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Fray Pedro Alonso de Burgos, considerado

como el más ilustre de los ermitaños escritores De la preparación para la muerte

De la preparación para la muerte


de Montserrat y de la Congregación de San
Benito de Valladolid, nació en torno al año
1500. Doctor en Teología por la Universidad
y de cómo debe ser tenida en poco
de Lovaina, en 1535 visita el monasterio de
Monserrat y decide hacerse monje y después
eremita en aquel monasterio. Vivió en su
ermita por espacio de 27 años hasta su muerte Fray Pedro Alonso de Burgos
en 1572. La espiritualidad de Fr. Pedro Alonso
y la doctrina no son nuevas sino tradicionales.
Su aportación más señalada a la espiritualidad
es la síntesis que supo hacer de lo antiguo y
lo nuevo, de la teología y la espiritualidad,
de la tradición y la experiencia propia.

Fray Pedro, siguiendo el sistema tradicional de las tres vías, explica las tres etapas
de la muerte: purgativa (primera muerte), iluminativa (segunda muerte), unitiva
(tercera muerte). La primera, acontece cuando el hombre muere al pecado, renuncia
a las riquezas y vanidades mundanas. La segunda, cuando el alma llega a mortificar
sus apetitos desordenados practicando las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad;
las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La tercera muerte espiritual
es "un sueño bienaventurado en el cual no sólo nos olvidamos de las cosas de este
siglo, más aún de nosotros mismos". El que ha llegado a este grado no le es dificultoso
despedirse del cuerpo, porque ya de ordinario es arrebatado en la contemplación de

-
las cosas celestiales y del mismo Dios, en la cual mueren todos los sentidos y el alma

Fray Pedro Alonso de Burgos


queda resplandeciente de luz.
***

El P. Ernesto Zaragoza Pascual, autor del Estudio Preliminar y de la traducción


de la obra, nació en Sant Feliu de Guíxols (Gerona) en 1944. Cursó estudios en las
Facultades de Teología de Barcelona y del Norte de España (Burgos) donde se doctoró
en Teología Espiritual con la calificación summa cum laude. Es sacerdote oblato
benedictino del monasterio de Silos. Discípulo de los profesores Melquíades Andrés,
Evangelista Vilanova y Miquel Batllori, ha publicado en seis volúmenes la historia
de los benedictinos de la Congregación Observante de Valladolid (1390-1880) y la
historia de la Congregación Claustral Tarraconense i Cesaraugustana (1215-1835)
así como la primera historia global de los ermitaños de Monserrat, y ha colaborado
en distintas revistas de su especialidad. Es académico correspondiente de la Real
Academia de la Historia, de la Real Academia de Bones Lletres de Barcelona y de
la de San Rosendo de Galicia y asimismo, párroco del Castell-Platja d´Aro.
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA
MUERTE Y DE CÓMO DEBE
SER TENIDA EN POCO

Fray Pedro Alonso de Burgos,


monje ermitaño de Montserrat

Estudio, revisión del texto y notas de


Ernesto Zaragoza Pascual.

MADRID 2010
INDICE

Estudio Preliminar 13
1.- El tema de la muerte 13
2.- Biografía de Fray Pedro Alonso de Burgos 18
3.- El Libro de la preparación para la muerte. Plan de la Obra 21
4.- Análisis del contenido de la obra 25
5.- Fuentes 31
6.- El estilo 33
7.- Esta edición 36

El Libro de la preparación para la muerte 39


Dedicatoria 40
Prólogo e introducción de la obra 41
Cap. 1. De tres maneras de muertes que se hallan en la
Divina Escritura 47
Cap. 2. De cómo vino la muerte a los hombres y también el
remedio de este mal por la infinita misericordia y caridad de Dios 50
Cap. 3. De cómo la muerte no perdona a los poderosos y
monarcas de este mundo, ni a ninguno de los mortales,
declarando por una figura 56
Cap. 4. De cómo Dios, de muchas maneras pone al hombre
delante su propia muerte para que se humille y de un ejemplo
terrible contra los ricos malos de este siglo, a los cuales
arrebata la muerte de improviso 59
Cap. 5. En que el autor, hablando con los avarientos,
reciamente los reprende 66
Cap. 6. De los grandes provechos que se siguen de la continua
memoria de la muerte, entre los cuales es el principal el
conocimiento de las pasiones del ánima 68
Cap. 7. En el cual prosigue el autor la materia comenzada 74
Cap. 8. En el que pone el autor un ejemplo de uno que está
a la muerte para que en este espejo se deshagan del mundo
los que a él están aficionados y aparejados 78

9
Cap. 9. En que trae el autor por ejemplo lo que un gran príncipe
llamado Magón dijo al paso de la muerte sintiéndose mortal
y otros ejemplos de otros, al mismo propósito 81
Cap. 10. De cómo hemos de seguir a Cristo, si bien y
perfectamente queremos morir a los vicios y al mundo 86
Cap. 11. De cómo es necesario venir por grados a esta
perpetua muerte de los vicios 90
Cap. 12. De los frutos que se siguen de las dos muertes
espirituales que hemos dicho 96
Cap. 13. En el cual más largamente se habla de la sobras
de virtud y justicia 99
Cap. 14. En que se prosigue la materia de las virtudes comenzada 106
Cap. 15. De cómo las virtudes al principio son muy trabajosas,
empero después con el uso son muy dulces y suaves 110
Cap. 16. En el que trata de otro género de muerte espiritual,
el cual consiste en un olvido de todas las cosas presentes y
de sí mismo, lo cual es principio de vida eterna 116
Cap. 17. De diversos géneros de los que mueren 121
Cap. 18. En el que se avisa y consuela a los que toda la vida
han obrado mal y se hallan así a la hora de la muerte 123
Cap. 19. En el cual se trata (de) con cuánta alegría mueren
los justos 130
Cap. 20. En el cual se declara una duda que podría ocurrir
acerca de lo dicho 137
Cap.21. En el cual se reprenden los que demasiadamente
temen la muerte, porque están muy asidos al mundo 142
Cap. 22. En el cual se trata (de) cuán mala es la muerte de los
pecadores 148
Cap. 23. En el cual, dejada la muerte de los malos, torna a
hablar de la de los justos y buenos 152
Cap. 24. En el cual se trata cuán fácil y dulce es morir, al
que sigue a Cristo y lo tiene en su pecho por fe y devoción 156
Cap. 25. En el cual se trata cuánto fruto se saca de estar
asentado al pie de la cruz 159
Cap. 26. En el cual se pone el primer fruto de la cruz, que
es la humildad 161
Cap. 27. En el cual se habla del segundo fruto de la cruz,
que es la obediencia 164

10
Cap. 28. En el cual se trata del fruto tercero de la cruz, que
es la mansedumbre 167
Cap. 29. En que se habla del cuarto fruto de la cruz, que es la
caridad de Dios y del prójimo 173
Cap. 30. En que se hace una exhortación para que busquemos
la caridad 180
Cap. 31. En el que se pone un epílogo de todo lo dicho,
enseñando a despreciar la vanidad de este mundo 184

Notas 193

11
ESTUDIO PRELIMINAR

1. EL TEMA DE LA MUERTE.

Morir no es algo casual para alguien, sino un aconte-


cimiento personal ineludible para todos. Nacemos para
vivir, pero con la sentencia de muerte decretada, aunque
no sepamos cuándo, ni dónde, ni de qué hemos de morir.
La muerte es como una fatalidad a la que el ser humano
no puede sustraerse, y al ser éste un ser espiritual, libre y
responsable, nada se le puede imponer con tal violencia,
que no pueda acogerlo y convertirlo en cauce de su pro-
pia libertad. La muerte pone en cuestión la vida y la per-
sona, el futuro y el presente, todo queda cerrado por la
muerte y encerrado en la muerte.
Y aunque la filosofía del siglo XX recuperó el tema
de la muerte para encararla como posibilidad suprema de
la vida humana, la sociedad ha hecho todo lo posible para
hacerla desaparecer de la conciencia humana como un
hecho que amenaza la vida. Hoy no se habla de la muerte
en los colegios ni en ninguna parte, se tapa, no interesa.
La muerte ha desaparecido del horizonte de la vida, como
si no tuviera que contar para nosotros ni nosotros tuvié-
ramos que contar con ella. De ahí que cuando aparece,
nadie sabe cómo responder a ella, cómo aceptarla y me-
nos cómo prepararse a morir. De una sociedad acongoja-

13
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

da por el miedo de la muerte, hemos pasado a una socie-


dad que ha desalojado la muerte, aunque el miedo persis-
te, al comprobar que la medicina ha alargado la vida, pero
no ha conseguido, ni conseguirá, jamás superar a la muer-
te.
La reflexión escolástica deudora del platonismo dua-
lista, alma y cuerpo, hizo que en el siglo XVI, lo mismo
que se habían publicado escritos sobre el Ars vivendi (arte
de vivir), también se publicaran libros del Ars moriendi
(el arte de morir), como este de fray Pedro Alonso de
Burgos, porque la muerte, que es el último acto importan-
te de la vida, no se puede dejar a la improvisación. De
ahí que nuestro monje ermitaño, siguiendo a san Bernar-
do y a otros Santos Padres señalara como preparación
remota a la muerte, vivir la vida cristiana por el camino
de la práctica de las virtudes, a fin de que la muerte no
fuese vista con horror ni recibida con miedo, sino como
reza la segunda parte del título de su obra: debe ser tenida
en poco, pues el cristiano ha de recibirla no como una
violencia ejercida desde fuera, sino como algo aceptado
con libertad desde dentro. San Francisco de Asís, en su
Cántico de las criaturas alaba a Dios diciendo:
Y por la hermana muerte, loado mi Señor.
Ningún viviente escapa a su persecución.
¡Ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!
No probarán la muerte de la condenación!

Por la muerte aflora en el ser humano la finitud, deca-


dencia, pecado y dependencia de nuestra libertad de los
poderes que nos dominan. Por eso, frente al que vive ato-
londrado o esclavo de poderes inferiores a él, el hombre

14
ESTUDIO PRELIMINAR

sereno busca la senda de la verdad entre el dolor que le


mina y la paz que le conduce hacia adelante. Con el cris-
tianismo, la teología enseña a pensar en la muerte no sólo
desde el hombre, sino también desde Dios creador de la
vida, desde Cristo muerto y resucitado, desde el Espíritu
Santo vivificador. El discurso sobre la resurrección espe-
rada no hace innecesario ni superfluo el discurso sobre la
muerte presente, lo exige de una manera inexorable. Por
eso el cristiano necesita pensar en la muerte e integrarla,
para ser libre en el mundo y mantener enhiesta la espe-
ranza. De lo que aparentemente es una violencia exterior
acierta a hacer un gesto de libertad, un consentimiento
que acoge y devuelve en amor lo que debería ser un acto
de obediencia.
Pero antes es necesario que consienta en su propia
muerte como un hecho importantísimo de su vida, que
afecta a su destino. Y esto sólo será posible si comprende
la vida no como fruto del azar, sino como resultado de
una benevolencia proveniente del designio amoroso de
Dios, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza,
y por eso el hombre se sabe destinado a la vida, a la crea-
tividad y a la responsabilidad histórica. Además, Dios por
su Hijo encarnado ha compartido la experiencia de la
muerte, aunque no pudo ser vencido por ella. Y la vida de
Jesús es el lugar personal en el que Dios asume el destino
del hombre y el hombre comparte el destino de Dios. La
resurrección del Hijo revela cuál es el destino final de las
criaturas, que es la plenitud de la vida que se ha revelado
vencedora en la resurrección de Jesús. La muerte ya no
domina más en la historia. Jesús es el signo de la alterna-
tiva nueva.

15
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

El cristianismo sabe que si comparte la fe, la vida, el


destino y la esperanza de Jesús, puede esperar como él la
misma respuesta de Dios. Nuestra respuesta es como la
de Jesús, dejar nuestro destino en las manos del Padre
con la confianza de que él prevé y proveerá. Deberíamos
estar agradecidos por el don de la existencia. Para quien
vive bajo el pecado, la vida le aparece como una posesión
propia e inalienable y la muerte como una violencia veni-
da del exterior. Para el cristiano, la vida y la muerte son
una posibilidad otorgada como responsabilidad. El cre-
yente no se pregunta por el hecho preestablecido, sino por
el cómo ejercer, celebrar y consumar su vida. Y como la
vida lleva en sí misma una innata voluntad de continui-
dad y consumación, consentir en la muerte es consentir
en la gratuidad de la existencia, y aceptar entrar por la
puerta angosta de la propia imposibilidad de ser, para
perdurar. A quien le ha sido dado experimentar el vivir
como gracia, puede esperar morir como gracia. Por eso el
hombre reconoce a Dios como la primera causa de su
vida y de su muerte, que será siempre aceptada como la
voluntad de Dios, aunque las circunstancias que la pro-
duzcan a veces sean fruto de la libertad de los hombres, a
menudo contraria a la voluntad divina. A la vida como
gracia y obediencia, el creyente responde a la muerte con
su consentimiento. Como decía Jorge Manrique:

No gastemos el tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo
que mi voluntad está
conforme con la divina,
para todo.

16
ESTUDIO PRELIMINAR

Y consiento en mi morir
con voluntad placentera
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura1

Se muere después de haber vivido, se muere como se


ha vivido y se muere con lo que se ha vivido. Nadie como
los místicos ha vivido en forma suprema la relación entre
el amor y muerte. Para los que han reconocido a Dios
como el Dios de la vida y en el encuentro con él se han
encontrado a sí mismos, descubriéndose fundados en el
amor, convocados al amor en la vida y destinados a una
consumación suprema de amor en la muerte, ésta es con-
secuencia del amor. Para ellos la muerte es la condición
para llegar a la real vida divina, que no se puede conse-
guir mientras permanecemos en este mundo, hay que
pasar a otra forma de existencia para que el encuentro con
Dios sea cara a cara. Por ello el morir es un aconteci-
miento personal y biográfico antes que un hecho natural.
Las almas que verdaderamente han vivido amando a Dios
anhelan morir para que el encuentro inicial se consuma.
Y cuando la muerte llega sienten la dulzura propia de
quien llega a la meta esperada, accede al encuentro de-
seado y abraza la persona amada. Pasan del mero vivir
interinamente al permanecer definitivamente y amorosa-
mente en Dios. El rostro de la persona amada y su acción
amorosa fundan la existencia personal y con ella la vida y
la muerte. Narrar la historia personal como historia divina
de amor y muerte e invitar al amor es lo esencial de todo
el anuncio cristiano2.

17
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

2. BIOGRAFÍA DE FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS.

Aunque de padres de originarios de la diócesis de


Burgos, fray Pedro Alonso nació en una villa de las islas
de Zelanda (Holanda) alrededor del año 1500, estudió
teología en la Universidad de Lovaina, donde posible-
mente se ordenó de sacerdote y obtuvo el grado de doctor
en teología, ya que los dominicos fray Pedro Mártir Co-
ma y fray Tomás Aranaz, censores del Libro de prepara-
ción para la muerte le llaman "teólogo" y lo mismo el
obispo de Barcelona, Guillem Caçador le llama “docte
autor” en la licencia de impresión3. Estuvo algún tiempo
al servicio del Emperador Carlos V y del Duque de Béjar,
D. Francisco de Sotomayor y Zúñiga, que se lo trajo con-
sigo a España como preceptor de sus ocho hijos. Tomó el
hábito de monje benedictino en Montserrat el 10 de fe-
brero de 1536, fiesta de santa Escolástica. En 1544, con
permiso del abad de Montserrat, fray Alonso de Toro,
pasó a vivir como ermitaño en la ermita de San Onofre y
después en otras, siempre como monje ermitaño, como él
se llama a sí mismo.
Durante sus años de retiro pudo saciar su alma sedien-
ta de oración y de paz, saborear largamente la Sagrada
Escritura y los mejores escritos de los Santos Padres y
autores de su tiempo y tuvo tiempo para escribir. Su vida
de ermitaño tan ordenada que, al decir del mismo Fr. Pe-
dro, "parecía un perpetuo reloj", consistía en levantarse
mucho antes de la aurora para hacer seguidamente una
hora y media de meditación, celebrar la santa misa, a la
que seguía una hora y media de lectio divina, cuyo ejerci-
cio era a veces interrumpido por la llegada de peregrinos,
a los cuales recibía "summa cum humanitate" e instruía

18
ESTUDIO PRELIMINAR

"en toda virtud y piedad". El tiempo sobrante lo dedicaba


a escribir y al trabajo manual, y a sus horas rezaba el Ofi-
cio divino. Hacia mediodía preparaba su comida, pobre
pero abundante, y después de comer hacía una siestecilla
mientras leía algún libro piadoso. Luego pasaba al orato-
rio, donde rezaba vísperas y tenía una hora de meditación,
seguida de otra de lectura espiritual, y otra media hora de
meditación, interrumpida sólo para atender a los peregri-
nos. Al caer la tarde, rezaba completas, hacía el examen
de conciencia y se acostaba. Y una vez en la cama repetía
la invocación del nombre de Jesús hasta conciliar el sue-
ño. Así de sencilla y monótona transcurrió la vida de fray
Pedro en su ermita de Montserrat por espacio de 27 años.
Murió el 2 de mayo de 1572, "meditando, leyendo y es-
cribiendo... y haciendo áspera penitencia, multiplicando
los ratos de contemplación en que, dicen, era favorecido y
alumbrado interiormente de Nuestro Señor"4. Los cronis-
tas benedictinos le elogian como obediente, caritativo,
dado a la lectura, piadoso, y asiduo en la contemplación.
Sobresalió por su profunda humildad manifestada una y
otra vez en la presentación de sus escritos, a los que llama
siempre "laborem exiguum", "munusculum", "libellus",
"tratadico", "humilde obrecilla... salida de pequeño vaso,
producida de poca sabiduría" Y confiesa que: "ciencia,
ninguna o muy poca tengo"5.
Su teología estaba sólidamente fundada en la Sagrada
Escritura, buena parte de la cual conocía de memoria, y
en los Santos Padres y teólogos más seguros de su tiem-
po. Su espiritualidad monástica y benedictina estaba an-
clada en la doctrina de la Iglesia, de tal manera, que so-
mete sus libros a la censura eclesiástica, como había
mandado el Concilio de Trento, diciendo que "se somete

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ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

y humilla a la corrección de la Santa Iglesia Romana y de


sus ministros, como es razón, teniendo y aprobando lo
que ella enseña y aprueba, y reprobando todo lo demás y
detestándolo como no tal"6. Además de teólogo fue un
experimentado maestro de la vida espiritual. De ello nos
da testimonio el P. Yepes, cuando dice que murió:
“dexando mucha fama de santidad y letras, no sólo entre
los monges, sino entre personas seglares que le vieron y
trataron en Monserrate"7.
Predicó con su ejemplo, palabra y escritos la devoción
a la Virgen, propugnó la comunión frecuente, la obedien-
cia a la fe de la Iglesia y a los legítimos superiores, la
caridad pastoral, la piedad y la discreción. Estuvo ador-
nado de las virtudes de la humildad y de la penitencia, y
poseía los dones de contemplación y lágrimas, así como
de exhortación y discreción de espíritus. Su vida fue
ejemplo vivo para todos, dejando en los que más le cono-
cieron y trataron, entre ellos los monjes y eremitas de su
tiempo, el recuerdo imborrable de sus virtudes. Justamen-
te por eso, la tradición benedictina le dio el título de Ve-
nerable, por su fama de santidad y sus escritos espiritua-
les.
Ejerció notable influencia espiritual sobre sus anti-
guas amistades, como el Marqués de Cortes, D. Juan de
Benavides, al que dedicó en 1562 su Libellus de vita et
laudibus Mariae Virginis, y sobre D. Diego Hurtado de
Mendoza, Lugarteniente y Capitán General de Cataluña,
Rosellón y Cerdaña, y su esposa Dña. Catalina de Silva
que le había ido a visitar a Montserrat y le "había descu-
bierto sus piadosos deseos y devotos propósitos", a la que
dedicó su Diálogo de los inmensos beneficios de Dios,
"para comenzar así a pagarle lo mucho que le debía"8.
Estrecha fue la amistad y frecuente la correspondencia
20
ESTUDIO PRELIMINAR

epistolar que mantuvo con sus antiguos discípulos, los


hijos del Duque de Béjar: D. Francisco de Sotomayor,
Marqués de Ayamonte, D. Antonio de Zúñiga, Comen-
dador de la Orden de S. Juan y D. Manuel de Sotomayor,
Marqués de Gibraleón y Conde de Belalcázar. También
se relacionó con Dña. Juana de Austria, Infanta de Espa-
ña y Princesa de Portugal, fundadora, con su hermana
Dña. María de Austria, del monasterio de Clarisas Des-
calzas Reales de Madrid, a la que en 1568 dedicó el Libro
de la preparación para la muerte, y con otros muchos
personajes y peregrinos de la época, que según la cos-
tumbre, aprovechaban su segundo día de estancia en
Montserrat para visitar las ermitas. Con ellos, fray Pedro
hacía lo que recomendaba a un novicio ermitaño, a saber:
recibirlos "summa cum humanitate" y luego "instruirlos
en toda virtud y piedad" ya que esto, decía, es "muy agra-
dable a Dios"9. Si a la influencia del contacto personal
añadimos la ejercida a través de sus escritos, tenemos que
la irradiación de su magisterio espiritual dentro y fuera
del eremitorio montserratino fue muy considerable y fe-
cunda en frutos espirituales.

3. LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE. PLAN DE


LA OBRA.

Fray Pedro Alonso de Burgos ya había recomendado


la meditación sobre la muerte en su obra Diálogo de la
Vida Eremítica, diciendo a su discípulo: La muerte se
considera de esta manera: De su certeza no hay quien
dude; de su hora nadie sabe nada; vendrá de noche, co-
mo ladrón. Por tanto hay que vigilar como si en cada
momento se hubiera de morir. Esto lleva sobre todo al
desprecio del mundo y de los vicios y al aumento de la
21
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

perfección, de la caridad y del bien. Pon ahora ante tus


ojos a alguien que se está muriendo y observa diligente-
mente lo que pasa dentro, fuera y alrededor de él. Mira-
rás todas las cosas terribles y que fácilmente puedan
infundirte un santo temor ¿Acaso no es capaz —con sólo
querer mirar— de amedrentar, la nariz contraída y pun-
tiaguda, los ojos vueltos, los dientes fétidos, la cara páli-
da y monstruosa, el cuello consumido, la voz que no es
voz, las palabras trémulas y el aliento fétido? Además
¿qué pensará entonces el avaro que sirvió al oro como a
un Dios? ¿Qué el soberbio que puso toda su felicidad en
la fama, las dignidades y los honores? ¿Qué el lujurioso
que durante toda su vida se entregó a impurezas y forni-
caciones? ¿Qué, por fin, el goloso que empleó su tiempo
para sí sólo, cuyo vientre era su Dios? La pobre alma
con la conciencia oprimida por sus pecados ¡con qué
angustia estará! Sus pecados la acusarán; los demonios
como verdugos del Supremo Juez la estarán aguardando;
no se atreverá a mirar al Rey airado; no oirá las oracio-
nes de los ángeles de quienes jamás escuchó los buenos
consejos. Después de esto seguirán gemidos inconsola-
bles y lágrimas tristísimas. Por una parte, los hijos más
amados que no quiere dejar le atormentarán, por otro la
esposa que llora amargamente le traspasará el corazón;
también los placeres que tanto amó en la vida y que en-
tonces todavía con vida se ve obligado a dejar, la harán
desfallecer…He aquí, hijo, una breve descripción de la
muerte10.
Descripción de la obra. Título: LIBRO DE / LA
PREPARA/CION PARA LA MUER/TE Y DE COMO
DEBE / SER TENIDA EN / POCO.// Compuesto por el
Padre fray Pedro Alonso/ de Burgos, monge ermitaño del
moneste/rio de nuestra Señora de Monserrate./ Dirigido a
22
ESTUDIO PRELIMINAR

la muy alta y muy poderosa Señora doña/ Iuana Infanta


de Castilla y Princesa de/ Portugal. Sigue un grabado en
boj de forma circular dentro del cual se ve una cruz des-
nuda, franqueada a su izquierda por una iglesia y a su
izquierda por un monte alto al pie del cual se halla una
ciudad. Sobre la cruz lleva un rótulo con la inscripción
I.N.R.I., rodeando el centro de la cruz una corona de es-
pinas, las marcas de los tres clavos en la madera y a los
pies un libro y una calavera. EN BARCELONA/ En casa
de Damián Bajes y Ioan Mall./ CON PRIVILEGIO./
1568. El título suena al de la obra del mismo tema de
Martín Carrillo, Consuelo de la vejez. Aviso de bien mo-
rir. Apercibimiento y menosprecio de la muerte (Sala-
manca 1539).
Sigue la censura de los teólogos dominicos fray Pedro
Mártir Coma i fray Tomás Aranaz (Barcelona 20 de junio
de 1567); las licencias de impresión, en catalán, dadas por
el obispo de Barcelona, Guillem Caçador (Barcelona 11
de julio de 1567) y por D. Diego Hurtado de Mendoza y
de la Cerda, Capitán General del Principado de Cataluña
y Condados del Rosellón y Cerdaña (Barcelona 26 de
setiembre de 1567) para que los libreros puedan impri-
mirlo y venderlo por espacio de diez años. Y la dedicato-
ria de la obra a Dña. Juana Infanta de Castilla y Princesa
de Portugal.
El P. Anselmo Mª Albareda cree que esta obra fue es-
crita y publicada en latín quizás en Barcelona en 156211;
pero no existió tal edición latina, porque el mismo fray
Pedro Alonso de Burgos en la dedicatoria de la obra cas-
tellana, dice así: "Los años pasados hice una obrecilla de
la inmortalidad del ánima y la intitulé a la majestad del
rey nuestro señor... agora con el divino favor he hecho
otra de la preparación para la muerte".
23
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

Siguen el prólogo y treinta y un capítulos que pueden


dividirse en tres grandes partes. En la primera, trata de la
muerte en general y de cómo hay que prepararse a ella;
en la segunda, habla de tres clases de muerte; corporal,
espiritual y eterna, y la tercera está consagrada a los fru-
tos de la meditación de la pasión de Cristo. Atendiendo al
orden de materias tratadas puede trazarse el siguiente
esquema de la obra:
Prólogo.

I. La muerte:
a) Clases, origen y universalidad de la muerte
(c. 1-3).
b) Incertidumbre de la muerte (c. 4-5).
c) Utilidad de la memoria de la muerte (c. 6-7).
d) Cómo hay que prepararse a ella (c. 8-9).

II. Clases de muerte:


a) Espiritual (c. 10-16).
b) Corporal (c. 19-24).

III. Frutos de la meditación de la cruz de Cris-


to (c. 25-30).

Epílogo.

4. ANÁLISIS DEL CONTENIDO DE LA OBRA

En el prólogo el autor expone concisamente su propó-


sito y la finalidad de la obra: ayudar al alma a prepararse
para la muerte para que pueda recibirla con alegría. Sigue
el prólogo, donde dice al lector: “Pareciome ser cosa no
de pequeño provecho para todos, hacer un tratado de la
24
ESTUDIO PRELIMINAR

aceleración de la muerte y de cómo nos hemos de apare-


jar para ella, y como ella sea la más terrible entre las
cosas temerosas y que espantan qué modo tendremos
para la recibir con alegría y contento... Reciban pues los
(cristianos lectores) esta obrecilla y pequeño trabajo,
hecha para su utilidad y aprovéchense de ella, pues se
hizo para provecho de todos, defendiendo su humildad,
bajeza y llaneza de estilo y doctrina de los maldicientes,
los cuales suelen poner lengua aún en las cosas mayores
y más buenas; y ruegue a Dios por el que la compuso
(fol. 9r-v)
En los tres primeros capítulos el autor, siguiendo el
De bono mortis de san Ambrosio, se esfuerza por demos-
trar que así como hay tres clases de vida (corporal, espiri-
tual y eterna), así también hay tres clases de muerte, a
saber: muerte corporal –el alma se aparta del cuerpo-;
muerte espiritual –cuando está privada de la gracia de
Dios- y muerte eterna –cuando es apartada de la luz de la
gloria- (c. 1). La muerte le vino al hombre no de Dios,
que es el autor de la vida, sino del pecado de desobedien-
cia de Adán, el cual, a diferencia de Saúl que desesperó
de la misericordia de Dios y se dio muerte, pidió con
humildad perdón a Dios y éste le prometió enviar a su
hijo para salvar al mundo, aunque no por eso le libró del
mal ni de la muerte, para que así tuviera memoria de su
pecado, y con los sufrimientos y el dolor fuese purgado
de sus pecados y acrecentase sus méritos y su gloria (c.
2).
A continuación el autor recuerda que la muerte no
perdona a ningún mortal, sea cual sea su edad y condi-
ción (c. 3). Por esto, pues conocemos la pena, todos de-
bemos abstenernos del pecado, especialmente los ricos

25
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

que por vivir rodeados de comodidades se creen tan segu-


ros en esta vida, que fácilmente no sirven a Dios sino a
sus propios caprichos, y no negocian con los talentos que
les ha dado el Creador (c. 4). A éstos, el autor les repren-
de haciéndoles ver cuán breve es la vida y cuán engaña-
dos viven, y les exhorta a la conversión (c. 5).
Siguen los capítulos 6-9 en los cuales el autor muestra
cuán provechosa sea la continua memoria de la muerte,
pues despoja al hombre de la soberbia y le hace amar la
humildad, aleja de él la avaricia, los deseos de la carne y
la ira, y prepara su alma para la contemplación de los
misterios divinos y para que el Espíritu Santo pueda lle-
var a cabo en ella su obra de santificación (c. 6). Para
prepararse a la muerte es necesario apartar los malos de-
seos, dominar los apetitos desordenados y despreciar las
cosas terrenas. Es imprescindible conservar viva la cari-
dad, evitando el pecado, pues con ella siempre estaremos
preparados para que cuando el Señor venga nos halle en
vela (c. 7).
Seguidamente el autor exhorta a la conversión a los
que viven en pecado y a que no esperen para ello la hora
de la muerte, tan incierta y tan poco adecuada para arre-
pentirse convenientemente, a causa de la enfermedad y
del demonio que entonces arrecia en sus ataques (c. 8).
Pues en la hora de la muerte es cuando se ve claro cómo
se ha perdido el tiempo en bagatelas, que no pueden lle-
nar el corazón del hombre, porque el único que puede
llenarlo totalmente es Dios. Y muestra cómo los que bus-
can la felicidad en las cosas perecederas yerran el camino
(c. 9).
A continuación y a lo largo de diez capítulos el autor
presenta tres clases de muerte espiritual y explica en qué

26
ESTUDIO PRELIMINAR

consiste cada una de ellas. La primera, acontece cuando


el hombre muere al pecado, renuncia a las riquezas y
vanidades mundanas y sigue a Cristo pobre (c. 10). La
segunda, cuando el alma llega a mortificar perfectamente
sus apetitos desordenados. Esta perfecta mortificación de
las pasiones tiene dos grados: el primero, consiste en mo-
rir al pecado; el segundo, sepultarse en Dios (c. 11). Estos
serían los aspectos negativos de las dos primeras clases
de muerte espiritual. Ahora el autor pasa a considerar el
aspecto positivo que las completa y que consiste en el
ejercicio de las buenas obras, en la práctica de las virtu-
des (c. 12) y especialmente en vivir según el espíritu de
las bienaventuranzas. Por ello es preciso ser pobres de
espíritu, mansos, pacíficos, llorar, tener hambre y sed de
justicia, ser misericordiosos, limpios de corazón y sufrir
injustamente persecución por la justicia (c. 13). También
es necesario practicar las virtudes teologales: fe, esperan-
za y caridad; las cardinales: prudencia, justicia, fortaleza
y templanza, así como la honestidad, la obediencia volun-
taria y alegre, procurar tener buena fama, y si en algo se
faltare, la humilde penitencia y satisfacción (c. 14).
Sólo el que haya practicado las bienaventuranzas y las
virtudes susodichas recibirá la muerte con confianza, paz
y alegría. Hay algunos, sin embargo que no se deciden a
practicar las virtudes porque les parecen difíciles, pero el
autor les recuerda a éstos, que no hay arte u oficio que al
principio no cueste, y que el que quiere gozar del premio,
antes ha de experimentar el trabajo. Los trabajos de la
vida activa son las obras de las virtudes morales; las de la
contemplativa, las luchas interiores que llevan, con la
ayuda de la gracia, a la unión perfecta con Dios. Para
llegar a esto es necesario trabajar y luchar, sufriéndolo

27
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

todo con alegría, como los mártires, y no asustarse por la


parte difícil de las virtudes, porque ninguna de ellas care-
ce de premio y su fruto es dulce en esta vida, llena de
gozo en la muerte y colma de gloria en el cielo (c. 15).
La tercera muerte espiritual es "un sueño bienaventu-
rado en el cual no sólo nos olvidamos de las cosas de este
siglo, más aún de nosotros mismos". El que ha llegado a
este grado no le es dificultoso despedirse del cuerpo, por-
que ya de ordinario es arrebatado en la contemplación de
las cosas celestiales y del mismo Dios, en la cual mueren
todos los sentidos y el alma queda resplandeciente de luz.
Pero como advierte Fr. Pedro "es menester morir a todo,
si queremos ser levantados en Aquel que es verdadera-
mente todo" (c. 16) –que recuerda lo que más tarde dirá
san Juan de la Cruz: “para llegar a poseerlo todo, no quie-
ras poseer nada en nada”-.
Como podemos fácilmente captar, en estas tres clases
de muerte espiritual el autor ha trazado el camino de la
santidad según el sistema tradicional de las tres vías: pur-
gativa (primera muerte), iluminativa (segunda muerte),
unitiva (tercera muerte). Sólo el que ha llegado al grado
máximo de la perfección, a la tercera muerte espiritual, la
muerte natural le será de "gran regocijo" porque será la
consumación del matrimonio espiritual, posible sólo tras
la muerte física. Como decía san Juan de la Cruz a su
Amado: “Rompe ya la tela de este dulce encuentro” .
Después de haber explicado en qué consiste cada una
de estas tres muertes espirituales, el autor habla de la
muerte de los herejes, de los mundanos, de los desagra-
decidos a los dones de Dios, de los pecadores y de los
justos (c. 17). A los pecadores que están ya en el trance la
muerte, les exhorta a que a pesar de sus pecados no des-
confíen de la misericordia de Dios, sino que se arrepien-
28
ESTUDIO PRELIMINAR

tan y se confiesen. Y ya que no pueden reparar los peca-


dos con obras de penitencia, que tomen los méritos de
Cristo y los ofrezcan al Padre en reparación de sus peca-
dos y así alcanzarán misericordia. Que pidan ayuda a la
Santísima Virgen y a los ángeles y santos, y lloren sus
pecados, no por temor al infierno, sino por haber enojado
a tan buen Padre, que les ha colmado de innumerables
beneficios. Y que se ofrezcan a sí mismos y sufran los
dolores de la enfermedad y la muerte a honra y gloria de
Dios (c. 18).
Luego pasa a hablar de la alegría con que mueren los
justos, a quienes en la hora de la muerte no turban ni sus
pecados -de los cuales ya han hecho penitencia-, ni los
ataques del demonio, ni la sentencia del juez, ni el infier-
no, porque están adornados con las virtudes y el don de la
contemplación y se entregaron a una vida de intensa ora-
ción y lucharon contra las tentaciones y con ayuda de la
gracia las vencieron, y porque con su ejemplo y doctrina
atrajeron a muchos herejes y pecadores a la verdadera fe
y a la vida evangélica. Por eso, en la hora de la muerte el
Esposo dice al alma: Ven y serás coronada. Porque por
agradarme te has dedicado a la contemplación, te has
mortificado, has practicado virtudes heroicas; por tu
contrición y mortificación. Y así en la hora de la muerte
no habrá lugar para el temor. Y si algún temor hay, servi-
rá para purgar algunos pecados veniales o acrecentar la
humildad o los méritos (c. 19). Y no debe extrañar que el
temor y la alegría puedan coexistir, porque si por una
parte se teme la partida, por otra el deseo de la vida eterna
y los bienes que se esperan la mudan en alegría (c. 20).
Sólo los que viven mal temen la muerte, y para no temer-
la es necesario convertirse (c. 21).

29
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

Después de haber tratado de la alegría con que mue-


ren los justos, pasa a considerar la muerte terrible de los
pecadores, que son privados de la visión de Dios para
siempre y son arrojados al infierno, donde los demonios
los atormentan, siendo la primera pena —pena de daño—
sin comparación más grande que la segunda —pena de
sentido—(c. 22). Sólo los justos mueren en paz como el
anciano Simeón (c. 23) y no temen al demonio, porque
están preparados para recibir de Cristo la herida de amor
con que les ha de premiar (c. 24).
El autor dedica los últimos capítulos de su obra a con-
siderar los frutos que se sacan de la meditación de la pa-
sión de Cristo (c. 25), el primero de los cuales es la
humildad (c. 26), el segundo, la obediencia (c. 27), el
tercero, la mansedumbre (c. 28) y el cuarto, el amor a
Dios y al prójimo (c. 29-30). Concluye la obra con un
epílogo en el cual el autor exhorta una vez más a luchar
contra el pecado y a practicar las virtudes cristianas (c.
31).
Finalmente añade unas protestaciones, que como él
mismo dice: “acabado el libro hallé estas protestaciones
que se deben hacer a cualquiera que está al paso de la
muerte, las cuales por ser tan al propósito de la materia,
me pareció añadir aquí”. Tomado quizás de la obra de
Francisco de Evia, Preparatio mortis en el qual se con-
tiene todo lo que el buen cristiano debe decir y hazer en
el artículo de la muerte para haver católico y buen fin
(Alcalá de Henares 1558).

5. FUENTES

Es difícil poder determinar todas y cada una de las


fuentes de que se sirvió el autor para componer su obra,
30
ESTUDIO PRELIMINAR

pero vamos a indicar las más importantes. Sigue siempre


autores clásicos bien conocidos de todos, empezando por
la Biblia y los Santos Padres Doctores de la Iglesia. De
entre todas sus fuentes, solamente explicita al margen del
texto las citas bíblicas latinas del Antiguo Testamento,
especialmente Génesis, Éxodo, Salmos, Isaías, Ezequiel,
Daniel, Joel, Habacuc, Sabiduría y Eclesiástico, y del
Nuevo Testamento, especialmente los Evangelios, los
Hechos de los Apóstoles, las cartas de san Pablo, san
Pedro y Santiago y el Apocalipsis. Sin duda sigue la Vul-
gata latina, que traduce libre o literalmente según los ca-
sos. Nosotros para identificar las citas nos hemos servido
de la edición de la Biblia Sacra iuxta Vulgatam Clemen-
tinam, de A. Colunga, O.P. y Laurentino Turrado, Ma-
drid, BAC, 1946. Y hemos puesto las citas en las notas
según la forma actual de citar los libros de la Biblia, y
también las citas exactas de las obras de los autores que
menciona hasta donde nos ha sido posible identificarlas.
Pues fuera de las citas explícitas, del resto de los autores
de quienes toma textos sólo menciona su nombre sin in-
dicar la obra concreta de dónde los toma. Los autores que
cita explícitamente son: San Bernardo de Claraval, san
Gregorio Magno -estos dos con profusión-, san Juan Ca-
siano, san Agustín, san Jerónimo, san Anselmo, san Juan
Clímaco, San Basilio Magno, san Hugo cartujano y obis-
po de Lincoln, san Cipriano, san Ambrosio, Dionisio
Areopagita, Dionisio el Cartujano, Próspero de Aquita-
nia, y algunos otros autores clásicos como Platón, Aristó-
teles, Séneca, Secundo y personajes históricos como Aní-
bal, Magón y Alejandro Magno, pero estos últimos sin
duda a través de otros autores. Conoce sin embargo el
Tratado del Espíritu Santo, de fray Juan de San Juan de
Luz –o una fuente común- porque en diversas ocasiones
31
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

lo cita casi a la letra. A veces más que citar literalmente,


resume el pensamiento de los autores que aduce o inter-
pola sus textos para adaptarlos a lo que quiere enseñar.
Antes que él otros habían escrito sobre la muerte, san
Ambrosio, san Juan Crisóstomo, etc. Y en la biblioteca de
Montserrat podía disponer sin duda, de algunos de los
libros impresos en España durante el siglo XVI sobre la
preparación para la muerte –aunque no hemos podido
rastrear citas literales- entre ellos los más conocidos de
Francisco de Ávila, La vida y la muerte (Salamanca
1508); Martín Carrillo, Consuelo de la vejez. Aviso de
bien morir. Apercibimiento y menosprecio de la muerte,
por vía del diálogo entre dos viejos (Salamanca 1539);
Erasmo de Rotterdam, Libro del aparejo que se debe
hazer para bien morir (Burgos 1536, Anvers, 1549, Sevi-
lla 1551, Anvers 1555); Francisco de Evia, Cruz de Cris-
to con mística teología de San Buenaventura…Tratado
muy devoto y provechoso llamado Preparatio mortis, en
el qual se contiene todo lo que el buen cristiano debe de-
cir y hazer en el artrículo de la muerte para haver católico
y buen fin (Medina del Campo, 1553; Alcalá de Henares
1558); Francesc Eiximenis, Tratado de la vida y la muerte
del hombre cristiano o Carro de las Donas (Valladolid
1542); Jaime Montañés, Espill del ben viure y per ajudar
a ben morir (Valencia 1559) y Arte de ayudar a bien mo-
rir (Valencia 1565); Pedro de Navarra, Diálogos…de la
preparación para la muerte (Tolosa 1565); Martín Pérez
de Ayala, Avisos para bien morir (Milán 1552); Rodrigo
Santaella, Arte de bien morir (Sevilla 1502-03); Alejo
Venegas de Busto, Agonía del tránsito de la muerte con
los avisos y consuelos que cerca della son provechosos
(Toledo 1537)12.

32
ESTUDIO PRELIMINAR

6. EL ESTILO

En cuanto al estilo, el mismo autor dice en el prólogo:


“Y porque se escribe para los simples va en estilo simple
y vulgar, porque todos se puedan mejor aprovechar de él,
teniendo más ojo a que la doctrina sea provechosa, que
muy subida, y pretendiendo más el provecho, que la ele-
gancia del estilo”. Escribe tal como habla y parece que su
castellano no era muy bueno, porque en la licencia de
impresión dada por D. Diego Hurtado de Mendoza y de
la Cerda, Capitán General del Principado de Cataluña y
Condados del Rosellón y Cerdaña el 26 de setiembre de
1567, éste dice que los libreros “con mucho trabajo de
vuestra persona y gasto de vuestros bienes habéis hecho
corregir y enmendar”.
De hecho cada capítulo semeja un sermón, lleno de
citas de la Biblia o de santos padres, como fundamento de
los que va diciendo, muy del estilo de la época, con frases
y períodos a menudo muy largos. Se sirve y gusta mucho
de la interpretación alegórica para descubrir en nombres y
hechos bíblicos, secretos sentidos doctrinales y espiritua-
les más allá de la mera literalidad. De manera que a me-
nudo al querer iluminar lo que está explicando con nue-
vos sentidos, diríamos que está “rizando el rizo” de signi-
ficados espirituales inverosímiles desde el punto de vista
de la exégesis bíblica actual, llevado de la firme convic-
ción de que la Sagrada Escritura es, como dirá más tarde
de Cristo san Juan de la Cruz “como una abundante mina
con muchos senos de tesoros, que por más que ahonden
nunca les hallarán fin ni término, antes van hallando en
cada seno nuevas venas de riquezas acá y allá”13.

33
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

A veces, especialmente en el Libro de la preparación


para la muerte, para probar su doctrina aduce textos de
los Santos Padres enlazándolos entre sí mediante una
frase de transición. Lo mismo hace con los textos de la
Escritura, de tal manera, que algunos capítulos son una
sarta de citas bíblicas, aunque enlazadas con cierta ele-
gancia. Su lenguaje es siempre religioso y su tono exhor-
tativo. El vocabulario ascético-místico es el de los autores
que ha leído y el propio de la época, aunque no excesi-
vamente técnico, fuera de alguna ocasión, cuando trata
puntos importantes de fe o de teología.
Heredero de una tradición intelectual fundada en la
Biblia y en los autores monásticos como san Agustín, san
Basilio Magno, san Juan Casiano, san Gregorio Magno y
sobre todo en san Bernardo, que dice que “las verdaderas
riquezas no son los bienes de este mundo, sino las virtu-
des”14, y en santo Tomás de Aquino. Comprende la vida
cristiana en término de virtudes y su crecimiento. Cree en
la bondad de la creación, que tiene huellas de su Creador,
en el deseo que Dios tiene de la salvación del hombre,
creado a imagen y semejanza suya y en la alegría de la
visión de Dios como destino del creyente. Propone la
humildad ante el misterio del Dios Uno y Trino y ser
testigos de su amor y misericordia, y del evangelio que
salva y nos hace libres.
Su estilo en absoluto tiene un tono tétrico para tratar
del tema de la muerte. Y aunque realista, se muestra
siempre optimista hasta el punto de querer demostrar
cómo la muerte “debe ser tenida en poco”, si uno se pre-
para a ella con la práctica de las virtudes cristianas, que le
servirán de “guía para los caminos del cielo”, como dirá
más tarde otro benedictino, fray Antonio de Alvarado, en

34
ESTUDIO PRELIMINAR

sus obras: Arte de bien vivir y guía de los caminos del


cielo (1603) y Arte de bien morir y guía de los caminos
de la muerte (1607), reeditadas repetidamente, igual que
la obra del también benedictino fray Gaspar de Avilés:
Muerte cristiana y avisos para bien morir dirigidos al
pecador christiano (1603).
Esta obra hay que catalogarla dentro del ars moriendi
de su tiempo y tiempos posteriores. Pues la meditación
sobre la propia muerte, particularmente resaltada por la
“devotio moderna”, era uno de los temas fundamentales
de meditación de la espiritualidad del siglo XVI, como
medio pedagógico para lograr lo que hoy llamamos ma-
durez humana, mediante el propio conocimiento, el cual
tiene dos vertientes: el reconocimiento de la limitación y
nada humana (meditación de la muerte en torno al cuer-
po) y el reconocimiento de la propia malicia y pecado
(meditación de la muerte en torno al alma), para apartar la
persona del pecado, pues según la sentencia bíblica del
Eclesiastés: Acuérdate de tus postrimerías y no pecarás
jamás (7,40). Como vida y muerte forman una unidad,
hay que prepararse para la muerte, pues la muerte es el
coronamiento de la vida y por eso no se debe improvisar
porque en ello va la felicidad eterna, pues como dice el
refrán latino: Talis vita, finis ita. Tal la vida, así será la
muerte. Pero sólo podemos morir bien si durante la vida
nos ejercitamos en el morir, que es el desprendimiento,
pues en la muerte nos desprendemos de la vida y de todo
para ser uno con Dios. Solo los que han vivido bien no
tienen dificultad en morir, en abandonarse con serenidad
en las manos de Dios. De aquí que fray Pedro exhorta a
llevar una vida auténticamente cristiana, guiada por el
ejercicio continuado de las virtudes teologales y cardina-
les, singularmente la humildad, la mansedumbre, la obe-
35
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

diencia y caridad para con Dios y para con el prójimo,


que él califica como los mejores frutos del árbol de la
cruz de Cristo, donde él los mostró de manera superemi-
nente.
Y nos parece válida la opinión de C. G. Jung de que
es sano creer en la vida después de la muerte para no afe-
rrase a la vida. Y que “es neurótico no predisponerse a la
muerte como una meta que da sentido y cumplimiento a
la vida y no como una terminación carente de sentido”.

7. ESTA EDICIÓN.

La edición castellana del Libro de la preparación para


la muerte no fue precedida de su edición latina, como las
otras obras de fray Pedro Alonso de Burgos. Es ya obra
muy rara. De ella hay un ejemplar en la Biblioteca de
Catalunya. Nosotros nos servimos del ejemplar de la Bi-
blioteca Episcopal del Seminario de Barcelona, Reg.
25903, Sign. 248, a cuyo director y amigo el Dr. Joseph
Maria Martí Bonet, damos las más expresivas gracias por
facilitarnos una copia de la obra. Se trata de un Vol. en
8.º, de 105 folios numerados con números árabes, pero
del folio 41 pasa al 44, sin que falte texto alguno y por
error el 73 viene como 75 y el 87 como 97, el 88 como
86, el 92 como 62 y el 102 va repetido. El texto llega
hasta el colofón del fol. 103v: Impreso en Barcelona por
Pedro Regnyer 1668 (1568). Siguen los folios 104r-105r,
añadidos de “protestaciones que se deben hacer a cual-
quiera que está al paso de la muerte”. Acaba con un gra-
bado al boj: con la inscripción siguiente: Arriba: Ne /
Hault . En medio: Mediocre / ment y abajo: Ne / Bas. El
libro no tiene índice de capítulos al principio ni al final.

36
ESTUDIO PRELIMINAR

Nosotros se lo hemos puesto simplemente tomando los


títulos de los capítulos.
En cuanto a la transcripción hemos conservado tal
cual el número y título de los capítulos, cuyo texto segui-
do hemos dividido a veces con puntos y aparte, respetan-
do siempre el texto en todas y cada una de sus partes,
pero deshaciendo las numerosísimas abreviaturas, y de-
jándolo según las normas de la ortografía actual para
hacer más fácil su lectura, ya que el texto no tiene valor
filológico significativo. Asimismo hemos regularizado las
formas de castellano antiguo hoy en desuso, como ph de
Phelipe y philósopho por f, las dobles ll, ss, ff y pp, y las
ç por c y z, la s por x (estraño por extraño), las x y g por j
cuando éste es su sonido, así como suprimido la a inicial
de las expresiones amatar, abastar, abajar, alimpiar,
adonde y las formas arcaicas agora por ahora u ora, ansí
por así, mesmo por mismo, proprio por propio, criador
por Creador, escura por oscura, difinir por definir, y las
formas que alterna, como alma y ánima y contino y con-
tinuo, siempre por alma y continuo, las formas verbales
habemos por hemos, estuviéredes, catáredes, muriéredes,
por estuvieres, catares y murieres, y cambiado los pro-
nombres personales se, te, me, nos, os, le, lo, proclíticos
en enclíticos en todos los casos que hoy no se usan, y
deshaciendo las formas como desto, desta, dello, della y
de y dello por de este y de ello, de ella y de él, y algunas
pocas veces cambiando los tiempos de los verbos eis por
habéis, halláis por halléis, cuando éste era el sentido, por-
ná, terná y vernà, por podrá, tendrá y vendrá, vido por
vio, y las formas veer por ver, hinchir por henchir, lición
por lección, perfición por perfección, instabilidad por
inestabilidad, spíritu por espíritu, sanct o sanctos por san
y santos, qual por cual, y griega por i latina, o por oh y e
37
ERNESTO ZARAGOZA PASCUAL

cuando es el caso, suprimiento las h de Christo, thesoro,


theología y charidad, y poniendo las h que faltan, y regu-
larizando las u o v por v o b, así como las formas immo,
nb, np y pt por inmo, mb, mp, y t, y escribiendo los nom-
bres bíblicos y otros según la grafía actual. Siempre con
el intento de hacer más fácil su lectura, sin modificar por
ello el estilo del autor.
Como las dos obras ya publicadas de fray Pedro
Alonso de Burgos, también ésta tercera se reimprime
cuatrocientos años después de la primera edición, merced
al interés del profesor D. Javier Alvarado, al cual damos
públicamente las más rendidas gracias, pues sin su cola-
boración las tres obras habrían quedado olvidadas, quizás
para siempre, lo que felizmente no sucede ahora con esta
obra, y si continúa dispensándonos su inestimable apoyo,
a no tardar podrán publicarse otras dos obras más de fray
Pedro Alonso de Burgos, con lo cual tendremos a nuestra
disposición las obras completas de este ilustre benedicti-
no y ermitaño monserratense holandés de ascendencia
burgalesa.

Ernesto Zaragoza Pascual

38
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA
MUERTE Y DE CÓMO DEBE
SER TENIDA EN POCO

(1568)
DEDICATORIA

A la muy alta y muy poderosa señora Doña Juana infanta de


Castilla y princesa de Portugal. Fray Pedro Alonso de Burgos, ermi-
taño de Montserrat, desea salud en Cristo que es verdadera salud y
eterna prosperidad.
Los años pasados (muy alta y muy poderosa señora) hice una
obrecilla de la inmortalidad del alma y la intitulé a la majestad del
rey, nuestro señor, para que acordándose siempre cómo según el
alma no puede morir, pues (en) cuanto al cuerpo no se puede excu-
sar, hiciese tal vida que le llevase a la eternidad, que es Dios, en cuya
vista consiste el sumo bien de los hombres, y porque ahora con el
divino favor he hecho otra de la preparación para la muerte, me
pareció bien enderezarla a vuestra Alteza. Porque tengo entendido
que así vive como quien cada día aguarda la muerte, lo cual es ver-
dadero aparejo para bien morir y también para que siendo favorecida
de vuestra Alteza, hiciese más fruto la obra en las almas y con su
protección y amparo fuese mejor defendida de los maldicientes, los
cuales tienen por oficio de detraer a todo el bien que ven imitando al
demonio, de quien son instigados, en especial que va en estilo bajo y
humilde, como lo pide mi profesión de mi vida eremítica, la cual está
muy lejos y apartada de los primores de Corte y elegancias de bien
decir. Reciba pues vuestra Alteza este pobre don y servicio que con
muy rica voluntad le hace este ermitaño pobre, y ampare esta humil-
de obrecilla que sale a luz debajo de su esclarecido nombre, para que
pueda conseguir el fin deseado. Cuya muy alta y muy poderosa
persona y estado guarde nuestro Señor y prospere para siempre con
la verdadera prosperidad de su gracia y gloria. Amén.

A la gloria de la Santísima Trinidad y de la gloriosísima Virgen


Madre de Dios y Señora nuestra, para provecho y utilidad de los
fieles, comienza el libro de la preparación para la muerte y de cómo
debe ser tenida en poco.

40
PRÓLOGO E INTRODUCCION DE LA OBRA
AL CRISTIANO LECTOR

No sin muy justa razón aquel vaso escogido del


todopoderoso Dios y príncipe de los Apóstoles San Pa-
blo (cristiano lector) escribiendo a los de Corinto dice:
Pasa la figura y apariencia de este mundo15. Porque
como todas las cosas mortales sean sujetas al tiempo,
cuyo fin y oficio propio es siempre correr e pasar y nun-
ca estar en un mismo estado, así cuanto acá se hace y
hay en el mundo, necesariamente ha de tener fin y tér-
mino. De aquí es, que dijo muy bien el pacientísimo Job:
Más presto se pasaron mis días, que se corta la tela teji-
da por mano del tejedor16. Comparó muy bien la vida de
los hombres con la tela, porque así cómo se hace aña-
diendo hilo a hilo, así corre la vida humana ajuntando un
día con otro, y cómo acabada la tela en un punto se corta,
así la vida en un momento es cortada del autor de ella. Y
por eso Job luego añade: Acuérdate Señor cómo mi vida
no es sino un viento17. Como si dijera: ¡Oh benignísimo
padre y clementísimo Dios, mira la velocidad de mi vida
y perdona la flaqueza de la condición humana! Pidiendo
perdón de su culpa pone delante (de) su Hacedor la mu-
tabilidat de su condición. Porque grande y muy acepto
sacrificio es a Dios la memoria de la propia fragilidad y
miseria. Esto es también lo que dice el Apóstol Santiago
en su canónica: ¿Qué es vuestra vida? Un vapor que
dura muy poco y luego se deshace18. Y por eso dice él
mismo en otra parte: El humilde se huelga en su gloria y
levantamiento y el rico en su bajeza, porque pasará co-
mo flor del heno. Salió el sol con ardor y lo secó, cayó la

41
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

flor en tierra y pereció su hermosura, y así se marchita-


rá el rico en sus caminos19. Como si más claro dijera:
Así sufra el humilde el abatimiento y trabajos de esta
vida con que delante de Dios es sublimado, como cosas
que muy poco han de durar. Y así pase el rico por la
prosperidad de las riquezas y de este siglo que en el di-
vino acatamiento son miseria y bajeza, como cosas que
no han de permanecer, antes muy presto han de pasar y
acabarse. Y así los varones santos (como dice San Gre-
gorio) contemplando la eternidad, ven cuan breve es
todo lo que tiene fin. Y porque entienden con una luz
soberana lo que es eterno, menosprecian todo lo que
tiene fin y cabo. Y estando aún encerrados en la cárcel
de la carne y atados al tiempo, son arrebatados sobre
todo término de tiempo y tanto con mayor facilidad dan
de mano a todo lo que tiene fin, cuanto con mayor ahín-
co y dulzura contemplan lo que siempre permanece. Y
esta consideración de la ligereza y brevedad de nuestra
vida y de todo lo del mundo es una cosa y ofrenda muy
agradable en el acatamiento del Creador. Esto dice san
Gregorio20.
Mas veamos lo que quiso decir san Pablo cuando
dijo: Pasa la figura y estado de este mundo21. No dijo la
sustancia, mas la figura, porque no pasará la sustancia,
que son los elementos y cuerpos celestes, más la corrup-
ción, movilidad e inestabilidad de todas las cosas que
llamó la figura. O podemos decir (moralmente hablando)
que toma la figura por representación y comedia, lla-
mando muy convenientemente a este mundo por este
nombre. Porque (¿qué) es este mundo bien mirado, sino
una comedia? Vemos que está lleno de personajes, cada
cosa representa el suyo, y después de acabado su oficio

42
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

torna a su principio. Porque todas las cosas son delezna-


bles, perecederas y corruptibles, y no hay nada que dure
para siempre. Y por esto dice muy bien san Bernardo:
En este valle de lágrimas la vida es trabajosa, corrupti-
ble, llena de amarguras, los humores la hinchan, los
dolores la arrancan y destierran, los ardores la desecan,
los aires la infeccionan, los manjares la engruesan, los
ayunos la enflaquecen, las burlas la disuelven, las triste-
zas la consumen, la solicitud la aprieta, la seguridad la
embota, la vejez la agrava, la enfermedad la quebranta,
la tristeza la abaja y deprime22. Contemplad por un solo
Dios cuántas y cuán grandes variedades se revuelven
(a)cerca de esta triste y miserable vida de los mortales.
Pues si volvéis los ojos a las otras cosas que por toda la
vida les acontecen, dudaréis si en toda la universidad de
las cosas hay cosa más varia. Ahora veréis uno del todo
idiota y en breve sabio, y a este mismo sobrepujar a Cra-
so en riquezas y después más pobre que Iro y cuando no
catáis le veréis cercado de dignidades y grandes honras y
apenas ha comenzado a gustar de ellas, cuando le veréis
abatido y rodeado de deshonras e ignominias. Por lo
cual con mucha razón un filósofo estos bienes tempora-
les no los llamaba propios, mas prestados, comparando
la vida de los hombres con la rueda, la cual rodando
siempre sube hasta la cumbre lo que estaba bajo y en un
punto abaja y deprime hasta el profundo lo que estaba
muy alto y elevado23.
Pues luego muy bien dice san Pablo: Pasa la figu-
ra de este mundo y su comedia, farsa y burla con que
nos trae embaídos y engañados. Sobre lo cual dice tam-
bién muy maravillosamente san Basilio consolando a
uno a quien se le había muerto su hijo, cuyas palabras

43
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

dicen así: ¿Por qué no te acostumbraste a sentir de las


cosas mortales y que tienen principio semejantemente al
fin? ¿Mas tomaste la muerte de tu hijo así como impro-
visa y no pensada? Te pido por Dios, luego que te dije-
ron que te era nacido un hijo, ¿si alguno te pidiera qué
era lo que había salido al mundo, no respondieras ser
(un) hombre? Si hombre, también mortal. Pues ¿qué
maravilla, si murió el que era mortal? ¿No miras al sol
salir y ponerse? ¿La luna ahora llena, ahora mengua-
da? ¿La tierra ahora florecida, ahora marchita? ¿Qué
hay acerca de nosotros estable? ¿Qué inmortal y perpe-
tuo? Mira el cielo y acata la tierra, ni el uno ni el otro
dura para siempre. Dice la Escritura que el cielo y la
tierra pasarán, las estrellas caerán de su firmamento, el
sol se oscurecerá y la luna perderá su claridad. Pues
¿qué maravilla, si nosotros siendo parte del mundo,
seamos sujetos a lo mismo?24. Cierto estas son cosas
dignas de Basilio. Ni se habían de esperar otras de tan
gran varón, el cual por eso dignamente alcanzó y mere-
ció nombre de Grande, porque muy bien supo filosofar
de las cosas divinas y humanas. Luego bien dice por
cierto san Pablo Que pasa la figura es este mundo. Pues
según hemos visto, en él no hay cosa que dure ni perma-
nezca, antes todas pasan, vuelan y se acaban con increí-
ble velocidad a manera de las comedias y farsas que en
los teatros se representan. Por lo cual el mismo san Pablo
antes de estas palabras nos amonesta diciendo: El tiempo
es breve, por lo cual no resta sino que los que son casa-
dos vivan como si no lo fuesen, y los que lloran como si
no llorasen y los que son alegres como si no lo fuesen, y
los que han comprado alguna cosa, como si no la pose-
yesen y a los que usan de este mundo, como si no usasen

44
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

de él25. De donde se sigue, cuán dignos son de ser llora-


dos los que olvidados de si mismos usan de este mundo
como si de él nunca hubiesen de salir, dándose no sólo a
matrimonios (que aun esto es lícito) empero empleando
todo el tiempo de su vida en actos y vicios torpes, feos e
ilícitos. Si son probados con alguna adversidad sin admi-
tir consolación se lamentan. Si les sucede alguna prospe-
ridad, se deshacen de alegría, atesoran riquezas, levantan
altos edificios, multiplican posesiones, añaden casas a
casas y como si para siempre hubiesen de vivir, nunca la
muerte ni el siglo venidero les viene a la memoria.
Y como yo viese la mayor parte de los hombres
puesta en esta locura, me pareció ser cosa no de pequeño
provecho para todos, hacer un tratado de la aceleración
de la muerte y de cómo nos hemos de aparejar para ella,
y como ella sea la más terrible entre las cosas temerosas
y que espantan qué modo tendremos para la recibir con
alegría y contento. Y porque se escribe para los simples
va en estilo simple y vulgar, porque todos se puedan
mejor aprovechar de él, teniendo más ojo a que la doc-
trina sea provechosa que muy subida, y pretendiendo
más el provecho que la elegancia del estilo. Reciban
pues los (cristianos lectores) esta obrecilla y pequeño
trabajo hecha para su utilidad y aprovéchense de ella,
pues se hizo para provecho de todos, defendiendo su
humildad, bajeza y llaneza de estilo y doctrina de los
maldicientes, los cuales suelen poner lengua aún en las
cosas mayores y más buenas; y ruegue a Dios por el que
la compuso, para cuya honra y gloria sea el fruto que de
ella por su gracia se siguiere, cuya doctrina con el autor
de ella se somete y humilla a la corrección de la Santa
Iglesia Romana y de sus ministros, como es razón, te-

45
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

niendo y aprobando lo que ella enseña y aprueba y re-


probando todo lo demás y detestándolo como no tal,
abrazando en todo a Jesucristo sumo Señor y bien nues-
tro, el cual por su infinita bondad nos quiera dar su gra-
cia y gloria a todos. Amén.

46
CAPÍTULO PRIMERO.

DE TRES MANERAS DE MUERTES QUE SE


HALLAN EN LA DIVINA ESCRITURA.

Muchos han tratado de los movimientos de los


cielos y cursos de los planetas, otros de las naturalezas
de las hierbas, otros de las virtudes y otros de la sustan-
cia de Dios. Empero ¿qué aprovecha saber mucho de las
estrellas y hierbas y virtudes, y aun de la esencia divina,
si no se sabe el arte de bien morir donde es la navegación
más peligrosa y el puerto muy dudoso y difícil de hallar?
Por tanto, aunque todas las otras artes sean muy nobles y
de mucha utilidad, empero ésta a mi ver tiene muy gran
ventaja, pues en ella (digo en saberla bien y obrarla me-
jor) va el resto del hombre no para un día, mes o año,
sino para siempre jamás sin fin. Habiendo pues de tratar
de este negocio tan importante, será bien, pues en la Es-
critura Sagrada se hallan muchas maneras de muertes,
que primero digamos cuántos son sus géneros, y lo se-
gundo la definición de cada cual y lo último (pues todos
hemos de morir) qué modo tendremos para acabar con
alegría y gozo, y alcanzar el fin último y bienaventurado
que todos deseamos. Pues para entender cuántas manera
hay de muertes, es necesario saber cuántas hay de vidas.
Y para entender mejor esto, hemos de presuponer prime-
ro qué cosa es vida y cómo se toma este vocablo. Y así
decimos que vida quiere decir dos cosas. Quiere decir
vida lo primero cualquiera operación y lo segundo prin-
cipio intrínseco de operación. Y porque en el hombre
puede haber tres maneras de operaciones, corporal, espi-

47
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

ritual y eterna, de aquí se sigue que hay también en él


tres maneras de vidas que son: corporal, espiritual y
eterna.
El alma es principio de la vida corporal, la gracia
es principio de la vida espiritual y meritoria, y la lumbre
de gloria es principio de la vida eterna. Y como muerte
no sea otra cosa, sino la privación de la vida, de aquí se
sigue que hay también tres maneras de muerte, conviene
a saber: corporal, espiritual y eterna. La muerte corporal
no es otra cosa sino un apartamiento del alma y del cuer-
po; la espiritual es una privación de la gracia, de la cual
es privada el alma por el pecado; y la eterna es un apar-
tamiento de la lumbre de gloria. De la muerte corporal se
hace mención en el tercer capítulo del Génesis, adonde
dijo Dios a Adán después que pecó: Porque obedeciste a
la voz de tu mujer y comiste de la fruta del árbol que te
mandé que no comieses, desde ahora será maldita la
tierra en tu obra, todos los días de tu vida comerás de
ella con trabajo, trabajarás en ella arándola y cavándo-
la y el fruto que te producirá serán cardos, espinas y
abrojos, y tu manjar serán hierbas, y si otra cosa quisie-
res te ha de costar muy caro y tu trabajo, porque te cer-
tifico, que en sudor de tu rostro comerás tu pan todos los
días de tu vida, hasta que vuelvas a la tierra de done
fuiste formado, porque polvo eres y tierra y en polvo y
en tierra te volverás26.
De la muerte espiritual se lee en el Apocalipsis, en
el capítulo tercero donde escribe san Juan que el que
hablaba con él, le mandó diciendo: Escribe al obispo de
la Iglesia de Sardis. Esto dice el que tiene los siete espí-
ritus de Dios y las siete estrellas. Yo reconozco tus
obras, porque tienes fama que vives y estás muerto27. Y

48
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

san Pablo escribiendo a Timoteo y tratando de las viudas


dice: La que es verdaderamente viuda y desamparada
tenga esperanza en Dios y de día y de noche no cese de
los ruegos devotos y de la oración. Porque la que vive
de deleites ésta tal, muerta es de la muerte espiritual 28,
en que muere el alma. Lo mismo dice también Salomón
en los Proverbios: No des orejas al engaño de la mala
mujer, porque sus labios son así como un panal que
destila, y su garganta más clara y suave que el aceite,
mas sus postrimerías amargas como el absintio (ajenjo)
y agudas como cuchillo de dos cortes, sus pies resbalan
en la muerte y sus pasos penetran los infiernos29. Todos
éstos con razón se llaman muertos, porque apartados de
Dios omnipotente y sumamente bueno, entendiendo en
cosas muertas desechan de sí la gracia, que es la verda-
dera vida del alma. De la muerte eterna y del malo se
escribe: Eternamente no verá la lumbre30. Y se llama por
otro nombre, muerte segunda31, porque después de la
corporal debida a todos los hombres se sigue esta otra, la
cual aprieta y arrebata sólos aquellos que con sus peca-
dos y malas obras se apartan de Dios y voluntariamente
sirven a los demonios. De manera que tenemos que hay
tres maneras de muertes, así como dijimos que hay tres
maneras de vidas32. Mas porque es nuestro intento prin-
cipal tratar de la muerte corporal y de su menosprecio y
cuánta alegría causa en los buenos, dejadas por ahora las
otras dos, pongamos mano en ésta, y digamos algo de lo
que de ella hablaron los doctores sagrados.

49
CAPÍTULO 2.

DE CÓMO VINO LA MUERTE A LOS


HOMBRES Y TAMBIÉN EL REMEDIO DE ESTE
MAL POR LA INFINITA MISERICORDIA Y
CARIDAD DE DIOS.

Mas antes de esto será bien, pues hemos visto qué


cosa es muerte y cómo hay tres maneras de muertes, así
como también las hay de vidas, que veamos ahora antes
de todo, de dónde le viene al hombre la muerte. Porque
en el capítulo segundo del Génesis se lee que Dios formó
al hombre del limo y barro de la tierra y le dio espíritu de
vida y le puso en el Paraíso de deleites. Le había criado a
imagen y semejanza suya, y porque no faltase cosa, des-
pués de haberle dado la compañía de la mujer echó su
bendición sobre ellos y dijo: Creced, multiplicad y hen-
chid la tierra y enseñorearos de ella y sed señores de los
peces de la mar y de las aves del cielo y de todos los
animales que se mueven sobre la tierra33. Y un poco
después dice: que miró Dios y vio todas cuantas cosas
había hecho y criado, y que eran todas muy buenas34. En
todo esto no se halla Dios haber sido autor de la muerte,
mas antes de la vida. Y por eso dice la Sabiduría: Dios
no hizo la muerte, ni se goza en la perdición de los vi-
vientes35. Pues luego, ¿quién fue la causa de este mal tan
grande y de dónde tuvo principio esta pestilencia y des-
trucción del género humano? Si bien lo miramos vere-
mos que la raíz y fundamento de la muerte fue el pecado,
y así dijo Dios a Adán después que pecó como por sen-
tencia definitiva: Polvo eres y en polvo te tornarás36.

50
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Hizo el grande autor y sapientísimo artífice de todas las


cosas al hombre para que le conociese, conociéndole le
amase, amándole le sirviese, sirviéndole le honrase, y
finalmente después en pago de su servicio y honra le
gozase para siempre con los ángeles en el cielo37. Pero
eso de tal manera que si en algún tiempo le fuese des-
obediente e ingrato, tuviese por cierto que sería castiga-
do con muerte temporal y eterna.
El hombre olvidado de este precepto y de Dios y
de todos los beneficios que había recibido de su liberalí-
sima mano, pensando hacerse muy grande cayó en la
sentencia de la muerte y en todas las calamidades y mi-
serias que hemos visto y hasta hoy experimentamos. Lo
cual considerando, el Eclesiástico con un gemido íntimo
y dolor muy grande de corazón dice: Un yugo muy pesa-
do y duro se ha puesto sobre los hijos de Adán desde el
día que salen del vientre de su madre hasta el día de la
muerte y sepultura, la cual es madre de todos38. Y el
Profeta dice: Los días del hombre son como el heno39. Y
aun esto es, lo que dice también san Gregorio y no sin
lágrimas: El pan del hombre en el Paraíso terrenal fue
la suavidad de la visión divina, abundancia de su pala-
bra y comunicación, gozo de la quietud interior, un res-
plandor de la luz incomprensible, una suave refección
de la sabiduría, compañía deleitable de los ángeles, un
amor de Dios y regocijo del espíritu, y en fin la presen-
cia del Creador, al cual tan entonces perdió cuanto con-
sintió con la amonestación de la serpiente. De donde
vino que el que antes estaba en la cumbre de la biena-
venturanza cayese en el lago de las miserias, y el que
era refeccionado de la suavidad interior del alma co-
miese pan de dolor y de amargura40.

51
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

De todo esto podemos colegir ser verdad lo que di-


jimos arriba: Dios no haber sido autor de la muerte, mas
que el hombre la tomó por sus propias manos y culpa,
pues como hemos visto se le siguió en pena del pecado.
La cual tomó tanta fuerza por la sentencia divina después
de él, que nunca después acá perdonó a ninguno, mas
antes mozos y viejos, varones y mujeres, pobres y ricos,
siervos y señores, nobles y sin nobleza, reyes y súbditos,
a todos igualmente arrebata y lleva cautivos sin hacer
diferencia ninguna de estado ni condición. Y esto en
figura nos dibujó Dios muy bien en Saúl rey de Israel.
Porque Saúl quiere decir apetición o apetito, el cual
haciendo conforme a su nombre, que es apeteciendo y
tomando con sus propias manos la muerte, destruyó en sí
con todos los suyos y así el primer hombre engañado de
la mujer, y la mujer de la serpiente, apeteciendo cosas
mayores que les convenían, y comiendo del árbol veda-
do, mataron a sí y a todos sus descendientes. De tal ma-
nera que ninguno jamás escapó de la mano del imperio
de la muerte. Empero esta diferencia hubo entre Adán y
Saúl, que Saúl desesperado de la clemencia y bondad
divina juntamente con el cuerpo perdió el alma, mas
Adán conociendo el mal que había hecho y todas las
penas en que había incurrido, postrado delante del trono
de la divina justicia, con lágrimas de corazón dijo aque-
llas palabras, que mucho después el Profeta (David) dijo
en su nombre: Soy Señor hecho miserable y encorvado,
todo el día paso en tristeza y amargura de mi alma, es-
toy afligido y muy humillado, y mis gemidos son como
bramidos del gran dolor que siente mi corazón, mi deseo
Señor está siempre delante vuestro acatamiento y mis
suspiros no se os encubren, y pues vos Señor sois toda

52
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

mi esperanza, no me desamparéis Dios mío y Dios de mi


salud y remedio41.
Estas voces y humildad profundísima fueron tan
aceptas delante del acatamiento divino, que luego se
aplacó volviendo la ira en benignidad y la severidad en
regalo y prometió de enviar a su mismo hijo por salvador
del mundo, el cual con los méritos de su sacratísima pa-
sión satisfaciendo por el pecado restituyese al hombre no
sólo en su primer lugar, más aún en otro muy más aven-
tajado. Y así el profeta Isaías como legado de Dios, tra-
yendo esta buena nueva a los hombres decía a voces:
Esto dice Dios. Los que están desamparados de la gra-
cia, se alegrarán y los que ahora están desviados y solos
se regocijarán, florecerán como el lirio y brotarán y
crecerán como los árboles muy abundosos y darán sal-
tos de alegría y regocijo, verán la gloria y hermosura
del Señor. Confortad vuestra manos flojas y flacas y
fortaleced vuestras rodillas debilitadas, decid los unos a
los otros, animaos hombres de pequeño corazón y no
temáis. Catad que Dios se vengará de vuestros enemi-
gos. El mismo vendrá y os salvará y entonces se abrirán
los ojos de los ciegos, y los sordos cobrarán el oído.
Entonces el cojo dará saltos a manera de ciervo y los
mudos hablarán sin ningún impedimento. Porque las
aguas aparecieron en el desierto y los torrentes en la
soledad, y la que estaba seca es hecha un estanque de
abundancia, y la sedienta fuente de aguas42. Y el profeta
Joel dice: Esto dice el señor Dios: Hijas de Sión regoci-
jaos y holgaos en vuestro Dios, porque os dio el maestro
de la bondad y justicia y os enviará el rocío de la maña-
na y de la tarde como en el principio, y vuestros grane-
ros se henchirán de trigo y vuestras bodegas abundarán

53
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

hasta salirse de vino y de aceite, y comeréis y os harta-


réis y alabaréis el nombre de vuestro señor Dios, el cual
hizo con vosotros maravillas y mi pueblo no será con-
fundido para siempre y conoceréis que estoy en medio
de Israel y soy vuestro señor Dios y no hay otro, y no
será confundido mi pueblo para siempre. Esto dice Dios
todopoderoso43.
¡Oh piedad infinita de Dios! ¡Oh abismo profundí-
simo del amor y caridad divina para con los hombres!
Pudiera muy bien su divina Majestad vengar sus injurias
y con gran justicia castigar al prevaricador de su ley, y
fue tanta su bondad y clemencia que olvidándose de
ellas quiso más perdonarlas que destruir al hombre, sien-
do su enemigo y tan ingrato a tantos bienes, el cual había
creado a imagen y semejanza suya. Y así movido de
entrañas de amor, como padre misericordioso y blando,
en lugar de la venganza usó de misericordia, y en lugar
de azote le hizo beneficios, y en lugar de airarse mostró
grandísima benignidad y clemencia. Y siendo él injuria-
do, hizo la satisfacción él mismo puesto en una cruz en-
tre ladrones, dando por nosotros no sólo la sangre, más
la vida y lo que más es, su alma santísima e inocentísi-
ma. Lo cual contemplando san Anselmo y herido con las
saetas del divino amor hablando dulcemente con Dios, le
dice: Acataste, Señor, la aflicción de tu pueblo, y venci-
do de tu caridad inefable pensaste sobre nosotros pen-
samientos de paz y redención y como fueses Hijo de
Dios y verdadero Dios igual al Padre, coeterno y una
sustancia con él, y con el Espíritu Santo, morando en
una luz inaccesible (ITm 6,16) y sustentando todo el
universo con sola la palabra de tu virtud (He 1,3), no te
despreciaste de inclinar tu alteza y majestad a esta cár-

54
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

cel de nuestro destierro, para que gustando nuestra mi-


seria nos librases de ella y llevases a tu gloria. Poco te
pareció, ¡oh buen Señor! enviar para nuestra repara-
ción algún querubín o serafín o algún otro ángel del
cielo, sino que tu mismo tuviste por bien de venir a noso-
tros pecadores y vilísimos esclavos por mandado de tu
Padre eterno, cuya caridad inefable hemos experimen-
tado en ti y en esta obra maravillosa de inestimable mi-
sericordia y bondad. Viniste pues, Señor, no mudando
lugar, mas mostrándonos tu presencia en nuestra huma-
nidad44.
De estas palabras y de las de los profetas arriba
traídas podemos muy bien entender cuánto movió a Dios
la humildad, lloro y penitencia de Adán. Mas esto, no
obstante, porque su sentencia quedase inviolable y siem-
pre tuviésemos memoria de la ofensa cometida para nos
guardar en adelante, y también para que sufriendo los
dolores, aflicciones y amarguras que preceden a la muer-
te por su amor con gran esfuerzo y alegría fuésemos
purgados de las heces de nuestros pecados y acrecenta-
dos en grandes méritos y gloria, ordenó su divina justicia
y providencia que aquella sentencia: Polvo eres y en
polvo te tornarás45 que dio contra el primer hombre,
siempre fuese adelante y que ninguno de ella escapase ni
su propio Hijo, como lo vemos cumplido por la expe-
riencia de tantos millares de años y siglos, en los cuales
apenas hallaremos, siquiera uno que se aya escapado de
ella, y ninguno que pueda al fin excusar la ejecución de
su rigor, por poderoso, rico o sabio que sea.

55
CAPÍTULO 3.

DE CÓMO LA MUERTE NO PERDONA A LOS


PODEROSOS Y MONARCAS DE ESTE MUNDO,
NI NINGUNO DE LOS MORTALES,
DECLARADO POR UNA FIGURA.

Este rigor de esta inmutable sentencia tan gene-


ralmente ejecutada en todos sin diferencia ninguna nos
significó en figura muy bien aquella gran estatua que vio
Nabucodonosor rey de Babilonia, cuya cabeza se dice
era de oro, los brazos y pecho de plata, el cuerpo y vien-
tre de cobre, las piernas de hierro y solos los pies tenía
de lodo o barro. Y dice más, que se cortó una piedra de
un monte sin tocar manos a él, y herida la estatua con
ella en los pies, fue hecha pedazos y vuelta en ceniza46.
¿Dime ahora por Dios a quién significaba esta estatua
que vio Nabucodonosor? ¿Por ventura piensas que re-
presentaba o figuraba a otros, que a los ricos, nobles y
poderosos de este siglo? No por cierto. Porque la cabeza
se dice era de oro, el cual suele ser ofrecido a los reyes.
El pecho y brazos de plata, en lo cual se entienden las
riquezas tan queridas, amadas y buscadas de los ricos. El
cuerpo y el vientre de cobre, en el cual por ser metal tan
sonoroso se significa la fama y gloria mundana. Las
piernas de hierro, en lo cual se nos denota la fortaleza y
potencia. Los pies de lodo, no ay duda sino que en ellos
se nos descubre la mortalidad, que es el fin y remate de
todo, y luego añade haber sido cortada una piedra de un
monte sin manos de hombres, y heridos los pies de la
estatua, haberla deshecho y tornado en ceniza, porque la

56
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

muerte que es la piedra, es la que acaba y consume a los


reyes y monarcas, a los sabios, ricos y poderosos, y la
que deshace la fortaleza y hermosura, y torna en polvo y
ceniza nuestros cuerpos y nos despoja de la vida, gloria y
fama y todo lo demás tras que tan ciegos y desatinados
en este mundo engañoso andamos perdidos. Y se entien-
de la muerte por la piedra, y no sin gran conveniencia,
porque así como los caminantes algunas veces sin pensar
tropiezan en ella y caen de ojos, así la muerte poniendo
asechanzas a las pisadas de los hombres, a los desacor-
dados y olvidados previene, y a los imprudentes cuando
menos piensan derriba. Pues por eso dice la profecía de
Daniel muy bien, que la piedra cortada de un monte sin
manos de hombres hirió la estatua en los pies y la tornó
en ceniza, porque todo el linaje humano figurado en la
estatua es herido y deshecho con esta piedra durísima de
la muerte y cae en los lazos de la sepultura, ejecutándose
en él sin excepción ni diferencia alguna, aquella divina
sentencia: polvo eres y en polvo y tierra volverás47. Pero
es cosa muy maravillosa y muy de notar, que la piedra
en la cual se entiende la muerte, se dice que cayó del
monte. ¿Quién si pensáis es este monte? No por cierto
otro, sino el demonio, el cual porque con soberbia dijo:
Subiré al cielo y ensalzaré mi silla sobre las estrellas de
Dios, sentarme he en el monte del testamento en los la-
dos del aquilón, subiré sobre la altura de las nubes y
será semejante al Muy Alto48. Es en la divina Escritura
figurado por el monte frío y puesto al aquilón, de donde
según el profeta Jeremías se descubre, y viene todo el
mal 49. De este monte pues fue cortada la piedra sobredi-
cha porque como está escrito en el libro de la Sabiduría:
Dios creó al hombre inmortal, según el alma, y contra la

57
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

corrupción del cuerpo, le dio la justicia original, empero


por la envidia del diablo entró la muerte en la tierra,
porque engañados por su astucia nuestros primeros pa-
dres, traspasando el mandamiento de Dios, perdieron
aquel don rico y precioso de la justicia original, y de aquí
se siguió por justo juicio de Dios, sus cuerpos corrom-
perse y ser entregados a la muerte50.
Luego bien se dice la piedra que es la muerte,
haber venido del monte, que es el demonio, y que hirió
los pies de la estatua, amonestando con esto a cualquier
hombre por muy poderoso, rico o noble que sea de su
mortalidad. Y más haberla hecho pedazos y vuelto en
ceniza sin pensar, porque su venida es incierta e ignora-
mos el tiempo y el lugar; solamente esto sabemos, que a
ninguno jamás perdonó ni perdonará. Por lo cual dice
muy bien san Agustín: La muerte por mil maneras arre-
bata a los hombres, a uno oprime con calenturas, a otro
con dolores, a éste consume el hambre y a aquél mata la
sed, a algunos la muerte anega en las aguas y a otros
abrasa en llamas, a veces echa la soga a los cuellos con
que se ahoguen, a veces los entrega a las bestias fieras,
que los despedacen, y a unos mata con hierro y a otros
corrompe con ponzoña51. Finalmente de tantas maneras
juega la muerte con esta miserable vida de los tristes
mortales, que parece que para cada uno buscó una nueva
invención de morir, compeliéndolos a todos a fenecer y a
gustar la amargura de su cáliz.

58
CAPÍTULO 4.

DE CÓMO DIOS EN MUCHAS MANERAS PONE


AL HOMBRE DELANTE SU PROPIA MUERTE
PARA QUE SE HUMILLE, Y DE UN EJEMPLO
TERRIBLE CONTRA LOS RICOS MALOS DE
ESTE SIGLO, A LOS CUALES ARREBATA LA
MUERTE DE IMPROVISO.

Aunque san Agustín dice muy gran verdad y la


muerte por tantos modos y maneras acecha a los míseros
mortales, mas si levantamos la consideración un poco
más alto, hallaremos que dispuso Dios esto no sin gran
benignidad y providencia. Porque por eso quiso que el
hombre muriese después del pecado, para que teniendo
su corrupción y nada delante de los ojos siempre tuviese
materia de se humillar; y humillado (re) cobrase su gra-
cia que perdió ensoberbeciéndose. Y ésta es la causa por
la que tantas veces le pone la muerte delante de los ojos,
ora con palabras, ora con figuras, ora por obras. Luego le
dijo después del pecado: Eres polvo y te tornarás en
polvo52. No mucho después murió Abel. Andando poco
más el tiempo se anegaron todos los hombres por el Di-
luvio, sacando unos pocos; tras esto Sodoma y Gomorra
y las otras ciudades que estaban envueltas en el mismo
pecado, perecieron abrasadas. Apenas después acá pasa
un día, que no mueran muy muchos y se conviertan en
tierra, y por esto mismo decía Dios al profeta Isaías: Da
voces y gritos. Y respondió el profeta: ¿Qué quieres,
Señor, que grite? Respóndele Dios: Di a voz en grito,
toda carne es heno y toda su gloria como la flor del

59
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

heno53. Nos lo demostró asimismo en aquella estatua


grande (según arriba ya dijimos), a la cual la piedra que
es la muerte volvió en ceniza. Y aún en otra muy mara-
villosa figura mostrada al profeta Daniel, el cual la cuen-
ta y escribe diciendo así: En el año tercero del reino de
Baltasar, se me apareció una visión y fue en esta mane-
ra. Levantando los ojos vi a un carnero delante de una
laguna, que tenía unos cuernos muy altos y el un cuerno
más grande y más crecido que el otro y vi que sacudía
con los cuernos contra occidente y aquilón y contra el
mediodía y ninguna de las bestias era bastante a le re-
sistir ni librarse de sus manos, antes hizo todo lo que
quería y quedó muy glorioso y engrandecido54. (Y) aun-
que todo esto se puede entender por el Hijo de Dios,
entendiendo en aquel carnero fortísimo a Cristo nuestro
redentor, el cual con su fortaleza y cuernos (astas) de su
santísima cruz no solamente ahuyentó e hizo huir los
espíritus malignos, mas aún, todas las partes de la tierra,
que es todo el género humano, puso debajo de su mando.
Más, pues el espíritu de Dios es fecundísimo y la Sagra-
da Escritura tiene muchos sentidos, también se puede
traer para nuestro propósito y decir que Dios nuestro
señor, así como en la estatua vuelta en ceniza nos signi-
ficó la muerte, así también lo hizo en el carnero ya di-
cho. El cual por eso se escribe tener dos cuernos, para
que entendamos que si alguno escapa del uno, le acome-
te con el otro. Sacude contra el oriente, porque a muchos
desde la cuna y primera edad mata; hiere contra el aus-
tro, porque a algunos derriba en la juventud; amenaza
contra el aquilón, porque a muchos arrebató en la vejez,
mueve también sus cuernos a la parte de occidente, por-
que a los que ni en la primera, ni en la segunda, ni terce-

60
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

ra edad lleva y acaba, llévalos en la cuarta, que es la úl-


tima y decrépita, y así queda muy victoriosa, porque no
hay quien se escape de su poder e imperio, ni quien pue-
da resistir a su temerosa venida.
¿No miras cuán claramente y cuántas veces la di-
vina providencia trae el hombre a la memoria su morta-
lidad y mortaja para que trayendo siempre delante de los
ojos la pena de su pecado, nunca jamás se atreva a ofen-
derle? Por lo cual no cesa mostrarnos lo mismo en un
ejemplo espantoso y terrible de Baltasar, rey de Babilo-
nia, amenazando con él a los ricos malos (y) poderosos
de este siglo. Cuenta pues Daniel, que este dicho rey
hizo un gran convite a los grandes de su reino y estando
borracho mandó traer los vasos de oro y de plata, los
cuales había traído Nabucodonosor, su padre, del tem-
plo que estaba en Jerusalén para que él y sus grandes,
mujeres y mancebas bebiesen en ellos. Y estando be-
biendo a placer vino y alabando (a) sus dioses falsos de
oro y de plata, de cobre y de hierro, de madera y de pie-
dra, en la misma hora aparecieron unos dedos como de
mano de hombre, que escribía contra el candelero en la
superficie de la pared de la sala del rey. El rey miraba a
los artejos de la mano que escribía, y súbitamente se le
mudaron los colores de su rostro, y los muchos y varios
pensamientos e imaginaciones que le sobrevinieron, de
tal manera le turbaron y angustiaron, que las junturas
de los riñones se le desataban, y las rodillas batían una
con otra, del gran temblor y espanto. Entonces el rey
atónito llamaba a grande voces y mandó le hiciesen
venir los magos, caldeos y adivinos, y dijo el rey a los
sabios de Babilonia cuando estuvieron en su presencia:
Cualquiera que leyere esta escritura y me la declarare,

61
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

será vestido de grana fina y traerá un collar de oro al


cuello, y será la tercera persona de mi reino y como
entrasen todos los sabios del rey no supieron leer la
escritura ni dar la interpretación de ella Por lo cual el
rey estaba muy turbado y demudado. Llamado pues Da-
niel profeta del Señor, le dijo el rey: oído he que sabes
descubrir las cosas ocultas y declarar las cosas muy
dificultosas y oscuras, por tanto si supieses leer esta
escritura y declararme lo que ella quiere decir, serás
vestido de grana y serte ha puesto un rico collar de oro
al cuello, y serás el tercero entre los príncipes y grandes
de mi reino. Al cual respondió Daniel y dijo: Tus dones
guárdalos para ti, oh rey, y tus presentes y joyas dalos a
otro. La escritura te leeré yo y decirte he la declaración
de ella. El muy alto Dios, oh, rey Nabucodonosor, (dio
a) tu padre reino, magnificencia y gloria y honra, y por
su grandeza todos los pueblos, gentes y lenguas le temí-
an y temblaban de él. A los que él quería mataba y
hería, a los que quería ensalzaba y a los que le parecía
humillaba. En la hora que su corazón se elevó y se con-
firmó su espíritu en la soberbia entregándose a ella, le
quitó Dios de la silla de su reino y fue despojado de toda
su gloria, y fue echado de en medio de los hombres y
puesto entre las bestias, hecho como una de ellas y su
morada fue con los asnos monteses y silvestres. También
comió heno como buey, y su cuerpo fue amancillado y
corrompido con el rocío del cielo hasta que conociese
que el muy alto Dios tenía poder sobre los reinos de los
hombres, y al que quisiese elegía para el gobierno de
ellos. Así también tú Baltasar, hijo suyo, sabiendo todos
estas cosas no humillaste tu corazón, mas antes te has
elevado y levantado contra el señor del cielo y has

62
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

hecho traer delante de ti los vasos sacros de su casa y tú


y tus grandes y tus mujeres y mancebas, profanándolos,
habéis bebido vino en ellos. Asimismo habéis alabado
(a) vuestros dioses de plata y de oro, de cobre y de hie-
rro, de fusta (madera) y de piedra, los cuales ni ven, ni
oyen, ni sienten, y a Dios que tiene tu vida y tus caminos
en su poder no has glorificado, y por esto de él te son
enviados los artejos de la mano que escribieron lo que
está escrito. Y la escritura es ésta: Mane, Tequel, Fares.
Y la interpretación, ésta que te diré. Mane quiere decir
contó Dios tu reino y lo acabó. Tequel, has sido puesto
en la balanza y hallado que tienes menos. Fares, dividi-
do es tu reino y es dado a los medos y persas. Esa misma
noche murió Baltasar rey de Caldea y Darío medo su-
cedió en su reino55.
Esta es la historia. Y aunque según el sentido espi-
ritual en Baltasar rey hinchado y borracho, el cual tuvo
en poco los vasos de Dios y en fin vencido, se puede
entender el reino del demonio abatido y deshecho, o el
poder del Anticristo echado por tierra, empero también
se aplica muy convenientemente a la materia que tene-
mos entre manos. Porque Baltasar quiere tanto decir
como el que traga las riquezas. ¿Y quiénes son los que
tragan las riquezas sino los ricos y poderosos malos de
este mundo, a los cuales habla el apóstol Santiago di-
ciendo: Ahora vosotros ricos soberbios y malos llorad
dando aullidos en vuestras miserias que os han de so-
brevenir. Vuestras riquezas se han podrido y corrompi-
do, y vuestros vestidos son comidos de la polilla, vuestro
oro y vuestra plata se ha cubierto de orín, y el orín será
contra vosotros testimonio y comerá vuestras carnes
como el fuego. Habéis atesorado con estas cosas para

63
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

vosotros la ira de Dios en el último día. Hicisteis muy


grandes banquetes sobre la tierra y os criaste en delei-
tes, dándoos a todo vicio y lujuria56, como si dijese y
esto todo está reservado para el día de la venganza y del
castigo, que vosotros tenéis tan olvidado y os vendrá
cuando menos os catéis, de rebato. Por lo cual muy bien
se dice adelante en la figura, que Baltasar usó mal de los
vasos del templo. Los vasos del templo son las potencias
del alma, con las cuales los ricos mundanos no sirven a
Dios, mas antes a sí mismos, henchiéndolas de torpes y
sucios pensamientos y deleites. Empero cuando piensan
que están más seguros y felices, en la edad más florida,
llenos de riquezas, gozosos en deleites, acompañados
con gran copia de criados y servidores y se hallan fuertes
y valientes y poderosos, súbitamente los acomete la
muerte despojándolos de su vana esperanza, y derrocan-
do toda su fortaleza. Luego Baltasar, que es el que anda
tras las riquezas perdido, frustrado de su esperanza,
manda llamar a gran prisa los magos, que son los médi-
cos, para que le den algún remedio contra la muerte. Mas
¿qué vale la humana industria ni todo el saber de los
médicos, cuando ha llegado ya el último día de la vida?
Porque orden es y decreto del muy alto Dios, que todo
hombre muera, y ninguno jamás se escapó de esta irre-
vocable sentencia. Viene pues Daniel, que es la divina
sentencia y decreto irrevocable, y dice: Ya es contado tu
reino, porque el término de tus días es allegado y has
sido examinado y pesado en la balanza y hallado tener
menos57. Porque ensuciaste la imagen de tu creador y
perdiste los talentos, que son las virtudes que te fueron
infundidas, ni diste el dinero de tu señor a usura, el cual
sabías que te había de ser demandado con mucha ganan-

64
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

cia. Por lo cual, ésta es la sentencia de la divina justicia:


Que tu reino sea dividido. La una parte se dé a los me-
dos y las otra a los persas58. El reino del hombre es el
mismo hombre, el cual tiene dos partes, la una el espíri-
tu, la otra el cuerpo, la una parte se da a los medos, que
es el cuerpo, a los gusanos, y la otra, a los persas, con-
viene a saber, el alma a los demonios para ser atormen-
tada en los fuegos eternos.

65
CAPÍTULO 5.

EN EL CUAL EL AUTOR HABLANDO CON LOS


RICOS AVARIENTOS RÉCIAMENTE
LOS REPRENDE.

Harto claramente se colige y ve de lo dicho, el


gran cuidado que tiene Dios omnipotente y piadoso en
despertar nuestro sueño, poniéndonos delante mil mane-
ras de figuras y ejemplos, para que siempre nos acorde-
mos de nuestro último fin y de la cuenta que le hemos de
dar en el hora de la muerte, para que aquel día no nos
tome descuidados y de improviso. Empero, pues el
ejemplo arriba traído nos ha dado materia abundante
para hablar de los ricos de este siglo, llenos de avaricia y
de todos los vicios, quiero algún poco hablar ahora con
vosotros ricos, casados y aficionados a vuestras riquezas
y a este mundo. Os ruego por Dios, que me estéis atentos
y despertad de vuestro sueño tan pesado. ¿Qué engaño es
el vuestro tan terrible y espantoso, que pensáis que nun-
ca os ha de venir la muerte y súbitamente cuando menos
os pensáis os halláis salteados de ella? Y en la vida todas
las cosas se os antojan ser lícitas y en la muerte entra
Daniel y pronuncia contra vosotros sentencia terrible y
eterna. Oíd lo que dice san Gregorio, pontífice santísimo,
a este propósito: Considerando el malo que florece en
esta vida, no advierte que es llevado como buey a la
carnicería. Tiene gran esperanza en la vida presente, la
cual es cierto que no puede durar mucho tiempo, y como
está obstinado en soberbia y locura no advierte cómo
viene la muerte tan arrebatadamente y cuán incierta sea

66
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

la prosperidad de que goza. Porque si considerase la


incertidumbre de la vida mortal, dejaría ya de amar lo
incierto por lo cierto, y estimaría cada cosa en lo que es
de estimar59.
Abrid pues vuestros ojos y ved que en vano amáis
esta vida engañosa. Mirad, cómo no está en vuestra ma-
no abrazar ni tener este mundo engañoso, porque corre y
se pasa más ligero que los ríos por mucho que corran.
Pues siendo esto así ¿por qué tenéis en mucho la sober-
bia hinchada, pues bien mirada no es sino abatimiento?
¿Por qué andáis tras la deleznable y flaca prosperidad
que este siglo os promete, engañándoos? ¡Oh locura y
desatino! ¿Por ventura hubo (en) algún tiempo un hom-
bre sabio que estimase el plomo más que el oro? ¿O al-
guna piedra vil más que un fino diamante? ¿O alguna
agua hedionda y corrupta, más que un vino muy precio-
so? Esto pues hace el que esta vida mortal y toda su glo-
ria y prosperidad infeliz piensa ser de alguna estima y
precio. Considerad, por un solo Dios, aquel hecho me-
morable de Diógenes filósofo antiguo, el cual revolvien-
do en una sepultura los huesos de los muertos y buscan-
do con diligencia los de los ricos y de los pobres, dijo
que no los podía diferenciar60. Dándonos con esto a en-
tender, que todos son iguales en el nacer y en el morir. Y
el pacientísimo Job sentado en un muladar (el cual antes
había sido tan rico y poderoso) rayendo con un casco de
tierra la corrupción de su cuerpo61 ¿qué otra cosa nos da
a entender, sino la inestabilidad y flaqueza de la vida de
los mortales y el engaño de las riquezas y prosperidades
de este mundo?

67
CAPÍTULO 6.

DE LOS GRANDES PROVECHOS QUE SE


SIGUEN DE LA CONTINUA MEMORIA DE
LA MUERTE, ENTRE LOS CUALES ES EL
PRINCIPAL, EL VENCIMIENTO DE
LAS PASIONES DEL ALMA.

Estas cosas hemos dicho para confusión de los ri-


cos malos y consuelo de los pobres humildes. Será bien
decir ahora para todos cuánto provecho nos viene de la
continua memoria de la muerte. Y es cierto tan grande
el bien que viene a los hombres de pensar muchas veces
en ella, que por eso Dios tan frecuentemente como
hemos visto, en sus Escrituras nos la pone delante de los
ojos y nos encomienda tanto su memoria. Y por esto
mismo nos torna a amonestar por el Eclesiástico dicien-
do: Acuérdate de tus postrimerías y nunca jamás peca-
rás62. Porqué ¿quién hay tan loco y sin sentido, que
acordándose cómo en breve ha de ser convertido en pol-
vo y su alma ha de ser presentada delante de aquel Juez
riguroso e inexorable, al cual ha de dar cuenta muy por
menudo no sólo de sus obras, empero aún de los más
livianos y ocultos pensamientos, ose cometer ningún
pecado? Pues por tanto, es cosa muy saludable y prove-
chosa la continua memoria de la muerte y de la sepultura
y mortaja. Porque ésta enfrena los afectos, ordena y paci-
fica el entendimiento de los movimientos dañosos y hace
sujetar nuestra alma al sumo Señor y Creador de todas
las cosas, y entre otros maravillosos efectos que hace
esta memoria, el primero es: Que despoja al hombre de

68
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

la soberbia y le induce a la humildad, porque no hay


ninguno, que pensando cómo presto se ha de tornar tie-
rra, y considerando cómo luego ha de ser comido de
gusanos, que tenga ocasión de se ensoberbecer, si bien lo
advierte, antes de se humillar muy mucho, y por tanto
dice el Eclesiástico: ¿Por qué te ensoberbeces tierra y
ceniza?63. Y Jeremías dice: Mira cuán vil y abominable
eres tornada64, conviene a saber por el pecado.
El segundo es que retrae al hombre esta memoria
de la raíz de todo mal, que es la avaricia. Porque ninguno
que sabio sea se debe cargar de cargas que no puede
llevar o hacerlas llevar a su casa, si sabe que en llegando
a la puerta de la ciudad, ha de ser despojado de ellas y
castigado por ello. Lo cual hace el que se carga de mu-
chas riquezas en este mundo, el cual, como dice S. Ber-
nardo: Ha puesto una guarda muy diligente a la salida,
con mandamiento que no deje a ninguno sacar cosa
suya65. Y por eso dice el Salmista: El rico cuando murie-
re no llevará nada consigo, ni su gloria irá con él al
infierno66. Y Job dice: Desnudo salí del vientre de mi
madre y desnudo volveré a la tierra67, la cual es madre
de todos. Y san Pablo escribiendo a Timoteo: Ninguna
cosa trajimos con nosotros a este mundo68. No hay que
dudar sino que tampoco sacaremos cosa de él, en la hora
de la muerte. Y S. Jerónimo dice: Fácilmente menospre-
cia el mundo y cuanto hay en él, el que considera que ha
de morir69.
Enajena también al alma la memoria de la muerte,
de los deseos de la carne y éste es un tercero efecto que
hace esta memoria. Y por eso dice san Gregorio: No se
puede domar mejor la carne viva, que pensando cuál ha
de ser muerta70. Y Séneca: Domarás el fuego del torpe

69
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

deseo si pensares con diligencia en tu salida del cuer-


po71. Luego según esto, grandes son los bienes que causa
la memoria de la muerte, pues con ella vencemos la so-
berbia, dominamos la avaricia, desterramos la lujuria, y
finalmente somos hechos señores de todo lo que puede
empecer a nuestra alma. Nos mostró Dios esto muy cla-
ramente en una visión que mostró al profeta Elías, del
cual se escribe, que andando perseguido de la inicua
Jezabel y estando escondido en una cueva, le mandó
Dios que saliese a la boca de ella, y allí oyó que pasaba
un aire tan grande y fuerte que trastornaba los montes y
desmenuzaba las piedras, y entendió que no estaba ahí el
Señor. Porque el que continuamente está en la cueva,
quiero decir, el que siempre con el pensamiento está en
la sepultura, fácilmente entenderá que el viento terrible
que pasa y todo lo derroca y toma debajo, que es la hin-
chazón y la soberbia, no ser del Señor y con gran preste-
za las despreciará y dará de mano.
También sintió Elías en el mismo lugar un movi-
miento y terremoto muy grande, y entendió que tampoco
estaba ahí el Señor. Porque el que verdaderamente con-
templa la muerte, conoce también que la alteración, ira,
indignación y venganza entendidas en el movimiento
están muy lejos del Señor, y con esta memoria no le será
dificultoso dominar estas pasiones. Después de aquel
movimiento, vio Elías un fuego muy encendido y abra-
sante, y conoció también que tampoco estaba allí el Se-
ñor. Porque el que ha sepultado su memoria entre los
huesos de los muertos y entre los gusanos que comen sus
carnes, muy presto conoce el fuego de la concupiscencia
carnal e ilícita no venir del Espíritu Santo, mas de su
propia pasión o del demonio, y así con pequeño trabajo

70
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

le desprecia y vence. Finalmente en el mismo lugar oyó


el profeta un silbo como de un aire delgado y suave72,
por el cual se entiende la habla sutil e interior del Espíri-
tu Santo que trata y conversa con el alma en lo de dentro,
de la cual se hace digna en la cueva, esto es el sepulcro,
morando humildemente entre el polvo de los muertos,
por continua meditación. Y cuando más goza de su habla
suavísima y coloquios más dulces que toda suavidad y
dulzura, tanto mejor contempla cuán vanas son todas las
cosas de este mundo. Por lo cual dice muy bien san Gre-
gorio: Las almas de los santos menosprecian todas las
cosas perecederas, porque consideran que ellas son
sobre todas ellas y sobre todo lo que es corruptible y
deleznable, y como quien está encima de una grande
atalaya, tanto dominan mejor a todo lo criado cuanto
con mayor humildad conociendo su flaqueza se someten
al Creador del universo73.
¿Pues según esto, no ves ahora cuán provechosa
sea la memoria de la muerte? La cual apareja al alma
para los secretos divinos y le abre los ojos para ver las
cosas ocultas y soberanas. Raquel fue sepultada junto a
Éfrata 74 y tiene figura de la contemplación. Éfrata quiere
decir abundancia, y así no dice que estaba junto a Éfrata,
mas que estaba sepultada junto a Éfrata para dar en esto
a entender, que en la consideración de la sepultura la
contemplación recibe gran abundancia y esfuerzo. Por-
que la contemplación de la muerte derriba con gran fuer-
za el torpe apetito de la carne, el cual adormecido y que-
brado está luego presente el resplandor del Espíritu divi-
no, el cual con un modo maravilloso enamora y embo-
rracha al alma con su dulzor soberano. Y así san Pablo,
como sentía que esto había pasado por sus discípulos, les

71
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

decía: Sois muertos, conviene a saber a los apetitos y


pasiones de la carne y por eso vuestra vida está escon-
dida con Cristo en Dios75, gozando de él ya en el destie-
rro, por la contemplación y gustos soberanos, de su inter-
ior y divina visitación. Y ésta es la causa porque el casto
José no se contentó con llorar a su padre difunto un día,
mas le lloró siete días76. En el septenario número de días
se entienden todos los días, porque siempre allegando al
séptimo luego tornamos al primero. Por lo cual nos dio a
entender el Espíritu Santo, que toda la vida, al menos
una vez o dos cada día, debíamos tener la muerte delante
de los ojos, como principio y fundamento de toda virtud
y lumbre soberana.
¿Por ventura Cristo nuestro redentor, el cual es sa-
biduría del Padre, no pudiera con su sólo querer dar la
vista a aquel que era ciego desde su nacimiento? Sin
duda. Pues ¿por qué, si pensáis escupió en la tierra? Y
¿haciendo un poco de lodo lo puso sobre los ojos del
ciego, el cual con esto luego cobró la vista?77. No por
cierto por otra cosa, sino que quiso con esto nuestro Mé-
dico Soberano mostrar a nosotros ciegos y privados de la
verdadera luz del cielo un colirio con el cual se nos
abriesen luego los ojos, que fue un poco de lodo, con-
viene a saber las cenizas de los muertos, las cuales pues-
tas muchas veces encima de los ojos por continua medi-
tación hacen secar el humor que impide la vista. Este
humor malo, sin duda, que tanto nos impide, son las
pasiones del alma, las cuales se han de vencer con esta
memoria si queremos ser alumbrados con las ilustracio-
nes divinas. Y por tanto ese mismo Salvador nuestro, por
darnos ejemplo tantas veces visitaba los muertos, que ni
el horror le espantaba, ni le estorbaba el hedor. Ejemplo

72
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

tenemos de esto en Lázaro, que como en su resurrección


el Señor mandase que quitasen de sobre él la piedra,
santa Marta amándole tiernamente y temiendo que el
mal olor no le ofendiese, respondió: Señor, ya hiede.
Porque ha cuatro días que es muerto78. Empero ni por
eso (se) tapó las narices ni se apartó de allí un paso, dan-
do en esto a entender, que ninguno debe (dejar de) heder
la muerte, pues de su continua meditación, tantos bienes
vienen a los mortales. Y ésta fue también la causa por-
que eligió el establo para nacer y el monte Calvario para
morir, advirtiéndonos en toda parte, de nuestra miseria e
inestabilidad y muerte, para que con esta meditación nos
limpiásemos de los vicios y afectos perversos. Porque
sabía él muy bien, que el afecto con que el hombre pasa
de esta vida con ese queda para siempre, ora se bueno,
ora sea malo.

73
CAPÍTULO 7.

EN EL CUAL PROSIGUE EL AUTOR LA


MATERIA COMENZADA.

Pues si esto es así, como lo es, miremos cuánto


nos va en velar acerca de este afecto, que esté muy puri-
ficado de toda escoria, de manera que ni sea alto por
soberbia ni bajo por pusilanimidad, ni sea sucio por luju-
ria, ni terrestre por avaricia. Pongamos pues todo estudio
en le purgar de la vanidad de este mundo, de la blandura
y halagos de la carne, del deseo de las riquezas y de to-
das las cosas de la tierra, que con su pesadumbre nos
apesgan y hunden en el abismo. Y así como nos ejerci-
tamos en otras cosas menos provechosas, ejercitémonos
también en lo que más nos va, que es en saber cómo nos
hemos de aparejar, para que cuando viniere la hora mu-
ramos bien y felizmente. Y como la muerte no sea sino
un apartamiento del alma y del cuerpo, mientras tenemos
vida, pongamos todo estudio en la apartar de él, esto es
de sus apetitos y malos deseos, y cuanto más en esto
fuéremos ejercitados tanto estaremos más aparejados
para la hora postrera, cuando hayamos de salir. Y por
tanto dice san Ambrosio: Dejemos las cosas terrenas,
porque cuando viniere el demonio a la hora de la muerte
no halle en nosotros cosa suya. Trabajemos de alcanzar
lo que es eterno y con las alas de la caridad y amor vo-
lemos a lo divino. Levantémonos de aquí, esto es de las
(cosas) de este siglo y mundanas, porque el Señor dijo a
sus discípulos: Levantaos y vamos de aquí (Mt 26,46),
mandando a cada uno levantarse de las cosas terrenas,

74
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

alzar el alma echada en la tierra a las del cielo, levan-


tarla en lo alto y despertar su águila (Sal 102,5). De la
cual dijo el profeta (David): Tu mocedad será renovada
como la del águila79. Así que nuestra alma como el águi-
la vuele en lo alto, suba sobre las nubes, no pare hasta
ponerse en el cielo adonde no pueda caer en los lazos.
Porque la ave que abaja del cielo alto sola, que es flaca
para volar, muchas veces cae en el lazo o es hallada con
el engrudo o liga, o con cualquier otra trampa es enreda-
da. Así nuestra alma guárdese de no bajar a esta cosas
mundanas. En el oro hay un lazo, visco y liga hay en la
plata, en la heredad hay un nudo, y un clavo en el amor.
Cuando deseamos el oro, somos ahogados, cuando que-
remos la plata somos asidos del visco o liga, y cuando
acometemos la heredad ajena somos atados y enlazados.
Clavo es el apetito torpe y vergonzoso, clavo es la triste-
za, clavo es la ira, clavos son todas las pasiones, las cua-
les como un asador traspasan nuestra alma y la juntan al
cuerpo y aprietan a sus entrañas. Si pasase de este mun-
do con estos clavos, así quedará para siempre. Porque
dondequiera que cayere el leño allí estará, ora sea a la
parte del austro, ora sea a la del aquilón, según Salo-
món dice y afirma80. Huyamos pues estos males y con
todo estudio nos aparejemos a la muerte. Catad qué dijo
el Hijo de Dios: Mirad vuestra huida no sea en el invier-
no o en el día de holganza 81. Quiso decir nuestro Sal-
vador: Guardad no muráis en el invierno, eso es fríos en
el amor divino, o en día de holganza, esto es ociosos en
la caridad. Y en otra parte nos amonesta diciendo: Velad
porque no sabéis cuándo vuestro Señor vendrá, si a me-
dianoche o por la mañana82. Y así alabó a los que habí-
an velado y trabajado y traído fruto, y al siervo inútil

75
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

mandó echar en las tinieblas exteriores83. Y a un otro


dijo: ¿Por qué entraste aquí sin vestidura de bodas?84.
Llamando aquí a la caridad vestidura de bodas, porque
la caridad cubre la muchedumbre de los pecados85.
Y porque después de la muerte no queda sino o re-
cibir el galardón de las buenas obras o el castigo de las
malas, ni haya lugar de arrepentimiento ni merecimiento,
debemos en gran manera temer la muerte repentina y no
pensada, antes para no la recibir de esta manera debemos
tenerla siempre delante de los ojos, aparejándonos para
ella con obras de virtudes, mortificando nuestra propia
voluntad, desarraigando de nuestras almas las raíces de
los vicios y ofreciendo siempre a Dios la verdadera
muerte de nuestra mortificación y de la memoria de la
muerte y propia miseria y mortalidad. Y sobre este mis-
mo propósito consideremos con atención lo que nos dice
S. Bernardo: Porque en le vida disimulan los hombres
hacer penitencia y ponen gran esperanza en la confesión
de la hora de la muerte, la cual por cierto antes debe ser
dicha presunción, que no esperanza. ¿Cómo piensan en
un punto de tiempo ajuntar todos los miembros del al-
ma, cuyos apetitos y deseos están derramados por todo
el universo y atados como con una liga? Si bien me
acuerdo no he hallado más de uno en toda la Escritura
Sagrada que así se haya salvado, que fue el santo ladrón
que estuvo colgado junto a la cruz de nuestro redentor.
No quieras pues encomendarte a tan peligrosa esperan-
za, aunque es verdad que el Espíritu Santo no sólo
adonde quiere más también espira cuando quiere (Jn
3,8). Ni le es dificultoso dar a uno perfecta contrición en
un momento, la cual otros apenas alcanzan en mucho
tiempo. Empero ¿cómo sabes tú que entonces te querrá

76
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

hacer tan gran beneficio, al cual tú ahora deshechas con


tanto atrevimiento? Benigno es cierto el espíritu del
Señor, empero no librará al maldito de sus labios86.
Y ¿quien es este maldito? El que peca con espe-
ranza. Así que antes que venga aquel día postrimero
oigamos y obedezcamos a aquella dulcísima voz del
Redentor que dijo a la hija del Arquisinagogo: A ti digo
moza, levántate87. Y a aquélla que dijo a Lázaro: Lázaro,
sal fuera del sepulcro88. Quiero decir que el médico so-
berano Cristo Jesús nos vivifique de la muerte, de todo
pecado cometido por pensamiento, palabra y obra y del
hedor de la mala costumbre. Y finalmente de todo géne-
ro de muerte. No reine en nosotros pecado alguno ni
hagamos liga y concierto con nuestro adversario, que es
el demonio; de otra manera la muerte nos tomará súbi-
tamente, y él vendrá y se pondrá como importuno al
caballero a nuestro costado y en muriendo arrebatará
nuestra alma y la llevará consigo y arrojará en el profun-
do del infierno, porque como dice S. Gregorio: El ene-
migo antiguo a los que (con) mayor suavidad engaña en
la vida, arrebata con mayor crueldad en la muerte89.

77
CAPÍTULO 8.

EN EL CUAL PONE EL AUTOR UN EJEMPLO


DE UNO QUE ESTÁ A LA MUERTE, PARA QUE
EN ESTE ESPEJO SE DESHAGAN DEL MUNDO
LOS QUE A ÉL ESTÁN AFICIONADOS Y
APAREJADOS.

Gran efecto y provecho hacen estas cosas, bien y


continuamente meditadas. Pues ¿qué hacemos? ¿Qué
esperamos? ¿Qué es lo que nos estorba e impide, que no
demos de mano a todas estas cosas de acá y busquemos
con todo afecto las del cielo? Mas empero si todavía nos
detienen las riquezas inestables, nos deleitan los altos y
ricos edificios, engañan las honras y favores populares,
halagan las blanduras y deleites carnales, pongamos de-
lante de nuestros ojos alguno de edad muy florida,
acompañado de mucha familia, lleno de muchas rique-
zas, hinchado con grandes honras y dignidades, dado a
todos los vicios, libre para hacer todo lo que se le antoja,
sano, robusto y valiente como hemos visto muy muchos
y cada día vemos, y consideremos a éste tal (pues cada
hora acontece y nos ofrece la experiencia ejemplos de
ello) prevenido súbitamente y salteado de alguna enfer-
medad mortal, y pensemos atentamente cuántas angus-
tias le cercan luego, cuántos dolores le atormentan, y
cuántos peligros le acometen. Se dan prisa los espíritus
inmundos e invisibles, todos se aparejan para el comba-
te, nunca experimentó batalla el miserable tan cruel,
trabajosa y peligrosa, cada momento teme el juicio post-
rimero, no sabiendo qué tal será la sentencia, la cual una

78
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

vez dada jamás se podrá revocar. Entonces salen los


gemidos, brotan las lágrimas, vienen las querellas y los
dolores y angustias de la triste alma crecen y se multipli-
can cada credo.
¿Decidme qué dirá entonces el que súbitamente se
halla privado de los bienes de este siglo? ¿Qué puede
decir éste tal, sino con unas voces tristes y con unas pa-
labras no bien formadas, así por la gran angustia de la
alma como por la grave enfermedad y dolor de su cuer-
po, acusarse diciendo:¡Ay de mí, cuán vanamente he
esperado hasta ahora! Quitada la salud y puesta la vida
en peligro, ¿qué aprovecharán las riquezas? ¿Para qué
son las posesiones? ¿Qué deleite trae el fausto de las
dignidades o el aplauso y lisonja popular? ¿Quién pedirá
ahora deleites torpes de la carne? ¿Por qué he usado mal
del siglo? Si estando enojado contra mí el Juez Soberano
por mis muchos y grandes pecados da contra mí justa
sentencia, ¿quién me libará de la boca del infierno? Mi-
rad los alguaciles y crueles verdugos de Dios, cómo apa-
rejan sus uñas para me arrebatar. ¿Por qué no pensé todo
esto antes? ¿Por qué siempre me he olvidado de mi pro-
pia miseria e inestabilidad? ¿Por qué la sentencia del
juez, que ahora temo con gran dolor, no la tuve delante
cuando estaba sano? ¿Por qué no pensaba entonces en
las penas eternas que me están aparejadas? ¿Qué locura
ha sido ésta? ¡Ay de mí que así he usado de los dones de
Dios, como si nunca de ellos hubiera de dar cuenta! ¡Así
he gozado de los deleites y placeres, como si siempre
hubiera de vivir en este mundo! ¡Así me he holgado de
los bienes que había ganado, como si no fueran benefi-
cios de Dios, mas alcanzados con mi propia virtud e
industria! ¡Ay de mí, y otra vez ay!, cuán mal, cuán ne-

79
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

gligentemente, cuán carnal y locamente, cuán infructuo-


sa y viciosamente he gastado el tiempo preciosísimo en
vanidades, presunciones, banquetes, lujurias, juegos,
risas, burlas, ociosidades. Y por tanto todas mis carnes
tiemblan y el corazón se me deshace y quiebra por el
gran temor que siento.
Pues ¿qué hacer? Querría arrepentirme e invocar
la misericordia de Dios omnipotente para que tuviese por
bien de darme gracia de verdadera contrición, empero
siento el entendimiento tan embotado y oscurecido de la
grandeza de mis aflicciones y dolores, y tan confuso por
la multitud de las fantasías que padezco del temor y
temblor, del desamparo y tristeza, y finalmente de la
frecuencia de los enemigos invisibles, que cada hora me
acometen, que no puedo levantar el alma a Dios y no
abasto a acatarme (darme cuenta) de la enormidad y
fealdad de mis pecados, mas antes acordándome de ellos
estoy lleno de horror y espanto.
Ahora pues ¡oh todos vosotros que tanto de mal se
os hace de dejar el amor del mundo y convertiros a Dios!
Poned delante de vuestros ojos un ejemplo tal cual os he
pintado como en un retablo, y con este ejemplo enmen-
dad vuestras vidas y daos a las virtudes antes que venga
la hora de la muerte y os halléis cercados de tantos traba-
jos. Y pues cada día lo veis y lo oís, lo experimentáis y
tocáis con las manos, así en otros como en vosotros
mismos, escarmentad en cabeza ajena y haceos cuerdos
con el ajeno peligro, sacando para vuestro provecho y
doctrina de la locura y desatino de otros, porque por muy
dichoso se ha de tener aquel a quien los ajenos peligros
hacen cauto y avisado.

80
CAPÍTULO 9.

EN QUE TRAE EL AUTOR POR EJEMPLO LO


QUE UN GRAN PRÍNCIPE LLAMADO MAGÓN
DIXO AL PASO DE LA MUERTE, SINTIÉNDOSE
MORTAL, Y OTROS EJEMPLOS DE OTROS, AL
MISMO PROPÓSITO.

Mas porque los ejemplos comúnmente mueven


más que las palabras y de los experimentados suelen ser
más aceptos los consejos, para que hagáis esto con más
facilidad, os quiero contar por ejemplo de lo dicho, un
dicho memorable y digno de eterna memoria, de aquel
gran príncipe que llamaron Magón, hermano de Aníbal,
el cual viéndose cercano a la muerte de una herida mo-
ral, dijo estas palabras: !Ay qué fin es el de la fortuna!
¡Cuánta es la locura (de) tener gran alegría por estar en
alto lugar y peligroso! El estado de los poderosos está
sujeto a tempestades infinitas, cuyo fin es dar una gran
caída. ¡Oh alteza de las grandes honras que siempre
está temblando! La esperanza de los hombres es enga-
ñosa. ¡Oh vida incierta y dudosa, sujeta a continuos
trabajos y vaivenes!, ¿qué me aprovecha ahora haber
abrasado casas y fortalezas, destruyendo ciudades y
vejado a los hombres? ¿Qué placer recibo ahora (¡oh
dulcísimo hermano!) en haber levantado altos edificios
de oro, de mármol y de marfil, pues muero ahora fuera
de poblado y al sereno? ¡Cuántas cosas aparejan en la
vida los hombres, no sabiendo el fin amargo de ellas!
Veme aquí hermano que me aparto de ti y sábete que sin
falta me seguirás muy aína (aprisa). ¡Oh grande Dios,

81
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

cuánta ciencia y saber alcanzó de sólo ver que luego


había de morir, poco antes todo su placer era encender y
abrasar lugares y villas, levantar grandes y ricos edifi-
cios, ajuntar riquezas heredades y posesiones, cobrar
gran fama y honra por doquiera que pasaba, ahora estan-
do a la muerte dice con lágrimas: ¡Ay cuán gran locura
es gozarse con los altos lugares y peligrosos que siem-
pre están amenazando con la caída! ¿Qué me aprovecha
ahora haber quemado casas y castillos, y haber levanta-
do altos y costosos edificios, pues ahora muero al sereno
sin abrigo y fuera de poblado?90
Y creo por cierto que muchos discípulos de Platón
y de otros filósofos pusieron grande estudio y pasaron
grande trabajo en alcanzar la sabiduría y no aprendieron
tanto como este príncipe en un poco de tiempo, que se
vio ir sin ningún remedio a la muerte. Cuenta san Jeró-
nimo y también san Agustín, ambos columnas de la Igle-
sia, que Platón filósofo admirable, dejada la ciudad de
Atenas, escogió con algunos discípulos suyos una aldea
vieja, que estaba casi derribada con muchos terremotos y
tempestades, para que con el miedo de los peligros y de
la muerte que los estaba amenazando venciesen los tor-
pes apetitos de la carne y mejor se enseñoreasen de la
vanidad del mundo, y con mayor libertad se burlasen de
los vicios y pecados91. ¡Oh hecho maravilloso y digno de
eterna memoria! Por lo cual con gran razón los varones
sabios llamaron la memoria de la muerte, perfecta filo-
sofía92. Porque baja la hinchazón y la soberbia, hace
adormecer la codicia, destierra la ira, sobrepuja la luju-
ria, y finalmente todo lo que es contrario al alma, mata.
Y porque los ejemplos de la Escritura Sagrada son
de más autoridad, echemos los ojos en Acab, rey de Is-

82
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

rael, el cual oyendo del profeta Elías que había de morir,


rasgó sus vestiduras y se cubrió de cilicio y ayunó y
durmió encima de un saco y anduvo con la cabeza incli-
nada en tierra93. El rey de Nínive entendiendo por el
profeta Jonás, que la ciudad había de ser destruida des-
pués de cuarenta días, se levantó de su trono y arrojó de
sí su vestido real y se vistió de un saco y se sentó en la
ceniza. Mandó también que ni hombres ni bestias comie-
sen ni bebiesen, y que todos se cubriesen de sacos y con
todas sus fuerzas diesen voces a Dios, y cada uno se
apartase del mal camino en que andaba94.
Empero ¡ay dolor! los más de los hombres como
por sus pecados no merezcan ver ni oír al profeta Elías o
Jonás ni tampoco recibir alguna luz interior que les
anuncie la muerte y lo poco que han de durar en la vida,
pasan sus días en juegos, burlas y pasatiempos, y olvi-
dándose que son mortales se enredan y se dejan engañar
con diversos embaucamientos. A unos burla el espíritu
de soberbia, trayéndoles delante honras y favores mun-
danos, a otros la avaricia, la cual los enciende siempre
más y más en deseo de las riquezas, a otros ciega el de-
leite de la carne, los cuales teniendo carnes de caballos o
de otros animales se podrecen y corrompen como bestias
en el establo y estiércol de sus suciedades, y con el con-
tinuo uso del deleite ilícito viven engañados. Lo cual
todo maravillosamente nos pinta el glorioso Bernardo
diciendo: Vi yo algún tiempo cinco hombres, a los cuales
si yo llamare frenéticos, no pienso errar mucho en ello.
El primero, con los carrillos hinchados mascaba la are-
na del mar. El segundo, estando junto a un lago de pie-
dra azufre con todo deseo deseaba tragar aquel hedion-
do y terrible vapor que de allí salía. El tercero, estando

83
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

echado encima de un horno muy encendido con los pa-


pos abiertos y con mucho contentamiento holgara tragar
y engullir las centellas ardiendo que salían de él. El
cuarto, estando sentado encima del pináculo del templo,
atraía a sí el aire delgado, y si algún poco se apartaba y
deleznaba de la boca, con un ventalle el mismo lo reme-
diaba como si esperara tragar todo el aire. El quinto,
estando apartado de los otros se reía, siendo él digno de
mayor risa, porque con todo estudio y contento deseaba
mamar sus propias carnes, ahora allegando a la boca
las manos, ahora los brazos, ahora las otras partes del
cuerpo. Teniendo compasión de estos hombres y pregun-
tando a cada uno la causa de su miseria, comprendí ser
sola el hambre la causa de sus males, y contemplando la
gran flaqueza de sus rostros, me acordé del Profeta que
gime diciendo: “Se secó mi corazón porque me olvidé de
comer mi pan” (Sal 101,5). Y les dije: ¿Qué os aprove-
chan estas cosas? No son estos manjares naturales;
antes provocan la hambre y no la matan. El pan del
alma es la justicia, y son bienaventurados los que la
desean, porque algún día quedarán satisfechos y hartos.
El alma que es criada a imagen de Dios, todas las otras
cosas pueden darle algún gusto u ocupación, mas no
hartura ni perfección. A la que es capaz de Dios, ningu-
na cosa que es menos que Dios la puede henchir. De
aquí viene que naturalmente todos desean el mismo
bien, que es Dios y no puede haber contento hasta lo
alcanzar, empero yerran los miserables no hallando el
camino, y como está escrito: “Andan los malos en de-
rredor” (Cf. Sal 11,9) buscando las cosas menores y
deseando siempre aquellas que les parecen estar más
cercanas a sí, que no han aún alcanzado95.

84
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Pues ¿por qué estos locos no tornarán en sí y pen-


sarán que presto han de morir y habrán de dejar cuanto
en este mundo hay, y pasar en breve a otra región muy
diferente de ésta, en la cual los buenos por sus virtudes
que aquí obraron recibirán premios eternos, y los malos
por sus maldades penas interminables? Y si éstos todavía
quisieren estar en su pertinacia, no nosotros así herma-
nos, no nosotros así, mas cada día muramos en la vida
por la continua meditación y memoria de la muerte, por
el voluntario desprecio de estas cosas terrenas, por la
mortificación de la carne y de todas sus concupiscencias
feas, para que así con toda facilidad y alegría pasemos de
este mundo cuando viniere la hora.

85
CAPÍTULO 10.

DE CÓMO HEMOS DE SEGUIR A CRISTO, SI


BIEN Y PERFECTAMENTE QUEREMOS
MORIR A LOS VICIOS Y AL MUNDO.

Mas para que mejor entendamos esta manera de


morir en vida, tan oculta para los carnales y trabajosa,
hemos de entender que hay muchos géneros de esta
muerte y muy buenos. Porque morirnos en la vida es
cuando morimos a los deleites, a las pasiones y aun
cuando morimos a las riquezas y las desechamos de no-
sotros, siguiendo a nuestro Salvador, el cual por ejemplo
y doctrina nos enseñó la pobreza. Y antes de su sacro-
santa venida los filósofos antiguos sin lumbre de fe nos
dejaron aún de esto mismo muy claros ejemplos. Los
cuales sabido los peligros grandes que hay en ellas y
cuanto impedimento traen a la contemplación de las co-
sas soberanas, del todo las echaron de sí y las hollaron
como tierra. Leemos que uno de ellos echó un gran peso
de oro en la mar diciendo: Mas quiero perderte a ti, que
no que tú pierdas a mí96. Mas estos no son perfectamen-
te muertos al mundo, porque con el amor de las riquezas
no enterraron el deseo y afecto de todas las otras cosas
perecederas. Porque, ¿qué aprovecha menospreciar las
riquezas e ir tras el favor vano de los hombres? ¿Qué
aprovecha echar de ti el oro y la plata y no lo hacer por
honra y gloria del Muy Alto? ¿Por ventura no es cosa
digna de risa morir a las riquezas y vivir a la vanidad y
locura? Pues luego, con la primera muerte, que es el
desprecio de las riquezas, es necesario que luego se siga

86
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

la segunda. La cual consiste en una perfecta mortifica-


ción y entera renunciación de todos los apetitos desorde-
nados. Por eso el Hijo de Dios, después que enseñó el
desprecio de las riquezas, añadió: Seguidme97. Porque
por la verdadera negación de nosotros mismos y perfecta
mortificación de todas las pasiones y vicios, seguimos a
Cristo. Y por eso decía san Pablo: Traigamos siempre la
mortificación de Jesucristo en nuestros cuerpos, para
que en nosotros se muestre y manifieste su vida98. Lo
cual nos declara san Juan diciendo: El que dice que vive
en Cristo, ha de vivir como Él vivió99. Del cual dice san
Pedro: Que nunca hizo pecado, ni jamás se halló engaño
en su boca100.
De esto tenemos una figura muy propia en el capí-
tulo primero del Éxodo, adonde se escribe que en Egipto
se levantó un otro rey después de Faraón el Bueno, que
no conoció a José, ni lo que le debía aquel reino todo. El
cual dijo a su pueblo: Catad que la gente de los hijos de
Israel está muy crecida y sobrepuja a nosotros101. De
donde se saca muy bien, que hubo rey que conocía a
José y otro que no le conocía. Cuando reinaba el que
conocía a José, no se lee los hijos de Israel haber sido
afligidos ni consumidos en el lodo y ladrillos, ni tampo-
co sus hijos ser muertos y las hembras guardadas. Mas
cuando se levantó éste, que no conocía a José y comenzó
a reinar, entonces se refiere que acaecieron las cosas ya
dichas. ¿Quién, si pensáis, fue el rey que conocía a José,
debajo de cuyo gobierno le iba bien a él y a los hijos de
Israel? Sin duda no es otro, sino el Hijo de Dios, salva-
dor del linaje humanal, cuyo título es: Rey de los reyes y
Señor de los señores102. Pues si Él fuere nuestro rey y los
movimientos de nuestra alma fueren gobernados por Él,

87
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

bien y prósperamente le irá a José y a sus hermanos.


Quiero decir que habrá mucha paz en la parte más alta
del alma y en todas sus potencias, ni las destruirá con
obras de lodo y ladrillo, ni cansará con cuidados y traba-
jos terrenos, mas engrandecidos y ricos crecerán y se
multiplicarán con muchas virtudes. Mas si otro rey, que
no conozca a José se levantare, quiero decir, si la sabidu-
ría de la carne comenzare a reinar en nosotros, no pros-
perarán los hijos de Israel. Porque convocará luego a su
gente, que son los deleites del cuerpo, y con los capita-
nes de los vicios tomará consejo contra los hijos de Is-
rael, de que manera los engañe, oprima y aflija con obras
de lodo y ladrillo, y ahogue los varones y conserve las
hembras. Luego el alma que fue criada a imagen de Dios
comenzará a darse a los deleites de la carne, holgarse ha
con pensamientos torpes y pondrá su fin en la blandura y
regalo del cuerpo; comenzará a bullir en ella el deseo de
la honra y gloria mundana, no sufrirá que alguno sea
igual a ella, y (a) todos despreciará, y pondrá todo su
estudio para que en todo tiempo y lugar tenga la preemi-
nencia. Vivirá también en ella el amor de la venganza,
oprimiendo a todos y no dejando alguno por lisiar. Y
finalmente también le acometerá el deseo de las rique-
zas. Éste es el que la atormenta sin rienda, la fuerza a
andar por la mar y por tierra, henchir de voces los con-
sistorios, y por un dinero no perdonar ni a parientes, ni a
amigos, ni a hombre nacido. Morir a todas estas cosas
nos enseña el rey que conocía a José, que es Cristo, el
cual como dice san Pedro, príncipe de los Apóstoles:
Cuando le decían mal no tornaba respuesta, y cuando
padecía no amenazaba a nadie, antes se ofrecía como
amantísimo cordero al que le juzgaba injustamente. Él

88
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

sufrió las penas de nuestros pecados sobre el leño de la


cruz, para que muertos a los pecados, viviésemos según
la justicia103. Por lo cual el Espíritu Santo también nos
da voces por el apóstol san Pablo, diciendo: Mortificad
vuestros miembros, que están sobre la tierra. Digo la
fornicación, la inmundicia, el apetito torpe y deshonesto,
todo deseo de la carne y avaricia. La cual es como una
idolatría y culto de los ídolos104.
Y mucho tiempo antes nos mandó Dios lo mismo
en Abrán, al cual mandó salir de su tierra y de su paren-
tela y de la casa de su padre. ¿Qué quiere decir: Sal de
tu tierra, sino muere a todas las cosas exteriores, convie-
ne a saber: a las riquezas, honras y a todos los faustos y
pompas de este mundo? ¿Qué quiso decir diciendo: Sal
de entre tus parientes, sino despójate de los vicios y tor-
pes deseos que salen de nuestra misma naturaleza co-
rrupta? ¿Qué otra cosa nos dio a entender Dios en man-
dar que saliésemos fuera de la casa de nuestro padre,
sino que nos sacudiésemos de todas las otras reliquias
del mundo, de quien es padre el demonio? Y añade Dios
después de todo esto: Y ven a la tierra que yo te mostra-
ré105. Salidos de la tierra, que hemos dicho, demuéstra-
nos Dios otra, cuando perfectamente muertos de esta
manera al mundo nos da a oler (aunque de lejos) los
gozos que duran para siempre. Porque el alma tocada del
Espíritu Santo y rociada del rocío del cielo, llena de re-
gocijo se maravilla qué tal debe ser para gustar, cuando
sólo el olor tanto contenta.

89
CAPÍTULO 11.

DE CÓMO ES NECESARIO VENIR POR


GRADOS A ESTA PERFECTA MUERTE
DE LOS VICIOS.

Estas cosas que en el capítulo pasado hemos dicho


son de tal calidad, que no se alcanzan así de presto y de
vuelo, sino que antes quieren mucho discurso y ejercicio,
como todas las demás cosas. Y para venir a este estado
tan alto, es menester que subamos por unos grados o
escalones, que por otro nombre llamamos mortificacio-
nes y aprovechamientos del alma, por los cuales como
por una escalera sube a la perfección del estado que
hemos dicho, de la perfecta mortificación de los vicios
que aquí pretendemos.
Estas mortificaciones pues y aprovechamientos del
alma nos declara san Agustín más por extenso, compa-
rando las edades del hombre interior con las del hombre
exterior. Y dice que la primera edad es de la infancia, la
cual con la dulzura de las historias de la Sagrada Escritu-
ra como con una leche aprende a menospreciar la suavi-
dad de la vida humana. La segunda, es de la puericia, la
cual yendo un poco adelante y alumbrada con la frecuen-
te lección y ejemplos de los santos no se funda ya en la
autoridad humana, mas se gobierna por la razón y lum-
bre divina. La tercera, es de la adolescencia, la cual así
(que) es muerta a los vicios se allega a los mandamientos
de Dios y se goza en ellos, que ya no está sujeta a la ley
para que le haya de dar pena, porque el justo está libre de
todo, porque no siente la carga, antes aunque todo el

90
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

mundo le diese licencia de pecar, en ninguna manera lo


haría. La cuarta, es de la juventud, la cual con el uso y
costumbre de las buenas obras así se apodera y fortalece,
que antes recibiría mil veces la muerte, que cometer cosa
ninguna fea ni deshonesta. Edad, cierto, dispuesta y apa-
rejada para sufrir y romper todas las persecuciones, tem-
pestades y ondas de este mundo. La quinta, es de la se-
nectud, la cual es de mucha paz y tranquilidad, porque a
todos los contrarios tiene debajo los pies, y por eso (está)
verdaderamente muerta106.
Bienaventurado a quien tú ayudas Señor (dice el
Salmista) porque hará unos escalones en su corazón
para subir al cielo107. Y por tanto los santos varones dice
san Gregorio: Siempre van adelante. Y son figurados en
aquellos animales santos, los cuales andando nunca
volvían atrás. Y por tanto se dice de los malos que con el
corazón tornaron a Egipto. Delante de nosotros están las
cosas eternas y atrás de nosotros las temporales. Porque
andando nuestro camino hallamos aquéllas y apartán-
donos de éstas las dejamos a las espaldas 108. Por lo cual
dice san Pablo: Olvidado de las cosas que están atrás y
esforzándome para las que están delante voy a la victo-
ria y corona a la cual soy llamado109.
La naturaleza de nuestra alma (según la doctrina
de Casiano) es comparada a la pluma sutilísima del ave,
la cual si por algún humor no fuere corrupta, con la
movilidad de su propia condición, ayudada con algún
poco de aire, naturalmente se levanta en lo alto. Empero
si fuere impedida o agravada con algún poco de humor,
no solamente no dará vuelo alguno, mas con el peso
quedará apesgada en la tierra. Así nuestra alma, si con
los cuidados terrenos y los vicios carnales o humor del

91
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

torpe deleite no fuere corrupta, como con un beneficio


de su propia puridad, ayudada con un ligero aire de
espiritual meditación será levantada en lo alto. Y dejan-
do las cosas bajas y terrenas se arrebatará en las del
cielo e invisibles. Y por tanto, si queremos que nuestras
oraciones no solamente suban al cielo, más aún sobre
todos los espíritus que en él están, procuremos purgar
nuestra alma de todo deseo terreno y limpiarla de toda
hez de pecado, y así traerla a su natural sutileza, para
que de esa manera o ella o su oración, no agravada con
algún peso de pasión, pueda volar sobre lo más alto del
cielo. Esto por cierto dijo Casiano maravillosamente110.
Y san Gregorio sobre aquello del profeta Ezequiel:
El espíritu me elevó y me arrebató y anduve amargo y
enojoso conmigo mismo111. Dice así al mismo propósito:
Considerad, hermanos, cual fue la causa, por que aquel
a quien acrecentó el Espíritu Santo sus dones anduvo
amargo entre sí mismo. ¿Por ventura a cualquier que
toca el Espíritu de Dios hace andar amargo y desabrido
consigo? Como si dijese: por cierto, sí que lo hace. Y
añade más el santo: De donde se sigue, que quien aún la
vida presente deleita y agrada, aunque parezca que la
palabra de Dios le habla en lo íntimo, no ha sido eleva-
do ni arrebatado del Espíritu. Porque a quien el Espíritu
Santo toca con la suavidad de las cosas soberanas y
eternas, le hace y le vuelve amargas todas las cosas
temporales. Cosa agradable es, cierto, deleitarse en las
cosas humanas, mas esto sólo a aquel que no ha aún
gustado las cosas del cielo. Empero si comienza a gustar
con la boca del corazón la dulzura celestial y qué tales
son aquellos premios eternos, si comienza a oír los can-
tos angélicos y a conocer con algún gusto algo de la

92
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Santísima Trinidad, cuanto le es más suave lo que siente


de dentro, tanto se le hace más amargo lo que sufre de
fuera. Luego se enoja consigo mismo por las faltas co-
metidas. Y como comienza a conocer al Creador de to-
das las cosas, tiene gran pesar de no haberle servido. Se
reprende de los pensamientos desconcertados y se enoja
de las palabras inútiles y dañosas, y aún se castiga de
las obras perversas y malas. Esto dice san Gregorio112.
Empero podrá decir alguno: Arriba dijisteis que
para entender los sagrados misterios y gozar de los colo-
quios divinos será menester primero purgar y limpiar el
entendimiento de toda hez de pecado y morir al mundo.
Ahora traéis por ejemplo al profeta Ezequiel, el cual
dice: El Espíritu me elevó y arrebató y anduve amargo y
desabrido conmigo mismo113. En las cuales palabras
parece que da a entender el profeta lo contrario, conviene
a saber: que primero Dios habla con el alma y su Espíritu
la levanta y arrebata, y de allí viene a purgarse y morir al
siglo. Mas aunque en estas cosas a la primera vista pa-
rezca haber alguna contrariedad, empero bien mirado no
la hay. Porque Dios todopoderoso y sumamente bueno,
primero previene y mueve al alma oscurecida y enajena-
da en los pecados; entonces ella despierta como de un
grave sueño y oída la habla interior que la amenaza con
penas terribles y espantosas, todo temblando dice con
san Pablo: ¿Qué quieres, Señor, que haga?114. Entonces
el Señor como verdadero amador de los hombres y cle-
mentísimo y sumamente misericordioso, deseando con
infinito ardor la salud de las almas, alumbra más el en-
tendimiento y halaga la voluntad con mayor dulzor y
blandura. De suerte, que el alma considerando la grave-
dad de su pecado y aborreciéndole con todo su poder y

93
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

fuerzas, alegre y libremente se somete a su Creador y


Padre benignísimo, diciendo con el Hijo Pródigo: Padre,
pequé en el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser lla-
mado tu hijo115. Y no osando levantar los ojos al cielo,
dice con el publicano: Dios mío, ten misericordia de mí,
pecador 116. Entonces la bondad divina, la cual creó al
hombre a su semejanza, holgándose con el aprovecha-
miento de sus criaturas y deseando llevar su obra a per-
fección, hace lo que el profeta Ezequiel dice haber hecho
con él, y es que eleva y arrebata el alma, y purgada ya de
la suciedad del pecado la transforma en sí mismo, y
cuanto la levanta más alto y con mayor fuerza y luz la
alumbra, tanto más la purga y limpia. De manera que de
ahí adelante ve el alma con mayor agudeza y más sutil-
mente advierte todo lo que puede desplacer en el acata-
miento divino, y con más vehemencia lo reprueba, y lo
corrige con más eficacia.
Y por eso dice S. Gregorio: Los varones santos
cuánto más conocen a Dios y de su divina clemencia
reciben mayores mercedes, tanto más se abaten y sien-
ten pecadores. Y entonces perfectamente comienzan a
sentir su miseria, cuando sienten su presencia resplan-
decer en sus alma117. De aquí es que Abrahán, después
que mereció el coloquio divino, entendió y dijo de sí que
era polvo y ceniza118. De aquí es también que Jacob
habiendo hablado con Dios se le secó un nervio del mus-
lo y comenzó a andar cojo119. Porque los justos y escogi-
dos sienten, alumbrados, que toda criatura comparada
con Dios es flaca y débil y del todo no nada. Así que el
alma ayudada de la gracia se comienza a purgar, y lleva-
da más adelante y favorecida y esclarecida con más co-
piosa lumbre, deshecha de sí perfectamente todo lo que

94
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

quedó de suciedad. En el primer grado muere al pecado,


y en el segundo se entierra y sepulta en Dios.

95
CAPÍTULO 12.

DE LOS FRUTOS QUE SE SIGUEN DE LAS


DOS MUERTES ESPIRITUALES QUE
HEMOS DICHO.

Hasta aquí hemos tratado cómo la primera muerte


espiritual y saludable es con que (cuando) morimos a las
riquezas y a todas las vanidades de este mundo. Lo cual
se hace cuando las menospreciamos y echamos de noso-
tros. Y también cómo la segunda es cuando nos despo-
jamos de los afectos desordenados y codicias y raíces de
todos los vicios, y cómo la una y la otra son necesarias
para el que ha de morir y salir de este cuerpo con santa
alegría.
Ahora resta que hablemos de los frutos que traen
consigo estas dos bienaventuradas maneras de muertes.
Porque no basta ser muertos al pecado, mas conviene
que con olor de buenas obras demos perfecto contento a
nuestro Dios y Creador. Lo cual nos enseñó muy bien
san Pablo, cuando dijo: ¿Por ventura no sabéis herma-
nos que los que somos bautizados en Cristo Jesús reci-
bimos el santo bautismo en virtud de su muerte? Por lo
cual somos sepultados con Él en el bautismo por la
muerte que allí recibimos, para así como Cristo resucitó
de la muerte en virtud de su Padre, así también nosotros
andemos en nueva vida por el camino de las virtudes120.
Así que si hemos puesto nuestro trabajo en morir
al fausto de esta vida y a los favores del pueblo y vano
loor de la gente, no nos contentemos con esto, mas resu-
citemos en nueva vida, andando por el camino de la

96
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

humildad, simplicidad y bajeza, trayendo en toda parte


delante de nuestros ojos la humildad de nuestro Reden-
tor, injurias y denuestos, hasta que sintamos gran conten-
to y alegría con ellos, y muy mayor que cuando más nos
abatieren, como hicieron los santos Apóstoles, de los
cuales se escribe que iban alegres y gozosos cuando
salieron del concilio de los pérfidos judíos, porque fue-
ron habidos por dignos de sufrir algún denuesto por el
nombre de Cristo121. Pues así nosotros si hemos hasta
aquí trabajado en morir a la terrible hambre y sed de las
riquezas y posesiones, no nos baste esto, más resucite-
mos por nueva vida, andando por la carrera de la pobre-
za. Diciendo alegremente con Job: Ninguna cosa alguna
trajimos al mundo cuando a él entramos y nacimos, y
tampoco sacaremos de él cosa alguna cuando de él sa-
liéremos por la muerte122.
Si hemos procurado morir al torpe deleite, regalo y
blandura de la carne, no nos contentemos con esto, mas
resucitemos por una nueva vida, caminando por el cami-
no de la castidad, ayunos y vigilias, hasta venir a la per-
fecta limpieza del corazón y del alma. Si hasta ahora nos
hemos ocupado en morir a la pereza, negligencia y tor-
peza, no nos baste esto, mas resucitemos por nueva vida
ejercitándonos en obras de justicia, caminando por el
camino del Señor con mucha devoción, alegría y gozo.
Porque los frutos de la nueva vida que se siguen a estas
muertes, o como dice el Apóstol los frutos del Espíritu,
son: la caridad, la alegría, la paz, la benignidad, la
mansedumbre, la fe, la modestia, la continencia y casti-
dad. Contra estas cosas no hay ley. Y así, los que son de
Cristo y siguen a Cristo crucificaron sus carnes con
todos sus deleites y concupiscencias123. Bien vemos pues

97
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

qué tales son las flores de vida, que brotaron de haber


sido verdaderamente muertos al mundo, los que las co-
gieren en la vida, no hay por qué tengan miedo en la
muerte. Antes sin ninguna duda la pasarán con mucha
paz y alegría.

98
CAPÍTULO 13.

EN EL CUAL MÁS LARGAMENTE SE HABLA


DE LAS OBRAS DE VIRTUD Y JUSTICIA.

Mas como de estas cosas hemos tratado en gene-


ral, será bien que volvamos a hablar ahora más en parti-
cular de las obras de virtud y justicia. Porque en estas
hemos de entender y trabajar mientras vivimos en este
mundo con todo estudio y diligencia. Porque justo es,
como dice el Apóstol, que los que hemos servido con
todos los miembros de nuestro cuerpo a la inmundicia
obrando el pecado, ahora convertidos a Dios los em-
pleemos en obras de justicia, obrando virtud124. Lo cual
nos amonesta otra vez muy bien el mismo san Pablo
cuando escribiendo a los Romanos les decía: Pasó ya la
noche y se acerca el día. Por tanto desechemos las
obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la
luz. Y así como suelen en el día, andemos con toda
honestidad. No en convites y borracheras, no en sucie-
dades, no en deleites carnales, no en contiendas y envi-
dia 125. Como si más claro dijese: Nuestro adversario el
demonio, el cual es verdaderamente, noche ya pasó y es
echado por tierra. El día, que es Cristo, al cual llamaban
sol de justicia los que se estaban en el limbo, ya se acer-
có126. Pues lo que hemos de hacer de aquí adelante es
desechar las obras de las tinieblas, que son los pecados
(los cuales justamente se dicen tinieblas, porque oscure-
cen las almas de los hombres y las privan de la dulce luz
de la gracia) y vestirnos de las armas de la luz. Lo cual
haremos si con toda diligencia nos diéremos a las obras

99
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

muy claras de justicia, las cuales alumbran maravillosa-


mente las almas.
De estas obras dice la Sabiduría del Padre y Re-
dentor del mundo a sus discípulos en el evangelio: Así
resplandezca vuestra luz delante de los hombres, que
vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Pa-
dre que está en los cielos127. Y por eso añadió más san
Pablo: No entendáis en manjares delicados y beberes,
mas vestíos de Jesucristo128. Que fue tanto como decir:
Embebeos todos en él, y aprended de él las buenas doc-
trinas, las santas costumbres y los ejemplos de las virtu-
des. Las cuales ejercitó y obró Cristo nuestro redentor y
enseñó a sus discípulos por ejemplos y por palabras.
Primeramente como arriba dijimos, nos propuso y ense-
ñó de esta manera la pobreza voluntaria, y porque mejor
y más fuertemente la arraigase en los corazones de los
hombres, juntó luego el premio diciendo: Bienaventura-
dos son los pobres de espíritu, porque de ellos es el Re-
ino de los cielos129. Llámalos bienaventurados y que de
ellos es el Reino de los cielos, sobre lo cual dice san
Bernardo: Fuerte y ligera es la pluma de la pobreza con
la cual tan presto se vuela al cielo. Porque a las otras
virtudes que se siguen solamente se promete el premio
que está por venir. Mas a la pobreza se le da luego. Y
por eso dijo el Salvador: de ellos es el Reino de los cie-
los. Y de los otros heredarán, serán consolados130.
Tras la pobreza que puso como un fundamento de
todo el edificio espiritual, nos enseñó a ser mansos, di-
ciendo: Bienaventurados son los mansos, porque ellos
poseerán la tierra131, o dice de aquélla, de la cual dice el
profeta: Agradaré al Señor en la tierra de los vivientes132
o de la tierra de nuestros cuerpos. De la cual dijo Dios a

100
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Adán: Hasta que tornes a la tierra de donde eres toma-


do133. Porque es razón que el que tiene paz con amigos y
enemigos, también la tenga consigo mismo, no sintiendo
rebeldía o guerra de los movimientos bestiales de la car-
ne, que le den mucha molestia. No que el manso nunca
se deba enojar o sentir alguna alteración en su cuerpo.
Porque como dice Aristóteles: Los que no se enojan,
cuando se han de enojar, antes son locos que mansos134.
Así que el manso se enoja. Empero, cómo y cuándo y
con quién debe enojarse, ni por eso pierde la mansedum-
bre, antes la perfecciona. ¿Por ventura no dijo el Hijo de
Dios: Aprended de mí, que soy manso y humilde de co-
razón?135. Y con todo eso, a los fariseos llamó hipócritas
y a los que compraban y vendían echó del templo con un
azote136. Así que se ha de enojar, empero sin pecado. Lo
cual se hace cuando nos enojamos o contra nuestros pe-
cados o contra los de los prójimos. Cuanto quiera que
pasa de aquí, la mansedumbre ya pierde su nombre, por-
que el manso es señor de la ira y a ninguno hace injurias,
y si alguno se la hace súfrela con igualdad y con muy
poca alteración; siempre anda reposado, siempre quieto,
con ninguno se enoja, sino cuando o la ley de Dios o la
razón lo manda. Y por tanto los que tienen esta virtud,
las más de las veces andan alegres, jocundos y contentos,
son agradables a los hombres y a los ángeles y terribles a
los demonios y de Dios omnipotente en gran manera
queridos y honrados. Y por tanto el Hijo de Dios los
llama bienaventurados diciendo: Bienaventurados son
los mansos, porque ellos poseerán la tierra137.
Nos enseñó también la Sabiduría del Padre, nues-
tro Salvador, el llanto santo cuando dijo: Bienaventura-
dos son los que lloran, porqué serán consolados138. Mu-

101
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

chas cosas hay que llorar en este siglo. Primeramente


nuestros pecados, con los cuales siempre ofendemos a
nuestro Padre y Señor. Lo segundo, porque vivimos des-
terrados de nuestra tierra, que es el cielo, en medio de
nuestros enemigos, que son los demonios, los cuales
siempre nos combaten con mil maneras de ardites y en-
gaños, deseando con todo el poder que tienen en llevar-
nos al infierno. Y también porque por otra parte estamos
cercados y quebrantados de infinitos trabajos, cargados
de este triste y miserables cuerpo, sujeto a tantos dolores,
enfermedades y mudanzas como acompañan esta mise-
rable vida. Asimismo es muy gran razón que lloremos
ver a nuestro mortal enemigo el demonio encruelecerse
contra las almas y llevar consigo la mayor parte de ellas
a los infiernos, despojándolas de la imagen de Dios, a la
cual fueron creadas y vistiéndolas de la suya. Finalmente
copiosísima materia es para que lloremos y hagamos
gran sentimiento y llanto, contemplar al Hijo de Dios
herido con azotes, coronado con espinas, cargado con
una cruz muy pesada encima de su delicadísimos hom-
bros, lleno de denuestos y enclavado en ella por nuestros
pecados y en fin muerto y sepultado por nuestra salud.
Así que de esta manera bien dice nuestro Redentor:
Bienaventurados los que lloraren todo esto, porque se-
rán consolados de consolación eterna. Mas hay algunos
que parece que lloran, empero si hiciesen esto de veras y
las lágrimas saliesen del corazón, no tan fácilmente
(como muy bien dice san Bernardo) se tornarían a la
risa y locura. Y como tras las lágrimas vengan luego las
fábulas, risas y palabras no sólo ociosas más también
perniciosas, a estos tales no se dará el premio, que es la
consolación eterna. La cual no se promete sino a los que

102
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

verdaderamente lloran, pues estos otros tan fácilmente


admiten la terrena, vana y transitoria139.
Empero tornemos nosotros a la fuente de la verda-
dera luz, que es nuestro Salvador y Sabiduría del Padre y
veamos lo que nos enseña más adelante. Dice pues la
misma Justicia: Bienaventurados los que tienen hambre
y sed de la justicia, porque recibirán hartura140. Llama
aquí Cristo justicia a toda virtud, y no solamente a aque-
lla la cual sólo consiste en una igualdad y equidad, dan-
do a cada uno lo suyo. Y dice ser bienaventurados los
que con todas sus fuerzas se dan a ella y trabajan en que
ellos y todos guarden la ley divina, la cual contiene toda
justicia, y que de ninguno sea jamás violada. Empero
como dice muy bien el glorioso Bernardo: Hay algunos
que son demasiados en se enojar contra los vicios aje-
nos y parece que tienen gran celo de justicia, y es cosa
extraña y mucho de notar cómo disimulan sus propios
delitos y culpas, perdonando siempre a sí mismos y re-
prendiendo agriamente a los otros. Empero es menester
justa balanza, porque así el peso malo en el negligente
examen de nuestras culpas como el que parece bueno en
el demasiado rigor con las ajenas, el uno y el otro peso
como esta escrito “abomina Dios”141. Dice pues nuestro
Redentor: Bienaventurados los que tiene hambre y sed
de la justicia142. Empero han de tener hambre de ella no
sólo en los otros, mas mucho más en sí mismos, para que
sean bienaventurados y llenos de hartura en el siglo ve-
nidero.
Añade más nuestro buen Maestro y Redentor:
Bienaventurados son los misericordiosos 143, los que trae
en corazón lastimado por las miserias y males de sus
prójimos y hermanos y con todas sus fuerzas los procu-

103
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

ran de ayudar y librar de ellos. A éstos llama el Hijo de


Dios bienaventurados, porque alcanzarán no pequeña
misericordia en el día postrimero del juicio, ni tendrán
temor cuando hayan de partir de esta vida. De lo cual
avisó muy bien aquel gran patriarca Tobías a su hijo
diciéndole: Todos los que hicieren limosna, tendrán muy
gran confianza144. Porque la limosna no permite al alma
misericordiosa ir a los infiernos.
Prosiguiendo pues el Salvador y Maestro Bueno
su celestial doctrina nos dice más adelante: Bienaventu-
rados los limpios de corazón, porque ellos son los que
verán a Dios145. Aquellos que tiene por cierto sus cora-
zones limpios, los que están fuera de toda suciedad de
pecado, ni tienen sus almas apegadas a las cosas de este
mundo y pues dejan las criaturas, justamente se les pro-
mete en premio la vista del Creador de ellas, y truecan
con bienaventurado trueque y cambio la suavidad delez-
nable e infernal con el dulzor eterno y bienaventurado.
Dios es todo puro y limpio, amador de las almas castas y
por tanto toda su conversación es con las tales. Y por eso
dice su propio Hijo: Bienaventurados son los limpios
corazón, porque ellos verán a Dios146.
Prosiguiendo pues en este divino sermón, dice el
Salvador más adelante: Bienaventurados los que pade-
cen persecución por la justicia, porque de ellos es el
reino de los cielos147. Como si dijese: Yo sé que de vues-
tros contrarios y malos hombres habéis de sufrir muchos
trabajos, tormentos, escarnios y vituperios por la justicia
y por vuestra bondad, más tomadlo todo con gran ánimo
y esfuerzo, porque vuestro es el Reino de los cielos. Y
así san Pedro, enseñado de su buen Maestro daba la
misma doctrina a sus discípulos, cuando les decía: Nin-

104
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

guno de vosotros padezca como ladrón o maldiciente,


mas si sufrieres alguna cosa por ser cristianos, os digo
yo por esto bienaventurados148. Concluye el Señor esta
plática celestial diciendo: Bienaventurados seréis cuan-
do os maldijeren y mintiendo dijeren cualquier mal de
vosotros sólo porque predicáis mi nombre y doctrina,
gozad en aquella hora y alegraos con gozo y alegría,
porque vuestro galardón es muy grande y copioso en el
cielo149. En esto que dice aquí nuestro Redentor beatifica
los mártires. Los cuales por su nombre y predicación de
la justicia y verdad, sufrieron injurias, fueron echados a
las bestias, padecieron cruces y fuegos, y doscientos mil
tormentos. A todos estos decía que se gozasen y saltasen
de alegría porque recibirían una paga muy grande en los
cielos.
Estas pues son las virtudes que nos enseñó nuestro
Celestial Maestro. Y porque son como unas vestiduras
muy preciosas y ricas del alma, decía muy bien san Pa-
blo: Vestíos a Jesucristo150, pues el que se despojare de
las ropas viejas y se vistiere de estas nuevas y así apare-
ciere delante del juez en la hora de la muerte, no habrá
miedo, antes estará muy confiado y seguro. Porque escri-
to está en el Apocalipsis de los que así mueren, sus
obras les seguirán151. Por lo cual dice san Gregorio: Que
los justos y buenos y los que se han ejercitado en las
virtudes en la vida, por comienzo de su galardón reciben
las más veces gran confianza y seguridad en la muer-
te152.

105
CAPÍTULO 14.

EN QUE SE PROSIGUE LA MATERIA DE LAS


VIRTUDES COMENZADA.

Mas la materia de las virtudes y fruto de las dos


mortificaciones o muertes espirituales de que arriba
hemos hablado es tan suave, odorífera y necesaria para
bien morir, bueno será que tornemos a tratar un poco de
lo mismo. Y no nos pese oír muchas veces cosa en que
tanto nos va e importa en ella. Las Marías, como se es-
cribe en el sacro evangelio, vinieron con ungüentos pre-
ciosos al sepulcro de nuestro Redento153 y también noso-
tros hemos de ir al sepulcro, que es a la muerte, con unos
ungüentos odoríferos de virtudes y buenas obras si que-
remos hallar en ella a Cristo muerto por nosotros y resu-
citar con Él. Y así como ellas fueron salido ya el sol, así
nosotros también si en nuestra salida del cuerpo quere-
mos ver a nuestro Señor, ha de ser salido el sol de su
gracia y resplandor en nuestra alma por buenas obras,
teniendo siempre para esto delante de nuestros ojos
aquellos siete días en que nuestro señor Dios formó el
universo mundo. En el primer día formó la luz con la
cual hizo división entre ella y las tinieblas154, y así tam-
bién es menester que nazca en nosotros la luz de la fe,
con la que se dividen los fieles de los infieles, y esto sea
en el primer día. Porque la fe es principio y fundamento
de todo el edificio espiritual, sin la cual, como dice san
Pablo, no es posible placer a Dios155.
En el segundo día formó Dios el firmamento o cie-
lo, poniéndolo en medio de las aguas, y así apartó las
aguas que están debajo del firmamento, de las que están

106
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

encima de él156. Tras el día de la fe, conviene que venga


el día de la esperanza, con la cual volando a los cielos y
por los méritos de la fe y obras, esperando sólo lo del
cielo, con el favor divino somos apartados de aquellos
que a manera de las aguas que corren debajo del firma-
mento sólo gustan lo terreno y se andan deleznando en
las cosas del mundo.
En el tercero día apartó Dios las aguas de la tierra,
la cual quedó seca157. Lo mismo hace ahora en nuestras
almas al tercero día, cuando infunde en ellas la tempe-
rancia con la cual la aparta de nosotros las aguas amar-
gas de los torpes deseos y la tierra de nuestro corazón
queda seca y sedienta de aquellas aguas vivas que hartan
a los espíritus angélicos y almas bienaventuradas en las
alturas de los cielos.
En el cuarto día hizo Dios el sol y la luna y estre-
158
llas para que entendamos esto, que también han de
lucir en nuestras almas el sol, que es la sabiduría divina
con la cual conocemos y gustamos las cosa celestiales y
discernimos entre día y día, sabiendo hacer distinción
entre sentido y sentido, distinguiendo el espíritu de la
letra y apartando la verdad del error. Y la luna ha de dar
también luz, que es la prudencia con la cual tenemos
conocimiento de las cosas humanas, para que no nos
engañe la astucia de los hombres doblados, ni la malicia
de los maliciosos, conforme a lo que avisó Cristo a sus
Apóstoles cuando dijo: Mirad que os envío como ovejas
entre lobos, por tanto sed prudentes como serpientes y
simples como las palomas159.
Conviene asimismo que en el cielo de nuestra al-
ma resplandezcan y den luz las estrellas, que son los
ejemplos de los santos. Para que mirando siempre en

107
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

ellos nunca nos desviemos del sol, que es como tengo


dicho la sabiduría divina, ni de la luna, que es la pruden-
cia cerca de las cosas humanas, antes con su lumbre me-
rezcamos siempre en lo uno y en lo otro, y con su favor
nos vengan de continuo nuevas influencias.
En el quinto día formó Dios los peces del agua y
aves del aire e hizo que las aves volasen en el cielo aéreo
y los peces nadasen en las aguas160. Lo cual hace tam-
bién de nosotros el quinto día cuando nos da luz y forta-
leza con la cual como peces nadamos por el mar braví-
simo de este mundo, sufriendo con grande ánimo las
ondas de las tribulaciones, y las tempestades y vientos de
las tentaciones, y como aves levantamos nuestros deseos
a las alturas de los cielos, dando maravillosos vuelos, a
manera de águilas, sobre todas las jerarquías de los ánge-
les, hasta llegar al mismo Dios, multiplicando siempre
buenas obras, bendiciéndolas él con su santísima mano.
En el sexto día formó Dios los animales y todo gé-
nero de bestias, y también al hombre, al cual hizo señor
de todo lo visible, y mandó que todos los brutos y criatu-
ras irracionales le obedeciesen y fuesen sujetas. El sexto
día (creó) en el alma la justicia, la cual tornándonos a la
imagen y semejanza de Dios161, nos hace señores y reyes
de las bestias y fieras, que son los movimientos brutales
y encendimientos bestiales de nuestra carne. Pues estos
son los días que siempre hemos de llevar delante de los
ojos, para que con gran devoción y seguridad va(ya)mos
con las Marías al sepulcro, que es la muerte. De las cua-
les se escribe que fueron salido ya el sol162. No nos olvi-
demos de vestir las vestiduras preciosas de Esaú, que son
la vergüenza y honestidad de vida, y el olor de la buena
fama, y traigamos (saquemos) las pellejuelas de los ca-

108
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

britos, en las cuales se entienden las suciedades de los


pecados y las obras muertas de la vida pasada. Las cua-
les confesemos con gran dolor a nuestro Eterno Padre y
ofrezcámosle los manjares que él come de buena gana.
Conviene a saber: la obediencia voluntaria y alegre, y
cuando en algo faltáremos, la humilde penitencia y satis-
facción.
Cubiertos pues con estas virtudes como con unas
flores muy olorosas, darnos ha su bendición, diciendo
aquello que el patriarca Isaac dijo a su hijo sintiendo el
suave olor que de él salía: El olor de mi hijo, es así como
el olor de un campo llenos de flores, al cual bendijo el
Señor163. Pues con tales favores, ¿quién rehusará ir a la
muerte? O por mejor decir ¿quién no holgará ir a ella y
ser desatado y estar con Cristo? Por tanto muy bien dice,
y provechosamente nos amonesta san Bernardo, dicien-
do: ¡Oh hermanos, con gran diligencia y esfuerzo daos a
las virtudes, sentaos con mucho reposo y contad lo que
cada día podéis adquirir y ganar, teniendo por cierto,
que toda buena obra tendrá su galardón en el acata-
miento divino. Y así como no perecerá un cabello de la
cabeza en el día del juicio, así tampoco perderéis un
momento de tiempo, que hayáis empleado en servicio de
Dios!164.
.

109
CAPÍTULO 15.

DE CÓMO LAS VIRTUDES AL PRINCIPIO SON


MUY TRABAJOSAS, EMPERO DESPUÉS CON
EL USO SON MUY DULCES Y SUAVES.

Empero muchos hay a quien espanta la entrada de


las virtudes y no pueden sufrir su rostro de ellas, tan se-
vero, grave y áspero, en toda parte señalando peleas y
siempre mandando que nos ejercitemos en trabajos, más
si éstos tales sintiesen el fruto de ellas y cuánta es su
suavidad, hermosura y benignidad después de alcanza-
das, no solamente no les causarían espanto, mas con
todo estudio y vigilancia andarían tras ellas, llevados de
su inestimable dulzor. ¿Por ventura no es cosa trabajosa
romper una nuez? Empero es cosa suave comer lo que
hay en ella. ¿No es difícil cosa navegar por la mar tem-
pestuosa y andar por tierras extrañas, peregrinas y apar-
tadas para vender la mercadería? Mas después de vendi-
da y vuelto a casa con mucha ganancia no hay quien no
huelgue de haber pasado el trabajo. Ejercitar el cuerpo en
las cosas de la guerra y poner la vida cada hora al tablero
duro es y espantoso por cierto, empero holgar con la
victoria y gozar de los despojos, cosa es deseable y de
mucho contento. No hay arte ni oficio alguno, que en lo
alcanzar, primero no cueste mucho trabajo y sudor, mas
después con el uso se hace deleitable y fácil, y con la
ganancia muy provechoso y apacible. Así las virtudes, al
principio son trabajosas, ásperas y amargas. Porque co-
mo dice el Filósofo, el arte y la virtud consisten cerca de
lo que es dificultoso165. Quiere decir que al principio

110
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

tienen dificultad, mas con el tiempo se hacen dulces y


suaves. Por lo cual dice san Pablo: Todo honesto trabajo,
aunque luego y al principio es de alguna pena, mas des-
pués con el uso trae gran paz en el alma, por el fruto de
la justicia166. Y san Bernardo escribiendo a Eugenio
Papa le dice: Cualquier trabajo luego al principio pare-
ce incomportable, mas con el tiempo y si os hacéis a él,
juzgaréis que no es tan pesado, de ahí a un poco diréis
que es ligero, después no lo sentiréis, y al cabo recibi-
réis en él deleite167. Lo mismo dice muy bien aquel gran
Basilio, por estas palabras: Áspero es primero, duro y
muy trabajoso el camino de la virtud, y por tanto no es
de todos caminar por él, por su rectitud y grande altura,
ni es cosa fácil aunque hayáis comenzado venir a lo más
alto, mas si allí allegares es muy ligero, hermoso, fácil y
llano, y más alegre y dulce que el que lleva al pecado168.
Dicen que cuando Hércules era muy mozo, como
tratase y deliberase consigo, cuál camino tomaría, o el
que por el trabajo llevaba a la virtud o aquel muy fácil
que despeña al vicio, que vinieron a él dos mujercillas,
las cuales eran la virtud y el vicio, y con sólo su traje sin
hablar palabra mostraban su diversidad. La una, convie-
ne a saber el vicio, por estar muy afeitada y apostada
parecía muy hermosa y regalada, y traía colgadas de sí
todas las maneras de deleites. Las cuales mostrando a
Hércules y convidándole con ellas, procuraba atraerle a
sus amores. La otra por el contrario, se dice haber sido
fea, flaca y descolorida y echándole los ojos haberle
ofrecidos todas las cosas contrarias a la primera. Con-
viene a saber: que si la seguía no le permitiría cosa algu-
na remisa o disoluta, ni alegre o placentera, mas que lo
que le había de dar eran trabajos y peligros infinitos por

111
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

mar y por tierra, empero el premio después de todos


estos trabajos sería ser dios. Y que Hércules oyendo esto
menospreciada la primera con todos sus deleites, siguió a
esta segunda con todos sus trabajos169.
Y si os parece no de tanta autoridad los ejemplos
peregrinos, echad los ojos a lo que han hecho los nues-
tros. Se lee del gran patriarca Abraham, que como el
pueblo gentílico le convidase y dijese que tomase los
más escogidos sepulcros cerca de ellos, no consintió170,
porque el mundo tiene también sus sepulcros escogidos,
en los cuales entierra sus muertos, que son los regalos y
deleites carnales. Y así se escribe que todo Egipto, en
quien se entiende el mundo, estaba lleno de sepulcros, y
que no había casa en la cual no estaba echado un muer-
to171. Estos sepulcros pedían los hijos de Israel estando
en el desierto, cuando decían: ¿Por ventura nos faltaban
sepulcros en Egipto?172. En estos sepulcros no quería
Abraham enterrar a sus muertos. ¿Pues dónde? En la
cueva doblada. Por la cueva doblada se entiende la vida
activa y contemplativa. No quería él reposar en los delei-
tes y placeres de este mundo, mas por los trabajos de la
vida activa, que son las obras de las virtudes morales,
deseaba sepultarse en la contemplativa. Y por los com-
bates y peleas interiores del alma, subir al dulce gusto
del espíritu, y a fuerza de brazos con el favor divino, de
hombre hacerse dios por participación, según aquello de
David: Yo dije que sois dioses173, lo cual habló de los
hombres virtuosos y santos.
¿Qué diremos del patriarca Jacob? Con cuántos
trabajos se fatigó de día y de noche consumiéndose al
sereno con el frío y con el calor ¿Para qué? No por otro,
sino por alcanzar al fin de sus trabajos a Lía y a Raquel,

112
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

que son como tengo dicho arriba, la vida activa y con-


templativa. ¿Por ventura no luchó con un ángel hasta la
mañana y después de la lucha no alcanzó su bendición?
Y así, el que antes llamaban Jacob después le decían
Israel, que quiere decir el que ve a Dios174. Porque los
que en esta vida sufren con gran ánimo las peleas y tra-
bajos, poniendo debajo de su dominio a todos sus contra-
rios, por premio reciben la visión beatífica de Dios, aquí
por comienzo y después en perfección. Así lo prometió
el Salvador en el Apocalipsis cuando dijo: Al que vencie-
re daré a comer del árbol de la vida, el cual está en el
Paraíso de mi Dios175. Y otra vez dice: Al que venciere
daré maná escondido176. Y del mismo Señor nuestro,
dice san Pablo, que sufrió la cruz, no teniendo en nada
la vergüenza, porque miró al premio. Y así ahora está
sentado a la diestra del Padre177. A él siguieron los
Apóstoles y mártires, los cuales teniendo en poco los
placeres y deleites de este mundo sufrieron con alegría
cruces, fuego, azotes y muertes, y por esto alcanzaron
premios eternos. Por lo cual no nos espante el rostro
triste, abajado y despreciado de la virtud de la humildad,
la cual siempre anda entre injurias, abatimientos, menos-
precios y escarnios, teniendo de continuo delante su pro-
pia vileza y nada, y los ojos llenos de lágrimas por el
conocimiento de su pecado, recibiendo en esto muy gran
alegría. Porque dice Dios que su Espíritu reposará so-
bre el manso y humilde178. Ni tampoco nos mueva la
cara terrible, espantosa y áspera de la virtud de la pa-
ciencia, la cual nos ensaya y ejercita en guerras, peleas y
continuos trabajos, diciendo que aun cualquier género de
muerte debemos tomar con gozo. Porque el apóstol San-
tiago dice: Que la paciencia tiene obra perfecta179. Ni

113
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

menos nos enoje la cara vergonzosa y honesta de la cas-


tidad, la cual en todo lugar huye de los peligros y de
continuo vela contra los bestiales movimientos de la
carne. Porque dice el que es fuente de toda pureza y cas-
tidad, el Hijo de la Virgen: Hay algunos que se castra-
ron por el reino de Dios. Empero no todos son capaces
de esta palabra180.
Ni tampoco nos den en rostro las otras virtudes,
porque si cuestan trabajo, ninguna de ellas carece de
gran premio. Lo cual es manifiesto. Porque si tomamos
la caridad con el prójimo o la limosna, miremos lo que
avisó aquel gran patriarca Tobías a su hijo cuando le
dijo: Como pudieres así seas misericordioso. Si mucho
tuvieres sea la limosna abundante y si tuvieres poco, de
eso poco da de buena gana. Porque sentirás el premio
en el día de tu necesidad181. No sólo la limosna, mas
cualquier virtud y buena obra en el tiempo de la necesi-
dad, que es en la hora de la muerte, cuando todos nos
dejarán, nos dará gran confianza, alegría, regocijo y re-
poso. De lo cual da muy buen testimonio también S.
Gregorio diciendo: Cualquiera que se apareja a obrar
los preceptos de la vida, que son las obras virtuosas,
antes que goce del premio en el cielo, aun aquí comien-
za a gustar de la seguridad y paz interior del alma. Ni
teme en la vida al enemigo antiguo, que es el demonio,
ni en la muerte sus violentas y crueles saetas182. Y por
eso decía Elifaz, uno de los amigos de Job: No temerás
las bestias de la tierra183. El diablo se dice bestia de la
tierra, porque en la hora del partir de esta vida se encrue-
lece para arrebatar las almas de los pecadores. Y por eso
el apóstol san Pedro nos exhorta tanto que nos demos a
bien obrar, cuando dice: Trabajad con todo estudio de

114
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

hacer cierta con vuestras buenas obras vuestra voca-


ción184. Y san Pablo dice a los hebreos: No queráis per-
der vuestra esperanza, la cual merece muy gran premio
185
. También Santiago dice: Tened hermanos paciencia
hasta la venida del Señor; catad que el labrador espera
el precioso fruto de la tierra sufriendo con paciencia
hasta su tiempo. Así vosotros sed pacientes y confirmad
y corroborad vuestros corazones con buenas obras,
porque se acercará la venida del Señor186. Pues no te-
mamos luego la severidad, aspereza y gravedad que pa-
rece que hay en las virtudes, porque su fruto es dulcísi-
mo en la vida y en la muerte lleno de gozo y en el cielo
acabado de gloria.

115
CAPÍTULO 16.

EN EL CUAL SE TRATA DE OTRO GÉNERO DE


MUERTE ESPIRITUAL, EL CUAL CONSISTE
EN UN OLVIDO DE TODAS LAS COSAS
PRESENTES Y DE SÍ MISMO, LO CUAL ES
PRINCIPIO DE LA VIDA ETERNA.

Y pues hasta ahora hemos tratado cómo para di-


chosamente morir es necesario primero haber muerto al
mundo y a todas las pasiones que nacen de la carne, resta
ahora hablar de otro género de muerte, según el cual
morimos a nuestra propia naturaleza. Y el que a este
grado llegare no le será dificultoso despedirse del cuer-
po, pues no está muy lejos de la vida eterna. Es pues esta
muerte de que al presente queremos tratar, un sueño
bienaventurado, en el cual no sólo nos olvidamos de las
cosas de este siglo, más aún de nosotros mismos. Porque
somos entonces llevados por la virtud divina a las cosas
soberanas y que traspasan toda naturaleza criada. Esta
dichosa muerte o sueño bendito sintió Adán en el Paraí-
so terrenal, cuando le sacó Dios la costilla de donde for-
mó a Eva187. Esta misma (muerte) sentía también la es-
posa de Cristo cuando decía: Yo duermo, mas mi cora-
zón vela188. Asimismo el apóstol san Pablo confiesa de sí
mismo, que arrebatado en esta dichosa muerte o sueño
haber oído palabras y entendido misterios que ningún
hombre abasta a hablarlos189. Es ésta muerte como he
tocado arriba una semejanza o por mejor decir un princi-
pio de la vida eterna en la cual según dice san Agustín:
El alma está olvidada de este siglo presente y se viste de

116
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

la imagen y semejanza de Dios. Aquí halla la tierra que


mana miel y leche, y la posesión espiritual, la cual se
promete a los varones espirituales, que bien se llama
tierra por su firmeza y cielo por su altura190. Esta tierra
trae gran dulzura, porque da mucha alegría al corazón y
seguridad a la conciencia; ofrece leche porque descubre
la dulzura que hay en la humanidad del Salvador. Da
también miel porque en su divinidad, en la cual hay infi-
nita suavidad, pone toda su bienaventuranza. Por lo cual
dice el devotísimo (san) Bernardo: !Oh dichosa muerte,
en la que mueren los sentidos y se halla la vida! Os rue-
go hermanos, que la améis en gran manera, porque en
la vida no hay cosa más dulce ni más amable, ni que así
aparte el alma de las cosas del mundo, ni que así la for-
talezca contra cualquier tentación, ni que así la incite y
ayude para toda obra buena y cualquier honesto trabajo
como esta dulcísima muerte191.
La oscuridad divina (por decir así) o abismo en la
cual los varones claros y nobles en virtudes bienaventu-
radamente mueren, según dice aquel gran Dionisio
Areopagita escribiendo a Doroteo: Es una luz inaccesi-
ble, en la cual mora Dios (ITm 6,16). Y como sea invisi-
ble por su admirable claridad y más excelente que toda
sustancia e inaccesible por la inmensidad de la lumbre
sobresubstancial que mana de él, sólos aquellos llegan a
ella y son de ella arrebatados y sumidos, los cuales me-
recieron conocer y ver a Dios. Y es cosa digna de admi-
ración, que cuando menos ven, conocen, oyen, hablan o
sienten, sino que son muertos bienaventuradamente,
tanto son más fácilmente ajuntados a Aquél que sobre-
puja toda visión y conocimiento, y dicen con el Profeta:
!Oh, Señor, cuán admirable es la grandeza de tu sabidu-

117
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

ría! En gran manera la sobrepuja y está levantada sobre


mis fuerzas, nunca acabaré de entenderla o de llegar a
ella (Sal 139,6). A esta dichosa muerte o por mejor decir
vida, llegó san Pablo cuando decía: los caminos de Dios
son incógnitos y sus juicios imperscrutables (Rm 11,33),
sus dones inefables y su paz sobrepuja a todo entendi-
miento (Flp 4,7)192.
Se lee que para que naciese Benjamín, el cual es
figura de la contemplación, fue menester que muriese su
madre Raquel193, la cual es imagen de la razón natural.
Porque nunca alcanza la naturaleza por sí sola lo que es
sobre ella. Y los Apóstoles en la Transfiguración de
nuestro Redentor, oyendo la voz del padre, cayeron
amortecidos en tierra, porque toda carne enflaquece
cuando se descubre alguna cosa del cielo194. Dice la Es-
critura que Moisés entró en la oscuridad del monte y
habló allí con Dios, y que salió de aquella habla con el
rostro tan resplandeciente, que los hijos de Israel no
podían mirar en él195. Por la oscuridad del monte se
puede entender el ser incomprensible de Dios, en cuya
contemplación y habla mueren todos los sentidos, y sale
la cara del alma tan resplandeciente, que los hijos de
Israel, que son las almas imperfectas no abastan a mirar
en ella. Porque no pueden entender sus altos sentimien-
tos, que bebió de la fuente de la luz soberana y divina. A
esta dichosa muerte exhortaba el gran Dionisio Areopa-
gita a Timoteo, cuando le decía: ¡Oh amado Timoteo!
con muy grande y continuo ejercicio digno de los espec-
táculos místicos y divinos, deja los sentidos y operacio-
nes intelectuales y todas las cosas sensibles i inteligibles
y cuanto hay y no hay, y para que te ajuntes con Aquél
que es sobre toda sustancia y ciencia, cierra los ojos del

118
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

cuerpo y del alma, y con todas tus fuerzas le da tu volun-


tad y afecto. Sin duda sin ti y libre, absoluta y puramente
saliendo de todas las cosas, volarás al rayo de la divina
oscuridad y niebla, por decir así, sacudido y desatado de
todo. Supliquemos al Muy Alto Dios, que nos deje llegar
a esta tan lúcida y clara oscuridad y muertos a la natu-
raleza, que es a los sentidos y ciencia, nos deje ver y
saber a Aquél que traspasa todo sentido y sabiduría
criada. Y esto mismo conviene a saber, no ver ni enten-
der la sustancia divina es verdaderamente ver y enten-
der. Porque entonces verdaderamente conocemos y ala-
bamos a Dios, cuando conocemos que no le podemos
entender, y ayudados de todas las criaturas, vemos que
queda aún muy lejos de nuestra capacidad, y entonces
con gran solemnidad le celebramos, cuando le contem-
plamos ser sobre toda sustancia196.
Así que según este varón esclarecido enseña, es
menester morir a todo, si queremos ser levantados en
Aquél que es verdaderamente todo. Lo cual claramente
dijo Dios a Moisés, cuando le pidió que le mostrase su
cara y él respondió que ninguno la vería viviendo197.
Como si le dijese, que convenía que muriese a todas las
sustancias y a sus propios deseos y propios sentidos y
aún a toda su naturaleza, si quería que le luciese algún
rayo de su divina presencia. Empero no es de todos mo-
rir de esta manera. De muy pocos es por cierto. Y sola-
mente de aquéllos como dice san Pablo, que por luengo
ejercicio de virtud, tienen el entendimiento alumbrado
para discernir y conocer entre el bien y el mal198. Y por
eso dijo Dios a san Agustín: Soy mantenimiento de los
ya crecidos, crece y comerme has, ni tú me mudarás en
ti como haces con lo que comes, mas tú serás mudado en

119
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

mí199. Y como dice el glorioso santo en otro lugar: Nin-


guno viene a la verdadera paz, donde hay sumo silencio,
si primero con grande estrépito no ha peleado con los
vicios200. Pues a quien fuere dado por la gran liberalidad
y bondad de Dios experimentar esta felicísima y dulcí-
sima muerte, y muchas veces para gozar de ella se
hubiere ejercitado santificando su conciencia de las
obras muertas, que son los pecados, y firmándola con
santas virtudes, tenga por cierto, que se hallará aparejado
para la última muerte, y con gran regocijo y sin ningún
impedimento dará el alma a Dios, que la crió.

120
CAPÍTULO 17.

DE DIVERSOS GÉNEROS DE LOS QUE


MUEREN.

Y porque es ya tiempo de hablar de esta (muerte) a


todos debida más en particular, pues hice promesa (de)
tratar de ella cuando comencé la obra, primeramente
diremos cuántas maneras hay de los que pasan de esta
vida, según sus costumbres, propósitos y obras que
hicieron. Para lo cual es de notar que hay algunos que
casados y hinchados con su propio parecer o por mejor
decir heridos y emponzoñados con veneno del diablo,
salieron del gremio y escuela de la Iglesia, y con sus
pestíferas interpretaciones corrompieron las Escrituras
Sagradas, y a sí y a muchos otros consigo emponzoñaron
miserablemente, y con estas cosas tan abominables pro-
vocaron contra sí en gran manera la ira de Dios. Y por
tanto, éstos al postrero día de su vida sentirán la ira de
Dios y su venganza encruelecer contra ellos terriblemen-
te, y experimentarán la muerte muy espantable, horrible
y cruelísima, y comenzarán ya desde acá a gustar aque-
llas llamas infernales, a las cuales de ahí a un poco han
de ser para siempre entregados.
Otros hay que muy a su placer y reposo, y muy a
rienda suelta toda la vida se dieron a los vicios, y a las
riquezas adoraron como al mismo Dios, y pusieron su
último fin en las dignidades, honras y favores populares,
sirviendo de continuo a los regalos y deleites de la carne.
Estos también cuando han de salir de este mundo son
atemorizados con grandísimo espanto y fatigados con

121
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

diversas y horribles imágenes de demonios. Y porque


siempre desecharon de sí los mandamientos divinos,
también luego que salen de sus cuerpos, son arrebatados
de los demonios. Otros hay que recibieron grandes bene-
ficios de la mano de Dios en la vida, ingenios claros,
letras, riquezas, dignidades y prelacías, reinos y princi-
pados, sacerdocios, estados de perfección, como son las
religiones. Empero porque fueron ingratos a la liberali-
dad divina, no correspondiendo con sus vidas a sus esta-
dos, también les irá muy mal con ellos en la hora de la
muerte. Porque unos habrán de ir a los fuegos del Purga-
torio a purgar y pagar lo que deben. Y muchos (de lo
cual tengo yo muy gran temor) serán echados al profun-
do de los infiernos.
Otros peores que los de arriba, los cuales pasando
toda la vida en pecados, siempre difirieron la penitencia
hasta el último día de su vida, y salieron de este mundo
con poca contrición. Y por tanto en el Purgatorio senti-
rán la mano de Dios tan dura y terrible, que entonces
conocerán muy bien, cuán mal hicieron en dilatar la pe-
nitencia tanto tiempo. Las penas del Purgatorio son terri-
bles. Porque la menor pena allá es más grave y dolorosa
que cualquier tormento acá, por grande que fuere y por
cruel que una alma le pueda imaginar. Hay otros que se
dan a la virtud y se guardan muy mucho de los pecados
mortales, empero de los veniales no hacen mucha cuen-
ta. Estos no sentirán la muerte tan dura, mas después de
muertos serán llevados al Purgatorio, donde pagarán
cuanto aquí no pagaron. Empero, si en la vida alegre-
mente sufrieron las adversidades, trabajos, dolores y sus
enfermedades, mucha consolación les será esto al tiempo
de la agonía postrera.

122
CAPÍTULO 18.

EN EL CUAL SE AVISA Y CONSUELA A LOS


QUE TODA LA VIDA HAN OBRADO MAL Y SE
HALLAN ASÍ A LA HORA DE LA MUERTE.

Entre todos los que hemos dicho, los que están en


puerto más peligroso son los que mueren sin arrepenti-
miento. Porque van sin duda al infierno, y tras éstos los
que aguardaron la penitencia hasta la hora postrimera. Y
aunque éstos están en paso de muy gran peligro y no les
falta sino un punto para su perpetua damnación, empero
con todo eso, ¡oh hermanos! os ruego por un solo Dios
no desconfiéis de la misericordia divina, quebrantados
por flaqueza de corazón, pusilanimidad o desesperación,
mas antes tornad sobre vosotros y arrepentíos al menos
ahora (aunque sea muy peligroso haber esperado hasta
esta hora). Porque mientras el alma está en el cuerpo,
hay lugar a penitencia. Despedidos los cuidados que os
pueden impedir y afligir, dad ahora al menos de mano a
este tan engañoso mundo, no digáis entre vosotros llo-
rando y gimiendo ¿cómo hemos de partir de aquí? Por-
que si ahora no murieres, cierto es que presto habrá de
ser, porque nacimos para morir y somos todos mortales.
No espanta al hombre prudente la muerte, la cual
por los casos inciertos siempre amenaza a los hombres y
por la brevedad de la vida nunca puede estar muy lejos.
No os acongojen los hijitos queridos y vuestra amada
mujer que habéis de dejar, no vuestras muchas riquezas,
no las casas muy altas y cámaras doradas de donde
habéis de salir, no las dignidades, honras y favores de

123
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

que os habéis de despedir. Y finalmente ninguna cosa


que os pueda dar pena en esa hora admitáis ni tratéis con
vosotros mismos. El arrepentimiento, las lágrimas y so-
llozos son solos los que os podrán valer en tiempo de
tanta necesidad. Y por tanto, con un gemido muy grande
y profundos suspiros confesad vuestros pecados delante
del muy alto Dios, cuya real majestad habéis ofendido, y
después al confesor, el cual está en su lugar. En fin, es
vuestro padre a quien habéis enojado. El es el que dijo:
Lavad vuestras almas con la penitencia y conservadlas
limpias. Quitad de mis ojos vuestros pensamientos ma-
los, dejar ya de hacer maldades y comenzad de os ejer-
citar en buenas obras201. Y un poco más abajo añade: Y
si fueren vuestros pecados como la púrpura se tornarán
blancos como la nieve y si fueren colorados como la
grana se volverán como la lana blancos202. Y mirad lo
que os dice san Pablo: Que si en el tiempo del Viejo Tes-
tamento la sangre de cabrones o de toros y la ceniza de
una becerra esparcida o rociada, a los que tenían algu-
na mancilla santificaba y limpiaba cuanto a la carne
¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual lleno de Espíri-
tu Santo se ofreció a sí mismo sin mácula alguna de
pecado a su Padre por nosotros, purgó nuestras con-
ciencias de las obras muertas, que son los pecados, para
que limpios y puros sirviésemos a Dios omnipotente?203.
Si él pagó por vosotros en la cruz y allí santificó,
¿por qué habéis de dudar de vuestra salud (salvación), si
tenéis arrepentimiento y deseo de confesar y recibir los
sacramentos de la Iglesia y satisfacer y ejercitaros en
obras de penitencia, si por ventura tornáis a convalecen-
cia? ¿Si todavía teméis, mirad qué os dice el mismo Hijo
de Dios: Venid a mí todos los que estáis en trabajo y

124
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

cargados de pecados y yo os descansaré y os daré man-


tenimiente204. Y en otra parte: No vine a llamar a los
justos, mas a los pecadores205. Catad qué dijo al ladrón
en la cruz: Hoy serás conmigo en el Paraíso206. Y por
tanto san Pablo lleno de confianza osa decir: Jesucristo
vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los
cuales yo soy el primero207. ¿Pues por qué estáis aún
temerosos y desconfiáis de tanta piedad y de la clemen-
cia de tan buen Dios? Considerad con atentísimo ánimo
las llagas del Salvador y los agujeros de su venerable
cabeza, aquella cruz tan pesada que llevó a cuestas, con-
templad cómo cuelga en ella con infinita caridad y sobre
todo volved los ojos a la llaga de su santísimo costado,
cómo mana de ella sangre y agua para remedio de todos
nuestros pecados, y mirad cómo dice a su Eterno Padre:
Perdónalos, porque no saben lo que hacen208.
Si por sus enemigos oraba así, cuánto más lo hará
por los que le desean servir, aunque en tiempos pasados
le hayan sido ingratos. Mandó Dios a Moisés que colga-
se una serpiente de cobre en un palo, para que los hijos
de Israel mordidos de las serpientes mirando en ella sa-
nasen209. Aquella serpiente colgada en el palo es Cristo
colgado en la cruz. Si con ojos de amor y llenos de lá-
grimas en él catareis, no os podrán dañar los bocados de
las serpientes infernales, que son los pecados. También
mandó Dios al mismo Moisés, que echase un leño en las
aguas amargas, las cuales se tornaron tan dulces que el
pueblo pudo beber de ellas y matar la gran sed que te-
nía210. El leño es la santa y vera cruz del Redentor del
mundo, la cual echada en las aguas amargas de la muerte
se os tornará dulce, de manera que sin trabajo, antes con
mucha delectación podréis beber de ellas.

125
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

Sacad pues luego, oh hermanos muy amados (digo


los que estáis al paso de la muerte, temiendo y temblan-
do por vuestros grandes pecados). Sacad con gran deseo,
voluntad y alegría aguas de las fuentes del Salvador211,
aguas de gracia y de misericordia, aguas eternas y que
duran para siempre. Coged los méritos de infinito valor y
satisfacción, los cuales os dio Cristo salvador del mundo,
y hacedlos vuestros por fe y caridad y deseo muy fer-
viente, todos aquellos crueles tormentos, dolores y pre-
ciosísima sangre, todas sus injurias, vergüenzas, menos-
precios, escarnios, irrisiones y falsos testimonios, ofre-
ced a su Eterno Padre para vuestro reparo. Y con estas
armas y tal satisfacción desechad de vosotros todo temor
y duda o cualquier congoja que os pueda molestar. Por-
que como san Pablo dice: Si siendo enemigos fuimos
reconciliados por la muerte de su Hijo, mucho más ya
vueltos en su gracia, seremos salvos por virtud de su
vida. Y no sólo esto, más aún, nos debemos gozar y ale-
grar en Dios, teniendo tal medianero y tal pagador co-
mo es Cristo nuestros salvador, por el cual somos re-
conciliados212. Esto mismo nos dice el gran Basilio por
estas palabras: Mirad hermanos, cuánta sea la bondad
de Dios, y cuán grande caridad y amor tiene con noso-
tros. Miradle en la tierra, considerad cómo anda entre
los hombres. No se manifiesta como antes en el monte
Sinaí espantable, cuando el monte estaba lleno de humo
y tiniebla, cuando sonaba la trompeta con sonido tan
horrible que se erizaban los cabellos en la oír. Mas ves-
tido de nuestra flaca naturaleza, háblanos con mucha
blandura y suavidad, satisfaciendo por nosotros colgado
en la cruz213. Y san Ambrosio dice: !Oh, admirable ca-
ridad de nuestro grande Dios! Descendió al mundo y se

126
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

echó en tierra, debajo de todos, para levantar a todos214.


Y por eso dice san Bernardo: ¡Oh, buen Jesús, tu pasión
es último refugio y singular remedio siempre y en espe-
cial en la hora de la muerte! Porque faltando los méri-
tos, ella es la que socorre y lo adoba todo. Y por tanto
faltándome la virtud y justicia, no me perturbaré ni des-
confiaré. Porque pondré delante de mis ojos el cáliz del
Señor, que es su sacratísima pasión y le ofreceré a su
sacratísimo Padre, y así invocaré su nombre bendito que
me ayude215.
Pues así vosotros hermanos, los que estáis al pos-
trero paso de vuestra vida pobres de buenas obras y des-
pojados de santos méritos, volveos a vuestro Dios y be-
nignísimo Padre con todas vuestras fuerzas y con arden-
tísimo deseo desead uniros con él. Poned también delan-
te de vuestros ojos aquellos admirables coros de los án-
geles y santos bienaventurados deseando muy mucho
ajuntaros a su compañía. Y rogad a todos, y en especial a
la Madre de Dios, que os socorran y ayuden en tan gran
necesidad, y llorad vuestros pecados y doleos de haber-
los cometido, no por temor del infierno o por algún otro
temor servil, mas porque a tan buen Padre y tan dulce
Señor, de quien habéis recibido tantos beneficios, con
infinitos pensamientos deshonestos, palabras perniciosas
y obras perversas e inútiles habéis enojado, y esto os
debe lastimar más, que todas las penas que podéis haber
merecido.
Si el demonio os trae algunas imágenes o aparien-
cias para os hacer dudar en la fe, decid sin temor, que
creéis en lo que cree la santa madre Iglesia Romana, la
cual nunca ha errado ni puede errar, porque no nos ense-
ña otro (otra cosa) sino lo que nos dejaron los Apóstoles,

127
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

lo cual así ha venido de mano en mano hasta nosotros,


en lo cual no puede haber engaño, porque fueron ense-
ñados del Hijo de Dios y alumbrados del Espíritu Santo.
Y finalmente ofreced a vosotros mismos en sacrificio al
muy alto Dios, aparejados a sufrir de todo corazón y con
entera caridad a honra y gloria suya y no por otra causa,
todos aquellos dolores que la enfermedad trae consigo y
las amarguras de la muerte y cualquier otra pena, ora sea
temporal ora eterna que su Majestad por bien tuviere de
os dar.
Esta oblación y resignación grandemente os apro-
vechará puestos en tanta necesidad. Y cuando ya estu-
vieres al cabo, tomar las fortísimas armas que son, como
tengo dicho, la muerte y pasión llena de amargura de
nuestro Salvador. Y poned delante de vuestros ojos
aquella infinita caridad con que la pasó por pagar nues-
tros pecados, y vuestro espíritu, alma y cuerpo ajuntad
con su espíritu lleno de fervor, con su alma llena de
aflicción, con su cuerpo lleno de dolor. Y juntamente
con él morid en la cruz y vuestro espíritu con el suyo
encomendad en manos de vuestro Padre celestial, con-
fiando siempre en su infinita misericordia, la cual no
puede faltar a los que así están dispuestos y aparejados a
toda la satisfacción posible o en esta vida si les fuere
prolongada o en la otra.
Después de todo esto, cosa es de muy mucha im-
portancia y necesaria para los que están en este paso, que
ni mujer, ni hijo, ni parientes, ni amigos, ni vecinos, con-
sientan estar donde está el enfermo, si con quejas o llo-
ros u otras molestias han de impedir a los que allí están
para le ayudar a morir. Los cuales han de ser personas
religiosas y de buena vida, cuyo oficio será entonces orar

128
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

por el enfermo, y de rato en rato decirle cosas saludables


y también leer alguna cosa que le mueva a compunción
y devoción.
Asimismo estén advertidos, que las buenas obras
que han de hacer por él después de muerto las hagan
entonces, porque nunca jamás antes fueron tan necesa-
rias ni lo serán después, cuanto lo son en aquel tiempo.
Y a lo último de todo diga el enfermo aquellas tres pala-
bras, o con voz clara le sean dichas a la oreja, conviene a
saber: ¡Oh, Señor Dios, yo soy aquel pobre hombre, el
cual por tu paterna bondad y con tu infinita potencia
creaste por ti mismo y para ti mismo! Señor mío Jesu-
cristo yo soy aquel pobre hombre al cual tú por tu igno-
miniosísima e inocentísima muerte redimiste de todo el
poder del demonio, luego tú sólo tienes imperio y mando
sobre mí. Señor mío Jesucristo yo soy aquel hombre
miserable, a quien tú puedes salvar según el profundo de
tu misericordia. Se ha hallado por experiencia y está
probado por autoridad de varones santos, que estas pala-
bras son de grandísimo provecho para los que están a la
muerte.

129
CAPÍTULO 19.

EN EL QUE SE TRATA CON CUÁNTA ALEGRÍA


MUEREN LOS BUENOS.

Esta digresión hemos hecho porque nos pareció


necesario poner remedio para los que toda la vida han
gastado en mal y se hallan al peligroso paso de la muer-
te. Resta ahora tornar a la división arriba hecha, y hablar
de los buenos, los cuales con todo estudio y cuidado se
dieron a la virtud y a la guarda de los mandamientos de
Dios, que es el fin suyo. Porque como Dios sea justo, da
a cada uno según fueron sus obras. A éstos en esta hora
no espantan los pecados que algún tiempo hicieron, por-
que muchas veces los lloraron y han hecho penitencia de
ellos, y los han cubierto con grandes obras de virtud, y
recibido muchas consolaciones del Espíritu Santo. Ni
tampoco los turban entonces los visajes y espantos de los
demonios, ni sus engaños y artes, las cuales mucho
tiempo antes trabajaron conocer y siempre hicieron es-
carnio de ellas, ni tampoco los fatigan en demasía las
amarguras, dolores y fatigas de la enfermedad. Pues pa-
sando toda la vida en dolores y trabajos, con el uso con-
tinuo se armaron y aparejaron para semejantes encuen-
tros. Ni la sentencia del juez postrimera, la cual suele
poner mucho terror, les da mucha fatiga, pues sienten
alrededor de su lecho los ángeles consoladores, que es-
peran a que salgan del cuerpo sus almas para llevarlas al
cielo y presentarlas delante del acatamiento divino. Y
finalmente tampoco les espantan las llamas infernales,
las cuales suelen temer mucho los malos en aquella hora,

130
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

porque sienten el muy dulce Espíritu de Dios en lo inter-


ior de sus almas, que les dice ser perdonados sus pecados
y que presto irán a gozar de la vida eterna. Y en conclu-
sión, ninguna cosa les perturba en aquella hora, porque
el Esposo convidando a semejantes almas, les está di-
ciendo aquello de los Cantares: Ven del monte Líbano
esposa mía, ven del Líbano, ven y serás coronada216.
Por el monte blanco y claro del Líbano se entiende
la blancura de las virtudes y claridad de la contempla-
ción. Dice pues el Esposo a la esposa: Porque subisteis
en el Líbano y os tornasteis blanca con la blancura de las
virtudes y clara con la luz de la contemplación, venid
amada mía y seréis coronada. Y porque también fuisteis
al monte del incienso y mirra, tomando muy grandes
trabajos en mortificar a vos mismo y en os limpiar con
diversas obras de penitencia, y también fuisteis muy
estudiosa de la oración y contemplación, por tanto venid
del monte blanco del Líbano, porque sois muy blanca en
la recta intención. Venid del monte blanco y claro del
Líbano porque sois muy blanca y hermosa en vuestra
santa habla. Y venid lo tercero del Líbano porque sois
muy linda en vuestra admirable operación y seréis coro-
nada de lo más alto del Amaná y Sanir y Hermón, los
cuales son unos montes de gentiles, de donde los hijos de
Israel vieron la tierra de promisión217.
Por estos montes donde los gentiles sirvieron a los
demonios y los hijos de Israel viendo la tierra a ellos de
Dios prometida se gozaron muy mucho, se pueden en-
tender todas la maneras de tentaciones de los demonios
con las cuales suelen pelear contra las almas y ellas sa-
liendo vencedoras de allí mismo, purificadas con el con-
tinuo uso de la pelea con admirable gozo contemplan la

131
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

tierra de promisión, que es la gloria del Paraíso, de don-


de parecía que habían de ser despeñadas de los demo-
nios. Venid pues luego esposa mía, dice el dulcísimo
Esposo de las tales, y recibiréis la corona de estos mon-
tes, que son las tentaciones. Porque con admirable vir-
tud, estudio y diligencia, favorecida empero con mi fa-
vor y ayuda, habéis vencido a vuestros contrarios. Tam-
bién seréis coronada de las camas de los leones y de los
montes de los pardos218. Por las camas de los leones se
entienden los hombres viciosos y malos, en los cuales
los demonios, feroces más que los leones, hacen sus
lechos. Y por los montes de los pardos se entienden los
herejes, los cuales por su soberbia e hinchazón bien se
llaman montes. Y con mucha conveniencia se llaman
pardos, porque con diversas maneras de errores son
mezclados. Y porque a todos estos con vuestro ejemplo
y sana doctrina habéis traído a la fe y vida evangélica,
venid y seréis coronada.
¿No oís cuántos regalos hace Dios y cuántos favo-
res a las almas santas que pasan de esta vida? En lo inter-
ior habla con ellas y las consuela y las asegura de los
premios de las virtudes que obraron en esta vida. Empe-
ro mirad lo que dice más el Amador de las almas castas a
su amada: !Oh, esposa mía, herido has mi corazón con
uno de tus ojos!219. La esposa de Cristo tiene dos ojos,
con el uno se ejercita en la contemplación y con el otro
en la acción. Aunque la vida activa sea muy rica y abun-
dante en merecimientos y muy grata a Dios y no poco
hiera también su corazón, empero mucho más le enamo-
ra la contemplativa. Lía, aunque era muy abundosa y
tenía muchos hijos, empero era legañosa. Mas Raquel de
ojos claros y de hermosísimo aspecto. Y por tanto dijo el

132
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

Esposo a su esposa que estaba a la muerte: Has herido


mi corazón con uno de tus ojos, conviene a saber, con
aquel con el cual sueles contemplar los misterios y secre-
tos del cielo y considerar mis obras maravillosas. Y aún
añade más el celestial Esposo: Me has enamorado y
herido con un cabello de los de tu cuello220. El cuello de
la esposa es el paladar de su alma, poniendo el todo por
la parte, con el cual suele gustar el dulcísimo fruto de la
contemplación. El un cabello de este cuello es la derecha
intención, con la cual usa del gusto de la delectación
interior, no por la honra humana o poniendo su fin en él,
mas para que esforzada con tal favor, menosprecie más
fácilmente la vanidad del mundo, y con mayor presteza
sobrepuje la lisonja y lozanía de la carne, y con admira-
ble alegría obre la voluntad del Eterno Padre. Dice pues
el Esposo a su esposa al partir de esta vida, consolándo-
la, esforzándola y alegrándola: Heriste mi corazón con
uno de tus ojos y con un cabello de tu cuello. Conviene a
saber deseándome agradar con tu continua contempla-
ción y buscando el gusto de las cosas espirituales, no por
tu delectación o contento, mas por mi gloria o benepláci-
to.
Bien veis ahora cuán dulcemente convida el Espo-
so a sus esposas, que son las almas del todo purgadas, a
morir seguramente y a reposar entre sus brazos. Mas oíd
ahora otro regalo lleno de suavidad y alegría que hace
Cristo a su amada a la hora de la muerte, el cual le dice:
¡Oh, hermana y esposa mía! venid a mi huerto, porque
segué mi mirra con mis especies aromáticas, comí el
panal con mi miel, bebí mi vino con mi leche221. Llama
su huerto el celestial Paraíso, así por la amenidad del
lugar como por la diversidad de las flores odoríficas que

133
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

hay allí, que son aquellas admirables distinciones, órde-


nes y jerarquías de los ángeles, y almas bienaventuradas
que están entre ellos, que echan de sí admirable suavidad
y fragancia. Segué mi mirra, dice, con mis especies aro-
máticas. Por la mirra se entiende la mortificación, por-
que se pone con los cuerpos muertos, porque no se co-
rrompan. Y por las especies aromáticas, las virtudes, por
su buen olor. Pues quiere decir: Ven, esposa mía, en mi
Paraíso, entre mis ángeles. Porque he cogido mi mirra y
mis especies aromáticas, que son tu maravillosa mortifi-
cación, en que te has ejercitado, y tus virtudes heroicas y
odoríferas que has obrado. Comí el panal con mi miel,
como si dijese: Gran razón es ,oh esposa mía, que ven-
gas conmigo, pues me has dado a comer el panal con mi
miel, apacentándome con tu caridad, amor y purísima
afición que me has tenido, lo cual me ha sido más dulce
que toda miel y panal. Bebí mi vino con mi leche. Por el
vino se entiende la contrición y por la leche, la dulce
contemplación. Y porque tú, amiga mía, me has deleita-
do con tu contrición y alegrado muy mucho con tu con-
templación, por tanto ven a gozar de mi presencia y apa-
centarte de mis divinos manjares para siempre.
Si tan dulcemente habla Dios con los buenos en la
hora de la muerte, cierto es que no habrá lugar el temor o
horror que sólo fatiga a los malos y pecadores. Abraham
que fue amigo de Dios, ¿qué espantos le tomaron en la
muerte? Ningunos por cierto. Porque el temió a Dios, y
del que le teme está escrito que le irá bien cuando se
partiere de esta vida222. Y así dice de él la Escritura que
murió en su vejez perfecta, lleno de días y de edad an-
ciana, y que descendió al limbo y que fue ajuntado con
los de su pueblo223. ¿Qué diremos de Jacob después de

134
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

las profecías y bendiciones con que bendijo a sus hijos


antes que muriese? No les dijo con mucha tranquilidad y
sosiego: Yo me voy con los míos, enterrarme habéis con
mis padres en la cueva doblada, que tenemos para nues-
tro enterramiento224. Y acabados los preceptos con que
había instruido a sus hijos, dice que encogió sus pies
sobre su lecho y así murió y bajó al limbo y fue ajuntado
con los suyos.
Si echamos ojo a los de después de la venida de
Cristo ¿qué se dirá de los Apóstoles? ¿Qué de los márti-
res? ¿Qué de nuestro glorioso padre san Benito, patriarca
de los monjes? ¿Qué de santo Domingo y san Francisco,
verdaderos siervos de Dios? Y finalmente ¿qué de infini-
tos otros, los cuales vivieron bien y santamente? ¿No
pasaron de esta vida con mucha alegría y sin ningún
impedimento volaron a los cielos? Sí, por cierto. Porque
aunque hubo algunos que en aquella hora pasaron algún
espanto o molestia como el abad Arsenio225, cierto esto
fue por providencia divina y no sin gran misericordia y
bondad de Dios. Porque con ese poco de trabajo o purga-
ron algunos pecadillos veniales que aún tenían, o con esa
humildad, la cual se causaba del temor, guardaban los
grandes tesoros que tenían en sus almas, o con la pacien-
cia acrecentaban sus méritos. Mas después de un poco de
tiempo fueron a gozar del eterno reposo.
Hay algunos empero que quieren parecer muy
fuertes en ir a la muerte. Mas porque esto nace o de locu-
ra o de improvidencia o propia reputación, pensando que
están del todo purgados de las pasiones, no se han de
contar en el número de los que fundados en verdadera
humildad y limpieza de conciencia, desean la muerte por
sola caridad y ferviente deseo que tienen de ir a ver a

135
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

Dios. Y por tanto se debe examinar el ánimo muy por


entero, y guarde no se asegure inconsideradamente con
presunción, mas si se acuerda que ha bien vivido y con
diligencia ha guardado los mandamientos divinos, no
hay por qué deba temer, sólo sea humilde y tenga delan-
te su propia fragilidad, por la cual no debe estar sin algún
recelo. Si ya no fuese que la divina clemencia en aquella
hora, como lo suele hacer, le quitase todo el temor. Y
como dice Platón, aquel esclarecido filósofo: Cosa es de
risa, el que toda la vida se ha aparejado para la muerte,
cuando (ésta) se acerca, recibir turbación con ella. Y él
mismo dice en otra parte: El que se ha ejercitado en la
vida en la verdadera filosofía, cuando viene a la muerte,
no solamente no recibe algún espanto, más aún, salien-
do el alma confía ir a gozar de los bienes verdaderos. Y
también dice: Si vieres a alguno temer cuando ha de
morir, ten entendido que no se ha ejercitado en los estu-
dios de la verdadera filosofía226.

136
CAPÍTULO 20.

EN EL CUAL SE DECLARA UNA DUDA QUE


PODRÍA OCURRIR ACERCA DE LO DICHO.

Mas dirá por ventura alguno movido por la consi-


deración de lo que hemos dicho, ¿cómo el Salvador del
mundo dijo a san Pedro, el cual fue príncipe de los
Apóstoles y gran columna de la Iglesia: Cuando fueres
viejo otro te atará y te llevará donde tú no quieras? Lo
cual, según afirma el santo evangelista, le decía signifi-
cándole con qué muerte había de honrar y clarificar a
Dios227. Y no sólo san Pedro temió la muerte, más aún el
mismo Cristo, Hijo de Dios, pidió al Padre que pasase
de él si era posible el cáliz de la pasión228, el cual estan-
do ya cercano a ella, dijo a sus apóstoles: Mi alma está
triste hasta la muerte229. Y Juan Clímaco, doctor santo y
grave, dice también: que el temor de la muerte es una
propiedad de la naturaleza, que nos ha venido por la
desobediencia del primer hombre230. Lo cual todo parece
repugnar a lo que hemos dicho. Empero no repugna si
bien lo miramos, antes es muy conforme. Y así respon-
diendo: no negamos ser todo esto así, mas decimos que
uno mismo puede temer la muerte e ir con gran alegría a
ella. Lo cual muy bien declara san Gregorio diciendo:
Así como el hombre valeroso cuando toma las armas
acercándose la batalla tiembla y se apresura, teme y se
encruelece, y en el color de su rostro demuestra junta-
mente el temor y también su gran esfuerzo y ánimo (por-
que ora se torna blanquecino y ora colorado) así el justo
cuando ve que se acerca la muerte por la flaqueza de la

137
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

propia naturaleza teme, mas con la viva esperanza, y


caridad encendida, y con el gran deseo de la gloria y de
verse ajuntado con los coros de los ángeles toma ánimo
y esfuerzo. Tiembla de la muerte cercana, empero fir-
memente creyendo que después de la muerte gozará de
la vida eterna, se alegra y regocija. Y porque no puede
ir a la gloria sino mediante la muerte, por tanto gozán-
dose teme y temiendo se goza231.
Esto por cierto aconteció a aquel santo obispo
Martín, el cual con gran fervor deseando ya salir de este
destierro y viendo al espíritu maligno que estaba junto a
su lecho, con una profundísima humildad y esfuerzo
muy grande le dijo: ¿Para qué estás aquí sangrienta
bestia? No hallarás en mí cosa que te dé contento, por-
que luego me recibirá el seno de Abraham232. Asimismo
san Hugo cartujano, obispo Licolniense, varón santísi-
mo, tocado y alumbrado del Espíritu Santo, antes que
pasase de esta vida dijo: Cuando mi alma saliere del
cuerpo, no será día de juicio, mas de refrigerio233.
¡Oh, cuán gran alegría y consuelo es para los que
pasan de esta vida la buena conciencia, acordándose el
alma que ha vivido según la virtud y ley del muy alto
Dios! En todo tiempo y lugar por cierto consuela mucho
y asegura la buena conciencia, y así decía san Pablo:
Todo nuestro gozo es el testimonio de nuestra concien-
cia234. Y san Juan Evangelista dice: Muy amados her-
manos, si no nos reprendiere nuestra conciencia ten-
dremos gran esperanza en Dios, y todo lo que pidiére-
mos nos será concedido, porque guardamos sus man-
damientos y hacemos lo que a él es agradable235. Empe-
ro en la hora de la muerte nos socorre grandemente y
esfuerza y regala más que nunca. Así que los hombres

138
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

buenos, bien es verdad, que temen la partida, lo cual


proviene por la flaqueza de la naturaleza, mas por el
deseo de la vida eterna y visión de Dios beatífica y com-
pañía dulcísima de los ángeles, fácilmente vencen el
temor y lo mudan en alegría. Los que temen de otra ma-
nera o es porque piensan que no resta más después de
esta vida o porque desconfían de las palabras de Cristo,
el cual promete a todos los que le siguieren la vida eter-
na, o porque desesperan de sí mismos o aman demasia-
damente a este mundo. Porque el que con verdadera fe y
esperanza muy viva puede decir con san Pablo: Ora vi-
vamos, ora muramos somos del Señor236. Dios es muy
fiel y leal amigo y nunca jamás desampara a los que con
todo su corazón a él se han encomendado, antes los
guarda como la niñeta del ojo, que es la cosa más delica-
da del hombre. Estos tales no saben temer, porque con-
sideran que por ellos (como dice el gran Basilio) se hizo
carne, para que a nuestra carne maldita santificase y
para que siendo tan débil y flaca como experimentamos
la fortificase y para que la que por el pecado se había
hecho tan fea y disforme, volviéndose a la imagen que
antes tenía y la que habiendo caído del Paraíso estaba
echada en el estiércol y en el cieno, de allí la trasladase
al cielo237.
Y por tanto, la esposa de Cristo movida de la bon-
dad de Dios y encendida toda en caridad y deseosa de la
vida eterna con voces del corazón decía a su Esposo:
¿Dime, Dios mío y a quién ama mi alma, dónde apa-
cientas tu grey, dónde reposas al mediodía?238. Sobre lo
cual dice san Bernardo: Creo que añadió la esposa, re-
posas o duermes, porque en aquel lugar del Paraíso
donde está su celestial esposo, no hay necesidad de estar

139
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

o velar sobre la grey. Durmiendo y reposando el pastor


debajo de la sombra, el ganado libremente y sin algún
miedo discurre por los campos. Dichosa aquella tierra
donde con gran libertad entra y sale la grey sin haber
quien la amedrente y perturbe. Con gran razón por cier-
to el alma santa desea aquel lugar, con gran razón des-
ea con deseos ferventísimos aquella morada donde hay
abundancia de mantenimientos, abundancia de pastos y
de paz. Pide pues la esposa quietud, ama la tierra de
seguridad, desea estar donde no hay sino regocijo, ad-
miración y arrobamiento de espíritu. ¿Quién no deseara
con grandísimo deseo ser allí apacentado así por la paz
que hay allí tan grande, como por la grosura, como
también por la copiosa abundancia? No hay allí miedo,
no hay fastidio, no falta cosa alguna que se pueda de-
sear. Seguro lugar es el Paraíso, dulce pasto el Verbo
Eterno, gran tesoro y riqueza la eternidad239.
Así que da voces el alma fiel diciendo: ¿Dime, Se-
ñor mío, adónde apacientas y duermes al mediodía.
Muy bien dice al mediodía, porque entonces hay tan
gran fervor de calor y tanta abundancia de luz y el sol no
se mueve de un lugar, por lo cual las sombras para siem-
pre son desterradas, las balsas se secan y no hay señal de
mal olor. ¡Oh, verdadero mediodía! ¡Oh, verdadera lle-
nez de claridad y de luz verdadera, estancia del verdade-
ro Sol, destierro de las tinieblas, desecamiento de las
lagunas y destrucción de todo mal olor! ¡Oh, solsticio
perpetuo y día grande de la eternidad! ¡Oh, lumbre de
mediodía! ¡Oh, templanza de primavera! ¡Oh, hermosura
de verano! ¡Oh, abundancia de otoño! Y porque no pa-
rezca que he dejado algo ¡Oh, reposo y quietud del in-
vierno! Pues este lugar tanta claridad, paz y hartura me

140
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

muestra, dice la esposa a su celestial Esposo. ¿No miráis


cuán lejos estaba la que de veras amaba a Dios, de los
espantos de la muerte, antes ferventísimamente deseaba
aquel tiempo en el cual por la muerte, como por una
puerta, pudiese ir a cielo y gozar de los dulcísimos abra-
zos de Dios?
David, rey y profeta, deseoso de aquellas moradas
del cielo, también decía a voces y como fuera de sí: !Oh,
Señor, cuán dulces y amadas son para mí tus casas ce-
lestiales; mi alma desfallece y se derrite de sólo pensar
en ellas! 240. Y en otro salmo dice: Como el ciervo can-
sado y acosado de sed desea las fuentes de las aguas, así
mi alma desea a ti Dios mío. Mi alma tuvo sed de Dios,
el cual es fuente viva. ¿Cuándo vendré y apareceré de-
lante de la cara de mi Dios, para mí tan amable y desea-
da?241.

141
CAPÍTULO 21.

EN EL CUAL SE REPRENDE A LOS QUE


DEMASIADAMENTE TEMEN LA MUERTE,
PORQUE ESTÁN MUY ASIDOS AL MUNDO.

Bien hemos visto los deseos de la esposa y los fa-


vores que en la hora de la muerte le hace su celestial
Esposo, y en ellos conocemos los de todas las almas
santas, que son verdaderas esposas de Dios, las cuales
ayudadas y confortadas con el soplo de la divina gracia,
se esfuerzan a vencer su flaca naturaleza, deseando con
grande fervor salir de esta vida y ser ajuntadas a aquel
amabilísimo y dulcísimo Esposo suyo. Pues viendo esto
¿dónde están ahora los que siempre se quejan y lamentan
diciendo entre sí mismos, es posible que presto hemos de
partir de esta vida? ¿Se puede creer que la muerte está
tan cercana? ¿Cómo podremos dejar las riquezas que
con tantos trabajos hemos ganado? ¿Cómo los regalos y
deleites de la carne que tanto hemos seguido? ¿Cómo las
dignidades y honras tras (las que) tanto hemos andado?
¿Quién podrá sufrir el apartamiento de alma y del cuer-
po? ¿Quién tolerará tantos dolores cuantos cercan al
mísero hombre cuando ya quiere expirar? En la muerte
se hielan todos los miembros, el pecho se alza, los ojos
se quiebran y al cabo se rompen, falta el oído, se em-
blanquece el rostro, luego viene el sudor frío como la
nieve, se ennegrecen, se pudren los dientes, se enronque-
ce la voz, roe el gusano de la conciencia, los demonios
apremian, acusándoos ora con verdad, ora con mentira,
tras esto se teme la sentencia y hay en fin gran miedo de
las penas del infierno.

142
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

¿Quién oyendo todo esto no temblará de la muer-


te? ¿Quién no cerrará los oídos solamente oyéndola
nombrar? Su memoria dicen los malos sea muy lejos de
nosotros, gocémonos con los deleites que tenemos entre
manos, amontonemos riquezas, levantemos altos edifi-
cios, comamos y bebamos y démonos a los placeres
mientras pudiéremos242. ¡Oh, hombres desatinados! ¡Oh,
hombres miserables, ciegos y dignos de ser muy llora-
dos! ¿así degeneráis y estáis alejados de vuestra propia
nobleza? ¿Por ventura os habéis olvidado que sois cria-
dos a imagen y semejanza de Dios, dotados de razón,
que sois reyes de la tierra y tenéis señorío sobre las bes-
tias, y sois amigos de los ángeles? ¿No sabéis que Dios
os hizo para que algún día fueses moradores del cielo,
hijos suyos, participantes de su dulcísima luz y herederos
de la eternidad y vida bienaventurada? ¿Pues, por qué
estimáis en tanto las riquezas miserables y corruptibles?
¿Por ventura el oro, la plata y los otros metales no son
nacidos de la tierra y se han de quedar al cabo en ella?
¿Por qué tenéis en tanto el aplauso y favor del pueblo?
¿No miráis que son vanos sus favores y engañan a los
hombres imperfectos y de poca capacidad? ¿Para qué
con tanto amor abrazáis los deleites del cuerpo? ¿No
sabéis que corrompen el alma y el cuerpo juntamente?
¿Por qué con semejantes ídolos hacéis alevosía y traición
a vuestro Padre y Dios que tanto os ama? ¿Y con tales
burlas le provocáis a enojo? Mirad lo que os dice san
Bernardo: ¿Qué cosa más indecente que traer el alma
tuerta en el cuerpo derecho? Cosa es perversa y fea el
vaso de lodo que es el cuerpo hecho de la tierra, llevar
los ojos levantados en lo alto, mirar los cielos y regoci-
jarse con gran libertad y alegría con sus lumbreras, que

143
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

son el sol, la luna y las estrellas. Y por el contrario el


alma que es espiritual y criada para el cielo, traer sus
ojos bajos y al revés, que son sus sentidos y afectos inte-
riores, tenerlos hincados en la tierra. Y la que debiera
ser vestida con grana preciosa, que es la virtud, estar
envuelta en el lodo como una puerca y abrazar el estiér-
col. Ten pues vergüenza ,oh alma, haber mudado la se-
mejanza de Dios en semejanza de bestia. Ten empacho
estar revolcada en el cieno, siendo criada para el cie-
lo243.
Esto dice san Bernardo con vosotros, oh misera-
bles hombres que no miráis vuestro principio ni fin para
qué fuisteis hechos. Por tanto, dejad todo lo que puede
ensuciar vuestras almas. Abrazad los mandamientos de
Dios, y poco a poco comenzad a gustar cuán dulce sea el
Señor y cuán grande deba ser aquella suavidad, la cual
basta a hartar a los ángeles y almas bienaventuradas, y
qué regocijo deba ser verse entre los espíritus celestiales
cantando a Dios perpetuas alabanzas, dotado de inmorta-
lidad y vestido de impasibilidad, y lleno el deseo de todo
lo que puede desear. Si esto muchas veces y con grande
atención considerareis no hay duda sino que todas aque-
llas voces llenas de querellas arriba dichas, volveréis en
voces contrarias y diréis con el santo rey y profeta Da-
vid: ¡Ay de mí, porque mi destierro se ha prolongado!244.
Y con san Pablo: !Desdichado de mí! ¿quién me librará
de este cuerpo de muerte?245 Y aún otra vez con el Sal-
mista: ¿Quién me dará unas alas como de paloma para
que vuele y repose?246. Ni temeréis el erizarse el cabello
que acontece en la muerte, ni el volverse los ojos de de-
ntro y romperse os dará espanto, ni os espantará la ne-
grura de dientes, ni el levantamiento del pecho, y lo que

144
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

más es, haréis burla de los demonios, los cuales suelen


usar de todas sus artimañas en esa hora y esperaréis la
sentencia del juez con toda alegría. Y así decía el profeta
Habacuc: Carguen sobre mí todos los males, hasta en-
trar la podre(dumbre) en mis huesos y henchirme de su
materia hedionda, solamente yo repose en el día de la
tribulación y suba a mi pueblo, el cual siempre está ce-
ñido y aparejado247.
El día de la tribulación es el día de la muerte, en el
cual los que están apegados a las cosas de este mundo en
gran manera son atribulados, y los buenos que están des-
nudos de ellas, hallados en mucha paz y quietud. El pue-
blo ceñido son los ángeles, los cuales siempre están ce-
ñidos y aparejados para cantar los himnos y alabanzas de
Dios, y efectuar sus mandatos, con los cuales son ajunta-
dos los que santamente y en amor de Dios partieron de
esta vida, porque la muerte de los santos es muy precio-
sa en el acatamiento divino248. Porque la muerte de los
tales como dice san Basilio: No es corrupción, más ca-
mino para la vida. No es del todo traspasamiento mas
pasamiento a mayor honra. Acerca de los hombres ricos
ciertas piedrezuelas resplandecientes de lindos colores
suelen ser llamadas preciosas, empero delante de Dios
la muerte de sus santos cierto es muy preciosa y estima-
da. Cuando el alma fuere purgada con la vida trabajosa,
gloriosa de las peleas que tuvo por la virtud y coronada
con la corona de la justicia, y así resplandeciente más
que todas las piedras preciosas estuviere delante del
acatamiento divino, ¿cómo no se dirá preciosa la muer-
te, por la cual se pasa a tanta gloria? Pues luego no nos
dolamos por el pasamiento de los varones santos de esta
vida, antes lloremos sus nacimientos y entradas en este

145
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

triste y peligroso mundo, porque su entrada es llena de


deshonra y hediondez abominable, y tal, que aun los
ojos no sufren mirar las cosas que trae consigo, más la
salida es preciosa, ilustre y muy honrosa. Así que pre-
ciosa es la muerte de los hombres buenos, empero no su
nacimiento, porque según dice san Pablo hablando de
los cuerpos humanos: Se siembran en deshonra, más
resucitan con muy gran gloria, son sembrados en co-
rrupción, mas resucitarán incorruptibles (ICo 15,42-43).
Pues luego si comparáis la muerte con el nacimiento,
dejaréis de llorar al que es libre de deshonra y corrom-
pimiento. En la Ley Vieja era abominable tocar los
cuerpos muertos y en la Nueva si alguno muere por
Cristo todos reverencian y acatan sus reliquias como
preciosísimas. En tiempo pasado antes de la venida de
Cristo se mandaba a los sacerdotes que mirasen que
ninguno se ensuciase por tocamiento de algún muerto, y
si alguno lo tocase fuese tenido por no limpio, y lavase
para purgarse sus vestiduras. Ahora el que toca los hue-
sos del mártir con devoción, por virtud de la caridad
comunica y participa de su gracia y santidad. Así que
“muy preciosa es la muerte de los santos en el acata-
miento del Señor”, y pues esto es así por reverencia de
Dios, no tengáis en más las cosas viles que las precio-
sas, no seáis malos cambiadores, prefiriendo esta vida
frágil y corruptible, a la incorruptibilidad y estado bien-
aventurado. Porque no solamente los torpes apetitos, los
cuales dominan a los viciosos, mas también las necesi-
dades del cuerpo, que apocan la nobleza del alma, la
llevan tras sí arrastrando para que las sirva. Y cierto es,
que donde hay servidumbre allí hay abatimiento y vile-

146
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

za. Pues luego se ha de tener en poco esta vida a la cual


está ajuntada tanta deshonra y miseria249.
Estas cosas dice Basilio, cierto admirables, llenas
de sabiduría y de mucha consolación, para los que con
caridad pasan de esta triste vida. Empero, mirad lo que
sobre esto mismo dice san Crisóstomo, el cual digna-
mente mereció ser llamado boca de oro por su admirable
elocuencia, el cual dice así: ¿Por qué la muerte no será
de grandísima alegría? ¿Cuál es más fácil y ligero, an-
dar en la lucha o recibir la corona? ¿Pelear a más co-
rrer y estar aún en la congoja o haber ya vencido? ¿An-
dar aún entre las ondas del mar o ser ya en el puerto?
Por lo cual a mi parecer más vale la muerte que no la
vida, pues allí hay tanta seguridad y aquí tanto trabajo y
peligro. ¿No será pues la muerte llena de regocijo y muy
preciosa, la cual da tranquilidad de las tempestades, paz
de los trabajos, purgación de los pecados y seguridad de
las asechanzas? ¿No será muerte preciosa y alegre, la
cual levanta al alma en los, cielos la pone entre los án-
geles, la viste de inmortalidad y por ella se alcanza la
presencia divina y visión beatífica de Dios?250. Cosas
son éstas muy dignas de Crisóstomo, y cosas que dan
gran consolación y ánimo, y aún gran esfuerzo para ven-
cer nuestra flaca naturaleza y menospreciar con gran
osadía la muerte por la cual conseguimos tantos bienes,
la cual, siendo amigo de Dios (y) viviendo según su ley,
es tan preciosa y estimada, como hemos visto en las pa-
labras del Salmista y en los dichos de estos gloriosos
santos.

147
CAPÍTULO 22.

EN EL CUAL SE TRATA CUÁN MALA ES LA


MUERTE DE LOS PECADORES.

Ya en el capítulo pasado hemos oído hermanos


cómo el Profeta (David) dice: que es preciosa la muerte
de los santos en el acatamiento del muy alto Dios251. Y
bien dijo de los santos, porque la de los malos, el mismo
Profeta la llama espantosa y muy mala252. Y esto porque
no envía las almas a la vida como la de los justos, mas a
la muerte eterna; no las ajunta a los coros de los ángeles,
más encomiéndalas a los demonios crudelísimos; no las
levanta a los cielos, mas arrójalas a las penas infernales
donde por los breves y momentáneos deleites de este
mundo tendrán dolores y tormentos para siempre, y por
las honras y dignidades perecederas, abatimientos y me-
nosprecios sin fin, y por la gloria mundana y favores
vanos del pueblo, deshonras y escarnios sempiternos, y
por los manjares delicados y exquisitos, amarguras y
ponzoñas eternas y perdurables. De ellos dice el profeta
Isaías: que nunca, nunca morirá el gusano de su con-
ciencia y el fuego adonde serán arrojados jamás se ma-
tará253. Y David dice: Que son puestos en el infierno
como unas ovejas, donde serán apacentados y comidos
como hierba de la muerte254. Porque atormentados con
insufribles tormentos, y bastantes para acabar cien mil
vidas, jamás podrán morir, y así vivirán para siempre
muriendo.
Dos cosas, dice Dionisio cartujano, que se han de
considerar en cualquier pecado mortal. La primera el

148
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

apartamiento del alma del sumo e inconmutable bien,


que es Dios, y a esta aversión o apartamiento corres-
ponde la pena que llaman los teólogos del daño, que es
el carecimiento de la visión divina. Y la segunda es la
conversión del alma al bien criado, caduco y vano, y a
ésta corresponde la pena que dicen del sentido. Mas
empero la pena del daño sin comparación es más graves
que la del sentido255. Por lo cual dice san (Juan) Crisós-
tomo: Hay algunos de poco saber, que yendo al infierno
y siendo libres de las penas sensibles, aunque careciesen
de visión divina no harían mucho caso. Empero están
muy engañados. Porque no hay pena que sea igual a la
de no haber de ver a Dios y ser privados de su dulcísima
fruición. Aunque me pongas delante mil infiernos, no los
temo tanto, ni aborrezco, como ser desechado de la dul-
císima compañía del Eterno Padre. Recia cosa es el
infierno. Empero más recia cosa es ver airada la cara
del Sumo Juez. Mas lo que vence a todo horror es ser
alongado y desafectado eternalmente de la dulcísima
vista del sumo bien, que es Dios256.
Y acerca de esta materia dice también Próspero:
Considera cuanto mal y lleno de toda miseria sea ser
apartado de la visión dulcísima de Dios y ser desterrado
de su muy suave contemplación, y privado de la compa-
ñía de todos los santos del cielo y ser anegado en el lago
del infierno y despedazado de aquellos gusanos traga-
dores y eternos. Y sufrir aquellos terribles fuegos que
nunca se matan y padecer aquellas tinieblas con las
cuales los que allí padecen son entenebrecidos257. Y
sobre lo mismo dice Crisóstomo: Ser alongado de los
bienes eternos y privado de aquellas cosas que Dios
tiene aparejadas para los que le aman, causa tan gran

149
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

tormento, que aunque en lo de fuera no hubiese otra


pena que los atormentase, esto sólo les bastaría y más
les valdría padecer mil fuegos del infierno, que no ver la
mansuetísima cara de Cristo airada contra sí, y ser de
ella eternamente apartados258. Por lo cual dijo bien el
Profeta: La muerte de los pecadores ser muy mala259.
Lo cual ellos mismos confiesan, pues acusándose
a sí mismos dicen con penitencia tardía y sin provecho
estas palabras, los que con semejante muerte descendie-
ron a los lugares infernales: Perdido hemos el camino de
la verdad, y la luz de la justicia no resplandeció en noso-
tros, ni nos lució el sol de la inteligencia, nos cansamos
sin provecho en el camino de la maldad y perdición,
caminamos unos caminos difíciles y penosos sin conocer
la carrera del Señor suave y ligera.¿Qué nos aprovechó,
infelices de nosotros, la hinchazón de las soberbia? ¿Y
la jactancia y pompa de las riquezas, qué fruto nos tra-
jo? Pasaron todas estas cosas como la sombra y como el
que corre la posta, y como la nao que pasa las ondas del
mar y después de pasada no se halla señal por donde
pasó, ni rastro de su camino. Y como el ave que vuela
por el aire y no se halla muestra por donde voló, más
sólo se oyó el sonido de sus alas hiriendo el viento ligero
y cortando por la fuerza del volar el aire, movidas las
alas pasó volando, y luego después ninguna señal se
halló de su camino. Como la saeta arrojada a un cierto
lugar, se partió con ella el aire y de presto se volvió a
cerrar con tanta presteza, que no conoceréis aunque
pongáis gran estudio y diligencia en ello, por donde
pasó. Así nosotros después de nacidos luego dejamos de
ser y ninguna señal de virtud dimos mientras vivimos,
mas morimos en nuestros pecados y maldades. Semejan-

150
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

tes cosas dijeron en el infierno los que pecaron, porque


la esperanza del pecador es como el fleco que es llevado
del viento como la espuma delgada que de presto se
deshace con la tempestad y como el humo que se derra-
ma con el aire, y como la memoria del huésped que no
se detuvo más de un día260.
Así que la muerte de los pecadores es muy mala,
porque arrebata súbitamente las tristes almas de ellos y
de los dulces vergeles (al parecer) de los deleites mun-
danos las encierra en las tristes cárceles de las moradas
infernales para siempre. Empero de éstos no hay para
qué hacer larga plática, mejor les fuera a los tales nunca
haber entrado en el mundo, que despreciados los man-
damientos de su Creador, ser lanzados de él en las llamas
del infierno, donde los dejaremos. Solamente os ruego,
hermanos, por el amor de Dios, que si en nosotros hay
prudencia, si entendimiento, si alguna centella viva de
razón, que escarmentemos en cabeza ajena, y procure-
mos con el favor divino, que nunca se niega a los que
verdaderamente le procuran, de huir tanto mal.

151
CAPÍTULO 23.

EN EL CUAL DEJADA LA MUERTE DE LOS


MALOS, TORNA A HABLAR DE LA DE LOS
JUSTOS Y BUENOS.

Dejada pues esta miserable muerte de los malos de


que hasta hora aquí hemos tratado, volvamos ahora a la
de los justos y buenos porque nuestro propósito e inten-
ción es hablar de ellos, cuya muerte, como dijimos arri-
ba, es preciosa en el acatamiento divino261. ¡Oh, muerte
de gran estima y muy preciosa que das de mano a la po-
breza y estrechura de este mundo y envías las almas a
aquellas anchuras celestiales, donde son honradas de los
ángeles y coronadas de Dios! ¿Por ventura no fue pre-
ciosa la muerte de Simeón, justo y santo, que vivía en
Jerusalén, y tantas veces pedía a Dios que no viese la
muerte hasta ver al Salvador venido al mundo para su
redención? El cual después que le hubo visto, luego dijo:
Ahora, Señor, deja a tu siervo según tu promesa ir en
paz, pues vieron mis ojos tu salud, que es tu amantísimo
Hijo, que enviaste para bien y salud de los hombres262.
Considerad cómo dijo: Señor deja a tu siervo ir en
paz, confesando como dice san Cipriano: que entonces
los siervos de Dios sienten gran paz y contento en sus
almas, cuando se ven librar con la muerte de las ondas y
tempestades de este mundo y navegar al puerto de la
eterna seguridad, y cuando vencida y pisada la muerte
son vestidos de verdadera inmortalidad. Porque aquélla
es nuestra paz, aquélla segura tranquilidad, aquélla
estable, firme y perpetua seguridad. Porque en este

152
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

mundo ¿qué es lo que se hace sino de continuo pelear


contra el demonio y esperar siempre sus crueles saetas?
Sus soldados son la avaricia, la ira, la deshonestidad,
los torpes y feos afectos y los deleites, placeres y cuida-
dos del siglo, con los cuales tenemos una perpetua, crue-
lísima y muy peligrosa batalla. Cercada el alma de tan-
tos contrarios, apenas basta ni resiste aun a uno. Si se
derroca la avaricia, se levanta el torpe deseo. Si éste es
vencido, luego viene la ambición, si la ambición es des-
preciada, encruelece la ira, hincha la soberbia, tienta el
amor del vino, la envidia rompe la concordia. ¿Pues
andando siempre entre tantos trabajos, peleas, asechan-
zas y peligros, tomáis placer en vivir luengos años sobre
la tierra? Por cierto, si bien lo miráis más razón tenéis
con lágrimas y continuos suspiros desear que viniese
presto la muerte y decir con el justo Simeón: “Deja,
Señor, ir a tu siervo en paz” (Lc 2,29). Por ventura no
dijo Cristo a sus Apóstoles: “En verdad en verdad os
digo, vosotros lloraréis y plañiréis y el mundo se gozará,
mas vuestra tristeza se tornará en alegría” (Jn 16, 20).
¿Pues quién no desea carecer de tristeza? Empero
cuando nuestra tristeza se tornará en alegría el mismo
Señor lo declaró diciendo: “Otra vez os veré y se ale-
grará vuestro corazón, y entonces ninguno no bastará a
quitar vuestra alegría” (Jn 16, 22). Pues como ver a
Cristo sea verdadera alegría, y no nos podamos gozar
sino es en él ¿qué ceguedad y locura es ésta, amar las
fatigas, penas y lágrimas de este mundo y no ir con toda
prisa a aquel gozo que nunca se apartará? Esto dice
admirablemente Cipriano263.
Empero veamos lo que añade más Simeón justo:
Porque vieron (dice) mis ojos tu salud264. Por eso desea

153
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

la muerte, por eso no teme la salida del cuerpo, por eso


se burla de los espantos y visajes que suele haber al par-
tir de esta vida. Porque vio a Cristo y abrazó al Salvador.
Por eso como dice Basilio: Dios se hizo carne, porque
los que vivían en ella muertos volviesen a la vida, y así
como las medicinas contra la ponzoña frecuentadas y
usadas matan y destierran el veneno sin quedar nada,
así como las tinieblas se deshacen venida la luz, así la
muerte teniendo dominio en la humana natura se mató y
deshizo con la presencia de Dios265.
Pues luego ¿por qué Simeón temerá la muerte,
pues entre sus brazos tenía la vida? ¿Por qué Simeón
temerá la sentencia postrera, pues allegando a sus pechos
tenía al Verbo? El Verbo, como dice san Bernardo, es
Cristo, y es un verbo que no suena, mas penetra, no hace
ruido, mas es muy eficaz, no hace estruendo a los oídos,
mas regalo al corazón, tiene cara no formada, mas re-
forma, no deleita a los ojos del cuerpo, mas alegra la
vista del alma, es agradable no con su color, mas con el
don de su amor266. ¿Por qué había Simeón de temer la
salida del cuerpo, teniendo entre sus brazos a Jesús? El
cual, como dice san Anselmo, es nombre dulce, nombre
deleitable, nombre que conforta mucho a los pecadores,
nombre de salud y de esperanza bienaventurada267.Y
según el testimonio de san Bernardo: El nombre de Je-
sús es miel en la boca, armonía al oído, júbilo y alegría
al corazón. A manera de aceite luce después de predica-
do, rumiado y masticado apacienta, ablanda y unge
invocado268. Y finalmente ¿por qué Simeón había de
temblar de la muerte, pues tenía en las manos al Salva-
dor, con el cual después de acoceada la muerte, vencidos
los demonios, y hecha la redención del género humano,

154
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

muchos santos resucitaron apareciendo a muchos, como


la Santa Escritura lo afirma, y dieron cierto argumento y
señal de la vida eterna de las almas y resurrección no
dudosa de los cuerpos. Ahora pues, Señor, dice muy bien
Simeón: Deja a tu siervo según tu promesa ir en paz.
Porque vieron mis ojos tu salud269.

155
CAPÍTULO 24.

EN EL CUAL TRATA CUÁN FÁCIL Y DULCE ES


MORIR AL QUE SIGUE A CRISTO Y LO TIENE
EN SU PECHO POR FE Y DEVOCIÓN.

Desea Simeón, como hemos visto, ser desatado de


las ataduras de la carne, porque vio a Cristo por ti hecho
carne, y lo abrazó con los brazos del cuerpo y del alma
por fe y devoción. Por lo cual mereció recibir como en
prendas de la eternidad, la seguridad y deseo de morir y
salir de este destierro. Pues ¡oh, vosotros cristianos!, si
con gran libertad de vuestras conciencias e inflamado
deseo de la muerte deseáis decir con Simeón: Ahora,
Señor, me dejas ir en paz. Tomad a Cristo entre vuestros
brazos con mucha dulzura y reverencia, apretadlo a
vuestros pechos y besadlo muchas veces con besos san-
tos de amor y de devoción. Porque él es toda vuestra
salud, redención y esperanza. El por cierto dijo a sus
Apóstoles: Los que fueren ajuntados a mí por fe y cari-
dad alanzarán en mi nombre los espíritus malignos,
hablarán en nuevos lenguajes, harán huir a las serpien-
tes, y si bebieren algún tósigo o beber ponzoñoso no les
hará daño270. Así también vosotros si creyereis en Cristo
y le amareis de todo corazón, cuando partiereis de esta
vida, a todos los demonios que os vinieren a molestar,
con toda facilidad lanzaréis de vosotros y los engaños,
embustes, ardides y mañas que mostrarán en aquella
hora fácilmente, si hubiereis bebido alguna cosa ponzo-
ñosa, que es si estuviereis atados en algunos pecados que
matan al alma, no recibiréis daño. Lo cual notificó des-

156
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

pués san Pablo a sus discípulos cuando les dijo: Ningún


daño puede venir a los que con fe y perfecta caridad
fueren unidos con Cristo271.
¿Por ventura el ángel malo enviado de Dios para
matar a los primogénitos de los de Egipto, osó tocar a los
hijos de Israel? No por cierto. ¿Por qué pues si pensáis?
No por cierto por otra cosa, sino por la sangre que vio
encima de los lindares de sus casas, que era figura de la
preciosísima sangre de Cristo272. ¿Por ventura Moisés
con su vara no abrió el Mar Bermejo para que con los
pies enjutos pasasen los mismos hijos de Israel?273. La
vara de Moisés nos significa la cruz de Cristo, con la
cual con toda facilidad se pasan las amarguras del mar
de la muerte. Y lo mismo se nos da a entender en esto,
que cuando Moisés extendía sus brazos en forma de cruz
vencían los hijos de Israel a sus enemigos274. Y también
se nos figura en Josué, que tenía figura de Cristo, el cual
pasó el río Jordán y puso los hijos de Israel en la tierra de
promisión, y echados los moradores les dividió las tie-
rras275. Pues luego no dejemos a Cristo, antes él sea
nuestro guía, nuestro capitán, nuestra defensa y amparo,
y finalmente nuestra fortaleza, amor, y confianza.
Bien habéis oído que Simeón le tomó entre sus
brazos y no temiendo la muerte dijo: Ahora, Señor, se-
gún tu promesa, dejas a tu siervo ir en paz, porque vie-
ron mis ojos a tu salud. Si la vista sola de Cristo trae
tanta seguridad, ¿qué hará el tratar con él y conversar
familiarmente? ¿Qué será estar siempre sentado a sus
santísimos pies, oyendo sus dulcísimas palabras? ¿Qué
militar debajo de su bandera y pelear por su honra con
mucho ánimo y esfuerzo? Y finalmente, si sólo el verle
pone tan gran sosiego ¿qué paz y quietud habrá en la

157
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

conciencia al tiempo del morir, después de haber sufrido


por su gloria y honor infinitos trabajos, persecuciones,
peligros y aun si fuere menester la misma muerte? ¿Por
ventura el que así muriere no morirá con paz, con ale-
gría, con gozo, con regocijo y júbilo? Por tanto el pa-
triarca Jacob, luchando con el ángel (que figuraba a Cris-
to) no le quería dejar hasta que le bendijese276, y la espo-
sa en los Cantares decía: Hallé al que ama mi alma, te-
nerle he y no lo dejare277. Así que no apartemos de nues-
tros ojos nuestro rey y capitán, siempre los tengamos
puestos y fijados en él, siempre nos sentemos como la
esposa debajo de su sombra, que es la cruz, y con ella
digamos siempre, herido soy de caridad278.
Desnudemos nuestro pecho para recibir tan santa
herida, desnudémoslo para la saeta escogida. En esta
saeta es el mismo Cristo, el cual dice de sí mismo: Me ha
puesto mi Padre como una saeta escogida279. ¡Oh, qué
bueno es ser herido con esta saeta! No pueden decir lo
que la esposa todos, pues tantos están tan lejos de ella,
pero los que merecen esta vital herida bienaventurados,
los cuales luego dicen con la esposa: Herido soy de cari-
dad. Esto decían los Apóstoles cuando sufrían con ale-
gría las pedradas por la predicación evangélica280. Esto
decía san Pablo cuando le azotaban, y día y noche per-
suadía de la venida del Salvador a los gentiles281. Y esto
decían los mártires cuando recibían crueles heridas por
Cristo, y tanto más se inflamaban en su amor cuanto más
por él padecían. Pues nosotros también sentémonos a la
sombra de la cruz y allí esperemos la herida santa de la
caridad, y siempre supliquemos al crucificado que sea
servido de herirnos con esta dulcísima herida de su
amor.

158
CAPÍTULO 25.

EN EL CUAL SE TRATA CUÁNTO FRUTO SE


SACA DE ESTAR SENTADO AL PIE
DE LA CRUZ.

Grandes son y abundantísimos los frutos que al-


canzaremos estando sentados a esta sombra de la palma
santísima de la cruz. Porque si allí nos asentamos será
como se dice en los Cantares: Nuestros pechos como los
racimos de la viña y el olor de nuestra boca como el
olor de manzanas y nuestras garganta como vino muy
bueno, y tal que se puede dar a nuestro Amado para
beber y a sus labios y dientes para gustar282.Que es co-
mo si más claro nos dijese por otras palabras, que nues-
tra alma estará rica y abundante de todos los frutos de
virtudes y llena del rocío de la gracia y de la grosura del
divino amor, que el santo David pedía a Dios para la
suya cuando decía: Esto, Señor, muy ahincadamente os
suplico, que sea llena mi alma como de ungüento y gro-
sura283. Esto es de la unción de vuestro espíritu y grosura
de vuestro amor y caridad.
No lo hizo Lucifer de sentarse a la sombra de esta
palma, antes con sobrada soberbia dijo: Subiré en el cie-
lo y levantaré mi silla sobre las estrellas de Dios, asen-
tarme he en el monte del testamento hacia la parte del
cierzo, subiré sobre lo más alto de las nubes y seré se-
mejante al Altísimo. Mas ¿qué le fue respondido?: Serás
echado al profundo del infierno284.Asimismo nuestra
madre Eva no subió a la palma. Porque la palma es señal
de victoria, empero subió al árbol de la ciencia del bien y

159
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

del mal y cogió de su fruta y fue cautivada y perdió la


victoria, y por tanto sus tetas no fueron como las de la
esposa a manera de los racimos de la viña, mas de amar-
gura y hedor, porque mana de ella a sus hijos ponzoña de
muerte eterna. Ni el olor de su boca no fue como olor de
manzanas olorosas, mas de hedor horrible, el cual infec-
cionó a sí y a todos sus descendientes. Ni su garganta
manó vino preciocísimo, mas veneno, y lanzó a entram-
bos del Paraíso terrestre, dando olor pestífera a todo el
género humano. Empero la esposa de Cristo no como
éstos, mas dice: Subiré a la palma285. La palma como
dije denota victoria, y por tanto claramente nos significa
la cruz de nuestro Redentor, en la cual venció a los espí-
ritus malignos, destruyendo la muerte, rompió las puer-
tas del infierno, libró los cautivos allí detenidos, lleván-
dolos consigo con admirable triunfo a la gloria, y final-
mente por ella mereció la gloria de la resurrección, la
ascensión en los cielos, el principado del mundo, la judi-
catura universal de todos los mortales. Pues por eso dice
la esposa de Dios: Subiré en la palma, que es: por medi-
tación continua contemplaré la cruz de mi esposo rubri-
cada con su sangre preciosa, y sentarme he a su sombra
teniendo esto por principal estudio en la vida de este
destierro, y cogeré sus frutos abundantísimos y copiosos,
más sabrosos que el panal y más dulces que toda suavi-
dad y dulzura. ¿Mas qué frutos son estos, que con tanto
cuidado desea coger la esposa de esta palma santísima?
Son sin falta muchos y muy admirables, de los cuales es
razón que digamos en los capítulos siguientes.

160
CAPÍTULO 26.

EN EL CUAL SE PONE EL PRIMER FRUTO DE


LA CRUZ, QUE ES LA HUMILDAD.

El primer fruto es la humildad: ¿Por ventura no


fue grande humildad de Dios colgar en la cruz en medio
de dos ladrones como príncipe y capitán de ellos? La
verdadera humildad consiste por cierto en el perfecto
conocimiento de sí mismo, y el conocimiento de sí nace
del conocimiento de Dios. Y de aquí se sigue muy bien
que cuanto más conociere uno a Dios tanto mayor cono-
cimiento tendrá de sí y con más profunda y entera
humildad se humillará en el acatamiento divino286. Pues
como el alma de Cristo estuviese unida con el Verbo y
por tanto ilustrada del conocimiento de Dios sobre todos
los ángeles, no hay duda sino que en ella también hubo
mayor humildad, reverencia y propio conocimiento de
sí. Y aunque esto lo demostró muy claro en todo tiempo
y lugar, empero muy mucho más colgando en la cruz a
donde decía: Yo soy un gusano y no hombre, oprobio de
los hombres y deshecho de las gentes. Todos los que me
veían (se) burlaban de mí, movían contra mí sus labios y
sacudían sus cabezas287, que quiere decir, me escarnecí-
an y mofaban.
Dice pues la esposa de Cristo: Subamos en la pal-
ma, que es la cruz del Salvador y cojamos su fruto, y el
primer fruto que cogió fue la humildad. Cojamos pues
también nosotros este provechosísimo fruto y muy
agradable a Cristo, que es el de la humildad. Humille-

161
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

mos nuestras almas delante del acatamiento del eterno


Dios, porque él es nuestro Creador y nosotros somos sus
criaturas. Él es la suma majestad y nosotros no, sino
unos gusanillos viles, y nacidos de la tierra. Él es el om-
nipotente, nosotros la misma enfermedad y flaqueza. Él
es infinita sabiduría y nosotros tinieblas y la misma igno-
rancia. Él es eterna justicia y nosotros la misma injusti-
cia, desviados del bien, defectuosos, llenos de injusticias,
malicias e iniquidades. Él es la misma caridad y nosotros
fríos y helados en el verdadero amor de su Majestad y
del prójimo. Él siempre estable, quieto e inmovible y
nosotros nunca estables, siempre inquietos y de continuo
movedizos. Pues luego ¿por qué no nos humillaremos
delante del acatamiento divino, y quitada de nosotros
toda hinchazón, por qué no nos inclinaremos y abajare-
mos hasta el profundo?
Dice el Señor Jesús: Aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón288. Considerad que siendo
él tan grande, nació en un establo, tan noble y no se lee
que haya cabalgado sino en una asna y un pollino, sien-
do de tanta majestad se postró a(nte) sus apóstoles y lavó
sus pies lodosos, siendo tan poderoso abajó sus hombros
santísimos para llevar la cruz llena de ignominia y ver-
güenza, siendo tan santo colgó entre dos ladrones como
rey y el mayor de ellos, siendo tan inocente sufrió la
muerte llena de deshonra, y tuvo sumo silencio a infini-
tas injurias, desvergüenzas, escarnios y falsos testimo-
nios que le fueron impuestos y dichos. Mirad pues el
ejemplo que os ha sido demostrado en la palma, que es
en la cruz, y sin falta según la palabra del mismo crucifi-
cado hallaréis reposo para vuestras almas289, los tumul-
tos y ruidos de este siglo habéis de pasarlos con más

162
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

facilidad, conoceréis con mucha ligereza los engaños,


malicias y ardides del demonio y los venceréis con mu-
cha presteza. La muerte, la cual suele causar grandísimo
terror y espanto, la recibiréis con grande alegría y regoci-
jo; la sentencia postrera no os dará pena alguna, y final-
mente muy de lejos contemplaréis las crueles y muy
espantosas llamas del infierno y os gozaréis con gozo
inefable de haber escapado de ellas por la virtud de la
humildad. Pues si la humildad levanta al alma hasta el
cielo y la pone entre los ángeles y arcángeles, y la entro-
niza sobre los querubines y serafines ¿qué ha de temer el
alma en la tierra siendo de ella ataviada y hermoseada?
¿Por qué ha de temer la muerte? ¿Por qué no hará burla
del infierno? Dice pues la esposa de Cristo: Subamos en
la palma y cojamos sus frutos, y cogió para sí el primero
de la humildad como verdadero fundamento de todo el
edificio espiritual. Y pues son estos frutos tan saludables
y excelentes, será bien que los prosigamos y digamos
ahora del segundo fruto, que de esta santísima palma se
coge.

163
CAPÍTULO 27.

EN EL CUAL SE HABLA DEL SEGUNDO


FRUTO DE LA CRUZ, QUE ES LA OBEDIENCIA.

El primero fue (como dijimos) la humildad, el se-


gundo será de la obediencia, el cual la esposa cogió tam-
bién con gran diligencia del árbol de la cruz, porque allí
resplandeció en gran manera. Porque aunque el Hijo de
Dios por toda su vida mostró gran obediencia a su Padre
celestial y eterno, empero mucho más estando colgado
en la santísima cruz. Allí dijo con verdad lo que mucho
tiempo antes estaba escrito de él: En el principio del
libro está escrito de mí, que había de cumplir tu volun-
tad y así Dios mío lo quise y tu ley Señor está en medio
de mi corazón290. Si la perfección de la obediencia se
declara por el trabajo y peso de la cosa que es mandada,
claro es, que cuanto fuere más duro y trabajoso lo que
fuere mandado, tanto la obediencia será más perfecta y
acabada.
Sabemos y así nos los dice la Escritura divina, que
sobre nuestro Redentor puso su Padre eterno todos nues-
tros pecados e iniquidades291, y no ignoramos que no hay
cosa más pesada que el pecado, porque dice Zacarías
que: la iniquidad se asentó encima del talento del plo-
mo292. Dando a entender su grandísimo peso. Y de aquí
se sigue pues bien, cómo su obediencia fue perfectísima
y dio olor suavísimo en el cielo y en la tierra. ¿Quién
jamás fue tan obediente como el Hijo de Dios al eterno
Padre? La Sagrada Escritura nos alaba mucho la obe-
diencia de Abraham, también levanta hasta lo cielos y en

164
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

gran manera engrandece la obediencia de su hijo Isaac,


porque por mandado de su padre llevaba a cuestas la
leña del sacrificio y con admirable mansedumbre se dejó
atar para ser sacrificado293. Mas todo es muy poco si
miramos la obediencia del Redentor del mundo, porque
la otra no era sino figura de ésta, y cuanto difiere la som-
bra de la verdad, tanta diferencia hay de la obediencia
del Redentor a la de los otros santos padres.
Considerad bien aquel terrible escocimiento de sus
azotes, aquel pungimiento incomportable de las espinas
que agujerearon su santísima cabeza, aquel peso de la
cruz tan pesada, aquella pena tan aguda que causaban
aquellos clavos con que traspasaron sus santísimos pies
y manos. Y sabemos que todo esto y más tantas injurias,
escarnios, irrisiones y vergüenzas, falsos testimonios y
en fin la muerte más ignominiosa que se hallaba, por la
obediencia de su Padre, lo sufrió con admirable devo-
ción, prontitud y alegría. Por lo cual no sin causa da vo-
ces la esposa y dice: Subamos en la palma y cojamos sus
frutos. Y el segundo fruto que cogió fue la obediencia.
Subamos pues también nosotros en la palma, que es el
árbol de la cruz, y cojamos esta manzana de la obedien-
cia y no la de la desobediencia, como hicieron nuestros
primeros padres. Porque muy justo es en los siervos
obedecer a sus señores y los hijos a sus padres. Y ¿qué
cosa más justa, honesta, útil y jocunda que obedecer a
Dios, que es Padre de todos? Todo lo que manda es san-
to, honesto, provechoso y lleno de alegría, de salud y de
premio. ¿Qué cosa más útil que obedecer a un señor
riquísimo y liberalísimo, el cual no solamente nos pro-
mete la felicidad de esta vida, la cual consiste en una
tranquilidad y paz del alma, mas también la inmortalidad

165
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

y beatitud eterna? ¿Por ventura no dijo él mismo a uno


que le preguntaba: Si quieres alcanzar la vida, guarda
los preceptos divinos?294 ¿Qué cosa más alegre que obe-
decer al creador de los ángeles y de todo el universo,
cuya potencia se muestra en la creación, cuya sapiencia
en la gobernación y su bondad infinita en la conserva-
ción y comunicación liberalísima de sus dones y gracias?
Y ésta es la causa porque Noé en el hacer del arca
con tanto estudio y diligencia, obedecía a Dios, y Abra-
ham con gozo venciendo su propia naturaleza con la fe
grande que tenía, porque Dios se lo mandaba, no se de-
tuvo nada en sacrificar a su propio hijo, y David a voces
decía: Levanté, Señor, mis manos para poner por obra
tus mandamientos, los cuales yo amé muy mucho, y me
ejercitaba con gran diligencia en ellos295, porque sabía
que hacía a los hombres justos. Y en otra parte: Deter-
miné, Señor, de no escoger otra porción para mí, sino
guardar tu santísima ley296. Y también dijo en otro lu-
gar: Oh, Señor, más provechosa y dulce es tu ley, que
muchos pesos de plata y de oro297. ¿Por ventura hay
alguna cosa que así sosiegue el entendimiento, purgue y
limpie el afecto, alegre la conciencia como la continua
guarda y diligencia de los mandamientos de Dios?
¿Quiénes son los que con paz y tranquilidad pasan la
vida y mueren con alegría, sino los que a Dios omnipo-
tente y sumamente bueno sirven, obedecen, temen y
aman? Pues éste es el segundo fruto que de esta palma
santísima cogió la esposa, y éste nos convida que coja-
mos nosotros si queremos descano (y) paz para nuestras
almas, y en pago de la gloria que a los obedientes está
prometida.

166
CAPÍTULO 28.

EN EL CUAL SE TRATA DEL FRUTO TERCERO


DE LA CRUZ, QUE ES LA MANSEDUMBRE.

Bien creo habéis gustado ya el doblado fruto de la


santísima palma de la cruz, y si lo queréis confesar de
admirable sabor. El primero era de la humildad, el se-
gundo, de la obediencia. Ahora por reverencia de Dios
tornemos a subir con la esposa en la palma, y cojamos el
tercero fruto de ella, que es la mansedumbre. Porque no
hay de quien mejor la podamos aprender que del crucifi-
cado, el cual con perfectísima y admirable mansedumbre
estaba colgado en la cruz y aun predicando dijo no una
vez sola, sino según se puede creer muy muchas: Apren-
ded de mí, que soy manso y humilde de corazón298, pero
en la cruz lo mostraba por la obra. ¿Por ventura habéis
leído en las Escrituras sacras o profanas que otro fuese
tan manso?
Se lee de Moisés: Que no hubo otro más manso
que él299, y David dice de sí mismo: Acuérdate, Señor,
de David y de toda su mansedumbre300. También se lee
de Jacob: Que era varón llano y manso y amigo de quie-
tud301. Empero ¿qué comparación hay entre la manse-
dumbre de estos que he dicho, con la de aquel cordero
mansuetísimo Jesucristo, de cuya mansedumbre inefable
aún los ángeles mismos se admiran, tiemblan los demo-
nios y todos los hombres la celebran y alaban? Y por
tanto el Espíritu Santo dijo por el profeta Zacarías al
pueblo de Israel hablando del Salvador: Regocíjate, hija
de Jerusalén, cata que tu rey viene manso, sentado en-

167
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

cima de una asna302 ¿Por ventura no fue ésta la señal que


dio el ángel a los pastores cuando les dijo: Mirad que
esto os doy por señal, hallaréis al niño envuelto en unos
pañales y reclinado en un pesebre?303 Vino con las ma-
nos envueltas y no con los brazos desenvueltos para herir
o dañar.
En los tiempos pasados tenía los brazos desenvuel-
tos y ligeros para herir y castigar, cuando alanzó a nues-
tros padres del Paraíso, anegó a todo el mundo con el
Diluvio y llovió fuego y piedra azufre sobre Sodoma y
Gomorra, y finalmente cuando muchas veces muy du-
ramente castigaba a los hijos de Israel y los afligía con
terrible cautiverio por sus pecados304. Empero ahora dice
el ángel: Catad que esto os doy por señal, hallaréis el
niño envuelto en pañales. Señal de verdadera manse-
dumbre y benignidad, y de muy crecida caridad. Él se
dejó envolver de una Virgen muy mansa, porque provo-
cado con nuestras ofensas y muy grandes pecados no nos
hiriese, mas perdonase; quiso ser envuelto porque no
pusiese espanto a los hombres, antes con su blandura
atrajese a todos a su amor; quiso ser envuelto para que a
los que estábamos envueltos y enredados en muchos
pecados y miserias, desenvolviese e hiciese libres, y por
tanto a sus discípulos que le decían que desenvolviese
sus manos y con fuego, que hiciese venir del cielo, abra-
sase a los de la ciudad adonde no le quisiesen recibir,
respondió: No sabéis de qué espíritu sois305. El Hijo del
hombre no vino para destruir, mas para salvar.
Cierto gran mansedumbre fue ésta. Empero co-
mencemos de más atrás. Cristo nació de una Virgen
mansuetísima, en un establo entre bestias y animales.
Cristo en lugar de una cuna escogió un pesebre. ¡Oh,

168
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

admirable mansedumbre! Fue visitado de unos pastores,


tuvo conversación con pecadores, no desdeñó ni desechó
de sí a ninguno por muy pecador y malo que fuese, antes
se ofreció a ellos como hermano, abogado y padre. ¿Se
puede decir cosa más suave? Cristo siendo emperador de
todo el universo cabalgó en una asna. ¿Se puede pensar
cosa más dulce? Y si por ventura os parecen éstas pe-
queñas señales de mansedumbre, considerad al mansue-
tísimo cordero postrado en el Huerto delante de su eterno
Padre, suplicándole que si fuese posible apartase de él el
cáliz de su pasión. Contempladle herido con duras llagas
y clavado en la cruz entre dos ladrones ¿Qué cosa se
puede decir, pensar o imaginar más mansa? No sin causa
profetizó de él el profeta Isaías: Fue llevado para ser
muerto como una oveja, y calló como el cordero delante
quien le trasquila306.
Así que dice la esposa: Subamos en la palma y co-
jamos sus frutos. Y el tercero fruto que cogió fue la
mansedumbre. Subamos pues también nosotros en la
palma, muy amados hermanos, y cojamos este fruto
hermosísimo de la mansedumbre. Porque es muy dulce y
sabroso, y envía un olor admirable en el acatamiento
divino. Acordaos que dice Dios por el profeta Jeremías:
¿Sobre quien reposará mi espíritu, sino sobre el manso y
humilde y que tiembla de mis palabras?307. Mas ¿a quién
podemos llamar manso sino a él, que injustamente a
ninguno sabe mover alguna cuestión, a ninguno sabe
hacer injuria, y a ninguno sabe acusar con mentira? Em-
pero aún de mayor mansedumbre es adornado el que
siendo injuriado no siente turbación, siendo despojado
de sus contrarios no es despojado de su quietud, y llaga-
do por todo su cuerpo no recibe alteración en el corazón

169
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

ni siente deseo de venganza. Empero aquel con muy


gran razón es y se debe tener por el más manso de todos
y más ilustre y esclarecido en esta virtud, el que no sólo
a nadie hace injuria, ni tiene deseo de vengarse si a él se
la hicieren, más aún con una magnanimidad admirable,
por la injuria torna algún beneficio, y por la deshonra
remunera con honor, favorece a los que le quieren mal y
a los que le tienen odio ama. Todos estos son esclareci-
dos y honrados con nombre de hijos de Dios, según la
sentencia del Salvador, el cual decía: Amad a vuestros
enemigos y rogad por los que os persiguieren, para
seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, el
cual deja lucir el sol sobre los buenos y los malos, y
llueve sobre los justos y los injustos308.
Se escribe de un filósofo que un hombre malo y
enemigo suyo en su propia casa todo el santo día le mo-
lestaba y llagaba con denuestos y palabras injuriosas; él
decía y el filósofo le escuchaba y las sufría hasta venida
ya la noche con un ánimo invencible y corazón más que
de hombre, y entonces tomando una antorcha llevó y
alumbró a su enemigo hasta su posada, porque por ven-
tura en el camino no tropezase y se hiciese algún daño.
¡Oh, admirable mansedumbre y digna de filósofo! Em-
pero si os place más la mansedumbre cristiana, contem-
plad la de san Bernardo, el cual fue muy ilustre en santi-
dad y milagros y letras, y como le diese uno no con me-
nor malicia que atrevimiento una grande bofetada en el
rostro, él no solamente no se indignó ni deseó vengarse,
mas aún mandó que a aquel tan mal hombre ninguno le
hiciese mal o molestia alguna, mas que le dejasen se
fuese en paz309.

170
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

De santa Paula se escribe que siendo muy perse-


guida de un contrario suyo, como le aconsejasen que se
ausentase y así se librase de las molestias de su enemigo,
respondió con gran mansedumbre y prudencia, si fuese
cierta que en alguna parte del mundo hubiese tranquili-
dad de semejante tempestad y en algún lugar no hubiese
de haber persecución, bueno era vuestro consejo, mas
no hay lugar que no sea sujeto (y) dispuesto para tales
combates. Dondequiera que fueres hay malos y buenos,
trabajos y persecuciones, y por tanto no hay causa para
que por eso haga mudanza310.
Pongamos delante de nuestros ojos tan claros
ejemplos e imitémoslos con grande ánimo y esfuerzo, no
nos derroquen los acontecimientos contrarios, no perda-
mos la paz, sosiego y tranquilidad del alma por la im-
probidad, persecución y malicia de los hombres maldi-
cientes y revoltosos; tratemos con mansedumbre y sua-
vidad a nuestros amigos y enemigos, ni perdamos tan
gran tesoro por maldad de ninguno. Porque dice el Pro-
feta: Que los mansos son herederos del cielo y se delei-
tarán en muchedumbre de paz311. Pues si los mansos
heredarán la gloria y son llamados hijos de Dios, según
la sentencia del Redentor12, no hay de qué teman la
muerte, antes la deben esperar con grande alegría, por-
que sin ella no pueden ir a gozar de su herencia. Y si en
la vida con gran suavidad sufrieron los ímpetus, malas
lenguas e injurias de los malos ¿por qué no sufrirán en la
muerte de buena voluntad las amarguras y trabajos de la
enfermedad y con ánimo resistirán a las tentaciones del
demonio, y harán poco caso de los visajes y espantos
que suelen traer en esa hora y esperarán la sentencia del
Soberano Juez con toda confianza? Y pues es de tanto

171
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

provecho la virtud de la mansedumbre, no se nos haga


de mal subir con la esposa en la palma de la cruz sagrada
y coger tan dulce y saludable fruto, porque a su tiempo
nos será muy necesario.

172
CAPÍTULO 29.

EN (QUE) SE HABLA DEL CUARTO FRUTO DE


LA CRUZ, QUE ES LA CARIDAD DE DIOS
Y DEL PRÓJIMO.

Quien bien hubiere considerado estos frutos, si al-


gún tanto ha gustado cuán dulces y provechosos son, no
le será cosa pesada tornar a la palma santa y con la espo-
sa de Cristo coger el doblado fruto que resta, que es la
caridad de Dios y del prójimo. Ella no se cansaba de
estar muchas veces con su espíritu en la cruz y contem-
plar en ella al Hijo de Dios todo encendido en amor, y
con gran devoción oía como decía: ¡Oh, Dios mío, tu
eres quien me sacaste del vientre de mi madre y estando
aún mamando en sus tetas no tenía esperanza en otro
sino en ti313 y consideraba cómo aquel pecho santísimo
estaba todo inflamado y encendido en el amor y caridad
de su eterno Padre, por cuyo mandamiento sufría todos
aquellos dolores, tormentos, escarnios y denuestos, y en
fin la dolorosísima muerte y pasión, y aún consideraba
cómo aquel santo y secreto incendio sobrepujaba el amor
de todos los ángeles y almas bienaventuradas. También
contemplaba el amor con que amaba a los prójimos,
como es tan grande e inflamado que sufriera de buena
gana mil muertes de las que entonces sufría por la salud
de todos en universal y de cada uno en particular. De-
cidme ¿quién jamás así amó a Dios como aquella alma
santísima del Salvador del mundo, la cual estaba llena de
dones y gracias, y no sólo por caridad estaba unida a
Dios como están los ángeles y almas bienaventuradas,
mas también por unión hipostática personal y perfectí-

173
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

sima, y por tanto inefablemente era levantada y arrebata-


da en el abismo profundo de la deidad, y estaba más
inflamada en el amor y caridad de Dios que todos los
ángeles del cielo?
Y por eso decía bien la esposa del mismo Señor en
otro lugar: Mi Amado es blanco y colorado y escogido
entre millares y su cabeza es de oro. Le dice blanco por
su admirable puridad, y colorado por el incendio e inefa-
ble fervor de su caridad. Añade: escogido entre millares,
porque ningún amor ni de ángeles ni de hombres allega
al suyo, y por eso dice muy bien adelante para darnos a
entender esto: Su cabeza es de oro purísimo314. Enten-
diendo en el oro la caridad. Porque así como el oro so-
brepuja todo otro metal, así la virtud de la caridad es
reina entre todas las otras virtudes, y por tanto fue dicho
al obispo de Laodicea: Yo te aconsejo que merques de mi
oro fino y probado. Había caído de su primero fervor y
le aconsejaba que comprase oro, esto es, que tornase a la
primera caridad315. Decía pues la esposa de Cristo que su
cabeza era de oro. Su cabeza toma por la parte superior
del alma, que es el entendimiento y voluntad, las cuales
son cabeza del hombre interior. Y dice de oro muy fino
porque tenía ojo al oro, que es la caridad perfectísima
que estaba en su Amado. Y porque estaba ella toda en-
cendida en amor y deseaba siempre ser más encendida
en él, por eso daba voces y decía: Subamos en la palma
y cojamos sus frutos.
Muchos son los frutos de la palma, que es la santa
cruz, como tengo dicho, cogió los que habéis oído y aho-
ra desea coger un fruto doblado, conviene a saber la ca-
ridad de Dios y del prójimo, porque de entrambas estaba
inflamado su Esposo colgado en la cruz, y porque hemos

174
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

hablado de la una, hablaremos ahora de la otra, conviene


a saber con cuán inefables llamas de caridad amaba Cris-
to a sus prójimos colgado en la palma de la cruz.
Había dicho antes: Que la mayor caridad y amor
que se puede mostrar a los amigos es poner su vida por
ellos316. También dijo en otro lugar: Yo soy el buen pas-
tor; el buen pastor pone su vida por sus ovejas y el ra-
badán y mercenario y el que no es pastor verdadero
huye cuando ve venir al lobo317. Oh, caridad verdadera-
mente admirable, dar la sustancia y su hacienda por el
amigo, no hay duda sino que es muy gran señal de amor
y caridad, empero es aún mayor señal de caridad y ar-
gumento de amor, si juntamente con la hacienda, con
grande alegría sufre por él también denuestos e injurias,
mas si con la sustancia y deshonra pone también gozo-
samente por el amigo su vida, todos su quilates tiene esta
caridad y no hay más qué pedir en ella.
El Hijo de Dios cuelga en la cruz, pobre, deshon-
rado y muerto para socorrer a nuestra extrema necesidad
y deshonra, y para dar a nosotros la vida eterna. ¿Por
ventura puede haber caridad más encumbrada, más cele-
bre o más provechosa? Ninguno puede mostrar mayor
amor a sus amigos, que poner su vida por ellos. Él puso
la vida, y si muchas vidas tuviera, con alegría y de buena
gana no sólo por todos en universal, mas también por
cada uno en particular las pusiera.
Decía san Pablo escribiendo a los de Corinto: Yo
de muy buena gana daré cuanto tengo y aún la vida por
vuestras almas318, no huyendo la muerte por amor de los
prójimos. Pues ¿qué hemos de pensar del Hijo de Dios,
el cual no recibió el espíritu con medida como san Pablo,
mas antes subiendo a los cielos y sentado a la diestra del

175
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

Padre envía los dones del Espíritu Santo a los hom-


bres?319 Y así, si en nosotros hay alguna gracia, si alguna
virtud, si alguna sabiduría o algún mérito, es por su in-
tercesión y merecimientos. (Y) no sólo san Pablo, más
aún también los otros Apóstoles peregrinaron por mar y
por tierra y sufrieron hambre y sed, cárceles y grillos,
tormentos y mil maneras de martirios porque librase a
sus prójimos de los terribles errores en que estaban enre-
dados, mostrando en esto cómo estaban llenos del fuego
de la caridad ¿Qué caridad, qué dilección e incendio de
amor para con los hombres se debe creer haber habido
en el Hijo de Dios, el cual por la fuerza, nobleza y ve-
hemencia y excelencia de la caridad que en él había y
unión con el Verbo sufrió sin comparación mayores tra-
bajos, tormentos y denuestos por redimir al género
humano del cautiverio en que estaba y reconciliarlo con
su eterno Padre? No con oro ni plata sois redimidos y
librados de los errores de vuestros padres y antepasa-
dos, mas con la sangre preciosa del cordero sin manci-
lla Jesucristo, decía san Pedro escribiendo a los fieles320.
Toda la caridad de todos los justos, y aún de todos
los ángeles juntamente amontonada, no bastaba para
redimir al género humano, porque era finita, empero sólo
la de Cristo fue suficientísima, porque era infinita. Noé,
aquel gran patriarca no tuvo empacho mostrando sus
vergüenzas de estar echado en tierra desnudo. Ni era
maravilla, porque estaba borracho321, allende que era
esto figura del Hijo de Dios, el cual estuvo desnudo y
colgado en la cruz, escarnecido y mofado de todo el
pueblo, porque estaba borracho y fuera de sí por la mu-
cha caridad y amor que tenía a los hombres. Y por eso
decía bien su esposa: Subamos en la palma fertilísima de

176
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

la cruz y cojamos sus frutas y demos de los que hemos


ya cogido. Cojamos también el de la doblada caridad de
Dios y del prójimo. Porque en ninguna otra parte se halla
este fruto en mayor abundancia que en la palma (de la
cruz). Pues subamos nosotros también ¡oh, amados her-
manos! subamos a esta santísima palma y cojamos este
fruto doblado; amemos a Dios con ferventísimo amor y a
nuestros prójimos como a nosotros mismos, porque co-
mo dice san Juan Evangelista: Tenemos mandamiento de
Dios, que el que ama a Dios, ame también a su próji-
mo322. ¿Por ventura no es esto lo que decía también la
esposa en otro lugar, conviene a saber: Mi Esposo me ha
metido en la bodega del vino y me enseñó el orden que
hay en la caridad; cubridme de flores y cercadme de
manzanas porque estoy enferma de amores? 323. Dice:
Ordenó en mí la caridad. Pues luego según esto, orden
hay en ella. Empero esto se entiende con el prójimo,
porque para con Dios no hay modo ni medida. Porque el
modo o medida de amar a Dios, es amarle sin medida324.
Conviene a saber: con todo el corazón, con toda el alma
y con todas las fuerzas.
Dijo Dios por el profeta Ezequiel: Todas las almas
son mías325. Dándole a entender que se las tornasen a él
como a verdadero Señor y Creador de ellas. Y por esto
instituyó en el Viejo Testamento el sacrificio que se lla-
maba holocausto, el cual todo se encendía y abrasaba
para significar que ninguna parte de nuestro corazón
había de quedar sin estar encendida en el fuego de su
caridad. Y por lo mismo Moisés, por mandado de Dios
enseñaba al pueblo de Israel y le decía: Amarás a tu Se-
ñor Dios de todo tu corazón y con toda tu alma y con
toda tu fortaleza y estarán estas palabras que en este día

177
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

te mando en tu corazón y las contarás a tus hijos y las


meditarás estando sentado en tu casa y andando por el
camino, durmiendo y despertando y la atarás a tu mano
como señal y estarán delante de tus ojos y las escribirás
en el lindar y puerta de tu casa326. El que todo el cora-
zón, alma y fuerzas mandaba emplear en el amor de
Dios y pedía tanto cuidado, estudio y diligencia acerca
de esto mismo, no hay duda sino que quitaba y desecha-
ba del amor toda medida y término. De aquí es, lo que
dice san Bernardo: Siempre se debe pensar en Dios y
todo tiempo que no emplearás en él, piensa sin ninguna
duda haberlo perdido327. Pues luego en el amor de Dios,
según esto, no hay orden o modo, para que un tiempo
sea amado más y otro menos, antes siempre ha de ser
amado y cada hora y momento acrecentado su amor.
Así que lo que dice la esposa: Ordenó en mí la ca-
ridad, se ha de entender acerca del prójimo. Porque si
como dice el Apóstol: Los unos somos miembros de los
otros328, a los prójimos no como a cuerpos ajenos, mas
como a nuestros propios miembros debemos amar. Así
que según que somos miembros los unos de los otros
debemos amar todos igualmente. Empero porque en el
cuerpo unos miembros son más nobles y provechosos y
honestos que otros, por eso a uno se debe dar más honra
y amor que a otros. Pongamos un ejemplo para que me-
jor se entienda. Hay uno que pone gran estudio y trabajo
en escudriñar la Sagrada Escritura y en sacar el grano y
meollo de ella para alumbrar e inflamar a los prójimos
en las cosas divinas ¿no te parece que éste es próximo?
Sí, ciertamente, empero más digno de ser amado que
alguno de los otros. O pongamos que hay alguno que no
tiene la gracia, ni el talento para predicar, más que ador-

178
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

nado y ataviado de las virtudes vive santa y virtuosamen-


te guardando los preceptos y mandamientos de Dios y no
dando a alguno justa razón de querella ¿te parece que
éste debe ser tenido en la misma cuenta y orden de cari-
dad que aquel que no tiene nada de esto? ¿Por ventura
éste, así por su virtud como por el mérito de su buena
vida, no ha de ser más estimado y amado que el que an-
da en vicios y pecados o no tanto se ejercita en obras de
bondad y justicia? Así que, aunque Dios deba ser amado
sin orden ni medida, porque en él no hay más ni menos,
antes siempre persevera en un mismo ser, siendo infinita
hermosura, inmensa sabiduría, suma bondad, nunca re-
cibiendo en sí disminución ni aumento, empero no el
prójimo, porque uno es mejor que otro y una misma per-
sona muchas veces es diferente de sí misma. Quiero de-
cir, ahora virtuosa, mañana viciosa, porque todos somos
inestables y nunca perseveramos en un mismo estado, y
así según el mérito o modo de la vida, así se ha de variar
el modo o medida del amor y caridad.
Y por eso dijo la esposa de Cristo: Me metió el rey
en la bodega del vino y ordenó en mí la caridad. En la
bodega del vino, que es la Sagrada Escritura, revelada
por el Espíritu Santo, llena del vino de la sabiduría divi-
na, maravillosamente se aprende el orden que hay en la
caridad. Empero mucho mejor en la palma, que es la
cruz, se saca y bebe de las fuentes del Salvador. Y por
tanto la esposa de Dios, borracha de amor y con deseos
de ser cada día más inflamada en la divina caridad y
apacentada y llena de sus dulcísimos frutos, a voces de-
cía: Subamos en la palma de la cruz y cojamos sus fru-
tos, llamado el principal fruto de este árbol muy odorífe-
ro y muy precioso, la doblada caridad.

179
CAPÍTULO 30.

EN QUE SE HACE UNA EXHORTACIÓN PARA


QUE BUSQUEMOS LA CARIDAD.

Este divino fruto es tan alto y de tanta estima, que


no hay palabras para dignamente lo explicar, mas si le
queremos sentir en nuestras almas sigamos a la esposa y
subamos también con ella en la vera cruz y cojamos este
preciosísimo fruto doblado, vistámonos de la doblada
caridad, porque si estamos unidos a Dios por verdadero
amor, no habrá cosa tan fuerte que nos baste a vencer.
No las pasiones e ímpetus violentos de la carne, no los
denuestos y detracciones de los maliciosos, ni lo que es
más peligroso, ni las saetas ponzoñosas y mil maneras de
artes y astucias engañosas de los demonios. De manera
que todas las cosas podremos vencer y tolerar con san
Pablo en Aquél que nos conforta329. Y si también estu-
viéremos atados con el prójimo por perfecta caridad,
será tanto nuestro poder (como dijo san Agustín), que si
impedidos por alguna necesidad no pudiéremos cumplir
lo que nos mandó Dios, amando a aquel que lo pone por
obra, en él lo habremos cumplido330. Porque es tan gran
bien la caridad, que no sólo cubre nuestras faltas y defec-
tos, más aún, los bienes ajenos hace nuestros. De aquí es
lo que dice san Gregorio: Las obras buenas de los otros,
si no las pudiéremos imitar, amémoslas en los que las
hacen y el amor hará que sean nuestras331. Y san Agus-
tín dice acerca de esto lo mismo: Consideren los envi-
diosos cuánto bien es la caridad, la cual sin nuestro
trabajo, los bienes ajenos hace nuestros. Por la caridad

180
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

somos hechos participantes de todos los bienes de la


Iglesia y por la falta de ella somos privados de esos bie-
nes y también de los propios332.Y dice san Bernardo: La
caridad es una virtud con la cual ni la más pequeña
obra se deshecha y sin ella la más grande no se estima.
No hay cosa más ligera que la caridad, la cual a las
almas en que mora hace pasar las ondas de este mundo
con toda velocidad. Ni hay cosa más sutil, pues que hace
penetrar los cielos y comunicar con Dios como un ami-
go con otro. Ningún sacrificio ni en la vida ni en la
muerte ni después de ella hay, que a Dios sea más gra-
to333.
Así que el que ha usado de esta saludable y oloro-
sísimo fruto doblado en la vida, (si) lo diere a oler al
Juez en la muerte, ni sentirá mucho la amargura de la
muerte, ni tampoco le fatigará el miedo de la sentencia
postrimera, ni menos los espantos, engaños y malicias
del demonio le darán mucho trabajo. Si contra la pesti-
lencia se traen ciertos pomos confeccionados, y su virtud
y fuerza ahuyenta y aparta toda la ponzoña ¿por qué no
el fruto fortísimo y muy saludable de la caridad, amansa-
rá cualquier dolor o amargura que suele cargar en la pos-
trera hora y descubrirá todo engaño y malicia de los de-
monios, que entonces acostumbran más molestar, y apar-
tará todo miedo y espanto que puede haber de la senten-
cia en la hora de la muerte?
En el sacro evangelio de san Juan, dice nuestro
Salvador: El que me amare guardará mi palabra y la
pondrá por obra, y será amado de mi Padre y entram-
bos vendremos a él y haremos morada con él334. Si la
caridad enamora de tal manera al juez que le hace bajar
del cielo y de juez le hace padre, amigo y esposo, ¿por

181
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

qué debe temer el que está a la muerte, si está ataviado


de la caridad como de vestiduras de bodas? Antes el
Señor le dará una nueva vida y bienaventurada en el
cielo y no le pondrá en manos de sus enemigos. ¿No dice
la esposa a Dios: Subamos en la palma y cojamos sus
frutos y serán nuestros pechos como los racimos de la
viña y el olor de nuestra boca como olor de manzanas y
nuestra garganta como vino muy excelente, tal cual con-
viene a nuestro Amado para beber y a sus labios y dien-
tes para gustar?335. Si de los frutos de la palma, que es
de la cruz, nuestras tetas, que son nuestros afectos de la
caridad de Dios y del prójimo, fueren como los racimos
de la viña, conviene a saber gruesos, peñados e inclina-
dos para bien de los prójimos, prometiendo a todos ayu-
da, favor y buen consejo, y no buscando su propio inter-
ese mas el provecho y bien de los otros, y si el olor de
nuestra boca fuere como el olor de manzanas, que es, si
nuestras palabras no olieren sino a buen olor, oliendo
siempre a Dios y al provecho del prójimo, poniendo de
continuo y dondequiera, paz, concordia y toda cosa de
buena edificación, y finalmente si nuestra garganta, que
es si el paladar de nuestra alma fuere como vino muy
bueno, tocado de aquel vino preciosísimo de contrición,
devoción e interna delectación, y de este vino tan suave
daremos a beber a nuestro Amado en la hora de la muer-
te, como sea digno para que él beba de él y gusten sus
labios y dientes ¿qué causa habrá para que temamos
cuando nos partiéremos de esta vida, como tengamos a
nuestro Juez aplacado y amigo, y él sea nuestro Padre y
Esposo? Él nos dará fortaleza contra la enfermedad y
flaqueza, contra el temor de la sentencia nos dará fiducia
(confianza) y esperanza, contra las asechanzas e ímpetus

182
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

de los demonios dará sabiduría y ánimo, en tal manera


que todos atronados y quebrados por el gran espanto,
dando voces dirán los unos a los otros: Huyamos del
pueblo de Israel, porque Dios pelea por ellos336.

183
CAPÍTULO 31.

EN EL CUAL SE PONE UN EPÍLOGO DE TODO


LO DICHO, ENSEÑANDO A DESPRECIAR LA
VANIDAD DE ESTE MUNDO.

Ea pues, hermanos amados, volviendo y recapitu-


lando todo lo dicho, por reverencia de Dios acordémo-
nos de nuestro linaje y nobleza natural, y dejemos estas
cosas caducas y breves y de poco valor y busquemos con
toda diligencia los bienes verdaderos y que duran para
siempre. ¿Por qué mientras vivimos y estamos sanos,
con continua recordación y meditación no nos hacemos
la muerte familiar y amigable? Su consideración por
cierto es verdadera especulación de la vida venidera, y
no sólo hace que el alma con menor fatiga salga del
cuerpo, empero lo que más es, aún con alegría de espíri-
tu, como quien sale de una cárcel oscura y trabajosa y
pasa en aquella libertad bienaventurada y luz verdade-
ramente amable y dulce que no sabe (conoce) la noche.
No nos engañe la majestad y poderío de este mundo.
Porque es muy peligroso, inestable y trabajoso, ni basta-
rá (para) libraros de las manos del Juez Supremo, ni sa-
caros de la boca del infierno.
Escuchad lo que se escribe de aquel Grande Ale-
jandro, el cual siendo rey y gran monarca en el mundo,
como muriese, dicen que después de su muerte se junta-
ron a su sepultura muchos filósofos y que uno decía:
Ayer no bastaba a Alejandro toda la tierra y hoy le bas-
tan tres o cuatro varas de largura. Otro decía: Ayer Ale-
jandro pudo librar a muchos pueblos de la muerte y hoy

184
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

no pudo librar(se) a sí mismo. Otro con gran atención


contemplando la tumba de oro en que estaba puesto dijo:
Ayer Alejandro del oro hizo tesoro, y hoy el oro hace
tesoro de él. Otro decía: Ayer Alejandro oprimió la tie-
rra y hoy la tierra le oprime a Él. Y así los demás dije-
ron cosas del mismo jaez por su orden, dignísimas de ser
notadas, con las cuales burlaban de la vanidad del mun-
do e inestabilidad de la potencia humana337.
Ni tampoco os ciegue la salud y hermosura del
cuerpo, porque como dice Platón: Nuestro cuerpo mise-
rable, diez mil impedimentos trae al alma, impidiéndole
la contemplación de las cosas soberanas y altas y la
hermosura con una calentura se pierde338. Tampoco
tengan ni engañen vuestros ojos los diurnos espectáculos
(y) embaucamientos de este siglo, porque enredan a los
hombres imprudentes y roban los pobres ánimos y los
llevan cautivos, ni os saquen de tino los deleites del
cuerpo, ni otra cosa del mundo que os pueda dar algún
contento. Porque todo lo de este suelo es vano, vil y pe-
recedero, y por tanto un filósofo, que se llama Secundo,
demandado por el emperador Adriano qué cosa fuese el
hombre. Le respondió un alma en un cuerpo esclavo de
la muerte, un caminante pasajero, huésped en algún
lugar, que luego ha de salir de allí, una alma llena de
trabajo339. Pues esto es así, muy amados hermanos,
usemos de este mundo y estemos en él como en un me-
són y tienda de campo, que muy presto hemos de dejar,
apresurémonos con todas nuestras fuerzas a ir a la tierra
de los justos, que es el cielo. Y porque luego después de
esta vida podamos ir allá sin ningún impedimento, pen-
semos muchas veces en la muerte, y aun poco a poco
aprendamos a desearla, lo cual cierto alcanzaremos si

185
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

profundamente y con alta consideración y muy muchas


veces pensáremos cuántas miserias, dolores, angustias,
calamidades y peligros hay en esta triste vida y cuán
grandes premios, coronas (y) triunfos esperan a los bue-
nos en la otra.
Y por tanto decía san Gregorio: Si considerásemos
muy amados hermanos, cuántas y cuán grandes cosas
son las que se nos prometen en el cielo, tendríamos en
nada cuanto hay en la tierra. La sustancia y felicidad
humana comparándola con la del cielo, antes merece
nombre de carga y trabajo, que no de felicidad o ventu-
ra. Y la vida temporal comparada con la eterna, antes es
muerte que vida. El desfallecimiento y corrompimiento
continuo del hombre ¿qué es, sino una muerte prolija?
¿Qué lengua basta a decir o que entendimiento a enten-
der cuántos sean los gozos, alegrías y regocijos que hay
en los cielos? En estar ajuntados a los coros de los án-
geles, con ellos gozar de la majestad y presencia divina,
ser ya privados del miedo y dolor de la muerte y ale-
grarse con la presea y joya de la vida eterna. De sólo oír
esto, se inflama el alma y desea ya estar allá adonde
espera gozar y se alegrar para siempre. Empero gran-
des tesoros y premios no se alcanzan sino con grandes
trabajos340 Y por eso decía san Pablo: No será corona-
do, sino el que hubiere lealmente peleado341.
Luego peleemos en esta vida y luchemos por la
victoria de las virtudes. Porque, como dice el mismo san
Pablo: No es nuestra pelea tanto contra la carne y san-
gre, como lo es contra príncipes y potestades, y los que
dominan a las tinieblas de este mundo, que son los espí-
ritus malignos que habitan en el aire342. Y por eso nos
amonesta que tomemos las armas de Dios para que resis-

186
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

tamos en el día malo y en todo seamos perfectos. Ten-


gamos pues los lomos ceñidos con la castidad, y la ver-
dad señalada y esculpida en nuestras frentes y entrañas,
resistiendo varonilmente a cualquier género de errores
(y) sectas y a sus inventores. Los cuales por defuera pa-
recen ovejas y por dentro son lobos tragadores343, y
corrompiendo la palabra de Dios con diversos embustes
y falsedades, a sí y a los otros, destruyen y pierden mise-
rablemente, cuyo fin es la muerte y la paga de sus inven-
ciones las llamas infernales. Vistámonos también de la
loriga de la justicia, dando a cada uno lo suyo. A Dios
servicio, reverencia y amor; a los hermanos socorro y
ejemplo, y a nosotros disciplina y penitencia. Abracé-
monos también con el escudo de la fe, en el cual poda-
mos matar todas las saetas encendidas del enemigo.
Tengamos por muy cierta fe, que nuestro muy grande
Dios nos ha puesto en este mundo como en un campo
para pelear contra los ímpetus importunos y saltos de la
carne, y contra las ocasiones y embaimientos del mundo.
Y finalmente contra los engaños, malicias y mil maneras
de artes del demonio, y que Él con sus santos ángeles de
continuo miran como nos habemos en la pelea, dándo-
nos fuerzas y ánimo, despertando a los perezosos, sus-
tentando a los cansados, curando a los llagados, levan-
tando a los caídos y coronando a los vencedores. Si tu-
viéramos esta fe, ninguna fuerza habrá tan grande, ni
engaño, ni malicia diabólica, que no entenderemos y
venceremos luego. Pongamos también sobre nuestras
cabezas el almete saludable344. En la cabeza están todos
los sentidos, los cuales hemos de guardar con un almete,
que es con una guarda muy fuerte, porque en los guardar
está toda nuestra vida.

187
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

Mi ojo ha robado mi alma, dijo el profeta Jeremí-


345
as . Lo cual se puede decir de todos los otros sentidos.
Así que guardemos nuestra cabeza, que es nuestra alma
con el almete de la salud, poniendo entre ella y nuestros
sentidos un fortísimo muro, para que ninguno la cautive
con blandura, engaño o violencia. En esto, como he di-
cho, va toda nuestra salud y vida. Desenvainemos tam-
bién el cuchillo del espíritu, que es la palabra de Dios,
cortando toda torpeza y suciedad e hinchazón que se
empina contra el verdadero sentido y ciencia divina, y
cautivando todo entendimiento en el servicio de Cristo,
aparejados para vengar cualquier inobediencia e irreve-
rencia del sumo y eterno Dios, porque ningún servicio ni
sacrificio le es más acepto: de continuo teniendo la santa
oración en nuestro corazón y boca, como un dardo muy
agudo que pasa hasta lo más íntimo de nuestros adversa-
rios, a cuya fuerza ninguna potencia ni sutileza de los
demonios pudo jamás resistir.
Cuando oraba Moisés, vencía el pueblo de Israel y
cuando dejaba de orar sobrepujaba Abimelec346. Vesti-
dos pues con estas armas ¿por ventura habrá alguno que
nos pueda dañar? Goliat, aquel soberbísimo y espantoso
gigante con muchas injurias deshonraba al pueblo de
Israel. Mas David sin otras armas, sino con una honda y
piedra le derribó y venció347. David quiere decir fuerte
por las manos. ¿Quién es este fuerte, sino cualquier fiel
cristiano, el cual con el mismo David puede decir a Dios:
Para ti guardé, Señor, mi fortaleza y solamente armado
con las armas del espíritu con una honda y piedra, que es
con la fe y caridad, no solamente los enemigos y contra-
rios que ocurren por toda la vida, más aun a Goliat gi-

188
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

gante fortísimo, conviene a saber la muerte, que a todos


espanta, vence y derroca y se escarnece de ella?
¿Por qué pues no nos ejercitamos en la hermosí-
sima lucha de las virtudes? ¿Por qué somos negligentes?
¿Por qué no sacudimos de nosotros la torpeza y negli-
gencia? ¿La muerte está a la puerta, y con tanta seguri-
dad y peligro servimos a los vicios? ¿Cuándo seremos
cuerdos y avisados? ¿Cuándo despertaremos del sueño?
¿Cuándo quitaremos de nosotros el peso tan pesado de
los pecados? ¿Cuándo romperemos los impedimentos de
las virtudes? Os ruego (hermanos, dice san Ambrosio)
muera nuestra carne, porque en ella muera la culpa, y
como resucitamos de los muertos, resucitemos en obras
buenas348. Ejercitémonos para la postrera y por tanto
muy trabajosa y terrible pelea, que será la muerte, a los
no ejercitados y aparejados llena de peligros, angustias y
dolores, mas a los ejercitados muy jocunda y alegre. Por
tanto débese aparejar el alma y ejercitar la voluntad y
trabajar por alcanzar una constancia y fortaleza muy
crecidas, para que no le perturben los espantos, ni las
quebranten las molestias, ni le enflaquezcan los dolores.
Esto hace la fortaleza, la cual (como dice el mismo Am-
brosio) tiene ojo a la hermosura de las virtudes, pelea
contra los vicios, tiene en poco los trabajos, no teme los
peligros, es muy áspera contra los deleites, dura contra
las blanduras, a las cuales no sabe dar los oídos, me-
nosprecia el dinero, huye de la avaricia como pestilen-
cia, la cual quita los nervios y fuerzas a cualquier virtud.
Porque no hay cosa más contraria a ella, que dejarse
vencer del dinero349.
Echemos los ojos en el santo Job: ¿qué le faltó en
la virtud o qué daño le hizo el vicio? El cual con gran

189
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

ánimo sufría la pérdida de sus riquezas, ni perdió el áni-


mo por la muerte de sus hijos tan amados y llagado de
pies a cabeza nunca murmuró contra Dios. El cual pasó
también con mucha suavidad y mansedumbre las inju-
rias de su mujer y de sus amigos, y no puso su alma en el
amor de los dineros, ni deleites o pasatiempos de este
mundo, ni jamás perdió la constancia y fortaleza del
corazón, y por tanto fue alabado de Dios, honrado de los
hombres y de los ángeles venerado, pasó la vida con paz
y tranquilidad, no temió la muerte, subió a los cielos y
goza de la visión beatífica de Dios. Adonde nos lleve
Jesucristo, hijo de la Virgen, por los merecimientos de su
sacratísima Pasión. Amén.

Fenece el libro, en el /qual trata de la preparación


pa/ra la muerte; y de la grande / alegría que tienen los /
buenos cuando pas/san desta vida./
Impresso en Barcelona por Pedro / Regnyer. /1668
(1568).

Después de acabado el libro hallé estas protesta-


ciones que se deben hacer a cualquiera que está al paso
de la muerte, las cuales por ser tan al propósito de la
materia, me pareció añadir aquí. Pues los que están con
el enfermo, del cual no hay esperanza ninguna de salud,
le harán por este orden estas preguntas, las cuales son
muy provechosas para bien morir, y si el enfermo no
pudiere responder con la voz a ellas, responda al menos
con el corazón y con alguna señal exterior si pudiere.
Las preguntas son las que se siguen:

190
LIBRO DE LA PREPARACIÓN PARA LA MUERTE

¿Crees y confiesas todo aquello que la Sagrada Escri-


tura y la Santa Madre Iglesia nos enseña que creamos?
Responda: Sí, creo.
¿Abominas todos los errores, sectas y herejías que
ella abomina y detesta? Responda: Sí, abomino.
¿Te huelgas de morir en la fe de Cristo y en la unión
y obediencia de la santa Madre Iglesia? Responda: Sí,
me huelgo.
¿Crees que no te puedes salvar por justo y santo que
seas, sino por los méritos de Jesucristo, el cual tuvo a
bien de morir por los pecadores? Responda: Lo creo
firmísimamente y en estos méritos confío y espero de
todo mi corazón.
¿Te (re)conoces por pecador y que has vivido mal,
traspasando mucha veces los mandamientos de Dios, de
la Iglesia y de tus mayores? Responda: Sí, (re)conozco.
¿Te dueles de todo tu corazón de todas estas cosas?
Responda. Sí, me duelo.
Te pesa de no tener mayor dolor de ellas y que este
dolor no nace de verdadera caridad y celo de justicia,
como es razón, mas antes por ventura del temor de la
pena? Responda: Sí. Me duelo por cierto y muy mucho.
¿Pides perdón a Dios de todos tus pecados? Respon-
da: Sí, pido cuan humildemente puedo.
¿Tienes propósito de enmendar tu vida y de servir a
Dios con toda humildad y obediencia, si él tuviere por
bien de librarte de esta enfermedad y darte salud? Res-
ponda: Sí, (lo) tengo muy de veras.
¿En esta hora encomiendas tu alma a tu Creador po-
niéndola en sus benditísimas manos enclavadas por ti en
la cruz? Responda: Sí, encomiendo.

191
FRAY PEDRO ALONSO DE BURGOS

¿Deseas vivir con Dios y con sus santos para siempre


en el cielo? Responda: Sí, deseo.
¿Pides que en esta hora te ayude la gloriosísima Vir-
gen María y tu santo ángel deputado para tu guarda, con
todos los santos del cielo? Responda: Sí, pido cuan
humildemente puedo.
Pues yo y todos los que aquí estamos presentes te
encomendamos a la infinita misericordia y bondad de
Dios, para que él te defienda y tenga por bien de salvarte
y socorrerte con los infinitos méritos de Jesucristo, su
bendito Hijo y Salvador nuestro, para que con ellos sean
suplidas tus faltas y negligencias, y para que por las in-
tercesiones de la beatísima Virgen María y de todos los
santos ángeles y espíritus celestiales en especial de tu
santo ángel y de todos los santos de la corte celestial, a
los cuales humildemente suplicamos te acompañen, te
conserven, te libre de todo mal y peligro, y rueguen por
ti delante de la Divina Majestad, merezcas con ellos ser
llevado a los gozos del paraíso y gozar juntamente de
aquella inefable gloria para siempre jamás sin fin. Amén.

192
NOTAS

1. JORGE MANRIQUE, Coplas a la muerte de su padre,


versos 444-456, en Poesía medieval española, Barcelona,
Ed. M. Alvar, 1969, 969.
2. Cf. OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Sobre
la muerte, Salamanca, Ed. Sígueme, 2003, 17-27, 69-71.
3. Cf. P. ALONSO DE BURGOS, Libro de la preparación para
la muerte (Barcelona 1568), ff. 1v-2r.
4. Cf. la biografia más completa de fray Pedro Alonso de
Burgos en la introducción de las obras del mismo autor:
Diálogo de la Vida Eremítica y Diálogo de la Sacra Eu-
caristía, ed. Sanz y Torres, Col. Ignitus, Madrid, 2010.
No se halla citado en el Dictionnaire de Spiritualité, però
sí en A. M. ALBAREDA, Bibliografia dels monjos de
Montserrat (Segle XVI), en "Analecta Montserratensia",
7 (1928) 227; [M. DEL ÁLAMO], Valladolid (Congrega-
ción de San Benito), en "Enciclopedia Universal Ilustrada
Europeo-Americana", Vol. 66, 950, en el Dictionnaire
d´Histoire et de Géographie Ecclésiastiques X, col. 1359-
60; y Dictionnaire de Spiritualité Chrétienne I, col. 309-
310; A. DE YEPES, Crónica General de la Orden de San
Benito, IV (Valladolid 1613) f. 245v; Arch. Montserrat,
Catálogos de monjes, Catálogo C; G. DE ARGÁIZ, La Per-
la de Cataluña. Historia de Ntra. Señora de Monserrate
(Madrid 1677) 182.
5. P. ALONSO DE BURGOS, Diálogo de los inmensos benefi-
cios de Dios (Barcelona 1569) Prólogo.
6. ID., De immensis Dei beneficiis (Barcelona 1562). Carta
que precede al prólogo. Y P. ALONSO DE BURGOS, Libro
de la preparación para la muerte, f. 9v.
7. A. DE YEPES, o.c., IV, f. 245v.
8. P. ALONSO DE BURGOS, Diálogo de los inmensos benefi-
cios de Dios. Dedicatoria.
NOTAS

9. ID., De Vita Solitaria Dialogus (Barcelona 1562) f. 18v.


10. ID., Diálogo de la Vida Eremítica, Colección Ignitus,
Madrid, Ed. Sanz y Torres, 2010, 81-83.
11. A. M. ALBAREDA, Bibliografia dels monjos de Montse-
rrat (Segle XVI), en "Analecta Montserratensia", 7 (1928)
235.
12. Cf. I. ADEVA MARTÍN, Las «artes de bien morir» en
España antes del Maestro Venegas, en «Scripta Theolo-
gica» 16 (1984) 405-415; Antonia MOREL D´ARLEUX,
Los tratados de preparación para la muerte (S. XV-XVII),
en M. GARCÍA MARTÍN (Ed.), Estado actual de los es-
tudios sobre el Siglo de Oro, Acta Salmanticensia, Actas
del II Congrego Internacional de Hispanistas del Siglo de
Oro, Salamanca, 1993, 731-734.
13. SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual (canción
37,4).
14. SAN BERNARDO, Serm. IV de Adviento, núm. 2. Cf.
Obras completas de San Bernardo traducidas del latín
por el P. Jaime Pons, S.J, 2ª Ed., Barcelona, 1942, vol. I,
20.
15. ICo 7,31.
16. Jb 7,6.
17. Jb 7,7.
18. St 4,15.
19. St 1,10.
20. Esta idea se halla en SAN GREGORIO MAGNO, Episto-
larum, Lib. X, Epist. XLIX (PL 77, 1077); Moralium,
Lib. XI, Cap. L (PL 75,391).
21. ICo 7,31.
22. No he hallado esta cita en las obras de san Bernardo de
Claraval, pero el santo habla sobre el tema en: Feria IV de
la Semana Santa, Sermón de la Pasión, núm. 6, Cf. Pons,
o.c., I, 358 y en el Sermón XVII Sobre el salmo 90, núm.
1, Ibid., I, 334.

194
NOTAS

23. Se refiere a ARISTÓTELES, que compara la vida con la


rueda.
24. SAN BASILIO MAGNO, Cf. Hom. In Martyrem Julit-
tam (PG 31,37) y Sermo XI, De Monte, núm. 9 (PG 32,
538).Cf. también SAN JUAN CRISÓSTOMO, Egloga de
Morte, Hom. XXXI (PG 63, p. 804).
25. ICo 7,29-31.
26. Gn 3, 17-19.
27. Ap 3,1.
28. ITm 5,5-6.
29. Pr 5,2-5.
30. Sal 48,20.
31. Ap 20,6.
32. En este capítulo sigue a SAN AMBROSIO DE MILÁN ,
De Bono mortis, Lib. I (PL 14, 390ss)
33. Gn 2,15; 1,26-30.
34. Gn 1.30.
35. Sb 1,13.
36. Gn 3,19.
37. Suena a SAN ANSELMO DE CANTERBURY, que
dice: “Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando
te hallaré y hallándote te amaré”; Proslogion, Cap. I (PL
158,30).
38. Si 4,1.
39. Sal 102,15.
40. Cf. SAN GREGORIO MAGNO, Moralium, Lib. IV,
Cap. XII y Lib. IX, Cap. XXXIII (PL 75, 114, 311).
41. Sal 37, 7, 9-10, 16.
42. Is 35, 1-7.
43. Jl 2, 23-27.
44. SAN ANSELMO DE CANTERBURY, Meditationes,
Medit. IX (PL 158, 217).
45. Gn 3,19.
46. Dn 2,31-34.
47. Gn 3,13-14.

195
NOTAS

48. Is 14, 13-14. Cf. SAN GREGORIO MAGNO, Hom. In


Evangelium, Hom. 34, núm. 9 (PL 76, 1605).
49. Jr 1,14.
50. Sb 2,23-24.
51. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Soliloquiorum, Lib. I,
Cap. II, núm. 5 (PL 6, p. 867) y la edición de fray Euge-
nio de Zeballos, OSA, Soliloquios y manual del gran Pa-
dre San Agustín, Madrid, Pedro Marín, 1777, 233. Le re-
meda TOMAS DE KEMPIS, De Imitatione Christi, Lib.
I, cap. 23, núm. 7, que dice: “¿Cuántas veces oíste contar
que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de lo
alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedó pas-
mado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fue-
go, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a manos
de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la
vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente”.
52. Gn 3,19.
53. Is 40,6.
54. Dn 8,1-34.
55. Dn 5,1-9,16-28,30-31.
56. St 5,1-4,5.
57. Dn 5,26.
58. Dn 5,28.
59. SAN GREGORIO MAGNO, Cf. Hom. in Evangelia,
XXXVI (PL 76, 1621); Hom. In Ezequielem, Lib. II,
Hom. I (PL 76,1317); Moralium, Lib. VIII, Cap. XI (PL
75, 253).
60. Diógenes de Sínope o el Cínico, filósofo cínico (Sinope,
ca. 412 a. C. – Corinto ó 323 a. C.). Según él, la virtud es
el soberano bien. La ciencia, los honores y las riquezas
son falsos bienes que hay que despreciar. No dejó escrito
alguno. Fray Pedro Alonso se refiere al hecho de que una
mañana Alejandro Magno lo vio revolviendo unos huesos
humanos en el suelo y le preguntó qué hacía. Diógenes le
respondió que por más que lo intentaba no veía diferencia

196
NOTAS

entre los huesos de un pordiosero y un rey. Más concre-


tamente, se refería entre los huesos de su padre Filipo y a
los de cualquier siervo suyo Cf. Diógenes Laercio, Vidas,
opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. Segu-
ramente tomado de san Basilio, que dice; “Contempla los
sepulcros y no podrás distinguir quién fue el siervo ni
quién el señor”.
61. Jb 2,8.
62. Si 7,40.
63. Si 10,9.
64. Jr 2,36.
65. No he podido localizar esta cita, pero san Bernardo de
Claraval habla sobre el tema en: Sermones varios, Ser-
món XII, núm. 3, Pons, o.c., II, 345.
66. Sal 48,18.
67. Jb 1,21.
68. ITm 6,7.
69. SAN JERÓNIMO, Epist. LX, núm. 14 (PL 22, 341).
70. SAN GREGORIO MAGNO, “Nam dum quisque consi-
derat quam citius caro ad pulverem redeat, festine superat
hoc quod se de carnis turpita impugnat”, Moralia, Lib. III,
Cap. XXX (PL 75, 96).
71. SÉNECA, Epístola 7.
72. IR 19,11-12.
73. SAN GREGORIO MAGNO, Hom. in Ezequielem, Lib. I,
Hom. X (PL 76, 1265-81).
74. Gn 35,19.
75. Col 3,3.Por las expresiones vertidas en este capítulo sobre
los coloquios y visión de las cosas ocultas y gustos celes-
tiales que da el Espíritu Santo parece que el autor conocía
el Tratado del Espíritu Santo de fray Juan de San Juan de
Luz (+ 1499), Cf. Col. Ignitus, Ed. Sanz y Torres, Madrid,
2010, 72-74.
76. Gn 50,3.
77. Jn 9,1-34.

197
NOTAS

78. Jn 11.29.
79. SAN AMBROSIO DE MILÁN, De Bono Mortis, Cap. V,
núm. 16 (PL 14, 396).
80. Si 11,3.
81. Mt 24,20.
82. Mc 13,35.
83. Mt 25,30.
84. Mt 22,12.
85. St 5,29.
86. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Sermones varios,
Sermón LXXV, Cf. Pons, o. c., II, 574-575.
87. Lc 8,54.
88. Jn 11,43.
89. SAN GREGORIO MAGNO, Moralium, Lib. XIII, Cap.
XXVIII (PL 75, 428).
90. Se refiere a Magón Barca, hermano de Aníbal y Asdrúbal,
hijos de Amílcar Barca, que murió ca.203 a.C. El caso
quizás está tomado del Epitome Chronicon (379-455) de
Próspero de Aquitania .
91. Debe referirse al hecho de que tras la muerte de Sócrates
en el 399, Platón se instaló en Megara, donde residía el fi-
lósofo Euclides que había fundado una escuela socrática
en dicha ciudad, o a sus estancias en Siracusa acompa-
ñando a su discípulo Dión, preceptor y asesor del joven
rey Dionisio II (367 y 361) Seguramente está noticia la
tomó de SAN JERÓNIMO, Adversus Jovinianum, Lib. II,
núm. 9 (PL 23, 338).
92. Cf. PLATÓN, “Omnem sapientiarum vitam meditatio-
nem esse mortis” (In Phoedone), tomado quizás de SAN
JERÓNIMO, Epist. LX, núm. 14 (PL 22, 341) o de SAN
GREGORIO MAGNO, que dice:”La perfecta vida es la
meditación de la muerte”, Moralia in Job, 12.
93. IR 21,27.
94. Jon 3.

198
NOTAS

95. No hemos podido hallar esta cita en las obras de SAN


BERNARDO DE CLARAVAL, pero éte habla del tema
en su Tratado del amor de Dios, Cap. VII, Cf. Pons, o. c.,
IV, 246. La frase: “Se ha secado mi corazón porque me
olvidé de comer mi pan”, se halla en Sermones de la
Anunciación de la Bienaventurada Virgen María, Sermón
II, núm. 4, Cf. Pons, o. c., II, 52. La frase del Salmo 11, 9
de que “Los impíos andan en derredor” se halla en Ser-
mones varios, Sermón I Incertidumbre y brevedad de la
presente vida, núm. 3, Cf. Pons, o.c., II, 284. Lo de que
sólo Dios puede saciar el corazón humano se halla en
Sermones varios, Sermón XII, núm. 3, Cf. Pons, o. c., II,
343. Y en SAN AGUSTIN DE HIPONA, que dice: “Fe-
cisti nos, Domine, ad Te, et inquietum est cor nostrum
donec requiescat in Te”, Confessionum, Lib. I, Cap. I (PL
32, col. 661).
96. La frase de un filósofo: “Más quiero perderte a ti, que no
tu me pierdas a mi”, quizás sea Platón en su Atlàntida,
que habla del oro como carga.
97. Mc 10,21.
98. 2Co 4,10.
99. IJn 2,6.
100. IP 2,22.
101. Ex 1,9.
102. Ap 19,16; ITm 6,15.
103. IP 1,23.
104. Col 3,5.
105. Gn 12,1.
106. Cf. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Confessionum, Lib.
I, Cap. 8, núm.13 (PL 32) (BAC 11/OCSA II, Madrid
1968, 5ª ed., p. 84, nota 36 [del P. Vega], en p.106. Asi-
mismo, De vera religione 26,48; Enarrationes in Psal-
mos: In Ps. 127, 15; y Epistula 213, 1. El santo quizás lo
tomaría de Los trabajos y los días de Hesíodo (circa 700
a.C.).

199
NOTAS

107. Sal 86,6.


108. SAN GREGORIO MAGNO, Homiliarum in
Ezequielem, Lib. I, Hom. IV, núm. 16 “Pennata animalia,
videlicet predicatores sancti, cui incedunt, minime
revertentur, quia sic a terrenis actibus ad spiritualia
pertranseaunt ut ad ea qua reliquerunt ulterior nullatenus
reflectantur quasi enim per quondam viam eis incedere est
mente ire sempre ad meliora” (PL 76, 812).Y “Ante nos
aeterna sunt, post nos temporalia, quia illa pergentes
invenimus, et ista recedentes quasi post dorsum
relinquimus” Ibid., núm. 17 (PL 76, 1198).
109. Flp 3,13-14.
110. JUAN CASIANO, Collationes, Col. IX, Cap. IV (PL
49).
111. Ez 3,14.
112. SAN GREGORIO MAGNO, Homiliarum in Ezequie-
lem, Lib. I, Hom. X, núm. 43 (PL 76, 1280).
113. Ez 3,14.
114. Hch 9,6.
115. Lc 15,19.
116. Lc,18,13.
117. SAN GREGORIO MAGNO, Homiliarum in Ezequie-
lem, Lib. I, Hom. X, núm. 43 (PL 76, 1280).
118. Gn 18,27.
119. Gn 32,32.
120. Rm 6,3-4. Una vez más el autor entiende la vida cris-
tiana en clave de práctica de las virtudes.
121. Hch 5,41.
122. Jb 1,21 parafrasea: “Nudus egressus sum de utero ma-
tris meae, et nudus revertar illuc”, Cf. también ITm 6,7.
123. Ga 5,22.
124. Rm 6,19.
125. Rm 13,12-13.
126. Sb 5,6.
127. Mt 5,16.

200
NOTAS

128. Rm 13,14.
129. Mt 5,3.
130. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Sermón 4º de
Adviento, De dos Advientos del Señor y de la afición a las
verdaderas virtudes, Cf. Pons, o. c., I, 21-22.
131. Mt 5,4.
132. Sal 114,9.
133. Gn 3.19.
134. Se trata de Aristóteles, filósofo peripatético, hijo de
Nicómano y Festiada, discípulo de Platón, nacido en Es-
tagira ca. 384 c. C. y fallecido ca. 322 a. C. Cf. SANTO
TOMÁS DE AQUINO, Suma theologica, II-II, 158, 8.
135. Mt 11,29.
136. Mt 6, 2, 5, 16; 21,12.
137. Mt 5,4.
138. Mt 5,5.
139. Mt 5,5. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Sermón
4º de Adviento, Cf. Pons, o. c. I, 22.
140. Mt 5,6.
141. Pv 20,23; SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Ser-
món 4º de Adviento, Cf. Pons, o.c. I, 21-22.
142. Mt 5,6.
143. Mt 5,7.
144. Tb 4,12.
145. Mt 5,8.
146. Mt 5,8.
147. Mt 5,10.
148. IP 4,15-16.
149. Mt 5, 11-12.
150. Rm 13,14.
151. Ap 14,13.
152. SAN GREGORIO MAGNO, In Evangelium, Pars I,
Hom. XIII (PL 76, 1482, 1485).
153. Mc 16,1.
154. Gn 1,3-4.

201
NOTAS

155. Hb 11,6.
156. Gn 1,6-8.
157. Gn 1,9-10.
158. Gn 1,14-19.
159. Mt 10,16.
160. Gn 1,20-23.
161. Gn 1,24-27.
162. Mc 16,2.
163. Gn 17,17.
164. No hemos podido hallar esta cita. Pero véase SAN
BERNARDO DE CLARAVAL, Sermones sobre el sal-
mo 90, Sermón IX, núm. 4, Cf. Pons, o. c., I, 284.
165. Se refiere a Aristóteles, que dice: “En las más dificulto-
sas cosas se emplea siempre el arte y la virtud”,
ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco, Cap. III.
166. Hb 12,11.
167. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, De considera-
tione ad Eugenium papae, Lib. 1, Cap. 2 y Sermón 6, so-
bre el amor de Dios.
168. SAN BASILIO MAGNO, Sermo de Legendis Genti-
lium (PG 31, 176-177).Cf. también del mismo santo:
Sermo I. De virtute et vitio (PG 31, 469). Cf. también San
Benito, que dice al respecto: “lo que antes cumplía no sin
temor, comenzará a observarlo sin esfuerzo, como espon-
táneamente y por costumbre”, Regla, Cap. 7, 68.
169. Esto se refiere al perdido tratado de Pródico de Ceos (S.
V, a. C.) titulado Hércules en la encrucijada, recreado por
Jenofonte, en sus Memorables, que cuenta cómo el divi-
nizado Hércules, hijo del dios Júpiter y la mortal
Alcmena, estando para pasar de la infancia a la juventud y
meditando qué camino había de seguir, acudieron a su en-
cuentro dos mujeres, una de honesta apariencia y noble
presencia (la Virtud) y otra afeitada, que parecía más
blanca y sonrosada de lo que realmente era (el Vicio). Y
de las dos, él escogió la virtud.

202
NOTAS

170. Gn 23.
171. Ex 12,30.
172. Ex 14,11.
173. Sal 81,6.
174. Jn 3.
175. Ap 2,7.
176. Ap 2,17.
177. Hb 12,2.
178. Is 57,15.
179. St 1,4.
180. Mt 19,12.
181. Tb 4,7-10.
182. SAN GREGORIO MAGNO, Moralium, Lib. IV, Cap.
XXXVI (PL 75, 137).
183. Jb 5,22.
184. 2P 1,10.
185. Hb 10,36.
186. St 5,7-8.
187. Gn 2,21.
188. Ct 5,2.
189. IICo 12,3.
190. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, De quantitate animae
2, 3; passim; (PL 32) y De anima et eius origine (PL 44).
Ambas obras en BAC 21/OCSA III.
191. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Cf. “Pretiosa
tamquam finis laborum, victoriae consummatio, vitae ia-
nua”, Vida de san Malaquías, Cap. XXXI, Ed. Pons, o. c.
IV, 652.
192. S. DIONISIO AREOPAGITA, Epístola V, a Doroteo,
ministro (PG 3, 590).
193. Gn 35,16-18.
194. Mt 17,6.
195. Ex 34,35.
196. S. DIONISIO AREOPAGITA, Teología Mística, Cap.
I, núm. 1, 2 (PG 3, 540)

203
NOTAS

197. Ex 33,18.20.
198. Hb 5,14.
199. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Confessionum, Lib.
VII, Cap. 10, núm. 18 (PL 32).
200. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, Enarrationes in Psal-
mos, Salmo IX (PL 36).
201. Is 1,16.
202. Is 1,18.
203. Hb 9,12.
204. Mt 11.
205. Lc 5,32.
206. Lc 23,43.
207. ITm 1,15.
208. Lc 23,34.
209. Nm 21,8.
210. Ex 15,25.
211. Is 12,3.
212. Rm 5,10-11.
213. Cf. SAN BASILIO MAGNO, Constitutiones monasti-
cae (PG 31, 547-548).
214. SAN AMBROSIO DE MILÁN, dice “Ipse Dominus
Jesús se humiliavit ut nos elevaret”, In Psalmum CXVIII
Expositio, Sermón XIV, núm. 20 (PL 15, 1147):
215. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Sermones In
Cantica Canticorum, Sermo XXII, núm. 8 (PL 183,
1337); Pons, o. c., III, 172. Esta misma idea la recoge el
benedictino contemporáneo de fray Pedro Alonso de Bur-
gos –aunque éste no le cita nunca, quizás por ser autor re-
ciente -, fray Ludovico Blosio (1505-66), en su Guía del
alma espiritual, Cap. IV, Ed. de fray Hermenegildo Ne-
breda, OSB, Sevilla, 1991, 188, que dice respecto de la
Pasión de Cristo: “ves ahí tu refugio, tu guarida y amparo,
etc.”.
216. Ct 4,8.
217. Ct 4,8.

204
NOTAS

218. Ct 4,8.
219. Ct 4,9.
220. Ct 4,9.
221. Ct 5,1.
222. Si 1,13.
223. Gn 25,8.
224. Gn 49,29.
225. Se trata de san Arsenio el Grande (Roma 354-Tróade
ca.450), cuya fiesta se celebra el 19 de julio. De Bizancio
pasó a la soledad del desierto en distintos lugares y murió
en Tróade. Se le atribuyen Doctrina et exhortatio e In
inimicum tentatorem. A su muerte, el patriarca Teófilo
exclamó: “Feliz tú Arsenio, que pensabas siempre en esta
hora” (PG 65, 105-108; 99, 849-882).
226. Platón nació en Atenas, (o en Egina, según otros, si-
guiendo a Favorino) ca. 428 o el 427 a. c. de familia per-
teneciente a la aristocracia ateniense. En el año 407, a la
edad de veinte años, conoce a Sócrates, que marcará el
devenir filosófico de Platón. En el año 399, tras la muerte
de Sócrates, Platón abandona Atenas y se instala sucesi-
vamente en Megara y Siracusa y finalmente regresó a
Atenas donde fundó la Academia (388-387) y murió en el
348-347.
227. Jn 21,18.
228. Mt 26,39.
229. Mt 26,38.
230. SAN JUAN CLÍMACO, Escala espiritual, Cap. VI,
Cf. Obras completas del P.Maestro Fr. Luis de Granada
OP, t. XXV, Madrid, 1711, 183.
231. Cf. SAN GREGORIO MAGNO, Moralium, Lib. VII,
Cap. XXX (PL 65,233).
232. Esta cita de san Martín de Tours está tomada de las
cartas de Sulpicio Severo, Carta 3, 21, Sours Chrétiennes,
París, 1942, 133, 344.

205
NOTAS

233. Sin duda tomado de la vida de San Hugo (1140-


ca.1200), monje de la Gran Cartuja de Grenoble, prior de
la de Witham y obispo de Lincoln (1186ss), canonizado
en 1220, cuya fiesta se celebra el 17 de noviembre, escrita
por Adán de Eynsham Bibliotheca Agiographica latina
Antiquae et Mediae Aetatis, Bruselas 1898-1901.
234. 2Cor 1,12.
235. IJn 3, 21-22.
236. Rm 14,8.
237. Cf. SAN BASILIO MAGNO, Sermo Asceticus (PG
31,318-319); Liber Spiritu Sancto, Cap. XV, núm. 35 (PG
32, 28-29).
238. Ct 1,6.
239. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Cf. Sermones
Super Cantica, LII, núms.4-5, Ed. Pons, o. c. III, 435-436.
240. Sal 83,2-3.
241. Sal 41,1-3.
242. Cf. Sb 2,6-11.
243. Cf. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Sermones
varios, Sermón XII, núm. 1 y 2, Pons, o. c., II, p. 342.
244. Sal 119,5.
245. Rm 7,24.
246. Sal 54,7.
247. Ha 3,16.
248. Sal 115,15.
249. SAN BASILIO MAGNO, Hom. In Psalmum CXV,
núm. 4 (PG 30, 374-375).
250. Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Epist. Ad
Hebraeos, Cap. II, Hom. IV (PG 63, p. 38, 41-42) dice:
“la muerte, que todos piensan que debe huirse, nos aca-
rrea infinitos bienes cuando se sufre por un motivo con-
veniente. Lo prueban los mártires, pues a causa de su
muerte son los más felices de los hombres”.
251. Sal 115,15.
252. Sal 33, 22.

206
NOTAS

253. Is 66,24.
254. Sal 48,15.
255. Cf. DIONISIO CARTUJANO, De quattuor hominum
novissimis, tomo XLI, Opera Omnia, Tornaci, 1905.
256. Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Ad Theodorum lap-
sum, Lib. I, núm. 12 (PG 47, col. 202).
257. Se refiere sin duda a SAN PRÓSPERO DE AQUI-
TANIA (+ 455), discípulo de san Agustín de Hipona y
continuador de la Crónica Universal iniciada por san Je-
rónimo. Sobre el tema Cf. Expositio Psalmorum, Salmo
CXIII, CXIV y CXXXIX (PL 51, 423-424,429,505-506).
258. Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, In Matthaeum, Hom.
XXIII, núm. 8 (PG 57, col. 317).
259. Sal 33,22.
260. Sb 5,9-15.
261. Sal 115,15.
262. Lc 2,29-30.
263. SAN CIPRIANO DE CARTAGO, De Mortalitate, III-
V, (PL 4, p. 585-586).
264. SAN BASILIO MAGNO, Hom. In Psalmum CXV,
núm. 4 (PG 30, 374). También su libro sobre el Espíritu
Santo, Cap. 15, 35: (PG 32, 127-130).
265. Lc 2, 29.
266. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Homilías Super
Missus est, 4,11 (PL 183, 86B).
267. SAN ANSELMO DE CANTERBURY, Meditationes,
Medit. II (PL 158, 208).
268. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Serm.in Cantica
Canticorum, XV, 5-6 (PL 183, 847).
269. Lc 2, 30.
270. Mc 16,17-18.
271. Rm 8,1.
272. Ex 12,11-23.
273. Ex 14,16.
274. Ex 17,11.

207
NOTAS

275. Jos 18.


276. Gn 32,26.
277. Ct 3,4.
278. Ct 2,5.
279. Is 49,2.
280. Cf. Hch 5,41.
281. Cf. II Co 11,23-29.
282. Ct 7,8-9.
283. Sal 62,6.
284. Is 14,13-15.
285. Ct 7,8.
286. Esto es doctrina de san Agustín de Hipona, que dice:
Deus semper idem, noverim me, noverim te, «¡Oh Dios,
siempre idéntico, que me conozca y que te conozca!» (So-
liloquiorum, Lib. II, Cap. 1, núm. 1) (PL 32). Y también:
“Conózcate a ti, conocedor mío, conózcate a ti como tú
me conoces” Confessionum, Lib. 10, Cap. 1 (PL 32).
287. Sal 21,7-8.
288. Mt 11,29.
289. Mt 11,29.
290. Sal 39,9.
291. Is 53.
292. Za 5,7-8.
293. Cf. Gn 22.
294. Mt 19,17.
295. Sal 118,48.
296. Sal 118,57.
297. Sal 118,72.
298. Mt 11.29.
299. Nm 12,3.
300. Sal 131,1.
301. Gn 25,27.
302. Za 9,9.
303. Lc 9,55.
304. Cf. Gn 3,23; 7,17; 19,24.

208
NOTAS

305. Lc 9,55.
306. Is 53,7.
307. La cita no es de Jeremías, como dice el texto, sino de
Isaías 66,2.
308. Mt 5,44-46.
309. Se refiere a la bofetada que le dio el clérigo que quería
hacerse monje en el monasterio de Claraval, contrariado
porque el santo no le aceptó, como lo refiere
GAUFREDO DE CLARAVAL, Vita S. Bernardi, Lib.
III, Cap. VII, núm. 25 (PL 185, 1127).
310. Se refiere a santa Paula de Roma (347–404). Esto debió
tomarlo de algún Flors sanctorum. Sobre santa Paula Cf.
SAN JERÓNIMO, Carta CVIII. (PL 22).
311. Sal 36,11.
312. Mt 5, 4 y 9.
313. Sal 21,10.
314. Ct 5,10-11.
315. Ap 3,18.
316. Jn 15,13.
317. Jn 10,11-12.
318. II Co 12,15.
319. Jn 3,34; Ef 4,8.
320. IP 1,18-19.
321. Gn 9,24.
322. IJn 4,21.
323. Ct 2,4.
324. Esto es doctrina de SAN BERNARDO DE CLARA-
VAL, Tratado del Amor de Dios, Cap. I, Cf. Ed. Pons, o.
c., IV, 223, 240.
325. Ez 18,4.
326. Dt 6,5-9.
327. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Omne tempus,
quo de Deo non cogitasti, cogita te perdidisse, Sermones
varios, I, cap. 8. Cf. Ed. Pons, o. c. II, 290..
328. Ef 4,18.

209
NOTAS

329. Flp 4,13.


330. Cf. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, In epistolam Ioan-
nis ad Parthos, tract. 5, 8 (PL 35).
331. SAN GREGORIO MAGNO, Hom. In Ezequielem,
Lib. I, Hom. X, núm. 36 (PL 76, 1276).
332. Cf. SAN AGUSTÍN DE HIPONA, In epistolam Ioan-
nis ad Parthos, tract. 5, 12 (PL 35).
333. Cf. SAN BERNARDO DE CLARAVAL, Tratado del
amor de Dios, Cap. VII, Ed. Pons, o. c., IV, 243.
334. Jn 14,23.
335. Ct 7,8-9.
336. Ex 14,25.
337. Se refiere a Alejandro III de Macedonia, más conocido
como Alejandro Magno (n. Pella, 20 de julio de 356 a.C.
– Babilonia, 13 de junio de 323 a.C.), fue el rey de
Macedonia desde 336 a.C. hasta su muerte y está conside-
rado como uno de los líderes militares más importantes de
la Historia, por su conquista del Imperio persa. No sabe-
mos de dónde tomó el autor la noticia de estos filósofos.
338. Cf. la tercera parte de Fedro o de la Belleza, de Platón.
339. Se refiere a Cayo Plinio Cecilio Segundo, en latín
Caius Plinius Caecilius Secundus, (Como, Italia, 62 - Bi-
tinia, 113 aprox.), conocido como Plinio el Joven, fue un
abogado, escritor y científico de la antigua Roma. Autor
de numerosas cartas (Epistulae). Adriano (P.Elio), empe-
rador romano, hijo de españoles (Roma 76-138). Empera-
dor desde el 117, que dividió España en seis provincias,
que eran: Bética, Lusitania, Cartaginense, Tarraconense,
Galecia, y Mauritania Tingitana. Fue de memoria prodi-
giosa y saber enciclopédico, compuso obras en prosa y
verso y algunos discursos sobre la gramática y el arte de
la guerra. Pero su vida fue una mezcla de grandes virtudes
y grandes vicios. El texto suena a San Juan Crisóstomo:
“Hemos sido colocados en la vida como huéspedes y fo-
rasteros”, Catena Aurea, vol. VI, 225), y San Gregorio:

210
NOTAS

“In presenti etenim vita quasi via sumus qua ad patriam


pergimus” (En la vida presente estamos como en camino
por el que vamos a nuestra patria), Hom. In Evangelio,
Hom. XI, núm. 1 (PL 76, 1472).
340. SAN GREGORIO MAGNO, Hom. In Evangelia, Lib.
II, Hom. XXXVII (PL 76, 1626-27).
341. IITm 2,5.
342. Ef 6,11-12.
343. Mt 7,15.
344. Aquí el autor va comentando las armas que san Pablo
menciona en sus cartas. Cf. Ef 6, 14 y 17; ITs 5,8.
345. Lm 3,51.
346. Ex 17,11
347. ISa 17,21-54.
348. “Moriatur caro nostra, ut in ea omnis culpa moriatur, et
quasi mortuis viventes novis resurgamus operibus et mo-
ribus”, SAN AMBROSIO DE MILÁN, De officiis minis-
trorum, Lib. I, Cap. XXXVII, núm. 185 (PL 16)
349. SAN AMBROSIO DE MILÁN, De officiis ministro-
rum, Lib. I, Cap. XXXIX, núm. 192 (PL 16)

211

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