Está en la página 1de 112

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN. DÍA 9.

Novena tomada del Manual del devoto de Nuestra Señora de


Luján, compilado por el padre Jorge María Salvaire Vásquez
CM y publicado en Buenos Aires por la imprenta de Pablo
Emilio Coni e hijos en 1889.
COMENZAMOS: 29 de abril.

FINALIZAMOS: 7 de mayo.

FESTIVIDAD: 8 DE MAYO.

SOLEMNE NOVENA EN HONOR A NUESTRA


SEÑORA DE LUJÁN

Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠


enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN

Omnipotente Dios, y Señor Soberano de todas


las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que por un
efecto de vuestro poder, sabiduría y amor preservasteis a
María del pecado original, para ser digna habitación de
Jesucristo y corredentora del linaje humano; postrados
humildemente a vuestra sagrada presencia, anonadados por el
peso de nuestras culpas, os pedimos perdón de todas ellas con
el mayor dolor de nuestro corazón. Recibid, Señor, las
lágrimas de arrepentimiento que derrama el alma ante
vuestra Majestad adorable; no atendáis a nuestra profunda
miseria; echad en olvido las pasadas faltas, perdonadnos
todos nuestros delitos, y por el grande amor que manifestáis
al hombre, haciendo a María Inmaculada, y por los méritos
de la Virgen Santísima, dadnos la gracia necesaria para saber
hacer esta novena para vuestra mayor gloria, en honor de
vuestra Madre Purísima, y bien de nuestras almas. Así sea.
—Aquí se hace el ofrecimiento del Santísimo
Rosario, que se reza en seguida.
DÍA PRIMERO: 29 de abril – CONSAGRADO A
HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
AUXILIO DE LOS CRISTIANOS
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
AUXILIO DE LOS CRISTIANOS EN SUS
NECESIDADES

¡Purísima Virgen María! Madre del Amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del Cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján,
ante la cual las generaciones os invocan con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que,
en todos tiempos, los moradores de estas dilatadas regiones
pusieron en Vos toda su confianza y su más firme esperanza
en sus lances más apurados, llamándoos su abogada y
mirándoos como su auxilio más poderoso; humildes y
confiados, os suplicamos, Señora, nos alcancéis de vuestro Hijo
adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más
convenga para nuestro bien espiritual y temporal y en
particular las virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón de
nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una
buena muerte. Así sea.
CONSIDERACIONES
I. — El auxilio o socorro está fundado sobre el amor. Cuando
un hombre de corazón caritativo, ve a otro hombre que
sucumbe a la desgracia, corre compadeciendo su pena, dándole
valor, sosteniéndole y llevando con él su carga sobre sus propias
espaldas. Él es el pie del que cojea, el ojo del ciego, el báculo del
anciano, el padre del huérfano, el defensor de la viuda, el paño
que enjuga las lágrimas del afligido que llora.
Nuestro Señor Jesucristo es evidentemente el auxilio de los
cristianos. “No hay duda —según nos dice San Pablo— que
Jesucristo no deja de interceder por nosotros con su Padre
celestial, que le oye siempre, a causa del gran respeto que le es
debido”. “Ni hay duda tampoco, —añade San Bernardo— que
Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres; mas
como estos tiemblan, y con razón, a la presencia de la Divina
Majestad que un día ha de juzgarlos, ha sido necesario darles
un mediador entre ellos y el mismo Mediador; y por cierto,
ninguno es más a propósito para llenar este caritativo y piadoso
cargo, como la Virgen Santísima, a la cual la Iglesia llama
Abogada nuestra y Auxilio de los cristianos”.
El título de Auxilio de los cristianos dado a María Santísima
por la Santa Iglesia, nos dice, por lo tanto, claramente que ella
los tiene a todos en el corazón y que los ama.
II. — Efectivamente, María, en primer lugar, no cesa de
preservar al pueblo cristiano de las maquinaciones con que el
infierno pretende hacer estragos en este rebaño de Cristo,
apartando herejías, cismas, guerras y otras calamidades que lo
hubieran afligido muchísimas veces. En segundo lugar,
intercede por él, cuando la ira divina justamente irritada por
muchos de sus protervos hijos quiere descargar castigos muy
severos, y así es que, si no fuese por la divina Señora, lloverían
sobre nosotros hambres, pestes, terremotos y otras calamidades
a cada paso. En tercer lugar, lo socorre en las tribulaciones que
no puede evitar, por no oponerse al plan de la Divina
Providencia, y en ellas sostiene la fe y la paciencia de los fieles,
da prudencia a los pastores, y doctrina a los maestros siendo
siempre la estrella que sirve de consuelo a la navecilla de San
Pedro, cuando más la azotan las ondas de la tempestad.
Leemos en la Sagrada Escritura que Betsabé se presentó al
rey Salomón, su hijo, diciéndole: Tengo que hacerte una
súplica, no me hagas un desaire. A cuyas palabras el rey que se
había levantado de su trono, contestó obsequioso y afable:
Pedid, madre, porque no es justo que os deje avergonzada. (III
Reyes II, 20)
Así también, Jesucristo, Rey del universo, dice a la Virgen
María: Pide, Madre mía, que cuanto pidas alcanzarás; todo
será hecho según tus deseos. Por esto, se dice de María con
verdad, que puede tanto con sus súplicas, como Dios con su
propia omnipotencia.
¡Oh! Cuántas veces Jesucristo, armado ya su brazo con las
saetas de la divina venganza, para castigar con graves penas a
los pueblos cristianos por sus enormes y repetidas iniquidades,
ha reprimido clemente su mano por la intercesión de María.
III. ¿Quién será bastante a referir los beneficios de María de
Luján, sus hechos sin número, de auxilio, de asistencia, de
protección decidida en favor de sus hijos del Plata, en los
apremios, las tribulaciones y calamidades a que con frecuencia
se vieron éstos expuestos?
El Santuario de Luján ha sido preferido y constituido en
ciudad de refugio, donde ha querido la divina Providencia que
tenga su origen un río de gracias y favores, que con sus aguas
fertiliza y fecunda toda esta bella parte del mundo. El enfermo
rodeado de congojas mortales, el caminante amenazado de
peligros continuos, el soldado en el riesgo y trance de la batalla,
dirigen sus corazones desde lejanas tierras a la Imagen de
María de Luján, y luego ven atendidas sus súplicas.
El pastor en su redil, el hacendado en su estancia y el
labrador que sigue el arado, cantan y celebran las alabanzas de
la Virgen de Luján, y todos ellos reciben protección y bendición
copiosa.
¿Cuántas veces en las épocas anteriores, libertó esta divina
Protectora a su amada provincia del Río de la Plata, de la
temible invasión de los indios bárbaros, poniéndolos, como
sucedió en 1780, en precipitada y misteriosa fuga?
¿Cuántas veces en aquellas ocasiones tan frecuentes y fatales
en otros países, en que los campos quedan exhaustos por la
falta de lluvias, no ha obtenido María de Luján, para sus
moradores atribulados, el anhelado beneficio de lluvias
abundantes, con las cuales quedaba superabundantemente
remediado el terrible mal que se padecía?
¿Cuántas veces amparó a su pueblo en la terribilidad de las
epidemias que ponían en peligro la vida de tantos ciudadanos,
los cuales, por la intercesión de María de Luján, recobrados del
peligro, aumentaban el número de sus panegiristas y
encomiadores?
Es más fácil recordar con amor en su corazón la larga lista de
los beneficios de María de Luján en favor de estos pueblos a
quienes ha mirado siempre con ojos de predilección, que
expresarlos con la palabra o por escrito, de modo que si, cuando
Salomón dedicaba el templo al Señor, se le apareció Dios y le
dijo: Yo desde el cielo escucharé a este pueblo que en este
templo me orase y le seré propicio (II Paralipómenos VII, 14)
podemos decir que la misma promesa hace Jesucristo a su
Madre respecto a su Santuario de Luján. Le promete que
escuchará siempre, desde su solio excelso, las súplicas de los
pueblos del Plata que la invocaren en su Santuario de Luján, y
que en todas las cosas se le manifestará propicio.
RESOLUCIÓN: A fin de que la Santísima Virgen se digne
poner todo su interés de Madre para alcanzar nuestra
salvación, procuraremos con toda la solicitud de cariñosos
hijos, darle gusto en cada una de nuestras acciones, sobre todo
en esta novena que consagramos a Ella.
EJEMPLO: NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN LIBRA
A SU VILLA DE UN MODO PORTENTOSO DE
UNA GRAVE EPIDEMIA.
En todos tiempos, la Virgen Santísima de Luján se mostró el
seguro asilo de su pueblo fiel en las calamidades públicas.
Aquí nos contentaremos con recordar un ejemplo de su
maternal protección que sacamos de los documentos públicos
y oficiales.
Corría el año de 1778. Ya anteriormente y durante varios
años consecutivos, habíase notado en todo este distrito del Río
de la Plata una grande esterilidad y seca, con la cual los campos
se habían esterilizado, y los sembrados se habían secado... Y no
hallando los vecinos y moradores del distrito con qué suplir la
falta de los trigos, se habían visto precisados a mantenerse sólo
con carnes, de que habían resultado numerosas enfermedades,
que los habían desolado... Y prosiguiendo sin embargo la dicha
seca y esterilidad, había aparecido una nueva y más terrible
epidemia, ocasionada ya por el hambre, que amenazaba de
concluir con todos los habitantes de esta Provincia.
Era tal la intensidad de la peste, que, de sólo las compañías de
la Guardia de Luján, compuestas de menos de trescientos
hombres, ya se había llevado ciento noventa y seis hombres, sin
incluir mujeres, niños y forasteros.
Pues bien, tan luego como la epidemia se manifestó en los
partidos limítrofes, el Cabildo de la Villa de Nuestra Señora de
Luján, comprendiendo que para atajar tanta calamidad, el
mejor y más eficaz asilo era la invocación de su milagrosa
Virgen, no cesó, conforme era su uso y costumbre en
semejantes casos, de mandar celebrar novenarios, rogativas y
procesiones, para implorar a su divina Patrona titular, se
dignase interceder con su precioso Hijo, al objeto de alejar de
este vecindario y su jurisdicción, la terrible plaga que, donde
quiera que apareciera, sembraba la desolación y la muerte. Y
¡cosa admirable! María Santísima ampara, en esta
circunstancia, con tanta solicitud y evidencia a su querida Villa,
que no solamente ninguno de sus vecinos llega o contagiarse
con la terrible peste, sino que cuantos vienen enfermos de
afuera a ella recuperan prontamente la salud.
Así que, esparciéndose por todas partes la voz de la
protección especial con que la Santísima Virgen María había
amparado a esta Villa, en diferentes circunstancias de pestes y
epidemias, y más particularmente en aquel año de 1778, se fue
aumentando igualmente la fe, la devoción y el culto hacia
nuestra portentosa Imagen, siendo los principales heraldos y
panegiristas de sus prodigios y los más celosos apóstoles de su
culto, aquellos mismos que, asaltados en sus respectivos
partidos por la implacable enfermedad, habían acudido a esta
Villa como a un seguro asilo, y hallado a los pies del sagrado
Simulacro el restablecimiento de su salud.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, Auxilio de los
cristianos en las tribulaciones que nos agobian, tened piedad de
vuestro pueblo e interceded por nosotros!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
AUXILIO DE LOS CRISTIANOS

Bendita seáis, Virgen Santa de Luján, bendito


vuestro poder, vuestra voluntad y prontitud en socorrernos;
mirad cuán necesitados estamos de vuestros soberanos
auxilios; mirad cuánto se ha aumentado el número de los que
persiguen el pueblo cristiano. Defendednos, Vos, muy amada
Patrona, de sus asechanzas, y hacednos triunfar de sus
insidiosas armas, que dirigen contra nuestros espíritus, y de
los combates con que atacan a la Iglesia de Dios. Sed ahora y
siempre nuestra constante defensora, ¡oh María de Luján!,
mirad asimismo cómo se multiplican las calamidades que por
doquiera nos invaden, tristes pero justos efectos de la ira de
Dios irritado por nuestras iniquidades, y que vuestra
mediación nos alcance la disminución de los males que nos
agobian.
Pero ¡ay!, ¿cómo nos atrevemos a dirigirnos a Vos? Tenemos,
es verdad, el nombre de cristianos y nos preciamos de devotos
vuestros; mas nuestras obras se hallan en contradicción con
nuestra fe. Y ¿permitirá vuestra bondad que prosigamos en una
vida tan impropia de discípulos de vuestro Hijo, tan poco digna
de vuestros devotos? ¡Ah! No, no, Madre querida, alcanzadnos
una gracia eficaz con que nos resolvamos a mejorar nuestra
conducta y vivificar nuestra fe con la más fervorosa caridad.
Aquí se canta o se reza la Letanía de la Virgen:
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesucristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros

Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos.

Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.


Dios Hijo Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Santísima Trinidad que eres un sólo Dios, ten piedad de
nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de vírgenes, ruega por nosotros.
Madre de Cristo, ruega por nosotros.
Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
Madre de la Divina gracia, ruega por nosotros.
Madre purísima, ruega por nosotros.
Madre castísima, ruega por nosotros.
Madre inviolada, ruega por nosotros.
Madre incorrupta, ruega por nosotros.
Madre amable, ruega por nosotros.
Madre admirable, ruega por nosotros.
Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros.
Madre del Creador, ruega por nosotros.
Madre del Salvador, ruega por nosotros.
Virgen prudentísima, ruega por nosotros.
Virgen venerable, ruega por nosotros.
Virgen laudable, ruega por nosotros.
Virgen humildísima, ruega por nosotros.
Virgen poderosa, ruega por nosotros.
Virgen clemente, ruega por nosotros.
Virgen fiel, ruega por nosotros.
Espejo de justicia, ruega por nosotros.
Trono de la Sabiduría, ruega por nosotros.
Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.
Vaso espiritual, ruega por nosotros.
Vaso honorable, ruega por nosotros.
Vaso de insigne devoción, ruega por nosotros.
Rosa mística, ruega por nosotros.
Torre de David, ruega por nosotros.
Torre de marfil, ruega por nosotros.
Casa de oro, ruega por nosotros.
Arca de la Alianza, ruega por nosotros.
Puerta del Cielo, ruega por nosotros.
Estrella de la mañana, ruega por nosotros.
Arca de salvación, ruega por nosotros.
Mística ciudad de Dios, ruega por nosotros.
Adoratriz perpetua de Jesús Sacramentado, ruega por nosotros.
Salud de los enfermos, ruega por nosotros.
Refugio de los pecadores, ruega por nosotros.
Consuelo de los afligidos, ruega por nosotros.
Auxilio de los Cristianos, ruega por nosotros.
Corredentora del género humano, ruega por nosotros.
Medianera de todas las gracias, ruega por nosotros.
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
Exterminadora de todas las herejías, ruega por nosotros.
Reina Inmaculada, ruega por nosotros.
Reina de los Ángeles, ruega por nosotros.
Reina de los Patriarcas, ruega por nosotros.
Reina de los Profetas, ruega por nosotros.
Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.
Reina de los Mártires, ruega por nosotros.
Reina de los Confesores, ruega por nosotros.
Reina de las Vírgenes, ruega por nosotros.
Reina de todos los Santos, ruega por nosotros.
Reina concebida sin mancha de pecado, ruega por nosotros.
Reina asunta a los Cielos, ruega por nosotros.
Reina del Santísimo Rosario, ruega por nosotros.
Reina del clero, ruega por nosotros.
Reina de la Iglesia, ruega por nosotros.
Reina de la familia, ruega por nosotros.
Reina de la paz, ruega por nosotros.

Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,


perdónanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,
escúchanos Señor.
Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad
de nosotros.

V. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.


R. Para que seamos dignos de las promesas de Nuestro Señor
Jesucristo.
Oremos: Te suplicamos, Señor Dios, nos concedas a nosotros
tus siervos, gozar de perpetua salud de alma y cuerpo: y, por la
intercesión de la gloriosa y Bienaventurada siempre Virgen
María santísima, vernos libres de las tristezas presentes, y
obtener las alegrías eternas. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
AUXILIO DE LOS CRISTIANOS DEL PLATA

Coro: En Luján, en su Templo famoso,


Donde el pecho gozoso palpita,
Nuestra voz entusiasta repita
¡Gloria, gloria a la Madre de Dios!

Campesinos, venid a las plantas


De la Esposa del pobre artesano;
Vuestros ruegos alzad, que no en vano
Lograrán su ternura mover.
No os arredre mirar en su frente
La corona de rayos circuida,
Bien sabéis que en el mundo su vida
Se pasó en humilde taller.

Coro: En Luján, en su Templo famoso,


Donde el pecho gozoso palpita,
Nuestra voz entusiasta repita
¡Gloria, gloria a la Madre de Dios!

II
¡Ah!, venid, los que vais por la tierra
Del dolor en la copa bebiendo,
Los que en medio a la dicha sonriendo
Verdadera delicia sentís.
Los mendigos cubiertos de harapos.
Los que en torno miráis la opulencia,
Los enfermos de horrible dolencia,
Los que sanos y alegres vivís.

Coro: En Luján, en su Templo famoso,


Donde el pecho gozoso palpita,
Nuestra voz entusiasta repita
¡Gloria, gloria a la Madre de Dios!

III

Caminantes, marinos, guerreros,


Vuestra humilde plegaria resuene
Y el Santuario de júbilo llene
Con los himnos de paz y de amor.
La que hoy brilla en espléndido trono,
Por el mundo cruzó peregrina;
Es la Estrella que el mar ilumina
Y es su nombre en la lid vencedor.
Coro: En Luján, en su Templo famoso,
Donde el pecho gozoso palpita,
Nuestra voz entusiasta repita
¡Gloria, gloria a la Madre de Dios!

IV

Todos, todos, venid a sus plantas


Venid justos; venid pecadores,
Y cubrid sus altares de flores
Levantando gozosos la voz.
Sin descanso decid en el colmo
De entusiasmo y ardiente alegría;
“Nuestro amparo y refugio es María,
Nuestra Madre es la Madre de Dios”.

Coro: En Luján, en su Templo famoso,


Donde el pecho gozoso palpita,
Nuestra voz entusiasta repita
¡Gloria, gloria a la Madre de Dios!

GOZOS DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN

Todo el mundo con afán,


Os quiere por protectora,
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

En Lujan, pago pequeño,


Quisiste tener asiento;
Mas ya Luján incremento
Goza de villa, al empeño
De los milagros que están
Mostrándote protectora.
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

Las lámparas, noche y día


Arden en vuestra presencia,
Y en su licor la dolencia
Encuentra la mejoría;
Los enfermos lo dirán
Y la fama voladora.
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

Ciegos, cojos y tullidos,


Enfermos, agonizantes,
Siendo en sus votos constantes,
Son de Vos favorecidos,
Las romerías lo van
Diciendo con voz sonora.
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

Ni el sarampión enfadoso,
Ni las viruelas mortales,
Dejan rastros ni señales
De su humor tan venenoso,
Si el miserable a quien dan
Vuestro patrocinio implora.
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

Vuestro poder ha mostrado


Ser norte de navegantes,
Asilo de naufragantes;
Y los que os han invocado
Seguros, conseguido han
Vuestro auxilio sin demora,
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

En las crueles invasiones


De los indios inhumanos
Libráis a los comarcanos.
De sus robos y traiciones;
Por esto os aclamarán
Siempre por su defensora.
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.

Los que cautivos se miran


De su bárbara crueldad
Recobran la libertad,
Virgen, si por vos suspiran:
Después publicando están
Que sois su libertadora,
Amparadnos, gran Señora,
Virgen pura de Luján.
ORACIÓN

Os suplicamos, Señor, escuchéis benignamente las


devotas súplicas de vuestro pueblo, y lo que pedimos en la
tierra por la protección de la Bienaventurada Virgen María,
merezcamos alcanzarlo por su intercesión en el cielo. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del
Espíritu Santo. Amén.

DÍA SEGUNDO: 30 de abril – CONSAGRADO A


HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
REFUGIO DE LOS POBRES PECADORES.
Por la señal…
Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,


REFUGIO DE LOS POBRES PECADORES

¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del Cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras,
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján;
ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que,
en todos tiempos, los pobres pecadores pusieron en Vos toda
su confianza y la esperanza de su eterna salvación, mirándoos
siempre como refugio seguro contra la ira del omnipotente
Dios; humildes y confiados os suplicamos, Señora, nos
alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta
novena, lo que más convenga para nuestro remedio espiritual y
corporal, y en particular las virtudes de fe, esperanza y caridad,
el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de
Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, REFUGIO DE LOS
PECADORES
CONSIDERACIONES

I. — ¡Cuán severo se mostraba Dios con los pecadores antes de


la Encarnación del Verbo! ¡Qué castigos tan espantosos
imponía a los infractores de su ley! A cada página de la
Sagrada Escritura, se nos presentan ejemplos de la justicia de
Dios, que usaba de su omnipotencia para vengar las injurias de
los impíos. Una lluvia no interrumpida por el largo espacio de
40 días con sus noches, hace casi desaparecer el género
humano de sobre la faz de la tierra (Apocalipsis V, 5). Un fuego
devorador venido del Cielo consume en breves instantes cinco
ciudades pecadoras. Si Israel murmura en el desierto de las
disposiciones de Dios o de su ministro Moisés, ora se ve
acometido de ponzoñosas serpientes que causan en él una
horrible mortandad, ora saciado con las carnes que apeteciera,
encuentra su muerte en ellas mismas. ¿Qué más? Si el grande
amigo de Dios que con él conversaba cara a cara, muestra
alguna vez una pequeña desconfianza, ni esta ligera culpa
queda sin un ejemplar castigo; Moisés se verá privado de entrar
en la tierra de promisión. Léase en fin toda la historia del
pueblo de Dios, y el corazón se estremecerá al ver las terribles
penas impuestas por el Señor a los delincuentes, y con
frecuencia en el acto mismo de la culpa.
Y ¿cómo se hace que este soberano Señor, en la antigua ley
tan exacto en castigar, se muestra ahora tan fácil para
perdonar? ¿Que se apiada de sus mismos crueles verdugos,
diciendo al Padre Eterno: Señor, perdónalos porque no saben
ellos lo que hacen? ¿De dónde viene que ahora sufre con tanta
paciencia a los pecadores, y les concede tiempo de penitencia y
les dispensa el perdón de sus culpas al punto que las lloran?
II. — ¡Ah! Es porque el Señor hecho hombre, se crio desde su
infancia en el regazo de María, y se alimentó con la leche
dulcísima de sus pechos; y la sangre que corría en las venas
sacrosantas de Jesús traía su origen de la sangre de María.
La Iglesia, siempre inspirada por el Espíritu Santo, proclama
la consoladora verdad que María es el seguro Refugio de todos
los pecadores Refúgium peccatórum. San Anselmo nos dice
sobre esta materia: “que, si el que ruega, no es digno de ser
pido, los méritos de María rogarán en su favor, y las gracias
que los pecadores son indignos de recibir, se conceden a María,
a fin de que ellos las obtengan por su medio. Ella es Madre de
Dios y Madre de los pecadores; y el oficio de una buena madre
es, que en sabiendo que hay una enemistad mortal entre dos de
sus hijos, hace para reconciliarlos todo cuanto está de su
parte”. Siendo, pues, la Virgen a la vez Madre de Jesucristo y
Madre del hombre, experimenta un sentimiento tan profundo,
cuando ve que un pecador se ha constituido en enemigo de
Jesucristo y ha caído en su desgracia, que nada deja de hacer
para reconciliarlo con su divino Hijo. Es a un mismo tiempo
Madre del justo y del culpable, y por eso no puede sufrir que
haya discordia entre ellos.
María es, pues, el Refugio seguro de los pecadores y se
compadece tan sensiblemente de sus males, que parece que los
siente en sí misma. Admirable compasión de la Virgen en favor
de los pecadores, representada en la de esa mujer Tecuita, la
cual, dirigiéndose al Rey David, le dijo estas palabras: “Señor,
yo tenía dos hijos, el uno de los cuales, en una riña mató a su
hermano. La justicia ha echado su mano sobre el culpable; y yo
que soy madre de los dos, habiendo perdido al uno, estoy en
peligro de perder al otro. Tened pues piedad, Señor, de una
madre desolada; no permitáis que se le arrebate el único hijo
que le queda.” A estas palabras, movido David a compasión,
mandó que se diese libertad al culpable y que fuese restituido a
su madre. He aquí precisamente lo que hace María, cuando ve
a un pecador que ha caído en desgracia del Juez Supremo y que
reclama la asistencia de su Madre, Ella dirige a Dios las
mismas palabras que la Tecuita dirigió en otro tiempo a David:
“Oh mi Rey, le dice; yo tenía dos hijos, Jesús y el hombre; el
hombre ha hecho morir a Jesús en la cruz; vuestra justicia
quiere ahora castigar al culpable: ¿queréis pues, Señor,
quitarme el segundo hijo después que he perdido al primero?”.
¡Ah! No, por cierto, no condenará Dios al pecador que recurre
a María: y pues él mismo la ha dado al pecador por Madre, se
complace en que la Virgen ejerza los oficios de tal; y esto es lo
que hace todos los días con una bondad y misericordia sin
igual.
III. — ¿Quién podrá contar el número de aquellos que,
arrastrados por malos hábitos, o por la ceguedad del espíritu se
convierten a Dios, y hacen penitencia de sus crímenes, debido a
la mediación de María de Luján quien, para alcanzar este fin
imploraban una madre, una esposa, un amigo piadoso? ¿Quién
podrá decir cuántos son los pecadores sacados de una gran
depravación de costumbres a una vida piadosa y santa, sólo con
la impresión que recibieron durante alguna peregrinación al
Santuario de Lujan? ¿Cómo poder enumerar las almas muertas
por el pecado mortal y resucitadas a la vida de la gracia, ya con
la emoción ineludible que se experimenta en el Camarín de la
Virgen, ya con el ejemplo y enseñanza del fervor y devoción de
otros peregrinos? ¿Cuántas victorias de la gracia sobre almas
tan caídas en el mal, como Lázaro en el sepulcro, debidas
únicamente al amparo de Nuestra Señora de Luján, a cuya
protección habían acudido como a Refugio seguro, tantos
desgraciados pecadores, que, al considerar sus grandes
extravíos, estaban ya a punto de abandonarse a la
desesperación, encontrando luego la paz y el sosiego después de
haber invocado a la Virgen de Luján? Con grandes acciones de
gracias es como refieren ellos mismos su conversión, todos
aquellos que vuelven a mejores sentimientos, gracias a la
mediación de María de Luján.
Recurra, pues, a María de Luján todo pecador, cualquiera
que sea el número, por grande que sea la enormidad de sus
pecados; pues Ella es el Refugio seguro de los pecadores. Ponga
toda su confianza en la milagrosa Virgen, practique todos los
medios que estén a su alcance para romper las cadenas que lo
retienen esclavo del demonio. María le ayudará con sus
poderosos auxilios, y no cesará de rogar al Señor, hasta que el
hijo pródigo haya sido admitido otra vez a la mesa del Padre de
familia, y disfrute de la gracia y de la misericordia de su Dios.
RESOLUCIÓN: Hacer examen de conciencia antes de
recogerse por la noche; disponerse a hacer una buena
confesión de sus culpas, y hasta, si se sintiera su necesidad, una
confesión general de todos sus pecados.
EJEMPLO: DEVOCIÓN DE UNOS GAUCHOS
MATREROS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN.
Las inconmensurables llanuras de esta República se veían,
hace pocos años, y a veces se ven todavía, infestadas por
partidas de salteadores, que el pueblo suele denominar
gauchos malos o matreros, que eran y son el terror y espanto
de todas las campañas y aún más de los pueblos que ellos han
elegido para teatro de sus trágicas hazañas y proezas
sangrientas.

Pues bien: para esos mismos bandidos divorciados de la


sociedad y proscritos por las leyes, la Virgen de Luján es
especial objeto de profunda veneración, es Ella su verdadero
refugio, a tal punto que los misioneros católicos que se han
internado más profundamente en nuestras Pampas, han
tenido ocasión de oír, no sin sorpresa, a gauchos matreros y
perseguidos por la justicia, tiernísimas endechas, cantadas al
son de la popular guitarra, en honor de Nuestra Señora de
Luján.
Cuenta cierto misionero que un día llegó, en medio del
desierto, a inmediaciones de un mísero rancho perdido allá en
medio de la pampa y le sorprendieron luego los confusos
acentos de unos cantares tristes que, desde lo interior, repetía
monótonamente la voz cascada de un hombre, al compás de una
vihuela desdeñosamente arañada.
Entró en el mísero reducto, y vio colgado en uno de los postes
que formaban el armazón del rancho, un cuadro todo ahumado,
y debajo del cuadro, un candil formado con dos pedacitos de
cuero concavados, cocidos juntos, en el cual echaban sebo, a
guisa de aceite. La lumbre que producía el rústico candilejo era
bastante opaca, y más abundantes que la lumbre, eran los
nubarrones de humo que despedía.
Nos saludamos recíprocamente, escribe dicho misionero, y
después de cambiar algunas palabras que bien pronto
establecieron entre nosotros suficiente confianza, le pregunté:
“¡Con que, amigo, estaba usted cantando alguna quintilla, para
matar el tiempo!”.

“Así es, señor, me contestó, pero vea usted cómo... Todas las
noches, siempre que me deja mi mala suerte dormir debajo de
techado, la sé alumbrar a mi Madre y Señora, la Virgen de
Luján, que usted ve aquí en este cuadro, para que ella, siquiera
me mire con lástima, ya que los hombres, de mí no se acuerdan
sino para perseguirme... y la digo mis cuitas en la mejor forma
que yo entiendo, que es cantándola todas las noches algunas
coplas, con acompañamiento de este añejo instrumento, ¡Qué
quiere usted.... señor, si es la Virgen de Lujan la compañera
que me ha quedado en mis desgracias!... y conforme la ve usted
aquí, ahí van como unos 20 años que me acompaña en todas
mis andanzas— ¡Y si no fuera por esta mi Madre y gran
Señora.... quién sabe si ya no hubiera yo dejado tirados mis
huesos, por ahí en tierra pampa! ...”.
Y diciendo estas palabras, vi brillar en sus ojos dos gruesas
lágrimas, todas preñadas de encontrados sentimientos de
tristeza, amor, gratitud y confianza, lágrimas que vinieron a
rodar furtivamente, por sus tostadas y ásperas mejillas.
No puedo expresar la emoción que experimenté en ese
momento... ¡Allá, en el desierto! en aquella mísera choza,
perdida en medio de aquellas soledades sin límites, unos
gauchos matreros, en otros tiempos salteadores, perseguidos por
la humana justicia, y divorciados de la sociedad, dando al aire
sus quejas, delante de una vieja y denegrida Imagen de la
Virgen de Luján, en quien sólo se atreven a poner su confianza,
y cantándola en melancólicas endechas, sus miserias, su
arrepentimiento, sus penas y sus esperanzas, al compás de un
destrozado instrumento, y con más cariño, ternura y confianza
de la que suelen los enamorados del mundo experimentar para
con los objetos de su pasión. ¡Tanta es la confianza que suele la
misericordiosa Virgen de Luján inspirar a los pobres
pecadores!
JACULATORIA: Nuestra Señora de Luján, Refugio de los
pobres pecadores, interceded por nosotros que nos acogemos a
vuestra tradicional misericordia.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
REFUGIO DE LOS PECADORES

A Vos, Refugio de los desgraciados pecadores,


compasiva Virgen de Luján, dirigimos nuestras
angustiadas miradas. Tendremos, y tal vez en breve, que
comparecer delante de nuestro Juez soberano, siendo
culpables de un sin número de pecados. ¿Y quién le aplacará?
Sólo Vos podéis hacerlo, oh Madre de la misericordia, Vos
que le amáis tanto y que sois tan tiernamente amada de Él.
Decidle, os rogamos, a vuestro divino Hijo: Mira, Hijo mío, a
estos pecadores; considera, que, aunque tales, son, sin
embargo, hijos míos y hermanos tuyos. David lloró por
Absalón, aunque era hijo rebelde; yo así me compadezco de
los hombres, aunque pecadores. Lleguen así por vuestro
intermedio, hasta el trono de la Divina Justicia, nuestras
súplicas y nuestros suspiros. ¡Oh Madre llena de clemencia!
Imploramos vuestra protección. Calmad la indignación de
vuestro Hijo; hacednos recobrar su santa gracia. Vos no
aborrecéis al pecador, cualesquiera que sean sus culpas, con tal
que os dirija sus ruegos con sinceridad e implore vuestra
intercesión. Dignaos, Virgen Santa de Luján, alargarnos la
mano y reconciliarnos con nuestro Juez. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.

GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO


FUNDADORA DE SU VILLA

Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia


Manantial del divino consuelo!
¡Gloria, gloria a María en el Cielo!
¡Gloria, gloria a María en Luján!

Qué favor, qué merced admirable,


Nos hiciera la Reina del Cielo
Al enviar cariñosa a este suelo
Su más dulce mirada de amor.
Ella obrando un milagro palpable
Do su afecto tiernísimo brilla,
La Patrona hízose de esta Villa
Cuya oscura humildad le agradó.

Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia


Manantial del divino consuelo!
¡Gloria, gloria a María en el Cielo!
¡Gloria, gloria a María en Luján!

II

A otro punto su Imagen amable


Un devoto mortal destinaba,
Mas su extrema piedad la inclinaba
A este suelo mil veces feliz.
¡Oh, virtud de la gracia inefable
Que los planes humanos quebranta!
Este sitio ignorado la encanta,
Y no es dado apartarla de aquí.

Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia


Manantial del divino consuelo!
¡Gloria, gloria a María en el Cielo!
¡Gloria, gloria a María en Luján!

III

Desde entonces, ¡oh Dios! cuántas veces


Esas manos preciosas se abrieron
Y en copiosos raudales vertieron
De su amor el inmenso caudal.
¿Quién jamás elevara sus preces
A esa Madre tan fina y amante
Sin que fuera colmado al instante
De risueña esperanza y de paz?

Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia


Manantial del divino consuelo!
¡Gloria, gloria a María en el Cielo!
¡Gloria, gloria a María en Luján!

IV

¡Oh! Bien alto la gloria proclama


De la Madre divina de Cristo,
Este augusto Santuario que ha visto
Mil prodigios que el mundo admiró.
Hoy, la voz inmortal de su fama
Los confines de América llena
Y en el gran Vaticano resuena
Cual un grito sublime de amor.

Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia


Manantial del divino consuelo!
¡Gloria, gloria a María en el Cielo!
¡Gloria, gloria a María en Luján!
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA TERCERO: 1º de mayo– CONSAGRADO A
HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS.
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,


CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS

¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Lujan,
ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también, de que,
en todos tiempos, los pobres afligidos pusieron en Vos toda su
confianza, mirándoos siempre como la Consoladora de
cuantos padecen tribulación; humildes y confiados os
suplicamos, Señora, nos alcancéis de Vuestro Hijo adorable, lo
que os pedimos en esta novena, lo que más convenga para
nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular, las
virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón de nuestros
pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una buena
muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, CONSUELO DE
LOS AFLIGIDOS
CONSIDERACIONES

I. - Dios es llamado nuestro primer consolador por excelencia.


“Él es el Padre de las misericordias y el Dios de
toda consolación” (2.ª Cor. 1, 3). “Él es quien nos
consuela en toda adversidad” (2.ª Cor. 1, 4). Vino el
Redentor del Mundo, el Hijo de María, y con su presencia mil
veces bendita, consoló al mundo sumido en la tribulación y la
angustia. En su ascensión al Cielo, Él prometió a sus
discípulos que no los dejaría huérfanos y les enviaría un
consuelo visible, promesa que cumplió en verdad, el día de
Pentecostés, cuando envió al divino Paráclito.
Pero, asimismo ha cumplido abundantemente su promesa
de no dejarlos huérfanos, dándoles por Madre a su propia
Madre, María Santísima, y de comunicarles el espíritu de
consuelo, allegándolos a la fuente de todo consuelo, por María
que ha sido y es la Consoladora, la ayuda, la consejera, el asilo
de los fieles, en todas sus tribulaciones. Bajo este concepto, la
Iglesia estuvo verdaderamente inspirada, al enseñarnos que
invocásemos a María, bajo el título de Consoladora de
los afligidos.
Es familiar en los justos no huir de la adversidad, no evitar
los sufrimientos y no rehusar la tribulación, sino pedir a Dios
consuelo y alivio. Vemos esto en David, cuando dice:
“Derramad sobre mí vuestra misericordia, á sin
de que ella sea mi consuelo”. Él pide la misericordia,
no para no sentir el peso de la adversidad, los tormentos del
disgusto, la amargura de la injusticia y de la ingratitud, la
opresión de la tribulación y de la desgracia, sino para ser
consolado y aliviado.
Así, invocando a María, bajo el título de Consoladora de los
afligidos, la Iglesia nos enseña a pedir, no el alejamiento de las
tribulaciones, la exención de la adversidad, sino el consuelo de
la Bienaventurada Virgen que es la alegría de los atribulados
y desgraciados.
II. -. Ella, en efecto, ve la miseria, las perplejidades de los
hombres y se apresura por subvenir a ellas. Ella aligera las
aflicciones y las dulcifica. De aquí proviene que San
Buenaventura (Opúsculo XXVI), llama a María “el asilo
seguro de todos los afligidos”; y San Juan
Damasceno (Sermón sobre la dormición de la Virgen) la
saluda así: “Yo os saludo, a Vos que aliviáis todas
las inquietudes. Yo os saludo, remedio de todos
los males del corazón”.
San Efrén la llama la fuente de todo consuelo .
Sólo en ella, es verdad, se encuentran la verdadera alegría, la
dicha sólida. Sí; no hay tristeza tan abrumadora que no
encuentre una dulcificación en María, ni cruz tan pesada, ni
aflicción bastante profunda, ni perplejidad tan amarga que no
encuentre alivio en María.
De cierto, figura fue suya muy expresiva la bella Ester,
esposa de Asuero. Gemía su desgracia con lágrimas
acerbísima el pueblo de Dios, condenado a perecer en un solo
día por la perversidad de Amán, orgulloso y vengativo
favorito del monarca. Pero, sábelo Ester y suplica a su
complaciente esposo: “Perdona a mi pueblo por quien
te pido” (Ester 7, 3). En el momento, le fue concedida la
gracia, y luego se enjugaron las lágrimas de los infelices
hebreos, y aún se trocó en día de placer el que estaba señalado
para serlo de llanto y desolación.
No es menos que la de Ester la compasión que María tiene
de sus devotos afligidos; no es menos su autoridad e influencia
con el Rey celestial, para librarlos de todo mal; no es menos la
prontitud con que acude a socorrerlos cuando la invocan, y
aún muchas veces previene sus necesidades y se anticipa a sus
ruegos.
III. – La Virgen de Luján es Consoladora de los
afligidos, de los corazones tristes, de los que experimentan
amargura en la vida y que la invocan con confianza; pues esta
dulce Madre les devuelve a todos la alegría, dulcificando las
olas amargas de la tristeza y atrayendo la serenidad sobre su
frente atribulada. El solo nombre de la Virgen de Luján, su
grato recuerdo ha levantado a muchos corazones agobiados
de su abatimiento, los ha consolado en sus sinsabores; ha
endulzado sobre todo la indigencia y la miseria de una
infinidad de pobres abandonados, regocijándolos en sus
privaciones.
¡Cuántos, invocando a María de Luján han sentido
cambiadas sus fatigas en reposo, sus inquietudes en paz, sus
aflicciones y congojas en inefable consuelo!
¿Qué no pudiera añadirse aún sobre los favores peculiares
concedidos por la Virgen Inmaculada de Luján a los corazones
angustiados que la han invocado? Pero, ¿por qué insistir en lo
que todos los habitantes de estos países y aún de regiones más
remotas no cesan de proclamar? Los huérfanos la llaman su
madre, las viudas abandonadas su defensa, los pobres su
abrigo, los culpables su refugio y todos los que lloran su paño
de lágrimas. ¿Y qué necesidad de referir hechos, si los anales,
los ex-votos, los donativos que adornan su altar y su camarín, si
las peregrinaciones incesantes que se efectúan a su Santuario
dicen más alto que el mejor de los discursos los consuelos
obtenidos de la Madre de las misericordias, por las súplicas de
un sin número de corazones atribulados?
Así pues, cualesquiera que sean nuestro apuro y las causas
de nuestra tristeza, recurramos con confianza a la
misericordiosa Virgen de Luján. Ella tiene cuidado de
nosotros. Ella comprende perfectamente todas nuestras
necesidades. Ella las observa con una atención toda maternal,
y lleva a toda una ayuda oportuna, y un consuelo
imponderable.
RESOLUCIÓN: En nuestras aflicciones y angustias, nos
uniremos a María, para arrodillarnos al pie de la cruz, símbolo
de nuestros consuelos y de nuestra firme esperanza, y nos
honraremos en colgar siempre a nuestro pecho esa noble
insignia de todo cristiano.
EJEMPLO: NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN SACA
DE UNA GRAN TRIBULACIÓN A SU ESCLAVO,
EL NEGRITO MANUEL.
Memorable fue la prueba por la que plugo a la Divina
Providencia hacer pasar al virtuoso esclavo de la Virgen de
Luján, el negrito Manuel, y de la cual lo sacó esta compasiva
Señora, inundando su corazón de inefables consuelos.
Fallecido D. Rosendo de Oramas, quien había donado el
negrito a la Virgen por esclavo y sacristán, el hijo, D. Juan de
Oramas, cura Rector de la Catedral de Buenos Aires, alegaba
su derecho a los servicios del negrito, como heredero que era de
todos los bienes del difunto padre.
Conocedor el pobre Manuel de las pretensiones del Maestro
Oramas, y temiendo que las habilidades e influencias de
hombres poderosos alcanzasen separarle de su querida ermita y
de su dulce Madre, sintió un indecible dolor invadir su corazón.
Confiado, no obstante, en el cariño y poder de su divina
Señora, bajó a la ciudad de Buenos Aires, a litigar ante los
Tribunales Eclesiásticos contra las pretensiones del poderoso
Cura Rector de la Catedral.
Nuestro negrito defendió su derecho ante sus jueces, con
aquel calor y entusiasmo que suelen comunicar la convicción y
la esperanza de un bien supremo, diciendo ser de la Virgen de
Lujan no más, y que así lo había asegurado y repetido muchas
veces su difunto amo; que, desde muchacho, lo había el mismo
dueño consagrado al servicio de la Virgen, en su santa Imagen.
Amenazaba el litigio con dilatarse, pero merced a la
intervención de Doña Ana de Mattos, señora gran devota de
Nuestra Señora de Luján, la cual ofreció al Maestro Oramas
cien pesos, cedió este su supuesto derecho y de este modo
quedaron zanjadas las dificultades.
El mendigo que encuentra un tesoro, el navegante, que
después de haber sufrido una deshecha tempestad en medio
de los mares, en la que se vio amenazado de muerte, logra
fijar su planta en el puerto anhelado, no se sienten poseídos de
alegría mayor que la que experimentó el negrito Manuel, al
conocer que el litigio quedaba terminado en su favor, y que,
sin temor de verse en adelante inquietado, podría ya
restituirse a su querida ermita y al servicio de su única y bien
amada Señora de Lujan.
Así suele consolar esta dulce Madre a sus devotos, que en
medio de sus tribulaciones ponen su confianza en su maternal
solicitud.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, dulce
Consoladora de los afligidos, mirad hacia nosotros en las
tribulaciones que nos afligen y conceded a nuestros corazones
el bálsamo de vuestros inefables consuelos!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS

¡Ah Señora!, no publique las maravillas de vuestras


misericordias, quien, por no haberos invocado en sus
aflicciones y angustias, no ha experimentado los auxilios y
consuelos que generosamente derramáis sobre los que os
imploran con fervor. No lo haremos así ciertamente nosotros,
que tantas pruebas tenemos de vuestra compasión y
misericordia; que cuantas veces afligidos, hemos puesto
nuestra confianza en Vos, diciendo con Job: sea esta mi
consuelo (Job 6, 10), hemos podido también decir con
David: Ella me ha consolado en mi aflicción.
Ea, pues, dulce y más que dulce Madre nuestra; mirad la
multitud de los males que nos conturban, de las tribulaciones
que nos agobian y de las aflicciones que nos abruman, y
volved hacia nuestros corazones atediados por las olas de la
amargura, esos vuestros ojos misericordiosos, verdaderas
fuentes de consuelo; para que, asistidos por vuestra
protección, llevemos con dulzura y resignación las
penalidades de este valle de lágrimas, y merezcamos por la
paciencia, conseguir el premio de la eterna felicidad. ¡Así sea!
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS

Coro: Tierno refugio de pecadores,


En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.

¡Oh Madre! al cruzar del mundo


Por el piélago profundo,
Tú mi amparo
Siempre has sido, tú mi guía,
Y en el puerto, de alegría
Bello faro.

Coro: Tierno refugio de pecadores,


En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.

II

Siendo fuente de consuelo,


¿Permitirás que en el suelo
Sufra tanto,
Y con mano cariñosa
No aliviarás amorosa
Mi quebranto?

Coro: Tierno refugio de pecadores,


En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.

III
Imposible, es imposible
Que tu corazón sensible
Se endurezca,
Aunque yo por mis maldades
Tus infinitas bondades
No merezca.

Coro: Tierno refugio de pecadores,


En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.

IV

Bien sabes que hoy no te pido


De riquezas ser henchido,
Ni es mi anhelo
Pasar quieta la existencia
En brazos de la opulencia
Sin el duelo.

Coro: Tierno refugio de pecadores,


En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.

Madre: ¡escucha mi plegaria!


Tú que en hora funeraria
Contemplaste
Las congojas de tu Hijo,
Y en la cruz pendiente y fijo
Lo miraste.

Coro: Tierno refugio de pecadores,


En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.

VI

Madre; el pobre peregrino


Te pide que en su camino
Trabajoso,
Derrames luz y consuelo
Y al fin le alcances, Tú, cielo
Venturoso.
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En nuestras penas dulce Consuelo,
Mira mis llantos y mis dolores
Haz que sonría propicio el cielo.
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA CUARTO: 2 de mayo – CONSAGRADO A
HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
SALUD DE LOS POBRES ENFERMOS.
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN


SALUD DE LOS POBRES ENFERMOS

¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras,
como venera la piedad de los fieles y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján,
ante la cual las generaciones os invocan con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que,
en todos tiempos, los pobres enfermos pusieron en Vos toda su
confianza, mirándoos como el remedio más eficaz en sus
enfermedades y su más seguro alivio en los dolores
corporales; humildes y confiados, os suplicamos, Señora, nos
alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta
novena, lo que más convenga para nuestro remedio espiritual y
corporal, y en particular las virtudes de fe, esperanza y caridad,
el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de
Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, SALUD DE LOS
ENFERMOS

CONSIDERACIONES

I. – Esta tierra es en realidad un valle de lágrimas, un lugar


de prueba, una región de miserias y de dolores. A cada día,
estamos expuestos a toda clase de sufrimientos y de
enfermedades. Y aun cuando tal sea evidentemente la
ineludible condición de nuestra naturaleza, suspiramos
siempre y clamamos al Cielo, por vernos libres de las
enfermedades que nos amagan o de los padecimientos que nos
afligen.
Tal era la caridad del Apóstol San Pablo que le hacía tomar
parte en todas las enfermedades de los cristianos. Por esto
decía: “Quién está enfermo, sin que yo también lo
esté” (2.ª Cor. 11, 29), es decir: “sin que yo me contriste por
sus padecimientos, y trate de aliviárselos, a lo menos con mis
oraciones. A este modo, la santísima Virgen María, cuya
caridad excede con mucho a la del Apóstol de las gentes, se
compadece de todas nuestras debilidades aún corporales, y
ayuda a sus devotos, ora alcanzándoles resignación para
sobrellevarlas con merecimiento, ora impetrando por ellos la
salud; por esta manera que justamente la apellida la Iglesia:
Salud de los enfermos, y justamente podemos de ella decir con
el Rey Profeta: “Sana Ella todas nuestras
enfermedades”.
Bien, a la verdad, puede compararse María por esta gracia
de dispensar la salud corporal, a la misteriosa piscina de
Hesebón, cuyas aguas que se hallaban en perpetuo
movimiento, daban la salud a cuantos enfermos a ella
descendían. Imagen preciosa de nuestra Protectora Soberana,
que no teniendo un instante ociosas sus gracias, a cualquier
hora y en cualquier momento, hace salir de Sí la virtud para
sanar a todos los enfermos.
He aquí por qué San Juan Damasceno, en su sermón
sobre la muerte de la Virgen Santísima, le presta estas
palabras: “Yo soy como un laboratorio de
medicina para los pobres enfermos; yo soy
aquella fuente de curaciones que no se agota
jamás”.
II. — María da la salud a los enfermos. ¿Quién
podrá enumerar las enfermedades que Ella ha curado, los
remedios saludables dados a cada enfermedad, las epidemias
que Ella ha arrojado?
Contad, si es que podéis hacerlo, los infinitos peligros de que
ha librado la devoción a María a los que han practicado sus
actos; cuántos enfermos han sido restituidos a la salud,
cuántos han sido libres de las llamas, de los horrores de la
guerra, del hambre y de la peste, gracias a una protección
especial de María Santísima.
¡Cuántos atacados de fiebre le deben su curación, cuántos
paralíticos el uso de sus miembros, cuántos ciegos la dulzura de
la luz, y cuántos insensatos la vuelta a la sana razón! ¡Qué de
moribundos ha retirado del umbral de la muerte! ¡Cuántos
desgraciados, habiendo hecho ya el sacrificio de su existencia,
deben a esta buena Madre su vuelta a la esperanza y a la vida!
Se necesitaría muchos volúmenes, si se quisiese recoger los
milagros de este género referidos por los más graves autores.
Por eso que las ciudades y las naciones enteras le han
levantado santuarios magníficos, reconociéndose deudores a
su intercesión.
III. — Pero ¿por qué recurrir a ejemplos extraños? La
República Argentina sola, en sus célebres santuarios del Valle
de Catamarca, de los Milagros de Santa Fe, de Itatí de
Corrientes, pero mayormente en este tan justamente afamado
Santuario de Luján, ¿no posee por ventura unas maravillosas
piscinas, donde constantemente encuentran la salud
innumerables enfermos, devotos de María y hasta pobres
desgraciados que se veían enteramente desahuciados de los
facultativos?
No hay en nuestra alma amargura, ni en nuestro cuerpo
dolencia tan viva o llaga tan profunda que no puedan ser
cicatrizadas por la virtud y con el socorro de la dulce Virgen
de Luján. Dios ha puesto en Ella el remedio eficaz de todas las
enfermedades, cuando levantó en este sitio predilecto, el trono
de la misericordia, y la piscina probática que cura de todos los
males.
Ella devuelve la salud a los calenturientos que la invocan, el
uso de los miembros a los paralíticos que imploran su apoyo,
la vista a los ciegos, la palabra a los mudos y el oído a los
sordos que claman a Ella, y restituye finalmente la esposa
agonizante a su esposo y el hijo moribundo a su madre
desolada.
Ella es nuestro refrigerio en nuestros dolores más crueles,
nuestro alivio en nuestros sufrimientos, nuestra esperanza y
nuestra salud cuando desesperamos de curar.
Nos abstendremos de dar aquí la enumeración de las
pruebas que acreditan el título de Salud de los enfermos a que
se hizo siempre acreedora la Virgen de Luján; los cuadros, los
ex-votos, en oro, plata y otras materias que matizan su
Santuario, y hasta los altares y los templos que en diferentes
partes se han erigido en su honor, para perpetuar el recuerdo
de curaciones milagrosas obtenidas por María de Lujan, dan
fe de que es casi infinito el número de enfermos vueltos a la
salud o devueltos en cierto modo a la vida, por la mediación
de esta poderosa Madre.
Todos los que suspiramos pues por la salud, invoquemos, en
nuestras enfermedades, a la que es verdaderamente Salud de
los enfermos, a la Santísima Virgen de Lujan; arrojémonos en
esta piscina celestial, cualquiera que sea nuestra enfermedad,
si es para nuestro bien, seremos libres de ella; pues la Virgen
de Lujan, como el misericordioso samaritano, derramará
sobre nuestros sufrimientos el bálsamo saludable de sus
maternales consuelos; aliviará nuestros males o nos alcanzará
gracia para sufrirlos con mérito.
RESOLUCIÓN: Cuando cayere enfermo, imploraré el
remedio de Nuestra Señora de Luján, y para conseguir más
seguramente su protección, nunca demoraré en mis
enfermedades en llamar al confesor.
EJEMPLO: MILAGROSA CURACIÓN DEL
LICENCIADO DON PEDRO DE MONTALBO.
El licenciado D. Pedro de Montalbo se constituyó en primer
Capellán del Santuario de Luján, movido a gratitud por la
curación enteramente portentosa que obtuvo de una
enfermedad humanamente incurable.
Es el caso que, por los años de 1682, dicho licenciado se
sentía desde algunos años gravemente acosado de unos ahogos
asmáticos, que a poco le redujeron a tísico confirmado.
Desahuciado de los médicos, y no encontrando alivio alguno
en los auxilios de la ciencia humana, puso su confianza en
María Santísima y resolvió venir a visitar a Nuestra Señora de
Luján, con ánimo de vivir o morir en su compañía. Unas leguas
antes de llegar a la vivienda de doña Ana de Mattos, le apretó
de tal manera el accidente que lo tuvieron por muerto los
compañeros. Lo llevaron como pudieron, y el negrito Manuel,
viéndolo en aquel desmayo, le ungió el pecho con el sebo de la
lámpara y con esto volvió en su acuerdo. Luego después, le dijo
que tuviese confianza y creyese, que había de sanar
perfectamente de su enfermedad, porque su Ama (así llamaba a
la Virgen) le quería para su primer capellán; y que así debía de
suceder.
Luego echó mano de algunos de aquellos cadillos y abrojos
que solía guardar, cuando los despegaba del vestuario de la
Imagen, mezclados con un poco de tierra del barro que sacudía
de sus fimbrias, e hizo de todo ello un cocimiento. Se lo dio a
beber al enfermo en nombre de la Santísima Virgen y, con solo
este remedio, quedó libre de sus ahogos y enteramente sano.
En agradecimiento de tan gran beneficio, quedose D. Pedro
de Montalbo por capellán de la Virgen, y la sirvió diez y seis
años continuos, con singular devoción y esmero.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, Salud de los
pobres enfermos, rogad por nosotros!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
SALUD DE LOS ENFERMOS

Vuestro nombre sagrado, ¡oh Virgen Santa de


Luján!, cual óleo destilado, ha curado mil veces con sólo su
invocación las penosas enfermedades de vuestros devotos y
servidores. Ha sido mil veces eficaz preservativo de infinitos
males del cuerpo no menos que del alma; y es por esto, oh
dulce Madre, que el pueblo agradecido os reconoce é implora
como a su único alivio, en todos sus males, como su soberano
remedio en todas sus enfermedades y os proclama esperanza
de los dolientes y Salud de los enfermos. Acosados por todo
género de penas, sujetos a toda clase de enfermedades, os
rogamos, compasiva Señora, nos sostengáis en nuestras
pruebas, nos aliviéis en nuestras penalidades, nos volváis a la
salud en nuestras dolencias, nos deis la fuerza y el consuelo, si
es la voluntad de Dios que nuestro cuerpo padezca por
nuestros pecados, para que restablecidos o alentados en todos
nuestros males, merezcamos en vida, servir a vuestro Hijo
adorable, Jesucristo nuestro Señor y alabaros a Él y a Vos ¡oh
María, nuestra dulce esperanza!, por todos los siglos de los
siglos. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.

GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO


PROTECTORA DE SU VILLA

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

Tú eres la gloria de nuestra Villa


Que venturosa Reina te aclama;
Por Ti en su pecho siente la llama
De inextinguible divino amor.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!
II

En vano intenta nublar sus ojos


De los errores la noche oscura,
Que en tu mirada tranquila y pura
Encuentra siempre grato fulgor.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

III

Cuando al impulso de su alegría


Prorrumpe en tiernos dulces cantares,
Al pie se postra de tus altares
Porque eres fuente de su placer.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

IV
Y si agobiada por las angustias
Gime al impulso de su tormento,
Tu auxilio implora, y en el momento
Siente aliviarse su padecer.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

Sabe que amable, por Ti el Eterno


Hace que broten en nuestros prados
Frutos y pastos bien sazonados
Que son la prueba de tu bondad.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

VI
Sabe que el rayo por Ti se apaga;
Que huye la peste con sus rigores,
Y en el exceso de sus furores
Por Ti se calma la tempestad.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

VII

Con el estruendo de sus cañones


Ruge la guerra; mas nuestra Villa
Ferviente llora, tierna se humilla
Y en sus angustias pide favor.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!

VIII

Escucha, ¡oh Madre!, su ardiente ruego,


La fe en su seno conserva pura;
Sé Tú el escudo de su ventura,
Jamás le niegues tu dulce amor.

Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,


Míranos con rendido fervor,
¡Válganos tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA QUINTO: 3 de mayo.

CONSAGRADO A HONRAR A NUESTRA SEÑORA


DE LUJÁN COMO REDENTORA DE LOS POBRES
CAUTIVOS
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,


REDENTORA DE LOS POBRES CAUTIVOS

¡Purísima Virgen María! Madre del Amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras,
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Lujan,
ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años. Acordaos también de que
en todos tiempos los pobres cautivos de los indios y los
pecadores, cautivos más desgraciados aún del demonio,
pusieron en Vos toda su confianza, mirándoos siempre como
la Redentora de cuántos gimen en el mísero estado de
esclavitud; humildes y confiados os suplicamos, Señora, nos
alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta
novena, lo que más convenga para nuestro remedio espiritual y
corporal, y en particular, las virtudes de fe, esperanza y caridad,
el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de
Dios y una buena muerte. Así sea.

NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, REDENTORA DE


CAUTIVOS

CONSIDERACIONES

I. – Llamóse a Ester Redentora y Salvadora de su pueblo, y


fue honrada como tal, porque en efecto salvo del cautiverio y
de la ruina al pueblo judaico condenado a perecer, en un
mismo día, por la perfidia del cruel Amán; fue asimismo Judit
condecorada con tan gloriosos títulos, porque salvó intrépida
a la ciudad de Betulia del furor de Holofernes, que jurara su
exterminio y destrucción. ¿Cuánto más digna es de tales
títulos, de tan hermosos dictados la Soberana Virgen María,
Madre de Aquel que salvó, no una ciudad y provincia, sino al
orbe entero de la muerte eterna y del horroroso cautiverio de
Satanás? Los judíos honraron sumamente a su Redentora
Ester; a su Libertadora Judit manifestaron sumo
agradecimiento los habitantes de Betulia; ¿qué no deberemos
hacer los cristianos, qué no deberán hacer los hombres todos
del universo, para mostrarse agradecidos a María, Madre del
Salvador de todos los hijos miserables de Adán?
Mas, no contenta la dulce Madre de Jesús con redimir a las
almas de los pobres humanos del terrible cautiverio del demonio
y del pecado, quiso también, en innumerables circunstancias,
constituirse en verdadera Redentora de infinidad de
desgraciados cautivos, que lloraban su perdida libertad, bajo el
yugo cruel de desalmados tiranos.
II. – La historia de la Iglesia, y sobre todo de España, durante
la dominación agarena es llena de sucesos maravillosos de
pobres cristianos que cayeron cautivos en manos de los
bárbaros. Estos los cargaban de cadenas, les ponían hierros
en los pies y las manos y los arrojaban en lóbregas
mazmorras. Toda la esperanza de estos desgraciados cautivos,
para evadirse o por ser sacados de tan horribles calabozos,
está en la Madre de Dios. Ellos la invocan, y María los
escucha. Cuántas veces, ¡oh prodigio!, María hizo caer las
cadenas del cuello de los cautivos, de sus manos y de sus pies,
rompió todos los demás instrumentos de sus suplicios, abrió
las puertas de sus prisiones, y los hizo salir sanos y salvos,
conduciéndolos de un modo enteramente providencial, hasta
su patria y su hogar doméstico. Atestiguan la autenticidad y la
repetición incalculable de semejantes portentos, los muros de
la basílica de los Reyes de Toledo, todos cubiertos con las
cadenas de los pobres cautivos, allí depositadas por estos en
señal de su gratitud.
Más aún quiso hacer María en favor de los pobres cautivos.
María quiso inspirar por sí misma a San Pedro Nolasco el
proyecto del establecimiento de una Orden religiosa para la
libertad de los mismos. Ella se apareció al Santo, en 1218, en
el tiempo en que estaba en oración y derramando lágrimas. Un
inmenso número de pobres cristianos gemía entonces bajo la
tiranía de los infieles. La Virgen santísima dijo a San Pedro
Nolasco que nada podría hacer que fuese más agradable a su
divino Hijo y a Ella que establecer una nueva Orden, bajo el
título de Nuestra Señora de la Merced, cuyo objeto
debía ser trabajar en la redención de los cautivos. Este gran
Santo no vacilo un solo momento; y secundado por los
consejos y celo de San Raimundo de Peñafort, y con los
socorros de D. Jaime, Rey de Aragón, los cuales habían tenido
la misma revelación, instituyó esta Orden célebre que fue
aprobada por la Santa Sede.
III.- Con todo mérito pudieron nuestros padres dar a la dulce
Virgen de Luján, no solamente el título de Fundadora y
Protectora de su Villa, sí que también el título de Redentora de
los pobres cautivos.
Sabido es el trato inicuo y feroz que siempre han dado los
indios a los cristianos que cayeren en su poder. Durísimo, a la
verdad, era el cautiverio de aquellas desgraciadas víctimas de
su ferocidad. Las pobres cautivas, sobre todo, eran
generalmente peor tratadas por aquellos bárbaros, que los
más viles animales de carga. Para ellas solamente, eran
aquellos trabajos más pesados, que apenas, entre nosotros, se
encargarían a los mozos de cordel más robustos. Sus crueles
amos las rompían los tendones del jarrete y las quemaban la
planta de los pies, con ascuas de madera dura, que hundían en
las carnes vivas, para quitarlas la posibilidad de evadirse.
¡Qué escenas tristes y lastimeras no se verían en aquellas
tolderías! ¡Cuántas lágrimas! ¡Cuántos suspiros! ¡Cuántas
fervorosas plegarias allá en los toldos de los salvajes, por parte
de las infortunadas cautivas, y aquí, en las familias, por parte
de los atribulados parientes y amigos, se elevarían al cielo
demandando misericordia y libertad! Todos, aquí y allá,
clamaban a la Virgen de Luján, esperando, confiadamente,
que intercediera con su divino Hijo, a fin de que dirigiese
hacia tantos pobres desgraciados una mirada de compasión,
librándoles de tan pesado cautiverio, y restituyéndoles al seno
de sus familias, de la sociedad, de su patria y de su religión.
No se hizo sorda la piadosa Madre de Luján a los clamores
de sus devotos; oyó benigna las súplicas de los desdichados
cautivos y de sus atribulados parientes que por ellos pedían; y
¡cuántas veces, compadecida de tantos males, no allanó su
mano maternal, de un modo enteramente maravilloso, las
dificultades que parecían insuperables para su rescate o
liberación! Cuántas desgraciadas madres, esposas, tiernas
doncellas, arrebatadas de una manera violenta del hogar
doméstico, llorando amargamente su perdida libertad, y
enteramente destituidas de toda humana esperanza de
poderse salvar de las garras de aquellas fieras, invocando a
Nuestra Señora de Luján, hallaron en aquel mismo punto la
mayor facilidad para poderse evadir, sin ser sentidas y
restituirse, sin ser halladas, por más que las anduviesen
buscando los indios en todos sentidos, a la casa de su morada;
acudiendo por de pronto a este Santuario, a ofrecer a la
bendita Virgen de Luján, en testimonio de su gratitud, los
trofeos de su cautiverio, reconociendo y publicando que a
Ella, y a Ella sola, eran deudoras de su libertad.
RESOLUCIÓN: No nos olvidemos durante esta novena de
rogar para los pecadores; nuestra caridad para con ellos hará
que nos perdone Dios nuestros pecados.
EJEMPLO: UNA JOVEN CAUTIVA DE LOS
INDIOS, SALVADA POR LA MEDIACIÓN DE
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN.
Entre las muchas relaciones de cautivos libertados de su
servidumbre, por la mediación de Nuestra Señora de Luján y
cuya memoria nos ha conservado la historia o la tradición, es
célebre la historia de la cautiva Justa Flaminia
Fredes.
Esta joven había sido cautivada por los indios en la
memorable invasión del 28 de Agosto de 1780. Tenía a la sazón
18 años. Desde el día fatal en que había caído en poder de los
salvajes, no cesaba, día y noche, de clamar a la Virgen de Luján
para que la librase de su triste cautiverio, prometiéndola que, si
por su intercesión llegase a evadirse, hasta el fin de la vida no
faltaría, todos los sábados, de venir a barrer descalza su
Santuario; sintió entonces que su devoción a Nuestra Señora de
Luján le infundía una grande confianza y mucho ánimo. En la
misma tribu, había una negrita que era de Buenos Aires, que
los indios habían cautivado en una entrada que habían hecho
hasta cerca de la Ciudad. Esta negrita suspiraba también
mucho por su libertad. Entonces entraron las dos en amistad y
proyectaron su evasión. La negrita le dijo, una noche,
mostrándola en el cielo una estrellita: “Yo sé que caminando y
mirando siempre esta estrellita, iremos a dar a Buenos Aires”, y
en esa misma noche emprendieron las dos la fuga, poniéndose
bajo el amparo de Nuestra Señora de Luján. Caminaban de
noche; y de día, temiendo ser sorprendidas por alguna partida
de infieles, se escondían entre las cortaderas, pues en aquel
tiempo, todos estos campos eran como un bosque de cortaderas.
La misma noche que precedió al día en que llegaron a Luján, ni
sabían que estaban tan cerca de los cristianos; a la madrugada,
siguiendo siempre el centelleo de la pequeña estrella, ¿cuál no
fue su admiración y su alegría cuando se encontraron enfrente
de la Villa de Luján?
Desde el día del cautiverio de su hija, la desgraciada madre
que se llamaba Victoria Pintos, subía todos los días al Camarín
de Nuestra Señora de Luján para suplicarla con plegarias y
lágrimas a que volviera a traer al seno de la familia a su
pobrecita hija cautiva.
Algún tiempo después, una mañana que, según su costumbre,
estaba la afligida madre rogando y llorando en el camarín por
la vuelta de su hija, la vinieron a avisar que su Justa acababa
de llegar a la puerta del Santuario, acompañada de una negrita
también cautiva, envueltas las dos en quillangos que llamaban
quilla pies, hechos de pieles de zorrinos. Da la madre un grito
de hacimiento de gracias a Nuestra Señora de Luján, y baja
apresurada a abrazar a su hija. Las demás personas que
presenciaban esta escena aconsejaban a la madre que la vistiera
a la hija de otro modo más decente, para hacerla entrar en el
Santuario. “No”, contestó la madre, “yo la quiero presentar a
Nuestra Bienhechora, conforme me la ha mandado Ella de la
pampa”.
La fama de esta portentosa redención contribuyó no poco a
que nuestros antepasados miraran siempre a la Virgen de Luján
como a la verdadera Redentora de los pobres cautivos de los
indios.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, Redentora de
los pobres cautivos, tened piedad de los pobres desgraciados que
gimen en el cautiverio de los infieles, y libradnos del cautiverio
del demonio y del pecado!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
REDENTORA DE LOS POBRES CAUTIVOS

Vuestra devoción, ¡oh coronada Madre, Virgen de


Luján!, se puede decir que es, como se expresa San Efrén, un
título de libertad (Charta libertátis). ¡Cuántos cautivos que
gemían bajo el yugo odioso de las tribus del desierto, reconocen
y proclaman haber recobrado su anhelada libertad, gracias a la
invocación de vuestro nombre y a vuestra poderosa mediación!
Devolved, misericordiosa Señora, a su hogar y a la libertad a
todos los desgraciados (si los hubiera todavía), que están
agobiados bajo el peso cruel del cautiverio, en el seno de las
tribus infieles.
Pero, no es el cautiverio del cuerpo, el único que pueda
afligir al cristiano y que éste deba temer. Al paso que la
civilización moderna hacía añicos las materiales cadenas de
los esclavos, la impiedad triunfante forjaba cadenas más
terribles para reducir a un fatal cautiverio las almas y las
conciencias del pueblo. Y hoy, en medio de nosotros, la mayor
parte de los cristianos gimen esclavos de la irreligión, del
respeto humano y de leyes inicuas que violentan la libertad de
la conciencia religiosa. ¡Oh Virgen poderosa de Luján!,
destrozad estas fatales cadenas que oprimen a vuestro pueblo;
haced sean derogadas las leyes inicuas que vulneran los
derechos de la conciencia, y devolvednos la verdadera y santa
libertad de los hijos de Dios.
Finalmente, considerad, ¡oh nuestra augusta y tierna
Protectora!, que el demonio no cesa de acecharnos con el fin
de echar sobre nuestras almas los lazos del pecado, para
alejarnos del servicio de vuestro divino Hijo y reducirnos a su
ominoso cautiverio. No permitáis, Señora, que consiga nuestro
infernal enemigo cargarnos con las temibles cadenas del
pecado, y si hemos tenido la desgracia de dejar nuestra
conciencia enredarse en sus funestas mallas, destrozadlas
prontamente, para que libres ya del deplorable cautiverio del
demonio, merezcamos servir en paz y santidad a vuestro Hijo
adorable y gozar de su vista inefable, y de la vuestra, ¡oh
Madre de misericordia!, por los siglos de los siglos. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
DEFENSORA DE TODOS SUS DEVOTOS

Coro: ¡Salve, Luján amado!


¡Salve, vergel venturoso,
Salve, Templo sagrado!
¡Santuario portentoso!

I
Tú, de la seca ardiente
Que tus campiñas con furor talaban
Y la mies floreciente
En pavesas trocar amenazaba,
Con el favor triunfaste
De tu celeste y divinal Patrona
A quién siempre invocaste
Y ciñes hoy con inmortal corona.

Coro: ¡Salve, Luján amado!


¡Salve, vergel venturoso,
Salve, Templo sagrado!
¡Santuario portentoso!

II

Tú de la horrible muerte
Que en tu redor por el contagio hervía
Y que en aciaga suerte
Tus habitantes míseros sumían,
Te contemplaste exento,
De María contaste los favores
Con entusiasta acento
Salvando de la peste y sus horrores.
Coro: ¡Salve, Luján amado!
¡Salve, vergel venturoso,
Salve, Templo sagrado!
¡Santuario portentoso!

III

Tú, cuando el indio rudo


Te amenazaba con su tosca lanza,
Hallaste fuerte escudo
En la que es iris puro de esperanza.
Ni la brava tormenta,
Ni del cañón el tronador rugido,
Ni la muerte sangrienta
Turban la paz de tu frondoso ejido.

Coro: ¡Salve, Luján amado!


¡Salve, vergel venturoso,
Salve, Templo sagrado!
¡Santuario portentoso!

IV

Que nunca en tu almo suelo


El odio ruja de la cruel contienda,
Ni ultraje al justo cielo
El labio vil de la blasfemia horrenda.
Mil himnos, pues, resuenen
En tus calles y plazas bienhadadas
Y los espacios llenen
Cantos y ritmos de liras bien templadas.

Coro: ¡Salve, Luján amado!


¡Salve, vergel venturoso,
Salve, Templo sagrado!
¡Santuario portentoso!
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA SEXTO: 4 de mayo– CONSAGRADO A
HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,


ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS

¡Purísima Virgen María!, Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los
beneficios y favores que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras,
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján,
ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que,
en todos tiempos, los pobres moribundos pusieron en Vos toda
su confianza, mirándoos siempre como la más firme
esperanza del cristiano que ha llegado a este trance terrible de
la muerte; humildes y confiados os suplicamos, Señora, nos
alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta
novena, lo que más convenga para nuestro remedio espiritual y
corporal, y en particular, las virtudes de fe, esperanza y caridad,
el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de
Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, ESPERANZA DE
LOS MORIBUNDOS

CONSIDERACIONES

I. — El momento más terrible para los hombres es el


momento de la muerte. ¡Oh muerte, qué amargo es tu
recuerdo! ¡Qué de dolores, cuando el alma es arrancada del
cuerpo! ¡Qué tristeza, al pensar que bien pronto será preciso
dejar todo lo que hay en este mundo, y sobre todo la vida que
nos es tan querida!
Son realmente espantosas las angustias de los pobres
moribundos, cuando al sentimiento de dejar esta vida, se
reúnen los remordimientos de la conciencia, el temor del
juicio que se acerca, la incertidumbre de la salvación eterna, y
acaso la vista del infierno con sus llamas inextinguibles, para
llenar sus espíritus atribulados de turbación y de sobresalto.
El infierno, dice San Juan en su Apocalipsis, que no
tiene más que un corto término redobla su furor, y hace los
últimos esfuerzos para apoderarse, en tan supremos momentos
de la presa que va a escapársele. El demonio, que no cesaba de
tender lazos al alma, durante su peregrinación en este mundo,
no se contenta a la última hora con acudir solo a la carga, sino
que llama en su ayuda a innumerables legiones de espíritus
infernales, los cuales no descuidan nada para engañar al
moribundo y lanzarlo a la desesperación.
Pues bien: en trance tan formidable, ¿qué será del pobre
moribundo? ¿Quién será su luz, su fortaleza, su consuelo, su
esperanza?
II. — La Santa Iglesia, que no deja de encaminar a sus hijos,
mientras viven en este mundo, hacia la devoción a la
Santísima Virgen, les recomienda que recurran a Ella
particularmente en la hora terrible de la muerte, a fin de que,
por su poderosa mediación con Dios, alcancen la gracia de
morir en su santo amor. Con este objeto, les ha enseñado la
tierna oración que ha añadido a la salutación angélica y que
San Cirilo, patriarca de Alejandría, compuso en el
concilio de Éfeso: “Santa María, Madre de Dios,
rogad por nosotros, ahora y en la hora de
nuestra muerte”.
Así es que la Santísima Virgen, en esta hora suprema de la
agonía, se complace en visitar, consolar, asistir y proteger de
una manera inefable, a los que se han puesto bajo su
protección y la han honrado durante esta vida. Y María lo
hace con dicha, porque al hacerse Madre de Nuestro Señor
Jesucristo, Ella ha venido a ser la Madre de todos aquellos
que creen en Él, y por consiguiente el apoyo y la esperanza de
los moribundos cristianos.
Y no solamente en los momentos de la agonía, se muestra
María, madre tierna y solicita de los que en trance tan terrible
la invocan, sino que también después de su muerte. Ella es la
verdadera puerta del cielo, como la llama la Iglesia. Ella se
constituye en abogada de los pobres moribundos y su
defensora ante el formidable tribunal del soberano Juez. Del
mismo modo que una madre oculta a su hijo bajo su manto
cuando el padre quiere castigarlo, así la misericordiosa
Madre de los pecadores oculta bajo el manto de su protección
a aquellos que, para escapar de la justicia de Jesucristo, se
refugian en Ella.
III. —¡Cuántas victorias no podrían referirse de la
misericordia de Nuestra Señora de Lujan, en la hora de la
muerte, sobre almas tan caídas en el endurecimiento, como
Lázaro en el sepulcro!
¡Cuántos bienaventurados que gozan y gozarán eternamente
de la vista de Dios en el cielo y que deben su inefable felicidad a
la mediación de esta divina Señora! Eran muchos de ellos unos
grandes pecadores endurecidos durante años y años en el
pecado. En vano había llegado para ellos el día del desengaño,
en que el hombre queda definitivamente bien convencido de
que todas las cosas no pasan en este mundo de vanidad y
aflicción de espíritu; en vano una cruel e irremediable
enfermedad les clamaba que para ellos la muerte se
aproximaba y que en breve iban a entrar en la pavorosa
eternidad; en vano una tierna esposa, una madre solícita,
unos amantes hijos, unos sinceros amigos les suplicaban con
lágrimas en los ojos de disponerse para ese supremo pasaje de
la vida a la eternidad, de ajustar con su Dios las cuentas de su
alma, de reconciliarse con su soberano Señor, y de no
exponerse a la eterna reprobación; ellos, ya moribundos tal
vez permanecían insensibles a las súplicas, a las lágrimas y a
sus propios intereses. Parecía que ya no había fuerza alguna
sobre esta tierra que fuera bastante a mover esos corazones
duros, cuando, como por inspiración del cielo, se le ocurre a
alguno de esos parientes o amigos afligidos, acudir como a
último recurso y suprema esperanza a la milagrosa Virgen de
Luján, implorando su auxilio a fin de conseguir la conversión
de esos pecadores impenitentes y, ¡oh portento de la
misericordia de María!, apenas estos han oído el nombre de la
milagrosa Virgen de Luján, apenas una mano piadosa ha
acercado a la vista la Imagen o a los labios la medalla de
María de Lujan, cuando, asaltando como por encanto su
memoria el recuerdo de alguna gracia, de algún milagro
conseguido en otros tiempos a invocación de Nuestra Señora
de Lujan, estos corazones antes tan duros se ablandan, cual
cera a la presencia del fuego, arrojan a los ojos dos arroyos de
lágrimas, y con grande admiración y consuelo de todos los
asistentes, llaman a un confesor, se confiesan con las
demostraciones del más vivo arrepentimiento y expiran en
medio de los afectos de unos verdaderos predestinados. ¡Tal
es la eficacia de la invocación de Nuestra Señora de Lujan, en
el momento supremo de la muerte! Así que con todo mérito
pueden sus devotos invocarla bajo el título de Esperanza de
los pobres moribundos.
RESOLUCIÓN: María será nuestro consuelo, María nuestra
esperanza; a Ella recurriremos en todos los instantes de nuestra
vida y en la hora de nuestra muerte abrazaremos su preciosa
Imagen.
EJEMPLO: PRECIOSA MUERTE DEL CACIQUE
RAILEFF, EN EL SANTUARIO DE NUESTRA
SEÑORA DE LUJÁN.
Por los años de 1874, existía en el pago denominado “La
Barrancosa”, partido del Bragado, en esta Provincia de
Buenos Aires, una tribu de indios infieles araucanos, cuyo
Cacique llamado Raileff, anciano ya de más de noventa años y
enteramente ciego, era generalmente conocido y estimado
entre todos los indios de la Pampa por la lenidad de su
carácter en extremo bondadoso, y por la vida invariablemente
intachable que siempre había llevado. El anciano Cacique era
todavía infiel, pero su alma recta era naturalmente cristiana y
su corazón admirablemente ingenuo se abría, como por
instinto, al amor de Dios. Deseoso de recibir el Santo Bautismo,
había solicitado y obtenido del Arzobispo de Buenos Aires el
beneficio de una misión para que él y sus indios pudiesen
ingresar al seno de la Santa Iglesia. El celoso Prelado le envió
dos misioneros cuyo primer cuidado fue poner las tareas de su
misión bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Lujan. Muchos
fueron los consuelos que experimentaron los misioneros en
medio de esas gentes sencillas, pues todos quisieron recibir el
Santo Bautismo. Indecible sobre todo fue el empeño y fervor del
anciano Cacique Raileff que recibió en su Bautismo los
nombres de José María, y admirable la devoción espontánea
que manifestó hacia el Santísimo Sacramento y hacia la divina
Madre de Jesús, apenas los misioneros le hubieron hablado de
estos dos objetos del culto predilecto de los cristianos.
Al concluirse la misión les expuso que sintiendo llegado el
término de su carrera, deseaba ir a Buenos Aires para postrarse
a los pies del señor Arzobispo, agradecerle por el beneficio de la
misión, besar sus manos y recibir el Santo Sacramento de la
Confirmación.
Los misioneros acogieron complacidos su petición, y a fines
de Septiembre de 1874, salieron en compañía del Cacique para
la Capital. Entre el Bragado y Chivilcoy, manifestó que se
sentía algo incomodado, pero no cesaba de repetir que estaba
contento de sufrir por amor de Dios.
Al salir de Chivilcoy dijo a los misioneros que tenía un gran
deseo de visitar de paso el célebre Santuario de Luján, de que
muchas veces había oído hablar, a cuya indicación se avinieron
estos muy gustosos.
El Cacique Raileff entró visiblemente conmovido al Santuario
de Nuestra Señora de Luján, oro con envidiable fervor ante la
milagrosa Imagen, y luego vencido por la fatiga y por aquel mal
que no cesaba de aquejarle, ganó el lecho, en la misma casa del
Santuario, pero ya para no levantarse más.
Murió a los cinco días, dominado por los sentimientos de la
más ingenua piedad, auxiliado y rodeado de todos los
Sacerdotes que, a la sazón, se encontraban presentes en el
Santuario, y de un gran número de personas que no podían
cansarse de contemplar la serenidad y el edificante fervor de ese
anciano moribundo, ayer todavía pobre indio infiel, pero ya
católico convencido y piadoso como un santo.
Él mismo pidió nuevamente, que le diesen la Santa Comunión
la cual recibió con extraordinarias demostraciones de
complacencia.
Pocos momentos antes de expirar, pareció recogerse en un
profundo sueño; al despertar, llamó a los misioneros, y con voz
apagada, pero con la sonrisa del justo sobre los labios, les dijo
estas textuales palabras: “acaban de decirme que una gran
Señora venía a llevarme”. Esta fue su última palabra que dejó a
todos los que la oyeron grandemente admirados. A los pocos
momentos, sin el menor estertor, entregaba a su Creador y
Redentor su alma cándida, aún toda impregnada con el rocío
regenerador del santo Bautismo y embellecida con la Sangre del
Cordero de Dios.
Grande fue la impresión que la última palabra del
moribundo Cacique Raileff produjo en el alma de todos los
circunstantes, y la convicción, que al punto en ellos se formó
fue que esa gran Señora, no podía ser otra que la misma
dulcísima Madre del Salvador, la cual quería Ella misma
presentar a su divino Hijo este buen anciano que había
llamado, para el momento supremo, a la sombra de su
predilecto Santuario.
JACULATORIA: ¡Oh piadosa Virgen de Luján, Esperanza
de los pobres moribundos, rogad por nosotros, ahora y en la
hora de nuestra muerte!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS

¡Oh María, Virgen Santa de Luján! Bien sabéis que


nosotros, desgraciados hijos de Adán, mientras en el mundo
vivimos, no somos sino caminantes hacia nuestra patria, la
celestial Jerusalén. Sabéis también cuán arduo y peligroso es
este viaje, y cuántos desgraciadamente, al tocar su término,
han oído una voz terrible que les decía: “está cerrada la
puerta” (San Mateo 25, 10). Oh María, vos a quien la Iglesia
invoca bajo el título de Puerta del Cielo, no escuchemos
nosotros tan espantosas palabras. Os elegimos por nuestra
Protectora y abogada, para la hora de nuestra muerte. ¡Tal
vez, Madre amantísima, no podremos invocaros en nuestras
agonías; ahora, pues, que vivimos a Vos llamamos, y
rendidamente suplicamos que al separarse en ese día aciago de
los cuerpos nuestras almas, os dignéis venir con bondad delante
de nosotros! Fortalecednos entonces, mostrándonos vuestro
rostro augusto; que vuestra mano aleje de nuestras miradas la
faz horrible del infernal dragón. Sed para nosotros la escala
del cielo, el camino derecho del paraíso; acompañad a
vuestros siervos devotos al tribunal de Jesucristo; tomad su
causa en vuestras manos; y que por vuestra misericordia sean
recibidos en la patria. Venid en ayuda de nuestras almas,
preservándolas en la hora de la muerte de las acechanzas del
demonio. Sed su consuelo; socorredlas después de su último
suspiro, y hacedlas para siempre dichosas, abriéndoles el
cielo. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
ABOGADA DE TODOS LOS ESTADOS
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.

¡Cuántas penas ocultas disipas!


¡Qué de amargos dolores consuelas!
¡Cómo llena de amor siempre vuelas,
Las heridas del alma a curar!
Cruel el mundo desprecia al que llora;
Pero tú, que has sufrido y llorado,
Compadeces al que es desgraciado,
Y mitigas su rudo pesar.

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.

II

Muchas veces, el niño se mira


Desvalido perdiendo a su padre,
Sin tener a su lado una madre
Que le brinde caricias de amor.
¡Infeliz!, su gemido exhala;
Pero entonces, al ver su amargura,
Como madre de inmensa ternura,
Tú mitigas su acerbo dolor.

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.

III

Insensible la parca homicida,


De su esposo a la esposa privando,
Por la angustia, oprimida, llorando,
¡Ay!, la deja en su amarga viudez.
¡Sola, sola se encuentra en el mundo!
Y al sentir las espinas del suelo,
De tus manos implora el consuelo,
Que le otorgas con paz a la vez.

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.

IV

Por el hambre y la sed devorado,


Sin abrigo, de harapos cubierto,
De la tierra al cruzar el desierto
Del mendigo se agobia la sien.
¿Quién tendrá compasión de su suerte?
¿Quién oirá su lamento prolijo?
Sólo tú, pues ¡oh Madre!, es tu hijo
Y es de tu Hijo el hermano también.

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.

¡El marino, arriesgado perece!


Ya sus naves destrozan los vientos,
Y los mares bramando violentos
Amenaza de muerte le dan.
¿Quién podrá libertarlo…? ¡María!
¡Siempre Tú, que magnífica y bella,
Te levantas cual fúlgida estrella,
Reina Santa María de Luján!

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.

VI

De rodillas el fiel campesino


Su sencilla oración te presenta
Cuando ruge la negra tormenta:
Que amenaza los campos destruir,
Te suplica, te implora, te ruega
Por sus hijos y esposa querida;
Tú apareces de rayos circuida,
Y en el iris te mira lucir.

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.
VII

Virgen pura, tu gloria la cifras


En mandar a los pueblos mortales
Los inmensos y gratos raudales
De tu dulce cariño y bondad.
Así todos lo dicen, te admiran,
Y proclaman con voz elocuente,
Que eres Madre amorosa y clemente
De afligido consuelo eternal.

Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura


Honra y gloria a Ti, que piadosa
Para ser nuestra Madre amorosa
Levantaste tu trono en Luján.
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.

DÍA SÉPTIMO: 5 de mayo

– CONSAGRADO A HONRAR A NUESTRA


SEÑORA DE LUJÁN COMO ESTRELLA DE
NAVEGANTES Y PUERTO DE NÁUFRAGOS.
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
ESTRELLA DE LOS NAVEGANTES Y PUERTO DE
LOS NÁUFRAGOS

¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del Cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras,
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Lujan,
ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también, de que
en todos tiempos, la Iglesia os invocó siempre bajo los títulos
de Estrella del mar y Puerto seguro de los pobres náufragos;
humildes y confiados, os suplicamos, Señora, nos alcancéis de
vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que
más convenga para nuestro remedio espiritual y corporal, y en
particular, las virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón de
nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una
buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, ESTRELLA DE
LOS NAVEGANTES Y PUERTO DE NAUFRAGOS

CONSIDERACIONES

I – En general, a cualquiera nación cristiana que pertenezcan


los marinos, esos hombres que pasan la mayor parte de su
vida en medio de los mares, luchando con terribles peligros,
son muy devotos de la Santísima Virgen, a quien invoca la
Santa Iglesia con el título de Estrella de la mar. Ni hay por
qué extrañarlo, antes bien, lo contrario pudiera asombrar.
No hay en efecto, en toda la naturaleza, espectáculo más
imponente ni cosa más horrorosa que una tempestad en
medio de los mares. Cuando se oye el espantoso ruido de las
olas que juegan con el bajel, a la manera que un niño se
entretiene con los juguetes propios de la infancia; cuando ya
es vana toda destreza para gobernar el timón, y el barco
queda abandonado, sin humano recurso, a la discreción de las
ondas, que tal vez lo llevan irremisiblemente al escollo y al
naufragio, ¿quién podrá describir la congoja y espanto, que en
semejante conflicto padecen los navegantes? ¡Ah!, en tan
supremo lance, el hombre de más valor no puede menos que
de estremecerse y reconocer su pequeñez y miseria, al mismo
tiempo que la majestad y grandeza del omnipotente Autor de
todos los elementos. En aquellos momentos de ansiedad, no
hay impío; el mismo hombre protervo que antes blasfemara
de la Divinidad, se humilla ahora y busca en el mundo de los
espíritus un amparo y una salvación. No atreviéndose,
empero, a implorar el auxilio del mismo Dios, cuya ira tan a
menudo ha provocado con sus infidelidades, ¿con qué
confianza entonces, no se ampara, cual de la suprema
esperanza, de la misericordia y maternal ternura de la divina
María?
II. – No es de creer que por casualidad impusieran Joaquín y
Ana a su hija bien amada, el nombre de María; antes bien,
debe tenerse por seguro, dicen los Santos Padres, que el
mismo Dios fue quien les inspiró el dar a la que había de ser la
Madre del Verbo divino, ese nombre misterioso y simbólico.
Pues María, en lengua hebrea, significa ESTRELLA DEL
MAR, que conduce al puerto con seguridad y a la cual el
piloto jamás pierde de vista durante la noche, sin ponerse en
inminente peligro de naufragio. Es evidente y comprobado
por la historia de más de diez y ocho siglos que María llenó
siempre admirablemente toda la significación y todos los
misterios que encierra su dulce nombre.
Es gracias, en efecto, a la secular experiencia de la decidida
protección de la Madre de Jesús para con los navegantes y los
marinos, que los unos y los otros manifiestan generalmente
una devoción tan tierna a María, Estrella del mar, y que sin
dejar de conocer que son inminentes y continuos los peligros
que se corren en el Océano, se embarcan no obstante, todos
los días sin miedos ni sustos, siempre que han acudido al
amparo de esta benignísima Señora, porque no pueden menos
de reconocer que es María, quien con piedad admirable los
protege, los guía y los conduce al puerto de la seguridad. Y es
por este motivo que, en todas las playas del orbe católico, se
levantan suntuosos santuarios dedicados a María, Estrella de
los mares, frecuentados siempre por interminables
procesiones de marinos y navegantes, y todos cubiertos con las
innumerables ofrendas de los devotos, los que recuerdan los
portentos de la protección de María obrados en medio de los
peligros del mar.
III. – En los tiempos pasados, los marinos y navegantes que se
embarcaban en el Puerto de Santa María de Buenos Aires,
jamás abandonaban estas playas, sin antes venir a postrarse
ante la sagrada Imagen de Nuestra Señora de Luján, para
implorar su protección y amparo en los peligros del mar, así
como los del viejo continente, cuando se embarcaban para
estas tierras, solían poner su viaje bajo la protección de
Nuestra Señora de Luján, siendo su primera visita, a su
llegada, desde que les era posible, para este Santuario. Así lo
expresan claramente, los documentos antiguos que nos narran
que los navegantes que transitaban de Europa a estos países,
no, cesaban de experimentar en los peligros y borrascas del
mar, muy presente el favor de esta Reina celestial, implorando
el patrocinio de Nuestra Señora de Luján.
Otra prueba de la general devoción de los navegantes a la
Santísima Virgen de Luján, es el hecho de haberse, en el
mismo Reino de España, por el año de 1730, botado al agua,
con el propio dictado de Nuestra Señora de Luján un navío
paquebote de la real compañía de registro, el cual, durante
muchos años, cruzó la inmensidad del mar océano bajo la
protección de esta prodigiosa advocación, y ostentando a las
miradas del viejo y nuevo mundo, esculpida en su proa, la
sagrada Efigie y el nombre de Nuestra Señora de Luján.
Esos devotos navegantes esparcían por todas partes la
historia de la portentosa Imagen de Luján y la fama de sus
incesantes maravillas; y su relación encendía en no pocos
corazones la llama de la esperanza y del amor hacia tan gran
Señora, de modo que no solamente en estas provincias de las
Indias, sino también en el viejo mundo, iba logrando la
advocación de Nuestra Señora de Lujan, numerosos devotos
que, desde aquellas incalculables distancias, dirigían hacia
Ella las miradas de su fe y la invocaban con extraordinario
fervor.
En el tiempo presente, como por lo pasado, la Santísima
Virgen de Luján se ve siempre invocada con extraordinario
fervor, por los marinos y navegantes del Rio de la Plata, que
ponen en Ella toda su confianza. Y ¿cuántos navegantes, se
ven todos los días librados por la invocación de Nuestra Señora
de Luján, de los peligros del mar, y conducidos salvos a sus
hogares, después de haber luchado muchos días con la muerte?
Indicio seguro de la milagrosa protección de la Virgen de
Luján, en medio de los mares son los marineros y navegantes,
que aún hoy, como en otros tiempos, vienen a veces a este
Templo, haciendo actos de piedad y de penitencia, contando al
mismo tiempo sucesos prodigiosos, de haberlos la dulce
Virgen librado de horribles tempestades; testigos asimismo
aunque mudos de esta verdad, son los muchos y variados
trofeos de plata que, representando naves, anclas y otros
objetos marítimos, se ven colgados de las paredes del
Santuario.
RESOLUCIÓN: Rezar todos los días, o por lo menos todos
los días festivos y los días sábados, el Santísimo Rosario de
María.
EJEMPLO: DON DIEGO ÁLVAREZ-BARAGAÑA SE
LIBRA DE UN NAUFRAGIO INEVITABLE, POR LA
INTERECSIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE
LUJÁN.
Don Diego Álvarez-Baragaña, que murió gloriosamente en el
año 1806, de consecuencias de las heridas recibidas en la
memorable acción de la Reconquista de Buenos Aires, y cuya
hija Belén Baragaña se casó con el General José Matías
Zapiola, vino de España a esta Provincia del Rio de la Plata,
por los años de 1785. Pero, antes de llegar al puerto de Buenos
Aires, el navío en que venía, arremetido por una violenta
tempestad, se abrió, hizo agua, y se fue a pique. En tan supremo
lance que no dejaba humanamente el más pequeño lugar a
esperanza de salvación, D. Diego, a cuyos oídos había llegado,
en España, la fama de los portentos que incesantemente, así en
mar como en tierra, no cesaba de obrar la Santísima Virgen en
favor de cuantos la invocaran bajo el título de Nuestra Señora
de Luján, imploró con indecible fe y fervor a esta Divina
Señora, prometiéndola que si Ella le salvara de tan inevitable
ruina que le amenazaba, él, tan pronto como aportara a Buenos
Aires, emprendería a pie y descalzo la romería de su bendito
Santuario, por más distante que se hallase situado. En ese
mismo instante en que iba ya a hundirse para siempre en los
abismos, he aquí que delante de su vista cruza un cajón de
madera de grandes dimensiones, que fluctuaba encima de las
aguas. Inmediatamente, haciendo un supremo esfuerzo,
extiende sus brazos para detenerlo, se esmera para asirse
fuertemente de él con las manos y logra finalmente acomodarse
encima de él. En tal estado y después de muchas horas de
mortal congoja, pero de invicta confianza en María Santísima
de Luján que lo protege visiblemente, una ola le arroja a la
playa y de esta suerte se ve milagrosamente libre del terrible
riesgo a que había estado expuesto.
No cesó de pregonar durante toda su vida que era a Nuestra
Señora de Luján que él debía el haber conservado la existencia,
y no cesó, desde entonces, de profesarla la más tierna y filial
devoción.
JACULATORIA: Nuestra Señora de Luján, Estrella del mar
y Puerto seguro, proteged a los navegantes y socorred a los
pobres náufragos. Así sea.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
BELLA ESTRELLA DE LOS NAVEGANTES

¡Oh dulcísima Virgen María!, clara Estrella de la


mar, Puerto seguro de los náufragos, acordaos con qué filial
confianza acudían nuestros padres a vuestro amparo, en los
peligros y borrascas del océano, cuando tenían que transitar
del viejo mundo a estas playas del Plata, invocándoos bajo
vuestro título de Nuestra Señora de Luján, habiendo
constantemente experimentado vuestro favor en los trances
más apremiantes, y continuad a mostraros siempre la Estrella
de la esperanza de los navegantes y el Puerto seguro de los
náufragos.
Pero, ¿qué es este mundo, Señora, sino un mar siempre
agitado de amarguísimas tribulaciones y de tentaciones
horribles, en el que hay tantos escollos cuantas son casi las
acciones mismas de los hombres y en el que el infierno con sus
perversas sugestiones, y la carne con sus halagos, y las pasiones
con sus movimientos y el mundo con sus escándalos nos ponen
tantas veces a riesgo de naufragar eternamente; en el que los
falsos amigos con sus perversas adulaciones, a modo de
encantadoras sirenas, nos llevan a sí para perdernos? Si, pues,
hay necesidad en nuestros mares de tomar una estrella por
guía, para llegar al puerto con felicidad, la tenemos mucho
mayor en el mar espiritual de seguir la dirección de una
estrella, que nos guíe al puerto de la vida. Esta estrella es la
dulcísima Madre de Dios, a quien la Santa Iglesia invoca bajo
el título de Estrella de la mar. Sed, pues, ¡oh María!, la
Estrella de los pobres náufragos entre las olas de las pasiones,
muy expuestos a perecer eternamente; sed su firme Áncora, a
la cual asidos podrán fácilmente libertarse; sed por último el
Faro luminoso que les muestre el Puerto seguro de la eterna
Bienaventuranza. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.

GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO


MADRE DE LA NIÑEZ

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

Su fulgor resplandeciente
No le envía
La razón, y en su alma siente
Gran placer si dulcemente
Dice el nombre de María.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

II

Cuando balbuceando invoca


Tu ternura,
Parece que apenas toca
La tierra, y que con su boca
Saborea la dulzura.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

III

Cuando pone en ti sus ojos


Y te mira
Como una flor sin abrojos,
Sonríen sus labios rojos…
Y vuelve a verte… y suspira.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

IV

Y cuando su madre ansiosa


Le señala
Tu Imagen pura y graciosa,
Su boca sonríe gozosa
Y un grito de amor exhala.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

¿Quién al niño habrá inspirado


Las delicias
De un amor tan acendrado?
¿Quién, si apenas ha probado
De sus padres las caricias?

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

VI

Sin duda que cuando el sueño


Le adormece
Con su plácido beleño,
Lo lleva un ángel risueño
A tu Edén que resplandece.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

VII

Y allí en tus brazos lo tomas


Y lo embriagas
Del candor con los aromas,
Y como aman las palomas
Él te ama porque lo halagas.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

VIII

Con tus manos maternales


Su cabeza
Bañas en limpios raudales
Que brotan los manantiales
De la infinita belleza.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

IX

¡Oh! Sí…. ¡cuánto te ama el niño!


Sus amores
Puros son como el armiño;
Te es más grato su cariño
Que el aroma de sus flores.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!

Protégelo tú… ¡María!


Sé su amparo…
Su dulce y pura alegría
En el mundo, sé su guía
Como refulgente faro.

Coro: En tu altar ofrece el niño


Inocente, blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA OCTAVO: 6 de mayo – CONSAGRADO A
HONRAR A NUĖSTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
PATRONA DE LOS EJÉRCITOS.
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,


PATRONA DE LOS EJÉRCITOS

¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa Medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del Cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras,
como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján,
ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que,
en todos tiempos, los valientes soldados de estas naciones,
pusieron en Vos toda su confianza, os juraron por su Patrona
y Capitana y depositaron sobre vuestro altar los gloriosos
trofeos de sus victorias; humildes y confiados, os suplicamos,
Señora, nos alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os
pedimos en esta novena, lo que más convenga para nuestro
remedio espiritual y corporal, y en particular las virtudes de fe,
esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la
perseverancia en el servicio de Dios y una buena muerte. Así
sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJAN, PATRONA DE
LOS EJÉRCITOS
CONSIDERACIONES
I- De todos los sentimientos religiosos, es indudable, es un
hecho de experiencia, que el más obvio, el más natural y el
más dulce al corazón de todos los cristianos, es la devoción a
la divina María, y acaso sea esto aún más cierto para el
soldado, el cual viéndose rigorosamente separado de todos
aquellos a quienes ama, y más particularmente de una madre
sobremanera querida, siente instintivamente elevarse su
corazón hacia la dulce Virgen, a quien el Salvador del mundo
agonizante nos dejó a todos por Madre. Invocar a tan dulce y
tierna Madre, es, sobre todo para el soldado, en la hora de las
grandes y terribles acciones militares, como una necesidad
irresistible. Así se ve, en todos los países católicos, que el
soldado tiene generalmente una devoción muy particular a la
Santísima Virgen.
¡Espectáculo singular y muy admirable, a la verdad, y que
sólo la Religión puede ofrecer a la contemplación del mundo; la
fuerza, el denuedo, el arrojo, ingenua y humildemente
arrodillados ante la pequeña Imagen de la más humilde, de la
más delicada de las vírgenes, implorando con fervor y
confianza, y no pocas veces con gruesas lágrimas en los ojos, y
con ardientes suspiros mal comprimidos en el pecho, de la
aparente debilidad, la protección, la fortaleza y el acierto en el
campo de batalla!
Pero, busquemos y expongamos brevemente cómo es María
el socorro y la fuerza de los guerreros. Es la Madre de Aquel
que se dice, Señor de los Señores y Dios de los ejércitos; es
pues natural que los guerreros se coloquen bajo su protección.
María, nos insinúan los sagrados textos, es más fuerte que
todos los pertrechos y escudos militares, más terrible que
ejércitos numerosos bien disciplinados y puestos en orden de
batalla. Nadie ignora que la palma es símbolo de la victoria; y
por eso, la Iglesia aplica a María estas palabras del
Eclesiástico: “He sido exaltada delante de los jefes
de las tribus, como una hermosa palma”.
No hay región ni pueblo católico que no pueda presentar
testimonios auténticos del auxilio que la Reina del cielo ha
dispensado a sus ejércitos. Llenos están los santuarios de
María de insignes trofeos arrebatados milagrosamente en mil
batallas a los enemigos de los pueblos consagrados a la Madre
de Dios.
II.- Más aún quizás que el soldado de las demás naciones, se
muestra devoto el soldado americano a la Santísima Virgen.
Será, sin duda, porque su suerte es desgraciadamente más
dura y triste, allá en aquellas arriesgadas soledades del
Desierto, que la condición del soldado en cualquier otro país,
y que sólo encuentra consuelo, amparo y esperanza en aquella
Madre celestial, a quien, desde tierno niño, su misma madre
según la carne le enseñara a invocar.
Y si se quieren ejemplos que confirmen lo que acaba de
afirmarse, numerosos se encuentran, á sé, en los gloriosos
anales de la época de la Independencia de estos países, por
ceñirnos a este solo punto de la historia.
Ella nos muestra al heroico Liniers, estimulado por la fe
religiosa, y lamentando la opresión de Buenos Aires bajo la
dominación Británica, humildemente arrodillado y recogido
ante el altar de Nuestra Señora del Rosario del Templo de
Santo Domingo, pidiendo a esta divina Protectora del ejército,
los dones de la fuerza y de la prudencia para reconquistar la
Capital del virreinato, y haciendo el voto de consagrarle las
banderas del enemigo si sale victorioso en la lucha; al salir del
templo, un venerable anciano que entonces gozaba fama de
santidad, le anuncia que la Virgen del Rosario ha despachado
favorablemente su súplica, con gran asombro del héroe,
porque no había revelado a nadie el voto que acababa de
hacer, y hoy pueden considerarse esos gloriosos trofeos
arrancados al enemigo en los Templos de Santo Domingo de
Buenos Aires y de Córdoba.
La historia nos muestra al más grande de los héroes de la
Independencia sudamericana, al inmortal general San
Martin, proclamando a Nuestra Madre y Señora del Carmen,
Patrona y Generala del invicto ejército de los Andes y
mandándole, en su Santuario de Mendoza, su bastón de
mando como propiedad suya y distintivo del mando supremo
que Ella tiene sobre el ejército.
Nos muestra también al más simpático de todos los
generales de esa época tan fecunda en verdaderos héroes, al
General Belgrano, nombrando a Nuestra Señora de
Mercedes, Generala del ejército patriota, obligando a sus
tropas, desde el general en jefe hasta el último soldado, a
rezar todos los días el rosario y a cargar su Santo Escapulario
como la divisa de guerra de los soldados de la Independencia,
a manera de los cruzados de la edad media; y cuando en el día
de la memorable victoria de Tucumán, ganada en el mismo
día en que se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de
Mercedes, Generala de su ejército, entran sus tropas
victoriosas en la ciudad de Tucumán, en momentos que la
procesión, en que se llevaba en triunfo la Imagen de María,
cruzaba las calles de la ciudad, el General Belgrano se coloca
al pie de las andas que descienden hasta su nivel, y
desprendiéndose de su bastón de mando, lo coloca en manos
de la Santa Imagen.
Tal era la devoción que los grandes Capitanes de la
Independencia profesaban a María Santísima.
III.- Podemos añadir que la advocación más familiar y
predilecta del soldado sudamericano, es Nuestra Señora de
Luján.
Recorred las dilatadas fronteras, visitad sus fortines,
penetrad en los cuadros, seguid al ejército en sus campañas,
ora contra los enemigos de su patria, ora contra el indio infiel,
y os quedareis admirados y edificados, al sorprender sobre los
labios del pobre veterano, incesantes súplicas a la Madre suya
de Luján, al contemplar los repetidos testimonios de su
inquebrantable confianza y de su amor sincero hacia esta
soberana Señora.
Es indudablemente durante los 10 años que duró la
laboriosa transformación de estas Provincias, pasando del
estado de colonias españolas al rango de naciones distintas e
independientes, que estos países se vieron servidos por los más
ilustres capitanes, por los más valientes guerreros.
Pues bien, puede asegurarse que la mayor parte de aquellos
grandes capitanes de las guerras de la Independencia se
mostraron generalmente grandes devotos también de Nuestra
Señora de Luján. Son los primeros compañeros del gran
Liniers, Pueyrredón y Martin Rodríguez que deseosos de
rescatar la capital ignominiosamente dominada por las armas
británicas, se congregan al pie de Nuestra Señora de Luján, y
de aquí se lanzan valientes como leones y triunfan a su vez de
los triunfadores de Trafalgar y de Waterloo.
Es un Nicolás de la Quintana, Comandante general de toda
la Frontera y padre feliz de uno y otro héroe de las guerras de
la Independencia que elige a Luján por su morada, ufano con
el honor de la mayordomía de la hermandad del Rosario,
canónicamente erigida en el Santuario de la Virgen. Es un
Cornelio de Saavedra, jefe del estado Mayor General, y
primer Presidente de la Junta creada el propio 25 de Mayo de
1810, que, nombrado en 1819, delegado general del gobierno,
para el mando de todas las fuerzas de la campaña, establece
su cuartel general en esta Villa, escogiendo para su vivienda
las mismas que rodean al Santuario de la Virgen. Son los
Brigadieres generales, Don Juan Ramón Balcarce y Don
Miguel Estanislao Soler, los generales, Rondeau, Viamont,
Álvarez y Tomás Zapiola, los Coroneles French y Dorrego,
que cubren sus nobles pechos con la medalla de la Virgen de
Luján, que juran a María de Luján por Patrona y Capitana
de sus regimientos, que le ofrecen las banderas y los trofeos
arrancados a sus enemigos. Más, sobre todos estos héroes
descuella el nombre puro y grande de Belgrano. Es a los pies
de la Virgen de Luján que al salir de Buenos Aires, general
improvisado para la expedición del Paraguay, viene a
implorar un valor indomable; a Ella le ofrece desde Salta los
trofeos de sus victorias y envía a su Santuario las banderas
arrebatadas al valiente General Tristán, proclamando a la faz
de su Patria y de toda la posteridad que es a la Virgen de
Luján que es deudor de esa gran victoria; y es a este
Santuario, en fin, que, derrotado en Vilcapujio y Ayohuma,
más grande que lo fue en ninguno de sus triunfos, viene a
bendecir a María por sus tribulaciones como la había
bendecido por sus glorias.
En los tiempos actuales, a pesar del lamentable decaimiento
de la fe y de la devoción, la Virgen de Luján sigue siempre,
siendo el objeto del culto más tierno que ha conservado como
por gloriosa tradición el valiente y abnegado soldado
sudamericano; de manera que con toda justicia puede esta
poderosa Señora titularse la Patrona y Capitana de nuestros
ejércitos.
RESOLUCIÓN: Practicar sinceramente las virtudes
cristianas, para contribuir al engrandecimiento y felicidad de la
Patria.
EJEMPLO: EL CORONEL DON DOMINGO
FRENCH JURA A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
POR PATRONA DE SU REGIMIENTO.
En 1812, el fogoso Coronel French, ya entonces célebre por
haber sido Comandante del importante regimiento de la
“Estrella”, cuerpo formado después de la revolución de Mayo,
compuesto con la porción más entusiasta de la juventud
porteña, y que tomó una parte muy activa en la revolución de
los días 5 y 6 de Abril de 1811, recibió del Supremo Gobierno el
comando del Regimiento No. 3. Luego que hubo organizado
dicho cuerpo, recibió la orden de marchar hacia las Provincias
del Norte, con el objeto de auxiliar al ejército de Belgrano, ya
en vísperas de medirse con el enemigo realista en la famosa
batalla de Tucumán.
Antes de ponerse en marcha para su destino, el Comandante
del Regimiento No. 3, viendo a sus oficiales y soldados
animados de la firme convicción que la causa que sirven es de
Dios, les propone se elija a la Santísima Virgen de Luján, dulce
y tantas veces probada protectora de los hijos de esta Provincia,
por principal Patrona del Regimiento, lo que equivalía
reconocerla y proclamarla por su Capitana; moción, que por
corresponder tan íntimamente a la innata devoción y confianza
que profesan a la milagrosa Virgen, aplauden al punto todos los
oficiales del cuerpo y queda inmediatamente sancionada por la
unánime y entusiasta adhesión de toda la tropa.
Para hacer aún más imponente, si cabe, la ceremonia por
medio de la cual va a consagrarse el Regimiento a su dulce
Patrona y reclamar su poderosa protección, como para grabar
su recuerdo de un modo indeleble en la memoria y el corazón
de sus soldados, ha determinado el Coronel Comandante del
Regimiento N.º 3, postergar el solemne juramento de sus
banderas, a fin de efectuarlo en la misma Villa de Nuestra
Señora de Lujan, a fin de poder tener sin duda de esta suerte
como á testigo de sus votos de fidelidad a la causa de la libertad
de la patria y a la bandera que simboliza tan noble causa, a la
misma Virgen a quien han elegido y han de jurar por su
Patrona.
Al día convenido, 24 de Septiembre, los dos batallones que
componían el Regimiento N.º 3, se dirigen formados al
Santuario, para asistir al Santo Sacrificio. Desde el principio de
la ceremonia, el Coronel French, tomando entre sus manos las
dos banderas del Regimiento, las entrega puesto en pie, al Cura
Vicario, quien las coloca a los lados del altar mayor, estando la
Imagen de nuestra Señora descubierta; con esto, a las afueras
del Santuario, tres descargas de la tropa y repique general de
las campanas, y de este modo queda oficialmente reconocido el
patrocinio de nuestra bendita Madre de Luján, sobre el
Regimiento N.º 3.
Al concluir la misa solemne, y cuando todos los espíritus y
corazones de jefes y soldados se hallan aún bajo la dulce y
saludable impresión de la ceremonia religiosa de su
consagración a la bien amada Virgen, el Coronel French,
poniéndose frente al Regimiento que está formado en cuadro,
en la plaza principal, y teniendo a la vista las banderas de
ambos batallones, dirige a la tropa una breve, pero enérgica
arenga, sobre la fidelidad que van todos a jurar a sus banderas.
En seguida, presta él, primero, el solemne juramento de
fidelidad; luego recíbelo de los demás jefes y oficiales; y
finalmente, levantando la voz, pregunta a la tropa con la
fórmula prescrita para el caso si jura fidelidad a la bandera de
la Patria, a cuya interrogación todas las voces pronuncian un
grito unánime y entusiasta: ¡Sí juro y amén! Entonces el
intrépido Coronel, conformándose con los usos seguidos en
aquellos tiempos heroicos, desenvaina su espada y la coloca
horizontalmente sobre el asta de la bandera del primer batallón;
mientras que el Teniente Coronel, Comandante del segundo
batallón, hace otro tanto, con la bandera del dicho batallón, y
desfilando sucesivamente todos los soldados de ambos
batallones besan, uno por uno, aquella cruz militar de su
correspondiente bandera, sellando de la suerte con su ósculo
el juramento que acaban de prestar.
Esta grave ceremonia, de la índole de aquellas cuyo
recuerdo se graba con caracteres imperecederos en el corazón
del soldado que la presencia, se efectuaba a la sombra, por
decirlo así, del Santuario de Nuestra Señora de Luján, y les
hubo de parecer a aquellos valientes y religiosos campeones
de la Independencia, que su juramento de fidelidad a la
Bandera de la Patria adquiría algo de más sagrado aún, por
haber tenido como testigo, al venerable Templo de su amada y
milagrosa Patrona.
JACULATORIA: ¡Coronada Virgen de Luján; verdadera
Patrona y Capitana de los ejércitos, velad por el bien espiritual
y temporal de nuestros valientes compatriotas que están bajo las
armas!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,
PATRONA DE LOS EJÉRCITOS

Os rogamos, ¡coronada Virgen de Luján!,


constante protectora de los ejércitos, derraméis vuestras más
abundantes bendiciones sobre el glorioso pabellón de nuestra
patria y protejáis a la milicia que lo defiende con tanto
patriotismo. Escudad a nuestros soldados en todos los
peligros; defended su cuerpo del fierro y del fuego de las
batallas; guardad su alma de la seducción de los hombres de
desorden, de la ociosidad y corrupción de los campamentos.
Que, en vez de perderse, como regularmente sucede, en medio
de las ciudades y cuarteles, se conserven puros, religiosos,
sumisos y honrados. Que alcancen una virtud más sólida y
enérgica en su disciplina, en sus privaciones y peligros. Que el
cumplimiento del deber sea para ellos infinitamente preferible
a la conservación de la vida. Que sepan morir plenamente
seguros de encontrar, en el seno de Dios, la recompensa que
no falta jamás a la generosa abnegación. Que se preparen a la
victoria por la religión, por la sobriedad, por una vida casta;
por el triple y glorioso trabajo que Dios, ha impuesto a
nuestra raza; el trabajo del cuerpo que da la fuerza, el trabajo
del espíritu que da el saber, el trabajo del alma que da la
virtud. Que sean tranquilos y santos como los heroicos
soldados de la ilustre legión Tebana.
¡Oh Nuestra Señora de Luján!, que cada uno os
mire como su Madre y se considere feliz de ser vuestro hijo.
Bendecid a los que mueren por el deber; abridles las puertas
del cielo y recibidlos al lado de los mártires. ¡Oh María,
Madre del Rey de los reyes!, dad a la tierra cristianos ejércitos;
hasta el feliz día en que ella sea bastante cristiana, para no
necesitar ya de las armas. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
PROTECTORA DE LOS LABRADORES

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

Cuando aparece la aurora


Luz vertiendo en las campañas,
En nuestras pobres cabañas
Oramos ante tu altar,
Y emprendemos el trabajo
Con la esperanza segura
De que tu mirada pura
Siempre nos ha de alumbrar.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

II

Si en los surcos arrojamos


La semilla, bien sabemos
Que en tu Hijo Padre tenemos
Que la hará fructificar.
El que a los lirios del prado
Concede bello ropaje
Y a las aves su plumaje
No puede al hombre olvidar.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

III
Muchas veces con sus rayos
Nos abraza el sol ardiente,
Y empapando nuestra frente
Baja a la tierra el sudor.
Mas entonces dirigimos
Nuestra mirada a tu Templo
Y nos cubre con su velo
Nube en que vemos tu amor.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

IV

No tememos la tormenta,
Ni los vientos desatados
Que amenazan los sembrados
En su cólera destruir;
Porque luego entre las nubes
Y en el arco misterioso,
Vemos tu rostro amoroso
Apacible relucir.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

Al descender mansamente
La lluvia por las laderas,
Y al bañar nuestras praderas
Que se cubren de verdor,
Sentimos de gratitud
Nuestro pecho rebosando
Porque es señal que rogando
Estás por el labrador.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

VI

Cuando en la tarde serena


A nuestra choza volvemos
Bellas flores recogemos
Para poner en tu altar.
Y con la esposa querida
Y los hijos cariñosos,
A Ti cantos amorosos
Comenzamos a entonar.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

VII

¡Oh María!, Madre tierna


De aquel Labrador divino
Que a la humilde tierra vino
A sembrar fe con afán.
Haz que en el tremendo día
En que sus mieses cosechen
Nuestras almas no desechen,
¡Virgen Reina de Luján!

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA NOVENO: 7 de mayo – CONSAGRADO A
HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
PROTECTORA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y
DE LAS REPÚBLICAS DEL URUGUAY Y DEL
PARAGUAY.
Por la señal…

Acto de Contrición y el Santo Rosario.

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN,


PROTECTORA DE LAS TRES REPÚBLICAS
HERMANAS.

¡Purísima Virgen María!, Madre del amor hermoso,


abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los
favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el
altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras
como venera la piedad de los fieles y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján,
ante la cual las generaciones os invocan con éxito feliz, hace
más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que
en todos tiempos, las tres repúblicas hermanas, la Argentina y
las del Uruguay y del Paraguay os consideraron siempre y os
invocaron como a su particular Protectora y continuad
cubriéndolas con el manto de vuestro maternal patrocinio.
Humildes y confiados, os suplicamos Señora, nos alcancéis de
vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que
más convenga para nuestro remedio espiritual y corporal, y en
particular, las virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón de
nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una
buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, PROTECTORA DE
LA REPÚBLICA ARGENTINA Y DE LAS
REPÚBLICAS DEL URUGUAY Y DEL PARAGUAY.

CONSIDERACIONES

I.- La piedad cristiana cree, y con razón, que la Santísima


Virgen María es Reina.
Es Reina y Emperatriz del Universo porque ha sido escogida
por Madre del Hijo de Dios, Rey inmortal de todo lo que
existe y Señor de los señores.
Por eso es que la Iglesia la reconoce y proclama
incesantemente por Reina y Emperatriz. La invoca,
diciéndole: “¡Salve Reina del cielo! ¡Salve
Soberana de los ángeles! ¡Oh gloriosa
Emperatriz! ¡Salve, Reina y Madre de la
misericordia!”.
Jesucristo ha dicho: “Todo poder me ha sido dado
sobre la tierra y en los cielos”. La Santísima Virgen
María, por ser madre de Nuestro Señor Jesucristo puede usar
el mismo lenguaje que su Hijo divino. San Pedro Damián,
dirigiéndose a Ella, se expresa así: “Aquel que es
poderoso ha hecho en Vos grandes cosas, ¡oh
María! Todo poder os ha sido dado en el cielo y
sobre la tierra”; y Ruperto, en su disertación sobre el
Cantar de los cantares agrega: “Puesto que María es
Madre del Rey de los reyes, de este Rey a quien
el Señor ha constituido sobre todas las obras de
sus manos, Ella es, por consiguiente, Reina
constituida sobre el imperio de su Hijo y lo
posee con perfecto derecho”.
De ahí que todo el orbe católico la aclame y reconozca por
su Reina y Soberana.
Sí, cada nación, cada familia, los dos sexos, todas las
condiciones, todos los estados sociales, la escogen por patrona
y buscan la dicha bajo su protección; los grandes y los
pequeños, los nobles como los plebeyos, los amos y los siervos,
los ricos y los pobres, los sabios y los ignorantes, los que son
bien apuestos en sus personas como los que son deformes, los
que gozan de buena salud como los enfermos, los justos y los
pecadores; todos en fin sin distinción, la invocan en sus
necesidades, en la desgracia, en cualquier estado enojoso en
que se encuentran, y siempre esta Virgen se muestra con
todos ellos tan misericordiosa como poderosa.
II. — Todos saben que cada reino, cada país, cada pueblo se
ha escogido un patrón, un protector para con Dios, al cual
honra con un culto particular, a quien invoca en la aflicción y
a quien se encomienda a sí mismo y todo lo que le interesa.
Pero los pueblos de todos los estados de todas las provincias,
de todas las ciudades y de todas las comarcas cristianas, sin
distinción alguna, reconocen también a María Santísima, bajo
una u otra advocación por su abogada y consoladora, le dan
en la lengua que les es propia el título, de soberana y de reina
y como a tal la honran é invocan.
Así vemos al Rey D. Pelayo consagrando a María
Inmaculada, la cuna de la monarquía española, en la célebre
cueva de Covadonga.
San Esteban de Hungría declara su reino patrimonio de la
dulce Madre de Jesús, y manda que su Imagen esté pintada
perpetuamente en el estandarte y en las monedas de sus
estados.
El Emperador de Alemania, Fernando III, consagra
solemnemente su persona, su familia y el imperio entero a la
Reina del Cielo.
Juan Sobieski, el invicto Rey de Polonia, hace igualmente
homenaje a la Madre de Dios, de su célebre victoria sobre los
turcos en el sitio de Viena, y quiere que la Imagen de María
ocupe el centro del escudo de su amada Polonia, proclamando
con esta manifestación que la constituye Reina de su patria.
Luis XIII, Rey de Francia, de esa noble nación que se gloria
de su título de Reino de María no menos que de aquel de Hija
primogénita de la Iglesia, Luis XIII señala su devoción hacia
la Santísima Virgen, escogiéndola para protectora de su
familia y de su reino y ofreciéndole en pública solemnidad su
corona y su cetro; y Luis XIV el Grande, renueva el homenaje
de su padre y declara por un edicto que es deudor a María de
las victorias que ha conseguido en Flandes, en Alemania y en
Italia.
Finalmente, el Emperador Carlos V, Rey de España, da bien
a conocer su piedad hacia la Madre de Dios, dedicándole sus
inmensos estados, sobre los cuales jamás se ponía el sol, y su
ejército así como las victorias y trofeos que consiguió, a
menudo reconoce y publica haberlos obtenido de Dios por la
mediación de esta divina Señora; y Carlos III, accediendo a
los deseos que le manifiestan sus reinos y súbditos reunidos en
cortes, elije y jura por singular y universal Patrona de toda la
monarquía española a la Santísima Virgen en su Inmaculada
Concepción.
III. – Memorables en extremo fueron las festividades que, en
esta parte de la América latina, se celebraron con motivo de
esta solemne jura de la Inmaculada Concepción, por Patrona
de todos los dominios de España, y ellos fueron en los tiempos
pasados, unas de las circunstancias más principales que
determinaron un renacimiento extraordinario de la devoción
de estos pueblos a la milagrosa Imagen de la Pura y Limpia
Concepción de Luján. Se estaba entonces edificando su
santuario y la historia nos ha conservado la memoria del
entusiasmo y del fervor de todos los habitantes no solamente
de los países que componen hoy la Confederación Argentina,
sino también del Uruguay y del Paraguay, hacia la milagrosa
Virgen de Luján, a quien todos estos pueblos reconocen y
aclaman por su Patrona y su protectora, pues, los milagros
que en todas partes obra esta divina Señora en favor de sus
devotos son incesantes e incalculables.
Sabedora la Santa Sede de todos estos antecedentes dignase
acceder, en 1886, benignamente a la solicitud que le
presentara el episcopado argentino y el prelado de
Montevideo, del establecimiento de una solemne festividad en
honor de Nuestra Señora de Luján, qué recordara
perpetuamente a las generaciones presentes y venideras los
portentos de protección que en favor de sus devotos había en
los tiempos pasados obrado esta divina Señora; y de su propio
movimiento S. S. León XIII, quiere hacer extensiva a la
república hermana del Paraguay la celebración de esta
solemne festividad, a fin de consagrar perpetuamente el
recuerdo de la devoción tan tierna que profesaron a la Virgen
de Luján los hijos de esa religiosa Nación no menos que los
moradores de esta y de aquella otra banda de este gran Rio de
la Plata.
¡Plegue a Dios que los gobernantes que hoy rigen los destinos
de los estados revistan la misma religión y la misma piedad
hacia Dios y su divina Madre que sus predecesores!
¡Cómo entonces serían fuertes y prósperos! ¡Cómo ellos
serían aptos para conseguir la victoria sobre todos sus
enemigos! ¡Cómo ellos contribuirían entonces a aumentar el
bien, la gloria, la felicidad de sus pueblos! porque todo poder
que no está fortalecido por la piedad y la verdadera religión y
que no está armado y animado por el culto de Dios y de la
Virgen, es un poder muerto o funesto.
RESOLUCIÓN: Apartaremos siempre de nosotros y de
nuestras familias las malas lecturas, los diarios impíos e
inmorales como un veneno que corrompe el alma y
sostendremos las buenas publicaciones, como poderoso
elemento de regeneración de las familias y de nuestra amada
patria.
EJEMPLO: SOLEMNE COLOCACIÓN DE LAS
BANDERAS OFRECIDAS POR EL GENERAL
BELGRANO A LA VIRGEN DE LUJÁN.
La religiosa y al mismo tiempo patriótica fiesta de la
colocación, en el Santuario de Luján, de las banderas tomadas
por el General de los patriotas, Belgrano, al General español
Tristán en la memorable batalla de Salta, y ofrecidas por el
vencedor a la Virgen de Luján, Protectora del ejército
auxiliador del Perú, tuvo lugar con una solemnidad
extraordinaria a mediados de Julio de 1813.
Desde la víspera, llegaba de todos rumbos a la Villa un
concurso inmenso de gentes, ansiosas de ser testigos de una
ceremonia que por lo suntuoso é inusitado en este país, llamaba
la atención pública. El Superior Gobierno de Buenos Aires
deseoso de contribuir a la grandiosidad del acto había mandado
a Luján un cuerpo de ejército con su respectiva oficialidad y
una banda de música militar.
Llegado el día de la solemne colocación y desde las primeras
horas del día, corrían las gentes en tropel al Santuario, cuyo
ámbito podía, a duras penas, dar cabida a tan considerable
muchedumbre.
Estaba el Templo profusa y gustosamente adornado.
A la hora indicada, entre los festivos repiques de las
campanas, las salvas de la fusilería y los estruendos de todo
género de fuegos artificiales, los clangores de la música militar,
y las entusiastas aclamaciones de todo el pueblo, fueron
conducidos al Templo las banderas conquistadas, con grande
acompañamiento y en medio de toda clase de demostraciones.
A la puerta del Templo, esperaba a la comitiva el Cura
Vicario de este Partido de Luján, rodeado de todos los Párrocos
y Capellanes de los diferentes curatos de la jurisdicción de
Luján, y de varios otros respetables eclesiásticos, los que todos,
correspondiendo a la cortés invitación que les hiciera el Cabildo
de la Villa, habían, deseosos de dar pruebas de su sincero
patriotismo, acudido a esta función para darla mayor realce y
lucimiento.
Luego que hubo llegado el numeroso cortejo al atrio del
Templo, el Sargento Mayor, Presidente del Ayuntamiento, D.
Carlos Belgrano, dirigiendo la palabra al Cura Vicario, le
indicó que cumpliendo las voluntades del General en Jefe del
ejército auxiliador del Perú, venía a poner en sus manos y
confiar a su cuidado los nobles trofeos de la victoria de Salta,
para que se sirviera a su vez, depositarlos en nombre del
General en Jefe y del ejército de su mando, a los pies de
Nuestra Señora de Luján, en señal de público agradecimiento,
por los beneficios que el entero ejército patriota confesaba
haber recibido del Cielo, por la mediación de esta Soberana
Señora.
El Cura Vicario recibió en sus manos los gloriosos trofeos, y
entrando toda la comitiva en el recinto del Santuario, en medio
de los graves sonidos del órgano y de los cantos litúrgicos, fue a
depositarlos religiosamente a los pies de la antigua y milagrosa
Imagen.
Difícil es expresar la emoción que experimentaron todos los
asistentes ante esta sencilla a la par que imponente
demostración patriótica, realzada y ennoblecida por aquella
severa y augusta majestad que a las funciones públicas
imprimen siempre las ceremonias religiosas.
En seguida se cantó una misa solemne; un ilustre orador de
aquella época, pronunció una notable oración patriótica,
terminándose tan memorable función con el canto del Te Deum
en acción de gracias por la visible protección concedida por el
Cielo a la causa americana.
JACULATORIA: Nuestra Señora de Luján, declarada por la
Santa Sede Patrona de la República Argentina, del Uruguay y
del Paraguay, cubrid con el manto de vuestra protección a estas
tres repúblicas hermanas y conservadlas siempre en la paz, la
concordia y la prosperidad.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJAN
PROTECTORA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y
DE LAS REPÚBLICAS DEL URUGUAY Y DEL
PARAGUAY.

Dios os salve, ¡oh portentosa y coronada


Virgen de Lujan!, fundadora de esta Villa donde quisisteis
recibir culto en la milagrosa Imagen que en ella dejasteis,
como prenda de vuestra protección a estos pueblos del Plata.
¡Oh gran Reina!, a Vos acuden con confianza y se cubren bajo
el manto de vuestra protección, pues a cuantos imploran
vuestro patrocinio, abrís Vos las entrañas de vuestra maternal
misericordia. Vos sois el auxilio de los cristianos, la madre de
los huérfanos, la defensa de las viudas, el abrigo de los pobres,
el consuelo de los afligidos, la redención de los cautivos, la
salud de los enfermos, la estrella de los navegantes, el puerto
seguro de los náufragos, el amparo y escudo de los
combatientes, la corona y el triunfo de los vencedores, la
esperanza de los moribundos, la vida, en fin, de vuestros
devotos. Proteged gran Señora, vuestra Villa y a vuestro
pueblo argentino en sus diversas provincias. Conceded igual
protección a los pueblos hermanos del Uruguay y del
Paraguay. Conservadlos en inalterable concordia;
mantenedlos en la fe católica a pesar de las maquinaciones de
los incrédulos; dadles sacerdotes celosos de su salvación,
autoridades honradas y cristianas e inspirad a todos fe,
abnegación y caridad. Oíd favorablemente a los numerosos
devotos que, de todas partes, en sus necesidades, a Vos acuden
confiados en vuestra protección, que os visitan y veneran en
vuestra milagrosa Imagen de Luján. Acordaos siempre ¡oh
Reina del Plata!, de vuestros protegidos; defendedlos contra la
malicia de sus enemigos, y de su propia flaqueza, a fin de que
lleguen a la patria celestial donde os alabarán en la gloria del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por los siglos infinitos.
Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la
Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
PATRONA DEL EJÉRCITO

Coro: Los ilustres guerreros del Plata


Cuyo arrojo el peligro no abate,
¡Cuántas veces al ir al combate
Se arrodillan, orando en Luján!

I
Poderosa, terrífica y fuerte
Como ejército grande y terrible,
Tú al soldado proteges sensible
Cuando truena en la lid el cañón.
Con tu imagen se lanza al peligro,
Nunca duda alcanzar la victoria,
Y su voz es la voz de la gloria
Y en su pecho no abriga temor.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

II

Díganlo de los Andes las cumbres,


Las gloriosas montañas que oyeron
Las plegarias que a Ti dirigieron
Los que ansiaban heroicos vencer.
Invocando tu nombre divino
De Belgrano las huestes triunfaron,
Y a su patria querida salvaron
Inclinando su frente en Luján.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

III

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!

Como hueste ordenada al combate


Las fronteras cual Reina defiende,
Con el fuego patriótico enciende
Nuestro pecho que aliente vigor.
Y si injusto enemigo procura
Humillar nuestra frente, victoria
Haz que cante brillando de gloria
La Nación que tu amor eligió.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!
IV

Tú guiarás en la senda florida


De virtud a los bravos guerreros
Que poniendo a tus pies sus aceros
Alabanzas de gloria te dan.
Tú los ruegos oirás de su Patria
Que en Ti fija sus ojos, y espera
Que su ilustre y hermosa bandera
Con aureola de luz ceñirás.

Coro: Nuestra rústica armonía


Por Ti en los campos resuena:
Tú eres Madre dulce y buena
Escúchanos, ¡oh María!
Al terminarse la Novena, se canta el Himno de
San Ambrosio en acción de gracias:

A ti, oh Dios, te alabamos,


A ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
Te venera toda la creación.

Los Ángeles todos, los cielos


Y todas las Potestades te honran.
Los Querubines y Serafines
Te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,


Dios de los ejércitos.
Los cielos y la tierra
Están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles,


La multitud admirable de los Profetas,
El blanco ejército de los Mártires.

A ti la Iglesia santa,
Extendida por toda la tierra, te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, oh Cristo.


Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
Aceptaste la condición humana sin desdeñar el seno de la
Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,


Abriste a los creyentes el Reino de los Cielos.
Tú estás sentado a la derecha de Dios
En la gloria del Padre.

Creemos que un día has de venir como juez.


Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
A quienes redimiste con tu preciosa Sangre.
Haz que en la gloria eterna
Nos asociemos a tus santos.

Salva a tu pueblo, Señor,


Y bendice tu heredad.
Sé su pastor
Y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos


Y alabamos tu nombre para siempre,
Por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día


Guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
Ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,


Como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
No me veré defraudado para siempre.
V. Bendito seas, Señor, Dios de nuestros padres.

R. Y alabado y glorificado por siempre jamás.

V. Bendigamos al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.

R. Alabémosle y exaltémoslo por siempre jamás.

V. Bendito seas, Señor, en el firmamento del Cielo

R. Y alabado, glorificado y exaltado por siempre jamás.

V. Bendice, alma mía, al Señor.

R. Y no olvides todos sus beneficios

V. Señor, escucha mi oración.

R. Y mi clamor llegue hacia ti.


Los Sacerdotes agregan:
V. El Señor sea con vosotros.

R. Y con tu espíritu.

Oremos.

ORACIÓN

Oh Dios, cuya misericordia no tiene número, y los tesoros


de tu bondad son infinitos: ✠ damos gracias a tu piadosísima
Majestad por los dones recibidos, rogando siempre a tu
clemencia que, pues concedes lo pedido en la oración, no nos
desampares, sino que nos hagas dignos de los premios futuros.
Oh Dios, que has instruido los corazones de los fieles con la
luz del Espíritu Santo, concédenos por el mismo Espíritu
conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos
consuelos.
Oh Dios, que no permites sea afligido en demasía
cualquiera que en Ti espera, sino que atiendes piadoso a
nuestras súplicas: te damos gracias por haber aceptado
nuestras peticiones y votos, suplicándote piadosísimamente que
merezcamos vernos libres de toda adversidad. Por nuestro
Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.

También podría gustarte