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PLÁCIDO, D.: La sociedad ateniense. La evolución social en Atenas durante la guerra del
Peloponeso, Barcelona, Crítica, 1997, pp. 144-157, 314-316.
OSBORNE, R.: “Orgullo y prejuicio, sensatez y subsistencia: intercambio y sociedad en la ciudad
griega”, en J. Gallego (ed.), El mundo rural en la Grecia antigua, Madrid, Akal, 2003, pp. 185-209.
Los textos, que se centran sobre la Atenas democrática, son estudios que sitúan las
problemáticas agrarias en el contexto amplio de la vida de la polis que las terminan
determinando. En primer lugar tenemos el texto de Domingo Plácido. El autor interpreta el
proceso de la guerra como el punto de partida para el desarrollo de las contradicciones
sociales que acompañan y llevan a la destrucción de la hegemonía ateniense. Se trata de
contradicciones que ponen en crisis a la democracia del Ática y se proyectan a todo el
mundo griego inaugurando un periodo caracterizado como de crisis de la ciudad clásica.
Anteriormente, aunque se trata de un libro que abarca un periodo posterior, La crisis de la
ciudad clásica… de Plácido, muestra el despliegue de esas contradicciones y cómo para
Plácido fueron responsables de ir desarmando la estructura y los fundamentos sobre los
que se estructuraba la polis clásica en Atenas, Esparta y en el mundo griego en general. Es
ese delicado equilibrio entre imperialismo y democracia, participación política popular y
liderazgo aristocrático, intereses urbanos y campesinos, ejército terrestre de infantería
pesada integrada por soldados campesinos y flota naval basada en los thetes como
remeros, formas de riqueza inmueble y la crematística, etc. Son todas esas contradicciones
las que comienzan a resquebrajar el equilibrio como producto del enfrentamiento bélico
entre las dos ligas encabezadas por Atenas y Esparta. Ese equilibrio previo a la crisis del
siglo IV que se estructura durante la denominada pentecontecia, ese periodo de casi 50
años entre las guerras médicas con Persia y el inicio de la guerra del Peloponeso, que a
grandes rasgos podríamos situar entre el 480 y el 433 a.n.e., y que paradigmáticamente se
asocia al liderazgo de Pericles, es ese equilibrio el que Plácido busca analizar de forma
dinámica en relación con las clases y sus tensiones en el contexto de la guerra entre Atenas
y Esparta. El objetivo del capítulo consiste en entender cómo la aristocracia terrateniente,
los campesinos autosuficientes, los ciudadanos pobres y los esclavos van a ir modificando
sus relaciones mutuas, sus correlaciones de fuerzas y cómo estas se van a a ir tensando de
forma espiralada hasta agotar la concordia que resultaba característica de la democracia.
Posiblemente, tras leer este capítulo, una relectura del capítulo del libro para la clase
número 4, “Características generales de la ciudad-estado en la época clásica” puede llegar
a ser bastante reveladora al permitir integrar de una mejor manera el cuadro evolutivo
general.
Un aspecto importante que trabaja ese texto de Tucídides y que es un punto central en
Plácido tiene que ver con la estrategia, asociada a Pericles, que Atenas va a desarrollar
durante la Guerra del Peloponeso. Desde el enfrentamiento con los persas a principios de
siglo había crecido en Atenas tanto el papel político del demos como la importancia de la
flota naval. A inicios de la guerra, Atenas va a desarrollar una estrategia militar basada en la
protección de la población dentro de las murallas de la ciudad. Básicamente, se fortifica con
muros y los conecta con las murallas que protegen al puerto del Pireo, aislando del resto del
territorio estos dos emplazamientos: el asty, la ciudad Atenas, y el puerto del Pireo. Eso le
permitía, gracias al control que Atenas tenía del imperio y de la navegación en el Egeo,
recibir el abastecimiento necesario para alimentar a la población confinada dentro de los
muros, mientras que los ejércitos del Peloponeso atacaban el Ática, la tierra ateniense, y
eso es la pesadumbre que planteaba Tucídides acerca de cómo se sentían los agricultores.
En ese contexto, mientras los ejércitos del Peloponeso atacaban el Ática, la liga
encabezada por Atenas desplazaba a sus soldados por el mar para atacar el territorio de
Esparta. El texto de Plácido comienza planteando una idea que va a analizar en su
dinámica: “Atenas, al inicio de la Guerra del Peloponeso, era una ciudad donde la población
campesina y la que en la urbe vivía gracias al imperio formaban una unidad compleja
sostenida en el equilibrio de la prosperidad” (145). El propósito del autor es ver cómo
evoluciona ese equilibrio basado en la prosperidad conforme se vayan desarrollando los
acontecimientos vinculados a la guerra.
Así, contra la interpretación que propuso un autor como Hanson, Plácido considera que la
devastación de los campos por parte de los ejércitos del Peloponeso habría tenido
consecuencias nefastas para los agricultores medianos y los situará en situación de
dependencia de mecanismos mercantiles para acceder a la subsistencia. Desde su
perspectiva, la situación se vio agravada puesto que desde el 412 a.n.e. los espartanos
obtienen una guarnición en la zona de Decelia, desde la cual pueden atacar regularmente
los campos de labranza del Ática. Para Plácido esto tuvo un impacto relevante, puesto que
puso en el centro de la escena las consecuencias económicas de la ocupación, que
favorecieron la acumulación de tierras y la ruptura de la correspondencia entre el
ciudadano y el propietario de una parcela de tamaño equilibrado, fundamento de los
ejércitos hoplíticos. Es decir, en la etapa final de la guerra se abre una de las
características de la crisis de la ciudad clásica, que va a caracterizar al siglo V, aunque
vimos en Gallego que la distribución de la tierra en el Ática en el siglo IV no se habría
afectado tanto en detrimento de la pequeña propiedad campesina. Si bien para Plácido no
se produce una acumulación que deja sin tierras a los agricultores y los lotes se mantienen
relativamente estables, se produce un cambio en el sentido y lógica de la producción. “En
dicho siglo pueden continuar vigentes las pequeñas propiedades y puede permanecer sin
cambios, en líneas generales, el tamaño de las propiedades, pero, a gran escala, pasa a
estar presente en el mundo agrícola de modo dominante el tipo de explotación capaz de
producir para el mercado. La riqueza agrícola pasa a formar parte, sin duda sustancial y
básicamente, de fortunas que se mueven en el mundo de los cambios y de los
productos manufacturados y, por lo tanto, en el de las relaciones monetarias, en el de la
crematística, en términos aristotélicos. (...) El siglo IV será el escenario de transformaciones
económicas tales que permitan la alteración de las determinaciones estatutarias, lo que
permite afirmar una vez más que el sistema de estatus, fundamental, según algunos, para
comprender las sociedades antiguas, no es más que una manifestación superestructural
de las relaciones económicas de clase” (149-50).
Para Plácido el proceso subyacente que la guerra del Peloponeso no provoca sino que es,
en su interpretación, una de sus causas, está relacionado con el hecho de que Atenas
estaba dejando de ser una ciudad basada en la identidad del ciudadano hoplita campesino
propia de las polis de la época arcaica. Esa ruptura tiene que ver con la promoción de los
llamados thetes que caracteriza de la siguiente manera: “En Atenas se produce el
fenómeno de que los que no poseen tierras para justificar en ellas su participación en el
ejército ciudadano y en la ciudadanía misma, aunque tengan pequeñas parcelas que no
alcanzan para ser incluidos en el tercer grupo del censo soloniano -está hablando de los
zeugitai- adquieren un papel predominante en la vida económica, militar y política a través
de la flota, elemento de distorsión del sistema social de la polis en sus presupuestos
arcaicos”. Esto hace referencia al papel que desempeñan estos thetes, ciudadanos que
pertenecen a la última de las clases en las cuales se dividía el cuerpo cívico según la
constitución timocrática vinculada a solón. Aquellos que tenían poca o ninguna tierra, y no
podían costearse el armamento hoplítico, se integraban a la defensa de la ciudad, en su
defensa fundamentalmente, a partir de ocuparse como remeros en la flota de estos barcos
conocidos como los trirremes, que requerían de unos 170 remeros cada uno.
Sin embargo, los campesinos se empobrecen sin que necesariamente se hayan quedado
sin tierras, ya que los pequeños propietarios no son capaces de acceder a las formas
económicas que la guerra ha dejado abiertas. El sistema tal cual quedó configurado en la
pentecontecia tendió a favorecer a los propietarios de las clases superiores del sistema
soloniano. Asi, para los campesinos el desarrollo de la esclavitud y del imperio resulta,
de acuerdo con Plácido, contradictorio para el campesinado: Por un lado, el campesino
disfruta del trabajo de los esclavos que le permite cumplir con sus funciones cívicas,
militares, políticas y judiciales. Pero a la vez ese trabajo de los esclavos permite a los
campesinos liberarse del trabajo en las fincas de los propietarios más poderosos, que
recurren a la mano de obra esclava y no a los ciudadanos. Sin embargo, por otro lado, el
uso de los esclavos, potenciado por el imperio, favoreció el desarrollo de los thetes y los
ubicó en el centro de la escena política y en el centro de la defensa de la ciudad, “colocando
a los campesinos en una posición subsidiaria en el plano de las relaciones entre política y
economía” (152). Los thetes liberados podían llegar a tener más influencia en las decisiones
generales, dado que, en ocasiones, sus proyectos coincidían más fácilmente con el de
algunos líderes políticos -demagogos- para los que el mundo de los intercambios
marítimos y la obtención de esclavos primaba por sobre los intereses del agricultor,
aunque él mismo fuera propietario agrícola, pues se diferenciaba de la masa campesina en
la tendencia al uso creciente de la mano de obra comprada o adquirida por la guerra.
Una vez vistas estas características que Plácido asocia a las transformaciones que se van a
ir dando en atenas como producto de la Guerra del Peloponeso y que pone a la ciudad
democrática a las puertas de esa crisis propia del siglo IV, corresponde entonces trabajar
sobre el texto de Robin Osborne, Orgullo y prejuicio, sensatez y subsistencia. Intercambio y
sociedad en la ciudad griega. El punto de partida de Osborne es la idea de que en el mundo
de la polis no existía una yuxtaposición nítida entre el campo y la ciudad como suelen
pensar los historiadores. La tesis del autor a lo largo del texto es que la relación
económica entre campo y ciudad debe ser entendida en correlación con la necesidad
de efectivo de los terratenientes ricos y la necesidad de alimentos de los habitantes
sin tierra de la ciudad. Esa estrecha relación entre campo y ciudad podía verse en que
cuanto menos dependiera una ciudad del abasto externo para garantizar su alimentación,
mayores eran sus posibilidades de mantener independencia política. Paralelamente existía
un vínculo ideológico y real entre ciudadanía y propiedad de la tierra. En este sentido para
el autor la forma de organización de la polis suponía una fuerte presión social y política para
que los propietarios de lotes agrícolas residan en la ciudad, puesto que era ese el único
espacio apto para el ejercicio de los derechos cívicos. A la vez los propietarios debían
formar parte del ejército que defendía la independencia política de la polis y los campos de
labranza de los ejércitos enemigos. Todo esto lleva a que el autor plantee la idea de que la
ciudad griega antigua funcionaba en verdad como una especie de aldea ampliada que
se relacionaba con el mundo rural del mismo modo que una aldea se relaciona con
sus campos. Ciudad y campo son inseparables en definitiva, son elementos indisolubles
que configuran a la polis griega.
Si bien con anterioridad al estudio de Finley el crecimiento de este tipo de evidencia fue
interpretado como una marca de la crisis y un campesinado en vía de pauperización,
leyendo en espejo con los horoi que mencionan las fuentes para el contexto de la reforma
de Solón, el trabajo de Finley cambió esa mirada y logró situarlos como una marca no de los
campesinos que se empobrecen sino de los ciudadanos más acaudalados. Para Finley, las
deudas se relacionaban a distintas necesidades de la elite: elevar la dote, arrendar tierras
huérfanas (cuyo titular había muerto y la polis la administraba hasta que los herederos
pudieran hacerse cargo de ellas, permitiendo mantener los oikoi, la polis las arrendaba
manteniendo así a los huérfanos), comprar tierras, pagar liturgias, pagar funerales, hacer
frente a crisis coyunturales, etc.
Los principales mercados para la producción agrícola de las haciendas que tenía la élite que
le permite aprovechar distintos nichos ecológicos, eran la región minera del aurion donde
podían residir más de 10 mil esclavos que debían ser alimentados, y fundamentalmente la
ciudad de Atenas. ¿Cómo pagaba entonces la ciudad por esos productos agrícolas?
Fundamentalmente, dice Osborne, lo hacía de dos maneras distintas en el siglo V y en el
siglo IV. “Atenas en el siglo IV puso a sus propios ciudadanos ricos bajo la misma clase y
escala de presión para conseguir efectivo que la que su exacción de tributos en el siglo V
puso a los ricos de los estados aliados del imperio. Sin embargo existe una diferencia muy
importante: en la Atenas del siglo IV la demanda pública era demanda de efectivo que en su
totalidad permanecía dentro del sistema y no era drenado hacia afuera del Ática. En el
imperio el tributo exigido por Atenas era trasladado a Atenas misma, y probablemente muy
poco hallaba su camino de vuelta a la mayoría de las ciudades aliadas, ni siquiera de
manera indirecta” (202-3).