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DÍA TERCERO.
COMENZAMOS: 4 de octubre.
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ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS
Cinco Avemarías
—En alabanza de la hora en que María Santísima vino en carne mortal a
Zaragoza. Avemaría.
—Por haberle erigido el Apóstol Santiago, por mandato de la Santísima
Virgen, su santo Templo en Zaragoza, el primero del mundo dedicado a
su nombre. Avemaría.
—Por habernos dejado como un don precioso su sagrada Imagen, que es
nuestro amparo y consuelo en toda tribulación. Avemaría.
—Por el santo Pilar o Columna angélica, símbolo de la fortaleza y
estabilidad de la fe católica en Zaragoza, hasta el fin del mundo.
Avemaría.
—En acción de gracias por los infinitos beneficios que desde su venida nos
ha dispensado como excelsa Protectora de España. Avemaría.
Oración final
¡Oh María! ¡Hija de Dios Padre!, amparad a la Iglesia, que desde su principio
ha reclamado vuestra protección. Reconoced en ella la Esposa de Vuestro
único Hijo, que la ha rescatado con el precio de toda su sangre. Haced que
resplandezca con tal brillo de santidad, que pueda presentarse digna de su
divino Esposo, y del precio con que fue redimida ¡Madre de Dios Hijo! que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo. ¡Aurora brillante de este sol
divino! disipad las tinieblas de la herejía y del cisma. Haced que todos sigan la
luz de la verdad, y se apresuren a entrar en el seno de la verdadera Iglesia,
donde juntamente con Jesús os conozcan con una viva fe, os invoquen con una
esperanza firme, y os amen con un amor perfecto. ¡Esposa del Espíritu Santo,
que ha reunido en un sólo rebaño y en una misma religión, tantas y tan
diferentes naciones!, derramad sobre los Príncipes cristianos y sus ministros la
abundancia de gracias, de que sois dispensadora. Penetrad sus corazones del
espíritu de paz y de concordia, que al nacer vuestro hijo se anunció a la tierra:
que nada emprendan contrario a la paz y libertad de vuestra Iglesia. ¡Oh
María!, Templo de la Santísima Trinidad, toda pura y sin mancha en vuestra
Concepción Mirad con ojos de misericordia a la nación española, vuestra
nación predilecta, que tanto habéis distinguido de las demás; a pesar de sus
pecados, continuad siempre en amarla: mantenedla en la fe católica,
apostólica, romana: conservadla en la unidad católica, a fin de que defendida
por vuestra gracia de todo error estando al abrigo de toda disensión, y
consagrada a servir a vuestro Santísimo Hijo y a Vos con un culto digno,
pueda marchar constantemente al fin que le habéis prometido, y merecer
teneros siempre por su Protectora en la tierra, y por su Reina y Corona en el
Cielo. Así sea.
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DÍA PRIMERO (4 de octubre).
Oración final.
¡Oh Reina ¡Oh Madre! ¡Oh Señora! ¡Cuánto os debo por este beneficio
tan singular! ¡Y cuán poco es lo que yo he hecho hasta aquí en obsequio
vuestro! Mi alma se deshace en llantos de ternura, y siente infinitamente no
haberos correspondido. Pero sois Madre de bondad, yo me acojo a vuestra
protección, suplicándoos humildemente, que, sin atender a mis iniquidades,
sino sólo a vuestra misericordia, seáis mi intercesora y abogada para con Dios,
y así mi alma, horriblemente deforme por la culpa, recobrará su belleza; herida
de muerte, sanará; muerta espiritualmente, volverá a la vida; y como dice el
Apóstol, se hará como una nueva criatura en Jesucristo. Esta, gracia
principalmente os pido, y la particular que deseo en esta novena, si me
conviene para el mayor bien de mi alma. Los Ángeles os alaben. Amén.
Oración final. ¡Oh Madre amorosa! Yo, aunque hijo ingrato, pero
defensor de vuestras glorias, publicaré a voz en grito, por todo el universo, que
cuantos os han invocado en sus necesidades y peligros, han experimentado los
auxilios y consuelos que generosamente derramáis sobre los que os imploran
con fervor. ¡Pero cuánto más nosotros que somos vuestros favorecidos, y
que tantas pruebas tenemos de vuestra bondad y compasión! Cuántas
veces hemos exclamado ¡oh, Madre de Dios del Pilar, sed nuestro amparo
y consuelo en nuestra tribulación!, otras tantas nos habéis consolado.
Continuad, Madre compasiva, en favorecernos, y principalmente calmad
nuestros temores en la hora de nuestra muerte. ¡Oh cómo nos angustia la
memoria de aquel momento terrible! Consoladora de los afligidos,
asistidnos en aquella hora de turbación, y disipad todos nuestros temores.
Proteged a vuestros hijos y devotos. Recibidnos en vuestros brazos, y
muramos en ellos, para resucitar felizmente a la vida eterna. Concededme
también la gracia particular que os pido en esta Novena, si me conviene para
el mayor bien de mi alma. Criaturas todas de la tierra, saludad a María
como gran Señora del universo. Amén.
ORACIÓN. Zaragoza posee una rica alhaja, un precioso tesoro, una sagrada
Columna, que la ennoblece, la protege, la honra y la ilustra. ¿De quién ha
recibido este regalo tan magnifico, este don tan apreciable, sino de María?
Esta es toda tu felicidad, Católica España, nación magnánima. La Reina
celestial fijó en Zaragoza esta misteriosa Columna, significando a los siglos
futuros, que perpetuaba gloriosamente entre nosotros el precioso depósito de
la fe que nos había confiado. El orbe católico admira la firmeza de esta
Columna, que se ha conservado inmoble, en el mismo lugar que señaló la
Santísima Virgen, sin que las conquistas de los romanos, el odio de los
herejes, el furor de los árabes, haya turbado su permanencia. Todo certifica la
grandeza de su fundamento, y la fuerza poderosa de nuestra Princesa. La
India, el Asia, el África, sacudieron el yugo de Jesucristo. El universo entero
se admiró de verse arriano, en expresión de San Jerónimo. Pero la ciudad de
María, fundada sobre la firme Columna, no ha perdido como Jerusalén, su
primitivo esplendor. La antorcha de la fe, que la Santísima Virgen encendió en
su venida, no se ha extinguido. Innumerables Mártires que forman la gloria de
la religión, y el honor de Zaragoza, fueron sacrificados en su defensa.
Oración final. ¡Oh Madre de Dios del Pilar! Haced que veneremos esta
Columna de nuestra gloria, anuncio de tantas felicidades. Sea nuestra fe
semejante a su firmeza y peleemos con valor contra los enemigos de nuestra
alma, que confiando en el auxilio que nos significa esta misteriosa Columna,
venceremos. Cúmplase así, Madre de los españoles, haced que perseveremos
constantes en la fe, y si fuere necesario, muramos en su defensa, imitando el
glorioso ejemplo que nos dejaron nuestros mayores, y así conseguiremos la
palma y la corona que está prometida a los vencedores, y cantaremos el triunfo
uniéndonos para siempre con el coro de los mártires. Concededme, Madre
piadosa, la gracia particular que os pido en esta Novena, si conviene para mi
salvación. Los Ángeles os alaben. Amén.
Oración final.
Oración final.
Oración final.
Oración final. ¡Oh excelsa Protectora! ¿Es esta la ciudad que produjo
una serie innumerable de mártires? ¿Es esta la patria de los Valeros, de
los Vicentes, de los Braulios? Dónde está el esplendor que le adquirieron
los Torcuatos, Segundos, Indalecios y de más discípulos de nuestro
Apóstol Santiago? Vos les comunicasteis el espíritu de su fervor, Vos les
dispensasteis dones y gracias celestiales, Vos les colmasteis de prosperidades
y bendiciones. ¡Oh Madre compasiva! ¿No habréis reservado siquiera una
sola bendición para nosotros? ¿Acaso nos habréis olvidado? ¿Pero cómo
puede una madre olvidar a sus hijos? Ya sé que Vos os desdeñaréis de
recibir unos corazones esclavos de la vanidad, tributarios del vicio, y las
alabanzas proferidas por unas lenguas que a cada paso blasfeman vuestro
santo nombre. Pera volved los ojos sobre vuestro reino, mirad a vuestra amada
ciudad. Mostrad que sois nuestra Madre. Aquí tenéis vuestros hijos postrados
ante Vos, derramando lágrimas de contrición, y asidos con lazo el más fuerte
de amor a vuestra sagrada Columna; no os dejaremos, ni nos separaremos de
vuestra presencia, hasta que nos deis vuestra bendición. ¡Oh Madre de Dios
del Pilar! Esta esperanza nos anima, esta protección nos alienta. Yo,
Señora, el más indigno siervo, me consagro todo a Vos desde esta hora,
para que dispongáis de mí a vuestro arbitrio. Admitid este cordial obsequio,
y contadme en el dichoso número de vuestros esclavos, sellando mi frente
con la preciosa marca de vuestro dulcísimo nombre, para que el cielo y la
tierra vean que lo soy. Confieso, mi adorada Reina, que me hace indigna de
esta gracia, el notable descuido que he tenido en obsequiaros, y en imitar
vuestras virtudes. Pero sois Madre tierna y compasiva, y sabéis perdonar
semejantes agravios. ¡Oh Reina celestial!