Señor mío Jesucristo que por amor a los hombres, estás de día y de noche en este Sacramento,
esperando, llamando y recibiendo a todos los que vienen a visitarte.
Creo que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te adoro desde mi pobreza y mi
debilidad.
Te doy gracias por todos los beneficios recibidos de tí, y especialmente por haberme dado en este
Sacramento, tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
También te doy gracias porque me has concedido como madre a la Santísima Virgen María y porque
me has llamado a visitarte en este lugar santo.
El segundo, para reparar en este Sacramento todas las ofensas que has recibido; y
El tercero, porque en esta visita deseo adorarte en nombre de mis hermanos que se han olvidado de
ti.
Contando con tu gracia me consagro a ti. Te entrego mi voluntad, mis afectos, mis deseos y todol lo
que me pertenece. De hoy en adelante, Señor, haz de mí y de mis cosas cuanto te agrade. Lo que yo
quiero y te pido es tu santo amor, la perfecta obediencia a tu santísima voluntad, y la perseverancia
final.
Te pido por las almas del Purgatorio y por todos los que necesitan de tu compasión.
En fin, Salvador mí, uno todos mis afectos y deseos con los de tu Corazón y, así unidos, los ofrezco
a tu Padre y le pido en tu Nombre que, por tu amor, los reciba.
Amén.
Comunión Espiritual
(Después de la visita diaria al Santísimo)
A María Santísima
(Oración para terminar la visita diaria)
Inmaculada Virgen y Madre mía, María Santísima! A ti, que eres la Madre de mi Señor, la Reina del
mundo, la Abogada, la Esperanza y el Refugio de los pecadores, acudo en este día yo, que soy el
más necesitado de todos.
Te alabo, Madre de Dios, y te agradezco por todas las gracias que hasta ahora me has hecho,
especialmente la de haberme librado del infierno, que tantas veces he merecido. Te amo, Señora y
Madre mía, y por el amor que te tengo, te prometo servirte siempre y hacer todo lo posible para que
seas también amada de los demás. En ti pongo todas mi esperanzas y mi eterna salvación.
Madre de misericordia, acéptame por tu hijo, y acógeme bajo tu manto. Y ya que eres tan poderosa
ante Dios, líbrame de las tentaciones y dame fuerzas para vencerlas hasta la muerte.
Te pido el verdadero amor a Jesucristo. De ti espero la gracia de una buena muerte. Madre mía, por
el amor que tienes a Dios, teruego que siempre me ayudes; pero mucho más en el último momento
de mi vida. No me desampares, mientras no me veas a tu lado en el cielo, bendiciéndote y cantando
tus misericordias por toda la eternidad.
Amén.
Te ruego, Señor mío Jesucristo, que a mi alma consuma la encendida y suave fuerza de tu amor,
para que yo muera de amor de tu amor, ya que por el amor de mi amor te dignaste morir (San
Francisco).
Oh, amor no amado, amor no conocido! (Santa María Magdalena de Pazzi).
Jesús amable, dulce amor mío!
¡Hiere e inflama mi pecho frío, que arda y se abrase siempre a Ti!
Viva el amor de Jesús, nuestra vida y nuestro todo! ¡Viva María, nuestra esperanza! Amén.
Acuérdate, purísimo Esposo de la Santísima Virgen María, dulce protector mío San José, que jamás
se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección y reclamando tu auxilio, haya
quedado sin consuelo. Con esta confianza vengo a tu presencia y me encomiendo fervorosamente a
Ti. No desprecies mi súplica, ¡Oh Padre adoptivo del Redentor!, antes bien, acogela benignamente.
Amén.
Exposición del Santísimo Sacramento
En la Exposición del Santísimo Sacramento, sea privada, o en el Copón dentro del Sagrario
abierto, o solemne, o expuesto en la Custodia, suele cantarse el siguiente himno:
Dada la bendición con el Santísimo, y colocado éste sobre el altar, se suele rezar la siguiente
oración:
Visita 1
Jesús, fuente de todo bien
(Oración preparatoria: página...)
Jesús en el Santísimo Sacramento es la fuente de todo bien.
Por eso nos dice: “El que tenga sed, venga a mí y beba”. (Jn 7, 37)
¡Son muchos los favores que los Santos han sacado de esta fuente del Santísimo Sacramento! En él,
Jesús da todos los méritos de su Pasión. Así lo predijo el profeta: “Sacaran aguas de las fuentes
del Salvador”. (Is 55, 1.3).
A una religiosa, discípula de San Juan de Ávila, se le dio el nombre de esposa del Santísimo
Sacramento, por sus largas y frecuentes visitas a Jesús Sacramentado.
Le preguntaron qué hacía tantas horas delante del Sagrario. Respondió: «Con mucho gusto con él
permanecería siempre».
¿Qué hace un pobre delante de un rico?; ¿qué hace un enfermo delante de un médico?; ¿qué hace
un sediento a la vista de una fuente cristalina?
Jesús, mi vida ¡Cuánto te costó el quedarte con nosotros en este divino Sacramento y auxiliarnos
con tu presencia! Para ello tuviste que morir. Tu amor lo explica todo.
Quisiera hacer tu voluntad, visitarte, ir a las páginas del evangelio para conocerte, recibierte y
amarte mejor en la Sagrada Comunión. Quiero responder a tu amor con mi amor. Es mi único
deseo.
Jaculatoria: ¡Oh, Jesús mío, sólo a ti quiero amar, sólo a ti quiero agradar!
Otra fuente, para nosotros, muy preciosa, es nuestra Madre María, tan rica en virtudes y gracias,
dice San Bernardo, que no hay un alma en el mundo que no participe de su abundancia. Dios llenó
de gracia a la Madre Santísima, como lo reveló el Angel diciéndole: “Dios te salve, llena de
gracia”. Pero no fue sólo para Ella, sino también para nosotros, añade San Pedro Crisólogo, recibió
aquel tesoro, a fin de que hiciera participantes de él a todos sus devotos.
Jaculatoria: Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.
¿Qué Ángel o que Santo, dice San Basilio, ha merecido ser llamado Padre del Hijo de Dios?
Sólo San José tiene derecho a este título incomparable. Con este sólo nombre de Padre, fue José
honrado por Dios más que los Patriarcas, Profetas, los apóstoles y los Pontífices, ya que todos estos
tienen el nombre de siervos; mas San José lleva merecidamente el nombre de Padre. ¡Oh glorioso
Patriarca! Yo venero en Ti al elegido de eterno Padre para compartir con Él la autoridad que tiene
sobre su Hijo. Te consagro mi corazón. Sé mi amoroso guía en el camino del cielo.
Jaculatoria: San José, Padre adoptivo del Hijo de Dios, rogad por nosotros.
EL UMBRAL
“Que alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor: están pisando nuestros pies tus
umbrales...” Salmo 122, 1.
El umbral es el primer espacio ya al interior de la iglesia bajo el mismo techo, pero separado por
un portón grande (el pórtico).
Allí se encuentra la pila de agua bendita para persignarse con la señal de la cruz. Es un lugar ya de
recogimiento. La pila es señal de bautisterio.
Es el lugar de acogida donde el creyente moja los dedos con el agua bendita, hace la señal de la
cruz recordando su bautismo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Visita 2
Jesús, alimento, amigo y compañero nuestro
(Oración preparatoria: página…)
El pan es alimento; se come y se conserva. Cristo, en su sencillez, se quedó en el pan.
Jesucristo quiso quedarse entre nosotros como pan. Quiso ser consumido por medio de la comunión
y quedarse en el sagrario. Así, está siempre presente entre nosotros como prueba del amor que nos
tiene.
“Se hizo pequeño y se puso al servicio de nosotros bajo los signos del pan”. No sabemos cómo
expresar el amor que Jesús nos tiene. Pero él sabía. Para que su ausencia no nos fuera ocación de
olvido, antes de morir, nos dejó como recuerdo el Santísimo Sacramento, signo de su presencia
entre nosotros.
Jesús, tu que estás presente en el Sagrario para oír nuestras súplicas, tú eres “el gran presente”:
escucha mi ruego y mi oración.
Estoy arrepentido y llegóante ti. Ahora me doy cuenta de que no te he correspondido; por eso te
pido perdón. Dios mío, ¡ojalá nunca te hubiera ofendido!
Lo que más deseo, Jesús, tú lo sabes. Desde que te he conocido quiero ser tu amigo; mi afán es
amarte y ser fiel; pero no soy capaz sin tu ayuda. Jesús, da a conocer a todos nosotros tu bondad sin
medida. Conviérteme en un gran amigo tuyo. Puedes hacerlo. Dame todo lo que me falta, a fin de
que llegue a amarte mucho más. Yo sé que te he ofendido.
Jaculatoria: Te amo, Jesús, sobre todas las cosas; te amo más que mi vida, Dios mío, mi amor y
mi todo.
Dios eligió a San José para ejercer el noble cargo de padre sobre la respetable persona del Verbo
encarnado, damos por seguro que le concedió todos los dones de sabiduría y santidad que le eran
necesario para ello.
¡Oh, bienaventurado Patriarca! Vos que ahora estás en el Cielo, cerca de tu amado Jesús, ten
compasión de mí, que vivo todavía en este mundo, rodeado de tantos enemigos y siempre expuesto
al peligro de perder la gracia de Dios.
Socórreme, pues, amorosamente; cúbreme con las alas de tu poderosa protección, y no dejes de
protegerme hasta que me encuentre disfrutando en la patria bendita.
Jaculatoria: Consígueme, glorioso San José, las gracias que necesito para mi salvación.
Visita 3
Jesús, con nosotros te sientes feliz
(Oración preparatoria: página…)
Jesucristo dió la vida por nosotros y, porque nos amaba, quiso quedarse en el Santísimo
Sacramento. Reconocemos tu presencia entre nosotros.
No dudamos de que te sientes bien con nosotros… Como nos sentimos bien en nuestra casa.
Santa Teresa dice: “¿Cómo pueden ustedes ofender a Dios, que dio santas muestras de su amor a
los hombres?” También Jesús se siente a gusto con nosotros. ¿Cómo nos sentimos en su presencia al
pie del Sagrario?
Señor, aquí estoy delante de ti. Aquí estás, porque tu me amas. Tu eres fuente de todos los bienes, el
médico de todos los males, el tesoro de todos los pobres. Soy un pecador, ten misericordia, ten
compasión de mí. Tu conoces bien mis debilidades. Ayúdame a superarlas.
No quiero desanimarme por mis pecados; sé que tú me amas. Te alabo, te doy gracias, te amo.
Escúchame. No quiero ofenderte más. Dame luz y gracia para amarte con todas mis fuerzas. Jesús,
te amo con toda mi alma. Siempre quisiera decierte que “te amo”.
Jaculatoria: Jesús, Buen Pastor, pan verdadero, ten misericordia de nosotros; apaciéntanos,
defiéndenos, y haz que te veamos por toda una eternidad en los cielos.
Sus lazos son ligaduras de salvación. Dice el devoto Pelbarto que la devoción a María es señal de
predestinación. Roguemos a nuestra Madre bendita que con amorosos lazos nos asegure siempre y
cada vez más fuertemente en la confianza de su protección.
Jaculatoria: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María, ruega por nosotros!
Según San Juan Damasceno, el Señor dio a San José, con el fin de falicitarle su cargo cerca de
Jesús, las tres principales cualidades de un excelente padre, esto es: el amor, la vigilancia y la
autoridad.
La autoridad de padre para que el Hijo de Dios le obedeciese en todas las cosas; la solicitud y
vigilancia de padre, a fin de que le asistiese y custodiase con todo cuidado tan precioso tesoro; y,
finalmente, le dio el afecto de un tiernísimo padre.
¡Oh, Santo Patriarca! Que nada deseas tanto como ver a Jesús amado, alcánzame un ardiente amor
para con este Redentor divino, para que le ame con todas mis fuerzas.
La Misión de Jesús: “Me ha enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres” Lc. 4, 18.
En efecto el ambón nos ofrece el primer y necesario alimento de nuestra fe y vida cristiana que es
la Palabra de Dios.
Allí el Señor nos habla. “Nos ardía nuestro corazón miestras (Jesús) nos hablaba...” Lc 24, 32.
Danos Señor el pan de tu Palabra: Tus Palabras son espíritu y vida.
Visita 4
Jesús, muestra alegría en la tierra
(Oración preparatoria: página…)
Es tan grande la alegría que sienten los amigos al tratarse, que horas y horas pueden estar
conversando. El que se cansa ante Jesús sacramentado, no lo ama. Los Santos, los que se sienten
amados por Jesús, experimentan un cielo anticipado al estar con él contemplándolo en el
tabernáculo.
¡Jesús de la Eucaristía, tú eres nuestro cielo! Aquí en la tierra te crucificaron por nosotros.
Acuérdate de que diste la vida por mí y la das cada día en el sacrificio de la misa. Haz que te
poseamos siempre y te amemos intensamente.
Me entrego a tí, para que hagas de mí cuanto te agrada. Te doy mi voluntad, acógela y ayúdame a
serte fiel. Haz de mi lo que quieras con tal de sentirme feliz a tu lado. No quiero vivir para satisfacer
egoísmos, sino que quiero con gusto hacer tu voluntad. Purifica aquello que no te gusta; dame la
gracia de servirte siempre y en lo que me toque cada día.
Jaculatoria: Te amo, Jesús, con todo mi corazón; pero sé que no te amo como tú lo mereces.
Quisiera morir amándote. Acepta mi deseo. Dame mucho amor.
El ejemplo de Jesucristo, que quiso en la tierra honrar a San José, hasta el extremo de sujetarse en
todo a su autoridad, debería nacer en nosotros mucha devoción a este gran Santo; pues merece ser
muy honrado de los hombres quien por el Rey de reyes fue tan honrado y enaltecido.
Eres también nuestro padre, oh glorioso San José, y nosotros tus hijos, que ya somos hermanos de
Jesús. Por este título tenemos derecho a la ternura de tu corazón paternal, y aguardamos confiados
tu protección en esta vida, y especialmente en la hora de nuestra muerte.
EL SAGRARIO O TABERNÁCULO
Allí está la presencia de Cristo bajo el signo del Pan, presencia sacramental, eucaristía.
Por eso, es “un lugar habitado”, sagrado: la presencia viva del Señor Resucitado. Aquí con razón
se puede decir: “Ciertamente el Señor está en este lugar… No es nada menos que la casa de Dios
y la puerta del Cielo” Gen. 28, 16-17.
Adoremos a Jesús aquí presente por nosotros. Vayamos a visitarlo frecuentemente. Es parte, como
prolongación, del Misterio Pascual presente en la Eucaristía.
Visita 5
Jesús ama con todo su corazón al hombre
(Oración preparatoria: página…)
En el salmo leemos que el pájaro halla habitación en los agujeros de las casas y la tortola donde
poner sus polluelos… Tú, Dios mío, has puesto tu habitación en la tierra y en los altares con fin de
que te encontremos facilmente, quiere permanecer siempre con nosotros porque nos amas con
ternuera.
Tu amor es grande para con los hombres: danos la gracia de corresponder a tu amor, de amarte con
todo el corazón no permitas que sigamos amándote con tibieza. Dame la oportunidad de amarte de
nuevo y para siempre. Porque yo huía de ti con mi pecado.
¡Has amado tanto a los hombres! ¿Y por qué son tan pocos los que te aman? Sé que te he fallado y
no te he amado como tú mereces. Dame un corazón más sencible a tu amor.
Madre María, San Bernardo te llama “robadora de corazones”. Dice que con tu belleza y con tu
bondad andas robando los corazones. Roba, te lo pido, este corazón mío y toda mi voluntad. Yo te
lo entrego. Unido al tuyo, dásela a Dios.
Maravillados quedaron los hebreos cuando Josué mandó al sol que se detuviese y vieron que el sol
le obedeció. Mas, ¿qué comparación puede caber entre Josué, que se ve obedecido del sol, criatura
inanimada, y José, que se ve obedecido de Jesucristo, que es el mismo Hijo de Dios? Humildísimo
San José: ¡cuáles serían los sentimientos de tu corazón, cuando veas a Dios sometido a tus órdenes!
Oh, poderoso abogado de nuestras almas: ruega por mí a este divino Redentor, dile que perdone mis
pecados; dile también que me desprenda de las criaturas y de mí mismo; dile, en fin, que me
encienda en su santo amor, y después disponga de mí como le agrade.
Visita 6
Jesús, nuestro tesoro
(Oración preparatoria: página…)
Dice Jesucristo que donde uno tiene un tesoro, allí está su corazón. Los Santos tienen como tesoro a
Jesús. Por eso tienen su corazón y su amor en Jesús sacramentado.
Jesús, estás en el tabernáculo día y noche. Te ruego que me atraigas hacia ti, que te descubra en el
sagrario, que te ame, que te acompañe y que te contemple. Que los méritos de tu pasión me regalen
esta gracia.
Cristo Sacramentado, ¡que admirables son las formas que has buscado para que te encontremos y te
amemos! No fue suficiente hacerte hombre y morir por mí, sino que, además, me has dado este
sacramente por alimento, por compañía y como garantía del paraíso.
Jesús, te hiciste niño en un establo, te hiciste hijo de un carpintero, delincuente de una cruz, pan en
la mesa del altar, y todo, porque nos amas. ¿Cómo responder a todas las manifestaciones de tu
amor?
Dame la gracia de vivir amándote. Que en mi vida tenga yo sed de tu amor. Reconozco que me has
amado de muchas formas. ¿Cómo no amarte a ti que eres bueno sin límites, sin medida? Que al oír
estas palabras: pesebres, cruz, sacramento, yo mismo me anime y entusiasme para hacer grandes
cosas por ti. Sí, porque tú has hecho muchas cosas por mí.
Siendo tú tan grande, te has hecho el más pequeño de todos, para entregarnos el tesoro de tu amor:
desde el pesebre hasta la cruz, y para siempre, en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Jaculatoria: Concédeme, Jesús mío, que antes de morir, hago algo por ti.
“Como oliva hermosa en los campos”. Yo soy, dice María, la hermosa oliva de que brota siempre
óleo de misericordia. Y estoy en los campos a fin de que todos me vean y recurran a mí. “Recuerda,
deremos con San Bernardo: que jamás se ha oído decir que haya sido de ti desamparado ninguno de
cuantos se han acogido a tu socorro”. No sea yo, pues, el primero que, recurriendo a ti, Madre,
tenga la desventura de ser desamparado.
Tanta era la obediencia que el Niño Jesús profesaba a San José, que no daba un paso, no comenzaba
una oración, no probaba bocado, ni descansaba sino conformándose con las órdenes del Santo. Esto
lo reveló Dios mismo a Santa Brígida, diciéndole: "Mi Hijo era de tal modo obediente, que cuando
José le ordenaba que hiciese algo, al punto ponía manos a la obra."
Jaculatoria: ¡Oh, Santa Patriarca!, yo también quiero dedicarme a tu servicio. Que siempre sirva
yo fielemente a Jesús, a María y a Ti.
Visita 7
Jesús, amigo de la vida
(Oración preparatoria: página…)
Jesús, el Buen Pastor, dio la vida por sus ovejas. Incluso al morir no quiso separarse de nosotros.
“Estaré siempre con Ustedes”. “No les dejaré huérfanos, estaré con Ustedes” (Mt 15, 18). “Mi
Padre amará al que me ama y yo también lo amare...” (Mt 15, 21). Jesucristo, no nos dejó solos, se
quedó en el Sacramento de la Eucaristía, quiso seguir acompañándonos.
Señor, en este día vengo a visitarte. Sí, es tan grande tu amor que en la comunión vienes a mí y te
conviertes en mi alimento y te entregas a mí. Sí, Jesús, te das del todo a mí. Me entregas tu vida
porque me quieres con vida. Sé que te complaces en la vida de todos.
Amabilísima Señora: la Iglesia toda te saluda y llama esperanza nuestra. Ya que eres la esperanza de
todos, sé también la esperanza mía. San Bernardo te llamaba: Toda la razón de su esperanza, y
decía: Espere en ti el que desespera. Así también quiero decir yo, Madre mía; ya que hasta a los
desesperados salvás, en ti pongo toda mi esperanza.
Si bien San José no tuvo en la tierra la formal autoridad de un verdadero padre sobre la Humanidad
sacrosanta de Jesucristo, la tuvo al menos en algún modo como legítimo Esposo de María, Madre
natural del Salvador. Principalmente quiso el Señor que la Virgen se desposase con el Santo
Patriarca, para que éste protegiera su honor y alimentase a su divino Hijo.
Yo venero en ti, admirable San José, la persona escogida por el Espíritu Santo, que quiso confiarte a
su Esposa inmaculada, dándote por compañera. ¡Oh, castísimo Esposo de María y Padre adoptivo
de Jesús!, recomienda entrambos eficazmente mi alma, y consígueme la gracia que más necesito.
Visita 8
Jesús, quisiera estar siempre contigo
(Oración preparatoria: página…)
En el Libro del Cantar de los Cantares, 2, 10 dice: “Levántate compañera mía, hermana mía y ven”.
Esto nos dice también Jesucristo en el Santísimo Sacramento: “Levántate, sal de tu egoísmo, que yo
estoy aquí para ayudarte con mi gracia. Compañera mía, si tú me amas, yo también te amo.
Hermana mía, mi gracia te ha hecho hermosa y te acerca a mí. Pídeme cuanto quieras con entera
confianza”.
Acerquémonos al Señor con gran confianza; unamos nuestras manos y nuestro corazón a él y
pidamos sus gracias. Jesús, siento mucha alegría porque, siendo Dios, te hiciste hombre y te has
quedado en este sacramento: nos tiene mucho cariño. Permítenos, Señor, estar siempre contigo,
porque sentimos lo mucho que nos amas.
Les pido a mis hermanos que están en el cielo y aquellos que oran en la tierra que te amen por mí.
Santa María, Madre mía, ayúdame a amarlos. A ti, Dios mio, consagro mi mente para pensar
siempre en tu bondad; te consagro mi cuerpo, ayúdame a complacerte, te consagro mi alma para que
sea solamente tuya.
¿Qué puedo hacer para que la gente conozca tu ternura y tu cariño, y para que todos te amen como
tú mereces? Quisiera ser el primero en amarte. Ayúdame a hacer todo cuanto pueda para agradarte.
Quisiera desprenderme de todo aquello que no me ayuda y que me impide amarte de verdad.
Jaculatoria: Estaría dichoso si pudiera decir: “Mi Dios, mi tesoro, mi amor y mi todo”.
Comunión espiritual: página …
María llama a todos los pequeñuelos que necesitan madre, para que recurran a Ella como a la más
amorosa de las madres. Dice el devoto P. Nieremberg que el amor de todas las madres es una
sombra en comparación del amor que tiene María a cada uno de nosotros. ¡Madre mía, Madre de mi
alma, que tanto me amas y deseas mi salvación más que nadie después de Dios muestra que eres mi
Madre!
No sé -decía Santa Teresa- cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles, en los años que pasó
con el Niño Jesús, sin dar gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos." Sí, porque el Santo
Patriarca estuvo siempre al lado de María para asistirla y ayudarla en todas sus necesidades, así en
Nazaret, como en todas partes. ¡Oh, bienaventurado San José!: por aquel mutuo amor que siempre
reinó entre ti y en tu santísima Esposa María, alcánzame la gracia de servirla fielmente; de honrarla
y amarla con todas mis fuerzas.
Jaculatoria: Ayúdame, San José, a honrar y sirvir a Jesús y a María como tu lo hiciste.
Visita 9
Jesús quiere comunicarnos sus dones
(Oración preparatoria: página…)
Un amigo de Jesús dice haberlo visto en el Sacramento con las manos llenas de dones y buscando a
quién regalárselas. Santa Catalina de Siena, cada vez que se acercaba al Sacramento lo hacía con
prisa y ansia amorosa, asi como un niño llega al pecho de su madre.
Sí, Jesús, deseo amarte como mereces. También sé que muchas veces te he fallado y no merezco ni
siquiera estar a tu lado. Tu misericordia es grande: me perdonas y me vuelves a decir: “Yo tampoco
te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en adelante” (Jn 8, 11). Sé que el regalo más grande que me
das es tu perdón. ¡Qué don tan precioso, Señor!
También escucho tu mandato: “Amarás al Señor Dios tuyo, con todo tu corazón”. Sí, tu quieres ser
amado por mí. Aquí me tienes; me entrego a ti; tú eres bondad y amor. Para esto vine hoy ante ti.
Transfórmame cada día, Jesús no quisiera ofenderte ni amarte con tibieza. Que de hoy en adelante
te ame intensamente.
Semejante a su Hijo Jesús, es su Madre María, que, siendo Madre de Misericordia, no goza sino
cuando socorre y consuela a los miserables. Y es tan grande el deseo que tiene esta Madre de
dispensar gracias a todos, que, como dice el devoto Bernardino de Bustos, más desea ella darte
bienes y concederte gracias, que tú deseas recibirlos.
Toma al Niño. "Estas palabras del Ángel dirigidas a San José, parecen ser la aplicación del verso
14 del salmo 10: A tu cuidado se ha dejado el pobre. "José -dice Dios-, yo he enviado a mi Hijo a
la tierra y le he enviado en traje pobre y humilde, sin ningún esplendor aparente de riqueza ni de
nobleza; por esto será despreciado en el mundo, y será llamado hijo de artesano. A tu cuidado he
dejado el pobre: cuídale y séme fiel." ¡Oh, afortunado Patriarca, consígueme que prefiera despreciar
todos los honores y anteponga la pobreza a toda riqueza terrena!
Visita 10
Jesús, quiero entregarme a ti
(Oración preparatoria: página…)
San Agustín dice: “¿Dónde van para satisfacer su corazón…? Vengan a Jesús, que solamente Él les
puede dar el contento que buscan”. Busca sólo a Dios: en él están todos los bienes. Si lo quieres
encontrar pronto, lo tienes cerca de ti. Dile lo que deseas, pues está en el Sagrario para oírte y
consolarte.
Jesús, al darte en la comunión, al permanecer en el Sagrario, sabes atraer a tantos corazones que han
descubierte que tu rostro y se han sentido amados. Mírame, atráeme, deseo amarte. Pongo en tus
manos mis intereses, mis esperanzas, mis afectos, mi alma, mi cuerpo, en fin todo mi ser. Haz en mi
lo que te agrade. Quiero hacer tu voluntad y no la mía. Ayúdame a vivir para ti, para querer lo que
tu quieras.
Nos dice la excelsa Reina de los Cielos: “En mi mano están las riquezas para enriquecer a los que
me aman”. Amemos, pues, a María, si queremos ser ricos en gracias. Raimundo Jordán la llama
“Tesorera de las gracias”. ¡Bienaventurado el que con amor y confianza recurre a María!. Madre
mía, esperanza mía, tu puedes hacerme santo: de ti espero esta gracia.
Dios constituyó a San José jefe y cabeza de la Sagrada Familia de Nazaret, reducida en número,
pero grande por la altísima dignidad de los personajes que la componían. En aquella casa José
manda, y el divino Hijo obedece.
Esta sujeción de Jesucristo, a la vez nos demuestra su incomparable humildad y la gran dignidad de
José, superior a la de todos los demás Santos, si se exceptúa a la divina Madre. Recíbeme, ¡oh,
excelso Patriarca!, en el número de tus siervos, y mándame según te plazca, que yo procuraré
obedecerte prontamente.
Jaculatoria: San José, tutor y custodio de la Sagrada Familia, intercede por mí.
Visita 11
Jesús, quiero estar siempre a tu lado
(Oración preparatoria: página…)
Santa Teresa dice: “Procuremos no alejarnos ni perder de vista a nuestro querido Pastor Jesús. Las
ovejas que andan cerca del pastor, siempre son más mimadas y siempre les da a ellas bocaditos
más particulares de lo que él mismo come” “Si el pastor duerme, ellas no se apartan de su lado
hasta que despierte, o ellas mismas, balando con perseverancia, lo depiertan; entonces son
nuevamente acariciadas”.
Mírame, Jesús; estoy junto a ti; no quiero otro regalo sino el saber que te amo con todo mi corazón.
Tu presencia me colma de dicha. Te doy gracias porque la Santa Iglesia, me enseña que en el pan
sagrado, en la hostia, en la Eucaristía está realmente presente mi Señor Jesucristo. Te reconozco
como Rey del cielo y de la tierra, y como Salvador del mundo. Así como eres mi esperanza, mi
salvación mi fortaleza y mi consuelo, quiero que seas también mi amor, y el centro de todos mis
pensamientos, deseos y afectos.
Cristo, reina en mi corazón, te lo entrego; perdona mis limitaciones. Quiero hacer tu voluntad y que
todos mis dones y cualidades sirvan para complacerte.
“Bienaventurado el que vela ante mis puertas todos los días y aguarda a los umbrales de mi casa”
¡Dichoso el que, como los pobres que están a las puertas de los ricos, pide solícito limosna ante las
puertas de la misericordia de María; y más dichoso aún el que procura imitar las virtudes que en
María considera, y especialmente su pureza y humildad.
Escribe San Bernardo que José fue aquel siervo fiel y prudente, escogido para ser no sólo el apoyo
de la Madre de Dios y del mismo Jesucristo, sino también el fidelísimo cooperador del gran
consejo. La salvación de los hombres, la redención del mundo, fue, en efecto, la obra del gran
consejo de las tres Personas de la Santísima Trinidad; y José fue elegido para cooperar en cierto
modo a esta obra divina.
Protector mío San José, te ruego humildemente que me hagas, como tu, diligente y fiel en el
cumplimiento de los deberes de mi estado.
Visita 12
Jesús, mi centro, mi amor
(Oración preparatoria: página…)
El que ama a Jesús, está con Jesús y Jesús está con él. “Si alguien me ama, mi Padre lo amará y
vendremos a él para hacer nuestra morada en él” (Jn 15,23). Hay santos que, al comulgar, han
dicho: “He aquí el amor mío: Cristo, motivo de mi ternura durante mi vida y por toda la
eternidad”.
Quisiera amarte sobre todas las cosas. Ámame Jesús, es mi deseo. Te prefiero más a que todas las
cosas del mundo. ¡Que nunca me aparte de ti, aunque el mundo me induzca a buscar otros motivos
fuera de ti!
En mi debilidad una vez más, perdóname nuevamente y permanece en mí porque contigo me siento
seguro. No le tengo miedo a la muerte. Muriendo unido a ti, viviré eternamente unido a ti.
“Los que se guían por mí, no pecarán. El que se ocupe en obsequiarme -dice María- alcanzará la
perseverancia. Los que me esclarecen tendrán la vida eterna; y los que trabajan en hacer que los
demás me conozcan y amen serán predestinados” Promete hablar siempre que puedas, pública o
privadamente, de las glorias y de la devoción de María.
San José es llamado en el Evangelio hombre justo, hombre perfecto, que posee todas las virtudes.
Poseía, por consiguiente, José, fe viva, esperanza firme, caridad ardiente para con Dios y el
prójimo, humildad profundísima, y todas las demás virtudes.
¡Oh, gran Santo, modelo perfectísimo de justicia y santidad!, alcánzame tus virtudes, y sobre todo
un amor fervorozo a Jesucristo y a su santísima Madre.
Visita 13
Jesús, habitas en la Hostia y en mí...
(Oración preparatoria: página…)
“Yo estaré con Ustedes todos los días, hasta que termine este mundo” (Mt 28, 20 b). Jesús cumple
esta promesa, y una de las formas es permaneciendo en el Santísimo Sacramento. Por eso, se ha
quedado con nosotros. El amor que nos tiene le ata de tal forma que, ni de día ni de noche, se aleja
de nosotros.
El sólo gesto de la presencia de Cristo en la Hostia debería motivar nuestra respuesta: acompañarlo,
visitarlo, adorarlo. Al retirarnos ¿por qué no dejar al pie del altar nuestro corazón, nuestro cariño?
El el Sagrario, el Señor está atento a escucharnos y ayudarnos en nuestras necesidades.
Jesús, quisiera responder a tu amor. Te consagro mi voluntad y mis afectos. Sé que tu bondad es
infinita. Has querido quedarte no sólo para estar cerca de nosotros, sino especialmente para
comunicarte porque nos quieres. ¿Por qué nos acercamos a tu mesa? Tú eres nuestro alimento.
Te das en la hostia, entras en nosotros y posees nuestro corazón. Deseas que te recibamos y es una
alegría unirte a nosotros. ¡Ven Jesús, ven! Quiero recibirte, quiero que seas el dueño de mi corazón
y de mi voluntad. Porque te amo, quiero renunciar a todo aquello que me separa de ti,
principalmente de mis egoísmos. No quiero ser esclavo de nadie, sino sólo de ti.
Dios de amor, reina enteramente en mí. Todo te lo entrego, transforma aquello que no me ayude a
unirme a ti.
Nos exhorta San Bernardo a que busquemos la gracia y a que la busquemos por medio de María.
Ella es -dice San Pedro Damián- el tesoro de las gracias divinas; puede enriquecernos y quiere
enriquecernos. Por eso nos invita y llama ella misma: “Quien sea pequeñuelo, venga a mí”. Señora
amabilísima, Señora noble, Señora benignísima, mira a un pobre pecador, que a ti se encomienda y
que confía enteramente en ti.
Tales fueron los dones más señalados que, a juicio de Gersón, recibió de Dios glorioso San José: el
haber sido en aquel momento confirmado en gracia, y finalmente, el haber estado siempre libre de
los deseos de la concupiscencia.
Concédeme, oh casto esposo de la Reina de las Vírgenes, una caridad tan ardiente que consuma en
mí todos los afectos terrenos.
Visita 14
Jesús, escucha mi petición
(Oración preparatoria: página…)
Jesús, te escucho y te oígo decir: “Este es mi descanso, habita aquí porque es el lugar que escogí”.
Te has quedado con nosotros en la Eucaristía. Por el amor que nos tienes, encuentras aquí tu
descanso. Por eso, es justo que también nosotros habitemos contigo y te acompañemos en el
Sagrario.
¡Dichosas aquellas personas que han encontrado en Jesús su gozo, su paz, su amor, su sosiego! Yo
sería feliz si tuviera esta experiencia y me entregara todo a ti. Quisiera responder a tu amor y
permanecer en tu presencia. Pero soy inconstante. Ayúdame, Jesús, a ser todo tuyo. Te busco y
deseo amarte. Dame esta gracia, tú mereces todo mi amor.
Te amo con todo mi corazón, te amo por encima de todas las cosas, te amo más que a mí mismo,
más que a mi vida. Si no te amara como deseo, perdóname y, junto con el perdón, dame esa gracia
de amarte hasta el fin de mi vida y por toda la eternidad.
Hazme ver tu poder, en este milagro de que un pecador llegue a amarte con todo su corazón y se
convierta. Hazlo por tus méritos, Jesús mío. Es lo que deseo y lo que me propongo vivir. Tú que me
inspiras este deseo, dame la fuerza para realizarlo.
“Nadie se salva -dice San Germán, hablando con María Santísima- sino por ti; nadie se libra de
sus males sino por ti; a nadie se conceden gracias sino por tu intercesión". De suerte, Señora y
esperanza mía, que si no me ayudas, perdido soy; y no podré llegar a bendecirte en el paraíso.
Pero creo, Señora, lo que dicen los Santos, que no desamparas a quien recurre a ti; y que sólo se
pierde quien a ti no acude. Yo miserable, recurro a ti, y en ti pongo todas mis esperanzas.
Jaculatoria: “Esta es mi confianza, ésta la razón toda de la esperanza mía” (San Bernardo).
Si la voz de María bastó para santificar al Bautista y llenar del Espíritu Santo a Isabel, ¿a qué
santidad tan elevada no subiría la bellísima alma de José, conversando por espacio de tantos años
con la Madre Dios? Y si María es la dispensadora de todas las gracias que Dios concede a los
hombres, ¿con cuánta profusión no enriquecería de ellas a su castísimo Esposo?
Amado San José, tu que siempre te has distinguido y privilegiado en la participación de las
grandezas de María, alcánzame que también yo conozca sus virtudes para imitarlas y sus
esclarecidos privilegios para honrarla y amarla con todas mis fuerzas.
Visita 15
Jesús, fuego que inflama mi corazón
(Oración preparatoria: página…)
Un Padre, llamado Francisco Olimpo, visitaba al Santísimo y decía: “No hay nada en la tierra que
más vivamente encienda ese amor a Dios que el Santísimo Sacramento del altar”. Santa Catalina de
Siena vio en el tabernáculo una hoguera de amor, de donde brotaban torrentes de divinas llamas que
se esparcían por toda la tierra. Y se preguntaba cómo podía vivir la gente sin ese amor de Dios.
Haz, Jesús mío, que yo también descubra este amor, y que no te busque cosa alguna fuera de él.
Sería feliz encontrándote y, si al paso de mis años, te amara cada vez más. Inflama mi corazón para
darte cada día la respuesta que tú esperas de mi: “El Amor”.
Tú te sacrificaste en la cruz, te diste con mucho valor, yo deseo consagrarme a ti. Te regalo mi alma,
mi voluntad, toda mi vida. Este humilde sacrificio de saberme con tantas limitaciones me une a tu
sacrificio de la cruz y del altar. Acéptalo y dame la gracia de renovarlo todos los días de mi vida.
Son muchos los mártires que han muerto por ti. Te pido esa gracia. Si no soy digno, acepta al menos
este sacrificio: quiero aceptar tu voluntad cada día. Acepta mi vida, mi muerte, sea cual fuera y
cuando quieras. Te la ofrezco por amor. Anhelo, Señor, esta gracia.
Déjame, dulcísima Señora mía, que te llame con tu siervo San Bernardo: “Toda la razón de mi
esperanza”, y que te diga con San Juan Damasceno: “En ti he puesto toda mi confianza”. Tu me
has de alcanzar el perdón de mis pecados, la perseverancia hasta la muerte, y el ser liberado del
Purgatorio.
Todos cuantos se salvan obtienen por ti la salvación: tu, ¡oh María!, me has de salvar . Quien tú
quieras, se salvará. Quiero salvarme y me salvaré; y como das la salvación a cuantos te invocan, te
invocaré diciendo:
Pasó José -dice San Lucas (2, 4)- “desde Nazaret a la ciudad de David, llamada Belén; y María dio
a luz a su Hijo unigénito, y le envolvió en pañales, y le acostó en un pesebre." Considera aquí la
pena de José aquella noche en que nació el Verbo encarnado, viéndose, con María, echados de
Belén, y obligados a refugiarse en un establo.
¡Oh, Santo Patriarca!, por la aflicción que experimentaste viendo al recién nacido Niño tan pobre,
sin fuego y sin abrigo, te ruego que me concedas un verdadero dolor de mis pecados, pues ellos
fueron la causa de las amarguras de Jesús.
Jaculatoria: Haz, Santo mío, que imite la pobreza del Niño Jesús.
Visita 16
Jesús, el médico de los médicos...
(Oración preparatoria: página…)
Si los hombres acudieran siempre al Santísimo Sacramento para buscar remedio para sus males, no
se encontrarían tan débiles como se hallan. Jeremías se lamentaba diciendo: “¿Por casualidad hay
bálsamo en Galaad o no hay allí médico?”
Galaad, monte de la Arabia, rico en ungüentos aromáticos, simboliza, según San Beda, a Jesucristo
que tiene preparados en este Sacramento, todos los remedios para nuestros males. Parece que nos
dice Jesús: “¿Por qué se quejan de sus males cuando tienen en este sacramento al médico y el
remedio de todos ellos” “Vengan a mí los que se sienten cargados y agobiados porque yo los
aliviaré” (Mt 11, 25.). Digamos con la hermana de Lázaro: “Señor el que tú amas está enfermo” (Jn
11, 3).
Señor, tú me amas, y me siento destrozado por los pecados que he cometido. A ti acudo Jesús, mi
médico, para que me cures. Tu puedes curarme si quieres. “Sana mi alma porque pequé contra ti”
(Salmo 50). Llévame junto a ti, Jesús. Quiero estar unido a ti más que ser dueño de toda la tierra. En
este mundo sólo deseo: Amarte. Poco tengo que ofrecerte: mi vida está enferma por el pecado, pero
tú me sanas.
Si tuviera las riquezas de esta tierra, renunciaría a ellas por tu amor. Te entrego cuanto poseo:
Comodidades, gustos y hasta los consuelos espirituales. Haz que no me olvide que tengo un
compromiso contigo: “Amarte, cumpliendo cada día de mi vida, lo que tu me pides”.
Jaculatoria: Te amo bondad infinita, te amo más que a mi mismo y espero amarte para siempre. A
ti me entrego, ¡acógeme!.
Dijiste, Madre mía, a Santa Brígida: “Si el hombre verdaderamente arrepentido de cuanto hubiese
pecado se vuelve a mí, yo estoy pronta a acogerle. No miro la multitud de sus culpas, sino el
espíritu con que viene: no dejaré de atenderlo, de curar y sanar sus llagas; porque me llaman, y
soy verdaderamente, Madre de misericordia”.
Ya que puedes y deseas curarme, a ti acudo, médica celestial para que cures las innumerables llagas
de mi alma. Con sólo una palabra, que digas a tu hijo, quedaré curado.
Jaculatoria: ¡Oh, María, Madre mía, ten piedad de mí!
El Ángel del Señor se apareció en sueños a José, y le dijo: “Levántate toma al Niño y a su Madre, y
huye a Egipto”. ¡Oh poderoso Patriarca!, por tu pronta obediencia a la divina voluntad, consígueme
de Jesús la gracia de cumplir fielmente los divinos mandatos, y al mismo tiempo que en mi viaje
hacia la eternidad nunca pierda la amistad y compañía de Jesús y de María.
Visita 17
Jesús, nuestro consuelo
(Oración preparatoria: página…)
Para los amigos no hay mayor alegría que estar con las personas a quiénes se ama. Si amamos
mucho a Jesús, permaneceremos en su presencia. Cristo en el Santísimo Sacramento nos ve y nos
oye. Es bueno que lo acompañemos, que nos alegremos de su presencia, que lo amemos. Nuestro
deseo es que muchos amen a Jesús y le consagren sus corazones. Por lo menos nosotros démosle
nuestro afecto, de tal modo que sea él nuestro amor y nuestro único deseo.
¡Cómo no tener por dicha el morir por esta causa, defendiendo esta verdad de que tú estás presente
en este sacramento! Ahí me das a entender el cariño que me tienes Señor, sé que tú haces muchos
milagros; haz uno más atrayéndome del todo a ti. Me quieres para ti y te lo mereces.
Dame fuerza para que te ame con todo mi corazón. Que sepa dar testimonio de ti en el momento
oportuno y cuando me pidas, porque tu ternura no se agota. No quiero bienes. Mi único deseo y
aspiración es tu amor. Es lo que pido y pediré siempre.
Jaculatoria: Te amo, Jesús mío, haz que te ame siempre. Jesús, ¿podré amarte de verdad?
Cuánto me complace, Reina mía dulcísima, este hermoso nombre con que te invocan tus devotos:
¡Madre amable! Porque tu, Madre mía, sos sumamente amable y por tu hermosura se enamoró de ti
el mismo Señor. “El Rey deseó tu belleza”. Dice San Buenaventura que tu nombre es tan amable
para los que te aman, que sólo al pronunciarle u oírle pronunciar, sienten que se inflama y
acrecienta en ellos el deseo de amarte.
¡Oh dulce!, ¡oh piadosa!, ¡oh amabilísima María! ¡No es posible nombrarte sin que se encienda y
recree el afecto de quien te ama!. Justo es, pues, Madre mía amabilísima, que te ame. Mas no me
contento sólo con amarte, sino que deseo, ahora en la tierra y después en el Cielo, ser, después de
Dios, el que más te ame. Y si tal deseo es muy atrevido, cúlpese a tu amabilidad, y al especial amor
que me has demostrado; si fueses menos amable, menos desearía yo amarte.
Aceptad, pues, ¡oh Señora!, este mi deseo. Y como prueba de que lo has aceptado, consígueme de
Dios este amor que te pido, ya que tanto complace a Dios el amor que todos te tenemos.
Mandó Herodes que fuesen degollados todos los ninños de la jurisdicción de Belén. Mas Dios quiso
librar por entonces a su Hijo de la muerte, y envió un Ángel para avisar a José que tomase al Niño y
a su Madre y huyesen a Egipto. Y al punto José emprende aquel viaje largo y penoso.
Santo protector mío, por tu pronta y continua obediencia a la voluntad de Dios, consígueme la
gracia de obedecer puntualmente los preceptos divinos, y que en el viaje de esta vida no pierda
jamás la compañía de Jesús y María.
Visita 18
Jesús, quisiera permanecer en ti
(Oración preparatoria: página…)
“Verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con el poder y la plenitud de la gloria ”
(Mt 24, 30). Sin embargo, ahora en el tabernáculo; su poder, su plenitud, es reino de amor. Jesús,
entiendo, que has bajado para estar con nosotros en el Sacramento del Altar. Quisiera permanecer en
tu presencia. Es justo que me acerque a tu altar, agradeciendo la bondad que me tienes.
“En presencia de los ángeles te cantaré himnos. Te adoraré en tu santo templo y alabaré tu
nombre por la misericordia y verdad de tus promesas”. Jesús, en este Sacramento yo te quiero. Sé
que te amé muy poco. Haz, Jesús, que conozca la belleza y bondad de tu corazón.
Quiero amarte con toda mi alma y que de esa amistad brote el amor a mis hermanos. Dame aquí la
fuerza para servir afuera a mis semejantes, y así ayudar a que tu Reino llegue a todos. Dame la
gracia de contemplar tu bondad. Es mi deseo unirme cada día más a ti. Dame fuerzas, que me
ayuden a hacer siempre tu voluntad. Permanecer en ti, es la razón de mi alegría y de toda mi
existencia.
Jaculatoria: ¡Jesús, tú, que diste la vida por amor, dame más amor!
Así como aquellos enfermos pobres a quienes por su miseria todos abandonan, hallan su único
refugio en los hospitales públicos, así los más miserables pecadores, aunque todos los despidieren,
no se ven por esto desamparados de la misericordia de María, a quien Dios puso en el mundo con el
fin de que fuese el asilo y hospital público de los pecadores, como dice San Basilio. Y por esto San
Efrén la llama también el “refugio de los pecadores”.
Así, pues, si acudo a ti, Reina mía, no puedes desecharme por mis pecados. Antes bien, cuanto más
miserable soy, tanto más motivo tengo para ser acogido bajo tu protección, ya que Dios, para asilo
de los más miserables, quiso crearte. A ti recurro, pues, ¡oh María!: bajo tu mando me pongo. Tú,
que eres el refugio de los pecadores: sé, por lo tanto, mi refugio y la esperanza de mi salvación. Si
tú me desechas, ¿adónde acudiré?
Considera cuál debió de ser la pena de San José en la huida a Egipto, viendo cuánto sufrían su santa
Esposa, no acostumbrada a caminar mucho, con aquel amable Niño, que llevaban en sus brazos;
yendo fugitivos y temerosos de encontrar a cada paso los soldados de Herodes; y todo esto en lo
más crudo del invierno.
¡Oh, Padre adoptivo de Jesús!, por aquellos padecimientos que pasaste en el viaje a Egipto, dame
fuerzas para sobrellevar con perfecta paciencia y resignación todas las incomodidades e infortunios
que me sobrevengan en este valle de lágrimas.
Jaculatoria: ¡Oh, bendito José!, dame paciencia perfecta en todas las adversidades.
Visita 19
Jesús, mi mejor amigo
(Oración preparatoria: página…)
Podemos vivir felices ya que tenemos siempre a nuestro Dios hecho hombre con nosotros. Su
presencia nos acompaña afectuosa y compasivamente todos los días. ¡Qué consuelo es para un
pobre encarcelado tener un amigo cariñoso que vaya, hable con él, que le consuele, que le dé
esperanzas, que le ayude y procure alentarle en su desgracia! Nuestro amigo Jesús en este
Sacramento nos anima diciendo: “Estoy con ustedes todos los días”; he venido a propósito del cielo
para estar con ustedes, ayudarles y liberarlos.
Dios mío, te amo. ¡Gracias por quedarte en este Sacramento! Es mi deso visitarte con frecuencia.
Quisiera experimentar ese gozo que sintieron los santos con tu presencia. Dame esa gracia de
permanecer simpre ante ti, para adorarte y expresarte mi amor. Si me alejara de ti, ayúdame. Dame
ese deseo de buscarte, encontrarte y estar siempre cerca de ti. Mi corazón no descansará hasta que te
encuentre y te ame como el mejor amigo.
Jaculatoria: Jesús, mi Redentor, ¡Cómo no amarte siempre! Sé que aún me queda tiempo. Quiero
amarte de veras. Quiero amarte con todas mis fuerzas, Señor mío y Dios mío.
Dice el devoto Bernardino de Bustos: "Pecador, quien quieras que seas, no desconfíes; recurre a
esta Señora con certidumbre de ser socorrido, y la hallarás con las manos colmadas de
misericordia y de gracias. Y, sabes que más desea la piadosísima Reina, hacerte bien, que tú seas
socorrido por Ella."
Siempre doy gracias a Dios, ¡oh, Señora mía!, porque hizo que yo te conociera. ¡Pobre de mí, si no
te conociera, o si me olvidase de ti! Gran riesgo correría mi salvación. Pero yo, Madre mía, te
bendigo, te amo y confío en ti, y en tus manos pongo mi alma.
¡Oh, santo Patriarca!, por las fatigas y penas que sobrellevaste por amor de Jesús, te suplico me
alcances todas las gracias que necesito, para conformarme enteramente con los designios de la
adorable Providencia, y para conseguir la eterna gloria.
Visita 20
Jesús, fuente de perdón
(Oración preparatoria: página…)
“Como anhela la cierva estar junto al arroyo, así mi alma desea, Señor, estar contigo” (Salmo 42.
2).
Jesús en el Santísimo Sacramento es la fuente a la que se refería el Profeta. Está abierta a todos; si
lo queremos, podemos lavarnos y purificarnos de nuestros pecados. Cuando cometemos una falta,
acudamos al tabernáculo: ahí está Jesús.
Sí, Señor, eso quisiera hacer hoy: acudir a esta fuente que, no sólo me purifica, sino que también me
da luz y valor para no volver a caer. Sé que recompensas con abundantes gracias las visitas de los
que te buscan con sincero corazón.
Jesús, purifícame de todas las faltas que he cometido hoy. Me arrepiento, porque te ofendí. Dame un
corazón nuevo, sencible a tu presencia; dame fuerzas para no volver a caer y concédeme esa gracia
de ser fiel. Conocemos el testimonio de muchos Santos, que por muchas horas permanecían delante
del Santísimo. Si pasaban delante de una Iglesia, entraban a visitarte porque, Jesús eras su amigo, y
se quedaban todo el tiempo que podían para acompañarte.
Jesucristo, mi hermano, mi amigo, veo que has instituido este Sacramento de tu presencia, con el fin
de que te ame. Me has dado también un corazón capaz de amarte. Pero he sido ingrato. Perdóname
por no corresponderte. ¡Qué grande eres! ¡Qué débil soy! Nada sería si yo diera la vida por ti, ya
que tú has muerto por mí.
Jaculatoria: El libro del Cantar de los Cantares dice: “Mi amado es para mí, y yo para mi amado”.
Dios mío, ayúdame a cumplir siempre tu voluntad.
Reina mía dulcísima, piadosísima y amabilísima, ¡qué confianza tan hermosa me infunde cuando
acudo a ti! Me dice que no te detienes en examinar los méritos de los que recurren a tu misericordia,
sino que te ofreces para auxiliar a todos cuantos se dirigen a ti. De suerte que si yo te pido gracias,
tú me escuchas benignamente.
Esto es lo que te pido: pobre pecador soy, que merece mil infiernos. Quiero mudar de vida; quiero
amar a mi Dios, a quien tanto he ofendido. A ti me ofrezco por esclavo; a ti me entrego, miserable
como soy. Salva, te diré, a quien es tuyo, y ya no suyo. Señora mía, ¿me has oído? Espero que me
escuches y atiendas favorablemente.
Dice San Lucas que María dió a luz a su Hijo y lo recostó en un pesebre. Considera aquí la pena de
San José cuando se vió con María echado de Belén y obligado a retirarse a un establo, en que nació
el Verbo encarnado. ¿Cuál no sería su dolor cuando veía a su santa Esposa, próxima al parto,
temblar de frío en aquella gruta húmeda y abierta a todos los vientos?.
¡Oh Santo Patriarca! Por la aflicción que pasaste viendo al recién nacido Niño tan pobre y sin
abrigo, escuchando su llanto a causa del frío que sentía, te ruego que me consigas un verdadero
dolor de mis pecados, que fueron la causa de las lágrimas y padecimientos de Jesús.
Jaculatoria: Compasivo San José, consígueme de Jesús el perdón de todas mis culpas.
Visita 21
Jesús, fuerza de atracción
(Oración preparatoria: página…)
Como ciervos sedientos, los Santos, acudían a esta fuente. Con frecuencia se dirigían a esos lugares
donde estaba el Santísimo. Lo visitaban y pasaban noches enteras en el templo. Con tristeza veían
los palacios llenos de gente para hacer la corte a un hombre lleno de vanidad y orgullo. Mientras
tanto, se hallaban desiertas las Iglesias, donde habita el Hijo de Dios, que nos ama y nos quiere
acompañar.
Los religiosos tienen suerte, porque en su propia casa, cuando lo desean, pueden visitar al Señor en
el Santísimo Sacramento. Cristo a pesar de verme tan débil, tan pequeño ante ti, y de ser tan ingrato,
me invitas con bondad a encontrarme contigo. No quiero desalentarme por sentirme pecador;
conviérteme y ayúdame a seguirte siempre.
En las alegrías y en las penas no permitas que me aparte de ti. Dame la fuerza de tu amor. Jesús, mi
amigo, sólo a ti quiero amar, con todo mi corazón.
Llama Dionisio Cartujano a la Santísima Virgen: “La Abogada de todos los pecadores que a ella
acuden”. ¡Oh, excelsa Madre Dios!, ya que es oficio tuyo defender las causas de los reos más
delincuentes que a ti acuden, aquí estoy a tus pies.
A ti recurro, diciéndote con Santo Tomás de Villanueva: “Ea, pues, Abogada nuestra, cumple tu
oficio”. Te encomiendo mi causa. Verdad es que he sido reo de graves delitos a los ojos del Señor,
multiplicando mis agravios después de tantos beneficios y gracias como me ha concedido; pero el
mal, hecho está, y tu me puedes salvar. Basta que digas a Dios que tú me defiendes, y Él me
perdonará y me salvaré.
María y José sabían cuanto los profetas habían predicho de Jesús; y es de creer que hablarían muy a
menudo de su dolorosa Pasión y Muerte, meditándola con ternura. ¡Oh, padre compasivo!, por
aquellas lágrimas que derramaste pensando en la Pasión de Jesús, alcánzame continua y tierna
memoria de los dolores de mi Redentor; y por aquella santa llama de amor, que ardía en tú corazón,
haz que prenda por lo menos una chispa de él en mi alma, que con sus pecados tanto contribuyó a
los padecimientos de Jesús.
Jaculatoria: San José, protector mío, haz que el recuerdo de la pasión de Jesucristo me conforte y
anime.
Visita 22
Jesús, quiero estar contigo
(Oración preparatoria: página…)
Andaba la esposa del Cantar de los Cantares buscando a su enamorado, y como no lo encontraba,
iba preguntando: “¿Por casualidad han visto al que quiero yo?”. Entonces no estaba Cristo en la
tierra; pero ahora, si un hombre que lo ama, lo busca, lo halla siempre en el Santis’imo Sacramento.
El santo Padre Maestro, Juan de Avila, dec’ia que, entre todos los santuarios, lo m’as grato era
hallar una Iglesia con el Sant’isimo Sacramento. Amor perfecto de Dios, digno de amor infinito,
¿c’omo puedes, Se;or Jes’us, llegar a humillarte tanto que, para vivir con los hombres y unirte a sus
corazones, te rebajaste hasta esconderte bajo la forma de pan? Hijo de Dios, has sido tan paciente en
humillarte. Es que tu amor a nosotros no tiene l’imites. Siento olvidarme de ti sabiendo todo lo que
has hecho por m’i.
Ahora te quiero mucho, por encima de todo. Mis sentimientos son como los tuyos: T’u eres mi
Dios. Ay’udame a crecer continuamente en tu amor y a estar en tu presencia. Es mi deseo recibirte y
vivir en tu compa;ia. ser’ia ingrato de mi parte no escuchar tu amable invitaci’on. S’e que no
necesito pedir audiencia para hablar contigo, porque est’as dispuesto a recibirme siempre.
Se;or, no permitas afecto desordenado alguno en m’i. T’u eres mi ‘unico deseo, mi ‘unico bien, que
colma mis sue;os y mis aspiraciones. Dios de bondad, te amo. Que sepa experimentar tu amor.
Jes’us, acepta este buen deseo. ay’udame con tu gracia.
Jaculatoria: Haz, Se;or que sepa servirte filemente. A pesar de mis debilidades, haz que sepa
servirte con alegr’ia. jes’us, por encima de todo, te amo. Am’en.
Dulcísima Señora y Madre mía, soy un vil rebelde a tu excelso Hijo; pero acudo arrepentido a tu
piedad para que me consigas perdón. No me digas que no puedes, pues San Bernardo te llama la
“Dispensadora del perdón”. A ti, Madre, corresponde también ayudar a los que en peligro se
hallan; que por eso te denomina San Efrén, “Socorro de los que est’an en peligro”.
¿Y quién, Madre mía, necesita de socorro más que yo? Perdí a mi Dios y he estado ciertamente
condenado al infierno; no sé todavía si Dios me habrá perdonado; puedo perderle aún. Pero de ti,
que puedes alcanzarlo todo, espero todo bien: el perdón, la perseverancia, la gloria. Espero ser, en el
reino de los bienaventurados, uno de los que más ensalcen tu misericordia, ¡oh, María!, salváme por
tu intercesión.
Si los dos discípulos que iban a la villa de Emaús se sintieroninflamados de amor divino en los
pocos momentos que acompañaron al Salvador y oyeron sus palabras, ¿qué deberemos pensar de las
llamas de santa caridad que se encenderían en el corazón de José conversando por espacio de cerca
de treinta años con Jesucristo, acariciándole y recibiendo las caricias de aquel amado Niño?
¡Oh, afortunadísimo San José, que por tantos años tuviste la envidiable suerte de beber en la fuente
de la divina caridad! Alc’anzame amor fervoroso y perseverante hacia Jesús, que me haga
despreciar todo otro amor y me separe totalmente de las criaturas, para unirme estrechamente al
Sumo Bien.
Visita 23
Jesús,
(Oración preparatoria: página…)
Visita a María Santísima
Virgen querida, San Buenaventura te llama: :|”Madre de los huérfanos”; y San Efrén: “Refugio de
los huérfanos”. ¡Ay!, estos huérfanos miserables no son sino los pobres pecadores que han perdido
a su Dios. Yo, pues, recurro a ti, Virgen Santísima.
Perdí al Señor, mi Padre; pero t’u, que eres mi Madre, haz que vuelva a encontrarlo. En esta
inmensa desgracia te pido socorro; ay’udame. ¿Quedaré sin consuelo?. No, que Inocencio III me
dice de ti:
“¿Quién la invocó y no fue por Ella atendido?. Y ¿quién ha orado antes ti sin que le hayas
escuchado y favorecido? ¿Quién se ha perdido de los que acuden a ti?” Sólo se pierde el que a ti no
recurre. Así, pues, Señora mía, si quieres salvarme, haz que siempre te invoque y que en ti confíe.
A San José
La vida de José en presencia de Jesús y de María, era una continua oración, rica en actos de fe, de
confianza, de amor, de completa resignación a la voluntad divina, y de consagración entera de sí
mismo a la gloria de Dios.
Por eso el glorioso Patriarca, que después de María excedió en mérito y santidad a los demás
Santos, también los supera a todos en la gloria del Cielo. Santo Patriarca mío, alc’anzame que viva
siempre unido con Dios, resistiendo los asaltos del infierno, y que muera amando a Jesús y a María.
Visita 24
A María
Virgen poderosa: cuando me asalta algún temor acerca de mi salvación eterna, cuánta confianza
experimento con sólo recurrir a ti, y considerar, de una parte, que tu, Madre mía, eres tan rica en
gracias, que San Juan Damasceno te llama: “El amor de la gracia”; San Buenaventura, La fuente
de donde brotan juntas todas las gracias; San Efrén, “El manantial de la gracia y de todo
consuelo”, y San Bernardo, “La plenitud de todo bien”; y, por otra parte, considero que eres tan
inclinada a otorgar mercedes, que te crees ofendida, como dice San Buenaventura, de quien no te
pide gracias.
¡Oh, riquísima, oh sapientísima, oh clementísima reina! Comprendo que t’u conoces mejor que yo
las necesidades de mi alma, y que me amas más de lo que yo puedo amarte. ¿Sabes, pues, qué
gracia te pido hoy? Alc’anzame la que estimas más conveniente para mi alma; p’idesela a Dios
para mí, y así quedaré contento y satisfecho.
A San José
San José, después de haber prestado fieles servicios a Jesús y a María, llegó al fin de su vida en la
casa de Nazaret. Allí, asistido de Jesucristo, y de María, su Esposa, con una paz propia ya del
Paraíso, salió de esta miserable vida, con muerte tan inefablemente dulce y preciosa que, como
decía San Francisco de Sales: “murió San José por la fuerza del amor, como murió la Virgen, su
Esposa”.
Protector mío San José: mis pecados me han merecido, sin duda, una mala muerte; pero si t’u me
defiendes, no me perderé. Cons’igueme en la última hora particular asistencia de Jesús y de María.
Visita 25
A María
Dice San Bernardo que: “María es la celestial Arca en la cual nos libraremos ciertamente del
naufragio de la eterna condenación, si en ella nos refugiamos a tiempo”. Figura fue de María el
arca en que Noé se salvó del universal naufragio de la tierra. Pero Exiquio dice: “que María es un
Arca más amplia, más fuerte y más piadosa”.
Pocos fueron los hombres y animales que aquella recibió y salvó; mas esta nuestra Arca salvadora
recibe a cuantos se acogen bajo su pabellón, y a todos seguramente los salva. ¡Pobres de nosotros si
no tuviésemos a María! Y sin embargo, Reina mía, ¡cuántos se pierden! ¿Y por qué? Porque no
recurren a ti. Pues, ¿quién se perdería si a ti acudiese?.
A San José
San Bernardo, ponderando el poder de San José en dispensar gracias a sus devotos, se expresa así:
"A algunos Santos ha sido dado socorrer solamente en ciertos casos; mas no así a San José, que
puede prestar su socorro en cualquier necesidad, y defender a todos los que recurren devotamente
a ÉL".
Visita 26
A María
En ti, Madre nuestra santísima, hallamos remedio a todos nuestros males. En ti, dice San Germán,
“tenemos el apoyo denuestra flaqueza”. En ti, exclama San Buenaventura, “la puerta para salir de
la esclavitud del pecado”. En ti, nuestra segura paz. En ti, como dice San Lorenzo Justiniano,
“hallamos el alivio de nuestra miserable vida”. En ti,finalmente, hallamos la gracia divina y a Dios
mismo; y por eso San Buenaventura te llama: “Tronco de la gracia de Dios”; y Proco: “Puente
felicísimo por donde Dios, a quien nuestras culpas alejaron, pasa a habitar con su gracia en
nuestras almas”.
A San José
Escribe San Bernardino de Siena: “Es indudable que Jesucristo no ha olvidado en el Cielo la
familiaridad y el respeto que profesó enla tierra a San José; al contrario, es de, creer que estos
sentimientos de un verdadero hijo para con su padre son al presente más vivos y profundos."
Ayúdame, glorioso Patriarca, a alcanzar por tus súplicas el perdón de mis pecados, y la gracia de
borrarlos con digna penitencia. Ayúdame a amar mucho a Jesús y a María y alcánzame
especialmente la perseverancia final.
Visita 27
A María
Es María aquella Torre de David, de la cual dice el Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares que
está edificada con baluartes , y tiene mil defensas y armas para socorro de los que a ella acuden.
Tu eres, Virgen María, la defensa fortísima, como te llama San Ignacio Mártir, de cuantos se hallan
en el combate.
¡Qué asaltos me dan continuamente mis enemigos, para privarme de la gracia de Dios y de tú
protección, Señora mía amabilísima! Pero tú eres mi fortaleza; y no te desdeñas, según decía San
Efrén, de combatir por los que en ti confían. Defiéndeme, que en ti confío y espero.
A San José
Escribía Santa Teresa: "Es cosa que espanta los grandes favores que me ha hecho Dios, por medio
de San José, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma. No he conocido
persona que de verdad le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada
en la virtud. Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me creyere."
¡Oh, bienaventurado José!, alcánzame la gracia de imitaros en la vida espiritual; que aprenda a
conversar con Dios y glorificarle eternamente.
Visita 28
A María
Cuanto alivio siento en mis miserias, y cuánto consuelo en mis tribulaciones, y qué esfuerzo recibo
en la tentación, no bien pienso en ti e imploro tu socorro, ¡oh Santa y dulcísima Madre mía, María!
Sí; razón tienen, ¡oh, Santos del cielo!, en llamar a mi Señora: Puerta de atribulados; alivio de
miserias; consuelo de miserables; remedio de nuestro llanto, como decían san Efrén, San
Buenaventura y San Germán. Consuélame Madre mía; estoy lleno de pecados, cercado de
enemigos, tibio en el amor de Dios.
Consuélame, consuélame; y sea la consolación que me des el hacerme empezar una vida nueva, que
verdaderamente agrade a tú Hijo y a ti.
A San José
Por la gracia del Señor, no hay al presente cristiano alguno que no sea devoto de San José; pero
entre todos ciertamente reciben mayores gracias aquellos que más a menudo y con mayor confianza
se encomiendan a él. Pidamos, pues, gracias, que todas nos las alcanzará, siempre que sean útiles
para nuestra alma.
Amado San José, yo te elijo, después de María, como principal abogado y protector mío; por el
amor que tienes a Jesús y a María, admíteme por tu siervo perpetuo.
Visita 29
Jesús nuestro Pastor, por amor a tus ovejas no solamente aceptaste morir en la cruz, sino también
quisiste quedarte oculto en el tabernáculo de nuestras iglesias; así estás siempre junto a nosotros y
llamas a las puertas de nuestro corazón y entras en él.
¡Si yo supiera gozar de tu íntima compañía, como la Esposa del Cantar de los Cantares, que decía:
“¡A la sombra del deseado me senté!” Si yo te amará de verdad, no me apartaría jamás del Sagrario.
Descansando allí, te contemplaría en estos signos del pan, encontraria ese gozo que hallan los que te
aman. Es mi deseo y súplica pedirte pedirte que me hagas querer este Sacramento. Tú eres mi único
amor a quien quisiera entregar todo mi corazón y afecto.
Muchas personas que te visitan te hacen promesas, y yo me presento vacío ante ti. ¿Qué puedo
hacer? ¿No volver a visitarte? Yo sé que no me pides eso. Me presentaré así, tan pobre, y a ti te
pido esos dones que deseas de mí. Veo que te quedaste para llenar de amor a los pecadores y a los
que son despreciados o excluidos en este mundo por los hombres.
Quisiera empezar desde ahora. Te adoro, Jesús de mi corazón. Acudo a ti. Te presento mi pobreza.
Con este corazón quiero amarte; atráelo y únelo enteramente a tu cruz, porque allí nació el amor
definitivo, el perdón que nos hace comprender tu amor. Esa es tu voluntad.
También quisiera decir lleno de gozo, como tu amado discípulo: “estoy preso en las cadenas de tu
amor”. Úneme, Señor mía, a ti y haz que me desprenda de todas las cosas y hasta de mí mismo para
hallarte a ti solo. Te amo, Jesús, en este Sacramento, me entrego a ti, me uno a ti. Haz que te
encuentre, que te ame de verdad y que no me aparte jamás de ti.
Llavame, llevame; si resisto, llevame a la fuerza. Con los dulces atractivos de tu caridad, obliga
cuanto puedas a mi alma, a mi rebelde voluntad, para que deje las
criaturas, y busque sólo a Dios y su voluntad santísima.
91Mostrad al Paraíso cuán poderosa sois. Mostrad, entre tantos
prodigios, esta otra maravilla de vuestra misericordia, uniendo
enteramente con Dios a quien tan lejos de Dios estaba.
Jaculatoria. ¡Oh, María, podéis hacerme santo; de Vos lo
espero!.