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eVrbs condita. La fundación de la ciudad.

Lopez Barja
 La polis no es, primordialmente, un conjunto de casas habitables, sino un lugar de ayuntamiento civil, un espacio acotado para
funciones pública-. La urbe no está hecha, como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar .. sino para
discutir sobre la cosa pública. J. Ortega y Gasset, La rebelión de las amasas, XIV, 6.
l. LA ROMA PREPOLIADA
l. El relato tradicional
 El relato sobre la fundación de Roma y el periodo de los reyes se contiene en una serie de autores de finales de la República
(Cicerón) y época augustea, de los que unos, los que más información apon:an, son historiadores (Tito Li vi o y Dion isio de
Halicam^) y otros, poetas cuyos versos pueden ser útiles para algunos aspectos concretos (Virgilio, Ovidio). Menor interés
tienen fuentes más tardías como Plutarco, que escribe en época de Trajano las biografías de Rómulo y Numa Pompilio, o Dion
Casio, bajo los Severos, cuya Historia de Roma se ha conservado muy mal para este periodo, aunque ocasionalmente algunos
detalles que aporta pueden importados. Un anónimo del sglo IV d.C., ti tul ad o Origen de la raza romana om^a (^^p gents
R^mnae) recopila diversas leyendas sobre la Roma anterior a Rómulo, cuyo valor es dudoso, pues no sabemos hasta qué punto
es una pura invención o, por el contrario, el resultado de la consulta de los diferentes autores que menciona. También anónimo
es el libro de pequeñas biografía s que la transmisión manuscrita atribuye falsamente a Aurelio Víctor y titulado ilustres de la
de Roma (De uñis iUustribus VrVrbis R^^j. Lugar aparte merece la tradición erudita, que se nos ha transmitido a través de
Marco Terencio Varrón (116-27 a.C.) y dos autores del s iglo 11 d.C. Aulo Geiio (Noches átim) y Sexto Pomponio Festo, cuyo
mérito estuvo en resumir la obra de un liberto que fue tutor de los nietos de Augusto, Marco Verrio Flaco, titulada S(^e el
significado de las pallabras (De signi). Las informaciones de estos llamados anticuarte tas resul tan crucial es ^para cual quier
intento de reconstnlir el entramado institucional de la Roma monárquica, pero menos relevantes para el relato de los
acontecimientos.
 Naturalmente, cada uno de estos autores no se limita a reproducir una tradición más o menos heterogénea sino que imprime
un sesgo determinado a su obra, que deberemos tener muy en cuenta, pues todos ellos tienen su peculiar visión de los orígenes
de su ciudad. Dionisio de Halicamaso (Gabba, 1991) quiere demostrar que Roma, en su crecimiento y expansión por el
Mediterráneo, se atuvo siempre al ideal griego y a sus principales virtudes: justicia, piedad religiosa, moderación y, sobre todo,
filantropía, reflejada en la generosidad con que integra a los vencidos y les otorga su ciudadanía. Roma secunda ese ideal no
porque lo haya aprendido sino, según sostiene Dionisio hasta la extenuación, porque es una ciudad griega desde el origen.
Grecia, por ramo, no está sometida a una ciudad bárbara, como denuncia la propaganda antirromana, sino propiamente
griega y el dominio que ésta ejerce se debe a su superioridad ética, la cual lo justifica y explica.
 Tan griega es Roma que Dionisio de Halicarnaso enumera nada menos que cinco oleadas de inmigrantes venidos de la
Hélade. Primero llegaron los aborígenes, originarios de la Arcadia, que expulsaron a quienes poblaban la cos ta tirrena, los
sículos -éstos sí, bárbaros-, forzados a trasladarse a Sicilia. Después vinieron los pelasgos, procedentes de Tesalia, a los que
siguieron los arcadios de Evandro, y en cuarto lugar, muchos en el ejército de Hércules, que regresaba tras haber conquistado
Iberia, quisieron quedase en el Capitolio, Al cruzar el Tíber, un ladrón llamado Caco le robó a Hércules las vacas que traía
desde Iberia, pero el semidiós lo descubrió, recuperó las vacas y mató a Caco. En honor al Aleda, Evandro estableció su culto
en un altar al aire libre, el ara maxiirn, junto al foro Boario.
 La quinta migración es la más importante. La protagonizan Eneas y sus compañeros, que arriban a Italia tras un penoso
viaje huyendo de la destrucción de Troya, de donde han podido salvar los dioses Penates y el Paladio, tesoro preciado pues
establece la continuidad religiosa entre Troya y Roma. En Italia, Eneas se encuentra con el rey Latino, un hijo de Hércules, que
se había criado con Fauno, rey de los aborígenes y le habla sucedido en el trono (Dionisio de Halicamaso 1,43). Livio señala a
este respecto la coexistencia de dos tradiciones contradictorias: según unos, Eneas derrotó al rey Latino, pero según otros, no
llegaron a enfrentarse. Por el procedimiento que fuese, Eneas reunió a sus seguidores con los aboríge nes, lo que dio origen a un
nuevo pueblo, los latinos, se casó con Lavinia, la hija del rey, y fundó en su honor la ciudad de Lavinio (hoy Pratica di Mare),
 No sabemos en qué momento se convirtió a Eneas en fundador de ciudades en Italia, contradiciendo la profecía homérica. En
efecto, en la Híada (20, 307 s.), Posición anuncia que Eneas reinará sobre troyanos, y lo mismo harán sus hijos y descendientes.
Sin embargo, varios autores griegos del siglo V a.C. citados por Dionisio de Halicamaso, como Helánico de Lesbos o Damastes
de Sigeon o el propio Aristóteles algo después, sitúan ya a Eneas en ltalia, y le tienen por el fundador de Roma o de alguna otra
ciudad. Parece que entre los autores griegos Eneas, pese a ser troyano, se integró pronto en el ciclo de los noscoi, erran tes por el
Mediterráneo. En Italia, el testimonio más antiguo son las estatuillas del siglo IV halladas en la etrusca Veyes, en las que se
representa a Eneas cargando sobre sus hombros a su padre Anquises; en Lavinio, la ciudad que él había fundado, un túmulo
del siglo vn fue reformado en el siglo [V para transformarlo, probablemente, en el heroon de Eneas (Holloway, 1994, pp. 139-
140).
 Es posible que la difusión de este personaje griego por Italia se viese ayudada por su identificación con una divinidad
indígena, en la que se transforma Eneas tras su muerte: Pater Indtges (Virgilio mencionará a Aeneas Indiges en Eneida 12,794).
Después, el campano Nevio (c. 235-201 a.C.) en su poema épico La guerra púnica menciona la estancia de Eneas en Cmago y las
artimañas de Dido, antes de la definitiva llegada del héroe a Italia. Otro poema, obra de Quinto Ennio (239-169 a.C.), titulado
Anuales, recogía en hexámetros la hisroría del pueblo romano desde Eneas hasta su propia época. Hasta que el genio de
Virgilio se impuso, los Armales de Ennio eran considerados como la epopeya nacional romana por antonomasia, citada o
aludida con frecuencia, gracias a lo cual conservamos un cierto número de sus versos.
 En Nevio y en Ennio, Rómulo y Remo son nietos de Eneas, pero desde fines del siglo m había ido abriéndose paso el
convencimiento de que tai vínculo era cronológicamente imposible. El sabio Eratóstenes había establecido la fecha de la caída
de Troya en el 1184 a,C, y situado la fundación de Roma en el 751-750 a.C., que acabara imponiéndose como fecha oficial
cuando la acepte el erudito Varrón, con una pequeña modificación (753 a.C.), en detrimento de otras posibles, como la que
había dado Timeo (814 a.C.). Para cubrir este vacío de más de cuatro siglos, hubo que inventarse una dinastía albana con once
o catorce reyes, según las versiones. Asf pues, se decía que el hijo de Eneas, Ascanio, también llamado Julo, fundó Alba Longa y
en ella reinaron él y sus descendientes, hasta Numitor, abuelo de Rómu- lo y Remo, De este modo se asociaba a Eneas con la
leyenda de los gemelos sin graves quebrantos cronológicos. La invención albana se ha querido atribuir al analista Fabio Píctor,
aunque es posible que éste dependiera de una fuente griega (según Plutarco, Vida de Pómulo 3, l, de un oscuro historiador
griego, Diodes de Peparecio —siglos iv-rn a.C.?).
 Amulio desplazó del trono de Alba Longa a su hermano Numitor, que tenia mejor derecho que él a reinar. Para evitarse
problemas, obligó a la hija de Numitor, llamada llia o bien Rea Silvia, a hacerse vestal, con lo que le impedía tener hijos,
porque las vestales debían mantenerse vírgenes. No consiguió su propósito, sin embargo, pues Rea Silvia se quedó embarazada,
debido a una violación según unos o por la intervención milagrosa del dios Marte, según otros. Rea Silvia recibió un castigo por
su delito y los gemelos que de ella nacieron, Rómulo y Remo, fueron depositados en una cesta y abandonados a su suerte sobre
la corriente del Tíber, en el sitio marcado en época histórica por una higuera llamada Ruminal (ficu Ruminafis). Se salvaron de
una muerte cierta, pues los encontró una loba que los amamantó cerca de la cueva conocida como Lupercal, en el Palatino. Allí
los descubrió un pastor, llamado Fáustulo. El y su mujer, Larentia, los acogieron como hijos y los criaron junto con los suyos
propios. Una interpretación racionalista, que recogen tanto Dionisio de Halicamaso como Livio, sugería que esta Larentia tal
vez fuese, en realidad, una prostituta, de las que los pastores llaman «lobas» y que ahí pudo radicar el origen de la historia.
Ciertamente, el relato tiene todas las trazas de un cuento popular, del que conocemos muchísimas versiones (Edipo, Sargón,
Ciro, Moisés): un futuro rey o gobernante, concebido por intervención divina, abandonado luego a una muerte segra y salvado
milagrosamente. Incluso la interpretación racionalista de la prostituta-loba que salva a los gemelos encuentra un eco lejano en
la hieródula que, en el Poema de Gilgamesh, rescata a Enkidú de la vida salvaje y lo introduce en la civilización,
 Rómulo creció y se fabricó una cabaña, junto al Lupercal, en la parte del Palatino que mira hacia el Circo Máximo (tuguríum
Romuli: en algunas versiones, sin embargo, la cabaña es posterior a la fundación de Roma). Después se descubrió la verdadera
identidad de los gemelos, quienes mataron a Amulio y repusieron en el trono a Numiror. Cumplida su mi sión, abandonaron
Alba Longa para fundar una nueva ciudad, en el lugar donde habíansido expuestos y criados. Para decidir cuál de ellos dos
sería el fundador se dispusieron a observar las señales divinas. Remo, desde el Aventino, vio seis buitres, pero Rómulo, situado
en el Palatino, vio doce. Discutieron por la interpretación del auspicio, porque Remo los había visto antes, aunque en menor
cantidad, y Rómulo lo mató entonces, aunque según otra versión lo hará después, cuando Remo salte desafiante por encima de
los muros que su hermano estaba levantando. La fundación de la ciudad, en el día de la fiesta pastoril de los Parüa (21 de
abril), siguió el rito etrusco: con un arado al que había uncido una vaca y un buey, Rómulo trazó un cuadrado en torno al
Palatino, con cuidado de levantar el arado allí donde debían ir las puertas de la muralla. Es el pomerum o recinto sagrado de
Roma.
 La leyenda sobre la infancia de Rómulo y Remo la conocían ya algunos escritores griegos de Sicilia a mediados del siglo IV.
En Roma y Eturia está atestiguada desde principios del siglo III a.C., pues en el año 296 a.C. los ediles Cneo y Quinto Ogulnio,
con las multas impuestas a los usureros, ordenaron fabricar unas estatuas de los niños fundadores bajo las ubres de una loba
para ponerlas junto a la higuera llamada Ruminal (Livio 10,23,11-12). Esas estatuas aparecen reproducidas en el reverso de
una emisión en plata del 269 a.C., una de las primeras en Roma, que tiene en el an verso a Hércules (Crawford, 1985, caps. 1 y
ll). Podríamos remontarnos algo más atrás en el tiempo, si se admite como prueba un espejo de autenticidad discutida y proce -
dencia incierta (fig. 2.1): fue comprado en Florencia en 1877 y se suele pensar que pro viene de Preneste, aunque se ha sugerido
también Bolsena. De ser auténtico, como cree la mayor parte de los investigadores, se fecharía hacia el 320-310 a.C. Presenta,
además de a una loba amamantando a unos gemelos, a otros personajes de identificación difícil que no encuentran acomodo en
la versión tradicional de la leyenda (el varón recostado de la parte superior parece Mercurio), tal vez porque el espejo recoja
una variante distinta. Si la magnífica estatua del Palazo dei Conservatori que representa a una loba (sin los gemelos, que son un
añadido moderno, del Renacimiento) guarda relación con alguna variante de la leyenda, podríamos retrotraer su aparición
hasta el siglo VI, pero por desgracia no hay datos que nos permitan llegar a una conclusión en ese sentido. En cualquier caso, es
probable que la leyenda se originase en un medio indígena, como los demás paralelos que se conocen de ella, aunque
posiblemente fue después adornada y modificada con motivos procedentes de mitos griegos como el de Telefo.
 Rómulo, como primer rey de Roma, necesariamente ha de fijar los fundamentos de su constitución. Así, se le atribuye la
creación de un primer senado, compuesto por cien pares y también la división del pueblo en treinta curias. Además, para
reforzar la nueva colonia, estableció un «asilo» para recibir a cualquier emigrante que a él se acogiese, en la depre sión
denominada «entre dos bosques» (inter duos lucos) y situada entre el Capitolio y el Arx. Con esto Roma creció en hombres,
pero aún carecía de mujeres suficientes. El fundador recurrió entonces a un ardid: en la fiesta del dios Consus (Consualia),
invitó a los sabinos del rey Tito Tacio a asistir a los juegos, ocasión que los romanos aprovecharon para raptar a las mujeres
sabinas. La guerra que siguió acabó en tablas, con la unificación de los sabinos y los romanos en una única c/uiws y con Tito
Tacio y Rómulo como corregentes. De la muerte de Rómulo, la tradición daba también dos versiones: una decía que
desapareció durante una tormenta para convertirse en el dios Quirino; otra aseguraba que lo asesinaron los parres y
despedazaron su cuerpo para que nadie pudiera acusarles del crimen.
 Tras Rómulo reinaron en Roma tres reyes: Numa Pompilio, Tulo Hostilio y Anco Mar- cío. No estaban emparentados entre
sí, aunque algunos autores intentaron crear una «dinastía sabina» haciendo a Numa yerno de Tito Tacio y asimismo abuelo
materno de Anco Marcío. De cualquier modo, es seguro que no deben el trono a la herencia sino a la elección. Tras la muerte
del monarca se abre un interregno más o menos prolongado (más de un año en alguna ocasión): las decurias en que se divide el
senado (diez senadores) se van sucediendo en el gobierno y en su seno cada senador ocupa el cargo de interrex durante cinco
días. Su misión primera es buscar el candidato adecuado y cuando lo encuentran, lo someten a la aprobación del senado y
después a la ratificación del pueblo reunido en curias, aunque este último punto puede faltar en aquellos autores menos
proclives a reconocer rasgos democráticos en los mismos orígenes de Roma. Numa Pompilio era sabino y según la tradición a él
se le atribuye el primer calendario, donde se fijan las fiestas religiosas, y a él también se remontan casi todos los sacerdocios
romanos: flámines, augures, vestales, pontífices, feciales y salios.
 El retrato que nos presentan de él insiste en su religiosidad hasta el punto de decimos que tenía frecuentes conversaciones con
una ninfa o diosa llamada Egeria. Parece que en algún momento se le consideró discípulo de Pitágoras de Samos, una aso-
ciación que respondía a los esfuerzos de Roma por construirse una historia respetable a ojos de los griegos. Por la misma razón,
a principios del siglo Ul a.C. había una estatua de Pitágoras nada menos que en un extremo del Comicio (Piinio Histaha natural
34,26). Reaccionan contra esta idea Cicerón y Livio, que la tienen por imposible, pues Pitágoras llegó a Italia hacia el 580-579
a.C., un siglo después de Numa. Plutarco intenta salvar la tradición refiriéndola a otro Pitágoras, un espartano que había
vencido en los juegos olímpicos en 716-715 e invocando el presunto origen lacedemonio de los sabinos (Vida de Nwna 1,4). Tra s
Numa subió al trono Tulo Hostiiio, responsa ble de la destrucción de Alba Longa, metrópolis de Roma. La leyenda contaba que
la guerra entre ambas no se había dirimido en campo abierto sino eligiendo cada una a tres hermanos que se enfrentaron entre
sí. De los tres Horados designados por Roma murieron dos, pero el tercero logró acabar, uno tras otro, con los tres Curiacios de
Alba. La ciudad fue destruida poco después, sus ciudadanos, trasladados a Roma y sus principales familias (la Julia entre
ellas), incorporadas al senado, que ganó así cien nuevos patres. A Anco Marcio la tradición le atribuye una prolongada y
victoriosa guerra contra los latinos y la fundación de la colonia de Ostia, en la desembocadura del Tíber.
2. Crítica del relato tradicional
 El análisis pausado y objetivo de la tradición revela su indudable y nítido carácter etio- lógico. Su principal finalidad es la de
explicar los nombres de diversos lugares y monumentos de Roma, encontrar una causa (en griego, nítín- de ahí, etiológico) que,
de acuerdo con las reglas del pensamiento mítico, ha de residir por fuerza en algo excepcional acontecido en el más remoto
pasado, en el tiempo primordial, en los orígenes. En su forma más sencilla, la tradición simplemente establece una relación
etimológica entre un topónimo y algún personaje notable de la leyenda: el Janfculo, dicen, deriva de ]ano, rey de los aborígenes
y el Aventino se llama así por un rey homónimo de la dinastía albana enerrado allí. En una forma má elaborada, se incorporan
varios elementos que confonnan un relato amplio. La historia sobre el nacimiento de Rómulo y Remo <<explica» toda una serie
de lugares del Palatino, como el Lupercal o la «cabaña de Rómulo», o del foro, como la ficus Ruminal's, El rapto de las sabinas
y la guerra que siguió resultan aún más productivos para la toponimia del Capitolio y del foro. Comienza con la traición de
Tarpeya, que codiciaba los brazaletes que los sabinos lucían como adornos y se comprometió a franq uearles el camino hasta el
nrx, en el Capitolio, a cambio de que le diesen «tío que llevaban en su brazo izquierdo». Ocupada el arx, los sabinos le
arrojaron sus brazaletes, pero también sus escudos y Tarpeya murió aplastada por ellos, dando nombre a la roca desde donde,
a partir de ese momento, se despeñaba, precisamente, a los culpables de traición.
 El carácter etiológico es indudable: se explica el lugar designado para la ejecución de la pena por un suceso dramá tico
ocurrido en los primeros momentos de la ciudad. En el combate posterior entre romanos (Palatino) y sabinos (del Quirinal y el
Capitolio, ocupado gracias a Taarpeya), cuando los primeros retroceden ante el empuje de sus enemigos, Rómulo invoca a
Júpiter SraWr (<<el que detiene») y frena así la retirada de los suyos en el preciso lugar donde luego se aba rá el templo de
Júpiter Sraror, en la parte oriental del Coro (no conocemos su emplazamiento exacto: Coarelli (*1995, pp. 105-106) ha
propuesto situarlo donde se alza el <<tempío llamado de Rómulo», pero la cuestión permanece abierta). Y el lacus Cundes, en
la parte occidental, recibe su nombre en recuerdo de un fanfarrón jefe sabino, Mettius Curtms, que e hundió en él junto con su
caballo, durante el combate (Dioniso de Halicarnaso 2,42,5-6 y Plutarco, Vida de Rómulo 18,5). Así lo cuenta también Livio en
1.12-13,5, clara que en 7,6,3-5 da una versión distinta: ahora se trata de un joven romano, M. Cundes, que se ofrenda a sí
mismo a los dioses manes introduciéndose voluntariamente en la profunda grieta que, de modo milagroso, se ha abierto en el
foro, para asegurar con su sacrificio la eternidad de Roma (362 a.C.). Cuando se firmó la paz, las conversaciones entre
romanos y sabinos se desarrollaron en el lugar que, desde entonces, se reservará para la asamblea y cuyo nombre viene a
significar «reunión»: el Comicio (Dion Casio, frag. 5,7). La capital de los sabinos (Cures) sirve para explicar el nombre con el
que los ciudadanos romanos se denominaban a sí mismos (de Cures, QuiriteS) y la colina «sabina» de Roma (el Quirinal). Las
curáe que entonces fundó Rómulo reciben sus nombres por el de las sabinas raptadas (por eso en alguna versión las raptadas
fueron sólo treinta, es decir, tantas como curias).
 Los historiadores antiguos, en reiteradas ocasiones, dejan constancia de sus dudas e incluso de su incredulidad ante las
tradiciones, a veces fantásticas o bien contradictorias, que ellos recogían. Livio, al comienzo de su libro sexto, apunta: Lo que
hicieron los romanos, desde la fundación de la ciudad hasta que fue tomada, lo he expuesto en cinco libros..., sucesos rodos muy
oscuros, por su misma antigüedad, como ocurre con aquello que, debido a su lejanía, apenas llegamos a ver, pues, en primer
lugar, por entonces se empleaba poco la escrirnra y era una sola la custodia fiel de la memoria del pasado: y en segundo lugar,
porque si había algo en los libros de los pontífices y en orws escritos, públicos o privados, la mayor parte pereció en el incendio
de la ciudad. (6,1,1-2)
 Livio era escéptico y tenía una buena razón que lo respaldaba: el incendio de Roma, tomada por los gal os en el 390 a.C.
Paradójicamente, quienes defienden la fiabilida d de la tradición han prerendido rechazar y tener por inventado ese incendio
del 390 o aminorar mucho sus consecuencias. Sin embargo, Livio no es taba solo: No obstante, un tal Clodio, en su
Comprobación de ios tiempos -pues algo así es el título de su librito- sostiene que aquellos antiguos registros desaparecieron en los
desgraciados sucesos celtas de la ciudad, y los que ahora se conservan son una falsificación debida a hombres condescendientes
con ciertas personas que, de origen huimilde, pretenden introducirse en las familias principales y en las casas de más aholengo .
(Plutarco, Vida de Nwma 1, 2, traducción de A. Pérez Jiménez)
 Ese tal Clodio se suele identificar con Quinto Claudio Cuadrigario (que vivió a principios del siglo 1 a.C.), quien, en
coherencia con su escéptica opinión, no comenzó sus anrales con la fundación de Roma sino con la invasión gala del 390.
Cicerón, por su parte, se ríe de los ingenuos que creían a pies juntillas que Numa conversaba con Egeria y que un águila le
impuso el gomo a Tarquinio (Sobre las leyes 1,6). En otro lugar, hace referencia a las falsedades que se introducían en los
elogios fúnebres, al encomiar a los antepasados del muerto: consulados inventados, linajes fantásticos, triunfos falsos (Bruto
62). La tentación de «mejorar» el pasado nunca es fácil de resistir, pero más allá de estas adulteraciones deliberadas y de las
pérdidas provocadas por guerras, incendios y la humana desidia, debemos preguntarnos qué fuentes tenían a su disposición
nuestros informadores, y esto merece, cuando menos, párrafo aparte.
 El primer autor romano del que sabemos que compuso alguna clase de relato histórico fue Fabio Píctor, quien lo escribió en
griego durante la segunda guerra púnica. Muy pocos fragmentos se nos han conservado de él. Abundan en cambio los tomados
de los Orígenes de Catón el Viejo (234-148 a.C), donde se exponían las leyendas sobre los comienzos, no sólo de Roma sino
también de los distintos pueblos y ciudades de Italia. Catón es un caso apane, porque los restantes autores se engloban dentro
del género, muy definido, de la historia local (semejante al de los llamados atidógrafos), que en Roma se conoce como ana-
lística, debido al título de sus obras (Annnies) y a su rígido esquema compositivo: exponen los acontecimientos año por año. Se
caracteriza también por su interés preferente por lo ocurrido en la misma ciudad de Roma. por anodino que fuese. Casi todos
los analistas eran senadores, y muchos del más alto rango, lo cual es lógico, porque la historia de una oligar quía sólo puede
contarse «desde dentro», por quien pertenece a ella. Después de Fabio Píc- tor y de L. Cincio Alimento, hubo otros diez
analistas que escribieron sus obras entre ell55 y el 120 a.C. (el importantede ellos. Lucio Calpurnio Pisón Frugi, fie cónsul en el
133 a.C.) y ttras un periodo de inactividad, a^mra la segunda analística, a partir del 80 a.C.: Quino Claudio Cuadrigario,
Licinio Macro, Valerio Anciate y Quinto Elio Tuberón.
 Muy poco se nos ha conservado de estos autores, por lo que no podemos hacernos una idea muy clara de cuál era el contenido
de sus relatos. Se suele emplear la metáfora del <<reloj de arena» para indicar que, según parece, eran más detallados y
prolijos tanto en lo referente a los orígenes como a lo contemporáneo, pero mucho más escuetos para el periodo intermedio. En
todo caso, son el eslabón perdido, porque sobre ellos se apoyaron los historiadores como Livio, cuyas obras sí conocemos, pero
todos estaban ya muy alejados de los hechos que narraban, pues, como queda dicho, el más antiguo, Fabio Píctor, vivió a fines
del siglo IU, trescientos años después del comienzo de la República. Importa mucho determinar qué fuentes pudieron emplear
para construir sus annales. Los investigadores modernos han propuesto cinco tipos: Los anuales maximi. Todos los años, el
pontífice máximo exponía en la rega una tabla blanqueada donde había anotado los acontecimientos de ese año; después, el
contenido de la tabla se transcribía en los llamados annales maAimi. Sobre su contenido, no estamos bien informados. Una fuente
muy tardía (Servio Daniel) dice que allí se consignaba el nombre de los cónsules y de otros magistrados y los principales
acontecimientos sucedidos en la ciudad de Roma o bien en la guerra. Catón el Viejo consideraba aburrido su contenido, nada
relevante, tan sólo los periodos de escasez en Roma o las veces que hubo un eclipse (frag. 77 Peter = frag. IV.l Chassignet = Aulo
Gclio 2,28,4-6).
 No está claro en qué momento comenzaron a redactarse, pero es probable que las noticias de la época de los reyes fueran una
elaboración posterior. Sabemos también que la exposición de la tabla blanqueada dejó de hacerse con P. Mucio Esccvola
(pontífice máximo en 130-115 a.C.) y que este mismo Escévola publicó los annales ^maximi, considerablemente ampliados, en
80 libros, aunque en opinión de Frier (1999), la edición es mucho más tardía, ya bajo el emperador Augusto. Había también
otros documentos, como una lista de magistrados conocida con el nombre de libri íínteí porque estaban escritos sobre lino
^orno el calendario litútgico etrusco de la momia de Zagreb. La lista se conservaba en el templo de Juno Monera y Licinio
Macro (muerto en 66 a.C.) la utilizó para sus annales, según podemos ver por las referencias de Livio (4,7,3-12, etc.).
– Los historiadores griegos interesados por Occidente no podían dejar de advertir la creciente importancia de Roma. Esto es
particularmente claro en Tiimeo de Tauromenio (muerto en 260 a.C.) y en los autores dedicados a escribir Sikeíika
(«historias de Sicilia» a imitación de las «historias de Grecia» o Hellerni), un género muy antiguo, nacido a mediados del siglo
v a.C., que pronto tuvo que tomar partido en el conflicto entre Roma y Car- tago. Filino de Agrigenro relató la guerra por la
dominación de Sicilia entre cartagineses y romanos con un sesgo decididamente contrario a estos últimos. Es probable que la
histo-
riografía romana surgiera, de la mano de Fabio Píctor, precisamente con la intención de rebatir las acusaciones que
presentaban a Roma como una ciudad bárbara (Fabio Píctor escribía en griego, lo cual puede indicar que no estaba
pensando en un público romano). Oros autores griegos adoptaron esta misma idea, reivindicando una Roma helénica, hasta
culminar en la agotadora demostración de Dionisio de Halicarnaso
— Crónicas locales, en parricular etruscas, a las que alude el emperador Claudio en una tabla de bronce que se ha conservado
(bronce de Lyon, CIL XIII, 1668: traducida infra, p. 38), pero rambién algunas escritas en ciudades griegas de Italia. Varrón,
por ejemplo, aludía a las «historias etruscas» (Censorino, Sobre el natalicio, 17,6) y las inscripciones de los Spurinna (elogia
Tarquiniensia) revelan, en época de Claudia, un conocimiento preciso de las hazañas de sus antepasados del siglo IV a.C. En
cuanto a las ciudades griegas, Dionisio de Halicarna- so introdujo en su Hiswria arcaica de R^m una larga digresión (7,3-6)
sobre la vida del tirano Aristodemo de Cumas, en la que los autores modernos han creído descubrir trazas de una «crónica
cumana», convertida luego, en época helenística, en un relato de las aventuras de Aristodemo, tirano de Cuma, para el que se
han propuesto diversos autores, como Hipero- co, en el siglo lv o Timeo en el ül (Aifoldi, 1965, pp. 56-72). Aunque no tenemos
pruebas, tampoco cabe descartar la existencia de tradiciones de carácter histórico en algunas ciudades latinas, a imitación de
las etruscas o griegas.
— Nuestros informadores afirman en algunas ocasiones haber visto personalmente determinados «documentos auténticos» del
periodo de los reyes o bien del siglo v a.C. como por ejemplo el tratado que firmó el rey Tarquinio el Soberbio con Gabios,
escrito sobre un escudo de piel y madera, y conservado en el templo del Quirinal dedicado a Dius Fidius, el dios que en Roma
simboliza la fides, la lealtad que ha de gobernar siempre los pactos (Dionisio de Halicamaso 4,58,4; Festo, p. 48 Lindsay). Lo
cierto es que son muy pocos, apenas llegan a quince y en su inmensa mayoría se refieren al siglo v a.C. Además, hay motivos
fundados para creer que no siempre supieron interpretarlos adecuadamente teniendo en cuenta lo arcaico del latín en el que
estaban redactados (cfr. Polibio 3,22,3). Dionisio de Halicarnaso (3, l, l) parece creer que el cipo del foro descubierto bajo el
lapis niger (véase infra, p. 43) contenía una enumeración de las hazañas del abuelo del rey Tulo Hostilio, supuestamente
enterrado allí, lo cual indica que no entendió en modo alguno el dificilísimo texto grabado sobre él.
— La tradición oral, sin duda la más importante de todas, aunque fuente a su vez de nuevas incertidumbres. Los historiadores
del siglo X!X (subre todo G. Niebhur) daban mucho crédito a las historias de familia que se repetían en los elogios fúnebres y
cantos de banquete (carmina conuútalia), donde se relataban las hazañas de remotos antepasados. No parece que estos
panegíricos hayan dejado una huella profunda en la tradición sobre la Roma de los reyes, donde los grandes linajes de la
República apenas aparecen y en todo caso, no podemos confiar en que por este medio se haya conservado de un modo fiable
el pasado más antiguo de la ciudad. Lo que sabemos sobre la tradición oral nos lo impide. Naturalmente, es posible que
algunas familias conservasen «documentos» antiguos, pues de forma habitual los magistrados guardaban en sus casas los
escritos referentes a su actividad pública, en lugar de depositarlos en un archivo. Dionisio de Halicarnaso afirma haber visto
en una casa particular tablillas referentes al censo de 393-392 a.C. (1,74,5).
 Para concluir, regresemos al punto de partida. Nuestro conocimiento de rodas estas tradiciones sobre la Roma de los reyes
depende, en lo esencial, de dos historiadores de época augustea, a los que hoy día ya no podemos considerar como meros
transmisores, simples copistas sin nada de originalidad: Dionisio de Halicarnaso y Tito Livio. Los esfuerzos seculares de la
«investigación sobre las fuentes» (en alemán .Queííenfoschung), meritorios en ramos sentidos, pretendían remontarse en la
cadena de transmisión hasta encontrar al «historiador originario», el único verdaderamente creador. Esto llevó a veces a
opiniones excesivamente radicales, como la de A. Alfoldi (1965, cap. IV), quien echaba la mayor parte de la culpa sobre los
hombros de Fabio Pícror, auténtico «fabulador», que falsificó deliberadamente la historia, en especial atribuyendo a la Roma
primitiva un predominio sobre la liga latina del que, en opinión de Alfoldi, carecía completamente. La Quelíenfoschung partía
de un presupuesto erróneo: el de que Livio y Dionisio de Halicarnaso se limitaron a parafrasear sus fuentes añadiendo simples
adomos retóricos, según la técnica de la arnpíifi- caito.
 Según las versiones más radicales, Livio utilizaba una «fuente única», a la que se ate nía servilmente durante largos pasajes
para abandonarla luego por otra y así sucesivamente. La narratología, a partir de Hayden White, ha modificado radicalmente
la perspectiva, reivindicando el papel de Livio o Dionisio de Halicarnaso como autores de un cexto (Miles, 1995, Fox, 1996). No
pretende descubrir una «verdad», llegar a la realidad que se esconde tras el relato, sino enfrentarse a un texto (que es opaco) y
establecer qué concepto de «verdad» utiliza, el cual siempre está culturalmente determinado. Dionisio de Halicarnaso adopta
un posición crédula, pues su intención manifiesta es encomiástica. El historiador, sostiene él, sólo debe recoger hedlOs o
palabras éticamente válidos, para inspirar en el lector el deseo de imitar unos y otras. Llevando al extremo cierras ideas
tucidideas sobre lo inmutable de la naturaleza humana, presupone unas costumbres e instituciones idénticas o muy parecidas a
las de su propia época. Por esa razón, no tiene reparo en incluir una famosa frase de Julio César en un discurso (4,11,6) ni
tampoco en atribuir a Rómulo una extensa y compleja «constitución» (2,7-29), procedente de un panfleto, probablemente silano
(según Gabba, 1960), que pretendía legitimar las reformas del dictador aduciendo tan noble y primigenio precedente.
 Livio, por el contrario, mantiene una acritud mucho más compleja ame la tradición, por lo que no es extraño que los
narratólogos lo acaben convirtiendo casi en un colega suyo, atribuyéndole el mismo escepticismo que ellos defienden. Livio,
ciertamente, no esconde las contradicciones, sino que las presenta ame el lector, como hace con las dos versiones sobre las
relaciones entre Eneas y Latino (1, l) o sobre la muerte de Remo (1,7,1-12) o, como vimos, el Lago Curcio. Es muy consciente de
la fragilidad de los testimonios sobre los que ha de apoyar su historia, a menudo inventados como él sabe muy bien. En último
término, consigna su relato no porque lo coisidere auténtico sino porque existe como tal relato. Le importa no tanto el pasado
(res gestae) cuanto el recuerdo que conservamos, auténtico o no, sobre ese pasado rerum gestarum). Esa misma razón es la que
nos ha convencido a nosotros de que debíamos también incluir en este libro las leyendas sobre la fundación de Roma y los
primeros reyes: aunque probablemente falsas, son parte de su historia.
3. Arqueología: Roma y el Lacio
 Isaac Ncwmn dejó firmemente asentado, en el siglo xvn, que la dinastía de los reyes de Roma era inverosímil porque eran
demasiado pocos, tan sólo siete, para un período de 245 años. La objeción era de fuste y movió a los partidarios de la tradición
a sugerir que la lista podía estar incompleta: tal vez falten algunos reyes, alegan. Por otro lado, sus nombres (salvo Rómulo)
suenan hisróricos, porque no se asocian a topónimos ni a linajes republicanos y respetan la estructura bimembre que se impuso
en el siglo vu. Claro que la historicidad de los reyes no necesariamente implica la de sus acciones. Para eso se ha recurrido a la
arqueología que, según se suele decir demasiado a menudo, «confirma, en lo esencial, el relato de la tradición». El consenso
entre los arqueólogos distingue cuatro fases en la evolución de la cultura lacial desde finales de la edad del Bronce (fig. 2.2).
 En Roma, los comienzos de la cultura lacial (fases 1 y ITa) los conocemos por una serie de tumbas, descubiertas y excavadas
por G. Beni entre 1902 y 1911, situadas en el foro, junto al templo de Antonino y Faustina, y que han dado nombre al lugar
conocido como <<sepolcreto» (fig. 2.3). De las 4! tumbas, 13 son de incineración, simples pozos en el suelo donde se depositó un
gran recipiente cerámico (dolium) con la urna cineraria, que en ocasiones tiene forma de cabaña, y un modesto ajuar con restos
de alimentos, estatuillas de terracota y objetos cotidianos. Otras 24 son de inhumación: los cuerpos fueron colocados en awúdes
de madera y es probable que sean algo más recientes que i,^ de incineración porque en sus ajuares, igualmente modestos,
aparecen por primera vez algunos vasos griegos de importación (Holloway, 1994, pp. 27-33). De los restantes yacimientos del
Lacio, el m<ís importante es el de Osteria dell' Osa (antigua Gabios) (cfr. Holloway, 1994, pp. 103-113 y Smith, 1996, pp. 57-
70). En el sector noroeste de la necrópolis, correspondiente al periodo lacia! IJ, la responsable de las excavaciones, A. M. Bietti-
Sestieri encontró dos grupos con unas características muy definidas: en cada uno, unas cuantas tumbas de incineración de
varones estaban rodeadas por otras de inhumación para varones, mujeres y niños. Infirió de los datos que la sociedad coetánea
a la necrópolis era relativamente «igualitaria», con diferencias fundadas sobre la edad, el prestigio y el sexo, y tenía como
unidad básica la «familia extensa» en torno al pat.er familias, embrión de la futura gens (sobre la Cual véase 11.2).
 Por el tamaño de los enterramientos descubiertos en el Lacio y las distancias que los separan parece que debemos pensar en
pequeñas aldeas bastante dispersas, que es el tipo de poblamiento al que, según se cree, responde un conocido texto de Plinio el
Viejo (Hiswría Natural, 3,5,68-70). El naturalista enumera, por orden alfabético, los treinta popuH Aíben- ses que participaban
en lo que luego se convertirá en las feiae Latinae, esto es, el banquete sagrado en honor de Júpiter Latiaris en el monte Albano
(el actual monte Cavo): albanos, esolanos, accienses, abolanos, bubetanos, bolanos, cusuetanos, coriolanos, fidenates, fore- tos,
hortenses. latinienses, longulanos. manates, macrales (o macnales), muníenses, numi- nienses, oliculanos, ocrulanos, pedanos,
poluscinos, querquetulanos, sicanos, sisolenses, tolerienses, tutienses, virnitelaros, velienses, venetulanos y vitelenses. Añade a
continuación Plinio: <<así, del antiguo Lacio, perecieron cincuenta y tres pueblos sin dejar rastro», Muchos nombres de esta
lista nos son completamente desconocidos. Otros podemos reducirlos a topónimos de diversas localidades del Lacio, como Alba
Longa (albanos), Bola (bolanos) o Fidenas (fidenates). Lo más llamativo es la ausencia de los principales núcleos del Lacio,
como Preneste, Aricia, Lavinio, o la propia Roma, de la cual se mencionan, a cambio, algunos lugares concretos, como el Celio
(los querquetulanos) o la Velia ( velienses). Esta información de Plinio nos hace pensar que en el Lacio había en esta época un
poblamiento disperso. de aldeas pequeñas, dos de entre ellas situadas en orras tantas colinas de Roma, que se reunían
ocasionalmente en un santuario religioso, una imagen que la arqueología no contradice.
 No conocemos muchos de esos nombres probablemente porque desaparecieron como consecuencia de las radicales
transformaciones que experimentó el poblamiento en la fase siguiente (llb-Hl). Tal sucedió en Alba Longa, que vio truncada su
evolución y no llegó a constituirse nunca en ciuitas sino que entró en decadencia hasta despoblarse casi por com pleto. Nada hay
en el registro arqueológico que permita hacer a Roma responsable de ese declive, como quiere la tradición, con grave
quebranto, además, de la cronología, pues el supuesto causante de la destrucción, Tulo Hostilio, reinó a principios del siglo vn,
cuando hacía más de cien años que Alba Longa había desaparecido como enclave habitado. A fines del siglo VH algunas aldeas
como Monte Cugno (la antigua Ficana) o Castel di Décima (¿la antgua Politorium?) se hallaban en claro declive, y nunca
llegaron a convertirse en ciudades. Otras aldeas, en cambio, se. desarrollaron y expandieron como consecuencia probable de un
incremento demográfico. Así ocurrió en Gabios, Lavinio, Sátríco, Tibur y las colinas de Roma.
 En esta fase (Ilb-111), en Roma cesan los enterramientos en el foro, reemplazados por una gran necrópolis de inhumación en
el Esquilino, con tumbas de fosa y de cámara, cerca de Santa Maria Maggiore, muy mal conocida porque salió a la luz a me -
dida que se iba edificando a toda prisa un nuevo barrio entre 1872 y 1884. Puesto que hay claras diferencias entre estas tumbas
del Esquilino y las del foro, durante algún tiempo se creyó haber obtenido confirmación arqueológica para la dicotomía
originaria ente «romanos» (foro) y sabinos (Esquilino), aunque luego se impuso la idea de la sucesión cronológica entre ambas
necrópolis. Para esta fase, tenemos indicios de habitación en el Palatino por los fondos de tres cabañas excavados en 1949, en el
área del Germal, Tienen un plano rectangular, con las esquina- redondeada , y la más grande mide 4,80 x 3.40 m. El suelo está
excavado en la roca, donde se aprecian las huellas de los pilares que servían para sustentar la techumbre. El material más
antiguo asociado a ellas se data hacia el 750, y fueron destruidas a fines del siglo VII
 Las recientes excavaciones de A. Carandini (cfr. 1997, apéndice VIH) en la ladera sep tentrional del Palatino han sacado a la
luz una muralla y restos de una estructura de madera que su descubridor identifica con la puerta Mugonia, todo ello fechado
hacia 725 a.C. Diversas leyendas asocian a Rómulo con el Palatino, pues allí se situaba el Lupercal (que los arqueólogos no han
podido localizar) y, en época tardorrepublicana se alzaba una tosca cabaña (el twgurium Romuíi, del que ya hemos hablado),
venerada como residencia del mítico fundador, junto a la cual puso su casa Augusto, elnuevo Rómulo. Tácito (Añónales 12,24)
nos ha conservado incluso los límites originarios de esa primera «ciudad». Al comentar la ampliación del pomerium que llevó a
cabo Claudio, el historiador introduce una digresión erudita para indicar los cuatro puntos de referencia marcados por
Rómulo en torno al Palatino (la Roma q^uadrata): el ara maxma, el altar de Conso, las cunde ueteres y la capilla de los Lares,
El carácter etiológico de la leyenda se pone una vez más de manifiesto, pues fue durante la fiesta de Conso (los Consual.ia)
cuando los romanos raptaron a las mujeres sabinas. Ese primer pomeiium es el que Carandini sostiene haber descubierto como
confirmación del relato tradicional que hace de Rómulo el fundador de Roma.
 Hay problemas, sin embargo, para aceptarlo así, pqrque, como el propio Carandini reconoce (1997, p, 517), no se entiende
que la regia, es decir, la casa del rey (desde Anco Mar- cío en adelante) y el santuario de Vesta se sitúen entonces fuera del
(Jomerium, el cual no se ampliará hasta Servio Tulio. Una aldea de cabañas ceñida por una muralla no constitu ye una ciudad,
que es una idea jurídica y política, como veremos más adelante. Denominar a esa muralla j>omer'um simplemente prejuzga la
solución del problema y en este caso crea algunas dificultades, como acabamos de señalar.
 Otros dos textos de un mismo pasaje de Varrón suelen citarse ahora porque supuestamente pueden ilustramos acerca de esta
fase arqueológica. El primero de ellos (Sobre la. lengua latina 5,48) es una alusión a un muro de tierra en las Carinas, la zona
que une el Opio con la Velia, La interpretación tradicional ve en ee muro un tfagr arcaico que delimitaba la ciudad del
Palatino, ahora ya más extendida incluyendo la Velia, frente a la cual el Esqui lino, como necrópolis, quedaba fuera, Sin
embargo, parece preferible ota lectura (Martí- nez-Pinna, 1999, p. 139), que asocia ese muro con otro mencionado también por
Varrón, más adelante (5,50), que ceñía el Esquilino y el Cispio, de modo que el hábitat de referen cia para el muro de las
Carinas no es Palatino-Velia sino Opio-Fagutal-Esquilino.
 «Donde ahora está Roma, fue designa do con el nombre de Septimontíwm, "Los Siete Montes" por tantos montes cuantos
después la ciudad abarcó con sus mutos». Este es el segundo texto aludido de Varrón (Len^^ latina 5,41, traducción de L A.
Hernández Miguel). En la descripción del Septimontium que viene a continuación, nuestro erudito menciona el Capitolio, el
Aventino y, de modo separado, los santuarios de los argeos, unas figuras humanas maniatadas, hechas de junco, que los días 16
y 17 de marzo una procesión iba colocando en sus veintisiete santuarios, donde permanecían depositadas hasta el 15 de mayo,
cuando las recogían y arrojaban al Tiber desde el puente Sublicio. Estos santuarios se distribuyen por las cuatro partes de la
ciudad, a saber: Suburana (el Celio, las Carinas, la Subura), Esquilina, Colina (Quirinal, Viminal) y Palatina. Si Varrón
pretendía enumerar los Septmontium y no simplemente las capillas de los argeos, lo cual dista de estar claro, entonces su lista
tiene seis nombres, no siete. La otra que tenemos, la que da Antistio La- beón (en Festo p. 476 L), contiene ocho: Palatino,
Veba, Faguta!, Subura, Germa!, Opio, Celio y Cispio. Normalmente, se suele preferir esta última enumeración porque en ella
no aparecen ni el Capitolio ni el Quirinal, es decir, la parte «sabina» de Roma e incluso se ha querido explicar la discordancia
numérica aduciendo que Septímonrtíum no procede de sep- (siete) sino de saepwm monium, esto es, el «cercado de los montes»,
unidos, ¡cómo no!, por una muralla.
 En conclusión, los intentos denodados por hacer coincidir ciertos pasajes de la tradición, erudita o histórica, cuya cronología,
por lo demás, desconocemos, con los restos arqueológicos no han dado los resultados apetecidos. Sólo puede decirse que nada,
ni en la tradición ni en el registro arqueológico, autoriza a pensar que Roma fuese una duiíes antes del periodo orientalizante.
En las colinas, se han descubierto aldeas parcialmente delimitadas por muros y también necrópolis, y ciertas referencias a ritos
arcaicos, como el Septi- ^monttum o los argeos, pueden querer decir que existían lazos religiosos que sirvieron para, en cierta
forma, aglutinar a algunas de ellas. Lazos, en cualquier caso, muy débiles, según parecen indicar las excavaciones más
recientes, que inciden, precisamente, en la dispersión del poblamiento más antiguo en las colinas de Roma.
II. EL SIGLO VI. LA FUNDACION DE LA CIUDAD
Los Tres reyes: L. Tarquinio, Servio Tulio y Tarquinio el Soberbio
 El relato analístico sobre los tres últimos reyes de Roma, que ocupan todo el siglo VI, arranca con un personaje griego,
Demarato de Corinto, miembro de la ilustre familia de los Baquíadas, que se vio forzado a emigrar cuando en su ciudad se
impuso la tiranía de Cipse- lo (657 a.C.). Demarato se había hecho rico comerciando con Etruria, de modo que se trasladó allí y
les puso a sus dos hijos nombres etruscos: Arrume y Lucumón. Al morir Demarato y Arrunte, Lucumón intentó hacerse un
lugar en Tarquinia, la ciudad en la que se habían establecido y donde él se había casado con una mujer etrusca, Tanaquil.
Como no lo consiguió, se trasladó a Roma con su familia y mudó su nombre etrusco por otro latino, que indicaba su
procedencia: Lucio Tarquinio. En Roma, le sondó la fortuna. Anco Marcio lo acogió y lo apoyó y a su muerte, el pueblo lo
nombró rey. Determinados hechos de su reinado se repiten, en el relato analístico, referidos al segundo de ios Tarquinios:
ambos, por ejemplo, tomaron parte en la construcción del Capitolio y de la cloaca máxima. Estos dobletes han hecho dudar a
algunos autores modernos de la existencia de dos Tarquinios. Suponen que pudo haber uno solo, dedoblado luego con el fin de
incrementar la l'sta de reyes y colmar el lapso de 245 años entre la fundación de Roma y la expulsión de los reyes (7
generaciones de 35 años son 245 años, justos y cabales).
 La historia de Servio Tullo es mucho más compleja. Según Tito Livio, su madre, Ocre- sia, era la esposa del príncipe de
Comículo, en el Lacio, pero había sido llevada a Roma como cautiva cuando cayó su ciudad. De acuerdo con esta versión,
Servio Tulio nació esclavo (de ahí su nombre, pues sernus en latín significa esclavo), pero hijo de reyes. Se crió en casa de
Tarquinio y supo conciliarse la simpatía de su mujer, Tanaquil, quien lo respaldó en el momento decisivo, ocultando por un
tiempo la muerte de Tarquinio para que Servio Tulio actuase como rey sin serlo aún. Cuando se descubrió la verdad, el senado
y el pueblo prestaron su tardía ratificación al nombramiento del nuevo rey. Una tabla de bronce hallada en Lyon, que contiene
un discurso del emperador Claudio en el senado (CÍL XlH, 1668 = ILS 212 = FIRA l, 43), nos ha conservado un recuerdo muy
distinto sobre los orígenes de Servio Tulio. El emperador defiende el acceso al senado de los notables de los municipios y
colonias de la Galia, invocando para ello la ancestral tradición romana de aceptación del extranjero. Pone los ejemplos de
Numa, que era sabino, y de Tarquinio, hijo de un corintio, y venido a Roma desde Tarquinia. Y añade (col. I, lín. 16-24).
 Entre él [Tarquinio] y su hijo, o bien su nieto, pues sobre este punto discrepan los autores, se inscrra Servio Tulio, quien, si
seguimos a los nuestros [= los autores romanos], nació de una cautiva llamada Ocresia, pero si atendemos a los etruscos, fue el
truIS fiel seguidor (sodéts) de Celio Vibenna, compañero de todas sis andanzas, y, debido a un cambio de fortuna, abandonó
Etruria con los restos del ejército celiano, ocupó el monte Celio y lo denominó así por su jefe (dux), cambiándose él el nombre,
pues el suyo en etrnsco era Mastama, y obruvo el reino para mayor beneficio de la republica.
 Claudio nos informa de que la versión romana y la ctntsca discrepaban y de que, según los autores etruscos, Servio Tulio se
había llamado originariamenre Mastarna y era un miembro destacado en el ejército de Celio Vibenna. La siguiente pieza del
rompecabezas procede de la llamada tumba François, en la ciudad etrusca de Vulcí. descubierta por Alessandro François en
1857 y fechada en la segunda mitad del siglo IV a.C. (fig. 2.7). En las paredes de su sala central se representan dos escenas de
tema griego: Eteocles contra Polinices es una, mientras que la otra representa la muerte de varios prisioneros troyanos durante
lis funerales de Patroclo. La que ahora nos interesa es la tercera escena, en la que cua tro atacantes (tres de ellos desnudos y uno
con túnica) dan muerte a otros tamos enemigos a los que, parece, han sorprendido mientras dormían. Los atacantes,
perfectamente identificados por sus nombres, son: Larth Ulthes, Rasce, Aule Vipinas y Maree Camitlnas. Sus víctimas,
respectivamente: Laris Papaznas Velznach, Pesna Arcmsnas Sveamach, Venthi- cal [,..jplsachs (el nombre no es legible) y
Cneve Farchu[nies) Rumach. A la izquierda de esta serie, en otra pared, Macstrna libera a Caele Vipinas, cortando con su
espada las ligaduras de sus manos. Se puede apreciar que, excepto Rasce y Macstrna, todos llevan dos nombres. De las
víctimas, además, se indica la procedencia: Velznach= Volsinii; Sveamach = tal vez Sovana (cerca Je Vulci ) y Rumach = Roma.
Con los macanees no se hace 1o mismo, seguramente porque eran de la propia Vulci. La inteipretación de la escena no es fácil.
 De las propuestas, ral vez la mejor sea la de Alfoldi (1965, p. 224): todos habían caído pri sioneros -no sólo Celio Vibenna-, lo
cual explica su desnudez y la referencia al sacrificio de prisioneros royanos. asimismo desnudos. Los vulcenses lograron
escapar al fatal destino que les aguardaba como cautivos, gracias a que alguien, tal vez Larth Ulthes (es el único que lleva
túnica), les hizo llegar las espadas con las que dieron muerte a sus captores y recobraron la libertad. Podemos identificar a este
Macstrna con Mastarna y por tanto, de acuerdo con Claudio, con Servio Tulio. M::ís difícil es el problema que plantea Cneve
Tarchu- nies (=Cneo Tarquinio), de Roma, porque los dos reyes de Roma que llevaron ese nomen se llamaban Lucio Tarquinio,
no Cneo. Además, él es el único de entre las víctimas cuya túnica no es una frwtexta, pues no lleva el borde rojo, lo que indica
que los demás eran personas muy destacadas en sus respectivas ciudades, pero él no ranro. Así pues, la rumba François viene a
confirmar las palabras de Claudio en el sentido de hacer de Servio Tulio (Mastarna) un camarada de. Celio Vibena. Por su
parte, el nombre de Aulo Vibena puede leerse en una copa de bucchero del santuario de Portonaccio, en Veyes, de principios
del siglo VI a.C. y en una cílica de comienzos del siglo IV. Tanto él como Celio figuran en diversos objetos etruscos de los siglos
IV-IH a.C. (urnas, espejos). Tanta insistencia viene a indicar que se convirtieron en personajes poco menos que legendarios.
 Con Servio Tulio tenemos, por primera vez, fuentes relativamente abundantes y algunas antiguas, como la tumba François,
muy anterior a los comienzos de la tradición ana- lística con Fabio Píctor, pero vemos que no coinciden entre sí, lo que impide
reconstruir un único relato al que otorgar nuestra confianza. Podemos admitir como probable que hubiera un enfrentamiento
entre Vulci y otras varias ciudades, entre ellas Roma, y que en él desempeñaran un papel destacado dos dinastas de Vulci, Aulo
y Celio Vibcnna, acom- panados por un misterioso personaje de nombre curiosamente latino, pues, en efecto, Mastarna
procede de magisu.>r, un título militar en este caso (cfr. el ^magister poftdi, que equivale al dictador), si es que no queremos
relacionarlo con el cargo de macstrevc que aparece en algunas inscripciones de Tarquinia. De todo ello, nada nos dice la
analística romana, que presenta a Servio Tulio como un criado de Tarquinio y no menciona a Celio Vibena, aunque sí lo harán,
tangencialmente, otros autores, para presentárnoslo como aliado de Tarquinio (así Varrón, Lengua latna, 5,46) o de Rómulo
(Tácito, Annales 4,65).
 Tenemos, por tanto, dos versiones, una que describe un enfrentamiento y otra que nos ofrece una visión más favorable, de
colaboración. No necesariamente han de ser contradictorias, pues pueden referirse a momentos distintos. Así, podemos buscar
una conciliación entre ambas, lo cual no ha de tomarse como garantía de veracidad, pues perfecta mente una puede ser falsa.
Imaginemos, pues, que Servio Tulio, a quien Dionisio de Halkamaso considera apátrida y que en todo caso pudo tener un
origen latino, como quiere la analística y hace sospechar su nombre, acompañó en diversas expediciones militares a los
hermanos Vibena, entre ellas, en una que les llevó a dar muerte a Cneo Tarquinio de Roma, tal vez pariente del rey Lucio
Tarquinio. Tras morir Celio, la situación cambió y Mastarna buscó b alianza con Lucio Tarquinio, asentándose en el Celio con
los restos del ejército etrusco. A principios de la República, encontraremos otros casos similares (Ana Clauso, Apio Herdonio).
 De un modo o de otro, Mastarna-Servio Tulio se hizo rey, el más importante de todos. La tradición le atribuye una reforma
radical de la ciuíws mediante la introducción de las tribus llamadas «territoriales», que sustituyeron a las tres de Rómulo, y
sobre todo, la implantación del censo y de la discriminación según el patrimonio. De todo ello hablaremos en un parágrafo
posterior (II.3). Ahora nos interesa más su muerte, causada por la locura de una mujer y descrira por Tito Livio (1,46-48) a la
manera de una tragedia griega. Sus dos hijas, Tulia la mayor y Tulla la menor, se habían casado con los hijos (o, más bien, los
nietos) de Lucio Tarquinio, Lucio y Arrunte, pero la más pequeña, movida por la ambición, incitó a su cuñado (Lucio
Tarquinio, el futuro rey) y lo convenció para que ambos asesinaran a sus respectivos cónyuges, que eran demasiado pacíficos
para sus furiosos temperamentos. Logrado esto, Tulia y Tarquinio se casaron y sus partidarios dieron muerte a Servio Tulio.
Tulia enloqueció, acosada por las furias que clamaban venganza por la muerte hotrenda de su padre y de su hermana. En su
demencia, ordenó a su cochero que pasara con su carro por encima del cadáver del rey, manchándose con su sangre,
contaminación sacrilega que dio nombre al lugar donde ocurrió, el «barrio Jel crimen» (ukus scekratus).
 La inspiración en moldes literarios de la tragedia o de la épica griegas abunda en el primer libro de la historia de Livio. Sus
descripciones de la roma de ciudades constituyen variaciones sobre el patrón fijado en la Hupersts (Ogilvie, 1965, p. 320), del
mismo modo que hay una alusión a la fundación mítica de la Tebas cadmea en el asylum que Rómulo estableció en el Capitolio,
pues, anota nuestro historiador, lo hizo imitando a orns fundadores de ciudades que reúnen a una multitud de oscuro origen y
luego dicen que han salido de la tierra (Livio 1,8,5). El destino cn.¡el de Servio Tulio evtca sin disimulo espantosos sucesos de la
casa de Atreo o de Edipo, aun cuando no podemos establecer una correspondencia plena. Siendo digna de elogio la maestría
literaria de Livio en este pasaje, parece que la presentación, al modo trágico, de. este crimen palaciego ya estaba presente en la
analística, desde Fabio Píctor (fr. 11 Peter = fr 12 Chassignet). Incluyó en ello el deseo de retratar a Tarquinio como un tirano,
para lo que resultaba útil acumular sobre éi todos los tópicos griegos al respecto: consigue el trono mediante un crimen
horrendo, gobierna desde el palacio, sin consultar con nadie, y condena injustamente a muchos senadores para evitarse
opositores. Más tarde, el consejo que le da a su hijo Sexto, quien se había hecho con el control de Gabios, reproduce la
recomendación que Trasbulo, tirano de Milero, le transmitió a Periandro de Corinto (Heródoto 5,92): cortando las espigas que
sobresalían por encima de las demás, le hizo entender que, para mantenerse en el poder, debía eliminar a los aristócratas más
prominentes.
 Con tales inicios, el final de Tarquinio llamado el Soberbio tenía que ser violento. Durante el sitio de Ardea, su hijo, Sexto
Tarquinio, movido por una pasión ine.frenable, violó a la castísima Lucrecia, esposa de Colatino. Al día siguiente, Lucrecia
convocó a su padre, a su marido y a otros notables, entre ellos, Bruto, y en su presencia, aun recono ciéndose inocente, se quitó
la vida. La cólera se apoderó de la nobleza romana, que expulsó a Tarquinio y a sus hijos y estableció un régimen republicano
nombrando la primera pareja de cónsules. Esta historia célebre enlaza con la anterior muerte de Servio Tulio, que ahora recibe
venganza, pues Livio hace aparecer, en medio del tumulto, a Tulia perseguida por las maldiciones de la multitud, que invoca el
castgo (1,59,13). La feroz Tulia se contrapone a la casta Lucrecia, cuyas últimas palabras, antes de suicidarse, apostrofan a las
mujeres contemporáneas de Livio: <<yo, por mi parte, aunque libre de falta, no me eximo del castigo, para que en el futuro
ninguna mujer sobreviva a su impudicia acogiéndose al ejemplo de Lucrecia» (1, 58, 10). En el 18 a.C., unos siete años después
de la publicación por Livio del primer libro de su historia, el emperador Augusto hizo aprobar su ley conrra el adulterio. En
esta segunda parte del relato, el referente trágico pasa a ocupar un lugar subordinado, desplazado por el retrato femenino, en
sus dos arquetipos contradictorios: la feroz Tulia y la casta Lucrecia, ambos presentes desde los mis mos orígenes de la ciudad.
Junto a esra reveladora reflexión ^?bre la mujer, también está presente la descripción del alma espantosa del tirano, entregada
a todos los excesos y causante al fin de su propia destrucción.
2. La interpretación gentilicia y su crítica
frente de la cual se puso el más poderoso de los patres /anuías, y en ella se integraron tam bién los clientes, personas libres en
régimen de dependencia que asumen el n^en y los s^a del patrono. E1 resto es sencillo: una federación de gentes crea un
senado al que envía a sus representantes (los patres) y funda de ese modo la ciudad de Roma.
 A diferencia de lo que sucede en Grecia, en Roma hay una buena razón para admitir la antigüedad de la gens: el n^en. La
mayor parte de los pueblos itálicos, incluidos los etnts- cos y los latinos, emplea una estructura onomástica bimembre, es decir,
compuesta por dos nombres, uno que es el propio de la persona que lo lleva y otro, en cambio, hereditario, lla
 La reconstrucción dominante acerca de los orígenes de Roma como «Estado» utiliza tres elementos -gens, curia, tribu- cada
uno de los cuales, a modo de muñecas rusas, se introduce en el siguiente más grande hasta llegar a la unidad mayor, la propia
Roma. Tenemos así las tres tribus cuya creación se atribuye a Rómulo, Ramnes, Títies, Ltceres. divididas a su vez en treinta
curias, a razón de diez curias por cada tribu, y las curias subdivididas en un número indeterminado de gentes. Este esquema,
hasta cierto punto presente ya en La ci^udad (1864} de Fuste! de Csóulanges, hunde sus raíces en la obra del antropólogo
norteamericano L. H. Morgan, Ancient Society (Londres, 1877), que ejerció una enorme influencia a través, sobre todo, de la
revisión crítica que de ella hizo F. Engels en Las orgenes de la familia, de la propiedadí privóla y del Estado (Zurich, 1884}.
 Morgan (y Engels) esbozó una teoría general de la evolución desde el salvajismo y la barbarie (etapas en las que todo se
articula a través de los lazos de parentesco) hasta la civilización, esto es, el estado (con el territorio como referen te). Para el
caso concreto de laRoma antigua fieron decsivas las aportaciones de los estudiosos del derecho, coincidentes, en cierto modo,
con la senda abierta por Morgan, y en especial las de un italiano, Pietro Bonfante. En diversas publicaciones a partir de 1888,
Bonfante defendió el carácter fundacional de la familia, sometida a la autoridad ilimitada del pater, quien podía vender a sus
hijos o a su mujer o bien castigarlos a su antojo, hasta con la muerte si ése era su deseo. Esas familias patriarcales,
agrupándose, constituyeron una gens, al mado en latín nomen: Vderius, Tarquiniws, Pompiliu; Es un rasgo peculiar porque la
mayor parte de las lenguas indoeuropeas utiliza un solo nombre seguido del patronímico: en Gre cia, por ejemplo, Tucídides,
hijo de Oloro.
 Los escasos textos que tenemos (Cicerón, Tópicos 6,29; Festo. s.v. gentiles, p. 83 Lindsay) definen sin ninguna duda a los
gentiks como aquellos que comparten un mismo nomen, y resulta que el nomen aparece en inscripciones muy antiguas, ya en el
siglo Vi! a.C. Sobre este dato importante, se añadieron después sospechas y conjeturas que fueron dando cueipo a la idea de
que la ggens era la fonna básica de organización preestatal. Se ha pensado que constituía un gmpo de parentesco exogámico, de
lo que no hay pruebas, con tiesas en propiedad colectiva, enterramientos comunes y cultos propios (los gen(iíioa). Además,
como quiera que el nomen se forma, en latín, mediante el sufijo -ius/-ia, se infirió que derivaba de un nombre personal, el del
antepasado común de la gens. Así, el nomen Tullius (como M. TuUius Cicero) se hacía proceder de un Tulo (como por ejemplo,
Tulo Hostilio, tercer rey de Roma) o lulius de un luius (el hijo de Eneas). Aunque no hay pruebas que confirmen semejante
hipótesis sobre la formación del nomen, lo cierto es que su valor histórico es nulo. Aun aceptándola, la creencia en un ante-
pasado mítico no demuestra por sí misma que la familia patriarcal fuese el núcleo fundador de la gens.
 Que las gentes tuvieran tierras en propiedad constituye asimismo una conjetura. Procede del dato según el cual Rómulo
repartió la tierra a razón de dos yugadas por persona, lo que constituye un heredium (Varrón, Sobre las cosas del campo,
1,10,2; Plinio, Historia natural 18, 2(2),7). Puesto que dos yugadas (=0,50 ha) son a todas luces insuficientes para mantener una
familia, Mommsen concluyó que ese ¡ereáwm debía de ser algo así como el huerto, de propiedad privada, transmisible a los
herederos, y que necesariamente se complementaba con las tierras comunales de la gens. Los enterramientos comunes de la
gens, por su parte, pueden corresponder a las tumbas de cámara, que se generalizan en Etwria, en el siglo VII, y de las que
conocemos algunos ejemplos en el Lacio (Osteria dell'Osa, Sátrico, el Esquilino). En esas tumbas se practicaron enterramientos
sucesivos a lo largo de un cierto tiempo.
 En realidad, el error que cometen los defensores de la interpretación gentilicia es conceptual. Sostienen que en Roma, al igual
que otras ciudades de la Antigüedad, hubo una fase dominada por las relaciones de parentesco hasta aue, con la creación de las
tribus «territoriales» de Servio Tulio, que reemplazaron a las tres «gentilicias» de Rómulo, surgió el «Estado». Parentesco
frente a territorio es una falsa antinomia y, en todo caso, ni las tribus fueron territoriales (la filiación determinaba a cuál
pertenecía cada ciudadano) ni Roma nunca fue un «Estado» sino una ciuiws o una res publica, si lo preferimos, es decir, un
grupo de individuos sometidos a unas mismas leyes, a una misma constitución política. Lo que tenemos que determinar es el
momento en que se estableció ese sometimiento de todos a una ley común. Aparte los problemas teóricos, la principal debilidad
de la interpretación gentilicia estuvo desde siempre en las curia.e. En Grecia, la tríada correspondiente a gens, cwia, tribu es
genos, fratría. filé, pero mienrras que fratría remite al punto a la terminología del parentesco (inde. *bhra.rer), curia pertenece
a un campo semántico distinto. Sabemos que eran treinta, que a la cabeza de cada una de ellas había un sacerdote patricio
denominado curio y que, de entre ellos, uno hacía las veces de se viene aceptando como étimo de cura *ko-itjiri 'a, es decir, una
reunión de uiri, de varones, aunque no está tan claro si uri se ha de referir a «soldados» o bien a «ciudadanos».
 El hecho de que Quintes tenga una etimología semejante hace pensar que las curias, como veremos, están estrechamente
asociadas a la ciudadanía. Las ceremonias religiosas en las que estas curias desempeñaban algún papel, Fodicidia el 15 de abril
y Ft^^rtíia, móvil, pretendían propiciar la fertilidad de los animales y de los campos (sobre el calendario religioso, véase más
adelante cap. X.l.2). En los FordicAia se sacrificaba a TeíítS una vaca preñada en el Capitolio y también en la sede de las curias
(Ovidio, Fastos, 4, 630 ss.). La reference es al Capitolio, pero no al templo de Júpiter, por lo que no necesariamente la fiesta ha
de ser posterior a la dedicación de este templo, a fines del siglo VI. la misma idea se ve corroborada por el ritual de los
Fí^^rcaíia, cuya fecha decidía cada año el curio maximus, posiblemente una distinta para cada cura, la cual procedía entonces
a la torrefacción del grano cosechado. Quienes no sabían a qué curia pertene cían celebraban la ceremonia el último día, los
Quirinaíia., el 17 de febrero, que recibía también el nombre de «fiesta de los tontos»: stultorumorum/eríac (Ovidio, Fastos 2,
630 ss.). La misma etimología presente tanto en curia como en Quiíinaíia, Quintes o en Quirino nos remite al conjunto de los
ciudadanos. En realidad, y pese a lo que suele creerse, nada hay que indique que las curiae fuesen agrupaciones de gentes
(Richard, 1981) ni, por lo tanto, que surgiesen, digamos, por evolución de éstas últimas. Más bien parecen producto de una
decsión política. como lo indica además la propia estructura decimal (1O curias por tribu) y, sobre todo, el hecho de que
constituyeran la asamblea de los ciudadanos, los comitia curiato. Esta reunión de las cu^iae se denominaba ^carniüa calara
cuando los presida el pontífice máximo y se ocupaban de aspectos del calendario, de autorizar las adroaaíiones (que suponían
cambios de filiación) y también la forma más arcaica de testamento, y en los restantes casos, cuando pre sidía un magistrado,
aprobaba la lex curiara por la que confería auspicios militares (y por tanto imperium militiae) a los magistrados superiores y,
en una fase arcaica, según la tradición, ratificaba la designación del nuevo rey. Las curias, en suma, asociadas al trabajo del
campo y a las asambleas más antiguas de ciudadanos, constituyen una pieza esencial en el entrama do de la ciuitas y,
probablemente, surgieron al mismo tiempo que ella.
3. La fundación de la riwíta.s: los hoplitas
 La tradición literaria atribuye a los tres últimos reyes de Roma una intensa actividad edi- licia, en particular, la cloaca
máxima, el circo máximo y el templo de Júpiter Capitalino que, según cuentan las crónicas, fue proyectado por el primer
Tarquinio, construido por el segundo y dedicado en el primer año de la República (509 a.C.). Las excavaciones no han podido
encontrar nada que los haga remontar, a estos tres, al siglo VI, salvo, tal vez, en lo tocante al templo de Júpiter, en la medida en
que un depósito votivo del orienralizanre reciente (conocido como fauisa Capitalina) puede ser indicio de un culto arcaico, tal
vez al aire libre o en un edificio de menor tamaño, porque la datación de los imponentes cimientos del tem plo (53 x 62 m) varía
según los autores entre finales del siglo v¡ y principios del siglo IV. A cambio, han sacado a la luz indicios contundentes de la
existencia, a fines del siglo Vil. a.C., de los principales centros de actividad política en Roma. En la excavación realizada en el
centro del foro, en torno a los restos de una estatua ecuestre habitualmente atribuida a Domiciano, se encontró el pavimento
más antiguo, que E. Gjemad situó en una cronología «baja», hacia el 575 a.C., aunque los arqueólogos coinciden en que debe
retrotraerse al 625 a.C. Se han expresado dudas de que se procediese a pavimentar entonces el foro entero, pues probablemente
sólo se completó una parte. Por aquellos años (fase lacial IVB = orienta- lizante reciente), se colocó el primer pavimento del
Cnmirium, el lugar donde se celebraban las asambleas, un grupo de tejas coetáneas tal vez pertenezca al primer edificio del
senado, y en el otro extremo del fino, se levantó la primera regía. En la República, la regia reunía dos santuarios, uno a Marte,
donde se guardaban los anciüa, los escudos de los salios, y otro a Ops consiua. Sin embargo, Festo recuerda que la regia era «la
casa del rey» (p. 347 Líndsay) y tUl vaso de bucchero de finales del siglo VI con la palabra rex incide en lamsma idea. Partiendo
de estos datos, E Coarelli (1983) reconstmye un palacio arcaico compuesto por la regia, el atrio de Vesta y la casa del rex
 Por comra, otros aurores han visto cierras similitudes entre el plano de la primera regía y las casas con atrio y pórtico que se
conocen en varios puntos del Lacio como Sátrico, por lo que descartan toda vinculación con el rey (así Holloway, 1994, p. 63),
aunque esta interpreración choca con el obsráculo insalvable de que no puede explicar su posterior transformación en un
santuario. La fase más antigua del templo de Vesta no está muy alejada en el tiempo, pues corresponde a finales del siglo vil.
 T. Cornell ( 1999, p. 131) ha rehabilitado, con razón, la propuesta de E. Gjerstad, en opinión de quien no debemos ver el
surgimiento de Roma como un larguísimo proceso de varios siglos sino como la consecuencia de un sinecismo, de una decisión
política deliberada, tomada en tomo al 625 a.C., comidiendo en este punto Cornell, al igual que la mayor parte de los
arqueólogos, la cronología excesivamente baja de Gjerstad (575 a.C.). Por aquellos años, se preparó, por primera vez, un lugar
específico para asambleas (comitium), un centro cívico (foro) y una casa para el rey (regia), en una coincidencia temporal que
ha de ser significativa. He ahí los primeros momentos de la ciuitas, la fundación de Roma.
 Las construcciones, asimismo importantes, que se levantaron en el siglo VJ, añadieron nuevos monumentos a la ciudad. En el
extremo meridional del Comicio, junto a los rostra republicanos, G. Boni encontró, en 1899, un pavimento negro que
inmediatamente se puso en relación con una alusión de Festo a un lajJis nige', lugar funesto porque conmemoraba la muerte de
Rómulo. Dado que, según Plutarco (Vida. de Rómwío, 27,6), Rómulo fue asesinado en el Volcanal, F. Coarelli ( 1983, pp. 161-
178) ha defendido que los restos hallados bajo el lapis niger corresponden a ese santuario arcaico a Vulcano, levantado hacia el
600 a.C. Tales restos consisten en un altar al aire libre, una columna que tal vez sostuviese una esta rna y un cipo en toba de
Grotta Oscura (es decir, traído de Veycs), por desgracia mutilado, con una inscripción que recorre sus cuatro caras, en
escritura bustrofcdica. El cipo mide 61 cm de altura, en su estado actual, y se fecha a mediados del siglo VI, es decir, medio siglo
después de la fundación del santuario. La pane conservada Je! texto se puede leer sin dificultad, pero su interpretación es
dificilísima. Con todo, destacan dos palabras: recei, esto es, en latín clásico, regi, dativo de rey, y kalawrem, probablemente uno
de los ayudantes de los pontífices. Tal vez, corno mantiene Coarelli, ese lwlatar, cual pregonero, fuese el encargado también de
convocar, pues eso es lo que significa el verbo calo, los comitia caían, la reunión de las curias presidida por el pontífice máximo.
A su entender, el texto recoge una !ex arae, es decir, el reglamento del ara aneja, tal y como parece sugerirlo la primera línea
conservada, donde se condena al infractor consagrándolo a los dioses infernales: quoí . . . sakros essed (= sacer esto).
En cualquier caso, aunque hay otras interpretaciones posibles (recogidas en Smith, 1996, pp. 167-171), se trata de una
inscripción pública, muy probablemente, de una ley, señal inequívoca de ciuítas.
 Además del Volcanal, en el siglo VI, se erigieron también otros altares al aire libre, como el descubierto en el nivel 1 del «área
sacra» de la iglesia de San Omobono, en el foro Boario, donde se encontró una plaqueta de marfil con forma de león y, sobre
ella, una inscripción en etrusco con un nombre propio: Araz Silqetenes Spurnnas. A mediados del siglo VI, el altar se integró en
un templo de reducidas dimensiones (8 x 6 m), el cual fue destruido a fines de ese mismo siglo y reemplazado más rarde por
otros dos, mucho mayores, a principios del siglo IV. Livio (5,19,6) afirma, por un lado, que el rey Servio Tulio construyó un
templo a Marer Matuta (la diosa de la Aurora) y por otro, parece hacer referencia a dos templos jun tas, a Mater Matura y a
Fortuna, situados en el foro Boario (Livio 33,27,4-5, para el año 196 a.C.). Por eso, cuando A. M. Collini encontró esos dos
templos en 1937 los atribuyó a esas dos divinidades, Marer Matuta y Fortuna, advocación que no necesariamente ha de
coincidir con la del único templo arcaico que hay debajo. A él pertenece una extraordina ria pareja en terracota, de 1,5 m de
altura, que representa a Hércules, con la piel de león, acompañado por una diosa con casco que suele identificarse como
Minerva. Ciertamente no es imposible que Minerva fuera la diosa principal, pero merece tomarse en considera ción la
sugerencia de Coarelli ( 1988, pp. 301-328), en el sentido de interpretar esa diosa como una Venus asociada a Fortuna.
 A finales del siglo VI, en la ladera del Palatino que da al foro, según las excavaciones dirigidas por A. Carandini, tras allanar
l.a muralla que se remontaba, con sucesivas remodelaciones, a la época de Rómulo, se construyeron cuatro casas de grandes
dimensiones, con un atrio abierto, en medio del cual hay un ímp/uuum para recoger el agua de la lluvia, y un jardín.
 En síntesis, en el siglo que transcurre entre el c. 625 y el 525 a.C., Roma se transformó de manera radical. Frente a las aldeas
de cabañas dispersas por las colinas, características del siglo vn, tenemos ahora santuarios, templos, casas espléndidas, un foro
y un comicio. Recientemente, Martínez-Pinna (1996) ha propuesto considerar a Tarquinio Prisco, en vez de a Rómulo, como el
verdadero fundador de Roma, apoyándose en la indscutible coincidencia cronológica entre las fechas tradicionalmente
asignadas a su reinado (hacia el 600 a.C.) y la transformación urbanística de Roma. Además, Martínez-Pinna le atribuye
también el primer pomerium, rechazando el de Rómulo como ahistórico, así como el mundus, un agu jero en el foro donde se
arrojaron las primicias del campo, estrechamente asociado a la fundación de la ciudad, pues tanto ésta como la creación del
mundus se conmemoraban el día de los Paníia, el 21 de abril. Fuese o no Tarquinio, lareconstrucción de los arqueólogos indi ca,
a mi entender, que fue en el siglo VI -no en el siglo vn- cuando se fundó Roma, en el sencido polftico que le damos a este
término. Por cierro, sin murallas, pues la que se atribuye a Servio Tulio, y de la que quedan partes aún hoy visibles, sobre todo
en la meseta del Esquilino, fue levantada con bloques de toba de Grotta Oscura y por tanto, en el siglo IV, dado que las canteras
de ese tipo de caliza están en Veyes y no parece lógico que ésta última le permitiese levantar una muralla con piedras de su
propio territorio. Algunos restos en «capellaccio», la piedra local de Roma, de peor calidad, pueden -pertenecer a un momen to
anterior, cuando seguramente había defensas hechas con tierra (agger) pero, desde luego, nada demasiado imponente porque
en el 390 a.C., tras sufrir una estrepitosa derrota en Alía, los romanos aún no tenían murallas sólidas tras las que refugiarse de
los galos, quienes destruyeron la ciudad sin tener que someterla a un asedio para el que no estaban capacitados.
 Las fuentes literarias atribuyen a Servio Tulio tres novedades de radical importancia para la fundación de la ciudad
entendida como comunidad política: la acuñación de moneda, las tribis denominadas «territoriales,. y, sobre todo, el censo y las
clases censitarias. Veamos cada una de ellas por separado:
La moneda
 Plinio el Viejo afirma, taxativamente, que <<el rey Servio fue el primero que selló el bronce. Ames, cuenta Timeo que en
Roma se usaban sin marcas. Se sellaron con dibujos de ganado (pecudes), de donde procede el término pecunia» (Histeria
rtauural 33,43). Sin embargo, Plinio se equivoca, porque en Roma la primera acuñación del bronce no va más allá del 320-300
a.C. Es el aes signaíum: lingotes rectangulares de bronce y plomo, de 1,5 kg de peso con marcas diversas (animales, una espada,
una espiga). En algunos lugares de Italia se conocen, desde la primera mitad del siglo VI a.C. lingotes ocasionalmente marca dos
con la impronra de una rama seca que han aparecido en santuarios y tal vez sirviesen como ofrendas a los dioses.
 El más antiguo descubierto hasta ahora procede del templo de Deméter en Bitalerni, cerca de Gela (Sicilia) y se fecha hacia
570-540 a.C. Se ha querido ver en ellos la prueba de la afirmación de Plinio, pero ninguno ha aparecido en Roma y la
información que tenemos muestra que en Roma no se usó moneda hasta el siglo 111: ni las acuñaciones propias ni las de otras
ciudades itálicas. Sin embargo, podemos rescatar en parte el testimonio de Plinio si suponemos, con Crawford (1985, pp. 20-
21), que Servio Tulio fijó una unidad metálica, denominada as de bronce (una libra romana, es decir, 327 g). Crawford se
apoya sobre la fómiula empleada en las Xll Tablas (tabla VI, 1), a mediados del siglo V a.C., para determinados actos jurídicos,
que eran fuente de obligaciones, como la compraventa o el testamento, y se hacían «por el bronce y la balanza» (per aes et
fbram)
El censo y las clases
 El texto fundamental es el de Lívio (1,43,1-9): Con aquellos que tenían un censo de cien mil ases o más [Ser io Tulio] reunió
ochenta centurias -cuarenta de mayores y otras tantas de jóvenes- denominadas todas «primera clase»; los mayores para que se
preparasen a defender la ciudad, los jóvenes, pan? que hicieran la guerra en el exterior. Sus armas obligatorias eran el casco,
escudo redondo (eíípeus), grebas, coraza, todas de bronce. para proteger su cuerpo, y para atacar ¡¡l enemigo, lanza y espada.
Se añadieron a esta clase dos centurias de artesanos, que servían sin armas, encargados de transportar máquinas de guerra, La
segunda clase se estableció entre los cien mil y los setenta y cinco mil de cense, y con ellos, mayores y jóvenes, se reunieron
veinte centurias. Armas obligatorias, el. escudo largo (scu- wm) en lugar del redondo (clipeus), y salvo en que no tenían coraza,
gual en todo los demás. La tercera clase la fijó hasta los cincuenta mil de censo, con igual número de centurias y separación de
edades.
 Tampoco cambió mucho las armas, sólo les quitó las jambas. La cuarta clae, hasta veinticinco mil de censo, con el mismo
número de centurias, pero disrimas armas: sólo les dio lama y venablo. La quinta clase era mayor, reunía treinta centurias, que
llevaban consigo hondas y piedras arrojadizas, y les añadió los trompereros y los que hacen sonar el cuerno, d'sribui- dos en
dos centurias; estableció en once mil el censo de esta clase. Quienes ceníon menos de esta última cifra, el testo de la multitud, la
reunió en una sola centuria, exenta del servicio militar. Una vez armada y distribuida de esre modo la infantería, anotó doce
centurias de caballería, de entre los primeros de la ciudad anía. Añadió otras seis centuras, a partir de las tres instituidas por
Rómulo, conscrvmdo los mismos nombres con los que habían sido crcad;1 s.
 Aunque con algunas divergencias, el texto de Dionisio de Molicarnaso (4, ?.6-l7,2) coincide en lo esencial con Livio (véase cap.
V.lLl). Lo primero que hay que decir es que este esquema no puede reflejar la situación exátente a mediados del siglo VI a.C. El
propio Livio dirá más adelante que los romanos comenzaron a utilizar el escudo largo (sw- íum), abandonando el redondo
(cíipens), debido a las modificaciones provocadas por la reforma del ejército que introdujo los manípulos, de fecha dudosa,
pero no anterior a fines del siglo IV a.C. (Livio 8,8,3). Tal como está, la distribución en clases se apoya sobre el as sexcantal
introducido a fines del siglo 1 1 1 a.C., cuando, como consecuencia de la devaluación, el as pasó a valer, no una libra romana,
sino dos onzas de libra (un sextante) y diez ases equivalían a un denario. Como d texto de Dionisio de Halicarnaso da las cifras
correspondientes en moneda griega (en minas) sobre l: bnsc de l. dracma= 1 denario, se infiere que su versión de la reforma
serviana, coincidente con la de Livio, emplea el as sex- ramal como medida de cálculo. Sin duda, cabe pensar que Dionisio se
equivocó al echar las cuentas y pasar del sistema romano al griego, pero aun así, la creación de cinco clases patrimoniales
presupone un uso generalizado de las equivalencias monetarias, algo inverosímil para estas fechas. Las cuatro clases de Solón,
en Atenas, no se apoyaban sobre el patrimonio sino sobre la producción agraria: en la primera clase solónica, por ejemplo,
estaban aquellos cuyas tierras podían producir una cosecha superior a los quinientos medimnoí (una medida de áridos).
Además, el sistema no es exclusivamente militar sino que está orientado a distribuir de manera proporcional las cargas, tanto
militares como tributarias, y los votos en la asamblea por centurias: ningún sentido tendría, en caso contrario, asignar un cierto
número de centurias a los mayores (sensores) o a quienes están exentos del servicio militar. Esto revela que las centurias son
unidades de voto y, por lo tanto, corresponden a un momento posterior.
 El sistema vigente en la Roma del siglo VI tuvo que ser mucho más simple, tal y como parece indicarlo un texto de Aulo Gelio
(Noches áticas 6,13): Se llamaban classici no todos los que estaban en las cinco clases sino &ólo los hombres de la primera clase,
los que tenían un valor censitario superior a los ciento veinticinco mil ases. Se lla- infra classei los de las segunda clase y mdos
los restantes, que se censaban por un valor inferior a la suma que he dicho.
 Como en algunos pasajes de Paulo Diácono (pp. 48-49 y 251) se identifica cíassis con ejército, podemos concluir que Scivio
Tulio se limitó a establecer una diferencia entre quienes eran llamados al ejército (la classS, derivado del verbo calare: «llamar
a filas») y quienes no, la infra classem. No sabemos qué criterio se empleaba para hacer esta d'retmción, pero po demos excluir
cualquier clase dc valoración monetaria, pese a lo que dice Aulo Gelio. Puesto que se hacía en el Campo de Marte y, según la
fórmula censoria, se convocaba a todos los ^Wntes para que se presentaran armados (Varrón, Sohre la lengunt 6,86), el censo
tiene todos los visos de consStit, esencialmente, en una revista militar más que en cualquier otra cosa (Pieri, 1968, pp. 56-67 ).
 Algunos autores defienden una posición intermedia, admitiendo que en época de Servio hubiese, no cinco, sino tres classes,
con el fin de salvar la seductora interpretación de P Fraccaro. Este autor se dio cuenta de que, sumando las centurias de
jóvenes de las tres primeras clases (las únicas con annamento defensivo) obtenemos el número canónico de las centurias que
integraban la legión romana: 60. El ejérciro originario estaba compuesto, en consecuencia, por una única legión de 6.000
hombres acompañados por 2.500 más (25 centurias de jóvenes de las clares cuarta y quinta) de infantería ligera. Cuando llegó
la República, cada uno de los cónsules tuvo su propia legión, con lo que se dividió la única que había en ese momento, pero se
mantuvieron los cuadros básicos. Así se llegó a la legión típica de 3.000 hombres, pero 60 centurias, con el complemento de 1 .
200 uelites (infantería ligera). Esta interpretación, muy influyente aún hoy, tiene a mi entender el inconveniente de presuponer
una organización de la asamblea demasiado compleja para el reinado de Servio Tulio.
 Livio señala que Servio Tulio amplió el pomerium incluyendo en él el Quirinal, el Vi mi- nal y el Esquilino, que hasta
entonces habían permanecido fuera. Añade que dividió a la ciudad en cuatro y que denominó cada parte «tribu», término que
procede de tributo (1,43,13). En Livio ésta es la primera vez que aparecen las tribus, pues las tres llamadas «gentilicias», es
decir, Ramnes, Tities, Luceres, para él no eran más que centurias ecuestres (aunque las denomina tribus en 10,6,7). En
realidad, estas tres tienen una apariencia algo fantasmal, porque a diferencia de las curias, desaparecen por completo a partir
de Servio Tulio, no permanecen como «fósiles» institucionales, según un hábito típicamente romano. Sostengo que debemos
prescindir por entero de ellas y pensar que es ahora cuando aparecen por primera vez las tribus como consecuencia de una
decisión explícita de la ciuitas. Además de dividir la ciudad, Dionisio de Halicamaso (4,15,1) también atribuye a Servio Tul io la
constitución de un cierto número de tribus rústicas, es decir. situadas fuera del pomerium, que eran 31 según Venonio, pero 26
según Fabio Píctor. Ambas cifras son imposibles, porque en el 495 a.C. había sólo 2! en total, tanto rústicas como urbanas
(Livio 2,21,7). Según Varrón (probablemente refiriéndose a Servio Tulio), distribuyó enrre los hombres libres los campos
situados fuera de la ciudad, en 26 regiones (citado por Nonio, p. 62). Con estos daros, ninguna conclusión puede ser sólida, pero
parece preferible pensar que Servio Tulio recurrió a LUla imidad distinta, la curia, no la tribu, para dstribuir al con junto de
los Quiirites.
Conclusiones
 Constituye, según creo, una interpretación errónea la muy extendida de que Servio TUlio creó las tribus llamadas
«territoriales» y suprimió las rres «gentilicias» de Rómulo (Ramnes. Titíes, Luccres), con lo que se dio en ese momento el paso
decisivo del «parentesco» al «Estado», Así, en un magnifico libro reciente, leemos: «En adelante, la pertenencia a una tribu y,
por consiguiente, el derecho a poseer la ciudadanía romana, dependería de la residencia y de estar registrado en el censo, que
estaba organizado territorialmente a través de las tribus» (Comell, 1999, p. 215). Esto nunca fue así: en este momento, como
siempre a lo largo de la historia romana, la ciudadanía romana, derivaba, no de la residencia, sino de la filiación, lo mismo que
la tribu (Thomas, 1996, p. 185 ). Sólo la ecuación entre Estado y territorio y la necesidad de explicar la aparición del «Estado,»
nos conducen al error de vincular la ciudadanía a lugar de residencia. Cosa distinta es la aparente indefi nición de la ciudadanía
en estos primeros momentos.
 Como vio hace ya años C, Ampolo, la documentación epigráfica y onomástica pnreba que, en ciudades como Tarquinia,
Caere o Veyes, se integraron, en los siglos vu y VI, numerosas personas de origen no etrusco, por lo que la azarosa vida del
corintio Demarato, si no es auténtica, al menos es verosímil {Momigliano y Schiavone, 1988, vol. 1, pp. 202-239). Lo mismo
ocurrirá en Roma, como lo prueban la incorporación del sabino Atta Clauso, 504 a,C,, y el foedus Cassianum, 493 a.C. El
fjoedus (sobre el cual, véase infra II.IV.l) otorgaba la ciudadanía romana al latino que trasladase su residencia a Roma, y en
cuanto a Arta Clauso, antecesor de la gens Claudia, dice Livio (2,16,4-5) que llegó a Roma acompañado por un gran número de
clientes, Les dieron a todos la ciudadanía y unos campos de cultivo al otro lado del Anio, origen de la tribu Claudia, mientras
que A. Clauso fue cooptado entre los senadores. Sin embargo, nada de esto indica que cualquier persona que se estableciese en
Roma se convertía automáticamente en ciudadano. Al contrario, sólo aquellas ciudades o ligas con las que Roma había
establecido acuerdos en ese sentido podían obtener la ciudadanía, trasladándose allí, o bien determinados aristócratas como
Atta Clauso previa aprobación del senado y de modo excepcional, no por aplicación de un procedimiento regular.
combatir, mucho más eficaz que las anteriores, pero también muy cara y que requería la movilización de grandes contingentes
y por ello la constitución de unidades políticas de
 A mi entender, es muy poco lo que sabemos de los momentos previos a la fundación que pueda explicar la transformación de
un conjunto de alde ", familias y genes en una res publica. Como queda dicho, probablemente hubo un sinecismo, es decir, una
decisión consciente que hizo surgir, en un breve periodo de tiempo, a finales del siglo Vil y principios del VI, una nueva realidad
jurídica y política. La ciudad se dotó a sí misma de las instituciones y de los espacios que necesitaba para actuar, subdivisiones
corno la curia o la tribu y lugares como el Comitium, el foro o la regia. En el centro de este proceso hemos de colocar la
aparición de la infantería pesada, de los hoplitas. Los hallazgos arqueológicos sitúan los primeros elementos de la armadura
hoplítica en la Etruria de principios del siglo VIL Su origen es griego, de forma que fueron los colonos quienes llevaron a Italia
una nueva forma de mayor tamaño. Quienes la adoptaron tuvieron que crear un sistema de reclutamiento que, en Roma, se
cimentó sobre las curias (luego, las tribus) y el censo serviano que separaba a la cíassts hoplita de los infra clssem. Como
consecuencia inevitable, comenzó a funcionar una asamblea de ciudadanos-soldados, sin duda con un peso e influencia escasos
al comienzo, pero que aun ::.sí señaló el surgimiento de la política entendida como la toma de deci siones mediante debate
público.
 La ciudad, una ciudad aristocrática, comienza así a tomar cuerpo como colectivo y a hacer sentir su peso sobre el
comportamiento de la propia aristocracia. A las tumbas principescas del siglo Vil, que conocemos en algunos lugares del Lacio,
les sucedieron sus opuestas, unas tumbas, las de los siglos VI y V, extraordinariamente pobres en su ajuar. Según una inter-
pretación muy extendida, ese empobrecimiento obedeció a que ahora bienes como las armaduras han cobrado un valor
«social», ya no individual como hasta entonces, y por tanto ya no se entierran. Los recursos no se destinan a engrandecer la
tumba de este o aquel aristócrata sino a la constmcción de edificios y templos en la ciudad naciente. Este cambio acabó
reflejado de alguna forma en las limitaciones legales contra el lujo en los funerales que se recogieron en las XII Tablas, a
mediados del siglo v a.C. (Cornell, 1999, pp. 134-138)
 Las instituciones que articulaban el funcionamiento de esa ciudad apenas nacida eran, sin duda, relativamente sencillas. En el
centro está el rey, con plenos poderes y un fuerte carácrer sacro. Le acompaña un. consejo arstócratico denominado senado.
Las fuentes dicen que Rómulo nombró el primer senado compuesto por cien panes y que, desde Tarquinio Prisco, quien
introdujo otros nuevos que se denominaron luego «padres de las gentes minores», alcanzó la cifra canónica de 300, sin que esté
muy claro si hubo etapas intermedias entre los cien de Rómulo y los trescientos de Tarquinio, Este senado, a la muerte del rey,
asumía todos los poderes, en especial los religiosos (auspicios), y nombraba interreges que se iban sucediendo cada cinco días
con la misión de buscar el candidato adecuado.
 Una vez elegido, el nuevo rey era presentado ante la asamblea de curias para que lo ratificase, Según Livio, Rómulo creó tres
centurias de caballería con los mismos nombres que otras fuentes dan a las tres tribus primitivas: Ramnes, Tibies, Luceres.
Posteriormente, Tarquinio Prisco intentó duplicar estas centurias, aunque hubo de ceder ante la oposición obstinada del augur
Ato Navio. Finalmente, Servio Tulio las duplicó, con lo que nacieron las llamadas sex suffre^fi, un grupo de seis centurias de
caballería que votaban separadas en los comicios. Aparte esas seis, creó doce nuevas con lo que el número total ascendió a 18
(las sex suffragia por una parte y las doce restantes por otra). Además, hay indicios suficientes para pensar que en estos
momentos la ciudad contaba ya con un calendario bastante complejo, que regulaba la actividad política y religiosa, aunque lo
cierto es que apenas sabemos algo de él. Algunos fósiles permanecieron en época mrdorrepublicana cuando dos días, el 24 de
marzo y el 24 de mayo, aparecían marcados con las siglas Q(uando) R(ex) C(omiíiauit) F(as) (Varrón, Lengia latina 6,31 y
Festo, p. 310 Lindsay ), que quieren decir que cuando el rey convocó a la asamblea (pues eso significa el verbo comñmre), el día
se convirtió en fasto.
4. La monarquía etrusca
 Roma recibió de Etruria la táctica hoplítica, así como también toda otra serie de recursos técnicos y culturales. La forma más
fácil de explicar tanta influencia pasa por presuponer una conquista o incluso, si nos dejamos llevar, varias. Alfoldi (196.5, pp.
206-235) llegó a proponer toda una serie, hasta cinco ciudades hegemónicas etruscas que se fueron sucediendo
ininrerrumpidamente en el dominio de Roma. Por este orden, fueron Tarquinia (los Tarquinios), Caere (Mezencio), Vulci
(Aulo y Celio Vibenna, Mastarna), Veyes (par indicios indirectos) y finalmente Clusium (Porsenna). Acompañaba
inevitablemente a tan arriesgada hipóresis la inversión del relato analístico. Según Alfoldi, Roma, en el siglo VI, era una ciudad
de poca importancia, sometida a un poder extranjero, que no pudo, hasta el siglo v, comenzar a crecer con vigor y a
expandirse; fue entonces cuando por vez primera adelantó a los demás pueblos latinos, para ponerse a la cabeza de ellos. La
analística lo confundió todo, opina él, en su deseo de retratar una Roma poderosa desde el principio, una potencia dominante
en el Lacio, y borrar asimismo los indicios vergonzosos de la ocupación extranjera. Para Alfoldi, la «gran Roma de los
Tarquinios», según la feliz fiase de G. Pasquali de 1936, nunca existió.
 Las excavaciones sucesivas vinieron a minar este edificio sin cimientos, por lo que se: comprende que la gran exposición
celebrada en Roma en 1990 llevase el signiftcativo título de «La grande Roma dei Ta quinii. Suprimida la premisa (la
postración de la Roma del siglo vi), se derrumbó con ella su corolario. Ya no es necesaria la hipótess de la conquista y
recientemente se ha corregido incluso la idea de una fuerte influencia etrusca durante el periodo de los reyes (Comell, 1999, tal
vez de una manera demasiado tajante). El argumento principal es la ausencia de pruebas que la avalen y a ello se añade el
contrargumen- to epigráfico: en Roma han aparecido muy pocas inscripciones etruscas, si las comparamos con las descubiertas
en Campania, y todas ellas tienen carácter privado o incluso votivo, como la plaqueta de marfil en forma de león del área
sagrada de San Omobono. Pot el contrario, el cipo del foro, una inscripción pública, está escrita en latín, lo cual no es decisivo
porque las leyes y decretos senatoriales que Roma enviaba a las ciudades del Oriente helenístico a finales de la República, las
que conservamos, están escritas en griego.
 Es probable que en algún momento hubiese una ocupación militar etrusca, como parece que sucedió cuando Porsenna ocupó
la ciudad. En todo caso, fue un episodio muy breve, Más difícil es negar la profunda influencia etrusca, que no debemos
entender en un sólo sentido, con Roma siempre como receptora, sino como un proceso complejo de interacción mutua. Tal vez
donde mejor se refleje esto sea en la escritura, aparecida, en Italia, por primera vez en un grafito de c, 770 a.C„ de la tumba n. 0
482 de Osteria dell’Osa, muy difícil de interpretar, con la palabra EUO1N o bien EULIN. La hipóresis más extendida es la de el
alfabeto lo tomaron los latinos del griego calcidico por intermedio del etrusco, Por eso se conservaron determinadas letras
arcaicas griegas inexistentes en otros alfabetos como la digamma (F) o la qoppa (Q). Sin embargo, en latín existen la beta y la
delta, ausentes del alfabeto etrusco. que no necesita notar tales sonidos pues no distingue las oclusivas sonoras de las sordas, lo
que hace pensar que esas dos letras proceden directamente del griego, sin intermediarios. Por contra, el latín arcaico emplea la
«C» ramo para la oclusiva gutural sorda como para la sonora (cfr. rece' = regí en el cipo del foro o uirco = largo en el vaso del
Quirinal, llamado de Duenos), debido a que, como hemos dicho, esa distinción no es pertinente en etrusco. En latín, la letra «G»
se introdujo tardíamente, a partir de la gamma griega, pero desplazada en el orden, porque su lugar ya lo había ocupado la C.
Pasó a ocupar el puesro correspondiente a una Ierra inútil en latín, la Z, que luego fue reintroducida, al igual que la Y, aunque
desplazada al final de la serie, para poder transcribir palabras griegas con mayor comodidad. Es verosímil, pues, que Roma
aprendiese a escribir glaciar a los etruscos, aunque no es descartable la ayuda simultánea de los colonizadores griegos.
la ciudad en lo que significa de rito religioso referente tanto a los edificios públicos como a las formas de agrupación de los
ciudadanos, tenía su origen en Etmria, según se recoge en el diccionario de Festo, p. 358L: «se llaman rituales los libros de los
etruscos en los cuales se establece según qué rito se fundan las ciudades o se consagran los altates y los templos, qué santidad
se confiere a los muros, según qué derecho las puertas, de qué modo se distribuyen tribus, curias, centurias, se const ituyen
los ejércitos y se ordena de este modo todo lo restante relativo a la paz y la guerra».
5. La interpretación trifunciona!
 Desde, al menos, 1738, cuando Louis de Beaufort publicó en Utrecht una Disertación sobre la incertidumbre de los cinco
primeros siglos de la historia de Roma, existe una corriente escéptica que niega, en mayor o menor grado, toda credibilidad al
relato sobre los orígenes. De esa opinión participa el fundador de lo que se ha venido en llamar la «nueva mitología.
 La tradición romana era muy consciente, con razón o sin ella. de la huella etrusca en Roma, plasmada especialmente en los
símbolos del poder: el cetro, la toga pretexto, la silla de marfi 1 (sella curtáis), o los propios licuores (que son doce por los doce
pueblos de Etruria) (Livio 1,8,3; Festo p. 430L, Diodoro 5,40,1; Apiano Púnica 9,66). Los principales elementos de la ceremonia
del triunfo tienen también este mismo origen, en particular, el hecho de que el triunfador .pintase de rojo, con minio, las partes
visibles de su cuerpo, asimilan- dose así, en su apariencia, a la imagen de Júpiter Optimo Máximo. La propia fundación de
cuatro primeros reyes: Rómulo y Nurna, representantes de los dos aspectos de la primera función (mágica y jurídica) que, en la
india, encarnan los dioses Varuna y Mitra, mientras que Tulo Hostilio en su mismo nombre expresa sus vínculos con la
segunda función (ltostis en latín es el enemigo). Por último, algunos aspectos de la figura de Anco Marcio parecen asociarlo con
la tercera función comparada», Georges Dumézil (1898-1986), descubridor de la ideología trifuncional indoeuropea, que él
mismo explicó del modo siguiente: se trata de una concepción según la ctml «la vida bajo todas sus formas, divina y humana,
social y cósmica, sin duda física y psíquica, obedece al juego armónico y diverso de tres funciones fundamentales, solamente
tres, a las que podemos darles los nombres de Soberanía, Fuerza y Fecundidad: la primera permite el control, tanto mágico
como jurídico, sobre las cosas; la segunda atiende a la defensa y el ataque, la tercera puede concretarse de múltiples formas que
se refieren tanto a la reproducción de los seres como a su salud o a su curación, < 1 su alimentación como a su enrique-
cimiento» (1949, p. 65).
 Estas tres funciones conforman, exclusivamente, una ideología, pues a partir de 1938, Dumézil renunció a encontrar, en el
pasado de los hablantes de lenguas indoiranias, una sociedad repartida en tres clases: sacerdo .es, guerreros y campesinos
(García Quintela, 1999). Desde ese año, la ideología dejó de ser mero trasunto de la realidad social. En el caso de la Roma
arcaica, el mito tri funcional constituyó, para Dumézil, el armazón sobre el que se sostiene el entero relato de los primeros
siglos. Así ocurre con los
 No sólo los cuatro primeros reyes, también después, en los comienzos de la República, la ideología rrifuncional siguió
produciendo resultados, como las historias heroicas de Horacio Cocles, Mucio Ecévola y una mujer llamada Clelia, cuyas
muestras de valor sirvieron para convencer al etrusco Porsenna Je que levantase el cerco y firmase un tratado de alianza con
Roma. Dumézil (1996, pp. 265-293) estableció un paralelismo nítido entre, por un lado, Horacio Cocles, cuyo cognormm
significa «cíclope», es decir, «tuerto» y el dios Odfn, de la mitología escandinava, y por otro, Mucio Escévola, el manco, y el dios
Tyr. Cocles, que con su furiosa mirada desafiaba al ejército errusco, impidiéndole avanzar, mientras los romanos cortaban el
único puente que había sobre el Tíbcr, debe interpretarse como represenrame de la Primera función en su vertiente mágica.
Por su parte, Escévola despertó la admiración de Porsenna al introducir su mano derecha en el fuego y dejar, impávido, que se
quemase. Puesto que en el culto a Deus Fidius, el dios de la /ides, los flamines velaban su mano derecha, Dumézil vincula a
Escévola también con la Primera función, pero en su vertiente jurídica, por su conexión con el juramento y la fuíes Esta
asimilación Cocles- Odín (el dios tuerto, que protege la magia) y Lscévola-Tyr (el dios manco, que garantiza el derecho) revela
el uso que la analística hizo de viejísimos ternas mitológicos, historizándo- los, pues según sostiene Dumézil, Roma transformó
el miro en historia.
precisión de los nombres de lugares y de hombres, de buscar acontecimientos reales por debajo de los relatos en cuestión»
( J996, p. 12). Parece, sin embargo, contradictorio, como ha señalado Grandazzi ( 1991, p. 57) otorgar toda nuestra confianza a
la transmisión de antiquísimos mitos indoeuropeos y negársela por entero n los hechos históricos. En última instancia, debemos
preferir la opción de Cornell (1999, p. 105): «lejos de historizar tos mitos………
 Es cierto que, en ocasiones, podemos observar desajustes en el esquema rrifuncional. Ni Horacio Cocles ni Mucio Escévola
tienen nada que ver con la soberanía, pues su posición política y militar en Roma es claramente subordinada. Esto quiere decir,
paradójicamente, que mantienen lazos con la Primera función, pero nn con la soberanía, lo cual sorprende. De modo
semejante, Anco Marcio casa mal como representante de hi tercer a función. Con todo, los paralelos trabajosamente trazados
por Dumézil causan perplejidad y mueven a pensar que l<i trifuncionalidad dejó una huella en los escritores de finales de la
República tan profunda al menos como la causada por la literatura griega o la que podemos atribuir a la propaganda augustea.
Ahora bien, las conclusiones escépticas a las que llegó Dumézil parecen algo precipitadas. A su entender, estas similitudes «nos
disuaden, pese a la lo que hicieron los romanos fue imponer un marco mítico a una tradición histórica». Sin embargo, y en
honor a la verdad, hemos de reconocer que, en algunas ocasiones, el propio Dumézi! no venía a decir otra cosa: «Si se lograse
un día demostrar arqueológicamente la existencia de una dualidad étnica en los orígenes de Roma [Dumézil se está refiriendo a
la distinción entre latinos y sabinos, hoy día poco menos que olvidada), el relato de la analís- tica no resultaría por ello menos
«prefabricado»: simplemente el mito historizado se habría superpuesto a la historia» (1974, p. 88, n. c 1 ).

JH. LOS DOS PRIMEROS SIGLOS DE LA REPÚBLICA


I. La expulsión de los reyes y la fundación de Ja República
 El relato tradicional (Livio 2, 1-20), como tuvimos ocasión de explicar en su momento (ll.ll.l) presenta la expulsión de
Tarquinio y sus dos hijos como resultado de una sublevación popular acaudillada por el marido de la ultrajada Lucrecia, Lucio
Tarquinio Colatino y por Lucio Junio Bruto. Ambos se conviertie.ron acto seguido en la primera pareja de cónsules, aunque
luego Bruto hizo aprobar una ley por la que se condenaba al exilio a toda la gens Tarquinia, lo cual obligó a Colatino a abdicar
y abandonar Roma. Lo sustituyó otro personaje importante, Publio Valerio Publícola, inevitablemente asociado a la querella
sobre la historicidad de la Roma arcaica desde que el nombre de Publio Valerio apareció en una inscripción mutilada y
reutilizada en los cimientos del templo de Mater Matuta, en Sarri- cum (lapis San’ícanus). La inscripción es muy difícil de
interpretar, parece una dedicatoria a Marte hecha por los soda/es de P. Valerio, pero en cualquier caso se trata de Satricum, no
de Roma y la probabilidad de que nos encontremos ame el mismo personaje de la tradición literaria se me amoja remota,
aunque no podamos descartarla de plano. Tarquinio el soberbio se refugió en Caere y obtuvo el apoyo de Veyes y de Tarquinia.
Contando con aliados tan poderosos, intentó recuperar el trono, pero fue derrotado en una batalla, en la que murió el héroe
Bruto. Los Tarquinios acudieron enronces a Larth Porsenna, rey de Clusium, quien puso su campamento en el janículo y con
su ejército sitió la ciudad. Impresionado, sin embargo, por el heroísmo de la juventud romana, se retiró sin haber logrado su
objetivo, mientras su hijo Arrume, que atacaba Arict.l, era derrotado por los latinos, a quienes ayudaba Aristoderno, tirano de
Cumas. Tras este doble fracaso, Porsenna firmó la paz con Roma. Tarquinio, de modo sorprendente, pasó el resto de sus días
en Cumas, con Aristodemo, el enemigo de su antiguo aliado, hasta morir en el 495 a.C.
 Dos pasaj es nos permiten creer, ade más, que en este extremo la tradición no sólo tiene formas legendarias sino también un
fondo de falsedad. Plinio el Viejo (Hisroría natural 34,139) y de modo aún más claro Tácito (Historias 3,72) reconocen que
Roma se rindió a Por se nna. Los historiadores modernos, además. han considerado más lógico ver a Porsenna ya Tarquinio
como enemigos y no como al iados. De este modo, la expulsión del úlrimo rey de Roma no fue la hazaña de una sublevación
patriótica sino la triste consecuencia de una derrota. Porsenna avanzó incluso algo más hacia el sur, pero se vio frenado por la
resistencia que le opusieron los latinos de Aricia con el concurso de Aristodemo de Cumas, quien había dado cobijo a Tarquinio
en su huida.
 El control que Porsenna ejerció sobre Roma apenas pudo durar tres o cuatro años, aunque suficientes para que, de acuerdo
con Livio (2, J4) , se establecieran muchos etruscos en uno de sus barrios, que de ellos tomó su nombre (uicus TusaLS). En
cualquier caso, la fundación de la República tuvo lugar, verosímilmente, no cuando Tarquinio abandonó Roma sino cuando lo
hizo Porsenna, esto es, tras la batalla de Aricia del 504 a.C. Es evidente que la tradición se sintió inclinada a situar varios
acontecimientos importantes en el año simbólico que fue el primero de la libertad conquistada (509 a.C.) el inicio de la
República, cinco cónsules, el enfrentamiento con Porsenna, la dedicatoria del Capitolio, el primer tra tado entre Roma y
Cartago, el primer esclavo que obtuvo la ciudadanía romana junto con la libertad y la primera ley sobre la prouocatio (lex
^Valeria de prouocatione). Parece preferible distribuir hechos ran señalados a lo largo de varios años. En el 304 a.C. el edil Cn.
Flavio dedicó el templo de Concordia y dejó escrito en una tabla de bronce que tal cosa sucedió <<204 años tras la dedicación
del Capitolio» (Piinio, Historia natural 33,19), lo cual nos lleva al 508, pero como la batalla de Aricia wvo lugar en el 504, cabe
inferir que la dedicatoria del Capitolio no tuvo lugar el primer año de la República, sino reinando aún Tarqui- nio el Soberbio.
El periodo de predominio de Porsenna puede situarse, conjeturalmente, entre el 508 y el 504 a.C.
 Tras la expulsión de los reyes, ocupó su lugar una pareja de cónsules, ambos con poderes máximos e iguales entre sí, elegidos
por un año. Puesto que, además, eran epónimos, los fastos capitolinos nos han conservado puntualmente dos nombres para
cada año, a partir del 509 a.C. salvo periodos determinados, en los que se eligieron tribunos militares con potestad consular
(sobre los cuales, véase infra). Por diversas razones, algunos historiadores han considerado absurda esta transición de un
monarca vitalicio a dos cónsules anuales, negando con ello credibilidad a los fastos. Muchas han sido las reconstrucciones
propuestas. La más conocida (la resume muy bien Arangio-Ruiz, 1943, pp. 33-38) sostiene que los reyes fueron sustituidos por
un único dictator (o ^gister populi), acompañado por su subordinado, el magister equitum; en consecuencia, según este
razonamiento, hemos de suponer que sus dos respectivos nombres son los que aparecen en los fastos como cónsules. Es ver dad
que la dictadura existió en otras ciudades del Lacio (cfr. el díctator Latinus de Catón, fr. 581, citado en ll.IV.l) y que esta
hipótesis cuenta además con el apoyo parcial de un pasaje de Livio sobre el nombramiento de un dictador «para clavar el
clavo» (claui figerdi causa):
<<Hay una ley arcaica, escrita con palabras y letras antiguas, para que quien sea proeun maximus clave un clavo los idus de
septiembre; fue fijada en el lado derecho del templo de Júpiter Optimo Máximo, en la parte consagrada a Minerva" (Livio
7,3,5). Livio presupone que se clavaba uno cada año, lo cual ha dado origen a la teoría de una «era Capitolina», a partir del
m'ío de la dedicación del templo y que, dicho sea de paso, habría utilizado Cn. Flavio para, contando clavos, determinar el
número de años transcurridos desde la dedicación del Capitolio. Probablemente esta era Capitolina sea pura invención, pues la
ceremonia tenía carácter apotropaico y no cronológico, por lo que no necesariamente se hacía todos Los años, sino cuando se
consideraba oportuno. De todos modos, ahora nos interesa la expresión praeto maximus. Según la hipótesis que venimos
comentando, en un principio no hubo una pareja de cónsules sino un ^praetor equivalente a un dictador, acompañado por otro
magistrado menor (el magíster equitum) o bien por varios praeccres. El cargo de cónsul, que lleva implícita la colegialidad en
su propio nombre, no apareció hasta el 366, cuando se reservó el título de pretor para su colega de inferior categoría. Como
puede comprobase, se trata de una reconstrucción alambicada que se sostiene sobre el prejuicio de que la colegialidad es un
rasgo muy peculiar que no pudo haberse establecido de golpe en el 509 sino más tarde, tras sucesivos intentos fallidos
(decenviross, tribun militares con potestad consular). Sin embargo, como ha sucedido en otras ocasiones, actualmente se insiste
en que el relato analístico es coherente y verosímil y cuenta con el respaldo de los fastos. Por ello, en conclusión, aceptaremos la
versión más tradicional: tras los reyes se ere- aron dos cónsules anuales (a partir del 504 probablemente) y el cargo de praewr
no hizo su aparición hasta el 366.
 Polibio sitúa igualmente en el primer año de la República el primero de los tres trata dos que, según él, se firmaron entre
Roma y Carrago antes de la primera guerra púnica. Su intención es polémica, porque quiere demostrar, en contra de lo
afirmado por el historiador procartaginés Filino de Agrigento, que en ninguno de ellos se prohibía a Roma el acceso a Sicilia,
con el fin de exonerarla de cualquier responsabilidad en el inicio del conflicto. Polibio afirma que se conservaban los tres,
escritos en planchas de bronce, en el templo de júpiter Capitolino y que el primero de ellos estaba escrito en un latín muy
arcaico. Los traduce a continuación al griego, de modo que, si nos fiamos de su pericia, nos ofrece tres documentos auténticos
de la mayor importancia. El primer tratado disponía que ni los romanos ni sus aliados podían navegar más allá del «cabo
Hermoso» (ka.lón £l<<rotérñm), cuya localización no es segura. Polibio explica que está situado al norte de Cartago, lo cual
fuerza a identificarlo con el cabo Bon (promi.mtwriam Apoílinis), aunque se ha propuesto también el cabo Farina
(promunturium Merctrii), más al esre y mucho más visible. Sea como fuere, la prohibición parece referida exclusivamente a los
barcos de guerra, no a los mercantes, a los que sí se les permite acceder y comerciar, tanto en Africa como en Sicilia. Los
cartagineses, por su parte, se comprometían a no erigir ninguna fortaleza en el Lacio y a respetar a los pueblos latinos que son
súbditos de Roma, y se menciona a Ardea, Antium, Lau- rentum, Circeii, Tarracina. Puesto que la palabra que emplea Polibio
para súbditos (hypé- kooi) es contundente, los autores que, como Alfokli, defendían una «Roma pequeña» a fines del siglo VI
han negado credibilidad al texto de Polibio y han retrasado el tratado hasta poco ¡mte$ de la fecha del segundo (348). Sin
embargo, desde la perspectiva actual, no hay problemas en admitir que los dominios de Roma llegasen entonces hasta el
extremo sur del Lacio y que luego sufrieran un brutal retroceso, a principios del siglo v, debido al empuje de los volscos, que
hicieron entonces su aparición en estos territorios,
2. Patricios y plebeyos
 La historia Jel siglo gira en torno al contlicto entre patricios y plebeyos, minuciosa mente descrito por nuestras fuentes, pero
muy difícil de explicar. Sin llegar a posturas tal vez demasiado radicales, como la de Mitchell (1990), quien le niega roda
credibilidad al relato y rechaza la mera existencia de un contlicro entre ellos, es indudable que la versión rardorrepublicana
que ha llegado a nosotros está fuertemente contaminada por el enfrentamiento ente optimates y populares, por lo que a
menudo incurre en clacos anacronismos. La caracterización de algunos personajes, como los «sediciosos» tribunos ele la plebe,
obedece a realidades ms propias de los siglos 1H a.C. y lo mismo sucede con determinadas referencias institucionales, como la
mención de un senatus consuítum ultimum en Livio 3,4,9 o la afirmación de que la plebe veía con malos ojos que tuvieran
parte, en las distribuciones de ager publicas, los aliados y los latinos (Livio 2,41 ).
 Definir estrictamente quiénes eran los patricios no es difícil: constituían una arisrocra- cin del linaje, con cierras
prerrogativas religiosas. Las fuentes coinciden en interpretar la fórmula JX!tres conscripti como referida a dos clases de
senadores, los paires, que lo son por herencia, y los conscripíi, designados para el puesto y no patricios por tanto. Festo (p. 304
Lindsay) por ejemplo afirma que, rras la expulsión de los reyes, el cónsul Valerio Publícola seleccionó 164 nuevos senadores
para que se alcanzase con ellos la cifra de 300. Así pues, según él, había en aquel momento 136 gentes patricias (los parres), fl
las que Publícola añadió 164 (los conscriptí). Otras fuentes atribuyen el incremento a Bruto (Livio 2 , 1 , 1 1 ) , peto en general
admiten que duranr.e la monarquía todos los seiadores eran patricios y que, a diferencia de los que ocurrió cuando Tarquinio
Prisco incorporó a los patres llamados de las gentes minores, ahora, rras la expulsión de los reyes, los recién incorporados ya no
obtuvieron, junto con el puesto de senador, la condición de patricio. Obviamente ni el acceso al senado ni el ejercicio Je
magistraturas convirtió nunca a un plebeyo en patricio, porque lo decisivo fue siempre el linaje, es decir, la gens. Las
prerrogativas religiosas, por su parte, se fundan sobre la posesión de los auspicios.
 Según una fórmula acunada, cuando no hay magistrados curules (es decir, patricios), «los auspicios retornan a los Jlatreres»,
quienes nombran a un inemex encargado de presidir los comicios cdectorales. Gracias a los linajes patricios, el pueblo de Roma
pudo seguir inquiriendo la voluntad de los dioses, pues en eso consisten los auspicios. Según las palabras que pone Livio (6,41 ,
5-6) en boca de Apio Claudio, nieto del decenviro: «¿A quién pertenecen los auspicios, según la cosrumbre de nuestros
antepasados? A los parres, por supuesto, porque para designar magistrado a un plebeyo, no se toman auspicios. Hasta tal
punto son nuestros. que no solamente han de consultarse para las magistraturas patricias que e.! pueblo designa sino que
nosotros msmos, sin necesitar el voto del pueblo, nombramos con auspicios a un inteJTex y. como simples particulares, tene mos
unos auspicios que aquéllos (los plebeyos) no tienen ni siquiera cuando ocupan una magstratura». Aunque hay quien ha
deducido de este texto que los auspicios públicos del pueblo romano derivaban de alguna forma de los privados de los patricios,
en realidad, Apio Claudio se refiere concretamente a su posición como m^*eges, pues son «simples particulares» en la medida
en que no ocupan ninguna magistratura.
 Como consecuencia de esta primacía religiosa, los sacerdotes debían ser necesariamente patricios: los 30 curiones, que
presidían cada una de las curias, losf/amines maiores, el rex s^T^um, los lupercos, salios, feciales y hermanos Arvales- A ellos
se añade, como decía Apio Claudio, el incerrex. Y para evitar roda contaminación, de las tres clases de matrimonios arcaicos (la
compra, el uso y la ajnfarreaúu), uno, el último, era probablemente exclusivo de los patricios, de modo que sólo los nacidos de
nupcias por confarreatio y casados luego según ese m smo rito podían ocupar legítimamente alguno de los puestos sacerdotales;
esta limitación se relajó algo con el riempo, pero todavía en el siglo 11 d.C. se mantenía en vigor para los flamines maiores y el
rex sacrorum (Gayo, Instituciones 1 , 1 1 2 ) . Según el comentario de Servio a las Geórgicas de Virgilio, presidían la ceremonia
el pomti/ex maximus y el flamen Dials, se requería la presencia de diez testigos y en ella se ofrendaba a júpiter pan fárreo,
hecho con farro, un cereal de uso antiquísimo en el Lacio, que debían preparar las vírgenes vestales, A mi modo de ver, contra
lo que a veces se afirma, no hay razón para concluir que la con/^catio impedía la celebración de matrimonios mixtos con
plebeyos, pues lógicamente la obligación de ser patricio afectaba sólo al varón,
 Sabemos que las gentes patricias eran pocas. Los cálculos modernos creen que unas cuarenta o cincuenta. No por ello
debemos subestimadas ni poner en duda su piedominio, como lo demuestra el episodio de los Fabios. Esta gens, con el permiso
del senado, llevó a cabo por su cucna y riesgo un ataque contra la ettusca Veyes. Dice Livio (2,49,4-5) que reunieron a
trescientos soldados, todos patricios de la gem Fabia, acompañados por parientes y aliados (clientes, según Dionisio de
Halicamas 9 , 1 5 ) . La aventura acabó muy mal, pues todos salvo uno murieron a manos del enemigo en Cremcra, Por medio
de sus dependientes y pese a su escasez, las gentes patricias pudieron apoderarse en exc lusiva de las magistraturas, aunque no
de&-le el principio. Los fastos mencionan doce cónsules de familias de las que no nos consta que fuev<en patricias entre el 509
y el 486, pero sólo uno entre el 485 y el 461. En estos veinticinco años tuvo lugar, pues, lo oque Gaetano de Sancris denominó la
«serrara del patriziato.., la «clausura del patriciado», por analogía con la «serrata del comsiglio»de Venecia en 1 2 9 7 . Este
monopolio continuó luego hasta finale del siglo v a.C.
 Tanto los autores antiguos como los historiadores modernos han intentado explicar de diversos modos las causas profundas
del conflicto, aunque sin demasiado éxito. Muchas de las soluciones son absurdas o conducen a callejones sin salida, tal vez
porque haya distorsiones muy gtaves en la reconstrucción que encontrarnos en nuestras fuentes. Según ellas, el predominio
patricio se sustentaba sobre dos pilares que eran la exploración de los deudores y la apropiación injusta del ager. La
aristocracia plebeya reaccionó contra sus abusos creando instituciones paralelas a las patricias. Veamos cada punto por
separado.
l. Los deudores. Para Livio, la deuda es el origen y causa primera del conflicto. Tras la muerte de Tarquinio en Cumas
(495 a.C.), los pa.cres, que hasta entonces habían tratado con consideración a la plebe, comenzaron a abusar de ella, y
durante la guetra subsiguiente contra los volscos estalló el odio entre ambos, sobre todo por causa de las deudas. Un
centurión contó en Roma su triste caso: cómo se le quemó la cosecha y sin embargo le exi gieron, en tan difícil trance, que
pagase el tributo; mostró la espalda llena de azotes y acudieron los deudores de todas partes. Un edicto del cónsul acabó con
la revuelta (Livio 2 , 2 1 - 2 4 ) , pero sólo momentáneamente, pues al terminar la guerra y ver que el senado se negaba a dis-
cutir el problema de las deudas, la plebe se retiró al Aventino: es la secessio in montero Sa- ^rn, deí 494 a.C. Curiosamente,
Livio no vuelve a mencionar el problema de la deuda hasta después del 390 a.C. Veremos más adelante, al exponer el
contenido de las XII Tablas, cuál era la regulación sobre los deudores y su trasfondo oKKial.
2. Ager pubíicu'. El cónsul Espurio Casio fue el primer proponente de una ley agraria (486 a.C.). Con ella quería
repartir entre la plebe y los latinos la tierra arrebatada a los hemicos, así como otra que, siendo pública, estaba en manos de
particulares. Los paires se oponían porque las propiedades de muchos de ellos no tenían buen fundamenro legal y porque
temían que con esa medida el cónsul pudiera convertirse en tirano, con el apoyo de la plebe. Espurio Casio fue ejecutado tras
un juicio regular, o bien por su padre (Livio 2 , 4 1 ). Mas tarde, en el 463 a.C., otro cónsul, T. Emilio, quiso darle tierra a la
plebe, pero el convicto pudo evitarse, gracias a la fundación Je una colonia en Antium (Livio 3 . L ) . Estos dos episodios y
otros semejantes no resultan creíbles porque responden más bien a los problemas planteados por las leyes Je reforma agraria
de los hermanos Graco. No tenemos ninguna prueba para afirmar que los patricios utilizasen sus prerrogativas religiosas
para obtener tierras. Naturalmente, cabe suponer que la oligarquía se aprovechó de su privilegiada posición para conseguir
ventajas económicas, pero en ella había tamo patricios como plebeyos: esta consideración es válida tanto para el ager publicis
como para el problema de los deudores.
3. Una res publica separada. Tal os la acusación que formula Cincinato contra los plebeyos; la de haberse fabricado una
patria y una res publica propias (Livio 3 , 1 9 , 9 ) . En este caso, en apariencia al menos, su afirmación tiene algún
fundamento. El primer paso fue el nombramiento de dos tribunos de la plebe, como réplica de los dos cónsules, en el 494, lo
cual puso fin a la retirada al monte Aventino (secessio in mont em…
 La plebe separada se juramentó para proteger la persona de estos dos tribunos, convirtiéndola así en sagrada e inviolable. Lo
que inicialmente fue, estrictamente hablando, una «conjuración», adquirió mayor estabilidad cuando los dos tribunos pasaron
a ser cuatro y su elección pasó a la competencia de la asamblea plebeya (el conciíium piebis) en el 4 7 1 . Después, en el 4 5 7 ,
su número se elevó a 1 O, que será la cifra definitiva durante todo el periodo republicano. El hecho de que fueran elegidos por
una parte tan sólo del pupulus (la plebe), y para velar por sus intereses hizo que no se considerasen, al menos al comienzo, como
una magistratura propiamente dicha. De este modo, el tribunado se convirtió en el principal instrumento de lucha contra el
patriciado. En Livio, por ejemplo, hay un contraste nítido entre los tribunos «sediciosos», y la plebe, mucho más razonable y
moderada. Para Mitchell ( 1 9 9 0 , p . 1 9 4 ) , sin embargo, esta visión es errónea. Desde el principio, los tribunos fueron, en
su opinión, magistraturas regulares, en absoluto «revolucionarias», que, de hecho, eran la principal autoridad en la ciudad de
Roma, mientras que pretores y cónsules se ocupaban de la actividad en el exterior. Mitcheil apunta, con razón, que si los
concebimos como cargos «partidistas», no podremos explicar sus nítidos poderes jurisdiccionales, algunos de ellos arcaizantes,
como la acusación de miición (perduellio), ni tampoco su presencia constante impulsando la promulgación de nuevas leyes.
 Un año después del nacimiento de los tribunos de la plebe, Espurio Casio dedicó fuera del pomerium, en el «monte plebeyo»,
el Aventino, un templo a Ceres, Líber y Libera (493 a.C.). en lo que parece un trasunto de la tríada capicolina. En relación con
esre templo (aedes) surgió la primera pareja de aedíle.s plebeyos, como réplica de los dos ediles patricios. En la medida en que,
de este modo, los plebeyos contaban con una asamblea propia (el concilium píete), magistraturas (tribunos, ediles), divinidades
y en cierto modo, su propio espacio (Aventino), parece tener fundamento la acusación de que estaban estableciendo una res
publica separada. Sin embargo, las piezas no acaban de encajar. Parece inverosímil un conflicto en el que una minoría ran
reducida como los patricios tuviese enfrente al resto de los ciudadanos de Roma. Como medio para sortear esta dificultad,
Momigliano (196?) propuso una relectura de las fuentes. Sostuvo que el «movimiento» plebeyo fue, en realidad, una creación
paulatina, a medida que determinados aristócratas «no patricios» se fueron haciendo con el apoyo de los nfra cíassem, un
grupo amplio y heterogéneo, en el seno del cual los más desfavorecidos, los proletarios, eran sólo una parte. Nació así, en la
segunda mitad del siglo v (o bien en el siglo ÍV, según Cornell, 1999) un movimiento propiamente plebeyo, enfrentado a la
cíassis y muy inf uido por las corrientes religiosas e ideológicas de la Magna Grecia, mientras que los patricios tomaban como
referente principal a Etruria.
 La propuesta de Momigliano ha tenido buena acogida, y sin duda es preferible a su rivaL la formulada por A. Alfoldi. Según
Alfoldi, los patricios se identifican con la caballería del último rey de Roma, que se convirtieron, tras su expulsión, en una casta
cerrada y hereditaria, contrapuesta al creciente poder de La infantería hoplftica. Lo malo es que la caballería no tuvo en Roma
peso militar hasta finales del siglo ÍV, por lo que difícilmente podía una aristocracia triunfar apoyándose en ella. Con todo, la
idea de Momigliano tampoco está exenta de dificultades, porque la principal arma plebeya fue siempre la de negarse al
dilectuS, esto es, negarse a prestar servicio militar, lo que quiere decir que venían obligados a ello y que por lo tamo
pertenecían a la classis, no a los infra cíassem, si no todos, al menos una parte importante. Por este motivo, se tiende a ver en los
plebeyos un grupo heterogéneo que sólo en el siglo ÍV se dotó de instrumentos para el enfrentamienro contra los patricios. De
ahí que en el siglo V, según esta hipótesis, hubiese cónsules que no eran patricios sin que ello significase que fuesen plebeyos: la
movilización plebeya y su lucha por acceder a las magisrraruras son realidades de! siglo ÍV.
3. La ley de las XII Tablas
 Podemos entrever que el siglo que siguió a la «gran Roma de los Tarquinios» estuvo marcado por una grave crisis económica.
Los analistas así lo indican, al hacer referencia a varias hambrunas y al problema de los deudores y lo mismo se infiere de los
datos arqueológicos, pues las importaciones de cerámica ática caen desde comienzos del siglo v y desaparecen a partir del 450
a.C. No es extraño, pues, que nuestras fuentes no hagan referencia a la construcción de nuevos templos después del 484 a.C., en
fuerte contraste con la intensa actividad de finales del siglo VI. En estos momentos, Roma ve frenada su expansión en el
exterior, ante la resis tencia que le presentan Veyes al norte, y al sur, volscos y hérni- cos. En esta situación se produce, una
noche del año 460 a.C., la toma del Capitolio y el arx por parte del sabino Apio Herdonio, acompaüado por un grupo de
«exiliados» y de «esclavos», según Livio, mientras que, para Dionisio de Halicarnaso, se trataba de sus esclavos y de sus dientes
(sobre el incidente, véase Martínez-Pínna, 1987). No están claros sus objetivos, pero es inevitable relacionar este golpe de mano
con la depresión económica que afectó tanto a Roma como a otras ciudades del Lacio. Aunque se nos presenta la intento na de
Apio Herdonio como violenta, posiblemente no se diferenció sustancialmente de la de otro sabino, Arta Claus>, algunos años
antes. Si bien en este caso, el empeño acabó mal, pues el ejército romano recuperó el Capitolio y Apio Herdonio murió en la
refriega, es posible que sus intenciones no fueran muy distintas de las de su predecesor: conseguir tierras para él y para su
gente.
 En este contexto se sitúa la pre par ación y elaborar ión dei único código legal que tuvo Roma hasta el reinado de Diocleciano:
las XII Tablas. El relato de cómo se llegó a redactarlo ocupa prácticamente todo el libro II! de la historia de Tito Livio, y es sin
duda uno de los inomentos centrales de la República romana. En el año 462 a.C., el tribuno Cayo Tcrenti- lio Harsa exigió la
presentación de una ley que regulase y pusiese límites al impenum de los cónsules. Los reiterados intentos, en los años sucesivos,
de hacer aprobar tal proyecto, chocaron con la enconada resistencia de los patricios. Para poner fin a estos conflictos, se acor dó
nombrar una comisión de diez miembros encargada de redactar unas leyes que asegurasen una libertad igual para todos. Esos
decenviros, elegidos por los comicios, se mantuvieron un ano en el cargo (451 a.C.), como únicos magistrados de Roma y sin que
sus decisiones estuvieran sujetas a prouocaiio. Entre los nombrados estaban los integrantes de una embajada que había viajado
a Grecia con eí propósito de conocer las leyes de Solón y las de otras ciudades. Este primer colegio decenviml actuó con
moderación y tedactó diez tablas de leyes, pero consideró que su tarea no había terminado aún, por lo que se nombraron otros
diez parn el año siguienrc (450 a.C.). Estos segundos decenviros actuaron de un modo tiránico, en especial Apio Claudio, cuya
lujuria, como le ocurrió a Tarquinio, causó su propia ruina. Siguiendo sus instrucciones, un cliente suyo reclamó como esclava
a una hermoso plebeya llamada Virginia y Apto Claudio, en sus funciones de juez, sostuvo ran injusta reclamación, pero ante
esta sentencia, el padre de Virginia la mató para evitar que cayese en esclavitud. Esta tragedia provocó un levantamiento
popular y una segunda secessio in moníem Sacnum que hizo caer a los decenviros, que sólo habían añadido dos tablas a las diez
primeras. El padre de Viginia denunció u Apio Claudio, quien se suicidó ames de llegar a juicio.
 No renemos ninguna razón para creer nada de la historia moralizante de Virginia, Wn similar en lo esencial a la de Lucrecia,
pues en ambas fueron los ataques contra casrfsimas mujeres la causa de la caída de tiranos odiosos. Tal escepticsmo no llega,
sin embargo, a poner en duda la historicidad de las XH Tablas en sí mismas. En las fuentes encontramos frecuentes referencias
a preceptos tomados, según se dice, literalmente, del código decen- viral, con indicación a veces de la tabla de donde procedían,
que han servido a los autores modernos para intentar una reconstrucción siquiera parcial. También ayuda el orden en que
comenta cada norma el jurista Gayo en el siglo 11 d.C„ en los seis libros que dedicó al estudio ele las XH Tablas, de los que nos
han llegado fragmentos en el Digesto. Lo que de esre modo obtenemos es un conjunto de frases de expresión muy arcaica,
aunque ciertamente con su ortografía adaptada y modernizada. Los gramáticos y juristas que las citan han, pro bablemente,
conservado lo esencial, aunque añadiendo a veces explicaciones no siempre atinadas. Constituyen el final de una larga cadena
de autores e intérpretes que dedicaron muchos esfuerzos al estudio y análisis de las XH Tablas: comenzaron los pontífices, los
primeros expertos en derecho, luego ocuparon su lugar los jurisconsultos, entre quienes destacó Sexto Elio Pero, cónsul en 198
a.C., autor de una obra, denominada Tripertita porque tenía tres parres: el texto de la ley, su interpretación y la fórmula
correspondiente para poder actuar ante los tribunales. Todavía a finales de la República, Cicerón recuerda que a él, de
pequeño, le habían hecho aprenderse de memoria los sentenciosos preceptos de la ley (Sobe las leyes 2,9). Esta intensa y
sostenida atención puede ayudarnos a confiar en que el texto que tenemos se asemeje bastante, en el contenido, al que fue
publicado a mediados del siglo v a.C. yque hubo de ser, de alguna forma, reconstruido tras el incendio de Roma por los galos en
el 390 a.C.
 Resulta muy difícil reconocer un orden sistemático en las Xll Tablas, salvo ral vez en algunas, como la 1, conagrada a
cuestiones procesales, o la X, donde se contenían diferentes medidas contra el lujo en los funerales. También se incluían
medidas de orden penal, como el talión, y se trataban varios aspectos relativos a la familia y al derecho sucesorio.
Paradójicamente, no hay casi nada en todo lo conservado que se refiera al imperium de los magistrados, cuestión muy espinosa
que había provocado la consritución de la comisión decenviral, según la analística. Podemos entender como una limitación al
poder de los cónsules, el precepto relativo a la pTouocatio ¿d popdum, del que hablaremos más adelante. Por el contrario,
coincide con el relato de nuestras fuentes el carácter de apéndice que parecen tener las dos últimas rabias, las que la tradición
atribuye al segundo colegio de magistrados. No es éste el lugar para hacer una exposición detallada de los contenidos de las Xll
Tablas, pero sí para que nos detengamos en aquéllos de mayor relevancia para el conocimiento de la sociedad del siglo v a.C.
La cfeuda
 A ella se dedica la tabla IU por enrero, donde se establece el siguiente procedimiento: al deudor condenado se le dan treinta
días para satisfacer la condena, transcurridos los cuales, si no ha pagado, el acreedor se apodera de él, por orden judicial, y lo
mantiene preso, con cadenas. En tres días consecutivos de mercados (las nundinae, cada ocho días), intentará recuperarar la
deuda poniendo al condenado a la venta en el comicio, o bien al otro lado del Tíber. Transcurrido ese plazo sin haberse cerrado
la venta, parece seguro que se ejecuta al deudor. Lt ley añade el detalle macabro de que si son varios los acreedores se lo
repartirán en trozos y que no importa si son desiguales. A veces se ha querido explicar la venta al otro lado del Tíber alegando
que se trataba de un territorio no romano (etrusco) y que la ley preveía esta venta porque estaba prohibida la esclavización de
un ciudadano en la propia Roma. Lo primero es cuando menos dudoso y lo segundo enteramente falso, pues la pwpia ley (tabla
1,19 Crawford = FIRA 1, 14) castigaba el hurto manifiesto esclavizando al culpable, si era un hombre libre. En cuanto a lo
primero, parece, en principio, poco comprensible que la ley fije como lugar para la venta un territorio extranjero. Debemos
pensar tal vez que al otro lado del Tíber había un mercado frecuentado por mercaderes, algunos de ellos extranjeros.
 Como vimos, Livio atribuyó el estallido del conflicto patricio-plebeyo al problema de los deudores, y ciertamente, el
tratamiento que reciben en las Xll Tablas es cruel- Lo primero que debemos hacer es distinguir dos figuras jurídicas: el nexum
y la addictia La segunda es la que aparece regulada en las XII Tablas, es decir, el condenado judicialmente que, en aplicación
de la semencia, ha sido entregado al acreedor. Su situación es transitoria, hasta que se produzca la venta (o la ejecución
sumaria) y caiga definitivamente en esclavitud. Para el nexum nuestra fuente principal es Varrón (Sobre la l e l a t i n a
7,105): Manilio escribe que es nexum todo lo que se h<lcc mediante el bronce y la balanza, en lo que se incluyen los esclavos
(mancipía), Mucio, en cambio, lo restringe a las obligaciones contraídas mediante el bronce y la balama, excepto lo que se da en
n;mcipto. Que esto último es más cierto, la misma palabra de la que hablamos lo muestra, pues el bro nce que se compromete
mediante la balanza no se hace suyo (nec suum), de ahí que se diga ne.\ 1<m. El hombre libre que trabajaba como esclavo a
cambio del dinero que debía, hasta pagar la deuda, se llamaba nexus, igual que o^baera^ viene de aes.
 Varrón distingue claramente a los ne.x de aquellos que han sido comprados por el bronce y la balanza, grupo en el que se
incluyen tanto los esclavos (mancipia) como los hijos vendidos por sus padres, los cuales pasan a estar m mancipo. En su
opinión, que sigue la de P. Mucio Escévola (tribuno de la plebe en 141 a.C.) y es contraria a la de Manio Manilio (cónsul, 149
a.C.), el negocio jurídico del nexum sirve para contraer una obligación pero no para transferir la propiedad. El argumento
etimológico que aduce no es, desde luego, atendible: nexum = nec swum ( ••no-suyo» ), pero no se funda en él su afirmación
referida a los nexi, quienes no son esclavos ni están in mancipio, sino que se limitan a trabajar para otro como medio de saldar
su deuda. Pesa sobre ellos la terrible amenaza de que su acreedor pueda, en cualquier momento, denunciarlo ante el pretor,
para que éste lo condene y le aplique el tratamiento brutal de las Xll Tablas; la acldictio primero, luego la venta como esclavo o,
en el peor de los casos, la ejecución pura y simple.
 En todos estos textos que estamos discutiendo llama poderosamente la atención la constante presencia de «deudas» que han
de pagarse. Por lo que sabemos, no había entonces moneda en Roma y la determinación de un módulo de peso (el aes de una
libra) por Servio Tulio no pudo utilizarse como algo que se prestara a otros, salvo simbólicamente. La solución al problema se
encuentra en la interpretación de Finley (1984, cap. 7): los nexi fueron el modo como los ricos consiguieron fuerza de trabajo
para sus tierras en un momento en que la esclavitud como tal apenas se había introducido, y lo hicieron blandiendo una
amenaza terrible: la deuda, que en cualquier momento podía reclamarse. Interpretadas de este modo, las referencias de
nuestras fuentes a los deudores, cobran sentido: no son morosos sino campesinos dependientes que luchan por recobrar su
libertad.
Familia y herencia
 En su momento expusimos las líneas maestras del evolucionismo de Morgan que, para el caso de Roma, establecía una
pirámide de tres escalones: gens, curia, tribu, hasta llegar a la cuitas. En estrecha vinculación con esta idea, algunos romanistas
sostuvieron que la patria potesta.s originaria era inextinguible y, en cierto modo, la piedra angular sobre la que se edificó la
ciuüa.s, porque los patres de las principales familias se constituyeron en cabezas de las respectivas gentes y asimismo también
en los senadores del primitivo senado. Sólo el progresivo fortalecimiento del «Estado» -opinaban— fue capaz de ir poco a poco
imponiéndose y limitando esa patria potestas absoluta, al tiempo que hacía retroceder a ía gens. Como a menudo sucede, esta
hipótesis mezcla prejuicios modernos, intuiciones certeras e interpretaciones forzadas de algunos textos. En primer lugar, las
gentes nunca tuvieron «jefes», pues la expresión princeps gzntis es moderna. Más bien se caracterizaron por ser igualitarias,
hasta el punto de que en su seiio no se establecieron clasificaciones: frente el parentesco que clasifica las relaciones por su
mayor o menor proximidad al ego, según el vínculo gentilicio, todos son iguales. En segundo lugar, es cierto que algunos textos
«tardíos» (muy posteriores a las XH Tablas) subrayan la singularidad de la patria potestas romana, sin que esto implique que
fuese así desde el principio. El conocido de todos ellos es Gayo, instituciones 1,55: «este derecho es propio de los ciudadanos
romanos, pues casi no hay otros hombres que tengan sobre sus hijos una potestad tal como la que tenemos nosotros..., si bien no
me olvido de que los gálatas creen que los hijos están bajo la autoridad de sus padres».
 La noción de que la patria potestas era, en un principio, absoluta depende de la necesidad de depositar en ella la «soberanía»
en el momento en que aún no se había formado el «Estado». El problema principal, claro está, radica en que no tenemos
información sobre esa etapa primigenia y nos vemos obligados a suponer que los preceptos de las XII Tablas ya contienen las
primeras cortapisas y límites impuestos por el «Estado» al pacer familias. Que esto, simplemente, es un prejuicio no hace falta
decirlo. Su (mico y debilísimo apoyo eran las llamadas leyes regias, que autores como Dionisio de Halicarnaso atribuyen a los
diferentes reyes de Roma, En su mayor parte, como ha demostrado Gabba, son falsificaciones tardorrepublicanas que
buscaban así hacer respetables sus propias iniciativas (populares o bien optimates) como si fuesen un simple retorno a la
«constitución ancestral».
 En la ley de las XII Tablas no encontramos enunciados de modo sistemático los contenidos de la patria potestas, aunque
ciertamente es posible que estuvieran recogidos en la parte perdida. En lo que nos ha llegado, sólo dos preceptos se refieren a la
potestad del padre. El primero le reconoce el derecho a exponer a un recién nacido deforme, una precisión sorprendente
porque en época clásica el padre podía hacerlo en rodo caso, fuera el niño deforme o no. El segun do precepto (tabla IV,2) es
algo más complejo. La ley, según parece, limitaba el número de veces en que un padre podía poner en venta a su hijo. Si lo
hacía tres veces, sin encontrar comprador, quedaban rotos los lazos familiares entre padre e hijo, aun cuando no se hubie se
podido proceder a la venta. Visto así (esta es la interpretación sostenida en López Barja, 2000), el precepto sancionaba
implícitamente el derecho paterno a vender a su hijo, pero en modo alguno pretendía que la patria potestas permaneciese de
algún modo vigente después de cada venta, hasta finalmente extinguirse después de la tercera. El carácter singular, único de la
patria potestas romana no procede de los orígenes, sino que fue una constmcción intelectual y jurídica posterior. La ley de las
XII Tablas ni siquiera recoge el derecho paterno a dar muerte a su hijo, lo cual no quiere decir que no lo tuviera. Ese ius uirae
necisque aparece, por vez primera, en la fórmula de la ^rog^io, que se realizaba ante las curias en los comicia. calata (Aulo
Gelio, Noches ávcas 5,19,9), pero la institución en sí de la támgatio difícilmente puede remontarse más allá del siglo m a.C., por
lo que rampoco su fórmula puede ser más antigua.
 La ley de las XII Tablas también hacía referencia a la manus es decir, elpoder que adqui ría el marido sobre la mujer si el
matrimonio se realizaba mediante confarreaúo (videsupra), compra de la mujer o bien por lo que se denominaba tJsus, es decir,
la convivencia ininterrumpida durante un año, transcurrido el cual la mujer cae bajo la manus del marido de modo análogo a
como se adquiere por usucapión la propiedad de un determinado bien. Las XII Tablas establecían que si esa convivencia se
interrumpía tres noches consecutivas dentro del año el marido no obtendrá la ^manus, por lo que la mujer, en tal caso, sigue
perteneciendo a 1.a familia de su padre y no a la de su marido. A esta medida, el segundo decenvi- rado le añadió la llamada lex
inhumanissima, es decir, la ausencia de conubium entre patricios y plebeyos. Al no haber conubium, los matrimonios mixtos
que se celebrasen eran considerados ilegítimos y los hijos que de ellos naciesen heredaban la condición de la madre, no la del
padre. Según el relato analístico, esta prohibición fue una novedad, que encajaba bien con los tintes tiránicos con que dibuja la
historia del segundo colegio decenviral. Si fue una novedad, duró muy poco, porque fue suprimida por el plebiscito Canuleyo,
en 445 a.C. Por último, hemos de decir algo de la ley sucesoria, aunque no podamos analizarla al detalle. Baste con indicar que,
en la sucesión intestada, el orden que las XI! Tablas establecen es el siguiente: en primer lugar, heredan los sometidos a la
patria potestas del causante (los heredes sui); en segundo lugar, en ausencia de heredes sui, el agnado más próximo y por último,
en ausencia de agnados, los gentiles, colectivamente. Este orden nos permite comprobar el carácter igualitario de la gens como
heredera frente al parentesco jerarquizado (el agnado próximo) y la importancia que ella tenía, aunque no hay razones para
pensar que fuese mayor aún en tiempos más remotos.
Derecho publico
 Algunas normas tienen claras implicaciones sociales, aunque no se refieran directamente a cuestiones de derecho público sino
a aspectos que pueden ser muy técnicos: así sucede con la cláusula en la que se dice que puede ser garante procesal (uindex) del
«propietario» (adsiduus) sólo alguien de su misma condición, pero del proletarius puede serlo cualquier ciudadano. Subyace a
esta norma una divsión de la sociedad en dos clases: los que tienen tierras en propiedad (ailsidui) y los que no (proletarii),
división que no coincide exactamente con las otras que conocemos: patricios frente a plebeyos (en este caso el cri terio es
religioso y político, pero no económico) y la c¡assá frente a los infra classem, porque los proletarii constituían sólo una parte de
este último grupo. Las medidas que, de modo directo podían afectar a lo que los romanos entendían por derecho público son
sólo cuatro. La primera es la prohibición taxativa de juzgar por un delito capital a un ciudadano si no es ante unos comicios
suficientemente concurridos (para esta interpretación de maximus comitia- ws véase Gabba, 1987), entendiendo por pena
capital no sólo la de muerte sino también cualquera otra que implique la pérdida de la condición de ciudadano. Esto quiere
decir que la ley recoge la prouocatio a A populum y que, por lo menos, desde mediados del siglo v a.C. los magistrados venían
obligados a presentar la acusación ante unos comicios (tal vez por curias primero, luego sustituidas por las centurias) en los
casos de pena capital. Sin duda esta obligación vino a limitar la arbitrariedad del imperium consular, por lo que podemos
considerarla como la principal concesión de los patricios (que casi monopolizaban el consulado) a las reivindicaciones plebeyas.
La segunda medida de «derecho público» es la prohibición de reuniones (coews) no convocadas por algún magistrado.
 La tercera coisiste en la condena al patrono que causara algún daño a su cliente. La cuarta se refiere a toda una serie de
disposiciones, recogidas en la tabla X, para limitar el lujo en los funerales: se prohibían, por ejemplo, las excesivas muestras de
dolor, rociar con vino la pira funeraria o ungir el cadáver con mirra, así como también enterrar oro en la tumba. Cicerón dice
que algunas de estas medidas están tomadas de las leyes de Solón, en <casiones con las mismas palabras (Solae las leyes 2,.59 y
64), y el relato analístico afirma, como vimos, que hubo una comisión encargada de viajar a Grecia e informarse de las leyes de
Atenas y otras ciudades. A este respecto, no debemos olvidar que las leyes de Solón nos son prácticamente desco nocidas y es
indudable que Rormi tenía mucho más cerca las ciudades de la Magna Grecia si quería recopilar información para uso
posterior. Sin duda, es difícil probar la influencia griega en preceptos concretos, aunque ciertamente es sintomático que se
emplee un término de origen griego, poenu, para calificar la multa que se impone al agresor (rabia 1,14,15). En opinión de
algunos autores, podríamos ir m<s lejos y considerar griega la propia idea de una codificación, algo decididamente ajeno al
sentimiento romano hasta el punto de que no volverá a emprenderse otra semejante hasta el reinado de Oiocledano.
4. Desarrollo y final del conflicto patricio-plebeyo (449-287 a.C.)
 La expulsión violenta de los segundos decenviros condujo al resrablecimiento del consulado y a la aprobación de dos leyes
propuestas por la primera pareja consular: Lucio Valerio Porir.o y Marco Horacio Barbado (449 a.C.). Una de ellas establecía
que lo aprobado por la plebe reunida por tribus obligaba a todo el pueblo, lo cual, dicho en otros términos, significaba que los
plebiscitos cobraban fuerza vinculante también para los patricios. El problema que se nos plantea estriba en que conocemos
otras dos leyes de un tenor muy similar: la Publilia del 339 a.C. y la Hortensia del 287 a.C. Esra reiteración ole medidas
similares, que, como veremos, sucede también en otros casos, movió a algunos historiadores a tener por auténtica sólo la última,
la más reciente de cada serie, y considerar las demás como falsificaciones. Sin embargo, acrunlmente se tiende a adoptar una
posición menos crítica y a aceptar que la reiteración pudo inrroducir matices o añadidos que la justifiquen y que no hayan sido
cabalmente recogidos por nuestros informadores. La segunda de las leyes Valcrio-Hora- cías prohibió que se crease ninguna
magistratura que no estuviese sujeta a la pro^xatio, como había ocurrido con el decenvirado, de negra memoria. También. en
este caso contamos con otras dos leyes parecidas, ambas propuestas, al igual que esta ley Valeria, por un Valerio: la del 509 (P
Valerio Publícola) y la del 300 (M. Valerio Máximo Corvo).
 Aunque la coincidencia en el nombre induce a la sospecha, no podemo olvidar que la prouocato ya aparece sancionada en las
XII Tablas, de modo que no hay razón para tener por auténtica sólo la norma más reciente, la del año 300. Todavía en el ai'í.o
58 a.C, P. Clodio hizo reafirmar por ley la ^ouocitío, con una intención puramente política, la de presionar a su enemigo, M.
Tulio Cicerón. Un objetivo asimismo político y no jurídico puede explicar esta reiteración de normas aparentemente idénticas.
U tercera de las leyes Valerio-Horacias disponía que si alguien causaba daño a los tribunos de la plebe, ediles, o jueces
decenviros, su cabeza fuese sacrificada a Júpiter y sus bienes puestos en venta en el templo de Ceres, Líber y Libe ra, en el
Avenrino. Esra tercera ley refrendaba el juramento presrado por los plebeyos en la primera secessio, la del 494, ratificando el
carácter sagrado de las magistraturas plebeyas. Llama la atención que Livio mencione sin mayores explicaciones a los «jueces
decenviros» porque para nosotros son completamente desconocidos. Mommsen sugirió considerarlos un precedente de los
dcccmu'ri stliribis iud.candis, nacidos después del 242 para juzgar los procesos en los que se deterra inaba el status (libre o
esclavo) de una persona. El mumenro parece adecuado, habida cuenta de que fue precsamente eso lo que se discutió en el
asunto de Virginia. Con todo, es más prudente pensar que se trató de unos magistrados plebeyos, desaparecidos luego sin
sucesores (Ogilvie, 1965, p. 501).
 Sin duda, las leyes Valerio-Horacias tienen una fuerte carga simbólica. La expulsión del dcccnvirado «tiránico» conllevó la
elección de dos cónsules cuyos nomina coinciden sospechosamente con los de dos cónsules del año mágico del 509. Para Polibio
y para Cicerón, las leyes Valerio-Horacias marcan el punro final del proceso de desarrollo de la constitución mixta, la cual
queda definitivamente establecida y terminada (Femuy, 1984). Con la plena incorporación de las instituciones plebeyas
(tribunos y ediles de la plebe, plebiscitos) y con el reconocimiento de la potestad jurisdiccional de la asamblea (pouo- catio), se
integraba plenamente el tercer elemento que Cicerón consideraba necesario para la constirución, la /¿berras, que venía a
sumarse a los otros dos ya exstentes: el ímpeWum de los magistrados y la aucroriras del seiado, No es coincidencia que poco
después terminase asimismo la escsión entre patricios y plebeyos, gracias al plebiscito Canuleyo (445 ), que hio legítimos los
matrimonios entre ambos gmpos. Probablemente, debamos entender que autorizó el uso de la confarreatio a los plebeyos, que
había sido prohibido por las XH. Tablas.
 En esre mismo año (445), no se nombraron cónsules sino que en su lugar se eligió una magistratura nueva: tres tribunos
militares con potestad consular (tribuno miíitum consulai potestate). En lo sucesivo, e.l senado decidía cada año si lis comicios
elegirían cónsules o bien rribunos, los cuales, a partir del 420, se convirtieron ccasi en la norma, en número variable, entre
cuatro y ses, y excepcionalmente, también nueve. Desde esa fecha del 420 y hasta que las leyes Licinio-Sextias (367 a,C.)
hicieron desaparecer definitivamente los colegios tribunicios, sólo se eligieron cónsules en 413-409 y 393-392. Lvio considera a
estos tribunos un subterfugio patricio para conservar el monopolio del consulado, concediendo a cambio a los plebeyos la
participación en una magistratura nueva y más numerosa. Por desgracia, los datos que podemos obtener de los fastos no avalan
esa interpretación, porque no hubo ningún plebeyo en los colegios tribunicios anteriores al 400 y en los años siguientes
únicamente ocuparon alguna plaza en 400, 399 y 396 (Comell, 1999, p. 387). Heurgon (197í, p. 201) defen día, por contra, una
explicación militar: la multiplicación de frentes y el crecimiento del ejército centuriado hicieron necesario un número mayor de
magistrados con mando en tropas. Se ha observado, sin embargo, que los años en que se eligieron tribunos no coinciden con los
de mayor actividad militar y que, aí contrario que los cónsules, ningún tribuno obtuvo el triunfo, lo cual resulta paradójico si
su razón de ser era la militar.
 En la búsqueda de una explicación diferente, conviene que nos detengamos en la evolución de las magstraturas desde los
orígenes de la República, cuando en Roma sólo había dos cónsules y sus subalternos, los dos cuestores. fn los años posteriores al
decenvirado se fue articulando, poco a poco, el sistea dt> magistraturas «republicano», un proceso que, imaginamos, mvo que
ser complejo y en d que hubo ensayos fallidos como esos «jueces decenvi- ros» y, precisamente, los tribunos militare:. con
potestad consular. Como puede observarse en la figura 2.6, lacensura apareció en el 443, mientras que el número de cuestores
se duplicó en el 421. La supresión de los tribunos consulares estuvo acompañada, ese mismo año .367, por el restablecimiento
del consulado y lacreación de la pretura y la edilidad curul: cinco puestos jerarquizados sustituyeron a los cuatro o seis
tribunos de un mismo rango.
 En el año 376, fueron elegidos tribunos’ de la plebe C. Licinio Estolón y L Sextio, quienes presentaron tres plebiscitos a la
aprobación de los comicios. parres consiguieron que algún otro tribuno interpusiese su veto, de modo que los proyectos no
llegaron siquiera a someterse a votación. Como represalia, Licinio yScxtio vetaron las elecciones curules, por lo que sólo
pudieron elegirse magistrados plebeyos. Esta situación de anarquía duró cinco años, entre el 376 y el 371, según Livio (6,35,10),
aunque ots fuentes la reducen a cuatro o a uno solo. Es muy poco creíble un periodo de anarquía de tan prolongada duración,
que obedece bien a los esfuerzos de los eruditos ardorrepublicanos por ajustar la cronología. Ambos tribunos fueron reelegidos
ininterrumpidamente durante diez años (376-367 a,C.) hasta que consiguieron la aprobación de sus tres proyectos. El primero
era sobre las deudas y establecía que los inrereses ya abonados se descontasen del capital y que el resto de la deuda se pagase en
los tres años siguientes. El segundo imponía un límite de 500 yugadas (125 ha) como extensión máxima de ager publicas que
podía estar en manos de un ciudadano particular (la cifra parece demasiado alta, sin embargo, teniendo en cuenta que el
pubh'ccus' debía de ser reducido por aquel enronces; probablemente se introdujo como vía de justificación de la refonna de
Tiberio Graco, cfr. cap. lV.l). El tercero abolía la figura del tribunado militar con potestad consular y disponía que cada año se
eligiesen dos cónsules, uno de los cuales tenía que ser plebeyo (Livio 6,35,4-5).
 Los plebiscitos Licinio-Sextios, abriendo la más alta magistratura a los plebeyos, señalaron el comienzo de su acceso general
izarlo al esto de las magistraturas, tal como sucedió en los años sucesivos, según se recoge en la figura 2.6. Los fastos, sin
embargo, no parecen ratificar esta interpretación, porque, en el periodo 355-342, al menos en seis ocasiones, ambos cónsules
fueron patricios, lo cual sería una violación flagrante y reiterada de la ley si el contenido de ésta era el que Livio nos ha
conservado. Probablemente, Livio se equivoca. Lo más seguro es que en el 367 únicamente se permitiese el acceso de los
plebeyos al consulado, algo que tal vez no estuviese prohibido, pero que, dado el empecinamiento patricio, se consideró
oportuno autorizarlo expresamente. Hasta cierto punto, confirma esta hipótes is una frase aislada de Q. Fabio Píctor (fines del
siglo rn a.C.), citada por Aulo Ge lio (Noches átcas, 5,4 ): «entonces, por vez primera, se eligió a un cónsul plebeyo, veintidós
años después de que los galos tomaran Roma», No sabemos exactamente cuándo situaba él este último acontecimiento, pero si
era en el 389, veintidós años más tarde nos situamos en el 367, el año de las leyes Licinio-Sextias. Algún tiempo después, en el
342, un plebiscito (tal vez presentado por el tribuno L. Ceñudo) estableció que ambos cónsules debían ser plebeyos. Livio
(7,42,2) no parece muy seguro de que tal cosa llegase nunca a aprobarse y con razón, porque los fastos indican que entre el 342
y el 173 a.C. fue regla sin excepción que uno de los cónsules fuese patricio y el otro plebeyo. En síntesis, parece la mejor inter -
pretación la siguiente (propuesta por Richard, 1979, y aceptada generalmente): las leyes Licinio-Sextias permitieron que uno de
los cónsules fuese plebeyo mientras que el plebiscito Genucio obligó a que uno de ellos lo fuera.
 Hemos visto cómo, entre el 376 y el 367, se reformó y amplió el conjunto de magistraturas, hasta entonces muy escasas. Algo
parecido ocurrió con el senado. Cornell ( 1999, pp. 290-292) sostiene que durante los siglos v y IV buena parte de las decisiones
importantes las tomaron las asambleas. Propone incluso denominar ese régimen «democracia plebiscitaria», porque el senado
no ha acaparado aún la autoridad solemne que ostentará a partir del siglo UI a.C. y ni siquiera es aún vitalicia la condición de
senador. Los cónsules o los tribunos militares con potestad consular convocaban en cada momento a quienes consideraban
adecuados, de modo que la composición del senado variaba según los momentos. Varias medidas contribuyeron a colocarlo en
el lugar privilegiado que ocupó desde principios del siglo m a.C. Las dos primeras son otras tantas leyes del dictador Q.
Publilio Filón, en el 339 (de la tercera ley Publilia, de ese mismo año, sobre los plebiscitos, ya hemos hablado). En virtud de
ellas, uno de los censores debía ser, en adelante, necesariamente plebeyo y, por otro lado, cualquier proyecto de ley debía
obtener la autorización del senado (auciontos patrum), antes de presentarlo a la asamblea. Aunque las fuentes suelen presentar
esta última norma como una victoria plebeya, parece claro que la autorización previa confirió al senado un poder de bloqueo
que inhibió durante mucho tiempo cualquier iniciativa que, de entrada, no contase con su beneplácito. La tercera medida es de
gran calado, pero la conocemos mal. Se trata de una ley Ovinia, de fecha desconocida, pero probablemente anterior al 312 a.C.,
por la que se exigía que los censores eligiesen a los «mejores» para el senado (Festo, p. 290 Lindsay). De este modo, su com-
posición se hizo fija y estable y su reclutamiento pasó a ser obra de los censores, no de los cónsules.
 El nuevo poder adquirido por los censores pronto fue causa de problemas, debido a las polémicas decisiones adoptadas por
Apio Claudio el Ciego. Al parecer, la censura fue la primera magistratura que desempeñó, lo cual muestra cuánto faltaba aún
para que los cargos se jerarquizasen de la forma que luego conoceremos. Su labor consistió, en parte, en aco meter obras
públicas de importancia, pues a él se deben la vía Apia, que unía Roma con Capua, y el primer acueducto de Roma, el aqua
Apia. También autorizó que la gens de los Potiti delegase en unos esclavos públicos el cuidado y mantenimiento de los ritos en el
altar a Hércules del foro Boario (ara El escándalo estalló al elaborar la lista de senadores, una tarea que, como vimos, hasta la
ley Ovinia venían haciendo los cónsules. Apio Claudio pasó por alto a algunos personajes de relieve (Livio 9,30,1-2) y, como
protesta, dimitió su colega censor, C. Plautio. Esto hubiera debido forzar la dimisión a su vez del propio Claudio, pues la
censura no poda ejercerse en solitario, pero Apio Claudio hizo caso omiso de tal requisito, así como también del límite de los
dieciocho meses. Se mantuvo en su puesto, solo, durante más de dos años, para no abandonarlo hasta que obtuvo el consulado
en el 307. cónsules, por su parre, no se atuvieron a la nueva lista de senadores que él había elaborado, sino que siguieron
convocando las reuniones de acuerdo con otra anterior.
 Poco después, en el 304, el escriba Cneo Flavio se alzó con la edilidad curul, pese a sus humildísmos orígenes, pues era hijo de
un liberto. Sus iniciativas fueron decididamente contrarias a la nobiítas. Divulgó las fórmulas necesarias para actuar ame los
tribunales (legis friones), hasta entonces mantenidas en celoso secreto por los pontífices, y también el calendario, con la
indicación de los días fastos y nefastos. Dedicó el templo de Concordia en el foro, pese a la oposición de los nobiíes. Livio
establece una conexión directa entre los cambios introducidos por Apio Claudio en el censo y la fulgurante e inesperada
carrera de Cneo Flavio.
 Por lo demás, " Fbvio lo había elegido edil la facción del foro, que había cobrado fuerza por la censura de Apio Claudio, el
cual primero rebajó la consideración del senado, eligiendo a hijos de libertes, y después, al no lograr que nadie ratificase esta
li.sra ni que entrasen en la curia los gnapos urbanos que él quería, corrompió el foro y el campo [de Marte] distribuyendo a los
humildes por todas las tribus. A tai extremo de indignidad llegaron los comicios de Fiavio que la mayor parte de los nobiles se
quitó sus anillos de oro y sus discos (phderce). Desde aquel momento, la c¿u¿r:as se dividió en dos parres: por wi lado, el
pueblo íntegro, defensor y seguidor de los buenos, por otro, la facción del foro, y as í hasta que fueron elegidos censores Q,
Fabio y P. Decio [304 a.C.] y Fabio, tanto por deeo Je concordia, como por que los comicios no estuviesen en manos de los más
humildes, una vez segregada la turba del foro, la agrupó en cuatro rribus, a las que denominó urbanas (Livio 9,46,10-14).
 No podemos aceptar al pie de la letra este párrafo de Livio , porque abundan en él los tópicos, en particular, esa división de la
plebe entre los íntegros, que apoyan a la nobleza, y los corrompidos, que se oponen a ella. Salustio y luego Tácito emplearán
esta misma imagen. De todos modos, de lo que dice Livio se infiere que Apio Claudio modificó los criterios del censo,
confiriendo mayor peso a los grupos más humildes, tanto en los comicios por centurias (el campo de Marte) como en los
comicios por tribus (el foro). Para Mommsen, el cambio radicó en que por vez primera se tuvo en cuenta la propiedad mueble,
lo cual permitió la inscripción en las rribus de los comerciantes sin propiedades rústicas, que hasta entonces habían estado
excluidos’. No parece, sin embargo, que su número fuese tan elevado como para que su inclusión tuviese tan graves
consecuencias. Ade más, seguramente todo ciudadano ruvo asg- nada una tribu desde el principio, aunque sus bienes no fueran
inmuebles. En mi opinión, el párrafo sólo se entiende referido a la Roma tardorrepublicana, o al menos a un momento pos -
terior a la reforma que vinculó las tribus con las centurias servianas, de modo que un cambio en la composición de las tribus
afectase a los comicios por centurias del Campo de Marte.
 Livio parece querer decir que con Apio Claudio los resídenres en Roma se distribuyeron entre todas las tribus, no sabemos
según qué criterio, y que esto, lógicamente, les dio un poder enorme porque estaban presentes en la mayor parte de las
votaciones, a diferencia de quienes vivían en el campo. La contrarreforma consistió en acantonados en cuarro tribus solamente,
denominadas urbanas, a las que Livio presenta como distinras de las cuatro partes en que Servio Tulio dividió la ciudad en el
siglo VI, Aunque sólo es una conjetura, tal vez ocurrió que el rápido crecimiento de la ciudad de Roma en el siglo IV atrajo a
mucha población del campo, que siguió conservando sus antiguas tribus. Por ello, su peso en las vo taciones fue cobrando cada
vez mayor fuera. Para quitárselo, perdieron esas antiguas adscripciones y uieron incorpora dos únicamente a cuatro tribus, las
llameadas urbanas.
 La resistencia patricia se mostró más vigorosa en el terreno religioso, lo cual no es de extrañar. En el 368, los duumuir sacris
faciundis se transformaron en decemuiri, cinco de los cuales patricios y otros tantos plebeyos. En el año 300, cuando el cónsul
M. Valetio Máximo Corvo presentaba la tercera y última de las leyes sobre la frouGcatio, un plebiscito de los heríanos Cn. y Q.
Ogulnio, tribunos de la plebe, dispuso que a los cuatro augures patricios se les añadiesen cinco plebeyos y que a los cuatro
pontífices patrie ios, otros tantos plebeyos, con lo que el colegio de augures pasó a tener nueve miembros y ocho el de pontífices.
Hasta el 209 no tenemos al primer plebeyo como cuno maiximus, y a partir de esa fecha únicamente los puestos de interrex y de
rex sacrorum quedaron reservados a los patricios.
 El final del conflicto, convencionalmente, se fija en el 287 a.C., cuando la ley Horten sia equiparó plebiscitos y leyes, como ya
lo había hecho Publilio Filón en el 339. Ahora es el momento de hacer un breve balance. Contemplando el periodo en su
conjunto, vemos que las reivindicaciones plebeyas encontraron una respuesta desigual El nemm fue formalmente abolido por la
ley Petelia Papiria en el 326, aunque se mantuvo vigente el siniestro castigo establecido en las XI l Tablas contra los deudores.
Posiblemente, Fin ley tenga razón al sugerir que la desaparición del nexum forzó a los propietarios a buscar mano de obra nue-
va, con lo que abrió el camino ai uso generalizado de esclavos en la agricultura. En segun do lugar, en el reparto del agcr
pubíiccus, los plebeyos dejaron de estar excluidos o subordinados (tal vez desde la ley Licinia del 367) y, de todas formas, el
éxito militar puso en manos romanas enormes cantidades de suelo itálico que beneficiaron a muchos ciudadanos. En tercer
lugar, la incorporación de los plebeyos a las magistraturas estuvo acompañada de la creación de los principales órganos de una
res publica compleja.
 En realidad, fue en el siglo IV cuando se levantaron los pilares de la constitución con la que Roma conquistó Ita lia primero y
luego el Mediterráneo: un sistema articulado de magistraturas y un senado fuerte. La clave de bóveda de esa estructura la
formaba una uofcfííras mixta, patricio-plebeya, que hizo su aparición en la segunda mirad del siglo IV y que mantuvo su
predominio, sin fisuras aparentes, hasta la crisis que dio comienzo con los hermanos Graco. En esa nobííitas, los patricios se
aseguraron un poder muy superior al que les hubiera correspondido por su número. Hasta el 17.3 a.C. hubo un patricio en
todos los colegios consulares (por primera vez en el 172 ambos fueron plebeyos); cuando en el 215 se produjo la elección de un
segundo cónsul plebeyo, los augures la declararon inválida y hubo que nombrar, en su lugar, a uno patricio. El año 161 a.C. fue
el último con ediles curules patricios, según la vieja regla que reservaba cada año la edilidad curul alternativamente a patricios
o plebeyos.
IV. ROMA EN ITALIA l. Del lago Regílo a Pirro
 Si hacemos caso a la tradición, la Roma de los Tarquinios ocupaba un lugar preeminente dentro de la liga latina, expresado
en el templo de Diana que Seivio Tulio hizo construir fuera del pomertum, en el Aventino, según lo exigía su vocación como
santuario federal latino. Por nuestra parte, apenas podemos hacernos una idea vaga de cuál era el contenido y cuáles los
miembros de ese nomen JatiVtum. Se reunían periódicamente en el monte Albano para celebrar un banquete en honor de
Júpiter Lacia!, en el que cada miembro de la liga debía necesariamente recibir un trozo de la carne sacrificada de un toro
blanco, pues si alguno no obtenía su parte, debía repetirse entera la ceremonia desde el principio. En el siglo Jii a.C,, era una de
las primeras obligaciones de los cónsules, al entrar en el cargo, fijar la fecha de esas feriae Latinae (pues, eran conceptiae, es
decir, móviles), a las que tenían obligación de asistir. De este dato se dedujo que Roma había sido, en un comienzo, un miembro
más de la liga latina y que poco a poco había ido cobrando importancia hasta convertirse en la ciudad hege- mónica. Frente a
esta opinión, muy extendida, Cornell (1999, p. .345) sostiene que Roma nunca fue miembro de esta confederación, la cual, más
bien, se constituyó, a su encender, para defenderse de Roma.
 Parece la de Cornell una postura demasiado radical, pero es indudable que las relacio nes entre Roma y el nomen Latniwni,
tal como las describe Livio, fueron de colaboración en ocasiones y de enfrentamiento en otras. Cuestión más importante es
determinar el contenido y alcance de la confederación. latinos no se diferenciaban en este aspecto de otros pueblos, como los
samnitas o los etruscos, que, compartiendo una misma lengua, mantenían ciertas instituciones federales cuyas decisiones no se
limitaban al terreno de lo religioso, Un texto del libro segundo de los Orígenes de Catón (frag. 58 Peter = 11.28 Chassignet)
permite afirmar que los componentes de la liga designaban a un magistrado común: Egerio Levio, de Túsculo, dictador latino,
dedicó el bosque sagrado de Diana (Incas Dianius) en la selva de Arícia. Estos pueblos participaron: Túsculo, Arlela, Lanuvio,
Lavinio, Cora, Tibur, Pomeria, Ardea rúrula.
 Este dictator Latinus probablemente era un cargo militar, no religioso. Lo malo es que no conocemos la fecha de la
inscripción cuyo texto nos ha conservado Catón, pero puesto que tiene carácter fundacional, debemos considerarla muy
antigua, anterior al ataque del hijo de Porsenna contra Aricia, en el 504. En la relación no figura Roma, pero dado que está
incompleta, su ausencia no es decisiva. Muchos años más tarde, cuando los latinos se encuentran ya bajo la dominación de
Roma, otro texto viene a confirmar que la confederación contaba con magistraturas comunes: Desde la destrucción de Alba y
hasta el consulado de P Decio Mus (340 a.C.). los pueblos latinos solían deliberar en el nacimiento del (río) Ferentino (ad caput
Ferentinae), que esrá en la ladera del monte albano y administrar el mando (imperirlm) de común acuerdo; por lo tanto, en el ano
en que, por orden del nomen Latinum, debían los romanos poner a sus generales al frente del ejército, muchos de los nuestros
solían prestar arención a los auspicios desde el alba, en el Capitolio. Cuando hs aves habían dado la señal, aquel soldado, al que
todo el Lacio enviaba, aquél aí que las aves habían señalado, solía ser saludado como pretor, que gobernaba esa provincia a título
de pretor. (Cincio, pero no el analista, en Festo. p. 276L)
 El texto, pese a su estilo un tanto torpe y reiterativo, es contundente. Los latinos tenían un lugar sagrado, el bosque de Diana,
y otro para reuniones deliberativas en la ladera del monte Albano, que se mantuvo hasta la guerra latina del 338 a,C. Además
de un dictator Latin - debemos aceptar que había también un [rrpraetor Larims, con funciones asimismo militares. Un punto
discutido es el de si existía un tumo rotatorio en el mando y si por lo tanto, cuando no le incumbía a ella, Roma se sometía al
mando conjunto. Esto último parece muy poco probable, desde luego, en los siglos v y IV.
 La tradición sostiene que Roma derrotó al nomen Latinum y a los Tarquinios en la batalla del lago Regilo (499 o 496), cerca
de Túsculo, donde contaron con la providencial ayuda de dos héroes griegos, los Dioscuros, Castor y Pólux, hijos de Zeus,
quienes luego se aparecieron abrevando a sus caballos en la fuente Juturna, en el foro, para anunciar a los romanos la gran
victoria obtenida. En Lavinio, la ciudad fundada por Eneas, aparecieron en 1959 trece altares de gran tamaño, en forma de U,
cuya situación, a unos 300 m de la muralla, fuera de ella, hace pensar que tenían un carácter federal no muy dstinto del que
pudo tener el templo de Diana en el Avemino. El más antiguo de dichos altares viene datado hacia el 570-550 por un fragmenro
de cerámica ática mientras que el último fue erigido a fines del siglo IV. Una inscripción en bronce encontrada junto a uno de
ellos es una dedicatoria muy arcaica, medio en latín medio en griego, a Castor y a Pólux, kumi, y no lejos de allí se encontraba
un templo de Minerva cuya estatua de culto en terracota, que se ha conservado, está influida por las estatuas del frontón oeste
del Partenón, de mediados del siglo V. Comprobamos así lo temprano de la penetración en el Lacio de personajes de la religión
griega. Además esta inscripción nos permite intuir la fuerte carga simbólica presente en la ayuda que los Dioscuros prestaron a
los romanos, puesto que su culto era importante en otras ciudades latinas.
 Unos años más tarde, en 493, el cónsul Espurio Casio rubricó un tratado entre Roma y Los latinos ((foedus Cassanum).
Dionisio de Halicarnaso (6,95) nos ha transmitido una versión de esta alianza, que, a tenor del texto que él nos facilita, era
exclusivamente militar y contenía un compromiso de ayuda mutua en caso de agresión por parte de un tercero. A mi entender,
no es probable que esta versión sea fiel al original, el cual había estado expuesto, escrito en una columna de bronce en el foro,
pero que ya no existía hacia el año 56 a.C, (Cicerón, En defensa de Ralbo 53). Por ello, no veo obstáculo para admitir, con
Humbert (1978, cap. III), que los «derechos latinos» ya se encontraba recogidos en el foedus Cassia- num. Esw significa
commercium, conubium, its su^^ii y ius migrandi. Se entiende por commemum el uso del derecho civil romano, por coiwbium,
la posibilidad de contraer matri- mono legítimo, iws suffiagii el derecho a emitir el voto en Roma, caso de encontrarse allí en el
momento de una votación, y, de una forma más radical, ius migrandi, la obtención de la ciudadanía romana por el simple
medio de fijar la residencia en Roma con carácter permanente. Este iu migrardi irá desapareciendo a lo largo del siglo 11 a.C.
(sustituido, como veremos, por el per magistratum), pero tiene una gran importancia, porque significaba dejar abierta a
cualquier latino la posibilidad de obtener la ciudadanía romana.
 A lo largo del siglo v, Roma se vio cercada por la triple presencia de la etrusca Veyes por el norte, de los volscos en elsur, los
cuales desde fines del siglo VI, habían ido ocupando posiciones en el Lacio meridional, y de los ecuos al este, en la cabecera del
rfo Anio. El relato de las interminables y poco productivas guerras de este siglo abunda en historias moralizantes, corno la de
L. Quincio Cincinato, quien abandonó el arado y la tierra que cultivaba con sus propias manos el tiempo suficiente para ser
designado dictador y derrotar a los ecuos en el 458 a.C. O la de Coriolano, traidor a su patria, que poniéndose aí frente a los
volscos, causó severas derrotas a Roma (491-489 a.C.): sólo su madre pudo hacerle retroceder cuando se encontraba ante las
mismas puertas de la ciudad. En cuanto a Veyes, también aquí Roma sufrió una amarga derrota: la expedición contra ella que
asumió la gens Fabia, con sus clientes, acabó en un desastre total en Cremera (477), donde, salvo uno, encontraron la muerte
los trescientos seis patricios de la gens. Las cosas empezaron a ponerse mejor para Roma con la captura de Fidenas (435), a la
que siguió un largo asedio a la propia Veyes, durante diez años (403-396). Mantenerlo tanto tiempo, según Livio, fue posible
gracias a la introducción por primera vez, del stiperdium, la paga de los soldados, quienes gracias a ella pudieron permanecer
largas temporadas alejados de sus hogares. Naturalmente, el súpeidium trajo consigo la generalización y sistematización del
tñlmtum, pues ambos elementos son indisociables.
 Veyes fue tomada y destruida, su territorio convertido en publicus y la mayor parte de sus habitantes, vendidos como
esclavos. La victoria final se debió al héroe que protagoniza el libro V de Livio: Marco Furio Camilo. Obtuvo, como
recompensa, el triunfo, pero poco después surgieron los problemas a propósito del reparto del botín de la ciudad ocupa da.
Camilo fue denunciado por un tribuno de la plebe y. por no someterse al juicio, se exi lió voluntariamenre en Ardea. En rodo el
relato está presente, no por primera vez en Livio, el modelo de la H^íada: tras un asedio de diez años (como el de Troya), los
romanos, herederos de los troyanos, se desquitaron triunfando sobre Veyes, pero el héroe Camilo, se vio obligado a abandonar
Roma y su alejamiento, como el de Aquiles, causará graves males a sus compat horas. En efecto, una expedición de galos de la
Cisalpina, al mando de Breno, derrotó completamente a los romanos en la batalla de Alia (390) y a continuación, se apoderó sin
esfuerzo de la ciudad inerme, con la excepción del Capitolio. De modo un tanto rocambolesco, Camilo, en Ardea, fue designado
dictador, reunió un ejército con los romanos que se habían refugiado en Veyes tras la derrota, y venció a los galos en el preciso
momento en que los sitiados del Capitolio habían aceptado comprar con oro su libertad. Tras esta victoria, Camilo logró su
mejor hazaña: oponerse con éxito a la pretensión de los tribunos de la plebe de abandonar la destruida Roma para establecerse
en Veyes.
 La toma de la etrusca Veyes suprimió el principal obstáculo que había impedido la expansión de Roma durante todo el siglo
v. Así, desde comienzos del siglo siguiente, su crecimiento fue mucho más rápido. Tlbur y Preneste combatieron sin tregua y sin
éxito contra los romanos, al riempo que las vicrorias sobre volscos y hérnicos permitieron la anexión del Lacio meridional con
la creación (358) de dos nuevas tribus: Publilia y Pomptina. A mediados de siglo, Roma es ya la principal ciudad de Italia:
renueva el foedus Casslanum con los latinos (358), firma un pacto con la poderosa confederación samnita (354) y logra detener
el ataque de varias ciudades etruscas, dirigidas por Tarquinia, no sin pérdidas -307 prisioneros romanos fueron ejecutados en
el foro de Tarquinia-, gracias a la defección de Caere, que pactó una tregua con Roma (353). A esta época pertenecen los
frescos de la tumba François, a los que ya nos hemos referido (cap. li.Ii.l), de marcado signo antirro- mano, donde se recoge la
historia de Mastarna, con la muerte de Cneo Tarquinio, de Roma, y se representa la muerte de los prisioneros troyanos en los
funerales de Patroclo (donde Troya podía simbolizar Roma).
 En esos ailos cruciales de mediados de siglo, Roma acordó el segundo tratado con su futura enemiga, Carrago (348). En él se
modifica el área de exclusión que los romanos deben respetar: si en el primero (509 a.C.) se fijaba sólo el «cabo Hermoso»,
ahora se establece una línea entre «cabo Hermoso» y Masria Tarseion (seguramente, Cartagena) que los romanos no pueden
traspasar en ningún caso: se les permite comerciar en Sicilia y en Carrago, pero no en el resto de Africa ni en Cerdeila.
Después de este rratado, debió de firmarse otro, probablemente en el 306, recogido por el historiador Filino (al que Polibio no
da crédito), en el que se prohibía a los romanos desembarcar en Sicilia. Polibio, en cambio, sólo reconoce tres tratados: el del
primer ai'ío de la República, otro que no fecha, al que acabamos de referimos como firmado en el 348 a.C. y el último, en la
época de la guema contra Pirro.
 Como conecuencia de su expansión hacia el mar, los samnitas atacaron a los pueblos de la Campania septentrional. unidos en
una confederación en romo a Capua, la cuuí pidió ayuda a Roma. Vinculada por el pacto del 354 con los samnitas, Roma debía
mantenerse neutral, pero no quiso hacerlo. Para salvaguardar las formas, Capua se rindió voluntariamente con lo que su
territorio se convirtió en romano y los samniras debían, de acuerdo con ese ms- mo pacto, abstenerse de entrar en él como
enemigos. Los embajadores campanos proclamaron solemnemente esta rendición (deditio): «enrregamos el pueblo campano y
la ciudad de Capua, los campos, los templos de los dioses y todo lo divino y humano a vuestra autoridad, padres conscriptos, y a
la del pueblo romano, y lo que en adelante padezcamos lo padeceremos como dd&cios vuestros» (Livio 7,31.4).
 La guerra que siguió, la primera samnita, al igual que la propia dedtio de Capua. ha despertado sospechas entre algunos
historiadores, que no la consideran histórica. Según el relato, fue muy breve (341-340) y terminó con una sorpren dente
rrannsfonnación del cuadro previo de alianzas y enemistades. Ahora romanos y samni- tas, como aliados, se enfrentan a
campanos y latinos (340-338). La batalla que dio la victoria a Roma la sitúa Livio en las laderas del monte Vesubio, y es famosa
por la fóuotío del cónsul: viendo que el lado izquierdo que estaba bajo su mando flaqueaba, el cónsul P. Decio Mus se consagró
a sí mismo y al ejército enemigo a los dioses Manes y montado sobre su caballo, se arrojó al combate. Su muerte atrajo todos
los males de los d ios es sobre sus enemigos.
 La victoria supuso la disolución de la confederación latina (338) y la anexión del Lacio según fórmulas diversas para cada
ciudad, que veremos en el capítulo siguiente (ll.IV.2). La posición de Roma en Italia ya es hegemónica, por lo que estará en
condiciones de derrotar completamente a los samnitas en dos nuevos enfrentamientos. La segunda guerra (326305) dio
comienzo cuando la aristocracia (griega) de Nápoles pidió ayuda a Roma mientras la plebe hacía lo propio con los samnitas.
Roma sufrió una humillante derrota en el desfiladero del Caudium, al sur del río Liris (32 1): su ejército, atrapado y sin salida,
aceptó las duras exigencias de los samnitas y para salvar la vida, los hombres tuvieron que pasar, semi- desnudos, bajo unas
horcas que, desde entonces, recibieron el nombre de caudinas. Las cesas mejoraron luego para Roma, que pudo ocupar el valle
del río Liris. La tercera guena sam- nita (297-290) empezó como la segunda, pero esta vez fue Tarento la que invocó el auxilio
de Roma, mientras que los etruscos se pusieron del lado de los samnitas. La gran batalla de Sentinum, en Umbría (295 ), pudo
ganarse gracias a una nueva deuotia del cónsul, homónimo e hijo del anterior: P. Decio Mus.
 Por desgracia, perdemos el rexto de Livio poco después (a la altura del año 293) y hemos de contentarnos con los magros
resúmenes (jje-tojas) que apenas aportan nada. Por ellos- sabemos que los samnitas se rind ieron en el 290 y que Roma rechazó
poco después, en el 283, un nuevo asalto de los temibles galos, aliados con los etruscos. con tma victoria junto al lago Vadimón,
cerca de Bomarzo. Gracias a ella, se anexionó el territorio de los senones (ager Gallícus) fundando allí una importante colonia
latina, en el 268: Anminiam (Rímini). La batalla de Vadimón fue también el último intento de los etruscos por mantener su
independencia: tras la captura de Veyes y los conflictos con Tarquinia a mediados del siglo IV no hubo más enfrentamientos
hasta que Roía, por segunda vez, se apodera de una ciudad etrusca, Rusellae, en el 294. Diez añas después, en el 273, fundó la
colonia latina de Cosa y, en el territorio arrebatado a Caere, estableció cuatro colonias romanas: Pyrgi, Fregenae, Alsium y Cas-
trum Novum, Por aquel entonces se produjo un curios) incidente en Volsinii que muestra la disposición de Roma para intervenir
incluso en asuntos internos y en alterar drásticamente el poblamiento. En esa ciudad, en el ano 280, los «esclavos» se hicieron con
el poder: asumieron el mando del ejército, conquistaron el derecho a casarse con mujeres de la aristocracia y comenzaron a ocupar
magistraturas y a entrar en el senado. Roma envió una expedición auténticamente policial en el 264: M. Fulvio Flaco tomó la
ciudad, la saqueó (se llevó nada menos que dos mil estatuas: Plinio, Historia tacrrai 34,34), devolvió los «esclavos» a sus due ños y
trasladó a toda la población a un nuevo asentamiento, la Volsinii rom-ana (Bolsena), abandonando la etrusca (que quedó como
«ciudad vieja», urbs uetus, de ahí ^vieto), Después. dedicó un templo a Voltumna en el Aventino, un caso claro de etocatio similar
al que había hecho Camilo al tomar Veyes (sobre este epsodio. véase p. 361 ).
 Entre tanto, en el sur, Roma mostraba su cara más prepotente, haciendo que una escuadra suya penetrase en el golfo de
Tarento y violando así el tratado del 302 firmado con esta ciudad griega, por el que se comprometía a no avanzar más allá de
Crorona. Tarento era consciente de que con sus so las fuerzas no podía vencer, de modo que solicitó la ayuda de Pirro, rey del
Epiro. La llegada de Pirro (282) aglutinó en tomo a él a los maltrechos ene migos de Roma: Tarento, los samnitas y los lucanos.
Pirro logró dos victorias (en Heraclea y en Ausculum), pero a costa de cuantiosísmas pérdidas, por lo que, dado lo infructuoso
de sus esfuerzos, decidió Trasladarse a Sicilia para apoyar a las ciudades griegas de la isla, en par ticular, a Siracusa, en su
resistencia frente a Cartago (278). Esto provocará el tercer tratado romano-cartaginés, en la cuenta de Polibio (el cuarto si
incluimos el de Filino), que es de defensa mutua frente a Pirro. Tras algunos éxitos iniciales. Pirro puso sitio al principal
enclave cartaginés en la isla, Lilibeo, pero no pudo tomarlo. Abandonó el asedio y en el 275 regresó a Italia, pero fue derrotado
en Benevento (275). Enterado de los progresos que hacía Antígono Gonatas, rey de Macedonia, sobre el Epiro, Pirro regresó a
su reino, donde murió poco después. Abandonada a su suerte, Tarento resstió aún hasta finalmente ren dirse a los romanos en
el 272. Toda Italia al sur de la línea Pisa-Rímini dependía ya, de una forma o de otra, de Roma o estaba vinculada a ella por
tratados en los que se reconocía su autoridad y su predominio. Sólo ocho años más tarde, Roma pondrá por ver primera el pie
fuera de Italia, dando comienzo su crucial enfrentamiento con Cartago.
2. Las fo^as de la anexión: tribus, municipium, cotonía
 Al relatar los acontecimientos del año 495, Livio afirma, sin mayores comentarios, que, gracias a la victoria en el lago Regilo
sobre los latinos, <<se hicieron veintiuna tribus» (2,21,7). Determinar cuáles fueron esas veintiuna no es tarea difícil porque en
lo sucesivo Livio nos irá informando puntualmente de todas las incorporaciones de nuevas tribus hasta llegar, en el 241 a.C.. a
la cifra definitiva de treinta y cinco, que ya nunca se modificará (cfr. fig. 2.8). Su exposición, bastante sistemática, comienza,
pues, como de la nada en el año 495, aunque, para el periodo 509-495 se ha referido a la creación de una tribu, la Clau dia
(2,16,5), que siguió a la venida del sabino Atta Clauso, y nosotros podemos deducir que la Clustumina fue consecuencia de la
toma de Crusrumerium.
 Pese a ese silencio de Livio, A. Alfoldi (1965) propuso una reconstrucción del proceso de fonnación de esas veintiuna tribus
que ha gozado de muchísimo predicamento (véase mapa 3). Según él, hubo dos momentos que pueden distinguirse según el
nombre de las tribus: uno primero, correspondiente al territorio de Roma bajo los Tarquinios (ager Romanus anñquus), que
equivale a la extensión de las tribus cuyos nombres son Topónimos, es decir, además de las 4 urbanas otras cinco rústicas (la
Romilia, equivalente al ager Vatícanus, Alfoldi creía que no podía haberse establecido bajo los Tarquinios, cuando, en su
opinión, toda la orilla derecha del Tíber era etrusca, sino a medados del s. v a.C., pero en este aspecto no le ha secundado la
mayor parte de los historiadores). En aquellos años, los monarcas no consentían que los territorios adquiridos tuviesen
nombres que no fueran neutros. El segundo momento viene cuando, tras la expulsión de los reyes, asumieron la iniciativa las
gentes patricias y por eso las nuevas tribus, las nacidas entre 509 y el 495, son aquellas con nombres gentilicios, apar te de otras
dos que, siendo topónimos, podemos fechar en esos años por algunas noticias que da Livio. Toda esta reconstrucción es sólo una
conjetura, y se funda sobre una distinción arbitraria entre gentilicios y topónimos que relega a esta segunda categoría a todas
aquellas tribus cuyos nombres no figuran en los fastos (Cornell, 1999, pp. 213-215).
 A mi entender, es difícil que podamos nosotros ir más allá del punto de partida de Livio en el 495. Conviene tener presente,
como ya quedó dicho, que durante la monarquía, la unidad esencial de la áu'UlS era la curta y que, aunque probablemente ya
ex istiesen algunas tribus, no cabe descartar que su generalización al conjunto de los ciudadanos tuviese lugar en ese mismo
año. Su historia posterior es mucho más sencilla. La creación de una tribu nueva es prerrogativa de los censores, quienes lo
hacen con la finalidad de incorporar a nuevos ciudadanos y tras haber expropiado, a las comunidades derrotadas, tierras que
luego se reparten en lotes individuales (umfim) entre los beneficiarios. Por esta razón, el cuadro que nos ofrece Livio es
coherente, sin ninguna tribu nueva en rodo el siglo v hasta que la conquista de Ve yes permite una súbita ampliación y muy
considerable (cuatro nuevas tribus). El ritmo posterior, a lo largo del siglo JV, es más pausado, pero regular (de dos en dos para
mantener un resultado impar en los comitia tributa) y siempre las incorporaciones acompañan a los éxitos militares En síntesis,
las nuevas tribus presuponen la apropiación de nuevos territorios y constituyen un instrumento para la extensión de la
ciudadanía, aunque no el único. Roma utilizó también otro que no significaba anexión: el mun’cipium, con ciudadanía plena o
bien síne suffrago
 Aunque nos detendremos algo más en estas dos categorías en el capítulo Y' conviene indicar ahora que la transformación de
una comunidad en municipium se produce cuando obtiene la ciudadanía romana, pero permanece como una res p¡mbíica
separada, con plena autonomía. La creación de una nueva tribu significaba la extensión del ager Romanu administrado
directamente por los magistrados romanos, y esto era algo que no podía hacerse en todos los casos porque tal grado de
centralización superaba con mucho lo que Roma, con los medios de los que disponía, era capaz de afrontar. En cambio, los
municipia conservaron su autonomía y por lo tanto se administraban perfectamente bien sin intervención de los magistrados
romanos. Aulo Gelio (Noches áticas l6,3,6) dice que Caere fue la primera ciurís sine suufagio, como premio por su ayuda
durante la toma de Roma por los galos en el 389 a.C., cuando las vestales y ciertos objetos sagrados encontraron refugio y
amparo en esa ciudad etrusca. Livio (5,50,3), por el contrario, alude únicamente a un hospi- tium ente Caere y Roma, firmado
en agradecimiento por su ayuda. Es probable (Humbert, 1978, pp. 28-32) que Gelio confunda las cosas, pero no que se
equivoque en cuanto a que Caere fue la primera ciuiras srne wffragio, como lo prueba la existencia de esas «labias de los
Caerites», donde se inscribían, en el censo, aquellos ciudadanos que no tenían derecho a voto, es decir, que eran ciues sne
suffrago. Si «Caerites» remite a Caere parece lógico pensar que ella fue la primera, aunque no en la fecha que propone Gelio
sino después, a modo de castigo, tras la tregua que firmó con Roma en 353.
 Estrechamente unida a la expansión de la ciudadanía romana (tribus y municipios), la colonización latina se remonta al
periodo regio, una época en la que, como vimos, la confederación latina tenía asambleas para deliberar y designaba sus propios
magistrades, Probablemente, las primeras colonias latinas que la analística atribuye a Rómu lo y a otros reyes naciesen como
consecuencia de una decisión del nomen Latrnum. Después, a medida que Roma fue cobrando protagonismo, era ella la que
acordaba la fundación, elegía el emplazamiento y la llevaba a cabo, aunque utilizando tanto a sus propios ciudadanos como a
latines y gentes de otras procedencias, que pasaban a convertirse en ciudadanos de la nueva colonia. De modo muy claro así lo
indica el jurista Gayo hacia el 161 d.C.: Antiguamente, en 1a época en que el pueblo romano fundaba colonias en regiones
latinas, quienes por orden paterna se incribían en una colonia lotina dejaban de estar b<ljo la potestad de su padre, porque :;e
hacían ciudadanos de otra ciudad distinta. (Instituciones 1,131)
 En cierto modo, podemos considerar las colonias latinas como rec íprocas al rus migan- di: en virtud de este último, los
latinos, trasladándose a territorio romano, recibían la ciudadanía, mientras que en las colonias eran los ciudadanos romanos
quienes se convertían en la<inos inscribiéndose en la nueva fundación. La colonización latina se detuvo brusca mente después
del 381, cuando Tusculum fue obligada a abandonar la confederación e integrarse en la ciudadanía romana, convirtiéndose en
el primer municipium (Cicerón, En defensa de Plancio, 8, 19), dentro de la tribu Papiüa, ya existente con anleriorioridad, pues
nunca se constituyeron tribus nuevas para incorporar a los munkipes. Esta forzada defección puso a las relaciones entre Roma
y los latinos al borde de la ruptura (Humberr, 1978, p. 160). Al detenerse de esta forma la distribución de tierras que
beneficiaba a la plebe de Roma, se agravaron los conflictos sociales internos: es probable que aquí resida la causa de los
supuestos diez años de intensas luchas (376-367) que prtxedieron a las leyes Licinio- Sextias. Finalmente llegó la guerra abierta
contra los latinos 040-338) y tras la victoria y la rendición incondicional ídedirio) de todas y cada una de las ciudades del Lacio,
el senado de Roma tomó una serie de decisiones muy importantes cuyo tenor nos ha conservado Livio (8.14 ):
– La confederación latina quedaba disuelta y Roma Ies quitaba a los pueblos que la habían integrado el derecho de reunirse,
casarse legít imam ente o come rciar entre sí. Los derechosdel /oedus Cassianum (commercium, conubium, ius migrandi) en
relación con Roma se mantuvieron vigentes. Todas estas comunidades se rigen, en sus relaciones con Roma, por el tratado y de
ahí deriva su denominación de ciuitaces foedemte. Aoietás, a dos de las principales ciudades latinas, Tibur y Preneste, se les
expropiaron algunas tierras.
– Con el fin de conrinuar con la política iniciada con Tusculum en 381, ahora el sena do incorpora a ciertas comunidades del
Lacio convirtiéndolas en municipios de pleno derecho: Lanuvium, Aricia, Nomentum y Pedum. Igualmente integra a algunas
comunidades campanas, aunque como ciuitotes sine su^a^o: Capua, Fundí, Forrniae, Cumas, Suessula.
– Ttsculum y Velitras mantuvieron la ciudadanía romana que tenían. En el caso de Tusculum, se castigó a los principales
intigadores de la rebelión; en el de Velítras, sus murallas fueron derribadas, sus senadores, desterrados al otro lado del Tíber y
en sus tierras, asentados colonos. Velitras es mencionada como una colonia latina en el 401, por lo que, si Livio no se equivoca,
debió de obtener el rango municipal después del 381 (Tusculum).
– El senado decidió enviar la primera colonia de ciudadanos romanos a Anrium.
 Después del 338 a.C., se reanuda la colonización latina, pero su definición jurídica ha cambiado en cierto modo, porque la
condición latina (el nomen Latfnum) deja de referirse a una concreta realidad cultural y política, sale del marco geográfico del
Lacio y se convierte en un conjunto abstracto de derechos de los que pueden beneficiarse comunidades itálicas o (desde el siglo
(( a.C.) extrairálicas: commercium, conubium, ius myandi... Estas colonias vienen obligadas a aportar contingentes militares a
Roma, que servirán entre los auxilia, no entre los legionarios. En esos mismos cruciales años, se fundaron las primeras colonias
de ciudadanos romanos (la primera, la de Antium, a la que ya hemos aludido), diferentes de las latinas: son contingentes muy
pequeños {habitualmente, de unos 300), se sitúan a lo largo de la costa (de ahí el apelarívo de coloniae íaridmae) y no
constituyen verdaderas res publicae, sino que siguen dependiendo de magistrados romanos. Su función es militar, deben
defender determinados enclaves particularmente importantes y por ese motivo no están obligados a prestar servicio en el
ejército, pues han de permanecer en sus puestos. Después de Anrium, vinieron Ostia, Terracina, Minwrna, Sinuessa, Sena
Gallica, etc. La última colonia latina fue Aquileia, en 183 a,C, Las sucesivas fueron colonias de ciudadanos romanos, pero de un
nuevo tipo, distinto de las coloniae maritimae de fines del siglo IV y del siglo rn. Ahora los contingentes de colonos son grandes
y forman por supuesto una verdadera res publica, perfectamente organizada.

V. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
 Las principales fuentes son la primera década de Tito Livio, la Historia Arcaica de Dionisio de Halicarnaso, y algtmas Vdass
de Plutarco (Rómulo, Nuna, Camilo, Corioíano, Pibiícola). También son importantes el libro llde Sóbrela República de Cicerón
(lallamada «arqueología»), los Fastos de Ovidio y la mdición enjdita, que arranca de Varrón (Sobre la lengua latim) y de la que
nos han llegado ecos tardíos (en particular, el diccionario que escribió Verrio Flaco, en épx>- ca augústea, titilado Sobre el
significado de las ^ados, del que *">lo nos han llegado los resúmenes hechos por Pompeyo Fcsro, en torno a los siglos n-m y
por Paulo Diácono, en el siglo VÍU). Los fragmentos de los historiadores omanos los recogió H. Peter, Hótoncomtn ron^m^m
reli- qu'ae, Sruttgart, 1914 Tcubner, unn edición que va siendo progresivamente sustituida por la de M, Chass gnet, en Les
Belles Lettres, que ha publicado hasta ahora los Ongenes de Catón ( 1986) y dos volúmenes con los fragmentos de la analística
romana ( 1996 y 1999).
– Contamos con un comentario de Livio, al modo tradicional, muy detallado, hecho por R. M. Ogilvie, A Commeiaary on LUvy
(libros 1-V) y continuado por S. 1. Oakley, A Comrnentary on Livy VI-X, 3 vols. (el último aún no ha aparecido), también
estudios historio- gráficos interesantes como los de R Gabba, Donysus and «The History of Archaic Rome. y D. Musti, Tendenze
nella storiofafa romana e grece su Roma arcaica. Studi su Livio e Dionigi di Aúcamasso.Desde un punto de vista «narratológico»
están escritos M. Fox, Roman Historical Mytk The Regal Periodi in Augustan Uterature y G. B. Miles, Livy Reconsiructing
Earíy Rome. En concreto, para los anales de los pontífices, considero útil B. Frier, Libri Annales Pontificum M^^momm. The
^ia'gins of me Annaústic Tradiúon, aunque sus opiniones se apaiten a veces del sentir común. Sobre la arqueología de Sóbrela
República de Cicerón, es interesante J. L Ferrary, «L'archéologie du De república (2,2,4-3 7,63 ). Cicéron entre Polybe et
Platon».
– Para la trifuncionalidad indoeuropea, dentro de la vasta obra de G. Dumézil, tal vez la más relevante en nuestro caso sea G.
Dumézil, Mito y epopeya III; con el estudio que le dedicó M. García Quintela, Dumézil.
– Para conocer las aportaciones de la arqueología, hay dos síntesis muy claras y breves que son recientes, aunque lo cierto es
que en los últimos afxx- h renovación en este terreno está siendo tan vertiginosa que pronto surgen datos nuevos e importantes.
Son R. Ross Holloway, TThe ATc^teology of Earíy Rome Latium, y C J. Smith, Early Rome ÍLari.um. Eammry aand Society
c. 1000 w 500 B.C. A. Carandini ha publicado un voluminoso libio (La nascita di Rama. Dèi, lari e ufflúni al*ralbad una civiltà)
en el que, utilizando los aportes de sus excavaciones en el Palatino, propone una acoplamiento pleno enue restos materiales y
tradición literaria. A todo ello debemos añadir los libros de F Coarelli, Foro Boario e I Foro Romano, vol. I Periodo arcaico* así
como la exposición sobre La grande R^nadei Tarqlani (M, Cristofani, ed), verdadero hito y punto de inflexión en este terreno.
^^ta ese momento, la perspectiva arqueológica estuvo dominada por las obras de E. Gjerstad, Earíy Rame y H. Müller Karpe,
Zur Stadtwerdung R^orns.
– Obras generales sobre el periodo: T J. Cornell. Los orígenes de Roma, J. Mangas y F. Bajo, Los orígenes de Roma, J.
Martínez-Pinna, Los orígenes de Roma, y M. Pallottino, Origini e storia primitiva di Roma.
– Sobre los orígenes de Roma y la monarquía, además de la obra, muy interesante, aunque actualmente muy desacreditada, de
A. Alfoldi, Earíy Rome and the Iatins, contamos con la visión «dumeziliana» de J. Poucet, Les rois de Rome. Tradition et hiswire
y con dos biografías sólidas, muy diferentes, la de J. Martínez Pinna, sobre Tarquinío Prisco, y la de R. Thomsen, sobre King
Servius Thííius. A Histaiicaí Synhesis.
– Sobre la República arcaica y, en concreto, el conflicto patricio-plebeyo, puede verse, de A. Momigliano, «Osservazioni sulla
distinzione fra patrizi e plebei», la tesis de J. C. Richard, Les origines de la plèbe ronwine. Essai sur la formation du duatsme
patricio-plébéien, y, más recientemente, las recopilaciones de artículos hechas por K, Raaflaub (ed. ). Social in Archaic Rome y
W. Edet (ed.), Staat und Staatlichkeit in clerfriihen romischen Re!Juhlik. Su- gerente y radicalmente contrario a la opinion
común es R. E. Mitchell Patricians and Píe- beians. The Origins of the Roman State. Para la superación del conflicto, véase E.
Ferenczy, FrFrom die Patrician State w the Patticio-Plebeian Scate. Sobre la ley de las XII Tablas, tenemos el texto, con la
traducción y el comentario, en Crawford, RS, vol. Il, n.° 40 y, en concreto, sobre la deuda, M. l. Finley, «La esclavitud por
deudas» en Finley (1984) y sobre la familia, P. López Barja, «La triple venta del fiíiu.s familias».
– Sobre la conquista de Italia por Roma, dos títulos fundamentales: M. Humbert, Muni- apium et ciuikis sine suf ragio.
Dorganisation de la conquéte jisqula la guerre sociale y A. N. Sherwin-White, The R^an Citizenship

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