que avanzo, ella se
retira. Siento que a cada momento se contiene para refrenar mis
impulsos y los suyos propios. Será cabezota… «Dale tiempo,
Max. Se dará cuenta de que no sirve de nada huir. Solo es
cuestión de tiempo».
―Lo siento ―masculla sin mirarme.
―Está bien. De todas formas, si cambias de idea la
invitación sigue en pie. Y desde ya puedo decir que van a ser
unos días muy largos sin verte. Te echaré de menos.
La escucho suspirar, y cuando vuelve a mirarme sacude la
cabeza de un lado a otro.

Lua
Con la medalla de oro sobre mi pecho, sonrío frente a las
cámaras de la prensa que se ha interesado por cubrir el evento
deportivo del que acaban de nombrarme campeona. Mentiría si
dijera que ha sido sencillo ganar. Fueron muchos meses de
entrenamiento físico para superar las distintas pruebas de
escalada, pelea, estrategia y tiro. Tengo que agradecerle a Max
que se haya ofrecido a ayudarme, al menos es bueno encajando
golpes.
Max, cada vez que pienso en él una sensación extraña se
instala en mi pecho. Por más que lo intento soy incapaz de
sacármelo de la cabeza. Sus constantes flirteos y bromitas
seductoras tampoco ayudan demasiado. Hace un par de días,
cuando me invitó a acompañarle a esa gala, estuve a punto de
ceder. Bueno, en realidad he estado en esa situación muchas
veces. Me esfuerzo por mantenerme alejada e ignorar esa
atracción entre nosotros, pero a cada día que pasa se hace más y
más fuerte. No soy idiota. Sé que, aunque yo bajara mis
defensas, nuestra hipotética relación jamás llegaría a ningún
lado. Él es el jodido príncipe y yo su guardaespaldas. No,
acabaría muy mal para mí.
―¡Lo has hecho genial, cariño! ―Me sobresalto al escuchar
el grito de mamá a mi espalda.
Me giro y casi no soy capaz de mantener el equilibrio
cuando se abalanza sobre mí y me abraza con fuerza.
―Mamá, ¿qué haces aquí? ―mascullo entre dientes.
Tras ella, mi padre se encoge de hombros, haciendo un gesto
de desagrado con su boca.
―Le dije que no hacía falta que viniera.
―¡¿Cómo me lo iba a perder?! ―Me suelta y se gira hacia
él con los brazos en jarras―. No falté a ni una sola de sus obras
o fiestas de fin de curso cuando era pequeña. ¿Puedes decir tú lo
mismo, soldadito?
Pongo los ojos en blanco. Allá vamos de nuevo.
―Julia, no quiero discutir. Luana ya no es una niña. Esta es
una competición seria, y con tu actitud solo la dejas en
evidencia.
―¿Qué actitud? ―Me mira a mí, frunciendo el ceño―. ¿Te
estoy avergonzando, cariño? ¿Preferirías que no hubiese
venido?
Suspiro y niego con la cabeza.
―Claro que no, mamá. Me alegra que estés aquí. ¿Qué os
parece si os invito a comer para celebrarlo?
―Yo no puedo. Tengo que volver al trabajo ―responde mi
padre.
―Cuándo no. Si no estuviste presente en su infancia, ¿por
qué ibas a estarlo ahora?
―Mamá ―siseo a modo de advertencia.
―Por enésima vez, Julia. Era mi trabajo. Si me destinaban
al extranjero, no podía negarme a ir.
―Ya, claro. Ese es el problema, que para ti el ejército
siempre fue más importante que tu familia. ―Entrelaza su brazo
con el mío y alza la barbilla con arrogancia―. Da igual, cielito.
Pasamos solas mucho tiempo. No lo necesitamos para nada.
―Mamá, no seas exagerada ―musito. Es cierto que,
durante mi infancia, papá estuvo bastante ausente. Siempre tenía
un país al que ir, unas prácticas, alguna misión… Sin embargo,
yo jamás sentí que me abandonara de alguna manera. Supongo
que en parte era porque mi madre estaba ahí conmigo en todo
momento. Me acerco a él y beso su mejilla―. Vete tranquilo. Yo
llevaré a la reina del drama a comer y después regresaré a la
ciudad.
―Genial. Te espero mañana en palacio a primera hora para
sustituirme.
―¿A ti? ―pregunto extrañada.
―Sí. Carlo y Eric tenían planes y voy a cubrirte yo. No
tengo ningunas ganas de asistir a esa dichosa gala benéfica con
el príncipe.
―¿Qué gala benéfica? ―pregunta mamá.
La miro de reojo y dudo si contárselo o no. Conociéndola, es
capaz de presentarse allí en pelotas y gritando obscenidades.
«Mejor calladita, Lua».
―Son cosas del trabajo, mamá.
―Vamos, que no vais a contarme nada.
―No ―responde mi padre.
Se gira, fingiendo estar ofendida, y ambos la ignoramos.
Hemos aprendido a no hacerle caso cada vez que tiene una
rabieta. Nos volvería locos.
―¿Desde cuándo haces trabajo de campo? Eso no es lo
tuyo, viejo.
―Estoy bajo de personal. Por cierto, ¿recuerdas lo que
hablamos de crear una academia para nuevos agentes de
seguridad? ―Asiento. Últimamente no habla de otra cosa, y me
parece una gran idea. Para tener a los mejores debemos
instruirlos nosotros mismos―. Quiero ponerlo en marcha
cuanto antes, y para eso necesito tu ayuda.
―Cuenta conmigo. Por cierto, si quieres puedo encargarme
yo de ir a la gala de esta noche.
―¿En serio? ―Se rasca la nuca y me mira, frunciendo el
ceño―. Cielo, debes estar agotada después de la competición.
―Estoy bien. Además, tengo toda la tarde para descansar.
―Vale, siendo así, me quitas un peso de encima. Aunque…
Es algo muy formal. ¿Tienes qué ponerte?
Repaso en mi cabeza todo mi vestuario. No creo que pueda
usar nada de eso en la gala.
―Podría ir esta tarde a comprar un vestido ―murmuro.
―Bien. ―Mete la mano en su bolsillo y, tras sacar su
cartera, me tiende una tarjeta de crédito―. Es la de la empresa.
Lo justo es que se cubran los gastos de vestuario en el trabajo.
Antes de que pueda negarme, mi madre ya se la ha
arrebatado y me mira con una sonrisa maliciosa en los labios.
―Haz caso a tu padre, cariño. Además, lo pasaremos genial
fundiéndonos su tarjeta en el centro comercial. Yo te ayudo a
escoger un vestido bonito.
Papá va a decir algo, pero solo niega con la cabeza y resopla
con fuerza. Sonrío y yo también cabeceo. Supongo que al final
sí que he cedido. Iré a esa fiesta con Max, y que sea lo que Dios
quiera.
Capítulo 9
Max
Entro en la sala de empleados enfundada en un precioso
vestido negro y unos zapatos de tacón del mismo color que han
logrado dejar la tarjeta de crédito de mi padre en números
negativos. Yo quería algo más sencillo, pero mamá insistió y…
Bueno, puede llegar a ser muy convincente cuando se lo
propone.
―Madre mía ―susurra Eric al verme―. Estás preciosa,
Lua.
Lo repaso con la mirada. Tiene la ropa arrugada y el pelo
alborotado, además de estar sudando.
―No puedo decir lo mismo de ti. ¿Qué demonios te ha
pasado?
―¿Esto? ―Se señala a sí mismo y saca a relucir su sonrisa
de niño bueno―. Estuve haciendo algo de ejercicio con Cris
mientras el príncipe seguía reunido con la familia real al
completo.
Asiento. Sé que Cris y Eric se han convertido en buenos
amigos y suelen escaparse de vez en cuando al gimnasio a
pelearse como los dos gallitos que son.
―¿Ha terminado ya la reunión?
―Supongo. Me echaron del salón real. La guardia se
encarga de todo.
―Bien, entonces iré a buscar al príncipe. Espero que Cris no
esté en las mismas condiciones que tú. Tiene que llevarnos a la
gala.
―Dijo que iría a ducharse hace un momento. Yo me cambio
y me voy. Estoy agotado. Oye, ¿te importa si me quedo esta
noche en tu apartamento? Josh ha invitado a su chica y…
―No hay problema ―le corto. Saco un juego de llaves de
mi taquilla y se las lanzo―. La nevera está llena. Sírvete lo que
quieras.
Sonríe de nuevo y, tras acercarse a mí, besa mi mejilla de
forma cariñosa.
―Eres un cielo. Nos vemos mañana por la noche.
―Más te vale no llegar tarde. Después de la competición y
doblar turno, yo sí que voy a estar agotada.
―Eso está hecho. Por cierto, enhorabuena por la victoria.
―Gracias. Anda, termina con eso y vete ya.
Me guiña un ojo y empieza a desvestirse mientras yo me
marcho en dirección a la puerta. Me alegro de que al fin Eric
haya logrado entender que nunca más volveremos a ser pareja.
Es genial poder recuperar a mi amigo y hablar con él sin miedo
a que malinterprete alguna situación. No estoy del todo segura,
pero intuyo que su cambio de actitud tiene algo que ver con una
nueva mujer en su vida. Si es así, no puedo más que alegrarme
por él y desearle toda la felicidad del mundo.
Recorro el enorme pasillo del ala oeste y me detengo frente
al salón del príncipe. La puerta está abierta, y eso es raro. Esta
habitación es como una antesala al cuarto personal de Max y
siempre suele estar cerrada. Me adentro despacio, mirando a
todos lados. No hay nadie, o al menos eso parece. La puerta de
la habitación de Max está cerrada, así que decido llamar para
comprobar si está ahí dentro. Alzo la mano, y ni siquiera llego a
impactar en la madera cuando esta se abre y Maya se me queda
mirando con los ojos muy abiertos.
―Eh… Hola ―susurra con una risita nerviosa.
Frunzo el ceño y solo necesito echar un vistazo al estado en
el que se encuentra su uniforme para darme cuenta de cuál es el
motivo de su nerviosismo. Tiene el típico aspecto que luce una
mujer después de una gran sesión de sexo. Enseguida se
adelanta, casi empujándome, y cierra la puerta a su espalda.
―Estoy buscando al príncipe ―mascullo entre dientes.
Ni siquiera sé por qué digo eso. Está claro que él sigue ahí
dentro. Seguro que estará disfrutando de un momento de
descanso después de follarse a esta… ¡Será hijo de perra!
¿Cómo he podido ser tan imbécil para pensar que sería distinto
conmigo? Dijo que me echaría de menos, y resulta que no ha
tardado ni un día en tirarse a otra.
―No lo he visto ―responde Maya.
―Ya, claro. ―Con la mandíbula tensa, inspiro hondo por la
nariz y sacudo la cabeza de un lado a otro―. Dile que lo espero
en el garaje ―farfullo antes de dar media vuelta y marcharme a
toda prisa.
No sé por qué estoy tan cabreada. Tampoco es que seamos
nada. Solo echamos un jodido polvo que resulto ser toda una
decepción. Definitivamente, soy idiota. Aquí estoy yo, con un
vestido negro precioso, tal como él me sugirió, malgastando mi
tiempo de descanso para acudir a esa dichosa gala. «Imbécil».

Max
Llego al salón y encuentro a Cris terminando de abrocharse
los zapatos. Se supone que deberíamos estar a punto de salir
hacia la gala. Toda mi familia está ya en camino.
―¿Aún sigues así?
Me mira y resopla con fuerza.
―Perdón. Estuve haciendo ejercicio y me retrasé. ―Se
ajusta la corbata y la gorra de chófer a juego con su traje―. Ya
estoy.
―¿Y mi seguridad? Se supone que hoy venía el padre de
Lua, ¿no?
―Sí, pero hubo un cambio de planes. ―Sonríe de oreja a
oreja―. Creo que te va a agradar el cambio.
―¿Lua está aquí? ―pregunto entusiasmado.
No tengo que fingir frente a mi amigo, él está al tanto de lo
que me pasa con esa esquiva mujer.
―Nos espera en el garaje ―responde.
Alzo el puño en el aire, en un gesto de vitoria, y una
sensación de euforia y excitación se apodera de mí.
―¡Vamos! ¡No te quedes ahí!
Escucho sus carcajadas, pero ya me estoy dirigiendo al
garaje a toda prisa. Durante el trayecto, Cris insiste en que no
debo parecer tan ansioso por verla, pero ¡¿qué demonios?! Así
es como me siento. Me muero de ganas de pasar con ella esta
noche.
Sin poder dejar de sonreír, camino por el garaje, y en cuanto
mi mirada se posa en ella me detengo de golpe, mis ojos se
abren hasta el nacimiento del pelo y se me corta la respiración.
Está preciosa. No, eso es quedarse muy corto. Está maravillosa,
fantástica, sexi y un montón de adjetivos más que
probablemente ni siquiera se han inventado aún.
―Se te cae la baba, colega ―susurra Cris a mi lado.
Golpea mi espalda y carraspeo para aclarar mi voz antes de
volver a retomar la marcha. Ella aún no me ha visto, y eso me
da la oportunidad de seguir observándola a cada paso que doy
en su dirección. Esos tacones son lo más sensual que he visto
nunca, y la abertura lateral de su vestido negro y largo… Dios
santo, podría correrme solo con mirarla.
―Hola ―saludo al llegar a su lado. Cris rodea el vehículo y
se mete en su interior para darnos un poco de intimidad―. Estás
hermosa, Lua.
Inspira hondo por la nariz, y espero a que esos carnosos y
apetitosos labios suyos se estiren y me sonría, pero no lo hace.
Solo alza la barbilla y asiente con la cabeza.
―Debemos irnos, alteza, o llegaremos tarde. ―Sin más, da
media vuelta y se mete en el coche, ocupando el asiento
delantero junto a Cris.
Durante unos segundos me quedo inmóvil sin saber qué
pensar de lo que acaba de ocurrir. Estaba ansioso por verla. Creí
que… ¡¿Qué mierda le pasa?! Se supone que hoy no vendría y,
al saber que estaba aquí, creí que tal vez eso era una buena
señal, una pista de que ella también quiere estar conmigo. Sin
embargo, con su actitud no lo parece.
Me ajusto el chaleco y la chaqueta del traje y me introduzco
en la parte trasera del Bentley. Cris no tarda en arrancar el motor
y durante todo el camino nadie dice nada. Sé que esta noche
solo Lua se ocupará de mi seguridad, por eso no lleva ningún
comunicador en la oreja, aunque apuesto que va armada,
siempre lleva encima su pistola. Lo que me hace pensar dónde
demonios la ha guardado. Con ese vestido, no creo que tenga
mucho margen para esconder un arma.
Llegamos al anfiteatro donde se está celebrando el evento y
busco a Lua con la mirada. Necesito preguntarle qué es lo que le
sucede. No creo haber hecho nada como para que me trate de
manera tan fría. No obstante, se mantiene a varios pasos de
distancia, vigilándome y atenta a todo lo que nos rodea. Me
resigno a no poder aclarar esta situación en un espacio corto de
tiempo y me mezclo con la gente.
Durante las siguientes cuatro horas me dedico a sonreír,
estrechar manos y beber copas de champán. No puedo dejar de
mirar a Lua, al igual que la gran mayoría de invitados. Entre una
multitud de mujeres hermosas, ella es, sin duda, la que más
llama la atención. Incluso me parece ver cómo varios hombres
se acercan a ella y la invitan a bailar, pero terminan
marchándose enseguida.
La subasta empieza y me sitúo en la mesa real junto al resto
de mi familia. Mi cuñada intenta animarme con algunas bromas
e incluso logra arrancarme un par de sonrisas, sin embargo, la
tensión que se respira en el ambiente es demasiado pesada como
para poder relajarme y disfrutar del momento. El rey ni siquiera
me dirige una mirada, lo que significa que aún sigue molesto
por lo que hice hace un par de meses. En fin… Tampoco es que
me importe. Mi madre sí se dirige a mí en un par de ocasiones,
pero solo para corregirme cuando cree que estoy haciendo algo
mal, como encorvarme demasiado, mantener una pose seria o
beber más de lo debidamente correcto.
Paso por ese infierno sintiendo la presencia de Lua a mi
espalda. Ella no se sienta. Permanece en pie, con la espalda
recta y la mirada fija en el escenario, donde se subastan piezas
antiguas y mansiones como si fuesen caramelos. La familia real
ha decidido ceder una gran colección de joyas para la causa.
Aunque, en realidad, todo esto no es más que una gran patraña,
una forma en la que la gente rica y poderosa expía sus pecados y
lava su imagen pública.
Cuando al fin termina la subasta y el maestro de ceremonias
nos invita a terminar la noche en la pista de baile, los reyes se
levantan y comienzan a despedirse del resto de invitados.
―Nosotros también nos vamos ―informa Xavier, sujetando
la mano de su esposa para ayudarla a incorporarse―. ¿Vas a
quedarte?
Me bebo el resto de champán de mi copa de un solo trago y
me encojo de hombros. Ya empiezo a notar el efecto del alcohol
en mi sistema, y esa sensación me tiene algo más animado.
―Me daré unas vueltas por aquí. Con un poco de suerte
hasta encuentro alguna mujer dispuesta a bailar un rato.
―Intenta comportarte, ¿quieres?
Me pongo en pie y sonrío de oreja a oreja, colocándome
justo al lado de Lua. Ella se queda inmóvil, sin apartar la vista
del frente.
―Tranquilo, hermanito. Tengo a mi carcelera vigilándome
de cerca. ¿Quién sabe? Puede que mi futura esposa y próxima
princesa esté escondida entre las mujeres de esta sala.
Xavier pone los ojos en blanco y su mujer se acerca a mí
sonriendo.
―Sé un buen chico, Max ―susurra.
―Siempre lo soy.
Cabecea y, tras recibir una mirada de advertencia por parte
de mi hermano mayor, ambos se marchan cogidos del brazo,
actuando como la asquerosamente perfecta pareja que son en
realidad.
Enseguida me dirijo a la barra que está disponible para todos
los invitados y consigo hacerme con una bebida algo más fuerte.
Lua permanece a mi lado en todo momento y ni siquiera me
mira, a pesar de que yo soy incapaz de sacarle la vista de
encima. En cierto momento, ya cansado de sentirme ignorado,
resoplo con fuerzo y la sujeto del brazo. Al fin logro una
reacción por su parte. Arquea una ceja y tensa la mandíbula.
―¿Puedo ayudarlo en algo, alteza? ―susurra para que solo
yo pueda oírla.
―Por supuesto, podrías empezar diciéndome qué demonios
te pasa.
―No sé a qué se refiere. Creo que estoy cumpliendo
debidamente con mi trabajo.
―¡Lua, no me jodas! ―exclamo, tal vez un poco más alto
de lo que debería.
La veo mirar a un lado y a otro, y vuelvo a resoplar.
―Alteza, deberíamos volver a palacio ―sugiere.
―¿Tú crees? ―Sonrío de manera arrogante y vuelvo a
beber―. Y resulta que tengo que hacerte caso, ¿no? ¿Por qué lo
haría?
―Porque lo prometió ―responde con su mirada clavada en
la mía―. Dijo que no volvería a contradecirme en lo que
respecta a su seguridad.
―¿Mi seguridad? Yo no veo ningún peligro aquí. Solo hay
un montón de millonarios cachondos esperando su turno para
follarse a alguna supuesta dama que haya bebido más de la
cuenta.
―El peligro es usted mismo, alteza ―afirma, señalando el
vaso que sujeto.
Frunzo el ceño y niego con la cabeza.
―¿Crees que voy a liarla? No estoy borracho, si es eso lo
que piensas. Solo intento pasarlo bien en esta aburrida fiesta, ya
que la persona con la que me gustaría haber disfrutado de ella
no deja de ignorarme y despreciarme.
―Deberías haberte traído a Maya ―masculla, creo que para
sí misma, aunque logro escucharla a la perfección.
―¿Qué has dicho? ―Dejo el vaso sobre la barra y me
acerco más para mirarla a la cara.
―Nada, alteza.
―Por supuesto que has dicho algo. ¿Qué tiene que ver
Maya con todo esto? ¿Te ha dicho algo?
Como Maya sea la responsable de la actitud de Lua
conmigo, juro que hoy mismo la echaré a patadas del palacio.
Se acabaron las tonterías.
―No hay nada que decir, alteza ―sisea, apartando la
mirada.
Bufo de nuevo y hundo los dedos en mi pelo en un gesto de
exasperación extremo. Odio cuando hace esto, encerrarse en sí
misma, levantar ese muro entre los dos y dejarme fuera. Creí
que esa mierda ya había acabado, que al menos éramos amigos.
―Lua, vas a hablar conmigo de una maldita vez y
explicarme qué te ocurre. No es una petición, te lo estoy
ordenando.
―¿Ordenando? ―Gira de golpe la cabeza y alza la barbilla
de manera desafiante―. Ve con cautela, Max. Yo no soy una de
las perritas falderas que acuden a chuparte la polla cada vez que
chasqueas los dedos.
Trago saliva con fuerza y, sin poder evitarlo, esbozo una
pequeña sonrisa. Esta es mi chica, la guerrera. No sé qué es lo
que la tiene tan furiosa, pero pienso averiguarlo.
―Nos vamos.
Camino deprisa por toda la sala, ignorando a todas las
personas que me saludan e intentan hablarme, y escucho el
repiqueteo de sus tacones a mi espalda. Estoy harto de esta
mierda. Si está enfadada por algún motivo, le exigiré que me lo
diga. No es justo que me trate de esta forma sin darme ninguna
explicación. Me dirijo al guardarropa con la cabeza a mil por
hora, sin embargo, antes de llegar, cambio de idea y giro hacia
el pasillo de acceso a los servicios. Sé que ella me sigue, así que
continúo, entro en el enorme baño de hombres y me giro bajo el
marco de la puerta. Lua me mira sorprendida por mi actitud; ni
siquiera le doy tiempo a que haga ninguna pregunta, tiro de ella
y la arrastro conmigo al interior de uno de los cubículos. No me
parece ver a nadie cerca, sin embargo, si lo estuviese, tampoco
me importaría.
―¡¿Qué demonios haces?! ―exclama en cuanto cierro la
puerta por dentro.
Respiro hondo para tranquilizarme y clavo mi mirada en la
suya. Aquí, en este espacio tan reducido, con su cuerpo tan
cerca del mío, puedo captar su aroma con mucha más
intensidad, ese olor dulce que emana de cada poro de su piel y
me vuelve loco.
―Ahora vas a explicarme qué está pasando. ¿Qué fue lo que
te dijo Maya?
―Nada.
―¡Maldita sea, Lua! ¡No me mientas!
―Baja la voz ―sisea.
Inspiro por la nariz y asiento.
―Muy bien, pero habla de una vez. Estás furiosa, eso me
queda claro, y no entiendo el motivo. ¿Qué he hecho?
―Nada que pueda recriminarte. Eres un hombre libre, Max.
Solo te pido que dejes ya ese jueguecito que te traes conmigo.
―¿Qué jueguecito? ―Me acerco aún más, abarcando su
cintura con ambas manos, y busco su mirada―. ¿De verdad no
sabes lo mucho que me afectas? No es ningún juego. He sido
claro y sincero contigo en todo momento.
―No me hagas reír. ―Intenta apartarse, y la sujeto con más
fuerza―. Max, lo entiendo, ¿vale? Estás acostumbrado a meter
en tu cama a todas las mujeres que te interesan, y eso no lo
juzgo, pero yo no voy a ser una más. Te lo dije en su momento.
No soy Maya. Mi amor propio está muy por encima de
cualquier palabra bonita o gesto amable que un playboy como tú
pueda ofrecerme.
―¿Por qué dices eso? ¿No te he demostrado que eres
especial para mí? Sigues hablando de Maya, y eso es algo que
se acabó hace mucho.
―Ahora eres tú el que miente ―replica, con la mirada
encendida de rabia―. La vi hoy mismo salir de tu habitación.
¿Vas a negar que te acostaste con ella?
―¿Cómo dices?
―No te hagas el tonto conmigo, Max. Es más, ni siquiera
tienes que darme explicaciones. Solo déjame en paz de una
maldita vez.
Intenta marcharse, pero me interpongo en su camino,
tapando la puerta.
―No vas a irte después de soltar esa mierda. ¿Crees que me
he tirado a Maya?
―¿No lo has hecho?
―Hoy no, y tampoco en los últimos meses. Desde que el día
en que te conocí no he vuelto a estar con otra mujer, lo prometo.
―Mientes.
Bufo y enmarco su rostro con mis manos, clavando mi
mirada en la suya.
―Mírame, Lua. ¿De verdad crees que miento? Tú lo has
dicho, no tengo por qué darte explicaciones. Desde que nos
conocemos solo me has ignorado y rechazado, podría tirarme a
cualquier mujer porque no te debo ningún tipo de fidelidad, pero
no lo he hecho porque solo te deseo a ti. Esa es la maldita
verdad, y si no quieres creerme es tu jodido problema. Yo ya
estoy cansado de esta mierda. ―La suelto y tomo una gran
bocanada de aire―. Te lo he dicho cientos de veces, me gustas,
más de lo que nunca me ha gustado ninguna otra mujer, pero no
es justo que tenga que justificarme ante ti como si fueses una
novia celosa cuando en realidad no haces más que despreciarme.
Capítulo 10
Lua
Me quedo paralizada mientras Max sale del pequeño cubículo
como un jodido vendaval. Ni siquiera me ha dado opción a
réplica y, si soy sincera, tengo la impresión de haber sacado
conclusiones precipitadas en lo que respecta a Maya. Parecía
realmente sincero al negar cualquier implicación reciente con
ella. Yo no lo vi en esa habitación. ¿Y si no era él? Pero
entonces, ¿con quién estaba Maya? Porque si de algo estoy
segura es de que esa chica acababa de tener relaciones sexuales.
Respiro hondo y decido seguirlo a toda prisa. Lo alcanzo
cerca del guardarropa, esperando a que le entreguen su abrigo.
Se lo pone y sigue avanzando sin dirigirme ni una sola mirada.
Parece muy cabreado Y supongo que tiene razones para estarlo.
Me he comportado como una idiota. No tengo ningún derecho a
pedirle explicaciones cuando soy yo la que no deja de
rechazarlo.
Salimos al exterior, Cris nos espera en la puerta con el
Bentley en marcha. Max se introduce en la parte trasera y yo
tomo asiento delante. Nadie dice nada hasta llegar al palacio.
Entonces, cuando pienso que Max está a punto de salir del
coche, me sorprende escucharlo resoplar con fuerza y estirarse
hacia delante.
―Cris, por casualidad no sabrás que hacía esta tarde Maya
en mi habitación, ¿no? ―pregunta en tono seco y cortante.
―¿Maya en su habitación? ―titubea Cris―. Eh… No sé,
alteza real.
―Deja los formalismos ―ordena.
Cris bufa y se gira en su asiento para mirarlo a la cara.
―Lo siento, hermano. Nos calentamos y se me fue la
cabeza.
―¿Estaba contigo? ―Asiente, y yo lo miro, frunciendo el
ceño.
Max chasquea la lengua contrariado y señala a Cris con el
dedo índice.
―Ahí tienes a tu culpable. Ahora cabréate con él e ignóralo
como lo has hecho conmigo ―sisea antes de salir del vehículo.
«¡Mierda! Ahora sí que la he cagado bien».
―Eres idiota ―mascullo, abriendo la puerta a toda prisa
para seguir a Max.
Debo disculparme con él. Me equivoqué y lo he tratado mal
sin ninguna razón. Además, aunque lo hubiese hecho, no tengo
ningún derecho a reclamarle nada. Lo sigo por los pasillos del
ala oeste, y cuando pienso que va a dirigirse a su habitación,
gira a la izquierda y se mete en la biblioteca. Suspiro y acelero
el paso antes de que cierre la puerta y me deje fuera. Sin girarse
para mirarme, va hacia el mueble bar y se sirve una copa de
licor.
Me encanta este lugar, es el paraíso de un lector. Las paredes
están cubiertas por estanterías rebosantes de libros del suelo al
techo. En una esquina hay un sofá de diseño antiguo en color
granate y una pequeña mesa sobre la que reposa una lámpara de
luz tenue y cálida; el perfecto rincón para enfrascarse en una
buena lectura durante horas.
―Puedes retirarte, Lua ―dice justo antes de darle un trago
largo.
―Lo siento, Max ―susurro.
Levanta la vista y me mira a los ojos, con la mandíbula tensa
y el entrecejo arrugado.
―¿Ahora vuelvo a ser Max?
―Ya me he disculpado, no sé qué más quieres que diga.
Me sobresalto al escuchar cómo estampa el vaso sobre la
madera maciza del mueble. Su mirada se vuelve aún más dura, y
se frota la barbilla cubierta de barba corta y rubia.
―Quiero que admitas de una maldita vez que hay algo entre
nosotros.
Inspiro hondo por la nariz y asiento.
―Nunca lo he negado.
―Y, aun así, sigues manteniéndome alejado. ¿Por qué?
―Es lo mejor para ambos ―respondo de forma automática.
No es difícil. He repetido tanto esas mismas palabras en mi
cabeza que me salen solas.
―¿Para ambos? No te atrevas a pensar y tomar decisiones
por mí. ―Bufa de nuevo y se cubre el rostro con ambas
manos―. ¿Crees que a mí me gusta esto? Yo estaba muy bien
hasta que apareciste en mi vida. Me tiraba a quien me daba la
gana, me divertía, hacía lo que quería, y ahora… ―Niega con la
cabeza y busca de nuevo mi mirada―. Ahora soy incapaz de
sacarte de mi cabeza. Me acuesto y me levanto pensando en ti.
Te deseo a todas las malditas horas, minutos y segundos del día.
¿Y sabes qué es lo peor? ―Trago el nudo de emoción que se
instala en mi garganta, con el corazón retumbando con fuerza, y
niego―. Lo más jodido es que sé que a ti te pasa lo mismo. ¿Por
qué sigues resistiéndote a esto?
―¿De verdad necesitas que conteste a esa pregunta?
―Suelto una gran bocanada de aire y camino hasta llegar a su
lado―. Míranos, Max. Somos de mundos opuestos. Tú eres un
príncipe y yo ni siquiera apruebo la monarquía. A ti te lo han
dado todo y yo he tenido que ganarme cada logro conseguido a
lo largo de mi vida.
―¿Y eso me hace peor persona que tú?
―¡No! Solo distinto. ―Doy un paso más y estiro mi mano
para acariciar su mejilla. Un cosquilleo agradable recorre la
palma de mi mano al entrar en contacto con la suavidad de su
barba―. Piénsalo bien. ¿Qué pasaría si nos rindiéramos a esto?
¿A dónde nos llevaría? No hay un futuro en el que vivamos
felices y comamos perdices. La vida no es un cuento de hadas
en la que el príncipe y la plebeya logran convencer al mundo de
que deben estar juntos.
―Eso no lo sabes ―susurra.
―Lo sé, y tú también. Está destinado al fracaso.
―¿Y qué si es así? ¿Por qué no disfrutarlo mientras dure?
¿De verdad estás dispuesta a mirar hacia atrás en unos años y
arrepentirte por no haber tenido la valentía suficiente para correr
el riesgo? ―Esta vez es él quien se pega a mí y enmarca mi
rostro con ambas manos―. Vamos, Lua. Si hay que arrepentirse
de algo, que no sea de lo que has dejado sin hacer. Sí, puede que
tengas razón y esto termine mal en una semana, un mes o dos
días, pero ahora, en este mismo instante, ¿vas a negar que te
mueres de ganas de que estampe mi boca contra la tuya?
―Max… ―Suspiro, intentando apartar la mirada, pero no
me lo permite.
―No. Sé valiente y arriésgate. ―Pega su frente a la mía,
deslizando sus manos por mis costados, y siento cómo mi
cuerpo se estremece―. Deja de rechazarme.
Su aliento impacta contra mi rostro, y soy consciente de que
poco a poco estoy cediendo ante sus demandas. No quiero sufrir
y sé que, si me dejo convencer, eso es lo que va a ocurrir.
―Me vas a destrozar ―susurro con un hilo de voz.
Max se aparta unos centímetros y me mira a los ojos,
sonriendo de medio lado.
―Eso dalo por seguro. Cuando acabe contigo no podrás
andar en una semana.
Me entra la risa y sacudo la cabeza de un lado a otro.
―¿Piensas hacer todo eso en treinta segundos? ―bromeo.
―Pon el cronómetro. ―Vuelve a sonreír y me atrae hacia su
cuerpo, posando su boca sobre la mía.
Separo los labios para permitir que introduzca su lengua en
mi boca, y en solo unos segundos nos convertimos en dos
animales hambrientos y jadeantes que se comen el uno al otro.
Le quito la chaqueta y empiezo a desabrochar el chaleco
mientras sus manos se cuelan bajo mi vestido. Acaricia mis
muslos, y cuando se topa con la pistola, se aparta y me mira con
la respiración acelerada.
―¿Qué pasa?
―Llevo toda la noche preguntándome dónde la tenías. Es
sexi de cojones.
Ruedo los ojos, y con un tirón en el velcro que sujeta la
funda, la quito y la dejo caer al suelo.
―Basta de charlas. El tiempo es oro, y a ti no te sobra.
Con un gruñido entre molesto y divertido, vuelve a besarme
y me gira para empujarme contra una de las estanterías. Mi
espalda impacta con un golpe seco, y aunque resulta doloroso,
también tengo que admitir que ese ímpetu y agresividad por su
parte solo consigue aumentar aún más mi estado de excitación.
Me apresuro en deshacerme de su chaleco y la camisa, y van a
parar al suelo antes de empezar a desabrochar el pantalón. Max
se recrea en mi cuello, besando y mordisqueando cada porción
de piel que queda al descubierto. Introduzco la mano en el
interior de su bragueta y lo noto duro y caliente. Un jadeo
ahogado sale de su boca cuando rodeo su miembro erecto con la
mano y le doy una sacudida. Entonces, me sorprende al subir mi
vestido con prontitud y, con solo un tirón contundente, hacer
jirones mis bragas.
Me recuesto contra la estantería y gimo en alto al notar el
roce de sus dedos entre mis húmedos pliegues. Su mirada va a
parar a la mía, y esa sonrisa tan suya me desarma por completo.
―Voy a meterme tan dentro de ti que no podrás sacarme
nunca ―susurra, moviendo sus dedos en círculos lenta y
tortuosamente.
―Prometes demasiado ―musito.
Sonríe de nuevo, y antes de que pueda ser consciente de lo
que ocurre, estoy en el aire y solo puedo rodear su cintura con
mis piernas y sujetarme a sus hombros cuando me alza con
violencia. Siento cómo la punta de su miembro roza mi sexo, y
vuelvo a gemir.
―¿Estás lista? ―Asiento, mordiendo mi labio inferior para
contener un nuevo gemido de placer.
Una de sus manos se pierde entre nuestros cuerpos y siento
cómo se va introduciendo en mi interior, centímetro a
centímetro, hasta llegar al lugar más profundo de mi cuerpo.
Contengo el aliento mientras retrocede con la misma lentitud, y
cuando pienso que va a repetir el mismo movimiento, se echa
hacia delante con un golpe de caderas y me embiste con fuerza.
―¡Mierda! ―exclamo sin aliento.
Max hunde sus dedos en mi cintura y empieza a moverse
dentro y fuera de mí con golpes contundentes y certeros que
consiguen llevarme a un estado de éxtasis total en solo unos
pocos minutos. Jadeamos y gemimos a la vez, y sigue
machacándome como un jodido martillo neumático hasta que
soy incapaz de contenerlo más. Toda mi piel se eriza y el
orgasmo más intenso y duradero que he sentido jamás recorre
todo mi cuerpo. Con solo un par de arremetidas más, él también
logra su propia liberación y hunde su rostro en el hueco de mi
cuello. Sin aliento, sudando y con los ojos cerrados, acaricio su
nuca con suavidad, y alza la cara para mirarme.
―¿He sido lo bastante lento para ti? ―pregunta con la
respiración entrecortada.
―Podría mejorarse.
―En eso estoy de acuerdo. ―Me sujeta por el trasero y
pelea con los pies para quitarse el pantalón y los zapatos.
Está a punto de tropezar conmigo en brazos, y reímos juntos.
Una vez liberado y desnudo por completo, empieza a caminar
hacia la salida y me lleva a su habitación, me lanza sobre la
cama y me quita el vestido, tirando de él.
―Ven aquí ―pido, moviendo mi dedo índice.
Max ladea la cabeza y me observa en silencio. Ambos
estamos desnudos: él de pie al fondo de la cama y yo tumbada
sobre ella, lista para recibirlo.
―No sé qué es lo que he hecho para merecer esto, pero
tiene que haber sido algo muy bueno ―murmura.
―Deja de hablar y acércate ―ordeno.
Ríe bajito, y no tarda en tumbarse sobre mí y volver a pegar
su boca a la mía.

Max
Tumbado de costado en la cama, deslizo la punta de los
dedos sobre su piel sin poder dejar de observarla mientras
duerme. Es una mujer increíble y preciosa. Soy un jodido
cabronazo con suerte porque pienso conservarla. No voy a
permitir que vuelva a rechazarme. Y sí, tal vez tenga razón y lo
nuestro no nos lleve a ninguna parte, pero necesito arriesgarme
e intentarlo al menos. ¿A quién le importa lo que sucederá
mañana o dentro de un mes? Lo importante es el ahora, y pienso
esforzarme al máximo para demostrarle que un presente a mi
lado es todo lo que necesita. Recorro su brazo con los dedos y
llego hasta su clavícula. Sonrío al notar cómo su piel se eriza y
esos rosados y jugosos pezones que coronan sus pechos se
endurecen.
―Me estás mirando como un puto psicópata pervertido.
―Alzo la vista a su rostro y sonrío.
―Soy un puto psicópata pervertido. ―La beso en los labios
y, al contrario de lo que esperaba, no me esquiva ni se aparta.
―¿Qué hora es?
―Muy temprano para levantarse ―miento. Ya pasan de las
once de la mañana, pero no quiero que se aleje de mí aún.
―No pensaba hacerlo. ―Bosteza, estira los brazos sobre su
cabeza y aprovecho para hacer lo que estaba deseando desde
que se quedó dormida después de nuestra última sesión de sexo
justo antes del amanecer. Bajo mi rostro y muerdo despacio uno
de sus pezones. Enseguida noto sus dedos en mi nuca,
acariciando mi pelo―. Son muy apetecibles ―murmuro contra
su piel.
―Siento tener que quitarte tu nuevo juguete, pero debo ir al
baño.
―¿Ahora? ―Aparto mi boca de su protuberancia y la miro,
frunciendo el ceño―. ¿No puedes esperar un rato? Me lo estaba
pasando bien.
―Max, si no voy ahora mismo acabaré mojando tus
costosas sábanas de seda.
―A mí no me importa ―bromeo.
Ríe, negando con la cabeza, y me empuja despacio para
poder incorporarse. Me dejo caer de espaldas y la observo
mientras camina hacia el baño desnuda. Aún no me puedo creer
que hace solo unas horas recorrí cada parte de ese cuerpo con
mis manos y mi boca. Fue increíble, y tuve la ocasión de
compensar nuestra desastrosa primera vez.
Espero paciente a que regrese y me preparo para lo que va a
ocurrir a continuación. Tengo toda la intención de abalanzarme
sobre ella en cuanto aparezca y retenerla conmigo en la cama el
resto del día, o al menos hasta que deje de hacer bromitas
respecto a mi rendimiento sexual. Por si no le ha quedado claro,
lo que pasó en su apartamento fue un hecho aislado que no
volverá a ocurrir.
Pasan un par de minutos, y al fin escucho que la puerta se
abre; sonrío de oreja a oreja, y entonces soy consciente de que
en realidad la que se acaba de abrir es la principal y no la del
baño. Me sobresalto y tiro de la sábana para cubrir al menos la
mitad de mi cuerpo desnudo al ver a mi madre bajo el marco.
―¡Mamá! ¿Qué haces…? ―Me siento de golpe sobre la
cama y frunzo el ceño, confuso―. ¿Por qué no llamas a la
puerta?
―No digas tonterías. Eres mi hijo ―replica, alzando la
barbilla de manera arrogante.
Ya debería saber que para la reina no existe el concepto de
puertas cerradas ni de privacidad. Ella es dueña y señora de cada
rincón de este palacio, y así nos lo hace saber a todos, menos al
rey, claro. Solo con él se comporta de manera sumisa y
obediente, tal como manda el protocolo real.
―¿Qué haces aquí? ―farfullo.
Sujeto con fuerza la tela alrededor de mi cintura y me pongo
en pie.
―La pregunta es: ¿qué haces en la cama a media mañana?
―Mamá…
―Silencio ―ordena, señalándome con el dedo índice.
Asiento y miro de reojo hacia la puerta del baño. Solo espero
que Lua la haya escuchado y no se le ocurra salir ahora―. No
he venido aquí para esto.
―Entonces, ¿qué ocurre?
Decido tomar el camino menos peligroso y acabar cuanto
antes con esta conversación para que pueda irse.
―Me han llegado comentarios sobre tu comportamiento de
anoche en la gala.
«Mierda. Alguien me vio entrar en el baño con Lua. Seguro
que es eso». Carraspeo y me encojo de hombros.
―¿A qué te refieres? Regresé a palacio poco después de que
os marcharais.
―Sí, pero ni siquiera te despediste. El rey no está nada
contento con tu actitud. Se supone que deberías ser un ejemplo y
comportarte como el príncipe que eres.
Suelto todo el aire que ni sabía que estaba conteniendo y
esbozo una pequeña sonrisa.
―Siento haber cometido ese terrible fallo. No volverá a
ocurrir.
―Maximus, hablo en serio. La monarquía es una institución
basada en la imagen, si esa imagen se daña, la monarquía se
pone en entredicho. Eso es algo que no puede suceder en los
tiempos que corren.
Contengo las enormes ganas que siento de poner los ojos en
blanco. Llevo escuchando esas palabras toda mi vida, y me
sigue pareciendo un montón de mierda. Suspiro y vuelvo a
asentir.
―Está bien, madre. Te aseguro que no volverá a pasar.
―Más te vale, y hoy mismo debes ir a disculparte con el rey
por tu actitud.
―Lo haré ―mascullo, viendo por el rabillo del ojo cómo la
puerta del baño se abre poco a poco. Actúo deprisa y me pongo
frente a mi madre, tapando su visión, la sujeto por ambos brazos
y la giro―. Si no necesitas nada más, tengo que prepararme
para cumplir mis obligaciones.
Por encima de su hombro veo a Lua salir del baño y que se
queda paralizada al comprobar que no estamos solos. Le hago
un gesto con la cabeza y vuelve a meterse en el baño a toda
prisa.
―Bien, y ordena que recojan esta habitación y la ventilen.
Huele a perro mojado.
―Perfecto, enseguida me encargo. ―La acompaño a la
salida y le doy un beso en la mejilla a modo de despedida antes
de cerrar la puerta y soltar una gran bocanada de aire.
En cuanto estoy seguro de que ya se ha marchado, me
acerco al baño y asomo la cabeza.
―¿Se ha ido? ―pregunta Lua.
―Sí, eso ha estado cerca. ―Suspira y tiro de su mano para
llevarla de vuelta a la cama. Accede, aunque puedo notar que
algo ha cambiado en ella. Nos tumbamos sobre el colchón y la
abrazo, estrechando su cuerpo desnudo contra el mío―. ¿Qué te
ocurre, Lua?
―Nada, es solo que… ―Bufa, y alza la mirada a mi
rostro―. No me gusta tener que esconderme. Se siente como si
estuviese haciendo algo malo.
―No digas eso. Ya sé que no es la situación más sencilla, y
te aseguro que en otras circunstancias me encantaría poder
presentarte a mis padres y todo eso. No es justo, pero así son las
cosas.
―Ya ―musita, haciendo una mueca con los labios―. Por
cierto. ¿A qué ha venido? Nunca he visto a la reina en esta parte
del palacio.
―Nada. Solo quería llamarme la atención por marcharme
anoche de la gala sin despedirme.
―¿En serio? ―Asiento, y ella rueda los ojos, haciéndome
sonreír―. No entiendo vuestras costumbres, aunque admito que
lo de anoche estuvo bien. Se recaudó mucho dinero para esos
niños. ―Ahora soy yo el que pone los ojos en blanco―. ¿Qué?
¿No crees que es una buena causa?
―Sí, lo es, pero si en vez de recaudar dinero para ayudar a
las familias de niños enfermos, el gobierno invirtiera más
fondos en becas estudiantiles e investigación médica, tal vez
esos niños no estarían enfermos.
―Es la primera vez que te escucho hablar de política
―comenta con una ceja arqueada.
―Eso es porque mis ideas no suelen ser del agrado de nadie.
Tal vez piense de una forma muy radical para lo que nuestra
sociedad está acostumbrada.
Se tumba de costado y sujeta la cabeza con la palma de la
mano, mirándome fijamente.
―Pues yo quiero escuchar esas ideas.
―¿Estás segura? No quiero que te escandalices.
―Créeme, con la madre que tengo, nada puede hacerlo.
―¿Qué pasa con tu madre?
Hace una mueca y niega con la cabeza.
―Digamos que sus ideas políticas sí que son radicales.
―A ver si lo adivino, de ella te viene tu vena republicana,
¿no?
―¿Republicana? Si dejaran a mi madre gobernar el país,
probablemente terminaríamos viviendo en una anarquía.
―¿Tanto así? ―pregunto riendo.
―Peor.
―Voy a tener que conocer a tu madre.
―No si yo puedo evitarlo. Además, te odia por todo lo que
tu familia representa. Ella es… ―Bufa y vuelve a cabecear―.
Da igual. No nos desviemos del tema. Me estabas hablando de
tus ideas políticas.
―Muy bien. ¿Lista? ―Asiente―. Después no digas que no
te lo advertí.
Capítulo 11
Lua
Seis meses después

―Max, tienes que dejarme ir. ―Intento empujarlo, pero


sigue sujetándome con fuerza.
Hace ya más de una hora que se supone que debería
haberme puesto en marcha, sin embargo, hasta ahora solo he
conseguido que terminemos en el suelo de su habitación a
medio vestir. Admito que tampoco es que me haya resistido
demasiado. Solo necesita poner sus manos sobre mí para
quebrantar por completo mi voluntad; eso es algo que tengo
asumido y acepto con gusto.
―Vamos, solo un ratito más ―pide, haciendo pucheros con
la boca.
Río y niego con la cabeza. Me encanta cuando se pone en
plan infantil. Durante estos meses a su lado he descubierto todas
y cada una de las facetas del venerado príncipe Maximus. Puede
ser tierno y cariñoso, divertido y juguetón como ahora, pero
también serio y responsable si se lo propone. En realidad, estoy
convencida de que, si él llegara a reinar nuestro país, no se
pondría en entredicho la monarquía. Sus ideas políticas, aunque
algo descabelladas, son muy buenas, y creo que podrían ser
factibles. No obstante, eso es algo que nunca sabremos ya que el
heredero al trono es su hermano, el príncipe Xavier, y, según
tengo entendido, su intención es seguir manteniendo la misma
postura que su padre respecto a lo político, lo que quiere decir
que no se entrometerá en nada relevante e intentará pasar
desapercibido.
―Suéltame, en serio. ―Lo empujo con fuerza, y al fin
consigo zafarme de su agarre y ponerme en pie. Lo escucho
resoplar mientras recojo el resto mi ropa, que está esparcida por
el suelo de la habitación―. Eric está a punto de llegar.
―Haberlo llamado antes. Te dije que le cambiaras el turno y
así podríamos pasar el día juntos.
―Max, tú tienes que ir a la inauguración del teatro ese en el
centro y yo he quedado con mi madre.
―Saluda a mi suegra de mi parte ―bromea, arqueando
ambas cejas.
Sacudo la cabeza de un lado a otro, dándolo por imposible, y
termino de vestirme a toda prisa. Aunque siempre está
bromeando al respecto, sé que le molesta el hecho de no poder
conocer a mi madre o presentarme a su familia como algo más
que un miembro de su equipo de seguridad. Ambos sabemos
que entre nosotros hay mucho más que eso. Hay sentimientos
muy intensos, sin embargo, nunca lo hemos confesado en voz
alta. Yo intento no pensar mucho en ello. Vivo el día a día y soy
feliz. ¿Que si estoy enamorada de este hombre? Pues sí, hasta la
mismísima medula, y sé que él siente lo mismo, pero no decirlo
nos ayuda a ocultar el hecho de que tarde o temprano tendremos
que renunciar a estos momentos robados y seguir adelante con
nuestras vidas por separado. Es una realidad y lo tengo asumido,
aunque eso no significa que duela menos. Llegará el día en el
que Max será obligado a casarse con alguien de su misma
posición, tal vez una princesa extranjera o una dama de la alta
sociedad. Cuando llegue ese momento, yo me haré a un lado,
dejaré este trabajo y permitiré que él cumpla con sus
obligaciones sin entrometerme.
Me agacho de nuevo a su lado y él me espera con la parte
superior de su cuerpo elevada para besarme.
―Nos vemos esta noche, alteza ―susurro contra sus labios.
―Te estaré esperando. ―Suspira y posa su frente sobre la
mía―. Lo sabes, ¿verdad?
Sonrío. Esto es lo máximo que llegamos a admitir. No
necesitamos una palabra para definir nuestros sentimientos ni
decirlos en voz alta.
―Lo sé ―murmuro justo antes de apartarme e intentar
alisar mi camisa con las manos.
―Estás preciosa, pero yo que tú me peinaría un poco. Si
alguien te ve con esas pintas, va a saber exactamente lo que has
estado haciendo toda la noche.
Le saco la lengua y él ríe a carcajadas. Paso los dedos por mi
cabello y termino atándolo con una goma en la parte alta de mi
cabeza.
―Pórtate bien, conejito. ―Hace una mueca y levanta el
dedo corazón, provocando mi risa.
Me despido con la mano y salgo de la habitación con una
enorme sonrisa instalada en el rostro. Compruebo que no hay
nadie en el salón y me dirijo a la sala de empleados a
cambiarme de ropa. Avanzo por el pasillo distraída, sin poder
dejar de pensar en cómo ha cambiado mi vida en solo unos
meses. Soy consciente de que estoy viviendo en una idílica
realidad prestada. El tiempo corre en mi contra, y cuando llegue
el final ni siquiera sé cómo lo voy a afrontar, sin embargo,
prefiero eso a no hacer nada y seguir negándome a mí misma lo
que siento.
Estoy tan perdida en mis propios pensamientos que, tras
abrir la puerta de la sala de empleados, no soy del todo
consciente de lo que tengo frente a mí. Entonces escucho un
gemido en alto y centro la mirada en la pareja que, junto a las
taquillas, se está besando apasionadamente. Pestañeo un par de
veces al reconocer el uniforme de Eric; aunque está de espaldas,
sé que es él, y la mujer a la que está pegado no es otra que
Maya.
―No quiero interrumpir, pero necesito cambiarme ―digo
tras carraspear.
Se separan de manera violenta y mi amigo me mira con los
ojos muy abiertos.
―Eh… ¡Lua! Esto no es… ―Bufa y mira de reojo a Maya,
que intenta abrocharse la parte superior de su uniforme―.
Puedo explicarlo.
Alzo una mano y niego con la cabeza.
―No es asunto mío ―señalo―. Aunque tú deberías
apresurarte. Tienes que acompañar al príncipe al centro para la
inauguración del teatro.
―Cierto. ―Se rasca la nuca y le hace un gesto con la
cabeza a Maya al ver que se dispone a marcharse. La chica pasa
por mi lado sonriendo de oreja a oreja y espero a que cierre la
puerta para acercarme a mi taquilla―. Vamos, dilo ya.
Me encojo de hombros y rebusco en el interior hasta
encontrar mis vaqueros y una camiseta.
―No tengo nada que añadir, Eric. Tú tomas tus propias
decisiones. ―Me giro con la ropa sobre el antebrazo y lo miro,
arqueando una ceja―. Solo ten cuidado, ¿vale? Esa chica no es
de las que se puede confiar a ciegas.
―¿A qué te refieres?
Frunce el ceño y suspiro, valorando si contarle o no lo que
sé. Al fin, decido ser sincera con él y confesar.
―¿Sabes que también se acuesta con Cris? ―Asiente―.
Bien, en ese caso no tengo nada más que decir.
―Solo lo pasamos bien, Lua. Es más, Cris, ella y yo… Ya
sabes. Alguna vez hemos pasado un rato agradable los tres
juntos.
―Oh… ―Pestañeo un par de veces, intentando asimilar la
información que acabo de recibir. No me imagino a mi amigo
participando en un trío―. Vale, creo que ya tengo demasiada
información. ―Me acerco a él y coloco mi mano sobre su
hombro de manera cariñosa―. Si tú estás bien, eso es lo único
que me importa. No me gustaría verte sufrir.
―Podría decirte lo mismo ―murmura, estrechando su
mirada sobre mí.
Aparto enseguida la mano y mi corazón empieza a latir a
toda velocidad. No necesito que diga ni una sola palabra, la
forma en la que me juzga con la mirada es suficiente para
adivinar a qué se refiere. Lo sabe.
―No te preocupes por mí. Sé cuidarme sola ―susurro con
un hilo de voz.
―¿Estás segura? Va a romperte el corazón, Lua. Eso no
tiene ningún futuro.
Trago saliva con fuerza y asiento.
―Soy muy consciente de mi situación, te lo aseguro.
―Inspiro hondo por la nariz e intento esbozar una pequeña
sonrisa que no acaba de salir―. Ahora lárgate. Hoy te va a tocar
codearte con la familia real casi al completo en la inauguración.
Resopla y vuelve a rascarse la nuca, haciendo una mueca de
disgusto con los labios.
―Por suerte, la reina no asistirá. Reinard me acaba de
informar que se encuentra indispuesta o algo así. Mejor, no
soporto a esa mujer. Me mira como si fuese un pedazo de
mierda, demasiado inferior incluso para pisarme con sus zapatos
reales.
Río por su comentario y asiento. He sentido esa misma
mirada de la reina sobre mí en muchas ocasiones. A excepción
de la princesa Eliza y el pequeño Alex, el resto de la familia real
son unos snobs y clasistas de manual. Max afirma que su
hermano no es así, que solo asume en el papel que le
corresponde como futuro heredero al trono, aunque, por mi
parte, no he visto ni una sola señal de que eso sea cierto.
―Suerte con eso. ¿Carlo estará prestando apoyo?
―Sí. Es más que probable que terminemos esquivando a
esos desquiciados de las pancartas. El mundo se vuelve loco.
Me encojo de hombros y evito decir lo que pienso en
realidad. Esa gente tiene derecho a manifestarse y luchar por un
país justo e igualitario. Al menos estoy segura de que mi madre
no será uno de ellos, ya que pienso pasar con ella todo el día. No
obstante, cada vez son más los eventos en los que la familia real
es hostigada por los manifestantes. «Radicales», así los llama la
prensa, y la verdad es que se están convirtiendo en un gran
problema para la monarquía.

Max
Me aburro. Estos eventos siempre son un puto asco. Me
dedico a sonreír como un idiota y estrechar manos mientras mi
hermano, mi cuñada y el rey posan para la prensa. Aunque
también levanto interés entre los periodistas, cuando ellos están
presentes paso a un segundo plano, y eso es algo que agradezco.
Aún hay algún indiscreto que de vez en cuando saca a relucir mi
pasado de fiestero y rebelde. Sí, digo pasado porque, desde que
Lua apareció en mi vida, no he vuelto a salir a escondidas.
Bueno, en realidad sí lo hago, pero con ella. A veces nos
escaqueamos un rato para ver la puesta de sol desde el mirador.
Ya no tengo que ir a clubes de la mala muerte ni tirarme a
desconocidas en baños públicos para sentirme libre, ahora la
tengo a ella, y es todo lo que quiero y necesito. La quiero, la
adoro, la amo con todo mi cuerpo, mente y alma. Lua es lo
mejor que me ha pasado en la vida, y haré cualquier cosa para
conservarla, incluso renunciar a mi título de alteza real y todo lo
que ello conlleva. Lo he pensado mucho, sé que toda mi familia
se pondrá en mi contra, y no puede importarme menos. Será un
escándalo público. Puedo imaginarme los titulares de los
periódicos sensacionalistas, y me da igual. Nadie logrará
separarme nunca de Lua.
―Cuñadito, quita esa cara de agrio y sonríe un poco
―susurra entre dientes Eliza mientras entrelaza su brazo con el
mío.
Enderezo la espalda y poso junto a ella frente a los flashes
de las cámaras. Cuando los periodistas deciden irse para seguir
atosigando al rey y su heredero, bufo y pongo los ojos en blanco
de manera disimulada.
―¿Cuánto más vamos a estar aquí? Tengo la mandíbula
dolorida de tanto fingir sonrisas ―mascullo.
Eliza oculta la risa bajo una tos muy poco disimulada, y no
puedo evitar animarme un poco. Sinceramente, no sé cómo lo
aguanta. Es una persona maravillosa y siempre he pensado que
esta vida terminará amargándole el carácter.
―Es un papel, Max. Cúmplelo lo mejor que puedas, y
cuando llegues a casa podrás sacarte la máscara y volver a ser tú
mismo. Es la única manera de sobrevivir en el mundo en el que
vivimos.
La miro de reojo y asiento. Eso es lo que siempre me han
enseñado, sin embargo, yo no lo veo del mismo modo. Incluso
cuando era niño y llegaba a casa, nadie se quitaba la máscara. El
rey seguía siendo el rey, no mi padre, nunca se ha comportado
como tal, y la reina… Bueno, admito que sí he recibido un poco
más de cariño por su parte, pero para ella lo más importante son
las apariencias, mantener ante todo el buen nombre de la
institución.
―Hazme un favor ―susurro, buscando su mirada―.
Cuando seas reina, nunca permitas que Alex deje de verte como
a su madre. Intenta que jamás le falte un abrazo o un beso de
buenas noches. Te aseguro que, al crecer, valorará esos
momentos mucho más que cualquier título que puedan
otorgarle.
Mi cuñada sonríe de oreja a oreja y cabecea de manera
afirmativa.
―Te lo prometo. Ahora vayamos a cumplir con nuestra
obligación. Aguanta un poco más, enseguida podremos
marcharnos.
Suspiro, y estoy a punto de decirle que espero que sea
pronto cuando a lo lejos escucho los gritos de una multitud
furiosa. Frunzo el ceño, y en cuestión de segundos tengo pegado
a mí a Eric, que no deja de hablar por el intercomunicador con
su compañero, apuesto que se trata de Carlo. La guardia real
también se mueve deprisa. Los periodistas se giran para grabar
al gran grupo de personas que intenta saltar el cordón de
seguridad, gritando y elevando sus pancartas sobre sus cabezas.
En pocos minutos, el ambiente se sume en un caos apenas
controlado por la guardia y mi reducido equipo de seguridad.
Consiguen meter al rey en un coche, junto a Xavier y Eliza, y se
marchan a toda velocidad. Yo salgo por mi cuenta escoltado por
Eric, y no tardo en subir al Bentley. Cris se encarga de conducir
por las abarrotadas calles del centro de la ciudad.
―Esto no es normal. Hay demasiados manifestantes ―se
queja Eric desde el asiento delantero.
―Nos están siguiendo en un coche negro ―informa Cris.
Echo un vistazo por la luna trasera y compruebo que tiene
razón. Un todoterreno oscuro nos persigue.
―Acelera ―ordeno.
―No puedo. ―Cris se ve obligado a frenar de golpe cuando
un grupo de personas se cruzan frente al vehículo. Enseguida
nos rodean y empiezan a gritar mientras golpean la carrocería
con las manos―. ¡Joder! ¡¿Qué pretenden?! ¡Se han vuelto
locos!
Cris toca el claxon de manera insistente, pero los
manifestantes no se mueven, siguen golpeando el coche y
berreando insultos. Respiro hondo, intento mantener la calma y
el terror me invade. ¿Qué pasará si consiguen llegar a mí?
¿Serían capaces de hacerme daño?
Lua
―Mamá, no creo que sea necesario contarme todos los
detalles sobre tu vida sexual ―mascullo, haciendo una mueca
de asco.
Llevo todo el día con ella, y la verdad es que mi paciencia
está llegando a su límite. Se supone que una hija no debería
conocer ciertas cosas sobre la intimidad de su progenitora, pero
mi madre no entiende eso y se ha dedicado a contarme cada
pequeño detalle de sus escarceos sexuales de los últimos meses.
―Pues no sé qué tiene de malo ―replica tras darle un trago
largo a su botellín de cerveza. Estamos aprovechando las
últimas horas de claridad y que la temperatura es lo bastante
agradable como para poder sentarnos en el patio trasero a
charlar tranquilas―. Eres una adulta y no tengo con quién
comentar este tipo de cosas.
―Pues no sé, búscate una amiga o algo, pero de verdad que
yo no quiero saberlas.
―Hija, qué aburrida eres ―farfulla―. Tampoco hace falta
escandalizarse. El cuerpo humano fue diseñado para que
disfrutemos con ciertas prácticas, y el sexo es una de ellas. Es
algo muy natural.
―Ya, claro. ―Ruedo los ojos y yo también bebo para no
tener que seguir hablando del tema.
―Por cierto, llevamos todo el día hablando de mí. ¿Qué me
cuentas tú?
―Si pretendes que te dé detalles sobre mi vida íntima,
puedes olvidarte.
―Espera, entonces, ¿tienes vida íntima? ¡Eso no lo sabía!
―Sonríe emocionada y se echa hacia delante―. Dime quién es.
¿Has vuelto con Eric? Me gusta ese chico.
―Mamá, no hay nadie. Solo era una forma de hablar. Y no,
Eric y yo seguimos siendo buenos amigos, nada más.
―A mí no me engañas, hay algo más ahí. Te lo he notado en
los ojos.
―¿Qué le pasan a mis ojos?
―Brillan, hija, y mucho. Ese tipo de brillo que solo aparece
en la mirada de una mujer cuando está enamorada.
Niego con la cabeza y señalo mi botellín vacío.
―Deja de decir tonterías. Voy a por otra cerveza, ¿quieres?
Bufa y se levanta, señalándome con el dedo índice.
―Ya voy yo, y cuando vuelva vas a contármelo todo. Solo
te advierto que, si tienes intención de hacerme abuela, ese niño
me llamará Julia. Aún soy demasiado joven.
Suelto una carcajada y espero a que se marche. Eso no va a
ocurrir. Llevo tomando la píldora desde que era una adolescente.
Además, es que ni podría imaginarlo. ¿Un hijo bastardo del
príncipe Maximus? Sería un gran escándalo, de esos que hacen
sacudir los cimientos de la monarquía de cualquier país. Vamos,
como si no tuviese ya bastantes problemas.
Mientras espero a que vuelva, decido echar un vistazo a mis
redes sociales. No acostumbro a usarlas demasiado, sin
embargo, las reviso cada poco tiempo para estar al tanto de lo
que ocurre en el mundo. En cuanto empiezo a deslizar el dedo
por la pantalla, soy consciente de que algo gordo ha pasado, ya
que toda la gente que conozco habla sobre lo mismo. Un
accidente o algo parecido, sin embargo, lo que más me llama la
atención es que, por algunos comentarios, intuyo que tiene algo
que ver con la familia real.
Con las manos temblorosas y un nudo en la garganta, decido
buscar en la sección de noticias. Todas dicen los mismo. Una
multitud furiosa se abalanzó sobre los miembros de la familia
real en el centro de la ciudad y tuvieron que acudir las fuerzas
policiales a desalojarlos. Uno de los coches reales sufrió un
accidente importante mientras era perseguido por varios
vehículos, entre los que se encontraban manifestantes radicales
y periodistas.
―No puede ser ―murmuro para mí. Intento buscar más
información, pero no encuentro nada.
―¿Qué pasa? ―Alzo la mirada y encuentro a mi madre
frente a mí con un par de cervezas en las manos.
―Tengo que irme ―anuncio, levantándome a toda prisa―.
Ha ocurrido algo grave.
―¿El qué? Es tu padre…
―No, algo con la familia real. Yo… ―Respiro hondo y
niego con la cabeza. Solo necesito saber que Max está bien. La
prensa no da detalles sobre el accidente―. Me voy.
Salgo corriendo a toda velocidad mientras intento contactar
con Eric por teléfono. Lo llamo cuatro veces, y al no recibir
respuesta mi preocupación va en aumento. Antes de subirme a
la moto, lo intento una vez más; al fin consigo que me conteste.
―¿Lua?
―¡¿Qué ha pasado?! ―exclamo muy nerviosa―. ¡¿Él está
bien?!
Hay un silencio al otro lado de la línea que no augura nada
bueno, y lo escucho suspirar.
―Ven enseguida a palacio e intenta mantener la calma. Es
más grave de lo que cualquiera pueda pensar.
Capítulo 12
Lua
No sé qué es lo que me impresiona más, si el hecho de ver a
Max con la mirada perdida en un punto fijo en la pared o
corroborar con mis propios ojos que lo que me dijo Eric hace
solo un rato no es mentira.
―Pasa, a ver si tú consigues hacerle reaccionar
―murmura Cris, recibiéndome en la entrada del salón.
Max ni siquiera parece darse cuenta de que he llegado,
sigue perdido en sus propios pensamientos. En realidad, no
creo que sea consciente de nada de lo que le rodea. Paso junto
a Eric y Maya y me dirijo al sofá, me agacho frente a él con
cautela y coloco mis manos sobre sus muslos.
―¿Max? ¿Te encuentras bien?
Cierra los ojos y una lágrima solitaria recorre su mejilla.
Me parte el corazón verlo de este modo, aunque en un
principio, al saber que estaba sano y salvo, sentí alivio, no
tardé en darme cuenta de la magnitud del problema al que
debe enfrentarse en estos momentos.
Inspira con fuerza por la nariz y sus ojos enrojecidos se
clavan en los míos.
―Están muertos. Todos han muerto ―susurra entre
dientes justo antes de que nuevas lágrimas rebosen sus
párpados.
―Lo sé, cariño. ―Acaricio su mejilla con suavidad y un
sollozo rasga su garganta.
No me importa quién pueda vernos, solo tiro de él hacia mí
y lo abrazo con fuerza. Max hunde su rostro en mi cuello y
llora como un niño pequeño, un niño solo y sin esperanza.
Imagino que justo así es como debe sentirse en estos
momentos. Al fin y al cabo, acaba de perder a la mitad de su
familia de golpe.
Tras un rato en el que no me muevo y solo intento
consolarlo acariciando su nuca, tira de mí y se recuesta hacia
atrás, obligándome a sentarme sobre su regazo. Rodea mi
cintura con uno de sus brazos y sigue sollozando contra mi
cuello.
―No van a volver. ¿Qué voy a decirle a mi sobrino? Sus
padres están muertos.
Suspiro y alzo la vista un segundo. No sé qué contestarle, y
por las expresiones de los demás, supongo que ellos tampoco
son capaces de encontrar las palabras correctas que puedan
darle algo de consuelo. Armándome de valor, enmarco su
rostro con mis manos y busco su mirada.
―Max, ahora vas a tener que ser fuerte. Alex acaba de
quedarse huérfano de padre y madre. Te necesita más que
nunca, y tu madre también.
―¿Por qué ellos? No lo entiendo. Podría haber sido yo.
―No digas eso. ―Lo obligo a mirarme y frunzo el
ceño―. Es una mierda y muy injusto, pero hay que tomar las
cosas como vienen. Tendrás tiempo de llorarlos y lamentar su
pérdida; por el momento, lo que más importa es estar al lado
de tus seres queridos.
―De los que aún me quedan ―masculla, cerrando los
ojos.
―Sí.
Toma una gran bocanada de aire y la suelta despacio. Sé
que lo que le estoy pidiendo es muy difícil. Su padre, su
hermano y su cuñada, los tres han muerto hace solo unas
horas. Sin embargo, como príncipe, y ahora cabeza de familia,
su deber es recomponerse y sacar adelante a los que aún
quedan con vida, en especial al pequeño Alex.
―Bien, necesito un café cargado ―farfulla.
Miro de reojo a Maya y no tarda en salir del salón a toda
prisa. Cris cabecea en mi dirección y también se marcha,
llevándose con él a mi compañero. Poco a poco, Max va
recuperando la compostura. Soy consciente de todo lo que
debe estar sufriendo, pero sé que podrá superarlo con el
tiempo.

Max
Vestido con mi uniforme militar y con la espalda recta,
intento contener las lágrimas que amenazan con rebosar mis
ojos mientras el sacerdote cierra con llave la puerta metálica
del mausoleo real. Se acabó. Después de cuatro días de duelo y
un funeral multitudinario, al fin los restos del rey Augusto, del
príncipe Xavier y su esposa Eliza descansan en paz.
Noto cómo el dorso de la mano de Lua se pega a la mía y
la miro de manera disimulada. Ella ha sido el pilar en el que
me he apoyado desde el accidente. No se ha separado de mí ni
un solo segundo. Cada noche duerme a mi lado, me ha
abrazado cada una de las veces que me derrumbé, que no
fueron pocas. No sé qué habría hecho sin ella. A mi derecha,
escucho a mi madre inspirar hondo, y no puedo evitar sentir un
pinchazo en el pecho al ver al pequeño cogido de su mano, con
gesto serio y aguantando el llanto como todo un hombre.
Me acerco a él y lo cojo en brazos. Alex enseguida rodea
mi cuello con sus pequeños brazos y comienza a llorar. Bien.
Si eso es lo que necesita, no voy a ser yo quien se lo arrebate.
―Maximus, compórtate ―sisea mi madre entre dientes.
Le lanzo una mirada poco amistosa que no acepta réplica.
Ahora mismo me importa una mierda el protocolo y lo que se
supone que debo o no hacer. Mi sobrino está sufriendo y voy a
estar ahí para él, le guste a la reina o no.
Nos retiramos de inmediato. Reinard insiste en que nos
despidamos de todos los asistentes al funeral, sin embargo, lo
que menos me apetece es escuchar más lamentos y palabras de
consuelo que no logran aliviar mi sufrimiento. Vuelvo a mirar
a Lua. Ella es la única que consigue distraerme, sus caricias
son curativas, sus besos logran hacerme olvidar, aunque sea
por un momento, toda esta porquería.
Cris nos espera a la salida del cementerio real con la puerta
trasera del Bentley abierta. Dejo a Alex sobre el asiento y
busco a mi madre con la mirada. La encuentro entrando en
otro vehículo. Ella es la única que está cumpliendo el
protocolo. La norma es clara: jamás deben viajar más de dos
miembros de la Casa Real en un mismo vehículo, y menos si
uno de ellos es el heredero al trono. Si la guardia real hubiese
seguido esas reglas, la familia real no habría perdido a tres
miembros a la vez. Se supone que no pudieron hacer otra cosa
debido al peligro que generaron los manifestantes al
abalanzarse sobre nosotros. Aun así, han sido castigados y
retirados del servicio por su error. Tras hacerle un gesto a Lua
para que nos acompañe en la parte trasera, me meto en el
interior del coche y espero a que ella entre. Nuestros dedos se
entrelazan de inmediato, aunque esa sensación placentera que
siempre me recorre cuando la toco no dura demasiado, ya que
Alex no tarda en subirse a mi regazo y estira sus brazos para
que Lua lo abrace. Sonrío al ver cómo mi chica lo estrecha
contra su pecho. Nuestras miradas se cruzan y sé que sabe lo
que estoy pensando. Quiero esto con ella, una vida, una
familia; lo quiero todo.
No tardamos en llegar al palacio, y antes de que pueda
retirarme a mis aposentos a hacer lo que más me apetece, que
no es otra cosa que pasar el resto del día en la cama abrazando
a mi chica, la reina reclama mi presencia en el salón del trono.
Nada más entrar, sé que lo que sea que quiera decirme no va a
ser de mi agrado.
―¿Qué ocurre, madre? ―inquiero, frunciendo el ceño.
―Tenemos que hablar, Maximus. Siéntate. ―Señala el
trono y niego con la cabeza―. Siempre te ha encantado
sentarte ahí para molestar al rey, y ahora que no está…
―Ese lugar no me pertenece ―mascullo.
―En realidad, puede no ser así.
―¿De qué estás hablando?
―Hijo, ya que han terminado todas las diligencias de los
funerales, es el momento de pensar qué va a ocurrir de ahora
en adelante.
―No entiendo.
Se pasea por la sala lentamente, mirándome cada pocos
segundos. Tanta espera me está poniendo de los nervios.
―Maximus, la monarquía necesita un soberano, un rey
que dirija a nuestra querida nación.
―Alex será un buen rey cuando crezca.
―Para eso aún faltan algunos años. He estado hablando
con la cámara parlamentaria y también con el consejero real,
todos hemos llegado a la conclusión de que no podemos
arriesgarnos a que esos malditos… ―Inspira hondo y vuelve a
su pose seria habitual―. Esos republicanos han acabado con el
rey y el heredero al trono, no permitiremos que derrumben a
esta institución también. Debemos actuar pronto, mientras
sigamos teniendo la opinión pública a favor.
―Madre, ve al grano ―pido.
―Si esperamos a que Alex sea lo bastante mayor como
para asumir el título de rey, lo más probable es que los
republicanos terminen convenciendo al país de que no somos
necesarios. Hay que actuar de inmediato, y ahí es donde entras
tú.
―No ―murmuro, negando con la cabeza.
―Sí, Maximus. ―Se pone frente a mí y busca mi
mirada―. Vas a heredar la corona. Tienes que poner de tu
parte para mantener nuestras tradiciones.
―Eso es ridículo, yo no fui instruido para reinar. Xavier…
―¡Xavier ya no está! ―exclama, alzando la voz―. Ahora
solo quedamos tú y yo. No creo que el consejo parlamentario
esté de acuerdo en dejar que sea yo la que reine. Tú eres la
persona más indicada.
―¿Te estás dando cuenta de lo que dices? Hasta hace un
par de meses la prensa me llamaba príncipe rebelde o desastre
real. ¿Quién apoyaría semejante locura?
―Todos. Nuestro país está conmocionado por el terrible
accidente en el que falleció la mitad de la familia real. Buscan
una forma de resarcir ese daño causado, y tú, tras tan trágico
acontecimiento, te presentarás ante ellos como el príncipe que
eres, pero mucho más maduro y responsable.
―No creo que pueda hacerlo. ¿Qué pasa con Alex? Él es
el legítimo heredero al trono.
―Tú también lo eres. Sin Xavier, y con Alex tan pequeño,
tú eres el siguiente en la línea de sucesión.
―Madre, lo que estás diciendo es una locura.
―¡No! La locura sería permitir que la monarquía muriera
con tu padre. Tienes que hacerlo, Maximus. Si no es por ti,
hazlo por Xavier, ocupa el puesto que le correspondería a él,
cuida de su hijo, reina en su país y conviértete en alguien del
que estar orgulloso.
Resoplo con fuerza y agacho la cabeza. No puedo ser rey,
no me adiestraron para ello. ¿Cómo pretenden que dirija un
país si ni siquiera puedo con mi propia vida?

Lua

―¿Vas a seguir repitiendo que no te ocurre nada?


Max me mira desde la puerta del baño, con la toalla a
medio camino de su cabeza, y resopla. He notado que algo no
andaba bien desde que regresó de hablar con la reina. Su
expresión lo delata. Camina despacio y toma asiento en el
borde del colchón.
―Esto no te va a gustar.
―Lo imaginé. Vamos, suéltalo de una vez.
Bufa de nuevo y busca mi mirada.
―Con todo lo que ha pasado, el comité parlamentario cree
que lo más oportuno es que el trono se ocupe cuanto antes.
Esos republicanos…
―No todos son iguales ―replico.
―Son radicales, Lua, unos asesinos.
―Entiendo lo que quieres decir, pero no puedes juzgar a
una multitud por el error de un solo hombre.
―Quien sacó de la carretera el vehículo en el que iba mi
familia no era un solo hombre.
―Ya, lo sé, pero…
―¡¿Los estás defendiendo?!
―¿Cómo dices?
―¡Eso es lo que haces, ¿no?! ¡Estás excusando el
comportamiento de esos malditos animales! ¡¿De qué lado
estás?!
Me levanto de golpe y en un par de zancadas me planto
frente a él.
―Mírame, Max. ¿De verdad crees que yo sería capaz de
ponerme de parte de cualquier cosa o persona que pueda
hacerte daño? ―Intenta apartar la mirada, pero lo sujeto con
fuerza por la barbilla―. ¡Contéstame!
―No. Lo siento, no sé por qué dije algo así.
Suspiro y enmarco su rostro con mis manos.
―Yo sí lo sé. Te duele. Sientes ira y rabia. Te han
arrebatado a tu hermano, la única persona que de verdad te
entendía. Buscas un culpable, alguien con quien descargar toda
esa frustración, pero yo no soy esa persona, Max. Estoy aquí, a
tu lado, y no me moveré a no ser que tú me lo pidas.
Enseguida me veo envuelta en un abrazo tan intenso que
está a punto de dejarme sin respiración. Max se aparta y besa
mis labios antes de posar su frente sobre la mía.
―Perdóname. Soy un idiota.
―Lo eres ―susurro.
Ambos sonreímos y dejo que me abrace de nuevo.
―Te equivocas, la única persona que de verdad me
entiende eres tú.
Esta vez soy yo la que rompe nuestro abrazo para besarle.
―Ahora dame la mala noticia. Quieren que reines,
¿verdad? ―Respira hondo y asiente―. ¿Qué les has dicho?
¿Vas a aceptar?
―Tampoco es que tenga otra opción. Alex es demasiado
joven y la reina… Ella no cuenta con el apoyo del parlamento.
Creen que debo ser coronado cuanto antes.
Acaricio su mejilla con suavidad y asiento. He esperado
este momento desde el mismo instante en el que me
informaron de que el rey y el príncipe Xavier habían fallecido
en ese accidente.
―Muy bien, alteza. Solo dime en qué puedo ayudarte.
Clava su mirada en la mía con tanta intensidad que casi
puedo sentir cómo su corazón se desboca en sintonía con el
mío.
―No te apartes de mí, eso es lo único que te pido.
Necesito saber que, pase lo que pase, seguirás a mi lado.
Sonrío y muevo la cabeza de arriba abajo.
―Eso dalo por hecho.
Capítulo 13
Max
Me siento ridículo, y por más que lo intento soy incapaz de
esbozar ni siquiera un amago de sonrisa. La corona que reposa
sobre mi cabeza no me pertenece. Esta ceremonia de coronación
debería ser en honor a mi hermano mayor. ¡Si ni siquiera sé lo
que estoy haciendo! Hace solo dos semanas que se marcharon y
todo el mundo actúa como si nada hubiese pasado. ¿Es que los
han olvidado? Inspiro hondo por la nariz y busco con la mirada
a la única persona que es capaz de calmar mi ansiedad. Nuestras
miradas se cruzan. Ella está en el fondo de la sala, de pie y con
la espalda recta. No querían dejarla asistir a este acto, pero yo
insistí. No podía ser de otra forma.
Durante más de una hora me dedico a aceptar todas las
condiciones que me ponen para reinar y acepto el cargo, jurando
ser fiel a mí mismo y a mi país, velar por las necesidades de
todos los ciudadanos y actuar con honradez y transparencia. Son
solo palabras vacías, ya que mi cometido no pasará por gobernar
ni tomar decisiones. Mi padre fue rey durante más de cuarenta
años y ni una sola vez se inmiscuyó en los asuntos del Estado.
Nuestro trabajo es estrechar manos, acudir a eventos y mantener
la imagen intachable de la monarquía ante los ciudadanos. Unas
marionetas, eso es lo que siempre hemos sido, y lo peor es que
ahora mismo acabo de convertirme en el jefe de esas
marionetas.
Cuando al fin termina la tortura y todo el mundo se retira,
dejo la corona en la caja fuerte de la sala del trono y la miro
desde la distancia. No la siento como mía. En realidad, es que ni
la quiero. Me siento como si acabaran de arrancarme la poca
libertad que aún me quedaba. Busco de nuevo a Lua con la
mirada, pero esta vez no la encuentro. Reinard le pidió que
esperara fuera. Me acerco a la puerta y la abro de par en par.
―Pasa ―murmuro, mirándola a los ojos.
Necesito estar con ella en estos momentos. Estoy a punto de
volver a cerrar la puerta cuando a veo a mi madre caminar en mi
dirección. Contengo un resoplido y espero a que llegue.
―Majestad, necesito hablar con usted ―dice, haciendo una
especie de reverencia algo forzada.
Pongo los ojos en blanco y la sujeto por el brazo para
ayudarla a incorporarse.
―Mamá, no me llames así. Sigo siendo Max.
Inspira hondo y niega con la cabeza.
―No, ahora eres el rey, y debes ser tratado como tal. Vas a
tener que cambiar muchos aspectos de tu vida.
―Recuerda que esto es algo temporal. Cuando Alex tenga la
edad suficiente…
―Eso es algo que solo el tiempo dirá. Por el momento, Alex
ingresará en un internado en el extranjero. Tiene que instruirse
para ser tu sucesor.
―Espera, ¿qué? ¿Cómo que un internado?
―No sé por qué te extraña tanto. Tu hermano y tú mismo
pasasteis varios años internos. Es su deber como heredero al
trono.
―Ya lo sé, pero… ―Bufo y hundo los dedos en mi pelo
rubio. Intento evitar mirar a Lua para no llamar la atención. Me
siento tan sobrepasado por toda esta mierda que ahora mismo
me la llevaría lejos, solo nosotros dos, y me olvidaría de todo lo
demás―. Es muy joven.
―La decisión está tomada. ―Reinard entra en la sala y mi
madre se alisa la blusa y mira de reojo al lugar donde Lua sigue
de pie, muy recta y con la mirada clavada en una de las paredes
para darnos más intimidad―. Déjanos ―ordena.
Mi chica me mira durante un segundo y asiente. Empieza a
caminar en dirección a la salida, y a cada paso que da siento
como si mi corazón se encogiera. No puede marcharse. La
necesito para afrontar toda esta porquería.
―Lua, no te vayas. ―Se detiene de golpe y se gira, con la
curiosidad y la confusión grabados en la mirada.
―Tenemos que hablar de algo importante, Maximus ―sisea
mi madre.
Respiro hondo y me encojo de hombros.
―Lua es de mi total confianza. Puedes decir lo que quieras.
No me pasa desapercibida la sorpresa en las expresiones de
ambas mujeres. Reinard no dice nada, y Lua enseguida vuelve a
su posición e indico con un gesto a mi madre que continúe
hablando.
―Muy bien. ―Mira de reojo a Lua de nuevo y suspira―.
Tenemos que comentar cuáles son tus planes de futuro.
―¿A qué te refieres? Ya soy rey, ¿no? ¿Qué más quieres que
haga?
Chasquea la lengua y camina hacia mí, con la barbilla en
alto y gesto serio.
―Un rey no es nadie sin una reina.
―Para eso estás tú.
―No, Maximus, debes buscar una esposa cuanto antes.
―Trago saliva con fuerza, y mi mirada se dirige a la esquina
donde se encuentra Lua―. Una esposa que conozca nuestras
costumbres, que pueda reinar a tu lado y honrar a esta sagrada
institución ―añade.
Pestañeo un par de veces y niego con la cabeza.
―No, madre. No voy a casarme con cualquiera.
―¿Cualquiera? ―Reinard da un paso al frente―. Nadie ha
dicho eso. Al contrario, te encontraremos a la esposa indicada,
alguien acorde a tu posición. Déjalo en mis manos, yo me
encargaré de todo.
―¿Pretendes arreglarme un matrimonio?
―Por supuesto.
―Espera, yo no quiero eso. Cuando me case será porque así
lo he decidido y con quien yo lo desee.
―Hijo, las cosas no funcionan de ese modo, ya lo sabes.
―Se coloca frente a mí y señala a Lua con el dedo índice―. No
puedes elegir a cualquier mujer, y eso la incluye a ella.
Abro mucho los ojos y se me corta la respiración. ¿Lo sabe?
―Madre…
―No hay nada que suceda en este palacio de lo que yo no
me entere. ―Se mueve despacio hacia el lugar donde sigue Lua
y se detiene justo frente a ella―. No tengo nada en tu contra,
muchacha. Solo busco lo mejor para mi familia y las costumbres
que me han encomendado preservar.
―Madre ―mascullo en tono de advertencia.
En un par de zancadas llego a ellas y me coloco al lado de
Lua, cojo su mano y miro a mi madre con el ceño fruncido. No
voy permitir que nadie, ni siquiera la reina, se interponga entre
nosotros.
―Esto no está en discusión. No voy a casarme con nadie
que no sea ella. Lo tomas o lo dejas.
Noto el temblor de su mano sobre la mía y la sujeto con más
fuerza. Tal vez esta no sea la petición de matrimonio más
romántica… En realidad, ni siquiera sé si ella estaría dispuesta a
dejar su vida y su libertad para unirse a mí. Me hubiese gustado
que lo habláramos en privado.
―Majestad, eso no es posible ―sentencia Reinard.
―¿Por qué? No seré el primer rey que decide casarse con
una plebeya. Los tiempos cambian. Tal vez eso sea justo lo que
la monarquía necesite, un cambio, evolucionar.
La reina niega con la cabeza y Reinard resopla con fuerza.
―Majestad, en otras circunstancias puede que nos
planteáramos esa posibilidad, sin embargo, puedo asegurar que
la cámara parlamentaria no verá con buenos ojos esa unión.
―¡¿Por qué?! ―Comienzo a alterarme, y esta vez es Lua la
que aprieta mi mano con fuerza para tranquilizarme. Respiro
hondo y vuelvo a repetir la pregunta con un tono más
calmado―. ¿Por qué?
―Por sus antecedentes ―contesta Reinard sin inmutarse.
Lo miro con confusión―. Cuando contratamos los servicios de
la empresa de seguridad que pertenece al padre de la señorita
―señala a Lua, y vuelvo a tensarme―, no teníamos
conocimiento de las ideologías políticas de su familia.
―¿Eso qué tiene que ver en todo esto? Cada persona es
libre de pensar y creer en lo que le apetezca.
―No después de lo que le ha ocurrido a tu padre, Maximus
―intercede la reina―. Su madre es republicana, la han detenido
por manifestarse en contra de la monarquía. ¡Es una radical!
Escucho cómo Lua inspira hondo por la nariz y la atraigo a
mi costado, rodeando su cintura con el brazo. Sé que se está
conteniendo, y se lo agradezco.
―Eso no es cierto. Solo tiene una forma de pensar distinta a
la nuestra. Además, eso no tiene nada que ver con Lua.
―Tiene todo que ver ―insiste Reinard―. La prensa nos
destrozaría si se entera de que la futura reina es republicana e
hija de una radical.
Mi madre se acerca más a Lua y estira la mano para levantar
su barbilla y mirarla a los ojos.
―¿Tú estarías dispuesta a romper todo lazo con tu familia y
renegar de tu propia madre si fuese necesario?
Inspira hondo por la nariz y cierro los ojos con fuerza. No es
justo que le estén preguntando algo así.
―Mi madre no es ninguna radical, majestad ―susurra.
―No te he preguntado eso, muchacha. ¿Le darías la espalda
a tu familia para convertirte en la reina?
―No tienes que responder a eso ―señalo.
―Está bien. ―Se aparta de mí unos centímetros y mira a mi
madre a los ojos―. No, majestad. Jamás daría la espalda a las
personas que me criaron, que dieron todo por mí y que se
sacrificaron para que yo tuviese una buena educación solo
porque sus ideales políticos no encajen en una posible vida que
ni siquiera deseo para mí.
Trago saliva con fuerza y mis ojos se empañan. Se acabó.
Con esas palabras, Lua acaba de sentenciarnos, y ni siquiera
puedo juzgarla por ello. La entiendo, y respeto su decisión.
―Bien, en ese caso, te pido que abandones esta sala cuanto
antes. ―Lua asiente y se marcha sin ni siquiera dirigirme una
mirada. Cuando la puerta se cierra, mi madre vuelve a dirigirse
a mí―. Ahora que hemos resuelto esta situación, sigamos con el
tema que nos ha traído aquí. Debemos encontrarte una esposa.

Lua

Desde que salí de esa sala hace ya varias horas, estoy al


borde del llanto. Por un instante dudé, solo tenía que decir que sí
y, tal vez… ¿Cómo iba a renunciar a mi propia familia? Amo a
Max, eso es algo que tengo muy claro, pero elegir entre él y las
personas que siempre han estado a mi lado es algo imposible
para mí. Además, ¿qué clase de vida me esperaría a su lado? He
visto cómo viven en este palacio, el protocolo, las apariencias,
el fingir ser alguien que no son… No quiero eso para mí. Ni
siquiera creo ser capaz de encajar en este mundo.
La puerta de la sala de empleados se abre y Eric esboza un
amago de sonrisa mientras camina en mi dirección.
―¿Estás bien?
―No demasiado ―mascullo, agachando la mirada.
―Tal vez no quieras escuchar esto, pero, como tu amigo,
debo decirlo.
Inspiro hondo y suelto el aire por la boca.
―Suéltalo de una vez, Eric.
Se agacha frente a mí y sujeta mi rostro entre sus manos.
―Tienes que salir de ahí. Esta relación con el prin… el rey
solo te va a traer desgracias. Entiendo que sientas algo por él,
pero…
―Lo amo ―confieso por primera vez en voz alta.
No puedo evitar que varias lágrimas se escapen de mis ojos,
y sorbo por la nariz.
―¿Cómo has llegado a esta situación, pequeña?
―No lo sé ―respondo con un hilo de voz mientras intento
contener el llanto.
―Ven aquí. ―Me atrae hacia su cuerpo y dejo que sus
brazos me rodeen en un abrazo que desata las lágrimas que
estaba intentando no derramar―. Todo va a salir bien. Estaré a
tu lado, como siempre.
Sollozo contra su pecho mientras Eric sigue susurrando
palabras de consuelo, aunque nada de lo que pueda decir es
capaz de mitigar mi dolor. Tengo claro qué es lo que debo hacer,
sin embargo, el simple hecho de pensar en llevarlo a cabo me
destroza por dentro. Lo supe desde el principio, esto era algo
pasajero, pero no por ello duele menos.
Pasa un rato largo hasta que consigo calmarme y recuperar
la compostura. Le pido a Eric que se marche y me sustituya
mañana por la mañana. Esta noche necesito pasarla al lado de
Max porque será la última.

Max
Cuando al fin la puerta de mi habitación se abre sin previo
aviso, respiro aliviado y al mismo tiempo soy incapaz de
librarme de la sensación de angustia que comprime mi pecho.
Está aquí. No se ha ido y, aun así, sé que estoy a punto de
perderla para siempre.
―Te estaba esperando ―susurro con un hilo de voz.
Lua cierra la puerta a su espalda y camina hacia la cama,
donde estoy sentado al borde del colchón, se acomoda a mi lado
y suspira. Tiene los ojos rojos e hinchados. Está sufriendo, y sé
que yo soy el responsable de ello. Alza la vista e inspira hondo
por la nariz.
―Lo siento, Max.
―No. ―Enmarco su rostro entre mis manos y niego con la
cabeza―. Tú no tienes la culpa de nada. Lo entiendo y no te
culpo.
Una lágrima solitaria recorre su mejilla y la recojo con mis
dedos.
―Siempre supimos que esto terminaría pasando. Creí que
tendríamos más tiempo.
―Lo sé, cariño. Yo también lo pensé. ―Sorbe por la nariz y
cubre sus manos con las mías, las aparta de su cara y puedo ver
cómo hace verdaderos esfuerzos por no dejarse llevar por el
llanto―. Vas a irte, ¿verdad?
―¿Qué otra cosa puedo hacer?
Tomo aire y beso sus manos antes de colocarlas de nuevo
sobre mi regazo.
―Yo solo quiero estar contigo.
―Eso no es posible.
―¿Y si lo fuese? ―Me mira con confusión y suelto sus
manos para acomodar mi pelo hacia atrás―. Tengo que
casarme, sí, pero es un matrimonio arreglado. No será algo real.
Tú puedes quedarte aquí, seguir trabajando para mí y…
―Ni siquiera te atrevas a terminar esa frase ―sisea.
Me quedo callado, y por un segundo soy consciente de lo
que he estado a punto de proponerle. ¡Dios, soy un idiota!
―Lo siento. Yo no quería…
―No voy a ser tu amante, Max. Eso de quedarme
escondida, esperando a que puedas ofrecerme las migajas de tu
tiempo… No podría soportarlo, y lo sabes.
―Sí, sí, tienes razón. No sé por qué he dicho eso.
Perdóname. Yo solo… ―Bufo y vuelvo a hundir los dedos en
mi pelo―. No quiero perderte.
Una de sus comisuras se eleva un par de centímetros y niega
con la cabeza.
―No lo harás. Recordaremos estos meses juntos como algo
maravilloso. Tal vez algún día… No lo sé. La vida da muchas
vueltas.
Sin poder evitarlo, yo también empiezo a llorar. El nudo de
mi garganta se desplaza al centro de mi pecho y casi no me deja
respirar.
―No puedo pedirte que me esperes, lo que sí puedo hacer es
prometer que intentaré volver a tu lado.
―Max, no hagas esto. Intenta ser feliz en tu futuro
matrimonio, vive tu vida.
―¡Yo no quiero ser feliz! ¡No puedo! ¡Maldita sea, yo no
pedí nada de esto!
―Lo sé, pero te ha tocado. A veces no somos dueños de
nuestro propio destino, solo nos queda vivirlo lo mejor que
podamos e intentar salir adelante.
―Renunciaría a todo, a la corona, a este palacio… Haría
cualquier cosa por poder conservarte.
―Pero no lo harás. ―Acaricia mi mejilla con suavidad y
sonríe de manera forzada―. Se lo debes a tu hermano y, sobre
todo, a tu sobrino. No permitas que él tenga que asumir la
responsabilidad y la carga que ahora recae sobre tus hombros
antes de estar preparado para ello.
Bufo y seco mis mejillas con el dorso de la mano. Estoy
harto de esta mierda. Quiero dejar todo atrás e irme con ella a
cualquier rincón del mundo donde nadie pueda encontrarnos. Lo
haría si no estuviese Alex. Hoy mismo he expuesto mis
condiciones para seguir siendo rey, casarme y todas esas
gilipolleces. Mi sobrino se queda aquí, en su casa. No irá a
ningún internado.
Resoplo y me levanto, rodeo la cama y saco de la mesita de
noche una pequeña caja de terciopelo que lleva guardada ahí un
par de semanas. Al volver al lado de Lua, me mira extrañada
cuando le tiendo la cajita.
―Es para ti. Pensaba dártela el día del accidente y… Bueno,
con todo lo que pasó no tuve la oportunidad.
Sonríe y, tras abrirla, me mira con los ojos brillantes.
―¿Anillos?
―Sí.
Me siento a su lado y cojo uno de los aros negros con una
corona dibujada en oro, lo giro para que pueda leer la
inscripción de su interior y Lua amplía su sonrisa.
―Mi rey ―susurra, leyendo las dos palabras escritas.
―Siempre lo seré. ―Cojo su mano y deslizo el anillo por su
dedo anular. A continuación, Lua coge el otro anillo y repite el
mismo procedimiento conmigo―. Y tú siempre serás mi reina.
Un sollozo rasga su garganta y se lanza a mi boca con
desesperación. La acojo entre mis brazos y dejo que tome de mí
lo que quiera. Nuestras lenguas se enredan en una batalla
sensual y dolorosa mientras nos deshacemos de nuestras ropas,
y cuando al fin la tumbo de espaldas sobre la cama y me
acomodo sobre ella, soy consciente de que esta es la última vez
que voy a tenerla así, solo para mí. Estoy seguro de que mañana
por la mañana no estará a mi lado, y es probable que nunca más
volvamos a vernos.
Aparto mi boca de la suya mientras me hundo en su interior
centímetro a centímetro. Ambos gemimos a la vez y nuestras
lágrimas se entremezclan en la superficie de nuestras pieles.
―Te a… ―Su mano cubre mi boca y niega con la cabeza.
―No lo digas. Lo sé, pero no lo digas porque, si lo haces,
no creo ser capaz de dejarte.
Asiento, tragando saliva con fuerza, y solo vuelvo a besarla
y moverme de nuevo en su interior. Si esto es lo que necesita se
lo daré. Solo espero que algún día podamos mirar atrás y
recordar esta noche como la mejor de nuestras vidas.
Capítulo 14
Lua
Cinco años después

―¡Más duro! ―exclamo con la mandíbula apretada.


Eric se echa hacia atrás para coger impulso y arremete
contra mí, lanzando un puñetazo que consigo esquivar por los
pelos. Clavo la punta del pie izquierdo en la lona y levanto el
talón derecho, preparándome para su siguiente ataque. Sonrío al
descifrar de inmediato sus intenciones, y cuando va a patearme
la pierna de apoyo, bloqueo su golpe y le lanzo uno con el codo
directo a su garganta.
―¡Ahh! ―Cae de espaldas y me agacho a su lado,
preocupada.
―Mierda, ¿te he hecho daño? Lo siento.
―Tranquila. ―Carraspea y se incorpora, sujetándose la
base del cuello―. Sí que necesitabas desfogarte. Ya veo que
lidiar con los nuevos te frustra bastante.
Bufo y acomodo varios mechones de pelo húmedo por el
sudor tras mis orejas. Lo ayudo a levantarse y compruebo, una
vez más, que no esté herido.
―Esto no está tan mal. Los chicos tienen ganas de aprender,
y al menos no tengo que jugarme la vida cada día.
―¿De verdad que no lo echas ni un poquito de menos?
―Saca a relucir su sonrisa aniñada y suspiro, negando con la
cabeza.
―A veces.
―¡Lo sabía!
―No digo que me muera de ganas de volver a hacer de
niñera de esos niños ricos y caprichosos. Es solo que…
―Inspiro hondo y me encojo de hombros―. Tengo que
mantenerme a salvo.
―Lo sé, y lo entiendo, de verdad. Creo que yo no sería
capaz de sacrificarme como tú lo haces, y solo por eso tienes
todo mi respeto.
―Hablas como si mi vida fuese un aburrimiento, y te
aseguro que de eso tengo muy poco.
Suelta una carcajada y asiente de inmediato.
―En eso te creo. Con…
―¡Lua! ―el grito de mi padre corta lo que sea que Eric
estuviese a punto de decir, y me giro para mirarlo―. ¿Puedes
venir un momento a mi despacho? ―Asiento, y tras despedirme
de mi amigo, atravieso el gimnasio y las aulas donde los novatos
reciben sus clases teóricas antes de pasar a la práctica.
Poco después de que la Casa Real rescindiera su contrato
con nuestra empresa, papá decidió seguir adelante con sus
planes de crear una especie de academia de guardaespaldas de
élite, y la verdad es que nos está yendo genial. Nuestros chicos
son contratados para las fiestas y eventos más importantes del
país, hemos conseguido hacernos un buen nombre en el
mundillo. Yo dejé el trabajo de campo y ahora me dedico a
formar a los nuevos. Es un trabajo tranquilo y me gusta, casi
siempre.
―¿Qué ocurre? ―inquiero, entrando en el despacho.
Cierro la puerta y me cruzo de brazos, esperando a que mi
padre se siente al otro lado de la mesa.
―Carlo está enfermo. Acaba de llamar.
―¿Es grave?
―No creo. Un virus estomacal o algo así, el problema es
que no puedo contar con él para el evento de esta noche.
―¿El concierto benéfico?
―Ese mismo. Tengo al equipo listo. Treinta hombres bien
preparados y armados, pero nadie que pueda dirigirlos.
―¿Y Eric?
―Imposible. Está con el encargo del hijo del ministro de
Medio Ambiente.
―¿Qué significa eso, papá? Ve al grano.
Suspira y me mira directo a los ojos.
―Odio pedirte esto, cielo, pero no me queda nadie más. Iría
yo mismo si no tuviese que salir de viaje a primera hora de la
mañana. No puedo retrasar el encuentro con los jeques.
Asiento. Esa reunión es demasiado importante como para
ponerla en segundo plano. Si mi padre consigue llegar a un
acuerdo con el consejero de uno de los jeques más poderosos de
Arabia Saudí, Neosecur tendrá un cliente millonario en su
cartera.
―Si voy a hacerme cargo del equipo de seguridad del
evento, quiero llevarme a diez hombres más.
―No sé si estarán disponibles.
―Cadetes de último año. Será una buena preparación para
ellos.
―¿Estás segura? Si algo sale mal… Sabes que la alta
sociedad de este país estará allí, políticos, gente del cine y el
espectáculo, incluso algún miembro de la realeza.
Al decir esas últimas palabras, frunce el ceño y busca en mi
rostro algún tipo de reacción. Nunca le conté a él ni a mi madre
lo que ocurrió entre Max y yo. Saben que pasó algo y que por
eso la Casa Real rescindió el contrato de forma anticipada, pero
me negué a contarles nada.
―No te preocupes por eso. Yo me encargo.
―Bien. El concierto empieza a las diez de la noche, pero
hay que organizarse con las autoridades locales para la entrada
de artistas y el reparto de tareas. Nosotros solo nos encargamos
de la seguridad en el interior del recinto, el resto es cosa de la
policía.
―Perfecto. Avisaré a los chicos y estaremos allí a las cinco.
―¿Podrás organizarlo todo en casa con tan poco tiempo?
―Sí, hablaré con mamá para que me eche una mano. Seguro
que estará encantada.
Mi padre pone los ojos en blanco y ambos sonreímos.
Últimamente mi madre no deja de quejarse de que nunca tengo
tiempo para estar con ella y la mantengo al margen de mi vida.
Pues bien, hoy tendrá la oportunidad de ser parte de ella.
Tras ponernos de acuerdo en los detalles del trabajo, salgo
del despacho y me encargo de llamar a los diez futuros
guardaespaldas que están a punto de estrenarse en una misión de
campo. Todos aceptan muy entusiasmados. Llevan tres años
preparándose para este momento.
Después paso por el almacén donde guardamos los
uniformes y me hago con un traje negro y una camisa blanca.
Mientras lo saco todo de sus envoltorios de plástico, no puedo
evitar pensar en la última vez que me vestí con uno de estos.
Fue una mañana fría y dolorosa, la mañana en la que abandoné
la cama de Max dejándolo dormido con la certeza de que nunca
más volveríamos a vernos, al menos en persona, porque yo he
tenido la oportunidad de seguir su vida durante estos cinco años
a través de la prensa. El día que anunciaron su matrimonio con
una princesa extranjera fue uno de los más tristes de mi
existencia. Retransmitieron la boda en directo por todos los
canales de televisión del país, no se hablaba de otra cosa. Al fin,
el rey había encontrado a una esposa con la que sentar cabeza y
dirigir nuestro país, porque eso es lo que está haciendo. Max se
ha convertido en el rey que el pueblo tanto demandaba. No es
solo un maniquí que sonríe y estrecha manos, él se implica en la
política del país, lucha por los derechos de los ciudadanos y está
intentando crear un mundo mejor para todos.
Inspiro hondo y doblo el traje sobre mi antebrazo. Mi
mirada va a parar al aro negro que rodea mi dedo anular. Nunca
me lo he quitado, y creo que jamás seré capaz de hacerlo. Esta
noche estará ahí, aunque lo más probable es que ni siquiera lo
vea. O puede que, si intento acercarme lo bastante… «¡No, Lua!
Déjalo ir». Sí, eso es lo que llevo haciendo todo este tiempo:
esconderme, evitarlo; así es como debe ser.

Max

―Chaval, ¿estás listo? ―Golpeo con los nudillos en la


puerta de la habitación de mi sobrino y asomo la cabeza.
―Dos minutos ―murmura mientras se mira en el espejo y
acomoda varios mechones de su pelo rubio hacia arriba.
Pongo los ojos en blanco, dándolo por imposible. La
adolescencia ha traído consigo un buen puñado de vanidad y
chulería. Vale, puede que yo a su edad fuese igual, pero al
menos intentaba disimularlo.
―Tienes un grano en la frente.
―¿Dónde? ―Mira su reflejo con preocupación y suelto una
carcajada―. Muy gracioso, tío Max.
―Vámonos de una vez o llegaremos tarde.
―¿Iremos solos? La tía Ivanka…
―La reina ha decidido quedarse en palacio esta noche
―respondo, encogiéndome de hombros.
―¿Las dos reinas? ―Asiento, y Alex sonríe de oreja a
oreja―. No voy a decir que las echaré de menos.
Me acerco y lo sujeto por el hombro antes de acercar mi
boca a su oreja.
―Yo tampoco ―susurro.
Ambos reímos justo cuando escucho a alguien entrar en la
habitación. Me giro y veo a mi madre observándonos con su
habitual cara seria.
―¿A qué vienen tantos secretos?
―Majestad. ―Mi sobrino agacha la cabeza en señal de
respeto y vuelvo a apretar su hombro.
No me gusta que se vea obligado a tratar a su propia abuela
de esa manera. Sé que forma parte del protocolo real, y hasta
ahora no he conseguido cambiarlo, aunque estoy cerca. Si de mí
depende, mi madre será la última monarca a la que se le prestará
ese tipo de gestos tan anticuados.
―Madre, estamos a punto de marcharnos al concierto.
¿Necesitas algo?
―Solo vengo a comprobar que vuestro vestuario es el
adecuado. ―Nos repasa a ambos con la mirada y asiente.
―¿Esperabas encontrarnos con vaqueros y chupa de cuero?
―bromeo.
Alex suelta una pequeña risita y mi madre frunce el ceño.
―No sé qué esperar de ti, Maximus. Poco a poco estás
acabando con todas nuestras tradiciones.
―Madre, no exageres. Solo intento modernizar esta
institución, y cada una de mis propuestas ha sido aprobada por
la junta parlamentaria. ¿Cuál es el problema?
―¿El hecho de que, a estas alturas, aún no tengas un
heredero también lo ha aprobado el Parlamento?
Tenso la mandíbula y la fulmino con la mirada. Ya estaba
tardando en sacar el tema. En los últimos años, todas nuestras
conversaciones terminan igual. Inspiro hondo por la nariz y
vuelvo a sujetar a Alex por el hombro.
―Aquí tienes a mi heredero, madre. Nuestro futuro rey.
―Maximus, ya sabes de lo que hablo. La prensa hace ya
tiempo que chismorrea al respecto. No es lógico que lleves
cuatro años casado y aún…
―No deberías hacer caso a lo que dice la prensa, madre ―la
corto―. Lo que yo haga con mi vida es solo asunto mío.
―¿Tu mujer piensa lo mismo? Porque la última vez que
hablé con ella…
―¡Madre! ―exclamo, perdiendo la paciencia. Tomo una
gran bocanada de aire para calmarme antes de seguir
hablando―. Voy a pedirte por favor que dejes de meterle ideas
en la cabeza a Ivanka. Ella está bien, yo estoy bien, todos
estamos bien. ¿Qué más quieres?
―Nada, majestad ―sisea entre dientes, desviando la
mirada.
―Bien, en ese caso, nos marchamos ya. Si no nos
apresuramos llegaremos tarde al concierto, y eso iría en contra
del protocolo. Adiós, madre.
Tras hacerle un gesto con la cabeza a mi sobrino,
abandonamos la habitación y no tardamos en trasladarnos al
centro de la ciudad. El concierto que se celebra será
multitudinario. Yo mismo me he encargado de contactar con la
gran mayoría de grupos y cantantes que actuarán esta noche.
Llevo más de un año planeando este evento, y hoy, al fin, se va a
hacer realidad. Estoy deseando llegar de una vez.
Durante todo el trayecto, Cris y Alex no dejan de bromear
en ningún momento. Yo solo río de las tonterías que se les
ocurren. Antes de llegar, miro a mi sobrino y soy consciente de
lo mucho que ha crecido. Me siento muy orgulloso del hombre
en el que se está convirtiendo, y he podido demostrar a mi
madre que no ha sido necesario encerrarlo en un internado para
darle una buena educación. Ha tenido los mejores profesores y
es un gran estudiante, además de estar cada día más preparado
para asumir su lugar como rey cuando tenga la edad suficiente
para ello. Esa es una de las razones por las que no he querido
tener descendencia a pesar de la insistencia de Ivanka. Yo soy el
rey y, si tengo un hijo, sería el siguiente en la línea de sucesión,
desplazando a Alex a un segundo lugar. No voy a permitirlo.
Ese derecho le pertenece a mi sobrino.

Lua
Presiono el auricular contra mi oído para lograr escuchar lo
que me dicen. El primer grupo ya está sobre el escenario
dándolo todo, y el ruido es ensordecedor incluso en el
backstage.
―Repite, delta uno ―ordeno.
―El rey y el príncipe han llegado. Repito, tengo al rey.
Durante una milésima de segundo mi corazón se detiene. Él
está aquí. Durante los últimos cinco años he temido que llegara
este momento, y al mismo tiempo ansiado con todas mis
fuerzas. Saber que estamos bajo el mismo techo y no voy a
verlo es doloroso, y también me siento aliviada porque, si por
algún capricho del destino lo vuelvo a tener frente a mí, ni
siquiera sabría cómo actuar.
―Acompáñalos al palco superior ―ordeno tras carraspear
para aclarar mi voz―. No te separes de ellos, delta uno.
―Entendido.
Respiro hondo y sigo moviéndome por los pasillos, dando
órdenes y organizando a mis hombres. Al final de la noche me
encuentro agotada y con unas ganas terribles de marcharme a
casa.
―Dejemos que salgan antes los de la zona central, y
después id abriendo las puertas de los palcos de una en una.
―Jefa, tenemos un problema ―escucho por el auricular, y
de inmediato me pongo alerta.
―¿Qué sucede? ―No necesito preguntar quién es porque
reconozco su voz. Annya es una de nuestras mejores agentes.
―Algún idiota ha abierto las puertas de todos los palcos
superiores, incluidos los preferentes y los vips.
―¡No me jodas! ―farfullo―. Dije que esperarais mi orden
para abrir las puertas. ¿Sabéis la que podemos liar? No
permitáis que la gente de los palcos superiores se mezcle con el
resto. Escuchadme bien, nadie sale de los palcos hasta que yo dé
la maldita orden. ¿He sido clara o tengo que haceros un jodido
dibujo?
―Entendido.
―Entendido, jefa.
―Mantenedme informada.
Sigo escuchando lo que está sucediendo a través de mis
compañeros mientras compruebo que poco a poco el recinto se
va vaciando. Me acerco a una de las puertas principales y
consigo agilizar un poco la salida de la multitud, que se marcha
a su casa eufórica tras haber disfrutado de uno de los mejores
conciertos de sus vidas.
―Platea general fuera ―dice Annya.
―Bien, ahora abrid la puerta y que empiecen a salir de los
palcos superiores. Primero los de abajo e id subiendo.
Espero a que me confirmen que ya está todo en marcha, y
solo entonces decido abandonar la puerta principal. Durante
toda la noche he estado tan ocupada que ni siquiera he tenido
tiempo de volver a pensar en él, pero sé que no tardará en
aparecer, de modo que procedo a retirarme para no cruzarme en
su camino.
Estoy tan ensimismada en lo que estoy escuchando que,
cuando choco con alguien, solo atino a disculparme antes de
alzar la cabeza. Entonces ocurre algo que jamás habría
imaginado que volvería a pasar: mi mirada y la suya colisionan,
mi corazón comienza a latir a toda velocidad y se me corta el
aliento.
―Lua ―susurra con los ojos muy abiertos.
Trago saliva con fuerza e intento reaccionar. Debería
marcharme, pero no puedo moverme. Estoy paralizada mirando
sus preciosos ojos azules, repaso los rasgos de su rostro, sus
pómulos, la mandíbula cubierta por barba corta y rubia al igual
que su pelo. Casi puedo sentir en las palmas de mis manos el
roce de su pelo al acariciar su rostro, lo recuerdo tan bien como
si lo hubiese hecho hace solo unos segundos. Sigue siendo uno
de los hombres más guapos que he visto nunca.
Escucho un carraspeo a mi lado que consigue sacarme de
ese estado de letargo en el que estaba sumida, y compruebo que
uno de mis compañeros me mira sorprendido, como si no
entendiera qué estoy haciendo. Entonces soy consciente de que
acabo de chocar con el mismísimo rey, y me tenso de pies a
cabeza.
―Lo siento mucho, majestad. ―Me agacho con la intención
de hacer una reverencia, pero, antes de que pueda realizarla,
siento cómo unas manos me sujetan por los hombros y tiran de
mí.
―Ni se te ocurra. ―Alzo la vista y Max niega con la
cabeza―. Tú no, Lua. Nunca.
Carraspeo e intento retroceder para que no siga tocándome.
No puedo seguir aquí, mirándolo, sintiendo sus manos sobre mí,
y actuar como si no me afectara cuando en realidad me estoy
muriendo por dentro.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que todos los que
nos rodean nos están observando con curiosidad. Alex frunce el
ceño y también varios de mis compañeros, que los acompañan a
ambos.
―Acepte mis disculpas, majestad. Ha sido un accidente.
―No vuelvas a disculparte.
Bufa con fuerza y una gran bocanada de aire impacta contra
mi rostro. Una de sus manos abandona mi hombro y hunde los
dedos en su cabello rubio. No puedo evitar esbozar una pequeña
sonrisa al recordar todas las veces en las que han sido mis dedos
los que han acariciado su cuero cabelludo de esa forma. Max me
mira de nuevo a los ojos y él también sonríe, leyendo mis
pensamientos.
―Majestad, la salida es por aquí ―informa Annya.
Hago el amago de apartarme del camino para que puedan
pasar, pero Max me sujeta con fuerza y vuelve a negar con la
cabeza.
―Necesito un minuto ―farfulla sin abandonar mis ojos.
Desliza la palma de su mano por mi brazo hasta llegar a mi
muñeca y tira de mí―. Alex, espérame en el coche. Salgo
enseguida. ―Antes de que pueda ser consciente de lo que
ocurre, me veo arrastrada por él hacia el fondo del pasillo.
No me resisto, o al menos eso creo. En realidad, no sé lo que
hago. Estoy tan descolocada que, cuando Max abre una puerta y
nos mete a ambos en lo que parece ser una oficina vacía, ni
siquiera soy capaz de reaccionar. Miro a mi alrededor y me
pregunto cómo demonios hemos llegado aquí.
―¿Qué haces? Yo… ―Trago saliva con fuerza y cabeceo
de lado a lado―. No debería estar aquí a solas conmigo,
majestad.
―Deja de llamarme así ―sisea, sujetando mi rostro con
ambas manos. Clava sus ojos en los míos y vuelve a bufar―.
Hola ―susurra.
―Hola ―respondo con un hilo de voz.
―Me encantaría preguntarte cómo te va, si la vida te ha
tratado bien o si eres feliz, pero desde que te he visto ahí fuera
no puedo dejar de pensar en otra cosa que no sea besarte.
Cierro los ojos y respiro hondo. Sus palabras no me
sorprenden. Sé que está deseando besarme porque yo siento
exactamente lo mismo.
―Max, no podemos. Esto no… ―Antes de que pueda
terminar la frase, su boca se abalanza sobre la mía y gimo al
notar cómo su lengua se abre paso entre mis labios.
Cualquier autocontrol que pudiese conservar se va al traste
cuando noto cómo sus manos se deslizan por mis costados hasta
llegar a mi trasero, que amasa sin ningún tipo de cuidado.
Muerdo su labio inferior y hundo mis dedos entre el pelo de su
nuca, tirando de él con saña mientras Max me obliga a
retroceder de espaldas. Golpeo contra lo que creo que es una
mesa, y en cuestión de segundos estoy sentada sobre ella,
abriendo las piernas para hacerle sitio y desabrochando los
botones de su camisa mientras su boca recorre cada porción de
piel de mi cuello que queda al descubierto.
Capítulo 15
Max
No sé cómo hemos llegado a esta situación, ni siquiera
recuerdo haberla desnudado, pero la realidad es que la tengo
justo frente a mí, vestida tan solo con su ropa interior, con las
piernas abiertas y sus brazos rodeando mi cuello mientras
intento desabrochar mi pantalón con dedos torpes. Esto es una
locura. Solo he necesitado dos segundos con ella para mandar al
diablo los cinco años de autocontrol, cinco años en los que he
tenido que contenerme para no buscarla, para no caer en la
tentación de acercarme a la sede de la empresa de su padre para
al menos verla desde lejos. Sabía que esto ocurriría si algún día
nos reencontrábamos.
Al fin consigo liberar mi miembro, que late de expectación
ante lo que está a punto de ocurrir. Inhalo con fuerza por la nariz
y su olor dulce invade todos mis sentidos. Voy a hacerlo, aparto
sus manos de mi abdomen desnudo y retiro su braguita hacia un
lado sin dejar de mirarla a los ojos. ¡Dios santo, la amo tanto o
más que el día que se marchó del palacio! La empujo hacia atrás
y, tras colocarme en la entrada de su cuerpo, me echo hacia
delante, colándome en su interior de un solo golpe de caderas.
Ambos gemimos y nos miramos sorprendidos. Sé que está
pensando lo mismo que yo. Esto es lo que somos, lo que
siempre hemos sido. Da igual el tiempo y la distancia entre
nosotros, seguiremos sintiendo lo mismo hasta el fin de nuestras
vidas.
―Max ―su jadeo provoca que una oleada de excitación me
recorra de pies a cabeza y aumento la intensidad de mis
arremetidas.
―Te he echado tanto de menos… ―Con la mandíbula
tensa, aferro mi agarre en su cintura para impulsarme hacia
delante y hacia atrás cada vez más rápido.
En solo unos minutos, ambos estamos al borde del orgasmo,
gimiendo y comiéndonos la boca como dos malditos animales
en celo. Su clímax encadena el mío, y tras vaciarme en su
interior, dejo caer la cabeza sobre su pecho y resuello,
intentando recuperar el aliento.
―Mierda. ―Me empuja despacio y me aparto para que
pueda bajarse de la mesa. Soy incapaz de dejar de mirarla
mientras se viste a toda prisa.
―Lua…
―¡No! ―Se gira y niega con la cabeza―. Se supone que
esto no debería pasar, Max.
―Ey, cariño. ―Me acerco, pero ella detiene mi avance
alzando su mano. Entonces lo veo, el anillo que le regalé. Sigue
usándolo―. Mira ―aparto los dos lados de mi camisa para
dejar el pecho al descubierto y señalo la fina cadena que cuelga
de mi cuello junto a mi anillo―, yo también lo tengo.
Lua resopla con fuerza y alza la vista. Camina despacio
hacia mí y coloca su mano en el centro de mi pecho.
―La diferencia es que yo no tengo que esconderlo. Eres un
hombre casado, Max, y aunque no fuese así. Lo nuestro se
acabó. Forma parte del pasado y así debe seguir. ¿Lo entiendes?
―Lo entiendo ―mascullo, apretando los puños. Acaricia mi
rostro con suavidad antes de comprobar que su ropa y su pelo
estén arreglados y se dirige a la puerta. A cada paso que la aleja
de mí, siento cómo mi corazón vuelve a resquebrajarse. No es
justo. La pierdo de nuevo―. Lua ―la llamo, y se gira antes de
abrir la puerta―. Lo sabes, ¿verdad? ―Esboza una sonrisa que
no le llega a los ojos y, tras asentir, se marcha de la oficina,
cerrando la puerta a su espalda.
Paso un par de minutos intentando recuperarme de las
emociones que acabo de vivir. Me siento triste, y al mismo
tiempo más vivo de lo que puedo recordar en los últimos años.
Resignado, salgo de la oficina y un miembro de seguridad me
acompaña hasta mi coche, en el que ya me espera Alex junto a
Cris. Mi sobrino no hace preguntas. Tal vez la haya reconocido,
o puede que no. Él era muy pequeño y pasaron muchas cosas
dolorosas y traumáticas en esa época. Quizá haya decidido
dejarlas escondidas en algún lugar de su memoria para evitarse
más sufrimiento.
Paso todo el trayecto de vuelta a casa en absoluto silencio.
No puedo dejar de pensar en Lua, tengo su olor metido en la
piel, su sabor en mi boca, si cierro los ojos casi puedo sentir sus
manos arrastrándose sobre mi piel. Al llegar a palacio, Alex sale
del vehículo sin decir ni una palabra y me dispongo a seguirlo,
pero Cris me detiene.
―Max ―me giro para mirarlo entre los asientos
delanteros―, ¿quieres hablar de lo que ha ocurrido esta noche?
Frunzo el ceño. ¿Qué es lo que sabe?
―¿Cómo…?
―Alex me dijo que te encerraste con Lua en una sala.
¿Estás bien?
Resoplo. Supongo que sí, que al final sí que la reconoció.
―No hay nada de qué hablar. Todo sigue igual.
―¿Qué pasó, hermano? ―inquiere.
―¿Tú qué crees que pasó? ―Bufo de nuevo y me froto el
rostro con ambas manos―. Está preciosa. Sigue siendo Lua.
―Lo sé. He ido a verla de vez en cuando. Sigo teniendo
buena relación con Eric, y de vez en cuando quedamos los
cuatro.
―¿En serio? ―Asiente―. ¿Por qué no me lo dijiste?
―Creí que intentabas pasar página, colega.
―Espera, ¿has dicho cuatro? ―Contengo el aliento y
aguardo su respuesta.
Solo espero que no confirme lo que estoy pensando, aunque
tampoco sería tan descabellado que Lua haya rehecho su vida
con otro hombre. Mierda, duele solo pensarlo.
―Tranquilo. ―Sonríe y cabecea de lado a lado―. Creo que
no está con nadie. Al menos nunca me lo ha presentado, y Eric
tampoco comenta nada al respecto. Me refiero a Maya.
―¿Maya? ¿La que trabajaba en el servicio?
Después de ser nombrado rey, me mudé a la zona central del
palacio para ocupar las habitaciones que pertenecieron a mi
padre y gran parte del servicio fue sustituido, entre ellos, Maya.
No tenía ni idea de que Cris seguía manteniendo contacto con
ella.
―Esa misma. Tenemos una especie de amistad con derechos
en el que Eric está incluido.
―¡No me jodas! ¿Os la folláis juntos?
―Oye, es más que eso. Un poco de respeto. ―Alzo mis
manos y Cris sonríe de nuevo―. Nos gusta a ambos y
funcionamos bien juntos.
―Te has montado una trieja con la asistenta y el
guardaespaldas. Sabes que eso da para un chiste, ¿no?
―No desvíes el tema. Estábamos hablando de otra
guardaespaldas. ¿De qué hablasteis?
Señalo mi ropa arrugada y hago una mueca con los labios.
―¿Tengo pinta de haber estado charlando?
―En absoluto. Al menos, espero que el polvo haya valido la
pena porque te estás jugando mucho más que tu matrimonio.
―Mi matrimonio no puede importarme menos. Las putas
apariencias, lo que dirá la prensa si se entera, manchar el
nombre de la monarquía… Eso es lo que de verdad me carcome.
Estoy atado de pies y manos. Daría cualquier cosa por mandarlo
todo a la mierda e ir a buscarla, pero no puedo. ¡Soy el puto rey!
―Vale, tranquilízate. ―Respiro hondo y noto cómo su
mirada se carga de compasión y pena. Cris es el único con el
que puedo hablar de esto. Sabe todo lo que he tenido que pasar,
todas las veces que he estado a punto de flaquear e ir en busca
de Lua―. Tienes que dejarla ir, colega. Sigue con tu vida. Tal
vez, algún día, cuando Alex te releve en el trono…
―Dame su dirección ―suelto, sorprendiéndolo.
―Max, no deberías. Te estás buscando problemas, y
también a ella.
―Necesito verla, aunque sea una sola vez más. Salió
huyendo, ni siquiera tuve la oportunidad de preguntarle si es
feliz.
―Eso puedo contestarlo yo. Está bien, se ha mudado a una
casa, trabaja en la academia de la empresa de su padre y vive
tranquila y sin sobresaltos. Lo que menos necesita es que
llegues tú a cambiar eso.
―Lo sé, y tal vez me esté equivocando, pero solo necesito
hablar con ella unos minutos. ―Resopla y lo miro suplicante―.
Por favor, Cris. Te lo pido por la amistad que nos une.
Chasquea la lengua y niega con la cabeza.
―Te llevaré a la academia mañana por la tarde, después de
terminar mi turno. ―Sonrío de oreja a oreja y me señala con el
dedo―. Max, no vas a comportarte como un puto acosador.
Iremos allí, hablarás con ella y listo. Nada de seguirla por la
ciudad ni nada parecido. ―Asiento de inmediato―. Y
prométeme que tendrás cuidado. Debemos pasar desapercibidos.
Si la prensa se entera, vas a convertir tu vida y la suya en un
jodido circo mediático.
―Sí, por supuesto. No quiero perjudicarla.
―Bien, entonces salimos a primera hora de la tarde, e
intenta vestir de forma discreta.
Asiento y, tras chocar el puño con él, salgo del Bentley con
una emoción que creía haber olvidado. Durante estos cinco años
mi vida ha sido monótona y aburrida, cada día es igual o muy
parecido al anterior y al siguiente, pero mañana… Mañana voy
a verla de nuevo, aunque sea por última vez.

Lua
Me despido de la recepcionista y salgo de la academia
cabizbaja y con mil recuerdos de la estupidez que cometí anoche
rondando mi cabeza. Se supone que ya lo había superado, que
había pasado página y toda esa mierda. Entonces, ¿por qué no
pude resistirme? ¿Por qué dejé que me tomara sobre esa mesa y
disfruté de ello como si el tiempo y la distancia entre nosotros
jamás hubiese existido?
Sacudo la cabeza para librarme de esos pensamientos y abro
mi todoterreno con el mando a distancia. Me entretengo dejando
la bolsa de deporte en el maletero antes de rodear el vehículo y
subir al asiento del conductor. Cuando estoy a punto de cerrar la
puerta, escucho cómo alguien me llama por mi nombre y me
detengo de golpe.
―¡Lua! ―Alzo la mirada y veo a Lionel, que se acerca
corriendo a mí. Sonrío. Es un buen compañero y amigo―. ¿Te
marchas ya? ―pregunta sin aliento en cuanto llega a mi lado.
―Eso parece, ¿no?
Vuelve a sonreír y yo con él. Siempre he tenido claro que le
gusto. Él mismo me lo ha dicho en varias ocasiones, sin
embargo, a pesar de sus constantes insinuaciones e invitaciones
para cenar o ir al cine, prefiero mantenerme alejada. No creo
estar preparada para iniciar una relación con nadie, excepto…
Vuelvo a sacudir la cabeza cuando el rostro de Max con la frente
perlada en sudor mientras se enterraba en mí una y otra vez se
cuela en mi mente.
―Sí, cierto. ¿Tienes algo que hacer ahora? Puedo invitarte a
un café.
―¿No tienes que dar una clase ahora? ―inquiero,
frunciendo el ceño.
―Sí, pero mis alumnos pueden esperar. Acepta y soy todo
tuyo durante el resto de la tarde.
Sonrío de nuevo y niego con la cabeza.
―Tengo que marcharme. Tal vez en otra ocasión.
―Está bien, te tomo la palabra. ―Cierro la puerta y me
despido con la mano a través de la ventanilla antes de poner el
motor en marcha y salir del aparcamiento a toda prisa.
Voy directa a casa a recoger a King. Lo meto en la parte
trasera y me incorporo de nuevo a la carretera. Durante todo el
trayecto me toca escuchar el incesante lloro y quejido del perro.
Sabe a dónde nos dirigimos y está impaciente por llegar.
―Ya casi estamos, chico ―murmuro antes de estacionar en
doble fila, justo frente al enorme edificio del que ya empieza a
salir una marabunta de chiquillos gritones y sobreexcitados tras
un día de clases.
Salgo del vehículo y me acerco a la puerta principal, allí ya
me espera Nat, la cuidadora de los niños de preescolar.
―Buenas tardes ―saluda con su habitual sonrisa. Me
encanta esta chica. Es tan amable y encantadora que a veces no
parece ni humana. Se gira hacia atrás y coloca sus brazos en
jarra―. Benji, tu mamá ya está aquí. Date prisa.
―¡Voy! ―Sonrío a Nat y enseguida aparece mi pequeño,
arrastrando su mochila y con el pelo rubio revuelto a más no
poder. Aunque lo que más llama mi atención es la gran mancha
de pintura que tiene en la camiseta, justo por la zona del
pecho―. Mamá, ha ocurrido un accidente, pero no te preocupes,
estoy bien. ―Pongo los ojos en blanco e intento contener la
risa.
Los accidentes son algo habitual en mi mundo. Tengo un
precioso hijo de cuatro años que destruye cualquier cosa con
solo mirarla.
―Voy a suponer que ese accidente ha incluido el bote de
pintura que pediste que te comprara hace solo un par de días.
¿Estoy en lo cierto?
Me cruzo de brazos y hace una mueca con los labios.
―Ya, bueno… Creo que vas a tener que comprar otro.
―Lo supuse ―mascullo, negando con la cabeza―. Vamos,
despídete de Nat y ya veré qué podemos hacer con tu ropa.
Espero a que mi pequeño abrace a su cuidadora, y tras
decirle adiós, cojo su mano y nos dirigimos al coche. Me
entretengo un rato abrochándole el cinturón ya que tengo que
esquivar los lametones de King, que no cabe en sí de felicidad al
ver a su fiel amigo y compañero. Cuando al fin lo logro, cierro
la puerta trasera. Estoy a punto de subir al asiento delantero, sin
embargo, una sensación extraña se apodera de mí. Siento como
si alguien me estuviese vigilando. Miro a un lado, pero no logro
ver nada extraño, así que decido restarle importancia y me meto
en el coche. Antes de volver a casa, vamos a pasar por el parque
para que niño y perro se desfoguen un buen rato.
―¿Cómo lo pasaste anoche con la abuela? ―pregunto tras
incorporarme a la carretera.
Benji me mira por el retrovisor mientras abraza la cabeza del
perro y se encoge de hombros.
―Bien. ¿Podemos comer un helado?
―No, nada de azúcar. Iremos al parque y después a casa.
―Mamá, solo uno.
Vuelvo a negarme. Si ya es difícil controlarlo en su estado
normal, cuando se atiborra a azúcar se convierte en un gremlin
recién bañado.
―Mejor dime cómo vamos a hacer para que no parezcas un
vagabundo con esa camiseta sucia.
―No pasa nada. Llevo camiseta anterior ―responde
resolutivo.
Suelto una carcajada.
―¿Anterior? ¿No será interior?
Se encoge de hombros, y opto por cambiar de tema y hablar
de lo que han hecho hoy en clase. Mi plan parece dar resultado
porque Benji pasa el resto del camino hablando sin parar de su
profe, sus compañeros y mil cosas más que finjo escuchar,
cuando en realidad no le estoy prestando atención. Sí, esa es la
vida de una madre soltera, ir de aquí para allá todo el día
intentando mantener con vida a un pequeño ser al que piensas
seriamente en asesinar varias veces al día; un caos, pero yo no
lo cambiaría por nada en el mundo.

Max
Estoy a punto de salir del coche nada más verla atravesar el
aparcamiento, sin embargo, cuando entra en un todoterreno
blanco, un hombre que no conozco se acerca gritando su
nombre, y me detengo con la manilla en la mano.
―¿Qué ocurre? ―pregunta Cris.
Hemos decidido venir en un coche menos llamativo para
pasar desapercibidos. Ahora mismo me siento ridículo, en
vaqueros y camiseta y con una visera para ocultar mi rostro.
―¿Estás seguro de que no está con nadie? ―inquiero,
frunciendo el ceño al ver cómo el tipo se sujeta a la puerta del
coche de Lua y le sonríe de manera seductora.
―No que yo sepa. Supongo que ese solo será un compañero
de trabajo o algo así. ¿Quieres que nos marchemos?
―No, solo espera un poco.
Observamos mientras el tipo se despide y poco después Lua
sale del aparcamiento subida al vehículo.
―Vas a pedirme que la siga, ¿verdad?
―Sí, no la pierdas.
―Max, te dije que nada de persecuciones.
―¡Vamos, se marcha!
―Joder ―farfulla en voz baja antes de incorporarse a la
carretera.
La seguimos de cerca hasta que se detiene frente a una
pequeña casa, entra en ella y a los pocos segundos vuelve a salir
tirando de una correa, a la que va enganchado un precioso dogo
de burdeos en color marrón.
―Tiene un perro ―murmuro para mí, sonriendo de oreja a
oreja.
―Sí, ahora ve a hablar con ella de una vez.
Dejo de observar a Lua mientras mete al animal en el
vehículo y me giro, frunciendo el ceño.
―¿A ti qué demonios te pasa? ¿Se puede saber por qué
estás tan nervioso?
―No lo estoy. Solo que no me gusta estar vigilando a una
amiga. Me hace sentir que la estoy traicionando o algo así.
―Yo soy tu amigo, ¿recuerdas? Además, tampoco es que
estemos haciendo algo malo. Solo quiero saber más sobre ella y
ver a dónde va y con quién; es una buena forma de hacerlo.
―Ya, lo que tú digas. Yo solo veo a un puto acosador al
acecho.
―No, yo…
―Se va.
―¿Qué?
―Lua se marcha.
Compruebo que tiene razón y golpeo con la mano sobre el
salpicadero.
―¡Vamos, síguela!
―Max, no puedo.
―¡¿Por qué?! ―Veo cómo el todoterreno se aleja y empiezo
a cabrearme. No entiendo la actitud de Cris―. ¡La perdemos!
―Vale, está bien ―refunfuñando, retoma la marcha y
volvemos a perseguirla durante unos cuantos kilómetros más
hacia una zona escolar. Lua se detiene y Cris aparca del otro
lado de la carretera, dejando cierta distancia para que no nos
vea―. Esto no está bien ―susurra.
―¿Qué hace aquí? ―me pregunto a mí mismo en voz alta.
A nuestro alrededor solo hay madres y padres esperando a
que sus críos salgan del colegio.
―Max, tenemos que irnos.
―¿Por qué? ¿Tú sabes qué hace Lua aquí?
―Sí y no pienso contártelo. Habla con ella en otro momento
y…
―¡Cris, ya me estás tocando las pelotas! ¡¿Qué ocurre?! ¡¿A
qué viene tanto secretismo?!
―No te va a gustar conocer la respuesta a esa pregunta.
―¿Por qué?
Resopla y clava su mirada en la mía.
―Porque puede cambiar tu vida para siempre. Ahora toma
la decisión rápido. Si nos vamos ya mismo, puedes regresar al
palacio, con tu esposa, y olvidar esto, pero si te quedas…
―¿Qué ocurrirá si me quedo?
―Es posible que ya nunca más vuelvas a ser el mismo, que
volver a casa y fingir estar bien y ser feliz al lado de una mujer
que no amas ya no sea suficiente para ti. Vas a querer lo que no
puedes tener, hermano, y eso solo te llevará a la destrucción.
Inspiro hondo cada vez más confuso y sacudo la cabeza de
un lado a otro.
―No entiendo nada.
Cris mira por encima de mi hombro a través de la ventanilla
y suspira.
―Estás a punto de entenderlo. ¿Has tomado tu decisión?
Me giro para ver lo que sea que él esté observando a mi
espalda, y mi corazón se detiene durante un par de segundos.
Lua está caminando hacia su coche, sujetando por la mano a un
niño pequeño de unos cuatro o cinco años. El crío sonríe y ella
le acaricia el pelo con cariño. Expulso todo el aire que ni sabía
que estaba conteniendo y un gemido involuntario escapa de mi
boca al ser consciente al fin del significado de las palabras de
Cris. «Voy a querer lo que no puedo tener, y eso me llevará a la
destrucción».
―Tengo un hijo ―susurro estupefacto. Me giro para mirar a
mi amigo con los ojos abiertos como platos―. Es mío, ¿verdad?
Ese niño es mi hijo.
―Hermano, eso vas a tener que preguntárselo a Lua
―responde resignado.
Vuelvo a mirar por la ventanilla y observo cómo Lua mira a
un lado y a otro, como si intuyera que alguien la está vigilando.
Tras unos segundos, se sube al asiento del conductor y se
incorpora a la carretera.
―Síguela ―ordeno.
―¿Estás seguro, Max?
―Sí. Tú lo has dicho, no puedo volver a casa y fingir que no
ha pasado nada. Necesito hablar con ella.
Capítulo 16
Lua
En cuanto llegamos a casa, Benji sale al pequeño patio trasero
a jugar con King mientras yo empiezo con la rutina diaria de
poner lavadoras, recoger juguetes de todos lados y empezar a
preparar la cena. En momentos como estos me alegra no haber
elegido una vivienda más grande, ya que el trabajo sería mucho
mayor. Nuestro hogar dispone solo de una planta en la que están
las dos habitaciones, el salón, la cocina, el cuarto de la colada y
un baño. Solo somos nosotros dos y el perro, así que tampoco
necesitamos más.
De vez en cuando echo un vistazo al exterior para
comprobar que el pequeño demonio que tengo por hijo no esté
montando alguna de las suyas, y sigo con lo mío. Estoy
terminando de sacar la ropa de la secadora cuando escucho el
timbre y dejo el cesto en el suelo para ir a abrir.
―¡Benji, cinco minutos y empiezo a preparar la cena!
―grito de camino a la entrada.
―¡Vale!
Sonrío. Ya sabe que esa es la señal para que empiece a dejar
el juego e ir a su habitación a por el pijama. En cuanto deje la
comida preparándose, iré a ayudarle con el baño para que
podamos cenar. Intento que, al menos durante los días de clase,
se vaya a la cama temprano, el fin de semana ya es más difícil.
Muevo mi cuello de un lado a otro para desentumecerlo y, sin
preguntar quién es, abro la puerta de un tirón.
―Hola, Lua. ―Mis ojos se abren hasta la raíz del pelo al
ver a Max al otro lado, vestido con vaqueros, camiseta y con
una gorra en la cabeza.
―¿Qué haces aquí? ―murmuro, sin terminar de creer lo
que estoy viendo.
Max mira a un lado y a otro de la calle y señala el interior de
mi casa.
―¿Puedo entrar? Alguien podría verme aquí, y no creo que
eso sea algo bueno. ―Carraspeo y, tras asentir, me hago a un
lado para dejarlo pasar.
Cierro la puerta y sigo observándolo alucinada. Se supone
que esto no debería estar pasando. Cuando Benji nació, decidí
mudarme de mi apartamento a esta casa para tener más espacio
y un lugar exterior donde él pudiese jugar sin peligro, pero
también para que Max no me encontrara. ¿Cris? ¿Es posible que
él se lo haya contado? No me lo creo. Confío en él. Cuando se
enteró de la existencia de Benji, le hice prometer que jamás se
lo diría a Max.
―Max, ¿a qué has venido? No puedes estar aquí ―farfullo,
pasando a su lado y cortándole el paso para detener su avance.
―¿Por qué? ―Se quita la gorra y, tras acomodar su cabello
hacia atrás con los dedos, clava su mirada en la mía. No parece
nada contento de verme. Al contrario. A pesar de haber pasado
cinco años, sé leer cada una de sus expresiones. Está
cabreado―. ¿Hay algún problema? ¿Tienes algo que ocultar,
Lua?
―¿Por qué dices eso? Yo no… ―Resoplo y me cruzo de
brazos―. En serio, no entiendo por qué haces esto. Tomamos la
decisión de mantenernos alejados.
―No, tú tomaste esa decisión, yo solo la acepté porque creí
que eso era lo mejor para ti, porque nunca quise hacerte daño ni
que te sintieras desplazada en mi vida, pero, de haber tenido
todos los datos y detalles, te aseguro que jamás hubiese
permitido que huyeras de mí.
―No sé de qué me hablas ―farfullo, empezando a ponerme
nerviosa.
―Creo que sí lo sabes. ―Respira hondo y da un par de
pasos hacia mí, sujeta mi barbilla con los dedos y la alza para
mirarme a los ojos―. ¿Por qué no me lo dijiste? Habría estado a
tu lado. Lo sabes, ¿verdad?
Mierda, no sé quién se lo ha dicho, pero está claro que se ha
enterado. Suspiro y cierro los ojos, apartando su mano de mi
rostro.
―Vete, por favor. No hay nada que puedas hacer o decir que
cambie el pasado ni el futuro. Solo conseguirás complicar aún
más la situación.
―No puedes pedirme eso. Es mi hijo, Lua.
Lo hago callar, poniendo una mano sobre su boca cuando
escucho unas pisadas acercándose, y me giro rápido.
―Mamá, King dice que quiere cenar pizza hoy. ―Mi
pequeño frunce el ceño y ladea la cabeza, observando al
desconocido que le ha dado la vida―. ¿Quién es? Se parece al
señor de los desfiles de la tele ―dice confuso.
Respiro hondo e intento sonreír para disimular mi
nerviosismo. Desde el día en que lo tuve en mis brazos por
primera vez, temí que este momento llegara. Sabía que tarde o
temprano Max se enteraría, sin embargo, no creí que sería tan
pronto. Me ha pillado por sorpresa.
―¿Has preparado ya tu pijama? ―Niega con la cabeza sin
dejar de mirar a Max, y siento cómo un nudo de angustia oprime
mi pecho al escuchar su respiración pesada a mi espalda. Ni
siquiera tengo el valor de girarme y mirarlo de frente en estos
momentos. Sé que lo que hice está mal, que nunca debí ocultarle
la existencia de Benji. Cuando me fui del palacio no tenía ni
idea de que llevaba en mi interior lo que daría sentido a toda mi
existencia. Fue una sorpresa ya que nunca dejé de tomar
anticonceptivos, pero esas cosas fallan, o al menos eso fue lo
que dijo el médico que me atendió un mes después. Me agacho
frente a él y giro su cabeza para que me mire a mí―. ¿Qué estas
esperando? Ve a buscar la ropa y espérame en el baño. Voy
enseguida.
―¿Y lo de la pizza?
―Nada de pizza. Hoy toca verdura. ―Hace una mueca de
asco y frunzo el ceño―. Benji, al baño, ahora mismo.
―¿No puede ser en un rato mismo? ―Le lanzo una mirada
que no admite réplica, y tras resoplar, se marcha arrastrando los
pies y mascullando algo sobre madres mandonas y que las
verduras son para los patos.
En cuanto nos quedamos a solas de nuevo, me incorporo y
doy media vuelta. La tristeza que veo en los ojos enrojecidos y
llorosos de Max me parte el corazón, y me veo obligada a
morderme el labio inferior con fuerza para contener mi propio
llanto.
―No es justo ―susurra con un hilo de voz.
―Lo sé.
―Yo… ―Inspira hondo y una lágrima solitaria recorre su
mejilla―. Yo debería haberle visto nacer, tendría que haber
estado a su lado cuando dijo su primera palabra y ayudarle a dar
su primer paso. No… ―Se queda sin aliento y nuevas lágrimas
caen por su rostro en forma de cascada―. ¡No es justo, maldita
sea! Soy un desconocido para mi propio hijo. Ni siquiera sé su
nombre.
Seco mis mejillas del rastro de humedad que han dejado las
lágrimas que he sido incapaz de contener y sorbo por la nariz.
―Se llama Benjamin.
―Es mi segundo nombre ―replica, sonriendo de manera
triste.
―Sí, lo es. Se parece mucho a ti, Max. Tiene tu sonrisa, tu
sentido del humor, también es un niño caprichoso y hace
rabietas como tú.
Sonríe, esta vez intentando contener el llanto, y cierra los
ojos, negando con la cabeza.
―No puedo marcharme y olvidar que tengo una pequeña
parte de mí aquí. ―Los abre y clava su mirada en la mía―. No
quiero hacerlo, Lua.
―No tienes opción. ¿Crees que te oculté su existencia por
gusto? Lo pensé mucho, Max. Cuando supe que estaba
embarazada, lo que más deseaba era correr a contártelo, pero
¿qué habría significado eso?
―Me da igual. Si me lo hubieses dicho, habría renunciado a
todo por estar a vuestro lado.
―Soy consciente de ello, y también sé que nunca te
perdonarías haber abandonado a Alex a su suerte. Tenías
obligaciones, y las sigues teniendo, ahora más aún. Está tu
esposa, la reina. ―Con estas últimas palabras se me quiebra la
voz y agacho la mirada―. Benji es un hijo bastardo del rey. Si
alguien se entera de algo así, la monarquía se verá inmersa en
un escándalo de proporciones inimaginables, mi vida y la de
nuestro hijo se convertirán en un infierno.
―Me estás matando ―gime, negando con la cabeza.
―No, solo estoy siendo realista una vez más. Sé que tus
intenciones son buenas, pero tu presencia en nuestras vidas solo
puede atraer desgracias. Necesito que te marches y no vuelvas
nunca más. Haz como si no existiéramos.
―No.
Inspiro hondo por la nariz y alzo la barbilla de manera
desafiante.
―Max, no me obligues a tomar medidas extremas. Me gusta
la vida que tengo, Benji va a un buen colegio, tiene amigos, un
lugar al que llamar hogar.
―¿Me estás amenazando? ¿Qué piensas hacer si no hago lo
que me pides? ―Clavo mis ojos en los suyos y veo cómo su
mirada se ensombrece en el instante justo en el que adivina
cuáles son mis intenciones―. ¿Serías capaz de abandonar tu
país para huir de mí?
―No, lo haría por proteger a mi hijo. ―Suspiro y decido
abandonar mi postura rígida. Él no tiene la culpa de nada de
esto. Solo es una víctima, igual que yo, pero, ante todo, tengo
que buscar el bienestar de mi pequeño, y si para ello debo
hacerle daño, aunque yo misma sufra, que así sea―. Max, esto
es una mierda, y sabes que tengo razón. ¿Quieres que nuestro
hijo viva el resto de su vida señalado por ser un bastardo? La
prensa no tendrá piedad. Serán como buitres tras un pedazo de
carroña. Van a joderle la vida.
Hunde los dedos en su pelo y puedo ver cómo la
desesperación se apodera de sus emociones. Lo está pasando
muy mal y me mata la forma en la que lo hago sufrir, no
obstante, es mejor su sufrimiento que el de mi hijo.
―¿Puedo al menos verlo una vez más?
―Max…
―Por favor ―pide, llorando de nuevo―. Solo quiero
abrazarlo una vez.
Estoy a punto de negarme, pero la súplica que veo en su
mirada me desarma por completo. Asiento y Max se frota el
rostro con las manos para borrar el rastro de humedad.
―Él no sabe quién eres. Supongo que en el colegio aún no
han llegado a la parte de la monarquía.
Hago una mueca con los labios y él respira hondo.
―¿Qué le has dicho sobre mí? Me refiero a… ¿Qué sabe
sobre su padre?
―Nada. Aún no ha preguntado y no he querido tocar el
tema.
―¿Qué pensabas decirle?
―Aún no lo tengo claro. Supongo que en algún momento le
diré la verdad, pero solo cuando sea lo bastante mayor para
entenderlo. ¿Tienes alguna sugerencia?
―Si por mí fuese, ahora mismo podrías decirle que soy su
padre y que, aún sin conocerlo, lo amo con toda mi alma.
―Max, no me estás ayudando nada ―susurro, haciendo un
verdadero esfuerzo para no ceder de nuevo ante el llanto.
―Ya, lo siento. ―Bufa y endereza la espalda―. Me
comportaré, lo prometo.
―¿Estás seguro de esto?
―Nunca he estado tan seguro de algo en mi vida.
―Vale. Voy a ayudarlo con el baño y después prepararé algo
de cenar.
―¿Pizza? ―pregunta, esbozando una pequeña sonrisa
ladeada. Esa que tantas veces me ha dedicado y que veo a diario
en el rostro de nuestro hijo.
―Sí, claro. ¿Por qué no? El día ya está siendo raro de
cojones.
―¿Puedo cenar con vosotros?
―¡Mamá, me estoy enfriando! ―escucho el grito de Benji
desde el baño, y pongo los ojos en blanco.
―El número de la pizzería está pegado al frigorífico.
¿Puedes llamar tú?
―Claro ―responde emocionado. Amplía su sonrisa, y esta
vez puedo ver en él al hombre del que me enamoré hace más de
cinco años―. ¿Qué pido?
―¡Mamá, se me desaparece la pilila! ―Suelto una
carcajada y niego con la cabeza.
―Cualquier cosa que no lleve salami ni verduras, Benji las
odia. Tengo que… ―Señalo el pasillo que lleva al baño y las
habitaciones, y Max asiente sin dejar de sonreír.
―Ve, corre, no vaya ser que su pilila se marche de paseo.
Eso sería una catástrofe.
Río bajito y, tras dar media vuelta, me marcho en dirección
al baño. No sé qué demonios estoy haciendo. Debería estar
aterrada por las consecuencias de los acontecimientos de hoy,
sin embargo, no podría estar más feliz. Tener a Max aquí, en
casa, junto a nosotros, es un maldito sueño hecho realidad. Uno
que no tardará en desvanecerse, devolviéndome justo al punto
de partida: con el corazón roto y el alma hecha pedazos.

Max
Ya he llamado a la pizzería, también le envié un mensaje a
Cris para que volviera al palacio sin mí, y ahora estoy esperando
a que Lua vuelva del baño con nuestro hijo. ¡Dios! ¿Cómo de
loco suena eso? Tengo un hijo, un pequeño ser que nos unirá a
Lua y a mí el resto de nuestras vidas, porque eso es lo que va a
ocurrir. No sé cómo, y es posible que me lleve algún tiempo,
pero voy a resolver esto. Encontraré la forma de que estemos los
tres juntos como la familia que siempre debimos ser.
Me giro al escuchar un ruido a mi espalda, y ahí, junto a lo
que parece ser la puerta de salida a una especie de jardín o patio
trasero, se encuentra el perro que vi a Lua meter en el coche
hace unas horas. Los observé mientras jugaban en el parque y
me pareció que era bastante amigable.
―Hola, chico. ¿Quieres que te acaricie? ―Doy un paso en
su dirección y un gruñido amenazador sale de su garganta.
Retrocedo con los ojos muy abiertos y contengo la
respiración―. Vale, nada de caricias, entendido.
Suena el timbre y me muevo despacio sin perder de vista al
perro hasta llegar a la puerta. Tampoco me lleva mucho, ya que
entre el salón y la cocina juntos no miden ni el tamaño de mi
vestidor privado. No he visto más allá del pasillo, aunque,
tomando en cuenta el resto de la casa, supongo que las
habitaciones serán diminutas.
Tras recoger la pizza, pagar al repartidor y esquivar su
mirada curiosa y la pregunta de rigor de si «me ha visto antes en
algún lado», consigo cerrar la puerta y coloco la enorme caja de
cartón con la cena en la mesa que preside la cocina, también
dispongo unas servilletas y bebidas. Encuentro alguna cerveza
en el refrigerador, pero decido poner solo agua. Me siento en
una de las sillas y muevo mi pierna de arriba abajo mientras el
perro me vigila de cerca. Al fin, escucho cómo alguien se acerca
y me levanto de un salto. El perro vuelve a gruñirme.
―King, ya vale ―le regaña Lua, entrando en la cocina
seguida por el pequeño.
Se me queda mirando con sus ojos de color azul intenso,
igualitos a los míos, e intento sonreír, pero solo me sale una
mueca tenebrosa que parece resultarle cómica porque desvía la
vista a su madre y se ríe. ¡Dios santo, tiene su risa! Es clavada a
la de Lua. Al fin, esbozo una sonrisa completa y sigo
observándolo en silencio. Lleva su pelo rubio del mismo tono
que el mío, peinado a la moda con los laterales más cortos que
la parte superior y una pequeña cicatriz cruza su ceja izquierda.
―Hola ―murmuro tras carraspear.
Lua suspira y sujeta al pequeño por los hombros. Está
nerviosa, se le nota. A pesar del tiempo y la distancia, sigo
siendo capaz de leer cada una de sus expresiones como un
jodido libro abierto.
―Benji, él es Max, va a cenar con nosotros esta noche.
Contengo el aliento esperando su respuesta, pero el crío solo
se encoge de hombros y camina hacia la mesa, tras subirse a una
silla, destapa la caja de cartón y hace una mueca de asco.
―¿Qué es esto verde? No me gusta la verdura.
¡Mierda! ¿La he cagado? La pedí sin verdura. Espero que la
chica que me cogió el teléfono no se haya equivocado. Si es así,
me encargaré de que resuelva este problema. Me asomo al
mismo tiempo que Lua y, al ver la pizza, suelto el aire aliviado.
No, está bien.
―Son aceitunas, Benji. ―Lua pone los ojos en blanco y
toma asiento a su lado―. No es verdura.
―Es verde. Lo verde es verdura, no intentes engañarme.
Sonrío por su cara de pillo y yo también me siento al otro
lado de la mesa.
―No te engaño. Las aceitunas son un fruto, no verdura.
―Da igual, es asqueroso.
Lua vuelve a rodar los ojos y, tras coger un pedazo de pizza
con una servilleta, señala la caja, que el pequeño sigue mirando
con el ceño fruncido.
―¿Cómo sabes que es asqueroso si nunca lo has probado?
―Tú tampoco has probado mis mocos y siempre dices que
no puedo comérmelos porque es asqueroso.
Suelto una carcajada involuntaria y Lua niega con la cabeza,
como si lo diera por imposible.
―Está bien, solo apártalas y come el resto ―sentencia.
El chiquillo asiente y empieza a devorar porciones de pizza
a una velocidad pasmosa. Yo apenas pruebo bocado, solo lo
observo mientras come, habla sin parar entre bocado y bocado y
alimenta al perro, que no se mueve de su lado, a base de los
bordes de masa crujiente y aceitunas. Lua le regaña en varias
ocasiones por hacerlo, pero el pequeño continúa como si no la
hubiese escuchado. Me quedo alucinado al oírlo hablar. Es
como un robot que escupe palabras sin cesar mientras se mueve
en la silla y gesticula con las manos. Todo un torbellino, uno
maravilloso, espabilado y muy listo para su edad.
En cierto momento, tras terminar de comer, compruebo que
Lua ya no le está prestando atención, aunque él sigue hablando
sin parar durante varios minutos; después solo estira los brazos,
su madre lo pone sobre su regazo y, tras apoyar la cabeza en su
pecho, se queda dormido en cuestión de segundos. Así, sin más,
como si alguien apagara el interruptor que le suministra la
energía.
―Eso ha sido raro ―susurro para no despertarlo.
Lua sonríe y estira un brazo para coger una servilleta, le
limpia la comisura de la boca, que rebosa salsa de tomate, y
suspira.
―Esto es algo habitual. Sus baterías se agotan después de
todo el día corriendo, saltando y hablando como una cotorra,
aunque de eso ya te habrás dado cuenta.
―Sí, lo he notado ―respondo sonriendo―. Es muy
charlatán y espabilado para su edad, ¿no?
―Demasiado. ―Vuelve a rodar los ojos y no puedo evitar
pensar que echaba de menos ese gesto tan suyo―. A veces me
gustaría que no fuese tan listo, para mi propio bien. Me vuelve
loca ―acaricia su pelo con suavidad y una gran sonrisa se
instala en sus labios―, pero no sabría vivir sin él. Es lo mejor
que me ha pasado nunca, Max.
Suspiro. Me creo cada una de sus palabras. Yo acabo de
conocerlo y también pienso lo mismo. Un nudo de angustia se
instala en mi garganta y busco su mirada.
―Esto es lo que siempre he querido contigo, Lua ―susurro
con un hilo de voz.
―Max…
―No, ya sé lo que vas a decir, pero necesito que lo
entiendas, que sepas que si pudiese elegir…
―Lo sé ―masculla con los ojos empañados―. Siempre lo
he tenido muy claro. No te culpo, jamás lo hice. Yo sabía dónde
me estaba metiendo y cuáles serían las consecuencias. ―Inspira
hondo y besa la parte superior de la cabeza del pequeño―.
Tengo que acostar a Benji, y tú deberías marcharte ya.
―¿Puedo llevarlo yo? ―Parece pensarlo unos segundos, y
al fin asiente. Me levanto y cojo el niño de sus brazos.
Me sorprende que pese tan poco. Se remueve sobre mi
pecho y acomoda la cabeza en el hueco de mi cuello con un
suspiro mientras sigue durmiendo. Aprovecho para abrazarlo y
huelo su pelo. Su aroma es delicioso, a limpio e inocente.
Durante una milésima de segundo me permito fantasear con ese
olor, con despertar por las mañanas y poder abrazar a este
pequeño, prepararle el desayuno y llevarlo al colegio, con que
me llame papá y… Se me escapa un sollozo y cierro los ojos
con fuerza.
―Max…
―No quiero irme ―susurro, abrazando al pequeño contra
mi pecho.
Paso varios minutos así, solo llorando en silencio mientras
lo abrazo. Lua no dice nada, no me mete prisa ni intenta
echarme, y se lo agradezco. Cuando vuelvo a abrir los ojos,
compruebo que ella también está llorando, y eso me rompe aún
más el corazón. Tomo una gran bocanada de aire, y tras besar su
frente en repetidas ocasiones, me acerco a Lua y le entrego al
niño. Me cuesta horrores apartarme de ellos y caminar hacia la
puerta, pero lo hago porque sé que eso es lo mejor para ambos.
Aunque no voy a desistir de mi idea de recuperarlos. Haré lo
que sea, renunciaré a cualquier cosa por poder estar a su lado el
resto de mi vida.
Capítulo 17
Lua
Entro en casa de mi madre a la carrera detrás de Benji. Tras
cerrar la puerta, él sale al patio trasero con King y comienzo a
escuchar gritos que provienen de la cocina.
―¡Te he dicho que te largues!
―¡Estás loca! ¡Eres una jodida demente!
Pongo los ojos en blanco al reconocer las voces de mis
padres, y atravieso el pasillo aún con las llaves en la mano.
Antes de llegar a la cocina, me encuentro de frente con mi
padre, que resopla al verme.
―¿Qué está pasando? ―inquiero, frunciendo el ceño.
―Nada, cielo. Tú madre, que no hay quien la aguante. Nos
vemos después. ―Pasa a mi lado en dirección a la salida y
enseguida escucho los pasos apresurados de la otra implicada en
la discusión.
―¡Anda! ¡Eso es, lárgate! ¡Es lo que siempre haces!
―Mamá, ¿se puede saber a qué viene este escándalo?
La puerta se cierra con un golpe sonoro y mi madre bufa con
fuerza.
―Tu padre me vuelve loca. No entiendo cómo pude ser tan
estúpida en mi juventud. O sí lo sé, me cegó lo bien que se
mueve en la cama, pero aparte de eso, es un maldito…
―¡Mamá! ―exclamo, haciendo una mueca de asco―. No
necesito saber eso, y baja la voz que tu nieto está en el jardín.
―Respira hondo y se marcha de nuevo hacia la cocina.
En momentos como este me arrepiento de haberme mudado
tan cerca de mi madre. A ver, ella me ayuda más que nadie con
Benji. Mi pequeño adora a su abu y sé que con ella está seguro,
pero tener que soportar sus locuras es el precio a pagar por ello.
La sigo y me siento en una de las sillas altas que hay frente a
la barra de desayuno.
―¿Quieres una cerveza? ―Asiento, y tras coger un par de
botellines, se acomoda a mi lado y me tiende uno―. ¿Vas a
decirme ya qué te ocurre?
―He preguntado yo primero ―digo tras darle un trago largo
a mi cerveza.
―Ya sabes que tu padre y yo discutimos por cualquier cosa.
―¿En serio? Hasta ahora no me había dado cuenta
―replico en tono sarcástico.
―No te hagas la listilla conmigo y suéltalo de una vez.
Llevas dos días con cara de que alguien ha atropellado a tu gato.
―No tengo gato. ―Me lanza una mirada de advertencia y
suspiro justo antes de beber de nuevo―. No me pasa nada. Solo
estoy algo cansada por el trabajo.
―Pues coge vacaciones. Te vendrá bien distraerte unos días.
―Ahora no puedo. Estamos muy liados con el tema de los
jeques y… ―Niego con la cabeza―. Da igual. Se me pasará.
―Ya, y mentir nunca ha sido tu fuerte. Sé que hay algo más
e intentas ocultarlo. ―Sujeta una de mis manos y busca mi
mirada―. Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿verdad,
hija? Yo siempre te apoyaré.
―Lo sé. No es nada, de verdad.
―Eso mismo dijiste cuando me informaste de que iba a ser
abuela, y ni siquiera quisiste contarnos quién es el padre de ese
niño.
―¿Vas a empezar otra vez con eso? ―mascullo, apartando
mi mano de golpe.
―Es que no lo entiendo. Eres una mujer joven e
independiente. Sabes perfectamente que yo jamás te juzgaría.
¿Por qué te empeñas tanto en ocultar la identidad de ese
cabronazo?
―Mamá, no es ningún cabronazo.
―Tal como yo lo veo, sí que lo es. Te hizo un bombo y se
desentendió por completo. ¿Qué otra definición puedo darle?
―No es lo que piensas.
―Pues cuéntamelo. ―Suspiro y vuelve a cogerme la
mano―. ¿Estás así por él? ¿Has vuelto a verlo?
Me planteo contestarle con la verdad, o al menos decirle que
sí, que lo he visto de nuevo hace solo un par de días, pero sé que
con eso solo aumentaría su curiosidad. Cuando me enteré de que
estaba esperando un hijo, ella fue la primera a la que acudí, le
dije que iba a ser madre soltera y solo recibí apoyo y cariño por
su parte, sin embargo, no me perdona que no le haya contado
nunca la historia completa. Por suerte, me libro del posible
interrogatorio cuando Benji entra en la cocina seguido de su fiel
amigo de cuatro patas y no tarda en acaparar la atención de su
abu.
Mientras ellos ríen y vociferan, yo intento poner buena cara,
pero mi humor no es el mejor. Hace dos días que no sé nada de
Max, después de que se marchó de mi casa me pasé la noche
entera llorando. Encontrarlo de nuevo, estar a su lado,
comprobar por mí misma cómo podrían haber sido las cosas
entre nosotros como familia, abrió la herida que tanto tiempo y
esfuerzo me costó cicatrizar, y ahora solo puedo pensar en lo
mucho que lo extraño. Además, esta mañana en la prensa
hablaban de él y la reina consorte, y ver su foto ahí, con su
esposa, me hizo darme cuenta de lo lejos que estamos el uno del
otro, y no me refiero solo a una distancia física. Max es el rey
del país y yo solo una ciudadana cualquiera.

Max

Llego a casa tras pasar varias horas reunido con el


presidente del gobierno y varios ministros. Estoy intentando que
aprueben en el parlamento un presupuesto destinado a la
investigación de enfermedades raras y aumentar el ya existente
respecto a las becas estudiantiles. Ya he recibido varias
negativas, sin embargo, no conseguirán que me eche atrás. Si
tengo que reinar este país, aun en contra de mi voluntad, al
menos haré que valga la pena. Además, manteniendo la cabeza
ocupada en cualquier otra cosa consigo no pensar en Lua.
Bueno, tampoco es que funcione muy bien ese plan, pero lo
intento, hago mi mejor esfuerzo.
Dejo la chaqueta del traje azul sobre el respaldo del sofá y
me siento con un suspiro. Estoy agotado. Ese plan tan perfecto
mío no sirve por las noches. Cuando me meto en la cama soy
incapaz de dejar de pensar en ellos, Lua y Benji, la mujer que
amo y nuestro hijo. Le he dado mil vueltas al asunto, intento
buscar una forma de ser libre para estar con ellos y al mismo
tiempo no arruinarles la vida, pero no logro llegar a ningún lado.
―Majestad, me alegro de encontrarte. ―Ivanka entra en el
salón y, tras servirme una copa de licor, se sienta en el extremo
opuesto del sofá.
Esbozo una falsa sonrisa, la misma que llevo usando con
ella desde el día en que decidí hacerla mi esposa. Es una mujer
hermosa, rubia, de piernas interminables y ojos claros. Su
belleza deslumbra allá por donde pasa. Sin embargo, no es Lua,
por lo que carece de cualquier interés para mí.
―Ivanka, deja de llamarme así. Llevamos más de cuatro
años casados.
―El protocolo…
―Puedes saltártelo cuando estemos a solas. Tranquila, no se
lo diré a nadie ―intento bromear, no obstante, su gesto sigue
serio y su postura rígida―. ¿Ocurre algo?
―¿Has visto la prensa de hoy? ―Asiento―. Hablan sobre
nosotros.
―No dicen nada malo.
―Según cómo lo mires. Están especulando respecto a
nuestro matrimonio. ―Le doy un trago largo a mi copa y hago
un gesto con mi mano para restarle importancia―. ¿Te da igual?
―No es eso, Ivanka. Ya deberías estar acostumbrada. Los
periodistas siempre van a encontrar algo que decir, una
exclusiva o algún pequeño escándalo. Es su trabajo.
―Ya, pero no me gusta que pongan en entredicho mi
capacitación como reina consorte.
―¿De qué hablas?
―La parte en la que especulan sobre la falta de un heredero
al trono. Me hacen ver como culpable.
―No le hagas caso a eso ―replico, apartando la mirada―.
Yo ya tengo un heredero.
«Dos, Max, tienes dos herederos, y uno de ellos es hijo
tuyo».
―Ya lo sé. Alex heredará la corona cuando pueda hacerse
cargo del título que le corresponde. Siempre lo dices.
―Porque es exactamente lo que ocurrirá. No prestes
atención a lo que dicen esos carroñeros. Si hay alguna noticia
que pueda dañar esta institución, el gabinete de prensa de la
Casa Real se enterará antes de que salga y podremos hacer algo
al respecto.
―No es eso lo que me preocupa ―farfulla.
Resoplo y, tras dejar el vaso vacío sobre la mesa baja, me
giro para mirarla a la cara.
―Muy bien, entonces, ¿qué es lo que te aflige? ¿Necesitas
algo?
Parece pensarlo unos segundos, y tras inspirar hondo por la
nariz, alza la barbilla y endereza la espalda aún más.
―Quiero que me dejes hacer mi trabajo, Max, que me des
mi lugar como tu esposa y tu reina. Eso es lo que necesito.
―¿A qué te refieres?
―Mi deber, como esposa, es darte hijos, pero no puedo
hacer eso si ni siquiera te veo durante semanas, y cuando lo
hago, huyes de mí como si yo tuviese alguna enfermedad
contagiosa.
Hundo los dedos en mi pelo y busco en mi cabeza las
palabras correctas para no ofenderla o lastimarla de algún modo.
Ivanka es una buena mujer. Como a casi todas las princesas, la
criaron y adiestraron para ser la esposa y reina perfecta.
Entiendo su postura.
―Ivanka, cuando te propuse que nos casáramos fui claro
contigo, te dije que nuestro matrimonio sería un acuerdo legal y
también que no necesitaba tener hijos porque Alex es el
heredero al trono.
―Nunca mencionaste que no querrías tener hijos. Solo que
no lo necesitabas. Creí que con el tiempo lo desearías. ¿Qué
monarca no busca la continuidad de su linaje? ¿Y el mío? Soy
hija única, Max. Mi padre también es rey, y espera que yo pueda
darle un nieto que herede su corona.
―Tal vez tu padre debería plantearse cederte a ti ese puesto.
Creo que serías una gran reina para tu país.
―Ese no es mi cometido. La ley…
―Las leyes se cambian ―la corto. Bufo de nuevo y sujeto
su mano entre las mías―. Siento mucho que te hayas hecho una
idea equivocada, pero quiero ser muy sincero contigo. Yo jamás
querré tener hijos. ―Hago una pausa y busco su mirada―. Es
más, de hoy en adelante no volveré a visitar tu cama.
―¿Qué? ¿Por qué? Soy tu esposa. Eso no tiene ningún
sentido, a no ser… ―Sus ojos se abren hasta el nacimiento del
pelo y aparta su mano de las mías―. ¿Es por ella? ¿Has vuelto a
verla?
―¿Qué sabes? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Espero que mi madre no se haya ido de la lengua. Si es así,
va a tener que escucharme.
―No soy idiota. Reconozco a un hombre enamorado
cuando lo veo. El día que nos casamos estabas tan triste que
estuve a punto de pedirte que lo anuláramos, pero ya era
demasiado tarde, habría sido un escándalo. Incluso en nuestra
noche de bodas me di cuenta de que no era en mí en quien
pensabas. Tu cuerpo estaba a mi lado, pero tu mente y tu
corazón pertenecían a otro lugar.
―Lo siento. No era mi intención lastimarte.
―No lo has hecho. ―Inspira profundo y se acomoda la
melena con un golpe de cabeza―. A las princesas, durante
nuestro adiestramiento, nos enseñan que es normal que nuestros
esposos tengan ciertos… deslices. Debemos entenderlo y hacer
la vista gorda por el bien de la institución que representamos. Al
final del día, ellos siempre vuelven a nosotras y nos dan nuestro
lugar como reinas. Sin embargo, nunca nadie me dijo que mi rey
podría enamorarse de otra persona y desear hacerla reina a ella.
―Eso no es posible ―farfullo, apartando la mirada.
―Pues ahora soy yo la que lo siente. ―Se levanta y me
quedo mirándola sin saber qué decir―. Majestad, si no le
importa, me gustaría ir a visitar a mi familia, tal vez unos meses,
o años. Creo que eso sería lo más oportuno.
―Si eso es lo que deseas, yo no tengo ningún
inconveniente.
―En ese caso… ―Hace una reverencia y, tras mirarme
durante unos segundos, se marcha de la sala con la cabeza bien
alta y la espalda tensa.
En cuanto me quedo solo, me sirvo una copa y después otra,
y otra más. Paso gran parte de la tarde bebiendo y hundiéndome
en mi propia miseria. Ahora Ivanka también me abandona. Cada
vez estoy más solo. Tampoco la culpo por ello. Al principio de
nuestro matrimonio intenté que fuésemos una pareja normal,
incluso llegué a creer que ella podría hacerme olvidar a Lua.
Bueno, eso no funcionó en absoluto. Cuando quise darme
cuenta estaba durmiendo cada noche con una mujer diferente, a
la que solo usaba para desfogarme. Mientras hacíamos el amor
era otra la que estaba en mi mente, y eso no hay nadie que se lo
merezca. Poco a poco me fui distanciando, y la verdad es que en
los últimos meses no hemos estado juntos ni una sola vez. Estoy
seguro de que le encantaría divorciarse de mí, y lo haría si eso
no acarreara un escándalo de magnitudes inconcebibles. «A un
rey no se le deja, un rey nunca se disculpa, el rey siempre tiene
la razón», mi padre repetía esas frases a menudo, y solo ahora
empiezo a entender la grandeza de su alcance.
―¡¿Se puede saber qué eso de que Ivanka se marcha?! ―Mi
madre entra en la sala como un vendaval, sobresaltándome y
haciendo que tire el contenido de mi vaso sobre el tapizado del
sofá.
―¡Mierda! ―exclamo, levantándome de golpe.
Compruebo que mis pantalones no han sufrido daños, y al
girarme hacia ella, pierdo por un instante el equilibrio y estoy a
punto de caerme.
―Y encima estás borracho. ¡¿A ti qué demonios te pasa,
Max?!
―Cuidado con el tono, estás hablando con tu rey ―señalo,
intentando sonar divertido.
Supongo que tiene razón y he bebido demasiado. Aunque,
pensándolo bien, esto tampoco está tan mal. Sigo hecho mierda,
pero al menos soy un desgraciado contento.
―Maximus, sigues siendo mi hijo, y lo que estás haciendo
es una locura. Se supone que tendrías que estar convenciendo a
tu esposa de que no se vaya. ¿Es que no te das cuenta de que
con ella también se va la posibilidad de que tengas un heredero?
―Madre, yo ya tengo un heredero ―mascullo, sentándome
de nuevo en el sofá.
Bebo el resto del licor de un solo trago y vuelvo a servirme
otro.
―Alex es tu sobrino. ¿De verdad piensas quedarte sin
descendencia? ―Estoy a punto de escupir que también tengo un
descendiente, sin embargo, consigo controlarme y solo me
encojo de hombros―. Va a ser un escándalo cuando la prensa se
entere de que la reina ya no vive en el palacio y ni siquiera está
en el país.
―Que digan lo que quieran. En cinco años, Alex será mayor
de edad y podrá asumir el lugar que le pertenece. Yo solo seré su
tío y consejero ocasional. Podré hacer lo que me dé la gana.
―¿Eso incluye divorciarte de Ivanka? ―No sé si es debido
al alcohol, pero, en un arranque de valor, asiento con la
cabeza―. ¿De verdad te crees lo que estás diciendo?
―Por supuesto. ―Mi madre suelta una carcajada que
consigue ponerme los pelos de punta―. No seas ingenuo, hijo.
La junta parlamentaria te escogió a ti. Lo estás haciendo genial.
¿Qué te hace pensar que aceptarán que un chico de dieciocho
años sea nombrado rey? E incluso si lo hacen, seguirás
perteneciendo a esta familia. No te equivoques, Maximus.
Jamás podrás divorciarte de Ivanka ni hacer nada que vaya en
contra de los intereses de la monarquía. Es tu deber.
Su afirmación cae sobre mí como una maldita jarra de agua
helada porque, en el fondo, sé que tiene razón. Da igual lo que
haga o cuánto tiempo espere, estoy condenado a vivir en esta
maldita cárcel de oro. No puedo cambiar quién soy ni la sangre
que corre por mis venas. Ese es mi destino, quedarme aquí, lejos
de las personas que amo.
―Vete ―mascullo, volviendo a llenar mi copa.
―Maximus…
―¡He dicho que te largues! ―vocifero, lanzando el vaso
contra la pared. Los trozos de cristal salen disparados en todas
direcciones y mi madre retrocede asustada―. ¡Joder!
Antes de que pueda decir nada, cojo una botella llena del
mueble bar, mi chaqueta y me marcho a toda prisa. Necesito un
jodido minuto de paz o acabaré perdiendo la cordura.
Capítulo 18
Lua
Me despierto sobresaltada al escuchar unos fuertes golpes.
Alguien está aporreando la puerta principal. Salto de la cama y
corro descalza por toda la casa hasta llegar a la entrada. Ni
siquiera pregunto quién es, solo tiro de la manilla cuanto antes
para que el ruido no termine despertando a Benji.
―¡¿Max?! ―exclamo sorprendida al verlo al otro lado de la
puerta. Esboza una sonrisa ladeada y saco la cabeza para mirar
hacia la calle. Está desierta y no parece que nadie le haya
visto―. ¿Qué haces aquí? ―siseo, tirando de las solapas de su
chaqueta para meterlo en casa.
―Te echaba de menos ―contesta a mi espalda mientras
cierro la puerta.
Me giro de golpe y busco su mirada, frunciendo el ceño.
Hay algo raro en él, como si… Mierda.
―¿Has bebido?
―Solo un poquito. ―Vuelve a sonreír e intenta recorrer los
dos pasos que nos separan, pero tropieza y está a punto de caer
de bruces. Lo sujeto por los hombros y el hedor a alcohol que
rezuma su boca llega a mi nariz―. ¿Me das un besito?
―Temo sufrir un coma etílico si lo hago ―mascullo,
apartándolo de mí. Resoplo y consigo que apoye la espalda
contra la pared para mantener la verticalidad―. ¿Es que te has
vuelto loco? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
―No lo sé ―responde, encogiéndose de hombros.
―¿Cómo que no lo sabes? ¿Alguien te ha visto?
―No creo. ―Se rasca la nuca y empieza a forcejear con su
chaqueta de traje para quitársela. Cuando al fin lo logra, no sin
antes volver a tambalearse, me mira de nuevo y vuelve a sonreír
de oreja a oreja―. ¿Follamos?
Lo observo estupefacta. No sé si echarme a reír o darle una
bofetada. ¿De verdad ha venido a mi casa en mitad de la noche
y borracho solo para echar un polvo? «Yo me lo cargo». Respiro
hondo para tranquilizarme y cruzo los brazos sobre mi pecho.
―Max, céntrate. ¿Quién te ha traído hasta aquí? ―Arruga
el entrecejo y, tras meter la mano en el bolsillo delantero de su
pantalón, saca un juego de llaves. No tardo en reconocer el
símbolo del Bentley en una de ellas―. Dime, por favor, que no
has conducido en este estado.
―Estaba en el mirador y… ―Se rasca de nuevo la
cabeza―. Voy allí de vez en cuando a pensar y… Cuando te
echo tanto de menos, que ya no lo soporto más, ¿sabes?
Entonces terminé la botella de licor. Sí, se me acabó. ¿Tienes
algo de beber por aquí?
―No. Sigue hablando.
―Ya no sé qué estaba diciendo ―responde, partiéndose de
risa.
―Baja la voz. ―Le tapó la boca para que deje de montar
escándalo y lo empujo hacia la pared―. Vas a despertar a Benji.
―Oh, sí, claro. ―Se pone muy serio y niega con la
cabeza―. No quiero despertarlo. Pretendo ser un buen padre, el
mejor. No dejes que me vea así, ¿vale? Sería muy mal ejemplo
para el chico.
A pesar del cabreo, no puedo evitar sonreír. Max hubiese
sido un padre maravilloso si las cosas fuesen distintas.
―Vamos, necesitas sentarte. Te prepararé un café mientras
llamo a Cris para que venga a recogerte.
―No quiero irme. ―Lo ignoro y me coloco a su lado para
que pueda apoyarse en mis hombros y caminar hacia la sala de
estar. Una vez allí, dejo que caiga de espaldas sobre el sofá y
suspiro―. No lo llames, por favor. Solo deja que me quede un
rato contigo.
―Max, son las cuatro de la madrugada. Mañana hay clases
y yo tengo que levantarme pronto para ir a trabajar.
―No te molestaré. ―Bufo con fuerza y vuelvo a negar con
la cabeza.
―Tienes que marcharte. Venir aquí ha sido una gran
imprudencia. Cualquier vecino podría haberte reconocido.
―Nadie me ha visto ―balbucea.
―¿Estás seguro de eso? ―Asiente, y niega con la cabeza
justo después.
―A ver, ¿sí o no?
―Me da igual. ¿Qué importa eso? Tal vez sea mejor si
alguien me ve y el mundo entero se entera de que el rey
Maximus no es lo que se espera de él.
―Estás diciendo tonterías. Voy a llamar a Cris. Tú quédate
aquí y no hagas ruido. Te traeré un café cargado.
―¡No, espera! ―Se levanta a trompicones y llega hasta a
mí. Vuelvo a sujetarlo para que no se caiga y sus brazos se
enroscan alrededor de mi cintura. Pega su frente a la mía y
respira hondo―. No me eches, te lo suplico. Deja que me quede
contigo esta noche. Mañana me marcharé y no volverás a saber
nada de mí, pero ahora mismo te necesito a mi lado.
―Max, deja de complicar aún más las cosas ―farfullo,
intentando apartarlo.
―Lo haré mañana, prometido. Solo te pido unas cuantas
horas, por favor, por favor, por favor, por fa…
―Está bien. ―Consigo apartarlo unos centímetros y busco
su mirada―. Ahora voy a acompañarte al baño. Te daré una
toalla limpia y te dejaré allí. Cuando termine de preparar el café
volveré a buscarte, y más te vale que estés duchado y algo más
despejado. ¿Entendido?
―Entendido ―responde, sonriendo de oreja a oreja―
¿Puedo cambiar el plan? Si te duchas conmigo…
―Max… ―siseo a modo de advertencia.
―Solo era una sugerencia.
―Vamos, y por lo que más quieras, no hagas ruido. Lo que
menos me apetece ahora mismo es tener que explicarle a nuestro
hijo lo que está pasando.
―Me encanta cuando dices eso ―susurra, perdiendo la
sonrisa.
―¿El qué?
―Nuestro hijo. Suena maravilloso y al mismo tiempo me
rompe el corazón.
―Vamos, Max. ―Tiro de él y casi a rastras lo llevo por el
pasillo. Al llegar a la puerta del baño, la abro y lo empujo al
interior. Consigo sentarlo en el retrete, y tras abrir el grifo de la
ducha y hacerme con una toalla, me giro y lo encuentro
observándome―. ¿Puedes desvestirte solo?
―¿Si te digo que no lo harás tú por mí? ―Arqueo una ceja
y sonríe―. Sí, puedo hacerlo.
―Bien. Voy a preparar ese café. No tardes demasiado e
intenta no resbalarte en la ducha. Sería bastante complicado de
explicar a las autoridades qué es lo que hace el cadáver de su
majestad el rey en mi cuarto de baño.
―Para ti nunca he sido majestad.
―No, siempre serás mi alteza ―murmuro, caminando de
espaldas hacia la salida―. Vendré en un rato. Ten cuidado.
Asiente y, tras cerrar la puerta, tomo una gran bocanada de
aire. Esto es más de lo que puedo soportar. Lo extraño tanto…
¿Por qué la vida tiene que ensañarse de esta manera con
nosotros?

Max

Salgo de la ducha bastante menos mareado de lo que entré.


El agua ha hecho su efecto en mí, y aunque no me encuentro del
todo sobrio, al menos ya consigo mantenerme en pie. No
obstante, un dolor intenso en mi cabeza no me deja pensar con
claridad. Seco un poco la humedad de mi cuerpo y el cabello y
rodeo mis caderas con la misma toalla antes de abrir la puerta
del baño.
―¿Te encuentras mejor? ―Me sorprendo al ver a Lua al
otro lado del pasillo.
―Avergonzado ―murmuro, haciendo una mueca con los
labios.
Ella sonríe y sacude la cabeza de un lado a otro. Extiende su
brazo en mi dirección y no dudo ni un solo segundo antes de
coger la mano que me tiende.
―Ven conmigo. ―Empieza a avanzar por el pasillo y, por
supuesto, camino tras ella. No sé a dónde me lleva, y tampoco
me importa. Seguiría a esta mujer al mismísimo infierno si me
lo pidiera. Nos encontramos con dos puertas entreabiertas, Lua
asoma la cabeza en una de ellas y sigue caminando hasta llegar
a la otra―. Bienvenido a mis aposentos, alteza ―dice, soltando
mi mano.
Miro a mi alrededor y sonrío al encontrarme con una
habitación más grande de lo que imaginaba. Está decorada en
tonos claros, crema y blanco, con una cama de matrimonio
cubierta por un edredón esponjoso. Todo muy sencillo y a la vez
cálido y reconfortante. Sí, le pega. Esta habitación es perfecta
para Lua. Me muevo despacio por la estancia y compruebo que
sobre una de las mesitas de noche hay una taza de lo que parece
ser café negro caliente.
―¿Esto es para mí? ―Asiente y, tras coger la taza, le doy
un trago largo. Hago una mueca cuando el líquido amargo de
desliza por mi garganta y estoy a punto de escupirlo―. No tiene
azúcar.
―Disculpe usted, alteza real, enseguida llamo a la sirvienta
y le pido que le traiga unos cuantos terrones ―masculla,
cruzándose de brazos. Arquea una ceja y no puedo evitar
sonreír. Había olvidado cómo me gusta su sentido de humor
cargado de sarcasmo e ironía―. Bébetelo de una vez, y da
gracias por no haberlo aderezado con un puñado de sal.
Asiento y, tras sonreír de nuevo, le doy otro trago.
―¿Tú no tomas?
―No, yo estoy sobria, y tengo la esperanza de poder dormir
al menos un par de horas más esta noche. ¿Crees que eso será
posible?
Me encojo de hombros y esbozo esa sonrisa ladeada que sé
que le encanta.
―¿Tienes algo más en mente aparte de dormir? Yo estoy
abierto a cualquier propuesta.
―Ni en tus mejores sueños ―replica―. Vas a terminar ese
café y después harás lo que te dé la gana mientras yo duermo.
―¿Puedo dormir contigo? ―Dejo la taza casi entera sobre
la mesita―. Prometo portarme bien. Creo que la ducha ha
conseguido que se me pase un poco la borrachera y ahora solo
necesito descansar un rato.
―Bien, ponte de ese lado, y no te muevas demasiado o te
tiraré de la cama con una patada en tu culo real.
Suelto una carcajada y espero a que ella se tumbe antes de
tirar del edredón para abrir la cama.
―No tengo nada que ponerme y la toalla está mojada
―digo, señalando la única prenda de ropa que cubre mi cuerpo
desnudo.
―Max, no tienes nada que no haya visto antes. Deja ya la
charla y métete en la cama.
Sonrío de nuevo y tiro del borde de la toalla, esta cae al
suelo, y tal como vine al mundo, me subo al colchón y apoyo la
espalda contra el cabecero. Cierro los ojos unos segundos, y
cuando vuelvo a abrirlos me doy cuenta de que Lua me está
mirando.
―Hola ―susurro sin apartar mis ojos de los suyos.
―Hola.
―¿Cómo estás? ―Me tumbo y coloco la cabeza sobre la
almohada, girándome de costado―. Aún no había tenido la
oportunidad de preguntártelo. ¿Estás bien?
―Podría estar peor ―responde, encogiéndose de hombros.
―Pareces cansada.
―Lo estoy. He tenido un fin de semana bastante intenso;
además, un loco borracho ha decidido aporrear mi puerta en
mitad de la noche.
―Lo siento.
―¿Qué haces aquí, Max? Deberías estar en tu palacio,
durmiendo con tu esposa.
―Es una larga historia y tú tienes que descansar. Por la
mañana te lo explicaré.
―No sé si voy a querer escucharlo.
―De todas formas, te lo voy a contar.
Me acerco y deposito un beso en su frente. Mi intención es
alejarme de inmediato, pero Lua me sujeta por el cuello y tira de
mí para besar mis labios. Lo que empieza siendo un beso suave
y cariñoso no tarda en convertirse en apasionado y cargado de
lujuria. Nuestras lenguas se enredan, y cuando estoy a punto de
ir más allá y colocar mis manos sobre su cuerpo, ella se aparta y
ambos respiramos jadeantes.
―Buenas noches, Max ―dice, acurrucándose y cerrando
los ojos.
Resoplo, hundiendo los dedos en mi pelo, y levanto la ropa
de cama para echar un vistazo a mi entrepierna. Estoy duro
como una puta piedra.
―Eres una persona horrible ―mascullo.
La escucho reír bajito y, tras tumbarme boca arriba, tiro de
ella para acomodarla sobre mi pecho. No me rechaza, así que la
abrazo y me quedo mirando el techo sin poder dejar de sonreír
como un idiota mientras su respiración se vuelve cada vez más
pesada.

Lua

Estoy agotada, y al mismo tiempo no soy capaz de borrar de


mi rostro la sonrisa boba con la que he despertado tras dormir
solo un par de horas abrazada a Max. Echaba de menos eso,
sentir sus brazos rodeándome durante la noche, la forma en la
que se pega a mí y busca el contacto con mi piel incluso
mientras duerme.
Suspiro y entro en la habitación con su traje ya lavado, seco
y planchado sobre el brazo. Lo dejo a los pies de la cama y me
acerco más para despertarlo. Durante un segundo me planteo
marcharme y dejar que siga durmiendo. Está tan guapo con la
cabeza ladeada y su pelo despeinado sobre la almohada que casi
me da pena que no pueda seguir descansando. Sin embargo,
borro esa idea de inmediato de mi mente al recordar la
conversación que acabo de tener por teléfono con Cris hace solo
un instante.
―Max, Max. Vamos, despierta de una vez.
Abre los ojos de golpe y estira los brazos sobre su cabeza,
bostezando con la boca abierta.
―Buenos días ―susurra con voz somnolienta.
―Arriba. Te he dejado tu ropa sobre la cama. Levántate y
vístete cuanto antes. Cris no tardará en llegar.
Se sienta de un salto y frunce el ceño.
―¿Lo has llamado? ―Asiento―. ¿Por qué?
―Porque tienes que irte antes de que la jodida guardia real
descubra dónde estás y vengan a buscarte.
Se rasca la nuca y resopla con fuerza, volviendo a bostezar.
―Tampoco es para tanto. Seguro que nadie se ha dado
cuenta de mi ausencia.
―No lo sé, pero mejor no tentar a la suerte. Además, Cris
mencionó algo sobre que tu esposa se había ido o estaba a punto
de hacerlo.
Cierra los ojos con fuerza y se pinza el puente de la nariz.
―Mierda.
―¿Todo bien?
Abre los ojos y una pizca de culpabilidad ensombrece su
mirada.
―Me ha dejado. Bueno, en realidad, creo que la dejé yo a
ella. No estoy muy seguro.
Todo mi cuerpo se tensa y alzo mis manos para acallarlo.
―Prefiero que no hables esos temas conmigo, Max. Lo
último que me apetece es convertirme en la confesora de tus
problemas maritales.
―Espera. ―Antes de que pueda alejarme, Max se estira y
consigue alcanzar mi mano y tirar de ella―. No es lo que
piensas.
―De verdad que no quiero saberlo.
―Lua, escúchame. ―Tira de nuevo de mi mano y no me
queda más remedio que sentarme al borde del colchón―. Ese
matrimonio es una farsa, bueno, lo era, porque ahora se ha
acabado.
Inspiro hondo por la nariz y niego con la cabeza.
―Es tu esposa, la reina consorte. No te confundas, cariño,
eso nunca va a terminar. Seguirás unido a ella el resto de tu
vida, te guste a ti o no. ―Su agarre sobre mi mano se afloja y
aprovecho el momento para ponerme en pie―. Date prisa en
vestirte. Aún tengo que preparar el desayuno y llevar a Benji al
colegio antes de irme a trabajar.
Asiente y salgo de la habitación a toda prisa, conteniendo las
lágrimas que pugnan por salir de mis ojos.
Capítulo 19
Max
Ya vestido con el mismo traje que usé ayer, pero limpio y con
un aroma frutal que solo puedo definir como delicioso, salgo de
la habitación en busca de Lua. No sé cuándo llegará Cris. Es
probable que haya ido a llevar a Ivanka al aeropuerto y aún
tarde un rato. Al pasar por la habitación en la que Lua se asomó
anoche, escucho el sonido de pequeños golpes y decido echar un
vistazo. En cuanto la piso, veo a Benji sentado en el suelo
jugando con un pequeño coche de juguete en color amarillo
chillón.
―¡Brrrrr! Ahora el salto mortal. ―Hace que el coche dé
una pirueta en el aire y lo vuelve a bajar al suelo.
―Creo que los coches no vuelan, chaval ―susurro, apoyado
en el marco de la puerta.
El pequeño alza la vista y frunce el ceño al verme.
―Hola, Max ―saluda sonriendo.
Respiro hondo y mi pecho se hincha de emoción. Solo me
vio durante la cena el otro día, y ni siquiera me hizo mucho
caso. Creí que ya no se acordaría ni de mi nombre, pero sí lo
hace.
―Hola, Benji ―respondo.
El perro gruñe desde los pies de la cama y mi hijo rueda los
ojos. Me sorprende verlo hacer ese gesto. Apuesto a que lo
aprendió de su madre.
―No pasa nada, King. Es solo Max.
Sonrío de nuevo y me acerco mirando de reojo al chucho,
que ni siquiera se mueve. Está claro que no me ve como un
peligro para el niño porque, con lo protector que es con él, si
fuese así ya se habría acercado. Desabrocho los botones de mi
chaqueta y decido sentarme a su lado en el suelo.
―¿Quién le puso el nombre al perro? ―inquiero. ¿King?
Está claro que no es una casualidad.
―Mamá, creo. No sé, yo era muy pequeño y no me acuerdo.
―¿Ahora ya no eres pequeño?
―No, el próximo curso estaré en el cole de los mayores
―señala, alzando la barbilla como si estuviese muy orgulloso
de ello.
―Oh, pues sí que eres mayor.
Se queda callado unos instantes y me mira con la cabeza
ladeada.
―¿Quieres que montemos el comité para organizar la
asamblea?
―¿Tú sabes lo que es una asamblea? ―pregunto,
conteniendo la risa.
―Claro, es cuando nos sentamos en la alfombra para decidir
a qué jugamos.
Sin poder evitarlo, suelto una carcajada y asiento con la
cabeza.
―¿De dónde sacas esas palabras?
―No sé, algunas las escucho en la tele, otras las dice la
profe o mamá.
―Tu madre es una mujer muy inteligente.
―Sí, y me quiere un montón.
―Eso es verdad. Te quiere muchísimo. ¿Tú también la
quieres a ella?
―Claro, la voy a echar de menos cuando sea mayor.
―¿Por qué? ¿No vendrás a visitarla?
―No, porque va a estar muerta.
Vuelvo a reír por su respuesta y estiro mi brazo para
acariciar su pelo rubio con suavidad. Daría cualquier cosa por
poder estar a su lado todos los días de su vida. Sería un hombre
feliz si tan solo pudiese verlo crecer y convertirse en el hombre
increíble que será.
―Benji, el desayuno está listo. Ve empezando, enseguida te
llevo los zapatos y te ayudo a calzarte.
Giro la cabeza para mirar a Lua y me doy cuenta de que sus
ojos están enrojecidos y llorosos. El crío sale corriendo de
inmediato y me levanto para comprobar qué le ocurre.
―¿Estás bien? ―inquiero acercándome.
―No. Tienes que irte, Max ―dice con un hilo de voz.
―Oye, ¿qué ocurre? ―Empieza a llorar y sujeto su rostro
entre mis manos―. Dime qué he hecho.
―Estás aquí con Benji y… ―Solloza y toma una
respiración profunda mientras las lágrimas ruedan por sus
mejillas―. No me hagas esto. Es doloroso y cruel.
―Lo siento, cariño. No pretendo hacerte daño.
―Lo sé, pero lo haces. Acabo de verte con el niño y no
puedo dejar de pensar que no es justo que él no pueda tener a su
padre, que tú no puedas estar a su lado y yo… ―se le corta la
voz y la atraigo hacia mí para abrazarla con fuerza―. Tienes
que irte ya ―farfulla, intentando apartarme.
Afianzo mi agarre en su rostro y niego con la cabeza. Clavo
mis ojos en los suyos, y durante una milésima de segundo tengo
claro lo que debo hacer. Lo que importa somos nosotros. Que
arda el mundo mientras pueda tenerla entre mis brazos.
―Lua, escúchame. ¿Y si pudiésemos tener todo eso?
―No, para. Deja de darme esperanzas con algo que es
imposible.
―No lo es. ―Seco sus mejillas y espero a que se tranquilice
un poco para seguir hablando―. En cinco años podré abdicar.
Alex se está preparando para tomar el lugar que le corresponde
por derecho y ser el nuevo rey. Entonces dará igual si me
divorcio o no. Sé que es mucho tiempo y…
―No puedes hacer eso ―me corta.
―Yo puedo hacer lo que me dé la gana. Ya no seré rey y
tampoco pienso pedir permiso. La última vez que nuestros
caminos se separaron dije que no podía pedirte que me
esperaras, ahora eso es exactamente lo que te estoy pidiendo.
―Es una locura. Me estás hablando de algo que puede o no
ocurrir dentro de cinco años. ¿Qué pasará mientras tanto?
¿Crees que puedo dejar toda mi vida en pausa hasta entonces?
―No, porque vamos a seguir viéndonos. Es difícil, lo sé, y
probablemente también resulte doloroso, pero yo estoy
dispuesto a arriesgarme. Quiero estar a vuestro lado.
―¿A escondidas? ¿Ese es tu plan? ¿Quieres pasar los días
en el palacio y las noches aquí?
―¡Sí! ¿Por qué no? Piensa en ello, en que es un trabajo
como cualquier otro. Puedo irme por la mañana y cumplir con
mis obligaciones, al anochecer, volveré aquí, a casa, contigo y
con Benji. Cenaremos juntos y te ayudaré a acostarlo, incluso
puedo contarle un cuento y arroparlo. Tú y yo dormiremos
juntos todas las noches, o haremos el amor hasta el amanecer.
Una de sus comisuras se eleva y niega con la cabeza antes
de sorber por la nariz.
―Tampoco te pases. Recuerda que eres de gatillo rápido, no
aguantas tanto.
Suelto una carcajada y la abrazo por la cintura.
―¿Nunca vas a dejar de burlarte de mí por eso?
―Por supuesto que no. Te lo recordaré toda la vida.
Suspiro y pego mi frente a la suya.
―Eso suena bien. Toda la vida. ¿Qué te parece si
empezamos por el ahora? Di que sí. Danos al menos una
oportunidad. Va a funcionar, estoy seguro.
―¿Qué pasa con tu mujer? No voy a ser la otra, Max.
Prefiero no tenerte antes de compartirte con alguien más.
―Ya te he dicho que eso se ha acabado. Ni siquiera vive en
el palacio. Además, hacía meses que ella y yo no…
―No me mientas ―me corta―. Si vas a mentirme, mejor
no digas nada.
―Nunca lo haré. Te juro que digo la verdad. Tú eres la
única para mí, Lua. Lo sabes, ¿verdad?
Respira hondo y, tras unos segundos, su cabeza empieza a
moverse de arriba abajo al mismo tiempo que más lágrimas
brotan de sus ojos. Con la emoción a flor de piel, pego mi boca
a la suya y la beso despacio, saboreándola y disfrutando de este
momento, que espero que sea el primero del resto de nuestras
vidas.

∞∞∞
Me lamo el dedo índice tras untar mermelada de fresa sobre
un trozo de pan tostado, coloco la cafetera en el centro de la
mesa y doy un paso atrás para comprobar que todo esté listo
para empezar el día. ¿Quién me iba a decir a mí hace solo cuatro
meses que estaría preparando el desayuno con mis propias
manos?
―Buenos días, alteza. ―Me giro y sonrío al ver llegar a
Lua.
Me abraza por el cuello y enseguida rodeo su cintura con
mis brazos. Sus labios se pegan a los míos y disfruto de mi
primera dosis de adrenalina y excitación del día. No consigo
saciarme de ella, y eso me encanta.
―¿Qué hace una chica como tú en una mente tan sucia
como la mía? ―pregunto, mirándola a los ojos.
Suelta una carcajada y niega con la cabeza.
―¿En serio? ¿No has encontrado una frase más cutre?
―No quiero perder mi encanto ―replico, encogiéndome de
hombros.
Estoy a punto de besarla de nuevo, pero por el rabillo del ojo
logro ver a Benji entrando en la cocina. Ambos nos apartamos
de inmediato y el crío farfulla un saludo mientras camina hacia
la mesa arrastrando los pies.
―Cuanta energía, ¿no? ―le dice Lua, sentándose a su lado.
Le acerco una taza para que se sirva el café y me lo agradece
con una preciosa sonrisa que consigue enamorarme aún más de
lo que ya estoy. Cuando hace unos meses le propuse esta especie
de arreglo, tuve mis dudas de si llegaría a funcionar, pero ahora
me doy cuenta de que fue la mejor decisión que he tomado en
mucho tiempo. No digo que sea perfecto, no lo es en absoluto.
Cada mañana, cuando salgo por la puerta de esta casa, debo
seguir representando el papel de rey, ese que tanto detesto; odio
tener que mantener en secreto a mi hijo y a la mujer que amo.
No obstante, soy consciente de que ese es el precio que debo
pagar para poder disfrutar de momentos como este.
―Mamá, no me hables, aún estoy dormido ―farfulla el
pequeño.
Lua y yo nos miramos, y ella pone los ojos en blanco.
―Si te acostaras antes, no tendrías tanto sueño. Además,
esta tarde tienes entrenamiento de judo. Vas a estar muy
cansado. ¿Por qué nunca me haces caso cuando te digo que te
duermas?
―Fue Max el que insistió en querer leer el libro. ―Me
señala con el dedo y lo miro sorprendido. Será… Anoche le dije
mil veces que se durmiera y casi me suplicó que terminara de
leerle la historia―. ¿Verdad, Max? ―Me giña un ojo en un
gesto que solo él puede considerar disimulado y niego con la
cabeza, dándolo por imposible.
―Benjamin, no te atrevas a mentirme. ―Su madre arquea
una ceja y el crío agacha la cabeza, aceptando su regañina.
―Deja al chico ―susurro.
Lua me lanza una mirada poco amistosa, pero consigo
convencerla usando mi sonrisa ladeada junto a una caída de ojos
ensayada. Cabecea, y al mirar sobre su hombro compruebo que
Benji está sonriendo de manera pilla.
―Vamos, termina de desayunar o llegaremos tarde al
colegio.
―¿Puede llevarme Max? ―Lua y yo nos miramos, y hago
una mueca de disgusto con los labios.
―Cielo, Max tiene que irse a trabajar.
―Vale ―masculla, volviendo a centrarse en su comida.
Es maravilloso que a mi hijo le guste pasar tiempo conmigo.
Me encantaría poder llevarlo al colegio o recogerlo, incluso
asistir a sus entrenamientos, pero ahora mismo eso es imposible.
Cualquiera podría reconocerme. Temo que llegue el día en que
Benji vea alguna imagen mía en la prensa o la televisión.
Entonces tendremos que darle muchas explicaciones para las
que ni su madre ni yo estamos preparados.
Tras terminar el desayuno, ellos se marchan y yo termino de
recogerlo todo antes de que Cris venga a buscarme. Nada más
entrar en el coche, mi amigo se gira y me mira, sonriendo de
oreja a oreja.
―Buenos días, hermano. Te veo bien.
Me encojo de hombros y sacudo la cabeza de un lado a otro.
―Eso es porque estoy bien.
―No, lo digo en serio. Desde que te mudaste con Lua se te
ve mucho más contento.
―No me he mudado. Solo… ―Me paro a pensarlo unos
segundos. Ceno con ellos, duermo en su casa y todas las
mañanas les preparo el desayuno―. Vale, puede que sí me haya
mudado, pero ya sabes que no es como a mí me gustaría que
fuese.
―Ten paciencia, colega, todo llegará.
Arqueo una ceja y lo señalo con el dedo índice.
―Hablas de mí, pero tú últimamente vas por la vida
estornudando polvo de hadas. ¿Qué ocurre? ¿Tiene que ver con
esa relación rara que tenéis Maya, Eric y tú?
―No es rara, solo atípica. En realidad, estamos pensando en
oficializarlo. Mi apartamento es grande y ellos ya casi viven allí
más que en sus propias casas.
―¿En serio?
―Sí, ¿algo que objetar? ―Alzo las manos y niego con la
cabeza.
―Si eso es lo que te hace feliz, yo estoy contigo, hermano.
―Bien. Ahora prepárate porque Reinard ha estado
preguntando por ti.
Mi sonrisa muere de inmediato. Ni siquiera siendo el
maldito rey de este país consigo librarme de él y de mi madre.
Saben que algo ocurre y no dejan de preguntarme, sin embargo,
yo he sabido mantener mi relación con Lua en secreto. Ahora yo
controlo a la guardia real, a los investigadores y demás recursos
de la Casa Real. Todo debe pasar por mí, y eso les complica
tenerme controlado.
―¿Sabes qué es lo que quiere?
―Ni idea, pero parecía bastante cabreado.
―Bien, pues písale a fondo. Sea lo que sea lo resolveré
cuanto antes. No quiero llegar tarde para cenar esta noche.
Una hora después estoy sentado frente a la mesa que preside
el despacho real mirando las fotos que nuestra jefa del gabinete
de prensa acaba de entregarme: en una de ellas aparezco yo
entrando en casa de Lua; en otra está solo ella con Benji
entrando en su coche; y las que más me preocupan son en las
que salimos los tres juntos, jugando en el jardín trasero, yo
tengo a Benji sentado sobre mis piernas y Lua acaricia mi
mejilla. Recuerdo a la perfección este momento, fue hace un par
de días. ¿Cómo es posible que alguien haya tomado estas
fotografías? Paparazis. ¡Mierda! ¿Cómo he podido ser tan
idiota? Seguro que me siguieron, y al verme entrar en casa de
Lua buscaron la forma de ver sobre la valla que delimita el
jardín.
―La situación es muy delicada, majestad ―informa Eliana.
Yo mismo la contraté para que liderara el que hasta entonces era
el obsoleto gabinete de prensa que fundó mi padre.
―¿Quiénes son? ―inquiere Reinard.
Le lanzo una mirada asesina y enseguida agacha la mirada,
arrepentido por su indiscreción.
―¿Qué quieren?
―Una declaración oficial. Si tengo estas fotografías en mi
poder es porque conozco al jefe de redacción de la cadena de
televisión que las ha conseguido, y según me han informado,
también tienen algún video.
―Mierda ―siseo, echándome hacia atrás en el sillón―.
¿Qué me aconsejas?
―Depende. Si lo negamos todo, ¿hay forma de que nos
explote en la cara? ―Asiento con la mandíbula apretada―. En
ese caso, debemos ofrecerles algo más jugoso.
―¿Cómo qué?
―No creo que se nieguen a una entrevista en directo aquí,
en el palacio real. Podemos aprovechar para mostrar en cámara
que el rey y la reina gozan de un matrimonio sólido y feliz.
Conseguiré que las fotografías y los videos sean destruidos a
cambio de esa entrevista.
―Joder ―farfullo, pinzándome el puente de la nariz―.
¿Esa es la única opción? ¿No podemos comprar su silencio?
―Majestad, esta noticia vale millones. ―Señala las
fotografías y niega con la cabeza―. Van a publicar algo, y creo
que la entrevista exclusiva es lo único que puede apaciguarlos.
―Está bien. ¿De cuánto tiempo disponemos?
―Mañana por la mañana debo darles una respuesta.
Asiento y les pido que se marchen, no sin antes advertirle a
Reinard que no quiero que mi madre se entere de nada de esto.
Ahora sí que estoy jodido. No puedo pedirle a Ivanka que
vuelva y finja que nuestro matrimonio va bien. Además, sé que
eso lastimaría muchísimo a Lua. Mis opciones son escasas, y no
puedo decidirlo solo.
Capítulo 20
Lua
Tras salir del trabajo, paso a recoger a Benji en el colegio y lo
dejo en el gimnasio para su entrenamiento de judo. Tengo dos
horas libres, de modo que decido hacerle una visita a mi madre.
Aparco frente a mi casa y recorro los escasos metros que me
separan de la suya. Rebusco en mi bolsillo y, tras sacar la llave y
meterla en la cerradura, estoy a punto de abrir la puerta cuando
un grito a mi espalda llama mi atención.
―¡Lua! ―Me giro confusa y veo cómo Max corre hacia mí.
Lleva puesto su traje de tres piezas y eso es extraño. Cuando
vuelve a casa por las noches lo hace de incógnito, intentando
cubrir su rostro para que nadie lo reconozca. Además, aún es
muy pronto.
―¿Qué haces aquí? ―inquiero preocupada.
Él llega a mi lado, y tras mirar a un lado y a otro de la calle,
me sujeta por el brazo y tira de mí hacia la puerta.
―Abre rápido, antes de que alguien nos vea.
Le hago caso porque es una locura quedarnos fuera
arriesgándonos a las miradas indiscretas de los vecinos. En
cuanto abro la puerta, Max entra en casa y me arrastra con él.
Parece nervioso e inquieto. Algo ocurre, y no creo que sea
bueno.
―¿Qué pasa? No podemos estar aquí, si mi madre te ve…
―Ese es el menor de nuestros problemas. ¿Está en casa?
―No lo sé. Supongo que… ―Me callo al escuchar un grito
que proviene del interior y frunzo el ceño. Max y yo nos
miramos sin entender nada, y entonces un estruendo de cristales
rompiéndose y cacharros cayendo resuena por toda la casa―.
¡¿Mamá?! ―exclamo, adentrándome por el pasillo casi a la
carrera.
Escucho los pasos de Max a mi espalda y otra vez vuelve a
gritar, aunque en esta ocasión es casi como un gemido en alto
que me pone los pelos de punta. ¿Está herida? ¿Alguien le ha
hecho daño? El ruido proviene de la cocina, de modo que ambos
nos dirigimos allí. Estoy a punto de asomarme, sin embargo,
Max me sujeta por el brazo y es él quien se adelanta,
cubriéndome con su cuerpo. Lo amo por ser así e intentar
protegerme, pero ahora mismo no estoy para tonterías. Se
detiene de golpe bajo el marco de la puerta y lo aparto de un
empujón para ver qué ocurre.
Por un segundo casi preferiría que mi madre estuviese
herida antes de tener que presenciar lo que tengo ante mí. Hay
cosas que un hijo jamás debería ver, y una de ellas es el culo
peludo de su padre mientras se lo monta con su madre sobre la
encimera.
―¡Oh, Dios! ―exclamo, haciendo una mueca de asco.
Enseguida se apartan y papá empieza a subirse los
pantalones a toda prisa. Ella baja de un salto de la encimera y
también se recompone la ropa y el cabello como puede.
―Cielo, no es lo que estás pensando ―dice papá tras
resoplar con fuerza.
―Ni siquiera sé qué es lo que pienso. ¿En serio? Esperaba
esto de mamá, pero de ti jamás. ¿Cuándo habéis dejado de
odiaros para pasar a…? ―Señalo la encimera y niego con la
cabeza mientras en mi interior intento borrar las imágenes que
tengo grabadas en la mente.
―Solo nos divertimos ―señala mamá, encogiéndose de
hombros―. Somos dos adultos solteros que disfrutan de buen
sexo de vez en cuando.
―Ahora voy a vomitar ―musito.
―¡Julia, no le digas eso a la niña!
―No es una niña. ¿Crees que tu hija es virgen? Te recuerdo
que tiene un hijo. Ella también folla, Lorenzo.
―¡Vale! ¡¿Podemos dejar ya de hablar de sexo?! Aún estoy
intentando no traumatizarme con lo que acabo de ver. ―Respiro
hondo y los miro a uno y otro―. Sois mayorcitos para hacer lo
que os dé la gana, pero avisadme antes. Podría haber venido con
Benji.
Mi madre asoma la cabeza sobre mi hombro y frunce el
ceño.
―¿Y tú quién er…? ―Sus ojos se abren hasta el nacimiento
del pelo al reconocer a Max y sacude la cabeza de un lado a
otro―. Lua, ¿puedes explicarme qué hace el rey Maximus en mi
cocina? ―pregunta sin dejar de mirarlo.
Tenso la mandíbula y busco rápido en mi mente una excusa
convincente para contarle, pero no se me ocurre nada.
―Eh… Sí. Verás, mamá… Yo… Él…
―Fuera de aquí ―sisea mi padre, dando un paso al frente.
Aprieta los puños a sus costados y mira a Max con rabia
contenida―. ¿Cómo te atreves a aparecer por aquí?
―¿Papá? ―Lo sujeto por el pecho cuando intenta ir hacia
él.
―¡No te atrevas a defenderlo, Luana!
―¿Qué está pasando? ―inquiere mamá.
Antes de que pueda darle una contestación, mi padre se gira
de forma brusca y bufa con fuerza.
―¡Pasa que este sinvergüenza no tuvo bastante con
embarazar a nuestra hija y abandonarla! Ahora viene a por más,
y no pienso permitirlo. ―Se encara de nuevo con Max y él
busca mi mirada, confundido―. No la mires a ella, desgraciado.
Soy yo el que debe preocuparte. Me importa una mierda quién
seas. ¿El rey? Bien, pues voy a partirte tu jodida cara real como
vuelvas a acercarte a mi hija o a mi nieto. ¿Lo has entendido?
―No puede ser ―farfulla mamá. Tira de mi brazo con
fuerza y busca mi mirada―. ¿Él? ¿De verdad? ¿Benji es hijo del
rey? ¡Esto tiene que ser una puta broma!
Entonces se desata el caos, mamá empieza a gritarle a papá
que es culpa suya por dejar que me junte con esa gente, mientras
él le grita a Max que se marche y lo sigue amenazando.
―¡Ya está bien! ―vocifero. Todos me prestan atención y
resoplo antes de colocarme al lado de Max y entrelazar mis
dedos con los suyos―. Vamos a calmarnos y a hablar de esto
como personas adultas y civilizadas.
―Pero…
―¡Mamá! ―siseo, lanzándole una mirada asesina que no
admite réplica.
Max carraspea e inspira hondo por la nariz antes de dar un
paso al frente con la barbilla alta y la espalda tensa.
―Sé que solo quieren lo mejor para su hija, y también
entiendo que me vean como un hombre horrible por lo que ha
ocurrido entre nosotros.
―¡La abandonaste estando embarazada! ―escupe mi padre.
―Él no lo sabía ―aclaro.
―¿Qué?
―No lo sabía, papá. Yo decidí dejarlo y nunca le hablé de la
existencia de Benji. Estás juzgando y condenando a alguien
inocente, y tú no eres así.
―¡Eso da igual ahora! ¡Es el puto rey!
―¡Mamá! ―exclamo.
―¡¿Qué?! ¿Es qué no te he enseñado nada? Y Benjamin…
¡Ay, mi niño! Vas a arruinar su vida.
Respiro hondo y clavo mi mirada furiosa en la suya.
―Si vuelves a decir una sola palabra más en contra del
padre de mi hijo, juro que saldré de esta casa ahora mismo y no
pienso volver a poner un pie en ella el resto de mi vida.
―Pero, cielo… ―intercede mi padre.
―¡No! ―Lo señalo con el dedo y retrocede, tragando saliva
con fuerza―. Yo nunca me he metido en vuestras decisiones. Es
mi vida, papá, y yo soy la única responsable de dirigirla. Si no
eres capaz de sentarte y escuchar la verdad sin juzgar a nadie ni
hacer acusaciones infundadas, te digo lo mismo que a ella. No
volverás a verme a mí ni a tu nieto nunca más.
Al fin, y tras mis amenazas, ambos se tranquilizan y toman
asiento en los taburetes altos que hay frente a la barra de
desayuno. Max y yo nos miramos, y él sonríe a modo de
agradecimiento.
―¿Puedo decir algo? ―pregunta con un hilo de voz.
Asiento y él carraspea antes de dar un paso al frente―. Señor y
señora Costa…
―¿Señora? Mal empezamos… ―masculla mi madre. Le
lanzo una nueva mirada de advertencia y se calla de inmediato.
―Perdón, no sé cómo dirigirme a ustedes. Nunca me ha
tocado hacer algo así. ―Bufa y hunde los dedos en su pelo con
nerviosismo―. Entiendo su preocupación y soy consciente de
mis errores. Solo quiero dejar claro que yo jamás jugué con los
sentimientos de Lua. Para mí no fue ni nunca será un
pasatiempo. Lo que sentimos el uno por el otro es real, y si
hemos pasado cinco años separados no fue por nuestra propia
elección. Si hubiese dependido de mí, jamás la habría dejado
irse. Y respecto a Benji… ―Bufa de nuevo y me acerco para
sujetar su mano. Max me mira a los ojos y muerde su labio
inferior para contener la emoción―. No tenía ni idea de que Lua
estaba embarazada. Me enteré de su existencia hace solo unos
meses, y desde entonces no me he apartado de ellos. Puedo
tener muchos defectos, pero ellos son y siempre serán lo más
importante en mi vida.
Sonrío al escucharlo y mi padre frunce el ceño. Sé que no se
esperaba escuchar algo así. Siempre lo supo y no me lo dijo. No
me presionó ni intentó sacar el tema ni una sola vez. Es el mejor
padre del mundo.

Max

Más de una hora después, creo que al menos he conseguido


ganarme al padre de Lua al explicarle lo que significa mi
matrimonio y lo poco usual que es. Bueno, ya no parece como si
quisiera asesinarme, y eso es un adelanto. Su madre, por el
contrario, sigue mirándome con desprecio y solo contesta con
monosílabos a cualquier cosa que le dice su hija. Conozco su
ideología política. Yo soy todo lo que ella detesta y lo que jamás
habría deseado para Lua, por eso en parte entiendo su actitud
desconfiada.
―Bien, ya que está todo aclarado, nos marchamos
―informa Lua.
―Espera, cielo. No quiero que te vayas enfadada
―masculla su padre. Ella sonríe y se acerca para darle un beso
en la mejilla.
Al verlos juntos, no puedo evitar sentir envidia. Yo nunca
supe lo que era tener el cariño y el apoyo del hombre que me dio
la vida. Me hubiese encantado tener esa relación tan cercana con
mi padre.
―Espera, en realidad… Tengo algo que decirte ―mascullo.
Su mirada se estrecha sobre mí y se cruza de brazos.
―¿Qué ocurre? Aún no me has dicho qué es lo que haces
aquí. ―Resoplo y tiro de ella para acercarla a mí―. Max, me
estás asustando. ¿Qué ha pasado?
―Tenemos problemas.
―¿De qué tipo?
―Una cadena de televisión tiene imágenes y videos
nuestros.
―¡¿Cómo?! ¡¿Qué videos?! ¿Pueden comprometerte?
―Sí, y a vosotros robaros vuestra tranquilidad. No sé cómo
los consiguieron. Son imágenes nuestras con Benji del otro día
jugando en el jardín.
―¿Grabaron por encima de la valla? ―Asiento y ella se
lleva las manos a la cabeza―. Dios, sabía que esto era mala
idea.
―Eh, tranquila. ―Enmarco su rostro con mis manos y la
miro a los ojos―. Me ocuparé de todo. Hay formas de lidiar con
este tipo de filtraciones. Tengo al gabinete de prensa trabajando
en ello.
Bufa con fuerza y frunce el ceño.
―¿Pero? Hay un «pero» por ahí, ¿verdad? ―Hago una
mueca con los labios y desvío la mirada―. Max, te conozco.
¿Qué es lo que tienes que hacer?
Respiro hondo, ni siquiera sé cómo plantearlo.
―Tenemos dos opciones. Si les doy algo a cambio
destruirán esas imágenes, pero…
―Ahí está el «pero» ―masculla entre dientes.
―Sí, y es uno enorme. No se van a conformar con cualquier
cosa. Eliana ha sugerido que les permita hacer una especie de
reportaje desde el palacio, mi día a día y todo eso. Además de
una entrevista en directo. Yo aceptaría sin dudarlo, sin embargo,
para que eso se lleve a cabo tendría que pedirle a Ivanka que
vuelva y finja ser la reina y esposa que en realidad no es.
―Entiendo ―susurra tras unos segundos en los que parece
estar asimilando toda la información.
―Lua, a mí tampoco me gusta esto. No es justo para nadie,
menos para ti. Te hará daño, y eso es lo que más odio.
―Tampoco es que exista otra alternativa, ¿no? Espera,
dijiste que había otra. ―Asiento―. ¿Cuál es?
―No hacer nada ―contesto, encogiéndome de hombros.
―¿De qué hablas?
―Puedo dejar que esas imágenes salgan a la luz y después
tú y yo damos la cara y dejamos de escondernos.
―¿Te has vuelto loco?
―Sí, es posible, o tal vez solo esté cansado de fingir ser
algo que no soy. Cada mañana salgo de tu casa con la sensación
de que puede ser la última vez que os vea a ti y a Benji. ¡Estoy
harto de esa mierda!
―No quiero meterme donde no me llaman ―dice su padre,
y ambos lo miramos―. ¿Puedo? ―Lua asiente―. ¿Has pensado
en los problemas que eso le traerá a mi hija y a mi nieto? Vas a
lanzarlos a la prensa como un trozo de carnaza para buitres
hambrientos. Los acosarán. Benji no podrá ni ir al colegio sin
que le hagan mil preguntas que un niño de esa edad no debería
tener que responder.
―Lo sé, y por eso pienso que deberíamos salir del país
―sentencio.
―Max, ¿de qué demonios estás hablando? Tú eres el rey, no
puedes largarte sin más.
―Pues dejaré de serlo. Voy a abdicar.
―¿Y la corona? Alex es un niño.
―¡Me da igual! ―Sujeto de nuevo su rostro y clavo mi
mirada en la suya―. Estoy harto de dejar mi vida en pausa para
cumplir con unas obligaciones que yo nunca he pedido ni
deseado.
―Si abdicas, ¿quién te sustituirá?
―¿Qué importa eso? Mi madre, Reinard… No es mi
problema. Yo ya he cumplido más de lo que debería haberlo
hecho.
Una de sus comisuras se eleva y mueve la cabeza de un lado
a otro.
―¿Eres consciente de que estás a punto de convertirte en el
hombre más odiado del país?
―Sí. ―Pego mi frente a la suya y suspiro―. Solo me
importa lo que tú pienses de mí. Que le jodan al resto del
mundo.
Vuelve a cabecear, ampliando su sonrisa, y estoy a punto de
besarla, sin embargo, somos interrumpidos por su madre.
―¿De verdad serías capaz de hacerlo?
Me giro para mirarla, aunque sigo manteniendo a Lua
pegada a mi costado y abrazándola por la cintura.
―Por supuesto. Señora… ―Frunce el ceño―. Julia, mi
única intención es hacer feliz a tu hija y a tu nieto. Quiero
cuidarlos, y si para ello debo decepcionar a todos y cada uno de
los ciudadanos de este país, no me importa en absoluto.
Me sorprende al esbozar un amago de sonrisa, y golpea el
hombro de su exmarido con la palma de la mano.
―¿A qué ha venido eso? ―pregunta él.
―¿Por qué no eras tú así? Siempre antepusiste el trabajo a
tu familia.
―¿En serio, Julia? ¿Vas a comparar?
―No hay nada que comparar. Él está dispuesto a abdicar del
trono y la corona, es el maldito rey y eso no lo detiene para estar
con las personas que ama. Tú solo eras un soldado y no fuiste
capaz de dejarlo por nosotras.
―Mamá… ―susurra Lua en tono de advertencia.
―No, déjala. ―Lorenzo pone los brazos en jarras y encara a
la madre de su hija―. ¿De verdad quieres saber por qué no dejé
el ejército? ―Ella asiente y Lua pone los ojos en blanco―.
Porque eres y siempre has sido insoportable.
―Hijo de…
―¡Mamá! Ya está bien. ―Lua se coloca entre ambos y los
señala con el dedo índice―. Vais a tranquilizaros los dos. Mi
vida está a punto de dar un cambio radical y os necesito de mi
lado, juntos, y a ser posible vestidos.
Ambos agachan la mirada y asienten.
―Tienes nuestro apoyo, cielo ―le dice su padre―. Julia,
díselo.
―Sí, sí, está bien. Eres mi niña y siempre podrás contar
conmigo. Aunque no me guste las decisiones que tomas, te
apoyaré.
Lua sonríe de oreja a oreja y tomo una gran bocanada de aire
viendo cómo los tres se abrazan. Supongo que la decisión ya
está tomada. Ahora solo debo informar a los míos y asumir las
consecuencias que están a punto de caerme encima como un
jodido rayo.
Capítulo 21
Max
―¡¿Te has vuelto loco?!
Resoplo; no sé cuántas veces he escuchado esa frase hoy.
―Madre, no te estoy pidiendo permiso. Te informo de lo
que va a ocurrir.
Se mueve de un lado a otro mientras yo la observo sentado
en el trono. Creo que nunca la había visto tan cabreada. Está
bien, lo entiendo, pero no permitiré que me haga cambiar de
opinión. La decisión está tomada. Mañana mismo hablaré con la
junta parlamentaria y la prensa.
―¿Por qué? No lo entiendo. ¿Sabes lo que dicen de ti? Eres
el mejor rey que ha tenido este país en toda su historia, el más
dedicado, el que más se preocupa por su gente. ¡El pueblo te
adora!
―Eso me da absolutamente igual.
―Maximus, ¿esto tiene algo que ver con esas fotografías
que tiene la prensa?
Me levanto de un salto y bufo, hundiendo los dedos en mi
cabello.
―Por lo visto, Reinard sigue sin saber mantener la boca
cerrada.
―Aparte de consejero real, Reinard y yo somos amigos
desde antes de que tú nacieras. No lo culpes por preocuparse por
nosotros y por esta institución. Lo que tienes pensado hacer es
una absoluta locura.
―Madre, esa es una decisión que ya está tomada.
―No puedes hacerlo.
―¿Quieres verlo? ―Alzo la barbilla de manera desafiante.
―Hijo, si es por una mujer, podemos solucionarlo. Ivanka
ya no vive aquí, puedes seguir viéndola sin que nadie se entere.
―Niego con la cabeza―. ¡Vas a perderlo todo por una chica
cualquiera! ¡¿Es que no lo ves?!
―No es una cualquiera ―siseo―. Ya la perdí una vez, y no
va a volver a suceder.
―¿Qué? Espera… ―Abre mucho los ojos y niega con la
cabeza―. ¿La guardaespaldas?
―Sí, madre, la guardaespaldas. ―Me acerco despacio e
intento hablar lo más calmado y lento posible―. Lua es la única
mujer que he amado en mi vida, y no volveré a dejarla para
salvar la monarquía.
―Creí que eso había terminado hace cinco años.
―Eso nunca terminará. ¿No lo entiendes? Es la mujer con la
que quiero envejecer. Lo he intentado, de verdad. Me casé con
Ivanka, hice todo lo que estaba en mis manos para que ese
matrimonio arreglado funcionara, pero fui incapaz de olvidar a
Lua.
Suspira y, tras unos segundos en los que parece estar
pensado en algo, dirige su mirada de nuevo hacia mí.
―Está bien. Habla con ella, puede mudarse a una de las
casas de invitados del palacio. La tendrás cerca, podréis hacer lo
que queráis, manteniendo un perfil bajo. Nadie tiene por qué
enterarse de que es tu amante.
―¿Hablas en serio? ―inquiero alucinado―. Madre,
¿esperas que siga casado con Ivanka y me traiga a Lua aquí para
vivir como una especie de concubina? Creo que te has
equivocado de siglo. Ninguna mujer aceptaría algo así, y yo
nunca lo permitiría. Lua es mi mujer y… ―Inspiro hondo por la
nariz y estoy a punto de callármelo, pero decido soltarlo de una
vez. Al fin y al cabo, no tardará en enterarse―. Y la madre de
mi hijo también.
―¿Qué has dicho? ―pregunta, abriendo los ojos como
platos―. ¿La has embarazado?
―Sí, y antes de que se te ocurra soltar alguna barbaridad,
debo informarte que no hay vuelta atrás. Ese niño ya existe. Se
llama Benjamin y tiene cuatro años.
―No puede ser ―masculla. Se lleva las manos la cabeza y
empieza a negar con vehemencia―. ¿Te das cuenta de lo que
significa eso?
―¿Que tienes un nieto al que no conoces?
―Un bastardo. Maximus, ese niño es tu heredero. Si lo
reconoces como propio será el siguiente en la línea de sucesión.
―De eso nada. Tras abdicar, me marcharé del país con Lua
y el niño, al menos hasta que las aguas vuelvan a su cauce.
―¡¿Te vas?! ¿Y qué esperas que hagamos aquí? ¡¿Quién va
a sustituirte?!
―No lo sé, y tampoco me importa. Buscad a alguien que
asuma ese puesto hasta que Alex esté listo.
―Eso no…
―¡¿Y si yo no lo quiero?! ―Ambos giramos la cabeza en
dirección a la puerta y vemos cómo mi sobrino se acerca con el
ceño fruncido y los puños apretados―. ¿Alguien me ha
preguntado a mí si quiero ser rey?
―¡Alexander! ¿Qué tonterías estás diciendo? ¡Todo el
mundo se ha vuelto loco hoy! Tú vas a hacer lo que…
―¡Madre, cállate! ―ordeno en un tono que no da pie a
réplica alguna. Me acerco a mi sobrino y coloco la mano sobre
su hombro―. Tienes razón, nunca nadie te lo ha preguntado.
Habla, Alex, di lo que piensas.
Respira hondo y noto cómo evita el contacto visual con su
abuela. La respeta y teme demasiado. Entiendo ese sentimiento,
el miedo a ser una decepción. He vivido con ello toda mi vida.
―Yo no… Sé que es lo que debo hacer. Mi padre iba a ser
rey si no hubiese tenido ese accidente y después me tocaría a
mí, pero… ―Toma otra bocanada de aire y me mira a los
ojos―. Tío Max, desde que ellos se marcharon tú has sido mi
padre. He visto cómo esa corona te hacía cada día más infeliz, y
yo no quiero eso para mí. ¿Por qué no podemos ser personas
normales?
―¿Os estáis escuchando? ¡Por Dios, sois unos
privilegiados! Cualquier persona del mundo daría cualquier cosa
por poder disfrutar de la vida y la posición que tenéis
―intercede mi madre.
Decido ignorarla y sigo mirando a mi sobrino con una
sonrisa triste. No es justo para él. Perdió a sus padres y ahora se
ve obligado a crecer demasiado pronto y asumir un puesto que,
por experiencia propia, sé que no lo hará feliz.
―¿No quieres ser rey? ―pregunto con un nudo en la
garganta. Alex niega con la cabeza y una lágrima solitaria
recorre su mejilla―. Está bien. No vas a hacer nada que no
quieras.
―¡Maximus! ¿Qué demonios estás diciendo? No puedes
decidir eso. Es su deber.
Cierro los ojos con fuerza y niego con la cabeza.
―Vámonos de aquí ―susurro, tirando del brazo de mi
sobrino mientras me dirijo a la salida.
Escucho los gritos de mi madre, pero la ignoro y sigo
caminando con un brazo por encima de los hombros de Alex.
Nadie va a obligarlo a ser algo que no quiere ser, de eso me
encargaré yo mismo.
―¿De verdad tienes un hijo? ―me pregunta cuando
llegamos al garaje.
―Sí, y muy pronto vas conocerlo. ―Señalo el deportivo
que tenemos delante y sonrío―. Vamos, sube delante. Al menos
por esta noche, olvidémonos de quiénes somos y pasémoslo
bien.

Lua
―¿Cuándo llega Max? ―pregunta mi hijo por tercera vez
en los últimos dos minutos.
Suspiro y echo un vistazo a mi reloj de muñeca. No suele
retrasarse tanto. ¿Qué demonios habrá pasado en el palacio? Se
supone que llegaría temprano y juntos hablaríamos con Benji
para explicarle la situación. Si de verdad vamos a seguir
adelante con esto, lo mejor es que el niño se entere de la verdad
por nosotros.
―No tardará, cielo. Sigue cenando ―mascullo.
Benji clava el tenedor en su plato de macarrones y continúa
comiendo, sin embargo, no tarda en alzar de nuevo la mirada.
―¿Va a llegar a tiempo para leer mi cuento? ―Inspiro
hondo y me encojo de hombros. No sé qué contestarle.
En estos últimos meses, Max ha conseguido ganarse el
cariño de Benji. Aún sin saber que es su padre, lo quiere como
tal. Estoy a punto de recordarle de nuevo que no se ha
terminado la cena cuando escucho el sonido de la llave girando
la cerradura. El pequeño terremoto que tengo por hijo se
dispone a salir corriendo al encuentro de Max, pero consigo
interceptarlo y lo obligo a sentarse de nuevo. Me giro con un
nudo en la garganta y los nervios a flor de piel, y entonces lo
veo llegar, con la corbata floja, los primeros botones de la
camisa desabrochados y la chaqueta colgando de un brazo. Me
sonríe, y por un segundo pienso que todo va a estar bien. Un
segundo, eso es todo lo que dura mi alegría, ya que con solo
mirarlo a los ojos soy consciente de que nada está bien y solo
intenta tranquilizarme. Entonces una sombra a su espalda llama
mi atención, y me doy cuenta de que no ha llegado solo. Por
encima de su hombro veo a Alex.
―Hola ―susurro confusa. ¿Qué hace el chico aquí? Me
levanto y Max se aparta para que su sobrino se acerque―.
Alteza real, ¿cómo está? ―susurro para que Benji no me
escuche.
Me inclino, y Max amplía su sonrisa y niega con la cabeza.
―Cariño, eso no es necesario. Solo es Alex.
―El príncipe Alexander Xavier primero ―mascullo entre
dientes.
―Me acuerdo de ti ―dice el chico, mirándome fijamente―.
Jugabas conmigo en el palacio y estuviste en el funeral de mis
padres. ―Asiento, y el príncipe camina hacia mí sin apartar su
mirada de la mía―. Jamás olvidaré la forma en la que me
abrazaste en el coche. No tuve la oportunidad de agradecértelo
entonces.
―No hay nada que agradecer ―musito. Me sorprende la
forma en la que habla, como si en vez de trece años fuese un
adulto mucho mayor. Supongo que la responsabilidad con la que
carga desde el día de su nacimiento, y perder a sus padres en ese
accidente, lo han obligado a crecer demasiado pronto.
Max lo abraza por los hombros y señala la mesa.
―¿Aún queda comida? Venimos hambrientos.
―Eh… Sí, claro. Iré a buscar unos platos.
―Yo te ayudo. ―Se acerca a Benji, que le sonríe de oreja a
oreja, y chocan sus puños―. Colega, este es mi sobrino Alex.
―Hola ―saluda mi pequeño, alzando su mano en el aire.
Tiene la boca y la barbilla chorreando salsa de tomate, y eso
hace que los tres riamos―. ¿Quieres macarrones?
Me acerco y le paso una servilleta.
―Límpiate la boca y sigue cenando. Enseguida volvemos.
―Señalo una silla y miro a Alex―. Adelante, estás en tu casa.
El muchacho se sienta y, aunque algo cohibido, vuelve a
sonreír. Max y yo nos dirigimos a la cocina, y antes de que
pueda preguntarle nada, su boca cae sobre la mía y me besa de
forma apasionada. Cuando se aparta, ambos sonreímos y lo
abrazo por el cuello.
―Llevaba deseando hacer esto toda la tarde ―susurra.
―Eres un exagerado y no vas a conseguir distraerme. ¿Qué
ha pasado? No intentes decir que todo va bien porque sé que no
es así.
Suspira y posa su frente sobre la mía. Siento sus manos en
mi cintura y su aliento golpeando mi rostro y, por un momento,
desearía no ser consciente de los problemas que nos rodean.
Sería genial poder ignorarlo todo y solo disfrutar de este instante
de paz. Max parece pensar lo mismo porque niega con la
cabeza, y tras depositar un beso en mis labios, respira hondo y
se gira para coger un par de platos.
―Tenemos tiempo para hablar de esto más tarde. Ahora
disfrutemos de una cena tranquila en familia, ¿quieres?
―Max, me estás preocupando.
Se gira y niega con la cabeza.
―Por favor, dame solo un rato antes de tener que volver a
pensar en toda esa mierda. Deja que lo disfrute. ¿Puedes hacer
eso por mí?
Inspiro hondo y asiento. Supongo que retrasar esta
conversación un par de horas no hará daño a nadie.

Max
Sentados en la mesa del salón, mientras cenamos los
deliciosos macarrones que Lua ha preparado, no puedo dejar de
sonreír como un imbécil. La imagen que tengo ante mí es
perfecta. Alex no deja de reír por las tonterías que suelta Benji,
y aunque Lua no para de regañarle, sé que también se está
divirtiendo con sus locuras. ¿Esto es lo que tienen las personas
normales? ¿Por qué no podemos tenerlo nosotros también?
Terminamos de comer y Lua le ordena a Benji que vaya a
lavarse los dientes antes de irse a dormir. El pequeño enseguida
trepa a mi regazo y me hace prometerle que terminaré de leerle
el cuento que dejamos a medias anoche. Por supuesto, acepto
encantado. No hay nada que pueda hacerme más feliz que
consentir a mi pequeño.
―Alex, ¿quieres más? ―le pregunta Lua mientras Benji
sale corriendo en dirección al baño.
―No, gracias. ―Se sujeta el vientre con ambas manos y
hace una mueca con los labios―. Estoy muy lleno. Son los
macarrones más ricos que he comido nunca.
―Tampoco hace falta que mientas ―susurro, ganándome
un codazo en el costado de Lua. Río y tiro de ella hacia mí para
besar la parte alta de su cabeza―. Era broma, cariño. Están
deliciosos.
―La próxima vez cocinas tú ―masculla.
Asiento y veo cómo Alex nos mira sonriendo de oreja a
oreja mientras acaricia la cabeza de King de forma cariñosa. El
maldito chucho aún sigue gruñéndome y no me permite
acercarme a él, sin embargo, no ha tardado ni dos minutos en
convertirse en el mejor amigo de Alex.
―Seguro que quiere salir ―informa Lua―. ¿Te apetece
llevarlo al jardín un rato?
―Sí, claro. ―Alex se levanta de golpe sin perder la sonrisa,
y señalo la puerta que da al jardín trasero.
―¡Yo también voy! ―exclama Benji, que llega corriendo.
Su madre lo mira frunciendo el ceño y el pequeño sinvergüenza
ladea la cabeza y pestañea un par de veces, poniendo cara de
angelito. ¡Si es que se las sabe todas!―. Por favor, mami. Solo
cinco minutos.
Lua pone los ojos en blanco y exhala una gran bocanada de
aire.
―Cinco minutos y voy a buscarte, ¿entendido?
Sale corriendo de nuevo, tirando de la mano de Alex y
llamando a gritos al perro, y los tres salen al jardín, dejándonos
a solas. Estrecho a Lua contra mi cuerpo desde atrás y, sin dejar
que se gire, beso la parte lateral de su cuello.
―No quiero que esta noche se termine nunca ―susurro
antes de clavar mis dientes en su piel.
Noto cómo contiene la respiración y se mueve para girarse
entre mis brazos. Al principio me resisto, pero termino
aflojando mi agarre para permitírselo.
―¿Tan malo es? ―inquiere, buscando mi mirada.
―Complicado ―mascullo, volviendo a abrazarla por la
cintura, esta vez frente a frente.
―Max, suéltalo de una vez.
Respiro hondo y me aparto unos centímetros. Echo un
vistazo al lugar donde se encuentran Max y Benji. Desde donde
estamos podemos escuchar al pequeño parlotear sin parar y a su
primo reír a carcajadas. King comienza a ladrar, y sonrío.
―Los vecinos van a quejarse ―murmuro.
―Max, estás evitando el tema ―me recuerda Lua,
frunciendo el ceño. Sujeta mi rostro con sus manos y clava su
mirada en la mía―. Sea lo que sea, cuéntamelo.
―Alex no quiere reinar.
―Oh… Es eso entonces. ¿Te lo ha dicho él? ―Asiento, y
Lua coloca sus manos sobre mis muslos―. ¿Qué significa eso?
No quiero sonar egoísta, pero ¿qué pasa con nosotros y nuestros
planes?
―No lo sé, cariño. ―Bufo, hundiendo los dedos en mi
pelo―. Se lo he contado todo a mi madre. Le estaba informando
de mi intención de abdicar y divorciarme de Ivanka, que quería
irme del país contigo y con Benji, y entonces apareció Alex y
soltó la bomba.
―Si él también quiere alejarse de la monarquía, puede venir
con nosotros.
―¿Hablas en serio? Alex es mi responsabilidad, no la tuya.
Lua sonríe y acaricia mi mejilla con suavidad.
―Tú eres mi responsabilidad. No sabrías ni atarte los
zapatos sin mí. ―Sonrío y la beso antes de inspirar hondo una
vez más―. ¿Podemos hacerlo? Me refiero a llevárnoslo del
país. Tú eres su tutor legal, ¿cierto?
―No es tan fácil ―respondo, haciendo una mueca de
disgusto―. Su tutela pertenece al rey, y si abdico…
―Entiendo ―susurra, agachando la mirada―. ¿No hay otra
forma de arreglarlo?
―Supongo que, con tiempo, sí. Podría hablar con algún
abogado que no pertenezca a la Casa Real. Alex tiene trece
años, sabe lo que quiere, y si él decide marcharse conmigo no
creo que ningún juez pueda impedírselo, pero eso llevará
tiempo.
―Lo que significa que no nos vamos ahora, ¿no?
―No puedo marcharme del país y dejarlo aquí solo. Van a
obligarlo a reinar. Yo sé lo que es eso y… Siento como si lo
estuviese abandonando a su suerte. ¿Lo entiendes? Mi hermano
murió y yo prometí que cuidaría siempre de Alex.
―Claro que lo entiendo, alteza ―susurra, besando mi
barbilla. Se aparta y suspira, mirándome a los ojos―. Es tu
sobrino y quieres lo mejor para él, pero ¿qué pasa con esas
fotos?
―Sé que no es justo y va a lastimarte mucho.
―Ivanka ―musita, apartando la mirada.
―Lua, es la única opción. Al menos ganaremos algo de
tiempo. Hablaré con ella, que venga a palacio, hacemos ese
dichoso reportaje y que vuelva a irse.
―¿Has pensado qué pasará después? Ahora haces pensar al
país que tu matrimonio es idílico, que eres un marido y rey
entregado y feliz, y en unos meses, cuando consigas resolver el
tema de Alex, te divorcias y abdicas. No tardarán en enterarse
de la existencia de Benji y lo que pasa entre nosotros. No
puedes burlarte así de todo el mundo, Max.
―¿Qué otra opción tengo? Por más que lo intento no soy
capaz de llegar a ninguna solución más que esa.
Lua respira hondo y, por la forma en la que me mira, sé que
no me va a gustar lo que está a punto de decir.
―Lo más sencillo y lógico sería…
―¡Ni siquiera lo menciones! ―siseo entre dientes.
―Max, no va a desaparecer por no hablar de ello. Sabes que
es lo más coherente. Lo de la custodia de Alex puede tardar
meses, eso si consigues que te den la razón. Si no es así, tendrás
que esperar a que sea mayor de edad y, conociéndote, no lo
dejarás solo con tu madre.
A cada una de sus palabras, la rabia va aumentando en mi
interior. ¿Por qué hace esto? Se supone que debemos luchar para
seguir juntos.
―No te atrevas a dejarme otra vez ―mascullo cabreado.
―Max, no…
―¡Te lo prohíbo! Deja ya de hablar del tema.
―¿Puedes tranquilizarte, por favor? Estamos hablando.
―¡No! Yo estoy hablando, tú buscas excusas para librarte de
mí.
―¡¿De qué demonios hablas?! Solo intento…
―¡Dejarme! ¡Eso es lo que haces siempre! Cuando las cosas
se ponen feas, tú sales huyendo. Yo lucho con todas mis fuerzas
para que sigamos juntos y lo único que te pido… No, lo que
exijo es que tú pongas lo mismo de tu parte.
―¿Hablas en serio? ¿Eso es lo que piensas de mí? ¿Crees
que para mí es fácil exponerme a la opinión pública? ¿Y Benji?
Siempre será recordado como el hijo bastardo del rey y a mí
como su amante, la mujer que se interpuso en su maravilloso
matrimonio. Porque eso es lo que tú vas a hacer creer a todo el
mundo con ese reportaje, que la reina consorte es el amor de tu
vida y sois asquerosamente felices. ―Bufa y su mandíbula
tiembla de pura rabia contenida―. No te atrevas a culparme a
mí de esta situación. Cuando volvimos a encontrarnos, te
supliqué que te alejaras.
Sus últimas palabras se clavan en mi pecho como una jodida
daga que perfora mi corazón y lo parte en dos. ¿Se arrepiente?
¿Es eso lo que intenta decir?
―¿Por qué no sabía nada de esto? ―Mis ojos se llenan de
lágrimas y retrocedo un par de pasos para tomar un poco de
distancia―. ¿Así es como te sientes? ¿Crees que yo tengo la
culpa?
―No, Max. ―Respira hondo para intentar tranquilizarse y
busca mi mirada de nuevo―. Nadie tiene la culpa. Una vez más
llegamos a ese momento en el que, por más que sigamos
esforzándonos para buscar una solución, es imposible que
lleguemos a ello sin perder por el camino lo que más nos
importa. Si solo fuese yo, lo aceptaría, pero no puedo exponer a
Benji de esa manera. Ya no se trata de contar nuestra versión.
Después de hacer ese reportaje y mentir a los ciudadanos, jamás
volverán a creerte, y eso significa que la verdad, lo que ocurrió
entre nosotros en el pasado y ahora, solo será otra mentira más
del rey.
―¿Me estás dejando de nuevo? ―susurro, perdiendo la
batalla contra el llanto―. ¿Sabes? Durante un segundo llegué a
pensar que esta vez sería distinta, que estarías a mi lado en los
malos momentos, pero me equivoqué, vuelves a darme la patada
para librarte de los problemas.
―No piensas eso de verdad ―sisea, apretando los puños.
―¡¿No?! ¡Por supuesto que lo pienso! Todo es muy
divertido hasta que se complica, y entonces lo tienes fácil, me
echas de tu vida y sigues adelante como si nada hubiese pasado.
La historia se repite, Luana.
―Si de verdad crees que eso es lo que estoy haciendo, no sé
por qué sigues aquí ―escupe con rabia.
Me echo hacia atrás, como si acabara de darme un puñetazo
en la cara, y niego con la cabeza mientras las lágrimas siguen
rodando por mis mejillas.
―Supongo que tienes razón y solo estoy haciendo el
ridículo.
―Tío Max. ―Me giro y veo a Alex y Benji observándonos
desde la otra punta de la sala de estar―. ¿Todo bien?
―Sí. ―Me seco el rostro de un manotazo y tomo una gran
bocanada de aire antes de acercarme a Lua para que solo ella
pueda oírme―. Esto no va a quedar así. Esta vez es distinto.
¿Quieres alejarte de mí? Muy bien, pero no voy a permitir que
me apartes de mi hijo.
―Max…
―Nos vamos, Alex ―ordeno.
―¡Max!
Intento no mirar demasiado a Benji y actuar de forma
mecánica. Sujeto a Alex por el hombro y camino hacia la salida
sin mirar atrás ni una sola vez, ignorando a Lua mientras grita
mi nombre.
Capítulo 22
Lua
Repiqueteo con la uña en mi anillo sin poder dejar de moverme
mientras miro el televisor. Ha pasado más de una semana desde
que Max se fue sin atender a razones. He intentado llamarlo mil
veces sin éxito, ya que me mandaba directa al buzón de voz, y
también le envié cientos de mensajes y no obtuve respuesta.
Dejé de insistir cuando anunciaron en el canal cinco la próxima
entrevista en directo desde la Casa Real. Lo ha hecho sin
hablarlo conmigo. Tomó su decisión y yo no puedo hacer más
que aceptarlo, aunque me rompa el corazón.
Echo un vistazo a la pantalla de mi teléfono y releo el último
mensaje que le envié hace tres días, y que, por supuesto, no
contestó.
Ya he visto el anuncio de la entrevista. Dejaré de suplicar
que hables conmigo. Espero que seas muy feliz. Adiós, alteza.
Un par de lágrimas escapan de mis párpados y me apresuro
a recogerlas. No voy a seguir llorando por él. Dijo que no se
alejaría de Benji, y eso es lo que ha hecho. Ni siquiera me dejó
explicarme. Me acusó de mil estupideces y solo se fue. Esa
misma noche tuve que consolar a mi pequeño, que lloraba al
pensar que Max se había marchado por su culpa, por algo que
había hecho, y a partir de entonces no deja de preguntar por él a
cada instante. Después de la dichosa entrevista, sé que va a ser
casi imposible que no lo reconozca y se entere de quién es en
realidad. Todo el mundo habla de ello en la calle, en el gimnasio
y también en su colegio. Por eso he tomado la decisión de
marcharme. Es lo mejor. No puedo seguir aquí, corriendo el
riesgo de encontrármelo de nuevo.
Miro a mi alrededor y suspiro al ver el salón repleto de cajas
de cartón apiladas. Ya todo está listo para nuestra partida.
Mañana mismo abandonamos el país, y tal vez no regresemos
nunca. Eric me ha ayudado a encontrar un lugar donde vivir y
un trabajo como entrenadora personal en un pequeño gimnasio
de barrio. No es gran cosa, pero con mis ahorros saldremos
adelante hasta que encuentre algo mejor.
―Hija, ¿estás segura de esto? ―pregunta mi madre,
sentándose a mi lado tras tenderme un botellín de cerveza.
Asiento e intento sonreír, pero no lo logro. Desde la noche
en la que Max se marchó, no he sido capaz de hacerlo. Me ha
destrozado, y lo peor es que no lo vi venir. Esperaba cualquier
cosa, que la monarquía o su madre intentara separarnos, que sus
responsabilidades se interpusieran entre nosotros, pero jamás
que fuese él mismo el que me diera la espalda. Es absurdo. ¿Por
qué no dejó que me explicara y empezó a acusarme de esa
forma? Está bien, puede que yo también me exaltara y dijera
cosas que no siento, aunque al menos quise arreglarlo; lo llamé,
intenté hablar con él y solucionar esta situación.
―¿Dónde está Benji? ―pregunto tras darle un trago largo a
mi cerveza.
―En el jardín con tu padre. Va a distraerlo mientras…
―Señala el televisor y bufa con fuerza―. No deberías verlo.
Solo te hará más daño.
―No puede hacerme más daño, mamá ―susurro, al borde
del llanto una vez más―. Necesito verlo por mí misma para
poder cerrar esa herida. No me sirve con el silencio.
Mamá sujeta mi mano entre las suyas, y como todos estos
últimos días, me consuela y se convierte en mi toma a tierra, en
ese tronco que flota en mitad del río y me mantiene a flote a mí
también. A pesar de sus reticencias respecto a Max, no me lo ha
echado en cara ni una sola vez, y eso solo me hace adorarla y
respetarla aún más.
―Ya empieza ―susurra, apretando de nuevo mi mano.
Tomo una respiración profunda y me preparo para ser una
espectadora más del final de mi relación con Max. Este es
nuestro adiós definitivo, y yo ni siquiera lo he decidido.

Max
Toqueteo el anillo que cuelga de mi cuello sin poder dejar de
moverme de un lado a otro. Se supone que este anillo iba a
sustituir la alianza que rodea mi dedo anular, que podría usarlo
con orgullo, pero, una vez más, la vida se ha encargado de
ponerme en mi lugar y recordarme que no soy ni seré jamás
dueño de mi propio destino.
―¿Estás listo, Maximus? ―inquiere Ivanka.
Asiento e intento sonreír. Antes de aceptar participar en este
circo, me hizo prometerle que haría un nuevo intento para que
nuestro matrimonio funcione, y eso incluye tener hijos. Ni
siquiera sé por qué acepté, pero lo hice y me arrepentí de
inmediato. No quiero tener hijos con Ivanka, yo ya tengo uno y
lo echo de menos a cada segundo. Supongo que en ese momento
estaba tan furioso que habría aceptado cualquier cosa que me
propusiera, y ahora ya no hay vuelta atrás.
―Dos minutos ―informa el periodista.
Las luces de uno de los salones reales, que es el lugar
escogido para iniciar el reportaje con una entrevista en directo,
bajan de intensidad para dar protagonismo a los focos que
acompañan la cámara de video que enfoca el sofá donde
estamos a punto de sentarnos Ivanka y yo. Mi esposa se
adelanta, y estoy a punto de seguirla cuando noto cómo alguien
tira de mi brazo. Me giro y frunzo el ceño al ver a Cris a mi
lado.
―¿Estás seguro de esto, hermano? Si lo haces, ya no habrá
vuelta atrás.
Miro a mi alrededor: mi madre, Reinard, Alex, todos están
aquí, expectantes. Saben lo que va a ocurrir y, a excepción de mi
sobrino, están radiantes de felicidad porque, según ellos, al fin
he entrado en razón y vuelvo a ser yo mismo.
―Debo cumplir mi deber ―contesto tras carraspear.
―¿Tu deber con quién? Lua, Benji… Ellos también esperan
que tú cumplas con tu deber, y no precisamente de esta forma.
Aprieto los dientes y niego con la cabeza.
―Ella ha tomado su decisión.
―Deja de hacer el imbécil. Estabais cabreados y dijisteis
cosas que no sentís. No sois ni seréis la última pareja que actúe
de esa manera tan irracional. Sin embargo, lo que estás a punto
de hacer… No habrá marcha atrás, Max. Será el final de tu
historia con Lua.
―¿Has hablado con ella?
―No me uses de correo ni de espía. Sí, por supuesto que he
hablado con ella.
―¿Cómo está?
―¡Un minuto! ―gritan.
―¿Tú cómo crees que está? ¡Habla con ella, maldita sea!
―sisea entre dientes.
―Me echó de su casa. Dijo…
―¡¿Qué importa eso ahora?! También ha estado llamándote
y no le coges el teléfono.
―¿Para qué? No quiero escuchar cómo vuelve a dejarme.
―Eres idiota ―farfulla cabreado―. Al menos lee sus
mensajes. Max, deja de hacer el imbécil de una vez. Estás a
punto de perder a la mujer que amas y a tu hijo. ¡Por Dios santo,
espabila!
―¡Treinta segundos! Majestad, lo estamos esperando.
―Voy.
Resoplo con fuerza y corro a sentarme junto a Ivanka.
Inspiro hondo y siento la mano de mi esposa sobre mi muslo. Sé
que no debo hacerlo, que solo me hará más daño, pero no puedo
contener el impulso de sacar mi teléfono móvil y echar un
vistazo a los mensajes que he estado ignorando esta última
semana. Escucho cómo anuncian que solo faltan veinte
segundos antes de que entremos en vivo justo cuando mi dedo
se desliza sobre la pantalla de mi móvil. Uno a uno, leo todos
los mensajes que Lua me envió, empezando por la misma noche
que me marché de su casa.
¿Qué estás haciendo, Max? Coge el teléfono. Tenemos que
hablar.
No me puedo creer que este sea el final. ¡Maldita sea, habla
conmigo! Me merezco al menos que me digas a la cara que no
vas a seguir luchando por nosotros.
Trago saliva con fuerza y compruebo el registro de llamadas.
Hay docenas de ellas entre mensaje y mensaje, antes y después.
―Diez segundos. Majestad, el teléfono.
Sigo leyendo a toda prisa, en la mayoría de ellos me pide
que hable con ella, que atienda sus llamadas o vaya a verla. No
me está dejando, solo quiere que lo arreglemos y yo… Yo he
sido un idiota por ignorarla. Uno de los últimos mensajes me
deja sin aliento. Casi puedo escuchar su voz entrecortada al
leerlo.
Lo siento. Siento no haber estado a la altura. Jamás quise
rendirme, Max. Solo necesito que vengas aquí y hables
conmigo. Necesito que me digas que todo va a estar bien, que
en algún momento de nuestras vidas podremos volver a ser
felices juntos. Te necesito a ti, con tus locuras y esas frases
cutres que tanto me gustan. No dejes de luchar por nosotros, te
lo suplico. Ven a casa. Vuelve con nosotros.
―Maximus. El teléfono. ―Ivanka intenta quitarme el
aparato, pero lo aparto y leo el último mensaje, que fue enviado
hace tres días, el mismo tiempo que hace que cesaron las
llamadas.
Ya he visto el anuncio de la entrevista. Dejaré de suplicar
que hables conmigo. Espero que seas muy feliz. Adiós, alteza.
―¡Estamos dentro!
Recibo un codazo en el costado por parte de mi esposa y
levanto la cabeza de golpe. El periodista empieza a hablar sin
parar mientras yo intento contener las lágrimas que pugnan por
salir y trago el nudo de angustia que se ha instalado en mi
garganta. ¿Qué he hecho? ¿Qué estoy haciendo?
―¿Verdad, majestad? ―Miro al periodista y sacudo la
cabeza de un lado a otro. Él sonríe de forma nerviosa―.
¿Majestad?
―Eh… Perdón, no lo he escuchado. ―Enderezo la espalda
y aflojo el nudo de mi corbata, aún con el teléfono sobre mi
regazo.
―Le decía que nos hable del motivo por el cual accedió a
darnos esta entrevista.
Miro al frente, donde las palabras que se supone que tengo
que decir pasan en bucle en una pantalla fuera de cámara.
Inspiro hondo por la nariz y las leo.
―Mi intención es mostrar a los ciudadanos cómo es la vida
en el palacio real. Los monarcas somos personas normales y
corrientes que vivimos cada día… ―Las palabras de Alex
resuenan en mi cabeza. «¿Por qué no podemos ser personas
normales?». Cierto. ¿Por qué no podemos serlo? Y encima
tengo que fingir que es así, tengo que engañar a toda la gente
que me está viendo y seguir alimentando los engaños y las
mentiras que forman parte de esta institución. ¡No es justo!
―¿Majestad?
―¿Qué? ―Alzo de nuevo la mirada, y esta vez el periodista
ni siquiera se molesta en disimular su disgusto. En un arrebato,
aparto la mano de Ivanka de mi regazo y niego con la cabeza―.
Lo siento, no puedo hacer esto.
―¿A qué se refiere, majestad? Estamos en directo.
―¿Maximus? ―Giro la cabeza para mirar a Ivanka y
resoplo con fuerza.
―Perdóname, no te mereces esto. Tú solo eres una víctima
más y jamás debí haber aceptado este matrimonio. ―Abre
mucho los ojos y un jadeo ahogado compartido resuena en toda
la sala. Resoplo de nuevo y dirijo mi mirada a la lente de la
cámara―. Estoy harto de fingir. No quiero seguir haciéndolo
más.
―Maximus… ―Mi madre intenta interponerse, pero la
señalo con el dedo y niego con la cabeza.
―No, madre, no más mentiras. ¿De verdad queréis saber
qué es lo que ocurre en el palacio real? ¿Cómo vivimos aquí?
Muy bien, yo os lo contaré. Durante toda mi vida he estado
obligado a hacer cosas y comportarme de una forma ejemplar.
No tuve infancia, jamás supe lo que era jugar con un amigo del
colegio o salir al cine con una chica durante mi adolescencia. He
pasado toda mi vida fingiendo ser alguien que no soy para
complacer a mi familia, una familia completamente
disfuncional. Ni siquiera conocía a mi padre. Las únicas veces
que hablamos era cuando tenía que llamarme la atención o
impartir algún castigo. Nunca me dio un abrazo o un beso.
―Sorbo por la nariz y soy consciente de que he perdido la
batalla contra las lágrimas―. Eso no es lo peor. Yo me llevé la
parte buena. Tenía más libertad porque mi hermano Xavier era
el heredero, pero entonces él murió…
―Maximus, detente. Parad esto ―escucho a mi madre, la
ignoro y sigo hablando a la cámara.
―Con la muerte de mi hermano y mi padre, me tocó a mí
sentarme en el trono. Yo nunca lo quise. Esa maldita corona me
ha robado la pizca de felicidad que tanto me costó encontrar. Yo
era feliz, tenía planes… ―Miro de reojo a Ivanka, y ella agacha
la cabeza. Lo siento por ella, pero esto es lo que debo hacer―.
Conocí a la mujer de mi vida unos meses antes del accidente.
Queríamos marcharnos juntos, y no pudo ser. Yo tenía que ser
rey y ella no era la indicada para sentarse a mi lado a dirigir este
país. Con todo el dolor de mi corazón, la dejé marchar. ¡Maldita
sea, ambos nos sacrificamos por esta mierda de institución!
―¡Maximus!
―¡¿Qué, madre?! ―Me levanto, y el periodista ordena que
sigan grabando―. ¿Aún no te has dado cuenta? La monarquía
es una farsa, son solo costumbres arcaicas y machistas para que
tú, yo y todos los que forman parte de ella nos llenemos los
bolsillos y seamos adorados por personas que realmente sí
luchan cada día por sacar adelante este país. Me niego a seguir
participando en esta farsa. ―Vuelvo a mirar a la cámara con el
corazón latiendo a mil por hora y la sangre corriendo por mis
venas a toda velocidad―. Esta es la verdad, mi verdad. Desde
este momento renuncio al cargo de rey con efecto inmediato.
―Se monta un revuelo en la sala y mi madre niega con la
cabeza.
―No puedes hacer eso. ¿Te das cuenta de que Alexander
debe sustituirte? ¿De verdad vas a abandonarlo con el problema
que acabas de crear?
―No, madre. ―Sonrío, y tras estirar mi brazo, mi sobrino
se acerca a mí y se coloca a mi lado―. Alex se viene conmigo.
Este es solo tu problema. ¿Quieres seguir con esta farsa?
Adelante, pero estás sola.
―Tú no eres quién para decidir eso. Alexander es el
siguiente en la línea de sucesión.
―En realidad no lo es. ―Sonrío a la cámara y me encojo de
hombros―. Sí, olvidé decir que tengo un hijo. Será el siguiente
en la línea de sucesión cuando lo reconozca y lleve mi apellido,
de modo que Alexander pasaría a ser el segundo.
―Y no acepto ese puesto ―intercede mi sobrino.
―Ya lo habéis escuchado. Se acabaron los sacrificios, los
engaños, ocultar quiénes somos. ¡Maldita sea, si queréis alguien
a quién adorar, buscad a un cantante de rock o algún jugador de
fútbol famoso! ―Respiro hondo y sujeto a Alex por los
hombros―. Ahora, si no os importa, tengo cosas que hacer. Hay
una mujer que lleva esperándome más de cinco años. ―Miro
directo al centro de la lente y sonrío de medio lado―. Voy a
buscarte, Lua. No me rindo ahora, ni lo haré nunca.
Entre los gritos de mi madre y las exclamaciones del equipo
televisivo, salgo de la sala tirando de la mano de mi sobrino y
no tardo en encontrarme con Cris, que sonríe de oreja a oreja y
palmea mi hombro emocionado.
―Menuda has montado, hermano. Cuando te dije que
hicieras algo, no me refería a esto precisamente.
Sonrío con la adrenalina recorriendo cada poro de mi piel y
me encojo de hombros.
―Necesito ir a…
―Lo sé. Vamos, yo os llevo.
Capítulo 23
Lua
«Voy a buscarte, Lua. No me rindo ahora, ni lo haré nunca».
Reproduzco esa frase en mi cabeza una y otra vez sin terminar
de creer que de verdad esto esté sucediendo.
―¿Es real? ―susurro, buscando a mi madre con la mirada.
Solo entonces soy consciente de que mi sala de estar se ha
llenado de gente. Eric y Maya están aquí con mi padre y Benji,
que nos mira a todos con confusión. ¿Cuándo han llegado?―.
¿De verdad acaba de…? ―Señalo la pantalla del televisor y mi
amigo se acerca sonriendo.
―Has tardado en reaccionar. Creí que tendría que golpearte
en la cabeza o algo así. ¿Estás bien?
―Alucinando ―mascullo justo antes de sacudir la cabeza
de un lado a otro.
―No es para menos. Alucinas tú y todo el país.
―Es trending topic internacional ―informa Maya sin
apartar la mirada de su teléfono―. Las redes están alborotadas.
Nadie se puede creer lo que acaba de hacer el rey.
―¿Qué rey? ―pregunta mi pequeño, frunciendo el ceño.
Antes de que pueda contestar, escuchamos un revuelo fuera
y mi padre se asoma para comprobar qué es lo que ocurre.
―Vale, creo que está a punto de empezar el circo. Espero
que estés lista para esto, cielo.
―¿Qué ocurre?
―Que vienen a buscarte. ―Se pierde por el pasillo y
escucho cómo discute con alguien antes de cerrar la puerta con
un golpe sonoro.
Aún desorientada y sin saber qué decir o pensar, alzo la
mirada y descubro que no ha vuelto solo. Tras él están Max,
Alex y Cris. Me levanto de un salto e intento contener la
emoción mientras fuera el revuelo sigue en aumento.
―Hola ―saluda Alex, alzando su mano, aunque mi
atención está puesta por completa en su tío que, con la mirada
clavada en mis ojos, aún no ha dicho ni una sola palabra.
―¡Max! ―mi pequeño grita su nombre y corre hacia él con
los brazos abiertos. Su padre lo recibe con un abrazo―. ¿Por
qué has tardado tanto en venir? Han pasado muchas horas.
¿Horas? Han sido días, siete para ser más exactos. Siete
largos, horribles y tortuosos días soportando el dolor de su
ausencia. Vuelve a mirarme mientras deja a Benji en el suelo, y
soy incapaz de contenerme durante más tiempo. Empiezo a
llorar con fuerza y Max corre hacia mí y me estrecha contra su
cuerpo.
―Lo siento. He sido un idiota. ―Se aparta y enmarca mi
rostro con sus manos, seca mis mejillas y besa mi frente―.
Dime que no me odias por lo que acabo de hacer. No podía
perderte de nuevo.
―Te has vuelto loco ―balbuceo entre sollozos.
―Lo sé, pero no me arrepiento. Por favor, no te enfades
conmigo.
Nos miramos a los ojos y no necesito más que intuir un
amago de sonrisa en su rostro para que todas las preocupaciones
desaparezcan de golpe.
―Lo arreglaremos ―susurro tras sorber por la nariz―. Se
acabó sacrificarse y sufrir. Si tenemos que ir en contra del
mundo entero lo haremos, pero juntos.
Su sonrisa se amplía y asiente con lágrimas en los ojos.
―Eso era justo lo que esperaba escuchar.
Nuestras bocas se unen, y al fin siento como si cada pieza
del rompecabezas en el que se ha convertido mi vida desde el
día que conocí a este hombre encajaran una a una. Han sido más
de cinco años de ausencia, sufrimiento y echarnos de menos,
pero sé que a partir de ahora todo mejorará. Cuando nos
apartamos, ambos sonreímos.
―Lo sabes, ¿verdad? ―pregunto, mirándolo a los ojos.
―¿Que me amas? Por supuesto que lo sé, tanto como yo a
ti.

Max

Tumbado en la cama, desnudo y con el peso del cuerpo de


Lua sobre el mío, observo el techo en silencio y sin poder dejar
de sonreír. Inspiro hondo y su aroma dulce invade mi nariz. Es
olor a hogar. Llevamos más de veinticuatro horas encerrados en
casa, con la prensa acosándonos y vigilando las salidas para
lograr una declaración o una imagen que demuestre lo que ya
todo el país sabe: que la mujer que amo, la madre de mi hijo, no
es otra que una guardaespaldas, hija de una activista republicana
y un militar retirado. La información en Internet está creciendo
como la espuma. Todo el mundo tiene algo que decir al
respecto. Unos están de acuerdo con lo que he hecho y creen
que la monarquía debe ser abolida cuanto antes; otros, sin
embargo, piensan que mi acto al renunciar fue una falta de
respeto a los ciudadanos y debo disculparme.
―¿En qué piensas? ―Suspiro y beso su pelo.
―Tenemos que dar la cara. No van a dejarnos en paz.
Lua se mueve para mirarme de frente.
―¿Tienes algún plan? ―Niego con la cabeza―. ¿En serio?
¿Nada? ―Vuelvo a negar.
No hemos hablado de lo que va a ocurrir a partir de ahora.
Sea lo que sea lo afrontaremos juntos, eso es algo que tengo
claro, pero cómo o dónde es todo un misterio. Anoche, los
padres de Lua se llevaron a Benji y a Alex a su casa para que
nosotros habláramos tranquilos, pero nos faltó tiempo para
desnudarnos y meternos en la cama. Lo único que
necesitábamos era volver a sentirnos el uno al otro.
―¿Tú has pensado algo? Estoy abierto a sugerencias.
―Bueno, tengo alquilada una preciosa casa en el extranjero,
además de trabajo fijo y un colegio para Benji.
―¿Pensabas mudarte? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Recuerdo haber visto un montón de cajas de cartón en la
sala de estar, pero ni siquiera se me ocurrió que Lua planeaba
marcharse del país.
―No me pusiste las cosas muy sencillas, Max. Necesitaba
un cambio de aires.
Suspiro y beso de nuevo su frente.
―Lo entiendo. Te pido perdón una vez más por ser tan
cabezota.
―Déjalo ya. Yo también dije cosas que no siento en
absoluto. Aunque lo de ignorarme, tengo que admitir que me
sentó bastante mal.
―Lo sé, lo sé. ―La beso en los labios y suspiro―. No
volverá a ocurrir. Supongo que la situación me sobrepasó y
perdí los papeles.
―Dejando eso a un lado, ¿qué me dices? ¿Te apetece
cambiar de aires? Creo que será mucho más sencillo si salimos
de aquí y probamos suerte en un lugar donde nadie nos conozca.
―Me parece una idea fantástica ―contesto sonriendo.
―Entonces tenemos plan. ―Hace una mueca y su mirada se
desvía a la ventana, que permanece cerrada desde que los
periodistas intentaron asomarse anoche por ahí―. Ahora solo
hay que buscar la forma de apaciguar a las fieras, y también está
el tema de Alex. Es menor de edad y no podemos sacarlo del
país.
―Hasta que no firme la renuncia oficial al cargo sigo siendo
su tutor legal. Marchaos vosotros primero, y cuando lo tenga
todo listo, incluyendo los tramites de mi divorcio, me reuniré
con vosotros.
―¿Crees que la reina permitirá que te lo lleves sin más?
Resoplo y me encojo de hombros.
―Ese es un problema que atajaremos cuando llegue el
momento. Por lo pronto, se va contigo del país cuanto antes.
Además, aún hay otro tema que me gustaría tratar antes de
hablar con la prensa. ―Me mira expectante y vuelvo a
resoplar―. Tenemos que decírselo a Benji. No hay forma de
seguir ocultándole su procedencia.
―Lo sé. Ya está bien de remolonear en la cama. Hay que
ponerse en marcha y resolver uno a uno todos los problemas que
se nos vienen encima.
―¿Estás lista para esto? No va a ser fácil, cariño.
Sonríe de oreja a oreja, y con solo ese gesto consigue que mi
corazón se acelere en cuestión de segundos.
―Estoy lista para todo, alteza.

Lua
Siento cómo la mano de Max tiembla sobre la mía mientras
contesta a todas las preguntas que lanzan los periodistas. Los
flashes de las cámaras me ciegan, creo que jamás me he sentido
tan incómoda. Este no es mi ambiente y nunca he deseado
verme en esta situación. La vida me ha traído a este momento y
lugar por pura casualidad, o tal vez sea el destino, supongo que
eso nunca lo sabremos a ciencia cierta. Lo que sí puedo asegurar
es que el esfuerzo vale la pena. Sé que tarde o temprano todo
esto pasará y lograremos salir adelante, solo es cuestión de
tiempo y paciencia.
―Si no hay más preguntas, nos gustaría retirarnos ya, y les
agradecería que hicieran los mismo. He sido paciente y sincero,
les he contado todo lo que me han pedido y no vamos a hacer
más declaraciones.
Empiezan todos a hablar a la vez y Max resopla con fuerza.
Por más que lo intento, no soy capaz de entender nada de lo que
dicen, y cada vez me parecen más, tanto es así que la entrada de
mi casa parece la antesala de un jodido concierto de rock.
―¡Solo una pregunta más, majestad! ―grita una de las
periodistas―. ¡Señorita Costa, por favor! ¡¿Puede contestar
usted?! ¡¿Puede contestar?! ―Max me mira de reojo y asiento,
intentando mantener la calma. De pronto, todos se callan y
esperan a que la chica haga su pregunta―. ¿Cómo se siente al
saber que el rey Maximus ha renunciado a toda su vida por
usted?
Lo miro por un segundo y se me escapa una sonrisa.
―La única vez que Max renunció a su vida fue cuando
decidimos alejarnos el uno del otro hace casi seis años. Puede
que no lo entiendan, pero renunciar a lo que tuvimos… ―alzo
nuestras manos entrelazadas y vuelvo a sonreír―, a lo que aún
tenemos, eso es lo más horrible y doloroso que nos ha tocado
hacer nunca.
Todos empiezan a gritar de nuevo y Max tira de mí hacia la
puerta, dando por terminada la rueda de prensa.
―Has estado genial ―comenta en cuanto estamos en el
interior.
―Sí, cielo, ha sido alucinante ―añade mi madre.
Respiro hondo y hago verdaderos esfuerzos para
tranquilizarme. Creo que nunca antes me había sentido tan
nerviosa.
―¿Dónde está Benji? ―inquiero.
―Jugando en su habitación con Alex ―contesta mi
padre―. Creo que le hace ilusión lo de tener un primo.
Max y yo sonreímos, y puedo notar cómo su mirada brilla
con fuerza. Esta mañana hablamos con nuestro pequeño, y ahora
que sabe que Max es su padre y rey lo idolatra aún más, aunque
en el fondo no creo que entienda del todo ese concepto.
Supongo que solo el tiempo lo dirá. Por el momento, me alegra
saber que mi hijo es feliz con su recién estrenado padre.

Max
Poco a poco, la puerta delantera de la casa de Lua se va
vaciando hasta que solo quedan un par de periodistas rezagados.
La rueda de prensa ha causado el efecto que esperaba. Los
periodistas sensacionalistas son como una jauría hambrienta de
lobos, en cuanto los alimentas con información, acaban
retirándose a sus madrigueras hasta que detectan el olor de una
nueva presa. Estamos a punto de empezar a cenar cuando tocan
la puerta y Lua me mira extrañada.
―Creí que ya no nos molestarían más por hoy ―murmura,
poniendo los ojos en blanco.
Su padre se levanta de la mesa y, tras hacer un gesto con su
mano, se dispone a ver qué es lo que ocurre ahora y librarse de
quien sea que quiera molestarnos. Esperamos a que vuelva, y
cuando lo hace, no llega solo. Mi sorpresa llega a límites
insospechados al ver a mi madre tras él seguida de Reinard.
―Buenas noches ―saluda con la barbilla en alto y su pose
seria habitual.
Me levanto de golpe y pestañeo varias veces sin dar crédito
a lo que veo. ¿Qué hacen aquí?
―Madre, creo que te has perdido ―mascullo entre
extrañado y divertido.
―Maximus, no estoy para bromitas. ¿Podemos hablar en
privado?
Suspiro y niego con la cabeza.
―Todo lo que tengas que decir puedes hacerlo delante de mi
familia.
―Tu familia ―sisea entre dientes―. Está bien, como tú
prefieras.
Miro a Lua de reojo, y ella hace un gesto de incredulidad
que es probable que rivalice con el mío. Esto es surrealista. La
reina en su casa, y lo más curioso es la forma en la que la madre
de Lua la mira, como si fuese una molesta cucaracha a la que se
ha propuesto aplastar. Espero que pueda controlarse o esto se va
a convertir en una verdadera batalla campal.
―Toma asiento ―le pido, señalando el sofá. Lua se
apresura en sacar un par de cajas que lo ocupan y se inclina
hacia delante a modo de reverencia. Cojo su mano y tiro de ella
para que se incorpore. Me mira y niego con la cabeza de manera
casi imperceptible. No quiero que se incline ante nadie, ni
siquiera la reina―. Madre, no tengo todo el día. Tú dirás.
Tras tomar asiento en el borde del sofá, mira a Reinard, que
se mantiene en pie a su lado, y suspira.
―Lo que has hecho ha sido una ofensa a la corona, a
nuestros antepasados y la monarquía.
―Vale, si has venido para echarme la bronca, puedes…
―Déjame terminar, Maximus ―ordena.
Bufo y me cruzo de brazos como tantas veces he hecho en
su presencia. Cada vez que me habla en ese tono autoritario,
vuelvo a sentirme como un crío que está siendo regañado por su
madre. No puedo evitarlo.
―Adelante, di lo que tengas que decir y vete.
―¿Desde cuando eres tan irrespetuoso? Yo no te eduqué de
esa forma, muchacho.
―Madre, al grano ―mascullo.
Vuelve a resoplar y se acomoda su peinado perfecto antes de
seguir hablando.
―Como decía, has cometido una falta imperdonable. Por tu
culpa, la monarquía está en entredicho. Jamás volveremos a ser
respetados por nuestro pueblo. ―Voy a rebatir, pero con solo
una mirada de advertencia consigue hacerme callar―. Como
reina, juré proteger las costumbres y valores de nuestra
institución. No obstante, como madre, solo quiero que seas feliz.
―Mira a Lua y esboza una pequeña sonrisa―. Una vez te dije
que no era nada personal en tu contra, muchacha, y te pido
disculpas por haberme entrometido en vuestra relación, pero tú,
como madre también, debes entender que solo quiero lo mejor
para mi hijo.
―¿Qué significa eso? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Cierra los ojos durante unos segundos, y cuando vuelve a
abrirlos, se levanta y alisa su chaqueta negra de diseño.
―Eres un hombre adulto que ha tomado sus propias
decisiones. Lo he intentado por todos los medios, pero no puedo
obligarte a continuar con un legado que ni siquiera respetas o
sientes como tuyo. Mi deber como reina es el de despojarte de
tus títulos militares honorarios y prohibirte cualquier
acercamiento al palacio real. A partir de ahora no serás parte de
la monarquía. ¿Entiendes lo que eso conlleva?
―¿Es una especie de destierro?
―Algo así ―contesta, haciendo una mueca―. Lo siento.
―Yo no. ¿Qué pasa con Alex?
Lo mira y vuelve a aparecer en sus labios ese amago de
sonrisa tan inusual en ella.
―Sigues siendo su tutor legal hasta que la junta
parlamentaria decida lo contrario. Voy a darte un consejo que no
me has pedido, hijo. Si vas a irte del país, procura que sea a
alguno que no tenga acuerdos con nuestra monarquía. Eso les
pondrá las cosas difíciles, al menos durante unos años, el tiempo
suficiente para que Alex pueda decidir su propio destino.
La miro sin terminar de creer lo que acabo de escuchar. Creo
que esto es lo más cerca que he estado nunca de obtener la
aprobación de mi madre en algo que yo deseo hacer al margen
de mis obligaciones reales.
―Gracias, madre.
―¿Por qué? Yo no he hecho nada. ―Me guiña un ojo y
vuelve a sonreír―. Ahora debo irme. ―Da media vuelta, y
antes de marcharse le echa un vistazo al lugar donde está
sentado Benji junto a Alex y su abuela―. Se parece a ti,
Maximus ―murmura con una sonrisa triste―. Tal vez algún día
este país vuelva a tener un rey a su altura.
Sin decir una sola palabra más, retoma su salida seguida por
el consejero real y la puerta se cierra, dejándonos a todos sin
saber qué es lo que ha acaba de ocurrir.
―¿Qué acaba de pasar aquí? ―murmura Lua, creo que para
sí misma.
La abrazo por la cintura y beso su frente, sonriendo de oreja
a oreja.
―Nada que pueda importarnos. Ahora solo somos tú y yo,
cariño. Somos dueños de nuestro propio destino.
―Por fin ―susurra antes de besarme.

Fin
Epílogo
Max
Seis meses después

―Papá, no lo entiendo. Los tres cerditos podrían haber


vencido al lobo si se unieran.
Lua suelta una carcajada y sacudo la cabeza de un lado a
otro, dándolo por imposible. Así es Benji, siempre tiene un
punto de vista distinto y algo que decir al respecto.
―Creo que no has entendido la moraleja de la historia
―murmuro, cerrando el libro y lanzándolo a los pies de la
cama, donde King sigue durmiendo a pierna suelta.
―Sí la he entendido. Si quieres que algo salga bien, no
puedes ser vago. ―Lua vuelve a reír―. Ese no es el caso. Sigue
sin tener sentido.
―Vale, mejor dejemos este interesante debate para otro
momento. ¿Tenéis hambre? Seguro que Alex ya está despierto y
esperando a que nos levantemos para desayunar.
Benji se pone en pie sobre el colchón y salta por encima de
su madre para salir de la cama. Su gran amigo canino, por
supuesto, no tarda en acompañarlo, y ambos se marchan de la
habitación corriendo.
―Un segundo de paz ―susurro, cerrando los ojos.
―Fuiste tú quien escogió esta vida, ahora no vale quejarse.
Esbozo media sonrisa y abro un ojo. Con un movimiento
rápido, me abalanzo sobre ella y la retengo bajo mi cuerpo
mientras ríe a carcajadas.
―No me has escuchado quejarme, y nunca lo haré ―digo
antes de besarla.
―¡Oh, mierda! ―Nos apartamos de golpe al escuchar la
exclamación de Alex y miramos hacia la entrada de la
habitación―. No hagáis eso con la puerta abierta.
Lua vuelve a reír y me aparta de un empujón antes de
levantarse de la cama.
―¿Qué pasa, cielo? ―Se acerca a mi sobrino y revuelve su
pelo mientras él sonríe.
Me encanta lo bien que se llevan. Alex ha encontrado en
Lua a la madre que ese fatídico accidente le robó. De lunes a
viernes no tenemos demasiado tiempo para disfrutar en familia,
ya que Lua trabaja y yo suelo encargarme de la casa y de llevar
y traer a los chicos a sus clases, sin embargo, el fin de semana
aprovechamos para desayunar juntos y después salimos a
pasear, a la playa o al cine. Aún se me hace raro poder andar por
la calle sin que nadie me acose. Supongo que ese es el mayor
beneficio de vivir a miles de kilómetros de mi país. De vez en
cuando, alguna persona se me queda mirando y parece
reconocer al rey Maximus, pero no tarda en descartar esa idea.
Se les nota el gesto de incredulidad. Es de locos pensar que un
rey viste vaqueros y camisetas y sale a pasear con su familia sin
ningún tipo de seguridad, ¿no? Lo que ellos no saben es que
siempre llevo a mi lado a una de las mejores guardaespaldas que
he conocido. No necesito a nadie más.
―El enano quiere preparar el desayuno. He intentado
impedírselo, pero a estas alturas ya estará embadurnado de
harina hasta las cejas.
―Mierda ―mascullo entre dientes.
Lua sale corriendo de la habitación y Alex se me queda
mirando sin dejar de sonreír.
―¿Qué te hace tanta gracia? Te va a tocar a ti limpiar el
desastre.
―Tú me pareces gracioso. De verdad, tío Max, ¿no podías
tener un hijo un poco más tranquilo? En cuanto te descuidas
cinco segundos ya la ha liado.
Con un resoplido me levanto de la cama y llego a su lado.
―No te quejes tanto y vamos a echarle una mano a Lua
antes de que la sangre llegue al río.
―Espera, tengo algo que mostrarte. ―Me detengo antes de
salir, y al girarme veo cómo mueve su móvil para que pueda ver
la pantalla.
Noticia de última hora. La junta parlamentaria ha decidido
celebrar un referéndum. Tras la renuncia del rey Maximus
Benjamin y su huida del país, su madre, la reina Eloise, lo
sustituyó temporalmente. No obstante, tras las manifestaciones
multitudinarias que sacudieron todas las comarcas
proclamando el derecho a votar por una república igualitaria y
justa, esta misma mañana se ha decidido por mayoría absoluta
la celebración de un referéndum sin precedentes para llegar a
un acuerdo que satisfaga a todas las partes. Todos los
ciudadanos podrán votar y elegir si debemos seguir viviendo
bajo el régimen monarca.
Exhalo con fuerza y me encojo de hombros.
―Era cuestión de tiempo que esto pasara.
―¿Crees que podremos volver a casa cuando todo se
arregle? ―Estrecho la mirada, y enseguida se guarda el teléfono
en el bolsillo y agacha la cabeza―. Olvida eso. No digo que no
me guste esto. Está genial, de verdad.
Sonrío y alzo su barbilla con la mano para mirarlo a los ojos.
―Yo también lo echo de menos, Alex. Es nuestro hogar, y
te aseguro que en cuanto la situación se calme regresaremos.
Tienes que tener un poco más de paciencia.
―Sí, claro.
Le doy una palmada despacio en la mejilla y le guiño un ojo.
―No pienses en eso ahora. Vamos a desayunar.
Salimos juntos de la habitación y cruzamos toda la casa
hasta llegar a la cocina. Como ya esperaba, encuentro a Lua
recogiendo el desastre que nuestro hijo ha montado con la
harina mientras él la mira enfurruñado por la regañina que le ha
caído. Me acerco a mi chica y la abrazo por la espalda.
―Ni siquiera te atrevas a decir que no me cabree. ¿Has visto
lo que ha hecho? ―Señala algo en el suelo, y solo entonces soy
consciente de que el pelaje de King está cubierto por una capa
de polvo blanco.
―Es un perro de las nieves ―suelta Benji, y Alex y yo
rompemos a reír a carcajadas.
―¡¿En serio?! ¿Vas a reírle las gracias?
La estrecho con más fuerza contra mi cuerpo y beso su
cuello.
―No te pongas de mal humor por la mañana. Solo ha sido
un accidente. Yo lo recogeré.
Bufa y baja los brazos en señal de derrota.
―Aún no ha empezado el día y ya estoy agotada.
―Es normal, no paras de dar vueltas en mi cabeza. ―Me
suelta un manotazo y al fin logro mi objetivo, hacerla reír―.
Vamos, no es para tanto.
Su teléfono empieza a sonar y me aparto para que pueda
cogerlo. En cuanto descuelga la llamada, se aparta el móvil de la
oreja y hace una mueca con los labios.
―¡Mamá, no me grites! ―Bufa y vuelve a escuchar lo que
le dice―. No, aún no he visto las noticias. ―Se queda callada
unos segundos y me mira de forma inquisitiva. Apuesto a que
Julia le está contando las últimas novedades sobre lo que está
pasando en nuestro país―. Sí, mamá. Entiendo que estés
contenta, pero…―Resopla de nuevo―. Pues no tengo ni idea.
No sé si regresaremos.
Me acerco a ella, y tras rodear su cintura con el brazo, nos
miramos a los ojos y ambos sonreímos a la vez. Por supuesto
que vamos a volver a nuestro hogar.
Dos años después

Lua
Entro en la casa de mis padres cargando con dos bolsas de
deporte, la mía y la de Max. No sé qué demonios le pasó hoy. Se
marchó del entrenamiento sin avisar. Solo recibí un mensaje
suyo diciendo que tenía que ocuparse de una emergencia con mi
madre.
―Lua, cielo, menos mal que has llegado. Tienes que
ayudarme ―dice papá nada más verme.
Suelto las bolsas en el suelo y resoplo con fuerza. Estoy
harta de escucharlo decir eso. Desde que mis padres tomaron la
decisión de volver a casarse, él no deja de pedirme ayuda en
todo momento para controlarla al menos un poco. Como si eso
fuese posible.
―¿Qué ha hecho ahora? Y ¿dónde está Max?
―Están en el jardín. Vamos, no te lo vas a creer.
Salimos juntos al jardín y mis ojos se abren como platos al
ver a mi madre y a mi marido desnudos y embadurnándose de
pintura azul el uno al otro.
―Ni siquiera sé qué pensar de esto ―mascullo.
Ambos se giran y Max, que estaba pasando sus manos
pintadas de azul por el trasero de mi madre, me mira entre
asustado y divertido.
―Si digo que no es lo que parece va a sonar ridículo,
¿verdad?
Me cruzo de brazos y, aún con el ceño fruncido, niego con la
cabeza.
―Le estás manoseando el culo a mi madre, Max. Cualquier
cosa que digas va a sonar ridícula.
―Hija, no seas tan mojigata. Solo me está ayudando.
Bufo de nuevo y me pinzo el puente de la nariz.
―¿Se puede saber qué demonios hacéis en pelotas?
―Eso llevo preguntando yo un buen rato y no me hacen
caso.
―Vamos a una manifestación para librar a los océanos de
los microplásticos.
―¿Enseñar los huevos va a salvar los océanos? ―inquiere
mi padre.
Por un momento me veo obligada a contener la risa por lo
absurdo de esta situación. Desde que la prensa decidió que ya no
éramos noticia tras regresar a casa, Max se ha convertido en el
cómplice de las locuras de mi madre, aunque lo de quitarse la
ropa es algo nuevo.
―Max, no pensarás salir así a la calle, ¿no? ¿En qué estás
pensando?
―Cariño, es solo un cuerpo ―replica, encogiéndose de
hombros.
―¡Por Dios, ya habla como ella! ―exclama mi padre.
Estoy a punto de volver a hablar para intentar hacerle entrar
en razón cuando pasa por mi lado un borrón azul que no tardo
en reconocer como mi propio hijo, y para no variar, desnudo y
cubierto de pintura.
―Mamá, he ensuciado un poco el baño, pero ya lo limpio
después.
―¿Tú también? ¿Alguien más va a quitarse la ropa? ―Miro
hacia atrás y encuentro a Alex muerto de risa.
―A mí no me mires. El azul no me sienta bien.
―¡¿Ves lo que te decía?! ¡Se han vuelto locos! ―Mi padre
se lleva las manos a la cabeza y no tarda en enzarzarse en una
discusión con su mujer.
Max se acerca y saca a relucir esa sonrisa ladeada que tanto
usa conmigo cuando quiere llevarme a su terreno.
―No te enfades. Es una buena causa ―susurra para que
solo yo pueda escucharlo mientras me abraza por la cintura.
―Max, estás restregando las pelotas contra mi pierna en
público. No puedes hablar en serio. ¿Por qué dejas que te
arrastre en todas sus locuras?
―Porque es tu madre y necesita que alguien la apoye.
Además, ya se va a cabrear bastante cuando se entere de que
vamos a hacerla abuela de nuevo. ―Acaricia mi vientre por
encima de la ropa y niego con la cabeza―. Vamos, será solo una
marcha tranquila. Y pienso cubrir mis partes sensibles con la
pancarta.
―Esto es ridículo. No hay ninguna necesidad de exponerse
así.
―Tampoco la hay de tener que cenar esta noche con mi
madre y tú la has invitado.
―Creí que estabas de acuerdo en contarle lo del bebé
durante la cena. Es la primera vez que nos reunimos todos,
también vienen Cris, Eric, Maya y Carlo.
―Sí, e imagina el cabreo que se va a pillar tu madre. ¿No
prefieres tenerla contenta después de la manifestación? Piénsalo
un segundo.
Frunzo el ceño y empiezo a ver los beneficios de los que
habla. Aunque algo descabellada, tal vez no sea tan mala idea.
―Joder, no puedo creer que esté a punto de hacer esto
―mascullo, apartando a Max para desabrochar mi pantalón―.
Papá, ropa fuera. Nos vamos todos a la manifestación.
Agradecimientos
Aquí estamos una vez más. Después de veintitantos libros
aún me sigo emocionando tras terminar una historia. Tal como
yo lo veo, eso es algo bueno y no sería posible sin un puñado
de personas que me ayudan cada día de mi vida.
Mis crazys, esas hermanas del alma a las que adoro con
todo mi corazón, ellas son las culpables de la gran mayoría de
las locuras que se me ocurren, gracias por seguir a mi lado
siendo parte de esta familia escogida.
RachelRP, Jess Dharma, Nia Rincón, mis compañeras de
locuras y fantasías. Por muchos años más juntas y revueltas.
La bruja y La Luna, me lo paso genial con vosotras. Os
estáis convirtiendo en ese tipo de amigas que espero que sea
para toda la vida. Muchas gracias.
Mi Zorrillas Brokenianas, Bipos, Ninfas y seguro que me
olvido de alguien más. Gracias por seguir a mi lado,
ayudándome y haciéndome crecer cada día un poquito más.
No quiero olvidarme de esas personas que dan visibilidad
en las redes a autores autopublicados como yo. Podría
nombrarlos uno a uno, pero no acabaría nunca, así que me
limito a darles las gracias a todos ellos por su enorme y ardua
labor.
Mi hermana y mi suegra, fieles lectoras y las que siempre
piden más y más. Gracias de todo corazón.
Por su puerto también tengo mucho que agradecer a mi
compañero de viaje, el que aguanta mi mal humor y mi estrés,
el que tiene que encargarse de todo lo demás para que yo
pueda concentrarme en este trabajo que tanto me apasiona…
Te quiero, Manu.
Por último, GRACIAS a tod@s vosotr@s, lectores. Sois
l@s que hacéis esto posible. Os quiero con locura.
HASTA PRONTO.

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