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El hogar del tiempo y su felicidad.

Acto I: La criatura que buscaba felicidad.


Entre los dioses existen aquellos que se encuentran en la cima de todos, el poder
que concentran es vital para la existencia misma. La deidad del tiempo era uno de
ellos, pero a diferencia de otros de su mismo rango era curiosa y anhelaba
caminar junto a la humanidad, conocer sus penas, brindarles sanación, compartir
su alegría y regalarles sabiduría.
Decidió entonces descender del suntuoso hogar de los dioses, Celestia. Su
llegada quedó marcada por un bello lago que su exorbitante poder había creado;
el impacto alarmó a los animales cercanos y atrajo al que pronto se convertiría en
su más preciada compañía, el Arconte Anemo.
La amistad que formaron fue prospera para la humanidad, pronto se levantaron
templos en su honor. Los hijos de la libertad disfrutaban de los regalos que ambos
les brindaban mientras ellos creaban memorias juntos.
Cerca del templo de los mil vientos, entre los grandes mares de Teyvat fue donde
un santuario al tiempo se construyó. Encontró su nuevo hogar, pensó que nada
malo pasaría y que su amistad con el Arconte Anemo permanentemente le
brindaría felicidad.
¡Oh! Crueles hilos que tejen el destino, les entregamos la esperanza, alzamos
plegarias para ser escuchados, derramamos lágrimas por tu juicio; pero tus planes
son inesperados para todo ser que habita el universo. La palabra final fue
anunciada, un castigo para aquellos que desobedecen las reglas de lo divino.
Una voz escuchó, la conocía muy bien. “Tus deseos serán tu condena”.
Corrió hasta que su cuerpo no pudo más, alterada llamó el nombre de su único
amigo, pero nada ni nadie rompió el silencio que como nunca antes terror le
ocasionaba. “No haz de temer, él ahora duerme…” “Fue su decisión”.
La voz repetía estas palabras mientras ella buscaba escapar del tormento, se
dirigió al lugar donde creó sus más sagradas memorias, en su interior todos sus
sentimientos se desbordaban mientras su mente ansiando la calma.

Acto II: Y entonces reinó la destrucción…


“Paimon, debiste haberte quedado” ¡No! Con que derecho mencionaba ahora su
nombre. La ira lleno de a poco su corazón, exigió entonces que la dueña de esa
voz se mostrara ante ella.
La diosa ahora ante sus ojos estaba molestaba, Paimon sabía perfectamente que
fue lo que ocasionó aquella reacción y la culpa remplazó a la ira dentro de ella.
Con un movimiento la diosa destruyó aquel templo, aquel lugar que ella consideró
tesoro. “Tu lugar es con nosotros”. ¿Quién querría volver a un lugar donde se
sentía miserable? Todo ahí arriba se trataba de poder, una lucha constante, en la
que ella no tomaría partido. El tiempo aunque pocos lo recuerdan, es sabio, un
sabio que atesora el arte del saber, el arte del sentir, el arte del compartir, más
que cualquier otro poder.
“No volveré contigo, despójame del poder divino si así lo deseas, ¡pero no volveré
a ese lugar!
“¡Blasfemias!” Sintió un dolor punzante, fue lanzada por los aires y lo último que
vió fue ese hermoso lugar ahora destruido, donde las memorias con su amigo
estarían por la eternidad guardadas.

Acto III: Las heridas con el tiempo sanarán.


Cayó al mar, lo último que escuchó fue esa cruel voz pronunciando sutilmente “No
te preocupes, te olvidará” “Olvidarás” y entonces fue mecida suavemente por las
olas mientras su conciencia se perdía en las oscuras profundidades.
Un largo tiempo permaneció ahí abajó, mientras todas sus memorias
desaparecían junto a las corrientes; el mar purificó su corazón, un poco de la
inocencia que hace mucho perdió ahora regresaba. Sintió su cuerpo más ligero,
más pequeño.
Pronunció un último deseo, antes de reiniciar toda su vida por completo. “Si el
destino tiene un poco de compasión, por favor déjame acompañar a alguien una
vez más…Quiero volver a sentir esa calidez, por favor…solo una vez más”
Y así todo volvió a ser oscuridad. Por un largo, largo tiempo.

Acto IV: Un pez bastante apetitoso.


Sintió que algo la jalaba, en un rápido movimiento se encontró en la superficie de
nuevo, recuperó su respiración y miró a su salvador.
—¡Gracias por salvar a Paimon!— Alegremente pronunció.
—Eres un pez bastante raro, me pregunto que sabor tendrás— Las palabras de su
salvador no eran para nada reconfortantes.
—¡Paimon no es comida!— No quería terminar siendo un delicioso platillo, pero
ahora que mencionamos platillos…a Paimon le ha dado hambre.
Una nueva aventura para nuestra pequeña amiga había comenzado, un viajero
necesitaba de su ayuda y ella era la guía perfecta. Le enseñaría todo lo que
recordaba de ese mundo. Encontraremos a la familia del viajero, Paimon lo
promete.

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