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Régimen comercial del virreinato

El comercio virreinal estuvo basado en el monopolio debido al carácter exclusivista


y mercantilista que prevaleció en la economía. Hasta el debilitamiento, y luego la
derogación del monopolio universal, solo los territorios españoles de Europa podían
comerciar con la América española. Con el tal propósito y el de recaudar impuestos,
se creó en Sevilla la llamada Casa de Contratación de Indias en 1503, organismo
encargado de velar por el cumplimiento del monopolio. Además, en cada virreinato
funcionaba un Tribunal del Consulado, que controlaba el movimiento comercial e
intervenía en todo lo relacionado con él.

Monopolio comercial del Virreinato del Perú.


En 1561, Felipe II estableció que los únicos puertos para el tráfico comercial
fueran Sevilla en España, Veracruz, en México y Callao en el Perú, en tanto que
Cartagena de Indias y Panamá eran tenidos como puertos de tránsito.

En cumplimiento de esta disposición, anualmente salían de Sevilla dos grupos de


barcos cargados de mercaderías y escoltados por otros barcos de la Armada española.
El grupo de barcos que iba a México tomaba el nombre de flota y arribaba a
Veracruz. Los que venían al Perú tomaban el nombre de galeones y llegaban, primero,
al puerto de Cartagena de Indias y, de allí, pasaban al puerto de Portobelo. Allí
en Portobelo, se realizaba una gran feria, a la que asistían los comerciantes
limeños que llegaron a este lugar, mediante la llamada Armada del Mar del Sur,
hasta Panamá, y, luego, por tierra, atravesaban el istmo para llegar a Portobelo.
Efectuadas las compras y ventas en Portobelo, los comerciantes de Lima se
embarcaban, nuevamente, en la Armada del Mar del Sur y arribaban al Callao, desde
donde enviaban las mercaderías por tierra a los pueblos y ciudades del interior del
virreinato como Arequipa, Cuzco, Charcas, Buenos Aires, Santiago y Montevideo. De
esta manera, el Virreinato del Perú se convierte en eje del movimiento comercial.
El Callao, como puerto autorizado, mantuvo su preeminencia sobre otros puertos
menores, tanto de la costa del Pacífico, como del Atlántico.

El monopolio no dio resultado para el Imperio español; en cambio, fomentó el


comercio ilícito, de contrabando, a cargo de ingleses, franceses y holandeses. Los
barcos de los países contrabandista (desde el punto de vista español) arribaban a
puertos menores, así como también a caletas y embarcaderos, desde donde se
introducía la mercadería a los poblados aledaños y ciudades del interior del
Virreinato, lugares estos en los que se daba el caso de mayor aceptación de estos
productos que se expandían a un precio sumamente bajo en relación a los mismos
artículos traídos por los mercaderes españoles. La mayor intensidad de este
comercio ilícito se manifestó en los puertos del Atlántico, llámese Montevideo y
Buenos Aires; ello debido a la lejanía en que se encontraban con respecto a la
capital virreinal, Lima, y al puerto de entrada autorizado que era el Callao. Se ha
llegado a estimar que por cada dos mil toneladas de comercio lícito entraban al
Virreinato del Perú trece mil toneladas ilícitas, es decir, de contrabando.

Rompieron también el monopolio comercial español los terribles corsarios (que


robaban para beneficiar a sus propios países o determinada nación europea) y los
feroces piratas (que lo hacían para su propio provecho).

Francis Drake, famoso corsario inglés, atacó los puertos del Virreinato del Perú,
sobre todo el del Callao. Murió tras un ataque fallido a Panamá.
Fue famoso, en este sentido, el corsario Francis Drake que, actuando bajo la
insignia de la Corona inglesa en tiempos de Isabel I, atacó a puertos de América
meridional, saqueó el Callao y Paita, luego se dirigió a Panamá donde logró
acumular un gran botín, regresando a Inglaterra por la vía de Oceanía, en la época
del virrey Francisco Álvarez de Toledo.
Todo ello determinó, que precisamente, Lima, fuera circundada de murallas y que,
asimismo, se construyese la Fortaleza del Real Felipe, o los Reales Castillos, del
Callao.

Entre los piratas y corsarios que atacaron las costas del virreinato peruano
figuraron:

Francis Drake (1578)


Thomas Cavendish (1587)
Roberto Achines (1590)
Oliverio van Noort (1596)
Simón de Cordes (1596)
Almirante Veraje (1596)
Joris van Spilbergen (1607)
Enrique Morgan (1620)
Jacobo Hermite (1624)
Carlos Ciere (1670)
Juan Guerin (1678)
Eduardo David (1685)
Por diversas circunstancias el sistema del monopolio fue quebrantándose. Así, a la
firma del tratado de Utrecht, en 1713, España concedió a Inglaterra el derecho de
enviar cada año a puertos del atlántico, un barco o “navío de permiso”, con
quinientas toneladas de mercaderías. En 1735 la misma España concedió el “navío de
registro“ que, previa inscripción en los puertos españoles, llegaba a los puertos
del Pacífico con mercaderías para su comercialización, hasta que el rey Carlos III,
en 1778, decretó el libre comercio, por el cual otros puertos españoles y
sudamericanos podían efectuar esta actividad. En virtud de esto, surgieron
Valparaíso, Arica, Guayaquil, Montevideo y Buenos Aires, que disputaron la
supremacía del Callao.

Impuestos del Virreinato


La llamada "Real hacienda" o "Caja fiscal del Rey" obtenía recursos directos con el
cobro de una serie de impuestos, que afectaban a las actividades económicas. Había
cajas repartidas en todo el virreinato que recolectaban los fondos, cubrían los
gastos de la administración y remitían el sobrante a la caja principal situada en
Lima ("Caja Real de Lima"), la misma que, saldando los gastos del propio
virreinato, luego las remitía a España.

Entre los impuestos, que el virreinato pagaba a la Corona figuraban:

EL Quinto Real (Quinto del Rey), la quinta parte de los metales extraídos o de los
tesoros encontrados.
El Tributo Personal del Indio. Que obligaba al habitante andino, entre los
dieciocho y cincuenta años, a pagar una suma anual.
El Alcabala, el pago que se hacía por concepto de la compra o venta de propiedades
El Almojarifazgo, que era el impuesto que se pagaba por la entrada y salida de
mercaderías (hoy aranceles o derechos de aduana).
La Media Anata, el impuesto que gravaba anualmente los sueldos de los funcionarios
públicos y burócratas.
La Derrama, que eran los donativos extraordinarios que se obligaba a hacer a los
habitantes del virreinato cuando España sostenía guerras con sus rivales europeos.
Los Estancos. De la sal, del tabaco, del papel sellado, de los naipes, etc., es
decir, el impuesto que gravaba a tales productos, los mismos que tenían que ser
pagados por los colonos.

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