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• Susan Sniader Lanser, «Compared with What? Global Feminism, Comparatism and the
Master's Tools», en Margaret R. Higonnet, Borderwork. Feminist Engagements with Comparati-
ve Literature, Ithaca & London, Comen University Press, 1994, págs. 280-300. Extractos de
págs. 282-294, 296-300. Traducción de P. Alvaro.
196 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX
la literatura más allá de límites nacionales, ha permitido una laxitud que puede
haber impedido la reconceptualización de la disciplina. Como el campo es
vasto y los expertos a menudo están dispersos por muchos departamentos, los
comparatistas suelen ser amables con el trabajo de los otros sin ver forzosa-
mente que ese trabajo tiene implicaciones para con el suyo. Pero esa despreo-
cupación no podría explicar por sí sola por qué una búsqueda por ordenador en
la bibliografia de la Modem Language Association bajo el descriptor «litera-
tura comparada- temas profesionales» arroja para toda la década de los ochen-
ta, década en la que el feminismo dominaba la literatura en su parcela acadé-
mica, tan sólo un breve estudio dedicado explícitamente a feminismo y litera-
tura comparada 1•
A pesar de un cierto interés por las tradiciones «folklóricas» en el siglo
diecinueve y a principios del veinte, la literatura comparada se ha ocupado
esencialmente de identificar, estudiar y promover la «gran» literatura univer-
sal. Su autoridad se refleja, por ejemplo, en su tradicional tarea académica de
transmitir en las licenciaturas «las grandes obras literarias de la tradición occi-
dental», «enriquecidas» en ocasiones con unos cuantos textos clásicos «orien-
tales»2. Esas grandes obras, señala René.Wellek, se ven como «monumentos»,
no como «documentos» 3, posición cuyo preocupante lado oculto implica Ja-
maica Kincaid al observar que los colonialistas se construyen monumentos a sí
mismos entre los colonizados. Dichos iconos literarios están protegidos de ta-
les deconstrucciones perturbadoras porque se leen menos en contexto que en
intertexto, dado que se entiende que la literatura la producen movimientos lite-
rarios internacionales de acuerdo con «leyes» literarias universales. El pre-
dominio de los estudios de «influencia» en la literatura comparada refleja ese
compromiso intertextual del modo más literal al suponer que las obras son lo
que son por la literatura (universal) que las ha precedido. Las obras «menores»
se estudian generalmente en relación con las «grandes» obras o para apoyar
una textualidad universal. Las diferencias políticas y lingüísticas se vuelven
«barreras ... artificiales» que han «confinado el estudio de la literatura» 4 •
Tal entorno excluye fácilmente de la grandeza los escritos de las mujeres
de todas las razas -y de los hombres de algunas- que no cumplan las nor-
1
Amy Vladeck Heinrich, «Startling Resonances: Sorne Comparative Feminist lssues», Pro-
ceedings of the Xth Congress of the International Comparative Literature Association, ed. A.
Balakian et al., New York, Garland, 1985, 608-613.
2
Robert J. Clements, Comparative Literature as Academic Discipline: A Statement of Prin-
cipies, Praxis, Standards, New York, Modem Language Association, 1976, 24.
3
R. Wellek, «The Name and Nature of Comparative Literature», en Comparatists at Work:
Studies in Comparative Literature, ed. Stephen Nichols Jr. & Richard B. Vowles, Waltham,
Mass.: Blaisdell, 1968, 13.
4
David Malone, introducción a Wemer Friedrich, The Challenge of Comparative Literature
and Other Addresses, ed. William J. De Sua, Chapel Hill: University of North Carolina Press,
1970, ix-xv.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 197
5
Mary Louise Pratt, «Comparative Literature as a Cultural Practice», Profession 86, New
York: Modem Language Association, 1986, 33.
6
Tal es la posición de Dinesh d'Souza en Illiberal Education: The Politics of Race and Sex
in Campus, New York: Free Press, 1991.
7
Vid. Martin Berna!, Black Athena: The Aji·oasiatic Roots of Classical Civilization, New
Brunswick: Rutgers University Press, 1987 / 1991, 1: 2.
198 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX
construido por la literatura comparada. De igual modo «áreas inmensas como
Indonesia, con una población de 100 millones, estarían mínimamente repre-
sentadas» aunque, con urbanidad comparatista, Clements permitiera a los
«aficionados de las literaturas africanas o polinesias ... por supuesto incluirlos
en memorias escritas para sus licenciaturas» 8•
La razón que Clements y otros comparatistas han dado para excluir las li-
teraturas africanas o polinesias es una razón lingüística: los africanos escriben
en muchas lenguas, muchas de las cuales no son conocidas ni enseñadas en las
universidades occidentales. Este argumento es muy fácil de desmantelar re-
chazando las jerarquías lingüísticas eurocéntricas de la literatura comparada, o
bien recordando el abundante corpus de literatura africana escrita en lenguas
europeas. Pero evoca otra razón por la que la literatura comparada sigue opo-
niéndose al globalismo y al feminismo: su insistencia en la lengua como cam-
po primordial de la diferencia y por ende no sólo la base central de la discipli-
na para la «comparación», sino la verdadera base de su legitimidad como·
disciplina. Lo que sucede es que las lenguas de estudio mayoritariamente do-
minantes de la literatura comparada - a veces en verdad las únicas que cum-
plen los requisitos para estudios de licenciatura en lenguas- son las de Euro-
pa occidental o incluso un grupo reducido de éstas, de tal modo que la base
lingüística del área es realmente bastante restringida y la mayoría de los com-
paratistas disfruta de la comodidad de tener al menos una lengua «extranjera»
en común. Igualmente problemático es el hecho de que al privilegiar la dife-
rencia con el lenguaje estándar como criterio para el estudio comparativo se
corre el riesgo de confundir conocimiento lingüístico con conocimiento cultu-
ral y se pasan por alto las diferencias culturales que no son visibles lingüísti-
camente y las diferencias lingüísticas que no son fonológicas. ·
La crítica feminista también ha planteado algunas cuestiones sobre el
«lenguaje femenino» y sobre las formas especialmente dialógicas que las es-
critoras no hegemónicas pueden adoptar para abrir o circunvalar los lenguajes
androcéntricos convencionales. A la luz de este cuestionamiento, las concep-
ciones del lenguaje de la literatura comparada han sido, como su canon, sólo
restringidamente comparatistas.
Me parece plausible que la razón por la que tantos de estos valores han
persistido en la literatura comparada a pesar de que en disciplinas emparenta-
das se hayan desmantelado posturas similares es que institucionalmente el
nuestro sigue siendo un campo asediado, que habitualmente debe seguir justi-
ficando su existencia y su integridad como disciplina. Debemos estar espe-
cialmente a la defensiva ahora que la teoría, en otro tiempo dominio de fa lite-
ratura comparada, se enseña habitualmente en muchos departamentos de
8
Clements, Comparative Literature as Academic Discipline... , 31-32. Clements no menciona
ni a las mujeres ni al feminismo en su libro.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 199
15
Friedrich, Challenge of Comparative Literature.. ., 48-50.
16
Janet Frame, «Departures and Retums», en Writers in East-West Encounter: New Cultural
Bearings, ed. Guy Amirthanayagam, London: Macmillan, 1982, 91.
202 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX
17
Barbara Hermstein Smith, Contingencies of Value: Alternative Perspectives for Critica/
The01y, Cambridge: Harvard University Press, 1988; Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Cri-
tique of the Judgement of Tas te, trad. R, Ni ce, Cambridge: Harvard University Press, 1984.
18
Mary Prince, The Histo1y of Ma1y Prince. A West Indian Slave, Related by Herself, ed.
Moira Ferguson, London: Pandara, 1987, 83.
19
Mineke Schipper, Beyond the Boundaries: Aji'ican Literature and Litera1y Theo1y, Lon-
don: Allison & Busby, 1989.
20 William Walsh, «The Meeting of Language and Literature and the Indian Example», en
cho canon representa las pautas de pensamiento de una clase dirigente minori-
taria, debemos considerar la posibilidad de que refuerce la hegemonía de los
grupos que la crearon, aun cuando el teórico individual (como el comparatista
individual) se mantenga «alejado» de asuntos explícitamente políticos.
Si Terry Eagleton tiene razón al decir que la formación en los estudios lite-
rarios consiste en entrenarse en la habilidad de manipular un discurso dado, y
que a los académicos se nos «permite» decir en el discurso cualquier cosa que
queramos porque ciertas cosas simplemente no se pueden decir 21 , el encuentro
de teorías que propongo es posible sólo si establecemos una diferencia en el
discurso y no simplemente en el «punto de vista». Dado que la literatura com-
parada ha sido pionera en adoptar (y producir) «teoría», sería apropiado que
nosotros adoptáramos un papel similar de liderazgo en la expansión del espec-
tro de nuestra competencia teórica.
Encuentros con teorías y textos anti-monumentales nos ayudarán-o exi-
girán- volver a definir nación, cultura, y lenguaje en otros términos. Los
contrastes de Virginia Woolf entre la Inglaterra «masculina» y «femenina», o
los de Jamaica Kincaid sobre las clases y razas de la isla de Antigua eviden-
cian la necesidad de no depender de supuestos sobre la unidad nacional o cul-
tural, sino de enfrentarse como sujetos de comparación a las diferencias dentro
de las naciones y culturas -diferencias de raza, sexo, etnia, religión, sexuali-
dad, región y clase que de hecho se reprimen cuando las naciones y culturas se
definen a sí mismas- 22 •
Una nueva práctica comparativa podría entrañar además volver a definir o
reemplazar los modos tradicionales de organizar el estudio literario que han
favorecido la homogeneidad. El ya clásico argumento de Joan Kelly de que las
mujeres no tuvieron renacimiento nos recuerda que la mayoría de las periodi-
zaciones literarias sólo encajan con las producciones de los hombres euro-
peos 23. Igualmente las mujeres han escrito sobre diferencias de sexo al con-
cebir el tiempo 24• Puede ser más fructífero complementar la noción de período
cronológico identificando movimientos o impulsos que ocurren en distintos
21
Terry Eagleton, Litera1y Theo1y: An Introduction, Minneapolis: University of Minnesota
Press, 1983, 203.
22
Sobre este asunto, vid. Homi K. Bhabha, ed., Nation and Narration, London: Routledge,
1990, especialmente el histórico E. Renan, «What is a Nation>>, 8-22. Para un trabajo comparatis-
ta innovador sobre la identidad sexual, vid. Andre Parker et al., eds., Nationalisms and Sexua/i-
ties, New York: Routledge, 1991.
23
Vid. Joan Kelly, «Did Women Have a Renaissance?», en Women, Histo1y and The01y,
Chicago: University of Chicago Press, 1984.
24
Vid. Angelika Bammer, Partial Visions: Feminisms and Utopianism in the 1970s, London:
Routledge, 1991; Frieda Johles Forman, ed., Taking Our Time: Feminist Perspectives on Tempo-
rality, Oxford: Pergamon, 1989; y, por supuesto, el muy antologizado artículo de J. Kristeva,
«Women's Time», en The Kristeva Reader, ed. Toril Moi, New York: Columbia University
Press, 1986, 187-213.
204 Últimas tendencias: la literatura comparada a finales del s. XX
25
Vid. Bammer, Partial Visions.
Lanser: ¿Comparado con qué? Feminismo global... 205
versitario, familiar, de sexo», para luego mirar desde una posición crítica
comparatista 26 •
Ciertamente, la estrategia de Woolf para conseguir este equilibrio entre lo-
calización y distancia era precisamente el comparatismo; pedía a su lectora
«comparar los historiadores franceses con los ingleses; los alemanes con los
franceses; el testimonio de los gobernados -indios o irlandeses, dice- con
las declaraciones de los gobernadores» y luego, si quedaba «alguna emoción
patriótica, alguna creencia arraigada en la superioridad intelectual de su propio
país sobre otros países», «comparar la pintura inglesa con la francesa; la músi-
ca inglesa con la alemana; la literatura inglesa con la griega, pues abundan las
traducciones. Cuando se hayan completado todas estas comparaciones usando
la razón, la extranjera se hallará en posesión de muy buenas razones para la
indiferencia» 27 • La sugerencia de Woolf de que las mujeres y otros margina-
dos pueden tener una particular perspectiva crítica de su «propia» cultura me
parece ampliamente refrendada por la revisión que he estado haciendo aquí,
que fue posible gracias al pensamiento de mujeres como Woolf, Rich, Lorde,
Kincaid, Mukherjee y Grafigny, que renuncian a comprometerse con «lealta-
des irreales», y sin embargo localizan sus propias prácticas comparatistas en el
marco de su sexo, raza, sexualidad y nacionalidad en lugar de pretender pro-
ceder, como la International Comparative Literature Association hizo en 1979
en su definición del proyecto comparatista, desde un «punto de vista interna-
cional».
Concluyo con la sugerencia utópica de que este tipd de práctica compara-
tista intercultural específica y localizada puede ayudar a cumplir los deseos de
los comparatistas anteriores de un mundo justo y armonioso, fines que, creo,
pueden conseguirse sin negar las relaciones de poder y diferencia, sino enfren-
tándose a ellas para desmantelarlas. El futuro de la literatura comparada puede
estar en esos textos que ha ignorado y marginado y en una nueva generación
de críticos de todo el mundo que pondrá ·a la disciplina en situaciones incómo-
das, que son a menudo de crecimiento.
26
Virginia Woolf, Three Guinneas, New York, Harcourt Brace Jovanovich, 1938, 109, 80.
27
Woolf, Three Guinneas, 108.