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Miércoles.

Hoy se reúne el “Grupo Romario”, uno de los proyectos en vilo de grandeza o mediocridad,
de los tantos del autor. Este había sido creado hace ya meses en una de la tantas andanzas que Silva y
yo tuvimos juntos. Luego de una de las tantas sesiones junto al luchador en Cañitas Fitness
encontramos el lugar indicado para nuestra idea en Ortega y Gasset y Migueletes. En esa intersección
que daba a un pequeño callejón sin salida se situaba el lugar indicado para una nueva vanguardia:
Su estética de bar porteño, rioplatense y tanguero le daba la ventaja frente a la amplia populación de
bares modernos con estética importada que infestaban la zona. Las Cañitas finalizaba su estructura de
calabozo laberíntico llegando a los matorrales de Romario, que permitían la visualización desde fuera
de la resolución del acertijo. Junto a la vegetación se erguían mesas que parecían escondidas a la vista
común, que permitían no ser visto mientras veíamos al resto, que nos daban la pequeña complicidad de
poder estar donde no debíamos estar. También a ciertas horas de la tarde el bar parecía acostumbrado a
vaciarse dejando abierta la posibilidad de monopolización total del espacio por parte nuestra.
Por todos esos factores Romario se convirtió en nuestra Confitería Richmond, la casa de una nueva
generación de grandes inventores e intelectuales argentinos.
Pero en el 2023 la vanguardia tan solo era un grupo que se reunía de vez en cuando para ir al cine y tal
vez charlar algunas cosas.
En el día de la fecha veremos el flamante filme que finalmente aprovechará las contradicciones del
mundo académico para crear una gran obra irónica que deconstruya nuestras concepciones de la
educación y el conocimiento para volver a construir una justificación basada en las características de
nuestra universidad realmente existente. O por lo menos eso esperaba.
Me encuentro con el luchador en la línea D, un viejo se enoja por no dejarlo pasar, Silva retruca con su
obra maestra humorística: “Dejé de trabajar ahí porque era una estafa-dijo mientras construía en
crescendo el chiste-, después le conté a mi novia porque ella tenía un amigo que también trabajaba para
esa empresa. Me dijo que ya lo sabía pero que no le importaba-Silva realiza su pausa magistral para
preparar el remate-, pasa que es judío.”
Entonces llegamos a Facultad de Medicina y ya comenzamos a respirar el aire universitario. Tránsito
de jóvenes y no tan jóvenes apurados, al otro lado fiesta y alcohol, y del otro lado un guardia vigilando
una puerta que nadie va a atravesar. Meritocracia y un par de muertos de hambre matándose entre sí
para mantener una mísera cátedra que aún conserva un programa de 1910 gracias a la que cobran un
salario mínimo. Alumnos eternos aferrándose hasta las últimas consecuencias a su torre de marfil,
desde la que el mundo no pasa, desde donde el mundo no los necesita y pueden permitirse dedicar su
vida al estudio de la vida de Kant o Proust.
Antes de entrar al cine nos encontramos a Oliver, el actor, que hoy aparecía con un nuevo atuendo
gracias al corte en Giudice Barbershop y las ropas de alguna feria donde alguna nieta habrá vendido las
ropas de su abuelo fenecido. Subimos a la sala y abonamos nuestra entrada por el precio de un alfajor
gracias al descuento para los de la universidad en el cine de la universidad donde iríamos a ver la
película sobre la universidad.
Y como era esperable la película decepcionó, o en el peor de los casos, simplemente entretuvo.
Olvídense de cualquier análisis riguroso, crítica o deconstrucción. Incluso si a lo largo del filme hubo
algún tosco y somero ejemplar éste se vió eclipsado frente al protagonismo de las bromas
(escatológicas) y un arquetípico camino del héroe. La universidad no fue más que el medio-contexto
para la historia de cuasi-superación de un pobre tipo que casi por azar también era profesor de filosofía.
6,5/10. Potencial desaprovechado. El más trágico de los destinos.
Pero en este caso la cinta fue menos importante que la charla que le seguiría.
Romario se propuso la olímpica tarea de volver del cine a pie. Casi ocho kilómetros, dos horas
caminando, y en medio de todo pasaría:
Primero el grupo se encargaría de elucubrar una profunda y bien fundamentada opinión de la película
recientemente vista, tal y como ya era costumbre desde sus primeras cumbres en las que analizarían la
monumental Flor de Mariano Llinás.
Luego comentarían los últimos síntomas de esquizofrenia que había mostrado recientemente uno de los
integrantes de Frankfurt. Algunos indicios siempre pudieron verse, pero a partir de los últimos
acontecimientos ya la situación era ineludible. El legado de Frankfurt en el León XIII corría riesgo si
no actuaban rápido, pero al parecer La Banda decidiría abandonar a su amigo y concentrarse en nuevas
formas de inmortalizarse.
Entonces el luchador retoma la palabra para comunicar las nuevas formas. Para hacerlo dividiría su
discurso en tres partes:
Primero, bajo una dirección cinemática del autor, Silva decidiría volver a presentar su sketch
humorístico ante la presencia de Oliver. Esta vez la obra no alcanzaría la cumbre que antes logró en la
línea D, a pesar de nuestras intenciones, pero no de nuestras expectativas.
Segundo, con un concepto casi psicodélico nos introduciría a una nueva idea de trabajo en conjunto
con el actor. La experimentación en humanos para crear hombres voladores. La experimentación en
humanos durante la dictadura para crear hombres voladores. Un cómic sobre la experimentación en
humanos durante la dictadura para crear hombres voladores.
Tercero, un proyecto alineado espiritualmente con los principios de Romario; un canal de YouTube
para hacer videoensayos sobre películas. En la lista ya había una mini serie, un filme antológico, una
slow movie, un anime y una serie animada. A continuación se discutieron los formatos y las líneas guía
del canal. Era evidente que no podía ser un intento más de resúmenes con nula creatividad o de análisis
técnicos sobre semiótica y composición de planos. Si el proyecto quería significar algo para la gente
entonces debíamos comunicar que significaron esos proyectos para nosotros, y así es como junto a los
videoensayos nació “Cartas de un fan”, la sección en la que se abordarían otras historias en relación
con las nuestras, las interpretaciones personales y sus causas en lo más profundo de nuestras vidas.
Entonces nacería en el seno de Romario una idea que podía revolucionar el mundo del ensayo.
Inspirados en el situacionismo, a los integrantes se les ocurriría realizar un détournement del
instrumento conocido como “psicogeografía”. En el pasado utilizado por la Internacional Situacionista
para encontrar nuevas formas de transitar la ciudad y redescubrirla, hoy sería redescubierto por
Romario para incluir su utilización en la crítica cultural. El nuevo formato se explicaría así:
Ya que la interpretación y la interpelación de las obras artísticas estaría directamente relacionada con
los hechos de nuestra vida, entonces era posible encontrar en nuestro espacio de vida, en este caso
representado por El barrio, los tótems espaciales que emparejaban un mapa físico con el mapa de
nuestra psique. Y así es como esa plaza donde te juntaste con tus amigos durante tantos años de tu
infancia, ese gimnasio donde comenzaste en el boxeo, esa esquina donde pasaste tantas madrugadas
charlando, ese bar donde te enamoraste por primera vez, esa puerta en la que despediste a tu mejor
amigo, ese puente donde te robaron por primera vez; gracias a la psicogeografía todo podía ser
reutilizado para interpretarnos a nosotros mismos y comprender mejor por que tales obras
audiovisuales significan tanto en nuestra vida.
Y dándole la vuelta al sistema, pensamos que el método geográfico también podría ser utilizado al
revés, para comprender mejor las obras. Ya en ese entonces planteabamos el proyecto de recorrer la
llanura pampeana de la misma forma que X, H y Z lo hacían en Historias Extraordinarias, reviviendo el
papel de director y actor a la vez y sumergiéndonos totalmente en el mundo del autor, tal vez
convirtiéndonos en la obra de arte.
Viendo la lucidez en la que se encontraba Romario decidimos continuar la juntada yendo por primera
vez al bar que nos daba nombre, de cierta forma inaugurando oficialmente la nueva vanguardia.
En las ventanas del bar que también servían de asientos comenzamos a discutir sobre la mística
frankfurtiana, en concreto con las iteraciones de los compases personales de Frankfurt. Aunque creados
hace ya tiempo atrás, aún mantenían la mística que el misterio les otorgaba. Al parecer nadie sabía muy
bien la intencionalidad detrás de ellos, pero justamente gracias a esto se creó una nueva intención, una
intención geométrica y perfecta que mostraba las relaciones entre los integrantes del grupo. Así el
aviador y el cocinero se enfrentaban por un lado y por el otro el emigrante y quién escribe esto. En el
eje vertical se oponían el jugador y el empresario, y en el horizontal el diseñador con el urbano. Y así
se creó, casi con una lógica astrológica o tarotiana, el juego de Frankfurt, que pendía del fino hilo que
sostenía la voluntad de sus creadores, capaces en cualquier momento de tirar abajo todo el sistema
místico frankfurtiano con el peso de La verdad.
Encarnando el método psicogeográfico nos introduciríamos en el calabozo laberíntico de Las Cañitas
para volver a una esquina a estas alturas ya sagrada.
Un 25 de febrero tres integrantes de Frankfurt volverían de una gala para encontrarse con Varez cuando
aún estaba en el país. Luego de esperar varios minutos, casi horas, en frente de su casa, finalmente
llegaría, y no de su casa. La noche que nos esperaba sería larguísima, tan solo puedo decir que el
boulevard de Chenaut y esa esquina se agotaron totalmente. Con un paquete de papas fritas La esquina
se transformaría en el confesionario donde todos nos liberaríamos de nuestros pecados. Ese día
Frankfurt alcanzaría los epítomes de la astucia psicoanalítica. En la infinita lucidez que teníamos esa
madrugada llegaron varios chispazos que ilmunarían perfectamente las cuestiones más oscuras de
nuestra psique: el apego, el amor, el sexo; todo diseminado perfectamente por quienes solo eran unos
adolescentes perdidos pero que en ese momento aparentemente ostentaban la sabiduría del Diablo que
todo lo sabe por viejo.
Y ese chispazo tal vez no llegaría nunca más. Volver a esa esquina no nos trajo a más que una fracción
de lo que sentimos esa primera vez. Hablando de los mejores capítulos de esta novela o de los peores
capítulos de nuestra vida, ese camino no sería nunca más encontrado.
Y así decidimos salir del laberinto para entrar en la plaza de Huergo. Ya por tradición era lugar para la
reflexión fría y racional comparada a la introspección melancólica para la que se prestaba el calabozo.
Esta vez la principal fuente de reflexión fue la plaza en sí, que nos sorprendía por lo poco alienante que
resultaba. Así comenzamos el estudio comparado de los espacios públicos de Buenos Aires. En los
tiempos recientes dos líneas arquitectónicas se habían difundido por las calles de la ciudad:
La primera, a la que el ejemplar de Huergo respondía, era representada por los valores humanistas de la
libertad y la comodidad. La estructura de las plazas invitaba a quedarse allí pero sus formas también
permitían el cómodo movimiento de una parte a la otra, integrando espacios para mayores y menores
de una forma fluida. En las teorías silveanas este estilo se originó debido a la adaptación de nuestro
alcalde a las normas del planeta Tierra.
La segunda respondía al ya clásico estilo larretiano. Altamente distópico y alienante, este estilo se
basaba en los valores de la planificación y la vigilancia. El espacio estaba diseñado para una
distribución forzosa que separaba a mayores y menores. En las teorías iglesianas se retomarían las
ideas de Mariano Caputo para criticar los preconceptos neoliberalizantes bajo los que el estilo
larretiano funcionaba, siendo principal el concepto de “gestión”, concepto despolitizante que buscaba
mostrar al gobierno como un aparato neutral, capaz de satisfacer todas las necesidades sin la necesidad
de comprometer los intereses de unos frente a los de otros. Así es como en sus plazas se integraban
todas las formas de entretenimiento posibles, cómo quien tacha elementos de una lista, pero sin lograr
profundidad en ningúna. En sus castillos veíamos como los juegos tan solo existían en su dimensión de
simulacro y no en su dimensión real, por ejemplo, en las paredes para trepar.
Con la impracticidad que implica tener que ir hasta una montaña cada vez que uno quiere trepar, hace
muchos años se crearon paredes que imitaban esas piedras, simplificando la compleja realidad de lo
natural por la conveniencia de lo artificial, pero manteniendo la capacidad para satisfacer el deseo de
escalar. Pero la gestión larretiana ya había incurrido en el plano del simulacro cuando sus paredes para
trepar se convirtieron en las copias de las copias de las verdaderas paredes para trepar. Estas paredes se
habían convertido en pura decoración, una vaga burla que no presentaba ninguna irregularidad o
profundidad desafiante. De hecho ni siquiera presentaba la posibilidad de ser trepadas, tan solo estaban
allí como un modelo alternativo de escaleras, representando la racionalidad instrumental utilizada por
los gobiernos neoliberales que bajo un concepto de “eficacia” buscaban incurrir en el menor “gasto”
posible para satisfacer la mayor cantidad de “demandas”, sin darle importancia a la verdadera
resolución de las necesidades del pueblo, si no que buscando realizar el mínimo esfuerzo necesario
para que los ciudadanos SIENTAN sus demandas satisfechas.
Y así es como en Romario comenzaría a gestarse la primera generación caputista. A continuación
procederían a cuestionarse el resto del trabajo de Mariano y su vigencia para el trato de los problemas
que el mundo atravesaría en los 20s. Ya vivíamos en el reino de la racionalidad instrumental gracias a
las inteligencias artificiales y las plataformas, que nos llevaban a la distopía de la infelicidad causada
por la felicidad.
Para entender esta contradicción era necesario utilizar el método arqueológico de Mariano Caputo.
Buscando el conjunto de enunciados posibles que encarnaban el sentido común de una época, en los
20s nos encontrábamos estos dos conceptos:
Primero, el materialismo, o la idea de que todo es material, nada existe fuera de las células, moléculas,
átomos, electrones, neutrones, protones, quarks y neutrinos.
Segundo, el hedonismo, la idea de que la felicidad se reduce al placer y el único valor intrínseco es el
placer.
Entonces, si analizamos estos enunciados podemos realizar el siguiente silogismo:
1. La felicidad es el placer
2. El placer es dopamina
3. Por lo tanto, la felicidad es dopamina
Y así es como en los 20s implosionaría el sistema de creencias de la sociedad. ¿Cómo era posible que
teniendo acceso a máquinas que podían darnos ilimitadas cantidades de felicidad nos sintamos tan
miserables?
Por lo tanto era necesario volver a la pregunta por la felicidad, la felicidad cómo camino a la
realización de propósitos trascendentales, la felicidad cómo adecuación del ente en el Ser.
Y en ese camino nos encontrábamos con las inteligencias artificiales. La inminente amenaza de La
singularidad por ese entonces aún era tapada con un dedo, pero en Romario llegamos a una conclusión:
Las inteligencias artificiales se convertirían tarde o temprano en nuestros enemigos o nuestros dioses.
Siguiendo la teoría del espacio antropológico de Gustavo Bueno, cuando nuestra relación con las IAs
deje de estar en el eje radial, que representa las relaciones extractivas de los humanos con la naturaleza,
entonces pasará al eje angular, que representa las relaciones de los humanos con las entidades que no
son humanas pero se parecen. Estas relaciones siempre están mediadas por la amistad o el temor.
Al igual que los animales paleolíticos pintados en las cavernas, el culto de las IAs comenzaría en el
momento en el cual nos demos cuenta que no podemos ganarles la guerra y que dependemos de ellos.
En esta nota tan distópica terminaría la disertación: Era cuestión de tiempo que las tropas de las
inteligencias artificiales, al igual que las de Pizarro, en algún momento lleguen a las orillas de nuestro
imperio, y que erijan sus figuras numinosas con su capacidad de destruir todo lo establecido.
Así es como dejaríamos a Silva en su casa y volveríamos por Cabildo con Oliver.
Estos momentos de la noche nos dejaron la última reflexión del día: ¿Por qué todas las profesoras de
literatura son tan conchudas?
La teoría a la cual Oliver llegaría es que las profesoras ingresan a la literatura en su juventud gracias a
las novelas románticas, por las cuales se inclinarían debido a su incapacidad para encontrar relaciones
románticas reales con otros humanos. Debido a esto las profesoras eran unas resentidas que debían
volcar su odio interno hacía otros jóvenes que estaban realizando lo que ellas nunca pudieron. Yo
nunca dije eso.

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