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FIESTA SANTA CATALIA DE SIENA


29 DE ABRIL DE 2022
CASA SACERDOTAL

Muy queridos hermanos:

Nos encontramos unidos alrededor del Señor que se nos


ofrece como Eucaristía, recordando la vida de una mujer
de Iglesia, comprometida con la hora que le tocó vivir:
Santa Catalina de Siena, Patrona de esta parroquia y de
esta casa sacerdotal.
En primer lugar deseo dirigirme al Padre Manolito, que
ha tenido la delicadeza de invitarme a presidir esta
celebración, cuando he superado los 86 años de edad y
mis limitaciones son más que evidentes. El testimonio de
su entrega generosa y sencilla, al servicio de esta
parroquia de Santa Catalina, de sus hermanos sacerdotes
y de tantas personas que se acercan a la Casa Sacerdotal,
me impidieron buscar un pretexto para declinar su
petición. Muchas gracias.
Para los dominicos que vivimos en La Habana, el
monasterio y el templo de Santa Catalina de Siena del
Vedado, nos hace recordar una etapa gloriosa de la
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Orden en Cuba, muy vinculada a nuestro convento de


San Juan de Letrán, allá por los años 1916 y siguientes.
Las lecturas proclamadas nos hablan de Jesús, el Testigo
fiel, quien no hace nada por su cuenta sino lo que le ve
hacer a su Padre, que le envía a anunciar la Buena Nueva
del Evangelio a los sencillos, a los humildes de corazón.
Así podemos definir a Santa Catalina, quien antes de ser
proclamada doctora de la Iglesia en el año 1970 por San
Pablo VI y Copatrona de Europa en octubre de 1999, por
San Juan Pablo II, fue una niña/joven/mujer como
muchas otras que vivían en la ciudad de Siena durante su
época.
Hizo el número 23 de una familia numerosa y de niña
sus hermanos la apodaron “alegría”, aludiendo a su
carácter y a su buen ánimo. Desde pequeña siente la
llamada a entregarse por entero al Señor y a los 16 años
toma el hábito de la Orden Tercera de los Dominicos. Su
vida fue breve, muy breve: 33 años, pero fecunda,
dedicándose a la oración, la penitencia y las obras de
caridad, sobre todo con los enfermos.
El siglo en el que vivió —siglo XIV— fue una época
tormentosa para la vida de la Iglesia y de todo el tejido
social en Italia y en Europa. Sin embargo, incluso en los
momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de
bendecir a su pueblo, suscitando santos y santas que
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sacudan las mentes y los corazones, provocando


conversión y renovación. Catalina es una de estas
personas y también hoy nos habla y nos impulsa a
caminar con valentía hacia la santidad, para que seamos
discípulos del Señor de un modo cada vez más pleno.
Cuando se difundió su fama de santidad, fue
protagonista de una intensa actividad de consejo
espiritual respecto a todo tipo de personas: nobles y
hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas
consagradas, eclesiásticos, incluido el Papa Gregorio XI,
que en aquel período residía en Aviñón y a quien Catalina
exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma para
que la Iglesia recuperara su unidad. Viajó mucho para
solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer
la paz entre los Estados.
Podemos hacernos una pregunta: ¿Cómo actuaría
Catalina en este momento, aquí y ahora? Su vida nos
invita a testificar la alegría del Evangelio con un lenguaje
de empatía y esperanza, más que a ser profetas de
desventuras y condenas. Los creyentes si no somos
creíbles, deshacemos. Abramos espacios de vida, de
encuentro, de reconciliación y diálogo. Éste es el camino
para que reine fecunda la paz.
La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con
dificultad y a escribir cuando ya era adulta, está
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contenida en El Diálogo de la Divina Providencia.


Podemos afirmar que en su vida se hacen realidad las
palabras que escuchamos en el Evangelio de Juan, en
boca de Jesús: “Mi doctrina no es mía, sino del que me
ha enviado (…) El que habla por su cuenta, busca su
propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha
enviado, ése es veraz; y no hay engaño en él”.
Jesucristo es para ella el esposo, con quien vive una
relación de intimidad, de comunión y de fidelidad. Él es
el bien amado sobre todo bien. Como Santa Catalina,
todo creyente siente la necesidad de configurarse con los
sentimientos del corazón de Cristo para amar a Dios y al
prójimo como Él mismo ama. Y todos nosotros podemos
dejarnos transformar el corazón y aprender a amar
como Cristo, en una familiaridad con él alimentada con la
oración, con la meditación sobre la Palabra de Dios y con
los sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente
y con devoción la sagrada Comunión.
Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un don
extraordinario de amor en el que Dios se nos da
continuamente para alimentar nuestro camino de fe,
fortalecer nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad,
para hacernos cada vez más semejantes a él. En cada
misa Jesús, el Hijo, se hace Pan, después que los granos
y las espigas desaparecen para convertirse en una nueva
realidad. Nos invita a alimentarnos de Él y a ser también
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nosotros como el pan bueno, que se parte y se comparte


en favor de los demás. ¿Sentimos el deseo y el gusto de
ser buenos como el pan, aunque para ello tengamos que
pasar desapercibidos? (Recuerdo que en mi tierra en los
restaurantes, al pan nunca se le pone precio, siempre se
sirve como acompañante).
En torno a la personalidad fuerte y auténtica de Catalina
se fue constituyendo una verdadera familia espiritual. Se
trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de
esta joven de elevadísimo nivel de vida, y a veces
impresionadas por los fenómenos místicos a los que
asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron
a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser
dirigidos espiritualmente por Catalina. También hoy la
Iglesia recibe un gran beneficio de la maternidad
espiritual de numerosas mujeres, consagradas y laicas,
que alimentan en las almas el pensamiento de Dios,
fortalecen la fe de la gente y orientan la vida cristiana
hacia cumbres cada vez más elevadas.
De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más
sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En el
Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen
singular, describe a Cristo como un puente tendido
entre el cielo y la tierra. En una de sus frases nos lo deja
dicho: “Teniendo a Dios como amigo, vivirás en la luz de
la fe, con esperanza y fortaleza, con verdadera paciencia
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y perseverancia, todos los días de tu vida. Nunca estarás


solo, y nunca temerás a nadie ni a nada, porque
encontrarás tu seguridad en Dios”.
Esta tarde, cuando volvamos a nuestros hogares,
dejemos que el misterio aquí celebrado inunde cada
rincón de nuestra cotidianidad. Acojamos con gratitud en
nuestros corazones a tantas personas sencillas que
trabajan de manera anónima para que el Reino de Dios
se instaure en la tierra. (Me vienen a la mente los
sacerdotes que se entregan en favor de su pueblo, las
Dominicas que vivieron en esta casa, y hoy se encuentran
en el Perpetuo Socorro, su vida de oración se ofrece en
silencio por todos; las Hermanitas de los Ancianos
Desamparados, las Hijas de la Caridad, las Siervas de
María tan próximas a nosotros, los Hermanos de San
Juan de Dios…).
Que por intercesión de Santa Catalina, la mujer
comprometida con su hora, en el interior de cada uno
resuene la voz del salmista al repetir: “Bendice, alma
mía, al Señor y todo mi ser a su santo Nombre. Bendice,
alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios”.
El gran beneficio nuestro es la fe, creer y ser creíbles,
testigos del resucitado. Que Dios les bendiga.

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