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El mundo rural en la Grecia antigua II

PLÁCIDO, D.: La sociedad ateniense. La evolución social en Atenas durante la guerra del
Peloponeso, Barcelona, Crítica, 1997, pp. 144-157, 314-316.
OSBORNE, R.: “Orgullo y prejuicio, sensatez y subsistencia: intercambio y sociedad en la ciudad
griega”, en J. Gallego (ed.), El mundo rural en la Grecia antigua, Madrid, Akal, 2003, pp. 185-209.

Los textos, que se centran sobre la Atenas democrática, son estudios que sitúan las
problemáticas agrarias en el contexto amplio de la vida de la polis que las terminan
determinando. En primer lugar tenemos el texto de Domingo Plácido. El autor interpreta el
proceso de la guerra como el punto de partida para el desarrollo de las contradicciones
sociales que acompañan y llevan a la destrucción de la hegemonía ateniense. Se trata de
contradicciones que ponen en crisis a la democracia del Ática y se proyectan a todo el
mundo griego inaugurando un periodo caracterizado como de crisis de la ciudad clásica.
Anteriormente, aunque se trata de un libro que abarca un periodo posterior, La crisis de la
ciudad clásica… de Plácido, muestra el despliegue de esas contradicciones y cómo para
Plácido fueron responsables de ir desarmando la estructura y los fundamentos sobre los
que se estructuraba la polis clásica en Atenas, Esparta y en el mundo griego en general. Es
ese delicado equilibrio entre imperialismo y democracia, participación política popular y
liderazgo aristocrático, intereses urbanos y campesinos, ejército terrestre de infantería
pesada integrada por soldados campesinos y flota naval basada en los thetes como
remeros, formas de riqueza inmueble y la crematística, etc. Son todas esas contradicciones
las que comienzan a resquebrajar el equilibrio como producto del enfrentamiento bélico
entre las dos ligas encabezadas por Atenas y Esparta. Ese equilibrio previo a la crisis del
siglo IV que se estructura durante la denominada pentecontecia, ese periodo de casi 50
años entre las guerras médicas con Persia y el inicio de la guerra del Peloponeso, que a
grandes rasgos podríamos situar entre el 480 y el 433 a.n.e., y que paradigmáticamente se
asocia al liderazgo de Pericles, es ese equilibrio el que Plácido busca analizar de forma
dinámica en relación con las clases y sus tensiones en el contexto de la guerra entre Atenas
y Esparta. El objetivo del capítulo consiste en entender cómo la aristocracia terrateniente,
los campesinos autosuficientes, los ciudadanos pobres y los esclavos van a ir modificando
sus relaciones mutuas, sus correlaciones de fuerzas y cómo estas se van a a ir tensando de
forma espiralada hasta agotar la concordia que resultaba característica de la democracia.
Posiblemente, tras leer este capítulo, una relectura del capítulo del libro para la clase
número 4, “Características generales de la ciudad-estado en la época clásica” puede llegar
a ser bastante reveladora al permitir integrar de una mejor manera el cuadro evolutivo
general.

Yendo al capítulo 8, El campesinado, la propiedad y el trabajo agrícola, comienza con un


fragmento de Tucídides que va a enmarcar toda la problemática trabajada a lo largo del
texto y tiene que ver con el sentimiento que los atenienses del mundo rural expresaban al
ver los campos del Ática desde las murallas de la ciudad en el contexto de la Guerra del
Peloponeso. Escribe Tucídides "Los atenienses... se pusieron a hacer entrar desde los
campos a sus hijos y mujeres[...] el traslado, empero, lo realizaban a disgusto, debido a que
la mayoría tenía desde siempre la costumbre de vivir en el campo” (412). “Los habitantes
del Ática vivieron siempre repartidos en pequeñas ciudades (poleis), cada una con sus
pritaneos y sus magistrados” (413). “Los atenienses durante mucho tiempo compartieron la
vida en el campo en un régimen autonómico, y una vez que se unificaron políticamente, aun
así, la mayor parte de ellos tanto antiguamente como después hasta nuestra guerra
siguieron viviendo en los campos con toda su familia debido a la fuerza de la costumbre; por
esto no procedieron de buen grado a los traslados, máxime cuando hacía poco que habían
vuelto a poner en marcha sus casas después de las Guerras Médicas. Estaban
apesadumbrados y soportaban mal el dejar sus casas y sus templos, que siempre habían
sido suyos como una herencia de sus padres desde los tiempos de su antigua organización
política, teniendo que cambiar de modo de vida y debiendo abandonar cada uno nada
menos que su propia ciudad” (419). El texto hace referencia a la cuestión vinculada al
proceso de sinecismo: el Ática se había establecido como el espacio rural, como la chora de
Atenas durante el arcaísmo a partir de un proceso que es caracterizado a veces como de
colonización interior, y que estableció un sistema de aldeas rurales llamadas demos, a lo
largo de todo el territorio, asentadas con las reformas de Clístenes, ante las cuales los
demos se integraron plenamente a la ciudad como partes constitutivas de la polis a la cual
replicaban como una suerte de microcosmos.

Un aspecto importante que trabaja ese texto de Tucídides y que es un punto central en
Plácido tiene que ver con la estrategia, asociada a Pericles, que Atenas va a desarrollar
durante la Guerra del Peloponeso. Desde el enfrentamiento con los persas a principios de
siglo había crecido en Atenas tanto el papel político del demos como la importancia de la
flota naval. A inicios de la guerra, Atenas va a desarrollar una estrategia militar basada en la
protección de la población dentro de las murallas de la ciudad. Básicamente, se fortifica con
muros y los conecta con las murallas que protegen al puerto del Pireo, aislando del resto del
territorio estos dos emplazamientos: el asty, la ciudad Atenas, y el puerto del Pireo. Eso le
permitía, gracias al control que Atenas tenía del imperio y de la navegación en el Egeo,
recibir el abastecimiento necesario para alimentar a la población confinada dentro de los
muros, mientras que los ejércitos del Peloponeso atacaban el Ática, la tierra ateniense, y
eso es la pesadumbre que planteaba Tucídides acerca de cómo se sentían los agricultores.
En ese contexto, mientras los ejércitos del Peloponeso atacaban el Ática, la liga
encabezada por Atenas desplazaba a sus soldados por el mar para atacar el territorio de
Esparta. El texto de Plácido comienza planteando una idea que va a analizar en su
dinámica: “Atenas, al inicio de la Guerra del Peloponeso, era una ciudad donde la población
campesina y la que en la urbe vivía gracias al imperio formaban una unidad compleja
sostenida en el equilibrio de la prosperidad” (145). El propósito del autor es ver cómo
evoluciona ese equilibrio basado en la prosperidad conforme se vayan desarrollando los
acontecimientos vinculados a la guerra.

Producción rural en el Ática (desde Solón, fines s. VI a.n.e.)


Según Plácido, en su caracterización de la producción rural, desde las reformas de Solón
el Ática quedó caracterizada por un modo de producción rural centrado en el viñedo y en la
higuera rodeada por olivos. Esto sitúa a los agricultores en el terreno de los intercambios
mercantiles, porque tanto el olivo como la vid resultan productos no de subsistencia sino
principalmente para intercambiar en el mercado. Lo anterior no quiere decir que no se
produjeran cereales, pero sí que ellos se cultivaban en beneficio de la subsistencia
autárquica como un producto secundario. Propone que la autosuficiencia y la producción
para el mercado se compaginan de este modo con la contrapartida de que, de manera
endémica, el Ática sufría escasez de grano, y haciendo referencia a Jameson afirma que “al
desarrollarse el sistema de explotación esclavista, también los campesinos con
explotaciones familiares tienden a dejar de ser autosuficientes para integrarse en la
producción para el mercado” (146). El Ática se caracterizó entonces, desde su
perspectiva, por pequeñas propiedades e incluso las tierras de los “ricos” se organizaban
de forma fragmentaria y dispersa sobre el terreno. De hecho buena parte de la clase rica
hacía vida urbana, administrando sus propiedades desde la ciudad ya que era allí donde
podían ejercer la vida política y la acumulacion de prestigio como actividades propias de su
clase.

En el contexto previo a la expedición ateniense a la isla de Sicilia, como plantea Tucídides


en el libro VI, se produjeron una serie de hechos de parte de jóvenes aristocráticos
interpretados como una afrenta a la democracia. Se trata de la mutilación de los Hermes,
esas estatuas del dios Hermes itifálico, como símbolo de la fertilidad y los buenos augurios
para la ciudad, generalmente situadas en los caminos y entradas a las casas y templos.
Esos jóvenes aristocráticos habían mutilado esos Hermes, generalmente cortandoles la
cabeza, y eso habría sido visto como una afrenta a la democracia. También se dice que
habrían “profanado los misterios de Eleusis”, que son una serie de ritos iniciáticos y
secretos desarrollados en la ciudad de Eleusis vinculados a Demeter y Persefone, ambas
vinculadas a las estaciones del año y a la fertilidad agrícola. La polis los juzgó y condenó,
confiscando sus propiedades. Gracias a una serie de estelas áticas, materiales epigráficos,
podemos conocer algo de las propiedades confiscadas a estos llamados “hermocopidas”.
Esa documentación muestra la fragmentación de la propiedad aristocrática en los distintos
demos del Ática y la diversificación productiva tendiente a la autosuficiencia que
caracterizaba a ese sector social. Sin embargo, sabemos que también se desarrollaron
otras estrategias de producción dentro de la elite, como es el caso de Pericles, relatado por
Tucídides, según el cual “vendía toda la cosecha de una vez y compraba en el ágora” lo que
era necesario (456). Las estrategias productivas de la élite y por qué hacen lo que hacen lo
veremos más adelante con Osborne. La estrategia de Pericles, de acuerdo a Plácido,
tendría un impacto negativo sobre los georgoí de rango hoplítico, los agricultores medianos.
“...disminuía el papel social de los mismos hoplitas. Para estos no se trataba sólo de una
cuestión de prestigio en relación con sus tradiciones e ideología, sino también del papel real
desempeñado en la economía de la ciudad-estado, no sólo como soldados sino como
agricultores orgullosos de su capacidad para alcanzar la autarquía. De este modo también
tiene una base material la tendencia de los georgoí a identificarse con los enemigos de la
democracia, aunque sus manifestaciones pertenezcan más bien al terreno de la
propaganda política del tipo de la expresada en la anónima Constitución de Atenas, donde
hoplitas y campesinos se encuadran en el bando de los ricos y nobles, o en la comedia
aristofánica, donde caballeros y pueblo agricultor constituyen una alianza ante demagogos,
personajes característicos de la democracia urbana en su momento más radicalizado. Pero
también se expresa en el campesino autourgós del Orestes de Eurípides, cuando el poeta
parece haber perdido las esperanzas puestas en la vida política” (147).

Así, contra la interpretación que propuso un autor como Hanson, Plácido considera que la
devastación de los campos por parte de los ejércitos del Peloponeso habría tenido
consecuencias nefastas para los agricultores medianos y los situará en situación de
dependencia de mecanismos mercantiles para acceder a la subsistencia. Desde su
perspectiva, la situación se vio agravada puesto que desde el 412 a.n.e. los espartanos
obtienen una guarnición en la zona de Decelia, desde la cual pueden atacar regularmente
los campos de labranza del Ática. Para Plácido esto tuvo un impacto relevante, puesto que
puso en el centro de la escena las consecuencias económicas de la ocupación, que
favorecieron la acumulación de tierras y la ruptura de la correspondencia entre el
ciudadano y el propietario de una parcela de tamaño equilibrado, fundamento de los
ejércitos hoplíticos. Es decir, en la etapa final de la guerra se abre una de las
características de la crisis de la ciudad clásica, que va a caracterizar al siglo V, aunque
vimos en Gallego que la distribución de la tierra en el Ática en el siglo IV no se habría
afectado tanto en detrimento de la pequeña propiedad campesina. Si bien para Plácido no
se produce una acumulación que deja sin tierras a los agricultores y los lotes se mantienen
relativamente estables, se produce un cambio en el sentido y lógica de la producción. “En
dicho siglo pueden continuar vigentes las pequeñas propiedades y puede permanecer sin
cambios, en líneas generales, el tamaño de las propiedades, pero, a gran escala, pasa a
estar presente en el mundo agrícola de modo dominante el tipo de explotación capaz de
producir para el mercado. La riqueza agrícola pasa a formar parte, sin duda sustancial y
básicamente, de fortunas que se mueven en el mundo de los cambios y de los
productos manufacturados y, por lo tanto, en el de las relaciones monetarias, en el de la
crematística, en términos aristotélicos. (...) El siglo IV será el escenario de transformaciones
económicas tales que permitan la alteración de las determinaciones estatutarias, lo que
permite afirmar una vez más que el sistema de estatus, fundamental, según algunos, para
comprender las sociedades antiguas, no es más que una manifestación superestructural
de las relaciones económicas de clase” (149-50).
Para Plácido el proceso subyacente que la guerra del Peloponeso no provoca sino que es,
en su interpretación, una de sus causas, está relacionado con el hecho de que Atenas
estaba dejando de ser una ciudad basada en la identidad del ciudadano hoplita campesino
propia de las polis de la época arcaica. Esa ruptura tiene que ver con la promoción de los
llamados thetes que caracteriza de la siguiente manera: “En Atenas se produce el
fenómeno de que los que no poseen tierras para justificar en ellas su participación en el
ejército ciudadano y en la ciudadanía misma, aunque tengan pequeñas parcelas que no
alcanzan para ser incluidos en el tercer grupo del censo soloniano -está hablando de los
zeugitai- adquieren un papel predominante en la vida económica, militar y política a través
de la flota, elemento de distorsión del sistema social de la polis en sus presupuestos
arcaicos”. Esto hace referencia al papel que desempeñan estos thetes, ciudadanos que
pertenecen a la última de las clases en las cuales se dividía el cuerpo cívico según la
constitución timocrática vinculada a solón. Aquellos que tenían poca o ninguna tierra, y no
podían costearse el armamento hoplítico, se integraban a la defensa de la ciudad, en su
defensa fundamentalmente, a partir de ocuparse como remeros en la flota de estos barcos
conocidos como los trirremes, que requerían de unos 170 remeros cada uno.

Para Plácido la pentecontecia (480-433 a.n.e.) constituyó una etapa de diversificación de


las actividades económicas atenienses jalonada por el control de territorios y poblaciones
pasibles de ser esclavizadas. El control de los territorios y mares facilitó para Atenas el
acceso a los mercados y a la esclavización de los bárbaros. De hecho es un contexto en el
cual se consolida la idea del bárbaro como esclavo por naturaleza frente al griego como
paradigma del hombre libre y ciudadano. “Al mismo tiempo que crecía la explotación del
trabajo esclavo se desarrolla la capacidad ateniense de ser libre, de quedar exento de los
trabajos más duros ya que la ciudadanía garantiza su libertad”. Esto se relaciona con la idea
expresada por Finley de que la libertad en el mundo antiguo avanza de la mano de la
esclavitud. Como resultado, el uso de los esclavos se impuso tanto para los propietarios de
tierras ricos como para los pobres, tanto en la agricultura como en la vida doméstica, la
artesanía o el comercio.

Sin embargo, los campesinos se empobrecen sin que necesariamente se hayan quedado
sin tierras, ya que los pequeños propietarios no son capaces de acceder a las formas
económicas que la guerra ha dejado abiertas. El sistema tal cual quedó configurado en la
pentecontecia tendió a favorecer a los propietarios de las clases superiores del sistema
soloniano. Asi, para los campesinos el desarrollo de la esclavitud y del imperio resulta,
de acuerdo con Plácido, contradictorio para el campesinado: Por un lado, el campesino
disfruta del trabajo de los esclavos que le permite cumplir con sus funciones cívicas,
militares, políticas y judiciales. Pero a la vez ese trabajo de los esclavos permite a los
campesinos liberarse del trabajo en las fincas de los propietarios más poderosos, que
recurren a la mano de obra esclava y no a los ciudadanos. Sin embargo, por otro lado, el
uso de los esclavos, potenciado por el imperio, favoreció el desarrollo de los thetes y los
ubicó en el centro de la escena política y en el centro de la defensa de la ciudad, “colocando
a los campesinos en una posición subsidiaria en el plano de las relaciones entre política y
economía” (152). Los thetes liberados podían llegar a tener más influencia en las decisiones
generales, dado que, en ocasiones, sus proyectos coincidían más fácilmente con el de
algunos líderes políticos -demagogos- para los que el mundo de los intercambios
marítimos y la obtención de esclavos primaba por sobre los intereses del agricultor,
aunque él mismo fuera propietario agrícola, pues se diferenciaba de la masa campesina en
la tendencia al uso creciente de la mano de obra comprada o adquirida por la guerra.

Para Plácido la guerra pone de manifiesto el caracter contradictorio de la esclavitud en la


sociedad ateniense en tanto opera tanto como un fundamento y como un factor
disolvente. “En la epoca imperial, la esclavitud permite la concordia entre el campo y la
ciudad, pero la guerra rompe en varios frentes la concordia misma y uno de ellos fue
precisamente el de la esclavitud, que se convierte así en una fuerza con dinámica
polivalente, sostén de la sociedad democrática y factor de su desintegración, sobre
todo a través de las relaciones con el campesinado” (154).

¿Cómo es que la guerra alteró las relaciones de concordia que caracterizaron a la


democracia? Para Plácido, en los momentos previos a la Guerra del Peloponeso la
ciudadanía y las instituciones de la democracia permitían a los libres pobres defender su
condición de libertad gracias a la protección que su inclusión en el plano político
conllevaba. A la vez esto traía aparejado que los ricos recuesten su prosperidad en la
explotación de los esclavos, evitando la opresión de los ciudadanos sin tierra y la presión
sobre las tierras de los campesinos. Sin embargo una vez acontecido el enfrentamiento
bélico, ese equilibrio se vio alterado. Los pequeños campesinos se encontraron en una
situación dificultosa corriendo riesgo de caer en la pobreza al verse limitada su capacidad
de acceder a la mano de obra esclava y al ver su condición social afectada por la guerra. En
cuanto a los thetes su situación se torna delicada en tanto cada vez más su condición se
asocia, al menos discursivamente, a los esclavos. Al dificultarse el aprovisionamiento de
esclavos, los propietarios ricos intentan someter a los libres pobres a una condición de
dependencia, lo cual se expresara políticamente en los proyectos que buscarán limitar los
derechos de ciudadanía a aquellos libres que no podían costearse el armamento hoplítico ni
disponían de la propiedad agrícola correspondiente a dicha condición. Si bien para Plácido
la guerra no trajo como consecuencia la desaparición de la pequeña propiedad en favor de
una oligarquía de grandes propietarios, sí se la puede relacionar con el desarrollo de las
grandes propiedades explotadas a través de la mano de obra esclava, con pequeños
campesinos empobrecidos que encontraban dificultades a la hora de hacer frente a las
consecuencias del enfrentamiento bélico y al desarrollo de formas serviles de trabajo entre
los libres sin tierras, característicos del siglo IV.

Una vez vistas estas características que Plácido asocia a las transformaciones que se van a
ir dando en atenas como producto de la Guerra del Peloponeso y que pone a la ciudad
democrática a las puertas de esa crisis propia del siglo IV, corresponde entonces trabajar
sobre el texto de Robin Osborne, Orgullo y prejuicio, sensatez y subsistencia. Intercambio y
sociedad en la ciudad griega. El punto de partida de Osborne es la idea de que en el mundo
de la polis no existía una yuxtaposición nítida entre el campo y la ciudad como suelen
pensar los historiadores. La tesis del autor a lo largo del texto es que la relación
económica entre campo y ciudad debe ser entendida en correlación con la necesidad
de efectivo de los terratenientes ricos y la necesidad de alimentos de los habitantes
sin tierra de la ciudad. Esa estrecha relación entre campo y ciudad podía verse en que
cuanto menos dependiera una ciudad del abasto externo para garantizar su alimentación,
mayores eran sus posibilidades de mantener independencia política. Paralelamente existía
un vínculo ideológico y real entre ciudadanía y propiedad de la tierra. En este sentido para
el autor la forma de organización de la polis suponía una fuerte presión social y política para
que los propietarios de lotes agrícolas residan en la ciudad, puesto que era ese el único
espacio apto para el ejercicio de los derechos cívicos. A la vez los propietarios debían
formar parte del ejército que defendía la independencia política de la polis y los campos de
labranza de los ejércitos enemigos. Todo esto lleva a que el autor plantee la idea de que la
ciudad griega antigua funcionaba en verdad como una especie de aldea ampliada que
se relacionaba con el mundo rural del mismo modo que una aldea se relaciona con
sus campos. Ciudad y campo son inseparables en definitiva, son elementos indisolubles
que configuran a la polis griega.

Osborne reconoce la existencia de dos modos básicos de explotación de la tierra: por un


lado lo denominado sistemas señoriales de extracción de excedentes por compulsión
extraeconómica y por el otro la propiedad campesina plena de la tierra. La primera,
relacionada al sistema espartano de explotación de los ilotas, la segunda ligada al sistema
predominante en el mundo de la polis. Si el modelo ideal, aunque no necesariamente haya
pasado así, consistía en una ciudad habitada por el conjunto de propietarios rurales,
Osborne se pregunta hasta qué punto Atenas, ciudad excepcional, cumplió con ese
paradigma. Si bien resulta claro que, dadas las dimensiones del Ática, no todos los
atenienses residían en el centro político, las reformas impulsadas por Clístenes supusieron
una división del centro político que llevó a una politización de las aldeas rurales, que
comenzaron a cumplir roles fundamentales en el diseño institucional de Atenas, como la
selección de magistrados, la definición de la ciudadanía o la incorporación a la ciudadanía
de los hijos de los ciudadanos, la organización del ejército, de determinados ritos, cultos,
etc. Así, la actuación de Clístenes supuso que todos los atenienses residieran en un centro
político más allá de que no lo hicieran directamente en el asty, es decir, en el ámbito urbano
de Atenas. Así, si bien la ciudadanía no dependía, en la democracia, de la propiedad
de la tierra, ésta sí lo hacía con respecto a aquella: sólo los ciudadanos podían
disponer de tierra arable de cada uno de los demos del Ática. Esta exclusividad se
encuentra en Atenas vinculada al mito de la supuesta autoctonía ateniense, es decir al
hecho de que los atenienses se pensaran a sí mismos como nacidos de la tierra. Según el
mito, cuando el dios Hefestos intento violar a la diosa Atenea derramó su semen sobre los
muslos de la diosa y esta al quitarselo lo derramó sobre la tierra, fecundando a la diosa Fea,
que representa a la tierra. De ese suceso nació de la tierra Ática Erictonio, que según la
tradición mítica es el primero de los reyes de Atenas. Ese mito reforzaba tanto la ideología
igualitaria entre los miembros del cuerpo cívico de la polis como la exclusividad del
ciudadano con respecto a la tierra en el Ática.

En tanto el problema general del libro en que se publicó originariamente el artículo de


Osborne es el de la relación entre campo y ciudad antigua, el autor va a desarrollar su
argumentación teniendo en mente el modelo de la ciudad consumidora desarrollado
principalmente por Finley. Siguiendo una serie de desarrollos de fines del siglo XIX y
principios del XX elaborados por Weber y Sombart, que se centraban fundamentalmente en
tratar de comprender las características de las ciudades capitalistas modernas en
comparación con las del mundo preindustrial y principalmente con la ciudad medieval,
Finley se preguntaba cómo pagaban las ciudades aquello que obtenían del campo. En
cuanto a Atenas, para Finley, aunque la fuerza de trabajo no agrícola fuera relativamente
amplia, no producía nada significativo para la economía de la ciudad excepto la plata que
por otra parte procedía del laurion es decir no de la zona del Ática y no de la propia ciudad.
En definitiva este autor conceptualiza a la ciudad antigua como fundamentalmente un
centro de consumo y no de producción. Así, desde la perspectiva de Finley, si bien
Atenas no podía satisfacer con sus campos las necesidades de la ciudad, la producción de
minería de plata permitía a Atenas importar mercancías para satisfacer las necesidades de
ese mundo urbano llevando por otro lado al campo ático a un estancamiento que no
generaba mayores inconvenientes. De ese modo la mercantilización del mundo rural se
había mostrado como muy poco desarrollada y la afirmación de Aristófanes en Los
acarnienses cobraría todo su sentido. Es una comedia situada en determinadas cuestiones
de la vida de Acarnas, demos del Ática, donde Discépolis, que es un habitante de ese
demos, va a la ciudad a una asamblea en Atenas y dice “...yo sin embargo llego siempre
antes que nadie a la asamblea y me siento, con la mirada puesta en mi tierra, deseoso de
paz, aborreciendo la ciudad, añorando mi pueblo que jamás pregonó "compra carbones",
"compra vinagre" ni "compra aceite" y ni siquiera conocía eso de "compra", pues por sí
mismo producía de todo y no había allí quien te aserrara el oído gritando "compra"” (107).
Para Finley, la mercantilización del mundo rural habría sido muy poco desarrollada y
predominaba un tipo de economía casi sin intercambios mercantiles en el mundo rural.

Osborne se propone analizar si esta afirmación es correcta, si el campo se mantenía tan


ajeno a las relaciones de mercado como el esquema de Finley formulaba, y para ello va a
analizar una documentación cualitativamente muy relevante. Se trata de los datos que
contiene un discurso de oratoria forense que fue incorporado en el corpus demosténico con
el número 42 y que se titula "Contra fenipo, sobre la antídosis". La antidosis era un
procedimiento judicial según el cual alguien a quien se le había asignado el pago de una
liturgia, es decir un pago obligatorio para financiar alguna necesidad del estado impuesto
sobre el reducido grupo de los ciudadanos más ricos, accionaba contra otro que
consideraba más justo que se haga cargo del gasto por contar con un patrimonio más
desarrollado. Se estima que el resultado del proceso implicaba que o bien la parte acusada
entre comillas de ser “más acaudalada” se hacía cargo de la liturgia, o bien se procedía al
intercambio de bienes entre las partes en litigio. Más allá de los aspectos concretos del
procedimiento, el discurso nos permite conocer información sobre las haciendas de Fenipo
y del propio orador, puesto que la riqueza de uno y otro están descritas en el discurso. La
hacienda de Fenipo, dispersa en distintos lotes, producía cebada, por tratarse tal vez de una
tierra marginal, vid y madera. De acuerdo con Osborne, la familia de Fenipo no podía
consumir más del 10 % del grano que cosechaba cada año. El autor estima que la hacienda
debería haber rendido un total anual entre 31 mil y 15 mil dracmas. La pregunta que busca
responder el autor es en qué gastaba Fenipo todo ese efectivo a cada año. Si bien los
costos de reproducción de la hacienda podían tomar una parte de ese ingreso
(trabajadores, esclavos, herramientas, construcciones, mantenimiento), eso no puede
explicar que Fenipo se encontrara tan endeudado como lo estaba al momento de elaborarse
el discurso. La deuda indicaba necesariamente que los gastos tendían a superar los
ingresos en efectivo. Si bien el discurso no brinda datos, Osborne se apoya en el análisis de
Finley en Estudios sobre tierra y crédito en la antigua Atenas 500-200 A.C. (1951). En ese
estudio Finley analizó los horoi hipotecarios atenienses, bloques de piedra que se
colocaban en los lotes agrícolas para indicar que los propietarios se encontraban
endeudados conforme los refería la inscripción.

Si bien con anterioridad al estudio de Finley el crecimiento de este tipo de evidencia fue
interpretado como una marca de la crisis y un campesinado en vía de pauperización,
leyendo en espejo con los horoi que mencionan las fuentes para el contexto de la reforma
de Solón, el trabajo de Finley cambió esa mirada y logró situarlos como una marca no de los
campesinos que se empobrecen sino de los ciudadanos más acaudalados. Para Finley, las
deudas se relacionaban a distintas necesidades de la elite: elevar la dote, arrendar tierras
huérfanas (cuyo titular había muerto y la polis la administraba hasta que los herederos
pudieran hacerse cargo de ellas, permitiendo mantener los oikoi, la polis las arrendaba
manteniendo así a los huérfanos), comprar tierras, pagar liturgias, pagar funerales, hacer
frente a crisis coyunturales, etc.

El análisis de la producción desarrollada por Fenipo lleva a Osborne a plantear que la


producción se orientaba tanto al bajo riesgo (cebada) como a los altos rendimientos en
efectivo, en particular con la producción de vides y de madera. Así concluye Osborne que
Fenipo tenía un ojo en el mercado y una necesidad muy considerable de efectivo en tanto
organizaba la producción con miras a obtener un ingreso en metálico de forma regular. Si
bien la información que tenemos resulta excepcional, de acuerdo con Osborne parecería
que otros atenienses ricos estuvieron en situaciones similares, como el propio oponente de
Fenipo que elabora el discurso y sobre el cual sus prácticas podrían ser bastante
asimiladas.

¿Qué elementos hacían necesaria para la élite la disponibilidad de grandes sumas de


dinero en metálico? No solo requerimientos privados ya mencionados, sino también una
serie de requerimientos por parte de la ciudad en contexto de la democracia que deben ser
considerados: En primer lugar las denominadas eisphorá, una imposición periódica sobre el
patrimonio de los ricos, que durante el siglo V eran eventuales pero se fueron
sistematizando en el siglo IV. La primera noticia que tenemos de una es en el contexto de la
Guerra del Peloponeso y según relata Tucídides pretendía recaudar 200 talentos, como 1,2
millones de dracmas, y por lo relatado sabemos que ciudadanos ricos debieron pagar, por
ejemplo en el 411-410 y 403-402, un total de 3000 y 4000 dracmas respectivamente para
cumplir con los requerimientos de la eisphorá. Para el siglo IV se hizo una estimación del
capital total de las posesiones agrarias del Ática y se estableció la eisphorá en un 0,5, un 1
y un 2% del capital para que rindan 30, 60 o 120 talentos. Al mismo tiempo, los susceptibles
de estar obligados a pagar esas contribuciones fueron agrupados en las denominadas
symphotiai, y los más ricos de cada una de ellas fueron responsables de adelantar el pago
de todo el grupo y recobrar luego lo adeudado por el resto. Se ha estimado que
aproximadamente serían 1200 los ciudadanos que debían pagar esta contribuciones, es
decir el 5% de los atenienses. Constituirá cargas bastante pasadas incluso para aquellos
que detentan grandes fortunas. Por otro lado las liturgias, de distinto tipo como las
asociadas a los festivales, habrían representado 100 mil dracmas cada año pagadas por
100 ciudadanos, y cada 4 años con las fiestas panateneas 120 mil dracmas que eran
pagadas por 120 atenienses ricos que solo podían ser designados para su pago un año
cada dos. En cuanto a la trierarkhía, la obligación de construir barcos y entrenar a sus
miembros implicó un gasto de al menos 3 mil dracmas y solo se podían designar
ciudadanos a ella un año cada 3. En síntesis, que la ciudad haya necesitado obtener
alimentos que no producía no debe hacer perder de vista que el campo también necesitaba
del efectivo. Es decir existía una fuerte presión para comercializar la producción agrícola
que se ejercía sobre los ricos atenienses y en este sentido la actitud de Pericles (“vendía
toda la cosecha anual de una vez…”) parecería ser paradigmática. En este sentido Osborne
obtiene una conclusión opuesta a la de Finley: “La afirmación que se hace aquí, que los
ciudadanos atenienses ricos estuvieron fuertemente involucrados en el mercado con el fin
de hacer frente a las inmensas demandas de efectivo que enfrentaban, contrasta
marcadamente con el cuadro pintado por Finley, que sostiene que los grandes
terratenientes tenían "una pasión por la autosuficiencia de "tipo campesino"" y que no tenían
un "enfoque cualitativamente diferente de los problemas y las posibilidades de la labranza"
que el del pequeño granjero” (203).

Los principales mercados para la producción agrícola de las haciendas que tenía la élite que
le permite aprovechar distintos nichos ecológicos, eran la región minera del aurion donde
podían residir más de 10 mil esclavos que debían ser alimentados, y fundamentalmente la
ciudad de Atenas. ¿Cómo pagaba entonces la ciudad por esos productos agrícolas?
Fundamentalmente, dice Osborne, lo hacía de dos maneras distintas en el siglo V y en el
siglo IV. “Atenas en el siglo IV puso a sus propios ciudadanos ricos bajo la misma clase y
escala de presión para conseguir efectivo que la que su exacción de tributos en el siglo V
puso a los ricos de los estados aliados del imperio. Sin embargo existe una diferencia muy
importante: en la Atenas del siglo IV la demanda pública era demanda de efectivo que en su
totalidad permanecía dentro del sistema y no era drenado hacia afuera del Ática. En el
imperio el tributo exigido por Atenas era trasladado a Atenas misma, y probablemente muy
poco hallaba su camino de vuelta a la mayoría de las ciudades aliadas, ni siquiera de
manera indirecta” (202-3).

En conclusión, para Osborne las obligaciones sociales y políticas de la clase terrateniente


rica ateniense forzó su ingreso al mercado con el objetivo de obtener metálico para hacer
frente a las contribuciones públicas y privadas que debían satisfacer. En última instancia,
los aspectos sociopoliticos asociados a la propiedad de la tierra implicaron no el desarrollo
de una mentalidad campesina de los terratenientes, como proponía Finley, sino un fuerte
compromiso con el mercado por parte de la élite en una economía bastante más
monetarizada de lo que suele pensarse entre los especialistas.

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