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6 de noviembre de 2021
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Un anticipo de esa embestida pudo verse esta semana, cuando el dólar blue alcanzó la
barrera “psicológica” de los 200 pesos, triplicando el valor que tenía en diciembre de
2019, cuando asumió Alberto Fernández. En el mismo período, la canasta que mide el
INDEC acumuló una suba de “apenas” el 100 por ciento, una evolución mucho más
parecida a la que experimentó la divisa en el mercado oficial. Es uno de los argumentos
que esgrimen en el equipo económico cuando explican que una devaluación no
solucionaría ninguno de los problemas que tiene la Argentina pero podría agravar los que
sí tiene y agregar problemas nuevos a la ecuación.
Pero hay más: el viernes, por primera vez en lo que va de 2021, y a partir de nuevas
disposiciones adoptadas por el Banco Central, la cotización del dólar mayorista (el que
cuenta de verdad, aunque tenga mucho menos prensa que el blue) terminó por debajo que
el día anterior, registrando una caída de dos centavos, a 99,94 pesos por cada unidad, en
una jornada que terminó con saldo comprador de 210 millones por parte de esa entidad.
Todo, el mismo día que la moneda norteamericana se reapreciaba en el mundo hasta
tocar su máximo valor en los últimos doce meses. Es una pulseada larga y trabajosa, pero
que el gobierno puede (y debe) ganar.
La Argentina tiene, esta vez, otra carta sobre la mesa: la llegada del turismo internacional,
que trae dólares frescos que suelen comerciarse en el circuito negro, a pesar de que el
BCRA estableció un mecanismo para que los cambien a pesos con valor paralelo de forma
legal. Esta semana reabrieron los aeropuertos y según un informe del ministerio de
Transporte, en los primeros siete días arribaron 217 vuelos del exterior, a través de 22
compañías aéreas internacionales y desde 12 países diferentes, lo que significa entre 5 y 8
mil pasajeros diarios, no sólo para reactivar el turismo sino que aportarán divisas que
pueden traer calma al frente cambiario.
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La segunda, que tiene que ver con los plazos de repago, no se resolverá en el corto plazo
pero ambas partes ya saben que es posible que para fines del año que viene o comienzos
del 2023 exista una tercera opción, superadora de los préstamos stand by y de los
acuerdos de facilidades extendidas que hoy puede ofrecer el Fondo y que resultan
insuficientes para una deuda de la magnitud de la que se le otorgó a la Argentina. La
incorporación de una cláusula que permita optar por cualquier plan más favorable que
surja mientras corra el nuevo programa parece un hecho y sería el segundo triunfo de los
negociadores que representan al Frente de Todos.
Hay una tercera posibilidad en los papeles, que ayudaría, también, a descomprimir la
presión sobre el dólar en el corto plazo: un compromiso del FMI de devolverle al país los
desembolsos que se realicen mientras dure la negociación, de forma tal que el paso del
tiempo no pese sobre las exigidas reservas argentinas. Todas estas disposiciones deberán
superar, eventualmente, el filtro del directorio. Aquí es donde pesa la declaración que
consiguió Alberto Fernández en el G20. No porque ese documento sea vinculante, pero si
los representantes ante el Fondo votan en sentido contrario al que indicaron los jefes de
Estado en Roma, deberán explicar cuáles son los motivos.
Resulta difícil soslayar la importancia del apoyo internacional recibido en ese foro,
aunque hubo quienes, desde la oposición, se tomaron el esfuerzo. Cabe destacar que tanto
la cuestión de los sobrecargos como el fondo de resiliencia fueron temas que no estaban
sobre la mesa hasta que los planteó la Argentina y que el equipo negociador tuvo que
sobreponerse a resistencias de países mucho más poderosos para colar ese punto en la
declaración. Para entender la magnitud de lo conseguido, basta recordar que en 2018,
cuando Argentina fue anfitrión del G20, no pudo o ni siquiera intentó incluir en el
documento ninguna mención a asuntos clave para la agenda nacional.
De la misma manera sorprende, aunque ya no debería, que los mismos que durante el
gobierno de Mauricio Macri celebraba como un logro diplomático relevante el
intercambio de tarjetas personales entre el entonces presidente argentino con un
empresario chino ahora relativiza la importancia del anuncio de inversiones en energía
verde por más de 8 mil millones de dólares que hizo la empresa australiana Fortescue
Future Industries en el marco del COP26 de Glasgow. Un exfuncionario macrista con
poco miedo al ridículo llegó a publicar en sus redes sociales que el anuncio era poco
confiable porque la compañía tiene pocos seguidores en tuiter.
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El proyecto que se instalará en Sierra Grande, Río Negro, es uno de los cinco de magnitud
similar que montará FFI después de haber evaluado más de 130 en medio centenar de
países del mundo y que tienen el objetivo de producir suficiente combustible con baja
huella de carbono como para suplir la flota de transporte de su empresa madre, la minera
Fortescue Metals Group y además cumplir con los contratos de aprovisionamiento que ya
ha firmado y que le permiten proyectar una producción anual de 15 millones de toneladas
para el 2030. La planta instalada en la Patagonia cubriría algo más de 2 millones con
posibilidad de seguir escalando.
En seis semanas se juegan muchas cosas. Tres incógnitas se responderán solas con el
correr de los días. ¿Cómo va a salir la elección? ¿Cuán lejos están dispuestos a llegar
algunos opositores, políticos, mediáticos y empresariales, para forzar una devaluación? La
más importante es la tercera: ¿Cómo procesará el oficialismo un resultado que
seguramente deje un tendal de heridos? “Alberto tiene que hacer en dos años lo que
pensaba hacer en cuatro”, decía, regresando de Glasgow, un funcionario que lo conoce al
dedillo”. Sin cohesión interna, un plan en común y determinación para llevarlo adelante,
le resultará muy difícil.
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