Nos encontramos unidos alrededor del Señor que se nos
ofrece como Eucaristía, recordando la vida de una mujer de Iglesia, comprometida con la hora que le tocó vivir: Santa Catalina de Siena, Patrona de esta parroquia y de esta casa sacerdotal. En primer lugar deseo dirigirme al Padre Manolito, que ha tenido la delicadeza de invitarme a presidir esta celebración, cuando he superado los 86 años de edad y mis limitaciones son más que evidentes. El testimonio de su entrega generosa y sencilla, al servicio de esta parroquia de Santa Catalina, de sus hermanos sacerdotes y de tantas personas que se acercan a la Casa Sacerdotal, me impidieron buscar un pretexto para declinar su petición. Muchas gracias. Para los dominicos que vivimos en La Habana, el monasterio y el templo de Santa Catalina de Siena del Vedado, nos hace recordar una etapa gloriosa de la 2
Orden en Cuba, muy vinculada a nuestro convento de
San Juan de Letrán, allá por los años 1916 y siguientes. Las lecturas proclamadas nos hablan de Jesús, el Testigo fiel, quien no hace nada por su cuenta sino lo que le ve hacer a su Padre, que le envía a anunciar la Buena Nueva del Evangelio a los sencillos, a los humildes de corazón. Así podemos definir a Santa Catalina, quien antes de ser proclamada doctora de la Iglesia en el año 1970 por San Pablo VI y Copatrona de Europa en octubre de 1999, por San Juan Pablo II, fue una niña/joven/mujer como muchas otras que vivían en la ciudad de Siena durante su época. Hizo el número 23 de una familia numerosa y de niña sus hermanos la apodaron “alegría”, aludiendo a su carácter y a su buen ánimo. Desde pequeña siente la llamada a entregarse por entero al Señor y a los 16 años toma el hábito de la Orden Tercera de los Dominicos. Su vida fue breve, muy breve: 33 años, pero fecunda, dedicándose a la oración, la penitencia y las obras de caridad, sobre todo con los enfermos. El siglo en el que vivió —siglo XIV— fue una época tormentosa para la vida de la Iglesia y de todo el tejido social en Italia y en Europa. Sin embargo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su pueblo, suscitando santos y santas que 3
sacudan las mentes y los corazones, provocando
conversión y renovación. Catalina es una de estas personas y también hoy nos habla y nos impulsa a caminar con valentía hacia la santidad, para que seamos discípulos del Señor de un modo cada vez más pleno. Cuando se difundió su fama de santidad, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual respecto a todo tipo de personas: nobles y hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas consagradas, eclesiásticos, incluido el Papa Gregorio XI, que en aquel período residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a regresar a Roma para que la Iglesia recuperara su unidad. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados. Podemos hacernos una pregunta: ¿Cómo actuaría Catalina en este momento, aquí y ahora? Su vida nos invita a testificar la alegría del Evangelio con un lenguaje de empatía y esperanza, más que a ser profetas de desventuras y condenas. Los creyentes si no somos creíbles, deshacemos. Abramos espacios de vida, de encuentro, de reconciliación y diálogo. Éste es el camino para que reine fecunda la paz. La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y a escribir cuando ya era adulta, está 4
contenida en El Diálogo de la Divina Providencia.
Podemos afirmar que en su vida se hacen realidad las palabras que escuchamos en el Evangelio de Juan, en boca de Jesús: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado (…) El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz; y no hay engaño en él”. Jesucristo es para ella el esposo, con quien vive una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad. Él es el bien amado sobre todo bien. Como Santa Catalina, todo creyente siente la necesidad de configurarse con los sentimientos del corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como Él mismo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con él alimentada con la oración, con la meditación sobre la Palabra de Dios y con los sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la sagrada Comunión. Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un don extraordinario de amor en el que Dios se nos da continuamente para alimentar nuestro camino de fe, fortalecer nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a él. En cada misa Jesús, el Hijo, se hace Pan, después que los granos y las espigas desaparecen para convertirse en una nueva realidad. Nos invita a alimentarnos de Él y a ser también 5
nosotros como el pan bueno, que se parte y se comparte
en favor de los demás. ¿Sentimos el deseo y el gusto de ser buenos como el pan, aunque para ello tengamos que pasar desapercibidos? (Recuerdo que en mi tierra en los restaurantes, al pan nunca se le pone precio, siempre se sirve como acompañante). En torno a la personalidad fuerte y auténtica de Catalina se fue constituyendo una verdadera familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven de elevadísimo nivel de vida, y a veces impresionadas por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser dirigidos espiritualmente por Catalina. También hoy la Iglesia recibe un gran beneficio de la maternidad espiritual de numerosas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, fortalecen la fe de la gente y orientan la vida cristiana hacia cumbres cada vez más elevadas. De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En el Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente tendido entre el cielo y la tierra. En una de sus frases nos lo deja dicho: “Teniendo a Dios como amigo, vivirás en la luz de la fe, con esperanza y fortaleza, con verdadera paciencia 6
y perseverancia, todos los días de tu vida. Nunca estarás
solo, y nunca temerás a nadie ni a nada, porque encontrarás tu seguridad en Dios”. Esta tarde, cuando volvamos a nuestros hogares, dejemos que el misterio aquí celebrado inunde cada rincón de nuestra cotidianidad. Acojamos con gratitud en nuestros corazones a tantas personas sencillas que trabajan de manera anónima para que el Reino de Dios se instaure en la tierra. (Me vienen a la mente los sacerdotes que se entregan en favor de su pueblo, las Dominicas que vivieron en esta casa, y hoy se encuentran en el Perpetuo Socorro, su vida de oración se ofrece en silencio por todos; las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, las Hijas de la Caridad, las Siervas de María tan próximas a nosotros, los Hermanos de San Juan de Dios…). Que por intercesión de Santa Catalina, la mujer comprometida con su hora, en el interior de cada uno resuene la voz del salmista al repetir: “Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo Nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios”. El gran beneficio nuestro es la fe, creer y ser creíbles, testigos del resucitado. Que Dios les bendiga.