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SUSAN SNIADER LANSER

¿COMPARADO CON QUÉ? FEMINISMO GLOBAL,


COMPARATISMO, Y LAS HERRAMIENTAS DEL AMO*

Aunque este ensayo se centra en literatura comparada y no en los estudios


feministas, reconozco que la crítica feminista ha sido a menudo tan insuficien-
temente comparatista como la literatura comparada insuficientemente feminis-
ta. Mientras que el comparatismo a veces ha hecho feminismo sin perturbar
significativamente sus fundamentos teóricos como disciplina, el feminismo
académico occidental, por el contrario, se ha definido en su formulación teóri-
ca como comparatista (es decir, relativo a las mujeres por encima o más allá
de los límites nacionales o culturales) sin hacer comparatismo en la práctica.
La crítica feminista ha declarado generalmente universal lo que es particular
(por ejemplo, al usar «mujeres del siglo diecinueve» para describir a mujeres
blancas educadas de Inglaterra o Estados Unidos) o ha «incluido» de manera
creciente otras literaturas sin conocer las lenguas y culturas en que se origina-
ron. Esto significa que ni la literatura comparada ni los estudios feministas, tal
y como se practican generalmente en las universidades estadounidenses, son
suficientemente comparatistas, a pesar del compromiso de ambos campos, casi
por definición, con la diferencia como tema primordial. En mi crítica a ambos
campos incluyo mis propios trabajos, que reflejan el eurocentrismo de mi for-
mación, contra el que estoy luchando, como muchos otros de mi generación,
para reeducarme. He sido especialmente consciente de estas limitaciones al
completar mi estudio «comparativo» de escritoras y voz narrativa, que sigue
siendo restrictivamente occidental aunque «incluye» literatura afroamericana.
La falta de presión que el feminismo ha ejercido sobre la literatura compa-
rada refleja en parte el laissez-faire de la disciplina. La expansión de la litera-
tura comparada, que en la posguerra abarcó prácticamente cualquier estudio de

• Susan Sniader Lanser, «Compared with What? Global Feminism, Comparatism and the
Master's Tools», en Margaret R. Higonnet, Borderwork. Feminist Engagements with Comparati-
ve Literature, Ithaca & London, Comen University Press, 1994, págs. 280-300. Extractos de
págs. 282-294, 296-300. Traducción de P. Alvaro.
196 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX

la literatura más allá de límites nacionales, ha permitido una laxitud que puede
haber impedido la reconceptualización de la disciplina. Como el campo es
vasto y los expertos a menudo están dispersos por muchos departamentos, los
comparatistas suelen ser amables con el trabajo de los otros sin ver forzosa-
mente que ese trabajo tiene implicaciones para con el suyo. Pero esa despreo-
cupación no podría explicar por sí sola por qué una búsqueda por ordenador en
la bibliografia de la Modem Language Association bajo el descriptor «litera-
tura comparada- temas profesionales» arroja para toda la década de los ochen-
ta, década en la que el feminismo dominaba la literatura en su parcela acadé-
mica, tan sólo un breve estudio dedicado explícitamente a feminismo y litera-
tura comparada 1•
A pesar de un cierto interés por las tradiciones «folklóricas» en el siglo
diecinueve y a principios del veinte, la literatura comparada se ha ocupado
esencialmente de identificar, estudiar y promover la «gran» literatura univer-
sal. Su autoridad se refleja, por ejemplo, en su tradicional tarea académica de
transmitir en las licenciaturas «las grandes obras literarias de la tradición occi-
dental», «enriquecidas» en ocasiones con unos cuantos textos clásicos «orien-
tales»2. Esas grandes obras, señala René.Wellek, se ven como «monumentos»,
no como «documentos» 3, posición cuyo preocupante lado oculto implica Ja-
maica Kincaid al observar que los colonialistas se construyen monumentos a sí
mismos entre los colonizados. Dichos iconos literarios están protegidos de ta-
les deconstrucciones perturbadoras porque se leen menos en contexto que en
intertexto, dado que se entiende que la literatura la producen movimientos lite-
rarios internacionales de acuerdo con «leyes» literarias universales. El pre-
dominio de los estudios de «influencia» en la literatura comparada refleja ese
compromiso intertextual del modo más literal al suponer que las obras son lo
que son por la literatura (universal) que las ha precedido. Las obras «menores»
se estudian generalmente en relación con las «grandes» obras o para apoyar
una textualidad universal. Las diferencias políticas y lingüísticas se vuelven
«barreras ... artificiales» que han «confinado el estudio de la literatura» 4 •
Tal entorno excluye fácilmente de la grandeza los escritos de las mujeres
de todas las razas -y de los hombres de algunas- que no cumplan las nor-
1
Amy Vladeck Heinrich, «Startling Resonances: Sorne Comparative Feminist lssues», Pro-
ceedings of the Xth Congress of the International Comparative Literature Association, ed. A.
Balakian et al., New York, Garland, 1985, 608-613.
2
Robert J. Clements, Comparative Literature as Academic Discipline: A Statement of Prin-
cipies, Praxis, Standards, New York, Modem Language Association, 1976, 24.
3
R. Wellek, «The Name and Nature of Comparative Literature», en Comparatists at Work:
Studies in Comparative Literature, ed. Stephen Nichols Jr. & Richard B. Vowles, Waltham,
Mass.: Blaisdell, 1968, 13.
4
David Malone, introducción a Wemer Friedrich, The Challenge of Comparative Literature
and Other Addresses, ed. William J. De Sua, Chapel Hill: University of North Carolina Press,
1970, ix-xv.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 197

mas o carezcan de conexiones comparatistas con los textos tradicionales. Los


cánones de la literatura comparada han «incluido» mujeres esencialmente al
seleccionar obras individuales (The Tale of Genji, La Princesse de Cleves,
Emma) que acatan sus valores estéticos y pueden estudiarse sin tener que
plantearse el tipo de cuestiones que plantearía el feminismo. Aunque eviden-
temente ha habido cierta apertura del canon comparatista, aún quedan signos
de ansiedad y recortes. El informe emitido en 1989 por la American Compa-
rative Literature Association sobre los estudios universitarios de literatura
comparada enuncia (en negativo) su «bienvenida a la literatura no occidental,
la de mujeres y la no canónica», pero insiste en que la literatura comparada
debe seguir asegurando «algunas áreas significativas de especialización» anu-
lando así tanto el significado de dichos campos como la posibilidad de que se-
an campos de especialización.
En consonancia con su compromiso a favor de la teoría y la «gran» litera-
tura está el compromiso de la literatura comparada con los textos longevos,
una postura en interesante conflicto con su visión de sí misma como vanguar-
dia. El privilegio de lo tradicional ha creado, por ejemplo, lo que Mary Louise
Pratt llama un «multinacionalismo selectivo» 5, por el que la literatura compa-
rada se ocupa de obras clásicas indias como el Mahabharata , pero no de los
escritos (con mayor carga política) de las etapas colonial y postcolonial 6 • Este
compromiso a favor de las literaturas «tradicionales» no invalida el eurocen-
trismo de los estudios comparatistas; si no, los cursos de historia de la crítica
incluirían habitualmente el Natyasastra de Bharata, texto clásico de la estética
sánscrita, junto con la Poética de Aristóteles. Para los comparatistas la fuente
suprema de la «tradición occidental>> es· la antigua Grecia, que por la misma
época en que Goethe hacía un primer llamamiento a una Weltliteratur se esta-
ba reinventando como cultura aria en contra de la evidencia de que la ciencia,
el arte y la filosofia nacieron de «mezclas culturales» creadas por los egipcios
y fenicios que colonizaron Grecia 7•
Obviamente la predilección por las «viejas» obras y las culturas largamen-
te alfabetizadas devalúa implícitamente los escritos de mujeres y las literaturas
«emergentes». Robert Clements, por ejemplo, escribió a finales de los setenta
que aunque «la literatura negra africana es evidentemente el componente más
visiblemente ausente» en la literatura comparada, su ausencia está justificada,
«puesto que Africa ha aportado menos obras literarias que cumplan» el «doble
criterio» de «aplauso internacional y valores duraderos» tan tautológicamente

5
Mary Louise Pratt, «Comparative Literature as a Cultural Practice», Profession 86, New
York: Modem Language Association, 1986, 33.
6
Tal es la posición de Dinesh d'Souza en Illiberal Education: The Politics of Race and Sex
in Campus, New York: Free Press, 1991.
7
Vid. Martin Berna!, Black Athena: The Aji·oasiatic Roots of Classical Civilization, New
Brunswick: Rutgers University Press, 1987 / 1991, 1: 2.
198 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX
construido por la literatura comparada. De igual modo «áreas inmensas como
Indonesia, con una población de 100 millones, estarían mínimamente repre-
sentadas» aunque, con urbanidad comparatista, Clements permitiera a los
«aficionados de las literaturas africanas o polinesias ... por supuesto incluirlos
en memorias escritas para sus licenciaturas» 8•
La razón que Clements y otros comparatistas han dado para excluir las li-
teraturas africanas o polinesias es una razón lingüística: los africanos escriben
en muchas lenguas, muchas de las cuales no son conocidas ni enseñadas en las
universidades occidentales. Este argumento es muy fácil de desmantelar re-
chazando las jerarquías lingüísticas eurocéntricas de la literatura comparada, o
bien recordando el abundante corpus de literatura africana escrita en lenguas
europeas. Pero evoca otra razón por la que la literatura comparada sigue opo-
niéndose al globalismo y al feminismo: su insistencia en la lengua como cam-
po primordial de la diferencia y por ende no sólo la base central de la discipli-
na para la «comparación», sino la verdadera base de su legitimidad como·
disciplina. Lo que sucede es que las lenguas de estudio mayoritariamente do-
minantes de la literatura comparada - a veces en verdad las únicas que cum-
plen los requisitos para estudios de licenciatura en lenguas- son las de Euro-
pa occidental o incluso un grupo reducido de éstas, de tal modo que la base
lingüística del área es realmente bastante restringida y la mayoría de los com-
paratistas disfruta de la comodidad de tener al menos una lengua «extranjera»
en común. Igualmente problemático es el hecho de que al privilegiar la dife-
rencia con el lenguaje estándar como criterio para el estudio comparativo se
corre el riesgo de confundir conocimiento lingüístico con conocimiento cultu-
ral y se pasan por alto las diferencias culturales que no son visibles lingüísti-
camente y las diferencias lingüísticas que no son fonológicas. ·
La crítica feminista también ha planteado algunas cuestiones sobre el
«lenguaje femenino» y sobre las formas especialmente dialógicas que las es-
critoras no hegemónicas pueden adoptar para abrir o circunvalar los lenguajes
androcéntricos convencionales. A la luz de este cuestionamiento, las concep-
ciones del lenguaje de la literatura comparada han sido, como su canon, sólo
restringidamente comparatistas.
Me parece plausible que la razón por la que tantos de estos valores han
persistido en la literatura comparada a pesar de que en disciplinas emparenta-
das se hayan desmantelado posturas similares es que institucionalmente el
nuestro sigue siendo un campo asediado, que habitualmente debe seguir justi-
ficando su existencia y su integridad como disciplina. Debemos estar espe-
cialmente a la defensiva ahora que la teoría, en otro tiempo dominio de fa lite-
ratura comparada, se enseña habitualmente en muchos departamentos de

8
Clements, Comparative Literature as Academic Discipline... , 31-32. Clements no menciona
ni a las mujeres ni al feminismo en su libro.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 199

literatura nacional (particularmente inglesa) junto a un currículum en expan-


sión en el que las obras traducidas son cada vez más frecuentes. Me parece
que cuando se pone en cuestión la literatura comparada a menudo esto toma la
forma de amenaza a la «virilidad» del área, como con los estudios sobre las
mujeres: ambos se consideran desprovistos de límites precisos y metodología,
carentes de «rigor» y «precisión», poco prácticos profesionalmente. La litera-
tura comparada se ha resistido a estas acusaciones con un contraelitismo mas-
culino que proclama su superioridad frente a los estudios literarios nacionales
basándose en su rigurosa insistencia en la «maestría» de las lenguas y literatu-
ras extranjeras, su compromiso con complejas teorías continentales, su preo-
cupación por los grandes «monumentos» universales, y lo que Wemer Friedrich
llama «duros principios académicos». Un aspecto crítico de esta autolegiti-
mación ha sido la en ocasiones vehemente disociación de la literatura compa-
rada y la literatura «Uiiiversal» o «general», que parece considerarse un «fácil
estudio introductorio» de obras traducidas 9•
Pero creo que hay otra razón más honorable para el arraigo de los valores
de universalidad y trascendencia que tiene que ver con el programa político
reflejado en las primeras formulaciones, como las de Goethe y Arnold, y que
era especialmente vigorosa cuando la literatura comparada estaba floreciendo
poco antes en este siglo. Propongo que la dedicación profunda de la literatura
comparada al estudio de la igualdad no sólo es un programa intelectual sino
ideológico, y no sólo una víctima del solipsismo cultural sino el legado inin-
tencionado de una necesidad urgente de preservar la dignidad humana y el lo-
gro artístico frente a las amenazas del fascismo y la guerra mundial. La dedi-
cación a la igualdad es fácil de documentar a lo largo de décadas de aparente
disonancia: si la literatura comparada se ha definido como el estudio de la lite-
ratura más allá de los límites nacionales o de la literatura sin considerar dichos
límites 10, se ha comprometido no sólo intelectualmente sino también política-
mente con la idea de que la literatura y la cultura estética son universales: la
literatura comparada entraña <<Uila conciencia de la unidad de toda la expe-
riencia y creación literarias»; <<Uila visión general de la literatura... como in-
clusiva y global»; se centra en «problemas que trascienden los límites lingüís-
ticos y nacionales»; busca «el interés común bajo la maraña superficial de
diferencias» 11 • Fran9ois Jost lo señaló inequívocamente a principios de los
setenta, cuando los estudios feministas y étnicos emergían en los departamen-
tos nacionales de literatura: «Todo el globo comparte idénticos intereses lite-
rarios y persigue fines literarios similares» 12•
9
Friedrich, Challenge of Comparative Literature.. ., 8.
10
Vid. S. Bassnett, «Comparative Literature and Methodology», Degrés, 46-47 (1986), 1-13.
11
Fram;ois Jost, Introduction to Comparative Literature, Indianapolis: Bobbs-Merrill, 1974,
29; Malone, introducción a Friedrich, Challenge of Comparative Literature... , xii.
12
Jost, Introduction to Comparative Literature.. ., 30.
200 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX

Esta noción de la literatura que trasciende culturas tiene un programa que


algunos comparatistas han hecho explícitamente ideológico: es un medio para
descubrir «(nuestra) común humanidad»; una manera de «consolidar la unidad
espiritual en nuestra mitad del mundo» 13 , una especie de Naciones Unidas lite-
rarias dedicadas a probar el dicho «el mundo es un pañuelo». Por lo tanto, parece
apropiado que las grandes tareas de la literatura comparada tradicionalmente
codificadas - estudiar influencias y analogías; movimientos y tendencias; gé-
neros y formas; motivos, tipos y temas- nos muevan a pasar por alto la dife-
rencia en favor de la igualdad o a mostrar las similitudes esenciales bajo las di-
ferencias superficiales, como por ejemplo A. Owen Aldridge al llamar un
«Werther japonés» al Kokoro de Natsume Soseki 14 • Un proyecto así se vuelve
mucho más fácil por el persistente androcentrismo de los textos y las herra-
mientas de la literatura comparada: podemos definir literatura, cultura, incluso
«el mundo» en sentido estricto para poder probar nuestras pretensiones, a la
vez que mantenemos una ilusión de amplitud al alcanzar, como turistas de
mente abierta, los «hallazgos» de culturas menores (folklóricas y de mujeres)
y asimilarlas a los establecidos museos de la literatura.
He dicho que había razones históricamente progresivas por las que la lite-
ratura comparada desarrolló esta ideología universalizadora. El comparatismo
creció en una era de nacionalismo imperialista que algunos comparatistas es-
peraban combatir al proclamar el espíritu trasnacional de las ciencias huma-
nas. Este programa debía parecer especialmente urgente en los años en los que
la literatura comparada se estaba desarrollando en Europa y Estados Unidos,
ya que eran los años en que los países que más de lleno colaboraban en el pro-
yecto comparatista, Francia y Alemania, eran enemigos acérrimos. «Por enci-
ma» de los límites nacionales y las identidades partidistas había seguramente
una crucial estrategia de resistencia, una manera de preservar no sólo las rela-
ciones personales y universitarias, o incluso el proyecto académico de literatu-
ra comparada, sino la propia «cultura». Triste ironía que esta resistencia al
nacionalismo acabara construyendo un androcentrismo continentalista que
acabó siendo exclusivo. Una muestra del doble discurso generado por .este
proyecto puede encontrarse en un escalofriante aunque bien intencionado pa-
saje del trabajo de 1964 de Werner Friedrich «The Challenge of Comparative
Literature». Tras proclamar que el comparatismo es un «credo político» dedi-
cado a «abjurar de toda forma de racismo»; tras haber loado el espectro de
identidades nacionales europeas representadas en los comparatistas que dan
clase en Estados Unidos (sin mencionar a los judíos, a pesar de que muchos de
los hombres que menciona son judíos, y omitiendo por completo a las muje-
13
Friedrich, Challenge of Comparative Literature .. ., 22.
14
A. Owen Aldridge, «The Japanese Werther of the XXth Century», en Clayton Koelb &
Susan Noakes, Comparative Perspective on Literature: Approaches to Theo1y and Practice,
Ithaca: Cornell University Press, 1988, 75-92.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 201
res); habiendo identificado la «misma riqueza inspiradora» entre las «figuras
literarias de América»; y habiendo apoyado claramente el movimiento para los
derechos civiles de los negros y condenado la violencia en Little Rock y Bir-
mingham, Friedrich pide a sus lectores que se consideren «felices y quizás un
poco orgullosos porque la voz del hombre negro se oyera por primera vez en
la historia no en África, no a orillas del Congo, sino a orillas del Mississippi
- y porque fue en la América siempre en lucha por la movilidad social donde
a los antiguos esclavos ... se les dio por primera vez una oportunidad de expre-
sar sus esperanzas, su angustia, su desesperación, y la visión de una raza que
justamente aspira a un lugar respetado en la tierra» 15 • No necesito señalar las
verdades de la historia africana y americana que se violan en este himno de
alabanza a América por «permitir» a la cultura negra entrar en su crisol com-
paratista -como si no hubiera habido siglos de cultura en África y como si la
esclavitud fuera ahora una condición previa para la movilidad vertical litera-
ria-.
Este tipo de ficciones sugieren que la literatura comparada ha acogido la
«diferencia» sólo cuando no ha implicado «dominio», y la dependencia cuan-
do era una cuestión de deuda, no de poder político.
Que la literatura comparada ha preferido no reconocer que «en todo en-
cuentro intercultural hay dominio, sumisión, fusión o resistencia» 16 puede
explicar su especial resistencia al feminismo, que ve dominio en la diferencia,
y para el que las relaciones de poder constituyen su núcleo teórico.

Me he alargado bastante en las disonancias entre feminismo y compara-


tismo para empezar a sugerir la organización y la base de una literatura com-
parada global conscientemente feminista. Puesto que empecé con una afirma-
ción polémica sobre la literatura comparada tal y como se ha conceptualizado
tradicionalmente, permítanme pasar ahora a una afirmación igualmente polé-
mica pero positiva sobre la clase de literatura comparada que me parece más
valiosa para responder a las preocupaciones contemporáneas. Ese compara-
tismo entendería los textos como documentos tanto si son monumentos como
si no, y ampliaría los conceptos de «literatura» y «teoría» para incluir un es-
pectro de prácticas verbales internacional, multirracial y sexualmente inclusi-
vo. Necesitaría volver a definir nación, cultura y lenguaje en términos más
amplios y complejos, valoraría la diferencia al menos tanto como la igualdad
examinando las obras en lo que llamaré su especificidad comparativa, y para
evitar reinscribir el dominio, situaría práctica y practicantes en su propio es-
pacio cultural.

15
Friedrich, Challenge of Comparative Literature.. ., 48-50.
16
Janet Frame, «Departures and Retums», en Writers in East-West Encounter: New Cultural
Bearings, ed. Guy Amirthanayagam, London: Macmillan, 1982, 91.
202 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX

Lo primero y más obvio es que una literatura comparada feminista necesi-


taría entender la literatura como documento tanto como monumento, lo que
significa además examinar desde un punto de vista internacional los procesos
mediante los cuales ciertos documentos se transforman en monumentos y otros
no. Un proyecto así exigiría cuestionar el enraizado privilegio que la literatura
comparada hace no sólo de una estética, sino de la estética, cuestionamiento
que la crítica feminista inició en los años setenta y sobre el que han teorizado
Barbara Herrstein Smith y Pierre Bourdieu de un modo que puede llegar con
fruto a los comparatistas de formación tradicional 17 • Igualmente urgente, dado
que la literatura comparada se ve ahora a sí misma como el locus de la «teo-
ría», es la necesidad de revisar y expandir este término que engloba no sólo di-
ferentes teóricos y políticas, sino diferentes discursos, incluidos los de gente
cuyo compromiso primordial no es académico sino activista y para los que la
«teoría» obviamente no tiene que ver con maneras de pensar y leer, sino con
maneras de vivir. Esta apertura del canon tendría dos resultados cruciales. Por
un lado, cuestionaría algunas premisas teóricas eurocéntricas sagradas. Está
claro, por ejempo, que el concepto de lenguaje, verdad y realidad para el fe-
minismo, los pueblos colonizados y otros grupos silenciados, a menudo difiere
de los sostenidos por la vanguardia occidental. Cuando Mary Price dice «los
extranjeros» que dicen que «los esclavos son felices» le han «puesto un manto
a la verdad», su discurso exige creer en una «verdad» recuperable 18 • De igual
modo, como han aclarado narratólogos postcoloniales como Mineke Schnip-
per, el «realismo» comporta diversos significados e imperativos para las co-
munidades emergentes, y la preferencia por la ficción realista que se ha aso-
ciado a diversos movimientos de liberación no se puede descalificar por retró-
grada 19 • Así mismo, William Walsh contrasta la desconfianza europea en el
lenguaje con el punto de vista indio de «que la experiencia inmediata y su ex-
presión en lenguaje no son dos cosas totalmente diferentes» 2 Un encuentroº.
auténticamente comparatista entre posiciones teóricas tan dispares exige de los
que conocemos las «herramientas del amo» que no descalifiquemos las voces
que disienten como «ingenuas» o «fuera de la teoría». Antes bien, ese encuen-
tro puede producirse sólo si la literatura comparada está dispuesta a leer como
teoría escritos que están fuera de su canon filosófico. En la medida en que di-

17
Barbara Hermstein Smith, Contingencies of Value: Alternative Perspectives for Critica/
The01y, Cambridge: Harvard University Press, 1988; Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Cri-
tique of the Judgement of Tas te, trad. R, Ni ce, Cambridge: Harvard University Press, 1984.
18
Mary Prince, The Histo1y of Ma1y Prince. A West Indian Slave, Related by Herself, ed.
Moira Ferguson, London: Pandara, 1987, 83.
19
Mineke Schipper, Beyond the Boundaries: Aji'ican Literature and Litera1y Theo1y, Lon-
don: Allison & Busby, 1989.
20 William Walsh, «The Meeting of Language and Literature and the Indian Example», en

Amirthanayagam, Writers in East-West Encounter, 108.


Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 203

cho canon representa las pautas de pensamiento de una clase dirigente minori-
taria, debemos considerar la posibilidad de que refuerce la hegemonía de los
grupos que la crearon, aun cuando el teórico individual (como el comparatista
individual) se mantenga «alejado» de asuntos explícitamente políticos.
Si Terry Eagleton tiene razón al decir que la formación en los estudios lite-
rarios consiste en entrenarse en la habilidad de manipular un discurso dado, y
que a los académicos se nos «permite» decir en el discurso cualquier cosa que
queramos porque ciertas cosas simplemente no se pueden decir 21 , el encuentro
de teorías que propongo es posible sólo si establecemos una diferencia en el
discurso y no simplemente en el «punto de vista». Dado que la literatura com-
parada ha sido pionera en adoptar (y producir) «teoría», sería apropiado que
nosotros adoptáramos un papel similar de liderazgo en la expansión del espec-
tro de nuestra competencia teórica.
Encuentros con teorías y textos anti-monumentales nos ayudarán-o exi-
girán- volver a definir nación, cultura, y lenguaje en otros términos. Los
contrastes de Virginia Woolf entre la Inglaterra «masculina» y «femenina», o
los de Jamaica Kincaid sobre las clases y razas de la isla de Antigua eviden-
cian la necesidad de no depender de supuestos sobre la unidad nacional o cul-
tural, sino de enfrentarse como sujetos de comparación a las diferencias dentro
de las naciones y culturas -diferencias de raza, sexo, etnia, religión, sexuali-
dad, región y clase que de hecho se reprimen cuando las naciones y culturas se
definen a sí mismas- 22 •
Una nueva práctica comparativa podría entrañar además volver a definir o
reemplazar los modos tradicionales de organizar el estudio literario que han
favorecido la homogeneidad. El ya clásico argumento de Joan Kelly de que las
mujeres no tuvieron renacimiento nos recuerda que la mayoría de las periodi-
zaciones literarias sólo encajan con las producciones de los hombres euro-
peos 23. Igualmente las mujeres han escrito sobre diferencias de sexo al con-
cebir el tiempo 24• Puede ser más fructífero complementar la noción de período
cronológico identificando movimientos o impulsos que ocurren en distintos

21
Terry Eagleton, Litera1y Theo1y: An Introduction, Minneapolis: University of Minnesota
Press, 1983, 203.
22
Sobre este asunto, vid. Homi K. Bhabha, ed., Nation and Narration, London: Routledge,
1990, especialmente el histórico E. Renan, «What is a Nation>>, 8-22. Para un trabajo comparatis-
ta innovador sobre la identidad sexual, vid. Andre Parker et al., eds., Nationalisms and Sexua/i-
ties, New York: Routledge, 1991.
23
Vid. Joan Kelly, «Did Women Have a Renaissance?», en Women, Histo1y and The01y,
Chicago: University of Chicago Press, 1984.
24
Vid. Angelika Bammer, Partial Visions: Feminisms and Utopianism in the 1970s, London:
Routledge, 1991; Frieda Johles Forman, ed., Taking Our Time: Feminist Perspectives on Tempo-
rality, Oxford: Pergamon, 1989; y, por supuesto, el muy antologizado artículo de J. Kristeva,
«Women's Time», en The Kristeva Reader, ed. Toril Moi, New York: Columbia University
Press, 1986, 187-213.
204 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX

momentos y en lugares distintos pero tienen consecuencias similares, de ma-


nera que, por ejemplo, se puedan identificar los momentos en los que el anti-
colonialismo o el feminismo parecen insertarse en los discursos de la cultura.
La teoría del género necesitaría también una deconstrucción, dado el modo en
que las literaturas marginales o bien han sido omitidas de los estudios feminis-
tas o bien ellas mismas han rechazado los géneros convencionales. Segura-
mente tendría que volver a definirse «influencia» para dar cuenta tanto de lo
no saludable como de lo beneficioso: la influencia de Inglaterra en Antigua, la
influencia conexa de Jane Eyre o The Tempest en escritores caribeños, las suti-
les influencias de las hegemonías (hombre, blanco, europeo) que los escritores
marginales han acogido y resistido de modo complejo. Es obvio que la noción
de «tradición» debería ser revisada al cuestionar los usos restrictivos y selecti-
vos que se le han dado al concepto y los valores y programas servidos gracias
a la legitimación que la palabra otorga.
Todas estas prácticas implican una concepción del comparatismo que se
basa en la presunción de la diferencia como premisa al menos igual a la pre-
sunción de similitud. Esta posición abre maneras infinitamente más complejas
· de entender las relaciones textuales de raza, sexo, región o colonia, y de reco-
nocer que una parte considerable de la literatura universal es «fronteriza».
En mi opinión, la clave para esta práctica revisada está en la idea de lo que
llamo especificidad comparativa, que englobaría diferencia y similitud, pero
nunca disolvería un texto, idea, escritor, grupo o movimiento en un todo segu-
ro y homogéneo. El estudio de Angelika Bammer de feminismo y utopismo en
los setenta es el modelo de dicha especificidad al entender el feminismo como
un movimiento multinacional de políticas situadas nacionalmente 25 •
Finalmente, una literatura comparada global feminista debería tener en
cuenta que los comparatistas son individuos formados en una cultura - una
nación, un sexo, una clase, raza, etnia, religión, ideología y sexualidad-.
«Comparar» no significaría ni una negación de esas especificidades ni un
confinamiento en ellas, sino un compromiso dialéctico entre lo que Adríenne
Rich llama una «política de localización» y lo que Virginia Wolf llama una
«libertad de lealtades irreales», que juntas permitirían que -paradójicamente
y probablemente siempre sólo de modo parcial- uno se quedara «fuera» de la
cultura misma en la que se sitúa a sí mismo y a su trabajo.
La literatura comparada, en efecto, se ha hecho eco de la declaración de
Virginia Woolf: «como mujer no tengo país. Como mujer no quiero país. Co-
mo mujer mi país es el mundo entero», sin reconocer, como hizo Woolf, la
necesidad, primero, de librarse de las propias «lealtades irreales», las seduc-
ciones que provienen del «orgullo de nacionalidad ... , orgullo religioso, uni-

25
Vid. Bammer, Partial Visions.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 205

versitario, familiar, de sexo», para luego mirar desde una posición crítica
comparatista 26 •
Ciertamente, la estrategia de Woolf para conseguir este equilibrio entre lo-
calización y distancia era precisamente el comparatismo; pedía a su lectora
«comparar los historiadores franceses con los ingleses; los alemanes con los
franceses; el testimonio de los gobernados -indios o irlandeses, dice- con
las declaraciones de los gobernadores» y luego, si quedaba «alguna emoción
patriótica, alguna creencia arraigada en la superioridad intelectual de su propio
país sobre otros países», «comparar la pintura inglesa con la francesa; la músi-
ca inglesa con la alemana; la literatura inglesa con la griega, pues abundan las
traducciones. Cuando se hayan completado todas estas comparaciones usando
la razón, la extranjera se hallará en posesión de muy buenas razones para la
indiferencia» 27 • La sugerencia de Woolf de que las mujeres y otros margina-
dos pueden tener una particular perspectiva crítica de su «propia» cultura me
parece ampliamente refrendada por la revisión que he estado haciendo aquí,
que fue posible gracias al pensamiento de mujeres como Woolf, Rich, Lorde,
Kincaid, Mukherjee y Grafigny, que renuncian a comprometerse con «lealta-
des irreales», y sin embargo localizan sus propias prácticas comparatistas en el
marco de su sexo, raza, sexualidad y nacionalidad en lugar de pretender pro-
ceder, como la International Comparative Literature Association hizo en 1979
en su definición del proyecto comparatista, desde un «punto de vista interna-
cional».
Concluyo con la sugerencia utópica de que este tipd de práctica compara-
tista intercultural específica y localizada puede ayudar a cumplir los deseos de
los comparatistas anteriores de un mundo justo y armonioso, fines que, creo,
pueden conseguirse sin negar las relaciones de poder y diferencia, sino enfren-
tándose a ellas para desmantelarlas. El futuro de la literatura comparada puede
estar en esos textos que ha ignorado y marginado y en una nueva generación
de críticos de todo el mundo que pondrá ·a la disciplina en situaciones incómo-
das, que son a menudo de crecimiento.

26
Virginia Woolf, Three Guinneas, New York, Harcourt Brace Jovanovich, 1938, 109, 80.
27
Woolf, Three Guinneas, 108.

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