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DELIGNY, Fernand, «La caméra outil pédagogique» (1955), en Œuvres, L’Arachnéen, Paris,

2017. págs. 414-417.

LA CÁMARA INSTRUMENTO PEDAGÓGICO

El proyecto de realizar un film documental que sea obra colectiva de los miembros de La
Grande Cordée1, sea cual fuere su edad, nació del hecho de que el cine es un “lenguaje” tanto
más importante para nosotros, educadores, por cuanto hemos de tratar a diario con adolescentes
que, en su mayoría, ejercitan poco o nada el lenguaje escrito, al carecer de suficiente instrucción,
y hacen un uso bastante precario del lenguaje hablado; precario no en cuanto a la abundancia,
sino en cuanto al valor real comunicativo de las palabras y las frases: dicharacheros que al final
no dicen nada, el lenguaje les aturde o les falta cuando de lo que se trata es de hacerse entender.
De ahí que ellos no formen parte de ninguna categoría particular: simplemente vienen
arrastrando consigo en el curso de sus quince o diecisiete años de existencia una parte un tanto
pesada de los hábitos y costumbres más corrientes de su tiempo y de su entorno de vida.
La imagen –fotografías de periódicos y revistas, cine, televisión –invade el mundo y libra
un asalto permanente al lenguaje escrito. El lenguaje hablado no escapa a la omnipresencia de las
técnicas modernas de difusión. Al respecto, no citaré más que un ejemplo, Christian T.,
muchacho bueno y flacucho de quince años, atónito y mudo ante la mínima pregunta que se le
plantea, pero cuyo alborozo despierta cada vez que oye una palabra que le permite largar un
slogan de radio. Si escucha: “blanco”, canta “la blancura Persil”2 o “dientes blancos, aliento
fresco”, feliz de encontrarse en las ondas radio-publicitarias, como un pato en su charco de agua.
Para todo lo demás, y en cuanto a su propia marcha, su pensamiento trastabilla, desprovisto de
ritmos y palabras.
Dejemos de lado Radio Luxemburgo para volver a las imágenes. Las revistas ilustradas,
las viñetas, los comics y el cine son un hecho. ¿De qué serviría hacerse el Don Quijote de los
tiempos de las primeras gacetas en que la frase, la palabra, específicamente humanas, eran reyes
absolutos de títulos y textos?. La imagen, el dibujo, la foto, el cine, son con toda probabilidad,
ellos también, específicamente humanos, y mal se ve cómo el hombre podría perder poco a poco
                                                                                                               
1  La Grande Cordée, literalmente: “La Gran Cordada” (cordada: grupo de alpinistas que avanzan en fila atados a una
misma cuerda). Era el nombre del colectivo experimental que formaron Deligny y sus colaboradores junto a chicos
autistas, retrasados, delincuentes, en suma, inadaptados, en las montañas de Vercors, Haute-Loire, al centro-este de
Francia. Funcionó de 1950 a 1962 aproximadamente.
2  Persil: nombre de un detergente de ropa muy popular en Francia.

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el uso de la palabra, y por ende del pensamiento, a causa de la abundancia de imágenes
directamente reproducidas.
El cine es, pues, un hecho de lo más común en la vida de los adolescentes, y debemos
ayudarlos a salir de cierto bloqueo que no les afecta más que en apariencia. Decir que el cine en
cuanto tal les hace mal sería tan falso como tachar de perniciosa la literatura, so pretexto de que
hay algunos libros perniciosos.
Una obviedad… una obviedad que es preciso observar de más cerca. Desde el momento
en que un niño ve un dibujo, él dibuja o al menos conoce el acto de rayar. El teatro, él sabe de
inmediato en qué consiste, pues él mismo habla y gesticula. El cine, en cambio, lo contempla
pasivamente. Uno mira una película casi como se mira el mar o una montaña. Inclusive una calle,
las casas, son una realidad de la que el niño o el adolescente sabe que los hombres, sus
semejantes, sus mayores, son los autores, los creadores: un niño, sea varón o mujer, juega a la
casita. ¿Pero a la película? He ahí lo que nos propone la “realidad” capturada en imagen. No
sentimos que alguien la haya “hecho” como cuando estamos frente a un dibujo, por ejemplo.
Nunca he visto niños que jueguen a hacer una película. Es verdad que no he visto jugar a
todos lo niños, pero creo que ignoran el papel exacto del hombre en la creación cinematográfica,
aun cuando sepan cómo está elaborado un film. Los films dan una impresión primaria de realidad
directamente reproducida, una realidad proveniente de la realidad natural.
Para mí, justo en ello reside la mayor fuerza y el mayor peligro del cine. Los “arcanos”
del espectáculo cinematográfico son tan remotos y reservados que ya no hay más espectáculo,
sino acontecimiento. No es necesario que los niños crean que lo que ven en el cine son muestras
en bruto de realidad. Deben saber, más bien, que se trata de un “lenguaje”. Y no podrán saberlo
de veras si no se ejercitan en él por sí mismos, a fin de que lleguen a percibirlo sin caer en su
embrujo. Estoy convencido de que el cine ha de tener su lugar en un organismo como el nuestro,
que quiere ayudar a adolescentes con problemas. Evidentemente, la cosa no pasa porque cada uno
tenga su propia cámara, sino porque este necesario instrumento esté realmente ahí, a disposición
de los que quieran utilizarlo para contar en unas cuantas tomas lo que ellos ven de la vida que
viven. Como profesor de Instituto, me las arreglé para que los lapiceros (rojos y todos iguales,
palillos de madera pintada con puntas de metal, de metal de lanza, conmovedores, anticuados
para el desarrollo actual la civilización, eternos) permanecieran listos y a la vista sobre los
pupitres, en sus respectivas ranuras, incluso cuando los alumnos no estaban presentes, como las
herramientas de un taller, al amanecer, antes de la llegada de los obreros.

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Como educador, quiero tener listo para su utilización al instrumento para captar imágenes,
instrumento intrincado, con su mecanismo interno y sus lentes tomavistas, pero que, con todo,
inspira un saludable respeto en los crápulas más atrevidos y descuidados.
¿Hasta el momento, cómo nos hemos servido de él?
Mal, desde luego, y de una manera extremadamente parsimoniosa, dado el costo de los
rollos de película y de su tratamiento. Pero, al fin y al cabo, la cámara está ahí y, para seguir la
comparación con la escritura, digamos que algunos de los chicos de La Grande Cordée y algunos
adultos de la misma organización han necesitado emborronar muy poco papel antes de obtener
buenas frases, es decir, secuencias.
Tres cuartos de material rodado permanecen aún a la espera en un laboratorio, siempre
por culpa del famoso dinero. Así pues, no hay caso de hablar de la “obra”, del film en su estado
actual. No hemos visto aún las bobinas rodadas en Vercors en julio pasado. Éramos unos quince
acampando a las faldas de las Dos-Hermanas3. Manejada por unos y por otros, la cámara tronó.
¿Sobre qué escenario?
Era vasto, aquel escenario, desmesuradamente vasto para las cinco o seis bobinas de
treinta metros con las que contábamos. Nos hallábamos en el macizo Vercors, una de las altas
sedes de la Resistencia. Éramos diecisiete, de los cuales quince eran chicos de trece a dieciocho
años que habían llegado a las Dos-Hermanas ocho días antes que nosotros, los adultos. Uno de
ellos, viejo de dieciséis años, estaba a cargo, personaje de tan mala reputación como los otros.
Los acompañaba una muchacha de veinte años. Tenían todos una gran carpa blanca que no
podían mantener firme en el suelo cuando el viento arrasaba los montes. Una noche, tuvieron que
agarrarla con sus propias manos, sujetos a las cuerdas bajo torrentes de lluvia. Al día siguiente,
un campesino les ofreció una casucha que no había albergado a nadie desde tiempos de la
guerrilla.
Teníamos el film frente a nuestras narices, listo para hacerse. Quince chicos en busca de
la guerrilla, por todas partes, a lo largo y ancho de los caminos, en la memoria de las gentes.
Quince chicos que habrían pedido, cámara en mano, que sean revividos, puestos en escena,
episodios de la historia de la guerrilla, actuados, luego de haber sido vividos, por esos dos
campesinos que se salvaron del Paso de la Aguja4, por ese anciano que discutía con las patrullas

                                                                                                               
3  Deux-Sœurs: montañas gemelas del macizo de Vercors.
4  Pas-de-l’Aiguille: bastión de la Resistencia, violentamente atacado por el ejército alemán en el 2 de julio de 1944.

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enemigas mientras debajo de las pilas de heno de su granja, los “terroristas” apenas osaban
respirar. Ese film no fue hecho.
Algunos otros films que fueron proyectados tampoco llegaron a realizarse nunca.
Habríamos querido, por ejemplo, con los más antiguos de La Grande Cordée, intentar
filmar lo que los chicos de catorce o dieciséis años veían de su barrio natal, lo que percibían del
laberinto de calles que rodeaban su casa, a fin de mostrar lo que veían sus ojos, diariamente, de la
realidad familiar, y lo que esos mismos ojos veían, algunos meses después, algunos meses
pasados en otro lugar, lejos de casa, con otras personas, bregando con otro “régimen de vida”,
habiendo ya barruntado algún proyecto de oficio futuro. Tratar de mostrar cómo un conjunto de
intenciones nuevas modifica la percepción de la realidad.
Tal es el documental que nos ha tentado durante algunos meses.
Pero diversas eventualidades no nos permitieron demorarnos en esa búsqueda.
Habría sido menester emplear para ello una segunda cámara y no teníamos más que una
consagrada en principio a la instancia en que ella podía ser más útil, no para registrar la acción
pedagógica, sino para participar de esa misma acción, a la manera de una sola, única y preciosa
arma mecánica en un combate. ¿Cuál es este combate?
Los chicos vienen a nosotros carentes, por lo general, de intenciones concretas. En el
mejor de los casos, sacan a relucir, a su llegada, muletillas tales como “trabajar en
construcción…” o “vivir de forma independiente…”, magros boletos para el porvenir. Pese a
ello, procuramos dejar nuestra impronta, sembrando palabras de esperanza en la pequeña
colectividad de población cambiante que se halla en período de orientación.
La cámara está a disposición del chico encargado en la semana de ir a presenciar las
ocupaciones planificadas.
Cada noche, después de una hora de reunión, cada chico en período de orientación
comparte el plan de empleo de su tiempo para el día siguiente de la forma más precisa y detallada
que pueda.
El encargado de presenciar las ocupaciones planificadas individualmente controla si cada
uno hace, a la hora indicada, lo que había previsto hacer, lo que había elegido la víspera como
trabajo, como tarea o pasatiempo en medio de las labores permanentes u ocasionales que se
presentan: obra de construcción, de decoración, jardinería, dar una mano a los campesinos de los
alrededores, trabajos de mantenimiento y de limpieza, aprendizaje de prueba en el taller de un

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artesano local y todo lo que un pueblito o villorrio de la Haute-Loire pueda ofrecer como
actividad en cualquier rubro.
Si en una de sus andanzas el encargado semanal observa una “escena” que le parezca
interesante, la filma, en caso de ser capaz de manejar la cámara. Si no, ha de llamar a un
“operador”, es decir, a otro muchacho que ya sea lo suficientemente diestro como para no echar a
perder rollo de película.
Ocurre a menudo que uno de los antiguos miembros de La Grande Cordée nos escribe o
viene a visitarnos al sitio en el que estamos con los nuevos reclutas, o bien que un chico que se
había ido de aprendiz a un taller vuelve a pasar por el período de orientación con el propósito de
poner a punto nuevamente sus intenciones. El film del que éste o aquel rodaron partes se
convierte entonces en materia de las primeras charlas. ¿Qué llega a ser, pues, el film? La
memoria de la organización, memoria menguada por grandes lagunas de amnesia, es cierto, pero
confío en que cuando hayamos logrado obtener un primer montaje de las bobinas, contaremos
con algo mejor que una memoria colectiva: tendremos las primicias de una auténtica consciencia
perteneciente a la comunidad La Grande Cordée.
Makarenko5 insiste en la fuerza de la costumbre en una comunidad pedagógica.
Nuestra tentativa, con su dispositivo de estancias de aprendizaje de prueba en talleres, el
cual arroja a los chicos de La Grande Cordée hacia condiciones de existencia consideradas
favorables para su evolución, se presta mal a la instauración de costumbres, de tradiciones que,
por medio de actitudes, trasmiten, de un individuo a otro, la experiencia colectiva.
Nuestra comunidad pedagógica en su lucha contra las fuerzas enemigas (esto es: la falta
de aprendizaje, la “moral” de las clases privilegiadas cuyas contradicciones e ideologías
encuentran un terreno de decisión, incluso bajo el aspecto de fórmulas trilladas, en las
mentalidades más débiles) debe valerse de una “estrategia” más guerrillera.
El centenar de changos de la colonia Gorki podía abrirse paso en grupo en una sociedad
que recién empezaba a organizar sus perspectivas de futuro.
Para los nuestros, tratar de abrirse paso en grupo equivaldría a convertirse en carne de
cañón. Se multiplican las chances de que las cosas les salgan bien si más bien se dispersan a lo

                                                                                                               
5  Antón Semiónovich Makarenko (1888-1939). Educador ruso. Famoso por haber creado varias comunidades
educativas, o “casas de cooperación”, como él las llamaba, tras la revolución rusa, entre las que destaca la “Colonia
Gorki”, además de haber escrito el clásico de la pedagogía El poema pedagógico, en el que relata las experiencias
vividas en tales “casas”. Deligny fue uno de sus primeros lectores y difusores en Francia.
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largo y ancho de un país como el nuestro, donde nada está conscientemente previsto, salvo su
explotación como mano de obra barata.
Y sin embargo ellos sienten la necesidad de una “comunidad”, o, si se quiere, de un medio
de apoyo que los informe, que los “inspire” de una manera un poco coherente y sostenida, que les
brinde una razón de ser ya que, muy a menudo, tienen la sensación de estar de más en una tierra
en la que todo ocurre para ellos como si, efectivamente, no tuvieran nada que hacer allí. El film
les devuelve esa razón de ser. Ahora ellos tienen algo que intentar. Se los ha tratado de
trastornados, de deficientes, de “enfermos”, de desechos. Ellos pueden devenir ejemplos. Por
medio de la cámara, el mundo los mira, el mundo de los Otros, los que antes no sabían qué hacer
con ellos, los que muy pronto serán testigos de lo que intentan día a día.
¿Poner en escena? No: poner a la vista. Poner al descubierto. Sacar a la luz.
Mientras escribo esto, la cámara está sobre mi mesa, sin municiones. Ya no tenemos más
rollos de película desde hace dos días. El arma automática está muda. Justo encima de mi cabeza,
sobre las losas de la sala de orientación, con su largo pasillo propicio para jugar a las carreras, la
infantería suda la gota gorda limpiando la mugre que el caserón feudal en el que vivimos parece
albergar en todos sus rincones. Fecha: 14 de julio de 1955.
Si todo sale como lo espero, dentro de poco, cinco irán de pesca, con una caña. Maurice
A. ha dicho que no quiere salir. El enemigo para él es el boliche. Numeroso enemigo. Maurice A.
se oculta. Ha sido filmado trabajando con cal y cemento en el pequeño taller que ha montado al
llegar acá. Sabe que si vuelve a beber, el pedacito de film en el que existe como maestro de taller
será archivado por un largo tiempo, hasta que viva realmente una vida en armonía con aquellas
primeras imágenes.
Ancho mundo. Lleno de hábitos, maneras, costumbres. Frente ellas, sería muy imprudente
querer despertar de buenas a primeras nuevas intenciones a fuerza de pequeñas y grandes
palabras, manchadas por el uso demasiado largo que hizo de ellas la tartufería de la moral
burguesa. Pero ¿y a fuerza de imágenes?

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