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Analizando la evolución comparada desde mediados del siglo XIX del producto real por habitante en España y en
otros países europeos occidentales (Inglaterra, Francia y Alemania), podemos sacar tres notas importantes:
a. El retraso relativo de la economía española en relación con dichos países en el curso de industrialización, el
cual se caracteriza por la distancia que separa las condiciones materiales de vida en España de las que han
prevalecido en dichos países. En síntesis, “la convergencia real (nivel de bienestar expresado en renta por
habitante) de España con Europa ha sido en el curso del tiempo tardía y sigue siendo aún incompleta”
b. Los niveles comparados de renta por habitante sitúan a España entre otros países meridional-periféricos
europeos, (como Italia, Portugal y Grecia), formando con ellos un subconjunto que permite hablar de una
variante mediterránea de industrialización.
Los rasgos diferenciadores de este grupo de países (España, Italia, Portugal y Grecia) eran:
La economía italiana se caracterizaba por un brioso comienzo del siglo XX y su brillante segunda mitad.
La economía española por un prolongado hundimiento desde los años treinta hasta muchos años después.
Portugal y Grecia tenían una evolución estancada o plana durante un largo periodo de tiempo y un fuerte
crecimiento económico en la segunda mitad del siglo XX.
Por su parte, sus rasgos comunes fueron como:
Los cuatro han presentado (a lo largo de la industrialización) niveles de renta por habitante inferiores a la
media del otro grupo potente (Alemania, Francia e Inglaterra).
El siglo XIX fue para los cuatro un siglo de desaprovechamiento para reducir sus distancias respecto de los
países más adelantados en el desarrollo de la modernización económica.
Los cuatro se sumarian con fuerza a la enérgica onda expansiva posterior a la segunda guerra mundial, con
un escalonamiento entre ellos que reproduce la graduación en los respectivos niveles de crecimiento. En el
caso español, es el decenio de los 1960 cuando conoce su crecimiento económico.
Entre las causas de la lenta modernización económica de esos países mediterráneos europeos durante el siglo XIX,
resaltan:
Especiales condicionamientos geográficos, historia política y militar.
La desigual distribución de la propiedad agraria con sus ineficientes practicas productivas.
La inadecuada organización financiera del estado.
La falta de tradición empresarial en determinados círculos y regiones.
Y la escasa inversión en capital físico, tecnológico y humano, hasta con dobles tasas de alfabetismo en
relación con Francia o Bélgica.
Dichos países, durante la segunda mitad del siglo XX, empiezan a asimilar los impulsos al crecimiento provenientes
del exterior: flujos comerciales, y capital y tecnología extranjeros, así como corrientes masivas de emigrantes hacia
los mercados de trabajo centroeuropeos y de turistas provenientes mayoritariamente de esa misma Europa
occidental-atlántica.
c. La imposibilidad de tener a la experiencia española por atípica en el marco europeo. España, que es un país
de la Europa mediterránea, comparte las principales señas de identidad del conjunto continental.
Desde mediados del siglo XX, España vuelve a reproducir los tramos diferenciables en el conjunto. Primero, el fuerte
auge hasta principio de los setenta. Luego la etapa de crisis económica y políticas de ajuste entre los decenios 1970 y
1980. Después en los años noventa, que se caracteriza por las fases de recuperación, expansión, desaceleración y
recesión de todas las economías europeas. Y finalmente, el último quinquenio de los noventa con un crecimiento
notable en toda Europa occidental, y hasta 2008 con la entronización del euro como moneda única en UE.
Aquí destacan dos periodos de la economía española: el peor de los periodos fue 1935-1950, cuyo producto real per
cápita fue -0.6 (peor que todos los países comparados), y el mejor para la economía española fue 1950-1975, cuyo
producto real per cápita (5.3) superaba al de todos los países comparados, incluso USA.
2. En los decenios de 1850, 1860 y 1870, resulta decisiva la conformación de algunas de las bases materiales
que permitirán la ampliación de las capacidades productivas de la economía española, gracias a la entrada de
capitales, técnicas y proyectos empresariales procedentes del extranjero. Los cuales impulsan la construcción
de la infraestructura ferroviaria, la explotación a gran escala de recursos del subsuelo, la formación de una
red de entidades bancarias sensibles a la inversión industrial y ciertas innovaciones en el campo de la gestión
y la organización empresarial.
Otra extensa revisión del marco jurídico-mercantil animará tanto los movimientos de los inversores extranjeros
como las propias iniciativas domesticas: la Ley de Ferrocarriles, la Sociedades Anónimas de Crédito, la de Banco
de Emisión; hasta enlazar con las novedades legislativas de la revolución septembrina: Ley de Bases de la Minería
de 1868, Arancel Figuerola en 1869 y de ese mismo año la Ley de Sociedades Anónimas otorgándose también a
la peseta su condición de moneda nacional de curso legal.
Con el tendido ferroviario se abrirá definitivamente un capítulo crucial en la formación del mercado nacional en
el territorio peninsular español. Mientras no se dispuso de ese medio de transporte, el relieve y los accidentes
geográficos imposibilitaban la división del mercado interior en compartimientos más o menos estancos : una
agregación de células rurales aisladas, con un tráfico insignificante entre ellas.
La red ferroviaria en España acabó siendo una condición necesaria (aunque no suficiente) para la efectiva
articulación unitaria del mercado nacional. Su contribución resultó transcendente; siendo desde luego muy
apreciable el ahorro social que reportó al sistema económico ese nuevo medio de transporte.
3. La marcha hacia el proteccionismo terminará situando en primer plano la conquista por parte de la
producción española de ese mercado nacional con ampliadas posibilidades de comunicación interior. Dicho
proteccionismo fue causado por “la crisis agraria iniciada por las importaciones masivas de cereales
americanos y rusos, hundiendo los precios y las rentas de los agricultores europeos occidentales”. “La
extensión de las superficies de cultivo en USA y Rusia, y las revolucionarias innovaciones en los transportes
sumaran sus efectos competitivos frente a los bajos niveles de rendimiento de la agricultura española”.
La vía nacionalista del capitalismo español quedara en todo caso ya afirmada desde los últimos compases del siglo
XIX, restando probablemente capacidad de crecimiento, al mantener muy reducida la integración de la industria en
los mercados exteriores.
Desde la perspectiva tradicional, la difusión de la actividad productiva también es muy notable: Madrid se afirma en
su condición de capital industrial, además de administrativa y financiera y como centro de las nuevas redes de
transporte. La industria valenciana también se renueva alcanzando variedades de producción, lo mismo ocurre con
los núcleos industriales de Guipúzcoa, Santander, Zaragoza, Valladolid, etc.
Desde el punto de vista de los proyectos de inversión, de la creación de empresas y del movimiento asociativo
patronal:
La tasa general de inversión crece hasta cifras próximas a los niveles medios europeos.
Se multiplican las iniciativas fundacionales de sociedades mercantiles con predominio de las sociedades anónimas.
Se intensifican las relaciones interempresariales a través de vínculos personales o institucionales.
Y se avisa el proceso de asociacionismo patronal, tanto con base sectorial como por razones del domicilio
civil.
En síntesis, con la segunda revolución tecnológica, (entre la 1GM y el final del decenio 1920) se perfila una primera
España económica del siglo XX, reduciendo la distancia respecto de los estándares europeos occidentales.
2. El corte provocado por la Guerra Civil (1936-1939) y los dos lustros posteriores es tajante. Así se inicia otro
colapso económico de la economía española, extendiendo otra vez la distancia con los demás países
europeos en términos de bienestar económico.
Después de la Guerra Civil es cuando se ponen limitaciones últimas de la variedad del nacionalismo económico que
acaba conformando en España la superposición de medidas frente a la competencia exterior, políticas de apoyo o
auxilio a la industria nacional, y disposiciones reguladoras y de ordenación sectorial o general de los mercados. Un
sistema de protección e intervención que aspirara al autoabastecimiento nacional. Aun con todo, España no supo
aprovechar ni los beneficios de su neutralidad ni del programa paneuropeo de la reactivación posbélica (Plan
Marshall).
3. Durante el decenio de 1950 (y sobre todo 1960 y primeros de setenta) España alcanza grandes ritmos de
expansión, recortando de nuevo su distancia con otros países europeos.
Así nace una tercera España económica que afirmase, al tiempo que gana en apertura y convergencia, el proceso de
cambio económico y social anticipado en el primer tercio del siglo: disminución de la población activa agraria,
creciente urbanización, extensión y renovación del tejido industrial y despunte de lo que será después un proceso de
terciarización. En particular, los años sesenta y primeros setenta, subida la economía española a la ola de prosperidad
que se difunde por Europa occidental, trate entonces de pagar el menor peaje político posible, desembocando en
ese final dramáticamente simbólico del franquismo, con renovadas medidas represivas y el derrumbe de los
indicadores económicos a lo largo de 1975. Como fuere, la economía, la sociedad y la cultura españolas del final del
régimen franquista, profundamente transformadas, estarán prestas a abonar el terreno del cambio político que
consumaría la transición a la democracia.
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CONCEPTOS BÁSICOS
Crecimiento económico moderno. En la acepción de Kuznets, de general aceptación, «un incremento
sostenido del producto per cápita o por trabajador, acompañado muy a menudo de un aumento de la
población y casi siempre de reformas estructurales»
Revolución industrial. Del modo más simple, ya que se trata de una expresión sujeta a una gran controversia
interpretativa, puede definirse como el conjunto de innovaciones tecnológicas y de organización de la
producción —esto es, tecnológicas en sentido amplio— que, unidas a otras de carácter social e institucional
—«modernización»—, promueven la ampliación de las capacidades productivas y la emergencia de las
categorías propias del primer capitalismo industrial. Un proceso cuya característica más distintiva ha sido el
aumento, amplio y sostenido, de los ingresos reales per cápita.
First comers, early starters/late comers, late joiners. Términos que distinguen a los países (Francia, Bélgica,
Estados Unidos) que siguieron con relativa prontitud, a lo largo del siglo XIX, el camino de la revolución
industrial trazado por Gran Bretaña desde las últimas décadas del setecientos, de aquellos otros que se
rezagaron, como Alemania, Italia, Rusia, Japón o España.
Convergencia económica. Expresado del modo más simple, se refiere a la reducción de las diferencias
económicas, comúnmente medidas en términos de renta per cápita (convergencia real), entre unos y otros
países o regiones.
Paridad de poder adquisitivo. La necesidad de homogeneizar los cálculos de renta, en particular a la hora de
realizar comparaciones internacionales, requiere reducir el valor de las monedas nacionales de cada país a
una unidad común de medida que exprese su auténtica paridad. Y, más que los tipos de cambio, sujetos a
múltiples distorsiones, se prefieren las paridades de poder adquisitivo (o de compra, PPC en español, PPP en
sus siglas inglesas), calculadas, a modo de un índice de precios internacionales, como un cociente entre los
precios de distintos países, correspondientes a una cesta común de consumo, de manera que reflejen la
capacidad de compra de bienes y servicios dentro de cada uno de ellos.
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Se pueden distinguir cinco etapas atendiendo a la tasa media de crecimiento alcanzada en cada una y al avance en el
proceso de integración en la Europa comunitaria:
La primera, de rápido aumento del PIB per cápita y de convergencia con la media europea, comprende
el decenio de 1960 y la primera parte de 1970: son los años del crecimiento industrial acelerado, con
una importante apertura al exterior y la inversión extranjera.
La segunda, de crisis económica y de divergencia con Europa en cuanto a la evolución de la renta per
cápita, se extiende entre 1975 a 1984, contempla simultáneamente profundos cambios en el escenario
económico internacional y cambios institucionales internos de alcance derivados de la transición política
a la democracia.
La tercera, desde 1985, coincide con la incorporación de España a la UE, y muestra un perfil evolutivo
del PIB per cápita ya muy semejante al de los países comunitarios.
La cuarta, desde mediados de 1990 hasta 2007, se caracteriza por la combinación de un apreciable ritmo
de crecimiento de la renta per cápita con una notable estabilidad macroeconómica , debido al ajuste en
el funcionamiento del euro.
La quinta, iniciada desde 2008, es de profunda recesión, consecuencia de los desequilibrios creados en
la etapa anterior, especialmente durante sus años finales, así como de la honda crisis financiera
internacional que estalla en 2007.
3. En comparación con los países comunitarios, las tres crisis que se han producido durante el periodo estudiado
tuvieron mayores efectos sobre la economía española. Hablamos de la crisis petrolífera de los 1970, la de
1993 y la actual, iniciada en 2008.
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4. Las fluctuaciones que se producen en cada una de las cuatro grandes etapas consideradas poseen un
carácter más marcado en España. Las mayores fluctuaciones del PIB español son en parte la consecuencia
del intenso proceso de liberalización política en España durante el periodo estudiado. En particular, merecen
resaltar las etapas de mayor expansión, relacionadas con tres grandes momentos de apertura al exterior
(final de la autarquía, ingreso tardío en la UE y adopción del euro), que suscitaron ex pectativas muy
favorables en los agentes económicos, al clarificar su futuro y orientarlo hacia objetivos compartidos por el
resto de los países comunitarios. En cambio, las etapas recesivas se han agravado con frecuencia debido a las
rigideces en los mercados y en el marco institucional antes aludidos.
2. La apertura comercial al exterior o la exposición a la competencia externa , que puede ser medida a través del
peso de las exportaciones, de las importaciones o de la suma de ambas en el PIB. Transformación impulsada
por la necesidad de aprovechar las ventajas de especialización que el comercio exterior, que favorecen la
eficacia del proceso productivo y la capacidad de crecimiento. La economía española partía en 1960 de un
nivel inferior de exposición a la competencia externa para conocer después un proceso de apertura más
rápido, hasta alcanzar al final del decenio 1990 el nivel de países como Alemania y Francia, que han formado
parte de la UE desde el fundacional Tratado de Roma de 1957.
3. La ampliación de los recursos públicos, o la mayor importancia de las AAPP, que puede ser medido por el
aumento de peso del gasto público en el PIB. Si bien una parte del gasto público ha estimulado la
productividad del sector privado, favoreciendo la acumulación de capital en sus diversas formas, la vertiente
de los recursos públicos que ha revelado mayor dinamismo ha sido la de transferencias, favorecedoras del
consumo, en lugar de la inversión, dado que los perceptores de subsidios poseen en la mayoría bajos o
moderados niveles de ingresos. Una mejor combinación de efectos productivos y distributivos del gasto
público se habría logrado con un mayor impulso de las infraestructuras sociales, en particular de la
educación.
4. La mayor equidad en la distribución de la renta, en sus tres vertientes: funcional, personal y espacial . En la
vertiente funcional, se observa un rápido aumento inicial de la proporción del PIB que corresponde a la
remuneración de los asalariados. El aumento de la equidad es más claro en la óptica de la distribución
personal. El peso de la renta acumulada en el décimo (decila) de población con más riqueza desciende en
todos los países. En España, tras un empeoramiento en la distribución durante los decenios de 1950 y 1960,
se produce una mejora desde entonces, sobre todo en el decenio 1980. En la vertiente espacial también ha
habido mayor equidad en muchos países europeos (no solo España). Midiendo esta mejora a través del
coeficiente de variación de la renta per cápita entre regiones, España pasa de tener unos valores más altos
de UE en 1960 a alcanzar otro más semejante al de los países más avanzados. En todos los países europeos,
esta mayor equidad espacial va acompañada de una concentración de la producción y de la mano de obra en
determinadas regiones, lo que implica una elevada emigración interregional. El avance en la equidad de
distribución de la renta ha favorecido el crecimiento de la economía española, al asegurar la vertebración
social y la estabilidad institucional, factores imprescindibles para una eficaz asignación de los recursos.
5. La quinta transformación estructural de relieve, la más reciente, reside en el rápido y pronunciado
incremento de la población inmigrante. En marcado contraste con otros países europeos, en España apenas
había inmigrantes en 1990 (0,9 por 100 de la población total). Sin embargo, desde esta fecha, y
particularmente desde 1995 hasta el comienzo de la crisis en 2008, su número se incrementó muy
rápidamente, alcanzando al final del periodo un volumen equivalente al 14 por 100 de la población española,
el nivel más alto de la Unión Europea, aunque algunos otros países tienen un mayor número de
descendientes de inmigrantes. La entrada de inmigrantes ha favorecido el aumento de la población en edad
de trabajar y del empleo, impulsando el PIB al alza de forma muy sensible. Además, los beneficios fiscales de
este importante cambio estructural parecen haber sido más elevados que los costes fiscales y sociales
asociados (véase el capítulo 12). Adicionalmente, deben anotarse otros beneficios de orden social y cultural.
y su tasa de variación puede calcularse, de forma aproximada, por la suma de las tasas de variación de ambas ratios.
Esto no significa, sin embargo, que el crecimiento pueda lograrse indistintamente por cualquiera de estas dos vías, ya
que existen límites para el aumento de la proporción de población empleada, derivados de factores demográficos,
culturales y sociales. Además, dicho aumento requiere la ampliación de la capacidad de producción que, a su vez,
depende de la eficiencia con la que se producen los bienes y servicios, base de la competitividad de una nación en el
mercado internacional. La productividad del trabajo aparece, así, como la pieza clave del crecimiento económico.
Solo un crecimiento basado en ella permite el incremento del salario real y de la renta familiar.
El cuadro 2 muestra en sus dos primeras columnas la estrecha relación esperada entre el aumento del PIB per cápita
y la productividad del trabajo para un conjunto de países desarrollados y para todo el largo periodo aquí estudiado.
También deja ver, en la tercera de las columnas, una estabilización, cuando no una reducción, del empleo per cápita
en la mayoría de los países comunitarios, en contraste con Estados Unidos. No obstante, la consideración de un
periodo tan amplio como un todo homogéneo resulta engañosa. La distinción del periodo posterior a 1985, al que se
refieren los datos de las tres últimas columnas del cuadro citado, permite observar que todos los países comunitarios
contemplados cambian su pauta de crecimiento a lo largo de la década de 1990, aumentando sensiblemente su
capacidad de generación de empleo, al contrario que Estados Unidos. España e Irlanda ejemplifican y protagonizan
este cambio de modelo, pues si destacan por la reducción de su empleo por habitante en los primeros años, también
lo hacen por el aumento de este en los años más recientes.
Las diferentes dinámicas según los países en el empleo per cápita guardan relación con la también dispar evolución
de un factor demográfico clave, la proporción que representa la población en edad de trabajar (PET) en el total de la
población, a su vez dependiente de la natalidad en los años anteriores. En efecto, el empleo per cápita no es sino el
producto de la tasa de empleo (empleados/PET) por la proporción de población en edad de trabajar (PET/Población).
El cuadro 3 muestra que el ascenso de la población en edad de trabajar fue más intenso en Estados Unidos, que en la
Europa Occidental durante los decenios de 1960 y 1970, así como que en los países europeos menos desarrollados,
España e Irlanda en particular, ese ascenso fue algo más tardío y se prolongó durante bastante más tiempo. Esto
último se debió a un retraso en el baby boom y a una posterior e intensa entrada de inmigrantes.
Así pues, en el segundo de los periodos considerados en este análisis, el comprendido entre 1985 y 2018, España ha
seguido creciendo más que la UE-15, pero lo ha hecho siguiendo pautas radicalmente diferentes a las del periodo
anterior, elevando sustancialmente el empleo per cápita, para absorber un volumen creciente de población en edad
de trabajar, y logrando un avance muy modesto en la productividad del trabajo. De esta manera, la diferencia en el
aumento anual medio del PIB per cápita con la Europa comunitaria ha pasado de siete décimas, antes de 1985, a tan
solo tres, en el periodo trascurrido desde entonces. A tenor de la importancia que se ha atribuido aquí a la
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productividad del trabajo en el desarrollo de los países, el cambio brusco que ha experimentado su avance en España
constituye un aspecto crucial del análisis del crecimiento económico español, al que se dedica el apartado siguiente.
Por otra parte, el PIB per cápita y la productividad del trabajo han mostrado en España, ya desde 1970, divergencias
notables en su evolución, que no tienen paragón en las primeras potencias europeas (Gráfico 3). Ello se debe a tres
factores. El primero, la importancia ya señalada del cambio demográfico; el segundo, la dificultad para absorber la
oferta creciente de trabajadores en actividades y empresas de elevada productividad, y el tercero, la peculiar
organización del mercado de trabajo español, que concentra su flexibilidad en la contratación temporal, de fácil
ajuste en momentos recesivos.
Así, en los años de expansión que han seguido a la entrada de España en la Europa comunitaria, el PIB per cápita ha
mostrado un crecimiento sensiblemente más intenso que la productividad. Lo contrario ha ocurrido en las etapas de
crisis, en las que el empleo por habitante se ha reducido, haciendo aumentar más la productividad que el PIB per
cápita. Los salarios reales —y los márgenes empresariales de los sectores más protegidos de la competencia— se han
resistido en estas ocasiones a suavizar su crecimiento, impulsando al alza la productividad del trabajo a través de un
costoso proceso de descenso en el empleo, que ha implicado la desaparición de los establecimientos productivos
más débiles. Este comportamiento anticíclico de la productividad del trabajo en España durante las crisis es
enormemente singular entre los países avanzados.
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16.000 euros en los 58 años considerados (siempre a precios de 2010), lo que supone un 32 por 100 del
aumento realmente experimentado.
En lo que respecta a la contribución del capital humano, resulta más difícil de estimar, pues además de
mejorar el rendimiento del trabajador, este capital influye también indirectamente sobre la creación y
difusión de progreso tecnológico. No obstante, puede tratar de aproximarse tan solo su efecto directo,
partiendo del mejor indicador disponible, el número medio de años de estudio de la población ocupada, que
en España aumentó de 5,3 en 1960 a 12,0 en 2018. El impacto de esta importante variación sobre la
productividad del trabajo sería de 7.000 euros más, eligiendo la opción más conservadora, es decir, de un 15
por 100 del aumento total conseguido.
Como consecuencia, a la Productividad Total de los Factores corresponde la proporción más importante del
incremento logrado en la productividad del trabajo, 27.000 euros, un valor muy apreciable, que supone el 53
por 100 del total.
Finalizada la fase de industrialización de la economía española, el aumento en el stock de capital físico se ralentizó
sensiblemente, pasando de crecer a una tasa anual media por encima del 4 por 100, antes de 1985, a hacerlo a otra
en torno al 2 por 100 en los últimos treinta años, aun cuando estos han registrado un aumento algo artificial del
empleo, asociado a la expansión excesiva del sector de la construcción. Con todo, esta evolución puede ser
considerada como normal, en lo sustancial, clara expresión de la significativa dimensión alcanzada ya por el stock de
capital de la economía española y, por consiguiente, de la dificultad de aumentarlo sin incrementar de forma
apreciable la tasa de inversión sobre el PIB (el peso que representa sobre este la formación bruta de capital fijo), que
se ha mantenido relativamente estable —en torno al 23 por 100— en el periodo estudiado, un valor por encima de la
media comunitaria. Debe resaltarse, no obstante, que en los primeros años del siglo actual, este valor fue
ascendiendo hasta alcanzar el 30 por 100 en 2007, fruto de la elevada inversión realizada en inmuebles.
Supóngase que esta función adopta, entre las posibles formas matemáticas, la conocida como Cobb-Douglas, en atención a los dos economistas que analizaron
por primera vez sus propiedades. Su expresión es la siguiente:
α β (1−α )
Y=A. K .h . L
onde Y es el producto, K el capital físico total, h el capital humano por trabajador y L el trabajo no cualificado; α y β son parámetros que representan la
elasticidad del producto respecto del capital físico y humano respectivamente (la variación porcentual del producto que origina una variación porcentual del
capital), y A es la productividad total de los factores (PTF), un multiplicador de la contribución al producto de la combinación de factores utilizada, que es función
del progreso técnico. El que los exponentes del capital físico y del trabajo en la función sumen 1 supone la existencia de rendimientos constantes de escala en
estos factores tradicionales.
Si ahora se dividen ambos miembros de la función propuesta por L y haciendo Y/L = y; K/L = k: resulta:
α β
y= A .k h
donde la productividad media del trabajo (y) depende del capital físico por trabajador, del capital humano por trabajador y del nivel de eficiencia y progreso
técnico (A).
Si se transforma la expresión anterior en tasas de variación, tomando logaritmos y diferenciando respecto al tiempo, se obtiene que la tasa de crecimiento de la
productividad del trabajo es igual a la del capital físico por trabajador multiplicada por α más la tasa de variación del capital humano por trabajador,
multiplicada por β, más la tasa de variación de A, esto es:
dLn y/dt = dLn A/dt + αdLn k/dt+ βdLn h/dt ŷ = Â + αkǩ + βĥ
Calcular  resulta muy fácil si se conocen α y β, ya que puede disponerse de información acerca de y (PIB por empleado), k (stock de capital físico por empleado) y
h (años medios de estudio). Basta entonces despejar su valor, que resulta ser:
 = PŤF = ŷ - αkǩ – βĥ
Puede demostrarse que, si se supone que los mercados son perfectamente competitivos, los valores de α y β coinciden con las participaciones en el PIB de la
remuneración del capital físico —excedente bruto de explotación menos la parte salarial incluida en las rentas mixtas— y del capital humano —masa salarial que
excede al salario de no cualificación (salario mínimo)—, valores que pueden ser estimados a partir de las Cuentas Nacionales y que en las economías
desarrolladas se sitúan en el entorno de 0,4. Algunas estimaciones alternativas, usando métodos econométricos, obtienen valores bastante más elevados para el
capital humano.
El ascenso en el capital humano, sostenido y más pronunciado desde 1975 hasta el año 2000 (a una tasa media del 2
por 100 anual), compensó en alguna medida el menor avance del capital físico, pero no pudo evitar que la aportación
de ambos tipos de capital al incremento de la productividad se hiciera gradualmente menor.
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Como en toda economía madura, en la española el crecimiento de la productividad del trabajo se ha ralentizado con
el tiempo, al recibir menos impulso del capital físico—y también del humano, en las dos últimas décadas—. Como era
también de esperar, la desaceleración de la PTF ha contribuido, en una medida notable, a esta evolución decreciente,
ralentizándose conforme España se acercaba en renta per cápita a otras economías; según el citado gráfico, es
patente el acortamiento paulatino de la distancia entre los puntos de la línea indicativa de la evolución de la
productividad del trabajo y de la que mide la contribución conjunta de los capitales físico y humano.
Pero lo que resulta anómalo, y singulariza a España en el marco de las grandes economías europeas, es el
prácticamente nulo aumento de la PTF desde el inicio del decenio de 1990, que apunta a un estancamiento de los
niveles de eficiencia del trabajo y del capital aplicados a la producción en los últimos veinte años, algo que debe
atribuirse a la creación de empresas de baja eficiencia en los años de expansión, así como a la formidable extensión
del sector de la construcción, no solo en inmuebles residenciales sino en todo tipo de construcciones, incluyendo las
que integran los activos materiales de las empresas. A este respecto, basta con ver como la PTF ha aumentado
durante algunos años de la reciente crisis, a pesar de no registrase avances en el progreso tecnológico. También lo ha
hecho en los años de recuperación.
El gráfico 5 muestra más claramente esta anomalía, mediante una comparación con la UE-15. La productividad del
trabajo en España, medida en porcentaje de la media de este conjunto de países, desciende desde el final del
decenio de 1980 hasta la reciente crisis, en la que recupera los valores máximos alcanzados con anterioridad . Este
descenso ha descansado en buena medida en el estancamiento de la PTF ya señalado, un aspecto pues clave,
distintivo de España, al que debe prestarse atención ahora.
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Pero cuando se alcanza un elevado grado de desarrollo, la capacidad de adquirir y asimilar tecnologías de otros
países se hace más difícil y costosa, siendo fundamental un esfuerzo propio de creación de nuevas ideas y el logro de
una elevada cualificación de los trabajadores, con el fin de facilitar su absorción, difusión y transformación en nuevos
bienes y procesos productivos. En consonancia con este proceso, España ha hecho un esfuerzo muy apreciable a lo
largo del tiempo por ampliar el número de sus investigadores. Cuando se miden estos en tantos por mil de la
población trabajadora se obtiene la ratio de intensidad investigadora, que ha avanzado en paralelo con el ascenso en
el número medio de años de formación reglada de la población ocupada, aunque con algún retraso con respecto a
este (gráfico 6). El resultado de esta trayectoria es evidente: España se encuentra en 2012 solo algo por debajo de los
países más desarrollados en estos dos indicadores.
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En definitiva, todo parece apuntar a un predominio en España de investigaciones marginales y de escasos resultados,
reflejo de una falta de ambición y adecuada organización en el esfuerzo tecnológico español en términos
comparados. Se diría que España no ha transitado bien desde la fase de imitación de las tecnologías foráneas a la de
creación de las propias.
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Las perturbaciones de oferta: dan lugar a movimientos en sentido contrapuesto de la producción y los
precios: por ejemplo, un aumento de la productividad origina aumentos en la producción y reducciones en
los precios y en el tipo de cambio real, lo que mejora el saldo de la balanza por cuenta corriente.
Aunque en el origen de las fluctuaciones españolas, se han mezclado factores de demanda y de oferta, puede decirse
que en las fases expansivas del crecimiento económico español han sido más importantes los de demanda, mientras
que en las etapas recesivas han destacado los de oferta, en tanto que la actuación de los gobiernos ha contribuido a
veces a ampliar la magnitud de las fluctuaciones. Debe destacarse el importante papel desempeñado por la apertura
al comercio exterior entre los factores impulsoras de la demanda; de la misma manera que entre los factores
restrictivos de oferta lo han hecho las subidas de los salarios y de las cotizaciones a la seguridad social, expresiones
de un mercado de trabajo muy rígido hasta finales del decenio 1980 y de características peculiares desde entonces,
que han motivado diferentes reformas laborales. Las mayores fluctuaciones españolas, cuando se comparan con la
media comunitaria, guardan relación con la tardía liberalización política y económica de España, con sus
peculiaridades y deficiencias, y de forma particular con la equiparación en política comercial exterior y la insuficiente
flexibilidad del mercado de trabajo y de los mercados de servicios.
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CONCEPTOS BÁSICOS
Crecimiento económico. Es el aumento sostenido en el tiempo del PIB real por habitante, acompañado de un
crecimiento positivo de la población. Si esta última condición no se cumple, el incremento del PIB per cápita
puede ser tan solo el producto de la emigración de la población.
Hechos estilizados del crecimiento. La ausencia de una teoría satisfactoria del crecimiento económico llevó a
Nicholas Kaldor, a finales del decenio de 1950, a enunciar un conjunto de «regularidades empíricas» de cierta
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importancia que retaban al desarrollo del análisis económico, el cual quedaba emplazado a ofrecer una
teoría del crecimiento más completa, susceptible de predecir los hechos enunciados. Algunas de ellas, como
el aumento sostenido de la productividad del trabajo —sin tendencia a la desaceleración—, el incremento
del capital físico por trabajador, o la ausencia de una relación por países entre el nivel de renta per cápita
alcanzado y la tasa de crecimiento económico registrada anualmente, han sido ratificadas posteriormente
con una información estadística más abundante; pero otras, como la estabilidad en el tiempo de la
participación de la remuneración de los trabajadores en la renta total, o de la relación capital/producto, no
resultan tan claras. Algunos autores, como Paul Romer, han continuado ampliando la lista de hechos
estilizados, incluyendo otros como el paralelo aumento de la producción y las exportaciones.
Productividad aparente del trabajo. Es una medida del rendimiento obtenido por cada unidad de trabajo
aplicada al proceso productivo. Habitualmente se calcula como el cociente entre el valor añadido bruto y el
número de trabajadores que contribuyen a producirlo. Se denomina aparente porque es la observada, y
difiere de la real en la medida en que esta se obtiene considerando una completa utilización de la capacidad
productiva empleada. Por esta razón, la aparente puede variar simplemente por cambios en la capacidad
productiva utilizada, lo que no sucederá con la real. Los únicos determinantes de esta última son el capital
por trabajador y la eficiencia conjunta del trabajo y el capital (productividad total de los factores) que, por
sencillez terminológica, en este capítulo se ha asimilado con el progreso tecnológico, aunque en realidad es
solo su principal determinante.
Productividad total de los factores. Mide la productividad conjunta del trabajo y del capital. Se calcula como
cociente entre el valor añadido bruto y una medida agregada del trabajo y capital empleados para producirlo,
normalmente la suma de ambos, ponderada por la participación que cada uno tiene en el valor añadido
bruto. La tasa de variación anual se aproxima por la diferencia entre las tasas de variación del numerador y el
denominador. También se obtiene a partir del modelo expresado en términos per cápita, como diferencia
entre la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo y la del capital por trabajador, esta última
ponderada por la participación del capital en la renta.
Progreso tecnológico. La parte correspondiente al avance en la eficiencia global del proceso productivo, es
decir, en la productividad total de los factores, que se debe a la aplicación de nuevos conocimientos y
descubrimientos científicos a la mejora de los procesos productivos y de los productos ya conocidos, así
como al diseño de otros nuevos. Es el principal determinante de la productividad total de los factores.
PIB potencial. Es el que se obtendría con la población que puede y quiere trabajar y la productividad
observada en condiciones de completa flexibilidad de precios. Como estas condiciones no se dan ni siquiera
en el largo plazo en algunos mercados, como el de trabajo, una definición alternativa es el PIB que podría
obtenerse con el capital físico instalado cada año y el volumen de empleo que corresponde a la tasa de paro
«natural», de equilibrio, o no aceleradora de la inflación, la cual depende de las imperfecciones existentes en
un momento dado en los mercados de productos y de factores. Como el cálculo de esta tasa no es sencillo,
existen diferentes aproximaciones al PIB potencial. En función de ellas varía el componente coyuntural o
cíclico del PIB, cuya estimación se obtiene como una diferencia entre el PIB real y el PIB potencial, a la que
suele denominarse output gap. Este frecuentemente se expresa en puntos porcentuales del PIB potencial.
18
1.- INTRODUCCIÓN
Los recursos naturales se encuentran sometidos a continuos debates sobre su posible agotamiento en un plazo
próximo y sobre la compatibilidad de la creciente demanda de calidad ambiental con unos métodos de producción
típicamente generadores de residuos, contaminación y agresiones al medio ambiente.
Los recursos humanos influyen en la economía, porque su calidad y cantidad repercuten decisivamente sobre los
niveles de crecimiento, eficiencia y bienestar, y ello en diversas perspectivas.
Pero el territorio es, además de base física y posición, el solar donde se asientan los recursos naturales y ambientales
que, considerando los flujos de bienes y servicios que de ellos derivan, combinan tres funciones económicas:
Constituyen insumos de los procesos productivos
Son fuente directa de bienestar
Se erigen en depósitos naturales de los residuos
2.1 Posición
La posición constituye un elemento fundamental en la valorización económica de un territorio. Los procesos de
crecimiento económico tienen una indudable dimensión espacial asociada a nuevas tendencias de localización de la
actividad económica.
España posee una posición periférica con respecto a los núcleos europeos tradicionales de actividad. Aun así, ha
aprovechado su localización en el área de influencia de una de las zonas con mayor nivel de renta y bienestar de la
economía mundial, y aprovechar sus efectos difusores (turismo, inversiones, intercambios comerciales).
La adhesión de España a la Unión Europea supuso un cambio de posición de España respecto a Europa, pasó de estar
en Europa a estar dentro de Europa:
Supresión de barreras intracomunitarias.
Atracción de inversores.
Aprovechamiento de economías de escala en el gran mercado europeo.
Por otro lado, la aproximación de España al espacio europeo ha coincidido con cambios significativos en el mapa
económico europeo del continente. Se ha pasado del viejo corazón financiero e industrial situado en un triángulo
cuyos vértices eran Londres, París y el Ruhr, pasando a un marco más complejo y policéntrico de la gran dorsal
europea que concentran en un sexto del territorio prácticamente un cuarto del total de la población y casi la mitad
de la producción de la Unión Europea.
Las tendencias espaciales recientes del crecimiento económico nacional han seguido una dirección semejante a la
marcada por los cambios en la economía europea, registrando una concentración de la población y del producto y un
desplazamiento del centro de gravedad hacia el cuadrante nororiental y la zona mediterránea, además del área
metropolitana de Madrid. Impulsando el crecimiento del eje Ebro y del Mediterráneo.
La integración europea constituyó para la Economía Española, el más favorable elemento de posición, entendido
como pertenencia a un marco institucional compartido y a un marco económico y social común. (ver recuadro
residuos, contaminación y Kioto)
Suelo, que presenta carencias que limitan su papel como factor de competitividad. En contraste con las
oportunidades que ofrece la base física española a los recursos renovables, el subsuelo nunca ha podido
proporcionar una adecuada fuente de recursos no renovables (minerales y especialmente energéticos). El
suelo es de muy baja calidad, la erosión ha contribuido a la degradación, así como la intervención humana
(incendios forestales, talas abusivas, etc.)
Biodiversidad, el avance de la agricultura y el proceso de urbanización han llevado, entre otros efectos, a la
deforestación, a la desecación de las zonas húmedas y a la modificación de los litorales, fragmentando los
enclaves en que se refugian numerosas especies de animales y plantas en peligro de extinción. El hecho de
que la biodiversidad sea un recurso tan escaso hace que en la actualidad este tan protegida, en ocasiones
bajo el auspicio de la UE.
Existe una creciente sensibilidad hacia la dimensión medioambiental de los recursos naturales estableciendo estos
como elementos fundamentales de la economía, como gran stock de capital y como factores determinantes de
crecimiento y bienestar.
En su conjunto, la base física no ofrece un balance muy favorable para el crecimiento de la economía española , sin
embargo, la base física española cuenta con un litoral marítimo muy amplio, con un clima convertido en recurso
turístico de primer orden, o un rico y variado marco natural con gran cantidad y calidad de espacios protegidos.
Complejidad de su gestión y la alarma generada por los efectos negativos que el calentamiento global pueda
tener sobre la disponibilidad de agua en el sur.
Sólo se puede abastecer un tercio de la demanda con el agua obtenida de forma natural.
La mayor parte de la demanda no requiere agua potable, el 80% va a regadío
Este déficit ha hecho que históricamente se hayan construido presas para embalsar agua como reserva. También los
acuíferos han ayudado a que la demanda se cubra en su totalidad. (suma de agua régimen natural + embalses +
acuíferos)
Otro problema importante es el desequilibrio espacial, sobre todo con las cuencas del Júcar y del Segura, y también a
la cuenca Sur. Este problema se podría solucionar mediante trasvases, pero la gestión de estos es muy complicada, la
alternativa al trasvase sería la mejora de la oferta interna de estas últimas cuencas:
Actuaciones orientadas a la mejora de la calidad del agua
Redes de abastecimiento
Desalinizadoras
Potabilizadoras y reutilización.
Subiendo el precio del agua, que en España es muy barata (1,51 €/m 3)
Aumentar los incentivos para reducir su consumo, que en la actualidad son muy limitados. En la actualidad se
está tratando de hacer una especie de mercado, posibilitando intercambios de derechos de uso del agua
entre agentes.
Otros problemas adicionales son la pérdida de calidad del agua en los sistemas hídricos, debido a la contaminación, y
la sobreexplotación de los acuíferos. La corrección de esta explotación masiva de los acuíferos no parece tener
solución por la vía económica ni de gestión, ya que existen un número muy elevado de pozos ilegales (más de un
millón).
20
Existe un potencial de mejora del sistema de gestión del agua, tan esencial para la economía española, lo que ha de
conseguirse mediante una mejora de la información y una adecuada combinación de medidas de oferta, demanda y
de cooperación con los regantes.
3.- ESTRUCTURA DEMOGRÁFICA
Las características de la población actual española son el resultado de tres factores:
Natalidad
Mortalidad
Movimientos migratorios.
Los países desarrollados (entre ellos España) tienen una estructura de la población condicionada por un proceso de
modernización y cambio demográfico acontecido durante gran parte del siglo XX denominado transición
demográfica, caracterizado por:
Descensos sobresalientes de la natalidad y mortalidad
Aumento de la esperanza de vida
Envejecimiento de la población
Situación actual:
Ligero retraimiento de la natalidad debido a la crisis económica situándose por debajo de la tasa de la UE en
2012
La base piramidal refleja el estrechamiento debido al retraimiento de la natalidad con anterioridad a 2000
Recientemente la natalidad se ha incrementado ensanchando la base poblacional actual
Convergencia demográfica con Europa en cuanto a las tasas de mortalidad
La base piramidal actual refleja el ensanchamiento de su cima debido al incremento de la esperanza de vida:
Preocupante efecto a largo plazo en los sistemas de pensiones y S.Social
Previsión del incremento de la tasa de dependencia cuando la generación del “baby-boom” alcance los
65/70 años
Desigual distribución del crecimiento vegetativo por regiones:
Saldos muy negativos en el noroeste de la península
Saldos negativos en la zona interior
Saldos claramente positivos en:
o Zona litoral sur y mediterránea
o Zona metropolitana madrileña
o Zonas insulares
21
Observaciones recientes:
Inversión en la dinámica inmigratoria:
Aparición de inmigración de retorno
Emigración de población autóctona al extranjero
Saldos migratorios negativos en 2011
Previsión de un fuerte incremento de la población dependiente a largo plazo por la incorporación a los
segmentos de gente mayor de los inmigrantes que ahora se sitúan en franjas de edad intermedia
El concepto de capital humano recoge el conjunto de intangibles que se encuentran incorporados en la fuerza de
trabajo, tales como la educación recibida, la formación y la especialización en el trabajo, la experiencia laboral
adquirida y las condiciones de salud. Estos intangibles se consideran una forma de capital, ya que su adquisición es el
resultado de decisiones previas de inversión y su utilización ha de contribuir a una mayor productividad.
Según se señaló en el capítulo 2, las teorías actuales consideran al capital humano un factor estratégico de
crecimiento, pues contribuye a elevar directamente la productividad del trabajo y la renta per cápita, a la vez que
sirve de vehículo para la generación y difusión de nuevas ideas y procedimientos, es decir, del progreso tecnológico .
Además, constituye una fuente de externalidades positivas, por lo que su acumulación, unida a la del capital físico,
contribuye a crear un círculo virtuoso de crecimiento económico. Por último, el aumento de los niveles de capital
23
humano favorece la igualdad de oportunidades, lo que ayuda a que exista un consenso sobre la importancia
estratégica de la educación y de la formación, tanto desde un punto de vista económico como político y social.
Los análisis más recientes sobre la influencia de la educación en el crecimiento económico muestran que, además de
la cantidad de educación, su calidad es un factor muy destacado. Así, la atención se ha desplazado desde el análisis
de los años medios de estudio de la población, como variable explicativa del crecimiento, hacia los resultados de los
exámenes –tipo Informe PISA– hechos a los estudiantes, mostrando una relación intensa entre estos últimos y las
tasas de crecimiento a largo plazo.
España no se ha mantenido al margen de ese renovado impulso de las tendencias que subrayan el papel del capital
humano como elemento fundamental para el crecimiento, habiéndose producido un avance significativo de la
escolarización. En la última década, los años medios de estudios de la población mayor de 25 años han igualado al
promedio de la Unión Europea, ligeramente superior a los 10 años. Los avances han sido especialmente destacados
en la enseñanza universitaria, hasta el punto de que la abundancia de universitarios y la escasa diversificación de la
enseñanza superior han generado situaciones de sobre educación en el empleo. En contraste con el incremento en la
escolarización, la evolución del gasto no ha permitido alcanzar magnitudes equivalentes a las de los países
comunitarios. El gasto público en educación en 2016, expresado como porcentaje del PIB, ascendía al 4,2 por 100 en
España, mientras en la UE-28 se situaba en el 5,0 por 100. Como consecuencia de lo anterior, si bien el gasto por
alumno es reducido en términos relativos, los niveles educativos de la población en edad de trabajar han crecido
progresivamente, recortando las diferencias que, sin embargo, aún persisten con los países de la Unión Europea
(cuadro 2).
La mejora general de la escolarización en España durante las últimas décadas puede interpretarse a la luz de la teoría
del capital humano, que analiza la educación como una decisión de inversión que se produce tras comparar sus
costes presentes con los beneficios futuros asociados a ella.
Por el lado de los costes, el aumento de las oportunidades para estudiar, muy claro si se observa la extensión de las
universidades públicas en España, ha reducido los llamados costes directos de la educación. También han disminuido
los costes de oportunidad (los ingresos que se dejan de percibir por no trabajar) como consecuencia del elevado
desempleo juvenil que sufrió la economía española durante los decenios de 1980 y 1990, y que se ha recrudecido
durante la reciente crisis económica. Por el lado de los beneficios, los perfiles salariales por niveles de estudios
muestran cómo crece la retribución de los trabajadores con niveles relativamente elevados, algo que resulta más
evidente para edades que permiten unir experiencia a la educación recibida. A estos beneficios privados de la
educación habría que añadir externalidades positivas, como el acceso a puestos de trabajo prestigiosos, con
beneficios no monetarios, o el desarrollo de la vocación profesional de los estudiantes.
La comparación entre costes presentes y beneficios actualizados ofrece como resultado unas tasas de rendimiento
educativo que permiten hablar de una notable rentabilidad del capital humano en España. De acuerdo con las
estimaciones más recientes, el rendimiento esperado, expresado en tasas marginales reales (esto es, relacionando
los costes y beneficios de cada año de escolarización adicional) se encuentra entre el 5 y el 7,5 por 100 y, estimado
24
para diferentes niveles de estudios, resulta más elevado para las enseñanzas de segundo ciclo de secundaria y para
los estudios universitarios.
No es ajeno a ello que el Estado contribuya, mediante el gasto público, a moderar los costes privados de la
educación. Así, cerca del 90 por 100 de la financiación de la educación procede de fondos públicos, tanto en España
como en la UE-28. A este respecto, no hay que olvidar que los beneficios sociales de la educación vienen dados por el
incremento de la productividad futura y la contribución, por esta vía, al crecimiento económico, hasta el punto de
que la rentabilidad social de la educación en España, cercana al 11,5 por 100, tiende a superar al rendimiento del
capital físico. Además, la educación también genera numerosos efectos externos positivos sobre la sociedad: en
términos relativos, las personas tituladas suelen experimentar una menor tasa de desempleo, están más abiertas a la
innovación, trasladan a sus hijos una mejor educación informal, se jubilan más tarde y son más participativas, todo lo
cual supone beneficios sociales notables.
Un argumento adicional –y no menos relevante– que explica el rendimiento de la educación ha sido la capacidad de
la economía española para aprovechar el capital humano generado. La de educación es una demanda derivada de la
demanda de cualificaciones que realiza la economía a través del mercado de trabajo; y la española viene acogiendo a
los titulados y utilizando el capital humano que estos aportan. Prueba de ello es que, en las cuatro últimas décadas,
se ha duplicado el promedio de años de estudio de la población ocupada, a la vez que se multiplicaba por nueve la
proporción de esta que posee al menos estudios de nivel medio.
A pesar del esfuerzo realizado, también existen deficiencias y retos cuya superación debe contribuir a una mejor
dotación de capital humano. Por una parte, a los resultados obtenidos por los estudiantes españoles en los exámenes
del Informe PISA, ligeramente inferiores a la media europea, se les ha unido en los últimos años el problema del
fracaso escolar, que reduce tanto la rentabilidad privada como la social. Así, las tasas de abandono temprano en
España son especialmente elevadas, llegando casi a duplicar las de la Unión Europea y convirtiéndose en un
problema de difícil solución a corto plazo. Por otra parte, el premio salarial que reciben los titulados en España
resulta significativamente inferior al que registran otros países europeos, lo que contribuye al abandono tempran o y,
además, puede interpretarse como un síntoma adicional de la necesidad de mejorar la calidad del sistema educativo.
Es probable que una de las causas de este rendimiento relativamente bajo de los estudios terciarios se encuentre en
las deficiencias observadas entre los titulados españoles en cuanto a sus competencias, tanto lingüísticas como
numéricas, según señalan los análisis comparativos publicados en los últimos años por la OCDE, que sitúan a nuestro
país en los puestos de cola de la Unión Europea.
En definitiva, el esfuerzo realizado en la formación del capital humano no debe impedir futuros impulsos tanto de la
escolarización como de la calidad de la educación. Estos avances serán necesarios para permitir a la economía
española reducir las diferencias de productividad relativa del trabajo que existen con los países más avanzados,
convergiendo con ellos en este factor cuya incidencia –directa e indirecta– sobre el crecimiento y el desarrollo
económico resulta cada vez más evidente.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Renta de situación. Beneficios económicos derivados de la proximidad a zonas con mayor nivel de renta y
bienestar que se materializan mediante intercambio de bienes y servicios o mediante inversiones o movilidad
del trabajo.
• Recursos naturales. Bienes de los que dispone el hombre como un «regalo de la naturaleza», según Common.
Incluyen tanto los recursos utilizados en la producción como los que, no siéndolo, son valorados por el hombre
de algún modo.
• Tasa de fecundidad. Cociente que relaciona el número de nacimientos en un año y la población femenina en
edad fértil. Aunque puede obtenerse para distintos grupos de edad, generalmente se calcula para el colectivo de
mujeres entre 15 y 49 años y se formula en tantos por mil.
• Crecimiento vegetativo. Muestra el aumento o descenso del número de efectivos de una población como
resultado de la diferencia entre los nacidos vivos y las defunciones.
25
• Tasa de emigración neta. Cociente entre el flujo migratorio neto (diferencia entre el número de inmigrantes y
emigrantes que se produce en un espacio geográfico) y la población media, expresado en unidades por mil
habitantes y correspondiente a un periodo de referencia –normalmente un año–. Cuando esta misma tasa se
presenta ajustada, ello indica que se corresponde exactamente con la diferencia entre el crecimiento total y el
crecimiento natural de la población en dicho periodo.
• Stock de capital humano. Indicador de dotación educativa de un país o región que puede calcularse de formas
diversas y referirse al conjunto de la población o a diferentes grupos de edad. Los cálculos más frecuentes toman
como referencia el porcentaje de la población en edad de trabajar que dispone de una titulación superior, o bien
el número medio de años de estudios de la población.
26
1.- INTRODUCCIÓN
Stock o dotación de capital físico; uno de los determinantes fundamentales del crecimiento, está formado por un
conjunto de activos materiales que se han ido acumulando a través de la inversión y cuya vida útil excede la de
un ejercicio económico (infraestructuras, maquinaras, edificios, equipamientos diversos)
Capital productivo: es la parte que se considera al estudiar la generación de renta y las fuentes del crecimiento;
aquellos activos que generan servicios del capital susceptibles de recogerse en las Cuentas nacionales
Inversión de reposición: tiene por objeto salvar el proceso de depreciación del capital debido al uso y
obsolescencia. Mantiene la capacidad productiva de la economía
Inversión para ampliación de capacidad productiva: representan aumentos netos de capacidad. Incrementa la
capacidad productiva de la economía
Inversión: constituye un flujo de gastos para mantener o incrementar el flujo de capital, se le conoce como
formación bruta de capital fijo (FBCF). Invertir es aumentar el stock de capital de la economía, incrementando
así el potencial de crecimiento futuro de una nación
El ahorro y la inversión son el resultado de múltiples e independientes decisiones de diferentes agentes económicos
públicos y privados. Ahorrar es renunciar al consumo presente para poder disponer de más bienes de consumo en el
futuro; invertir es aumentar el stock de la economía, incrementando así el potencial de crecimiento de futuro de una
nación.
Respecto del capital productivo español, cifrado en el año 2016 en 90.500 euros por trabajador, las dotaciones de
capital público por empleado totalizaban en dicho ejercicio 33.200 euros y las de capital privado 57.300 euros.
Ahora bien, para explicar el crecimiento de la economía es relevante conocer no solo sus dotaciones sino también el
esfuerzo realizado en la formación y mejora del capital, puesto que desde la segunda mitad del decenio de 1990
hasta 2007 la capitalización española se acompañó de un vigoroso crecimiento del empleo.
Un indicador habitualmente empleado para aproximar dicho esfuerzo es la tasa de inversión, que relaciona la FBCF y
el PIB. La ratio fue muy elevada a partir del año 2000, alcanzó un máximo antes del comienzo de la crisis, descendió
durante la misma y en los últimos años ha vuelto a crecer y es similar a la tasa promedio de la Eurozona.
La rúbrica Viviendas protagonizó la FBCF a principios de la actual centuria, si bien en los últimos años ha cedido su
puesto tanto a Otros edificios y construcciones como a Maquinaria, bienes de equipo y sistemas de armamento . Tras
esas rúbricas, adquieren también relieve Productos de la propiedad intelectual; la correspondiente a Recursos
biológicos cultivados, en cambio, tiene una reducida importancia relativa.
27
La tasa de inversión (definida como el porcentaje de participación de la FBCF en el PIB) suele seguir en España un
perfil temporal similar al del crecimiento económico, de forma que los años de mayor incremento del PIB también
registran un mayor aumento de la inversión, y viceversa (gráfico 1); de hecho, la inversión suele ser el componente
de la demanda interna de cualquier economía que registra mayores fluctuaciones cíclicas, y su volatilidad condiciona
la evolución de la demanda agregada, el empleo y la producción potencial.
Obsérvese, en el mencionado gráfico, que la senda seguida por la FBCF española guarda analogía con la de la
Eurozona, aunque la primera muestre oscilaciones más acusadas. Así, durante los años de crecimiento, la tendencia
descrita por la inversión es más positiva en España que en la Eurozona y, a su vez, cuando las caídas en la FBCF han
sido mayores que las del PIB, el comportamiento ha sido más negativo en España.
La relación existente entre el coste de uso del capital y los salarios, Origina un efecto que se manifiesta con
cierto retraso y se debe a la baja elasticidad de sustitución entre capital y trabajo
La capacidad de autofinanciación de las empresas facilita la inversión
28
La diferencia entre la inversión para aumentar la capacidad productiva y la inversión en nuevas tecnologías es que la
primera casi siempre genera empleo, mientras que la segunda no lo hace, al menos de forma directa.
El modelo del acelerador parte del supuesto de que las empresas ajustan su stock de capital hasta alcanzar un nivel proporcional
a su producción, respondiendo la inversión positivamente a las variaciones en la producción corriente y pasada.
Los modelos neoclásicos sobre la inversión empresarial interpretan esta como una función de demanda de capital que tiene por
objeto alcanzar una combinación óptima de factores productivos a largo plazo en el seno de la empresa, entendiendo por óptima
aquella que permite maximizar la rentabilidad o minimizar el coste.
A partir de dicha combinación óptima, se deriva un stock de capital deseado, que es al que la empresa tenderá a ajustarse
mediante una senda temporal de inversión neta. Si K *t es el capital deseado y Kt–1 el existente a comienzos del periodo t, la
inversión neta It, será una fracción de la diferencia entre K*t y Kt–1:
aumentando It con It, que representa la velocidad de ajuste, y con la brecha existente entre el capital deseado y el existente. Así
pues, los determinantes teóricos de la inversión pueden clasificarse según que su influencia se transmita a través de K *t o de It.
El capital deseado (K*t) se elige a partir de un objetivo de maximización de la rentabilidad de la empresa. Suponiendo que esta
decide su producción de acuerdo con sus estimaciones sobre ventas, seleccionará el capital a utilizar comparando el valor de su
productividad marginal con su coste, tratando en todo caso de minimizar el coste total de producción. En consecuencia:
donde YE es el volumen de producción que se pretende alcanzar de acuerdo con la demanda esperada, W t el salario y cct el coste
de uso del capital, una vez que se tiene en cuenta la posibilidad de sustitución entre trabajo y capital y, por tanto, de elegir la
combinación de ambos factores que minimice el coste total. De manera que el capital deseado (K *t) aumenta si lo hace la
demanda esperada (YE) o si disminuye el coste de uso del capital (cct) en relación con el salario (Wt).
Además de los determinantes tradicionales de la inversión empresarial, existen una serie de factores adicionales que pueden
desempeñar un papel relevante en el ciclo inversor de una economía, entre los que cabe señalar las posibles limitaciones a la
disponibilidad de financiación crediticia, su encarecimiento, el nivel de endeudamiento o la incertidumbre económica.
29
El capital público representaba a comienzos de 2016 el 10,5% del capital neto español.
La proporción de PIB destinado a inversiones públicas de los últimos 25 años ha estado condicionada por las
posibilidades presupuestarias de cada momento. En muchos ejercicios el gasto público en infraestructuras se ha
lanzado, incluso con el sustento de la UE, y en otros se ha reducido para controlar el déficit, así como las condiciones
de convergencia con la UE.
Se puede apreciar en el Cuadro 3 que el esfuerzo mayor ha sido en transportes, aunque existen periodos en que el
gasto ha cambiado sus prioridades, en especial durante la última década se aprecia una pérdida de importancia
relativa en las Corporaciones Locales, de las hidráulicas y las viarias, y sin embargo en las aeroportuarias y ferroviarias
(AVE) ha crecido. Las infraestructuras repercuten en el crecimiento económico de forma muy positiva.
El esfuerzo realizado en la creación de una malla de autovías y autopistas como en la construcción de una ambiciosa
red ferroviaria de alta velocidad ha sido considerable. Estas actuaciones se continúan en el marco del Plan de
Infraestructuras, Transporte y Vivienda (PITVI) 2012-2024, aunque algunos autores cuestionan la coherencia de la
política de infraestructuras y transportes por su falta de criterio económico y de coordinación intermodal.
La consideración de las infraestructuras como determinante de la función de producción solo ha sido objeto de
atención en la literatura empírica desde el decenio de 1980, de acuerdo con las modernas teorías del crecimiento
endógeno, que asignan a las políticas públicas un papel activo en el crecimiento de la economía a largo plazo. En
España, el interés por el tema coincidió, además, con un ciclo expansivo de la inversión pública y con la definición de
los grandes planes de actuación nacionales y europeos.
30
El aumento del stock de infraestructuras eleva la productividad, promueve flujos de inversión privada que aumentan
el capital de las empresas y el empleo Un estudio revela que el efecto de las infraestructuras va siendo menor
conforme se alcanzan altos niveles de desarrollo. Las infraestructuras, al igual que otro bien productivo, pueden
presentar rendimientos decrecientes. No todas las infraestructuras afectan por igual al proceso productivo, siendo las
que más afectan: transportes, en especial las viarias, hidráulicas y las de corporaciones locales. (las infraestructuras
educativas y sanitarias desempeñan un papel más determinante sobre el bienestar de la población)
En España, la dotación de infraestructuras supera la media de la eurozona. Va a ser preciso acudir a fuentes de
financiación ajenas a los PGE, bien a través de conciertos con las CCAA, bien a través de participación del sector
privado en las actividades que reúnan condiciones de rentabilidad a largo plazo.
La inversión en infraestructuras deberá avanzar con un mayor grado de cautela en el futuro por:
•Porque en la actualidad hay un desorbitado déficit público, el cual hay que reducirlo y será a costa de
recortes en inversiones públicas, en aras de una estabilidad presupuestaria.
•Porque se hace necesario ser más rigurosos en la evaluación de costes y rendimientos de las inversiones en
determinadas infraestructuras (se pone en duda la rentabilidad de la extensión del AVE, creación de
numerosos aeropuertos…).
•Porque cualquier cantidad destinada a infraestructuras debe tener en cuenta el coste de oportunidad en
términos alternativos de destino de esos recursos, como la inversión en educación (capital humano) o en
investigación desarrollo e innovación (capital tecnológico) .
5.-FINANCIACIÓN DE LA FBCF
Desde una óptica macroeconómica, el sostenimiento en el tiempo de una tasa continuada de crecimiento económico
se encuentra vinculada a la capacidad de ahorro. A pesar de los movimientos de capitales, el ahorro nacional sigue
siendo la base de la inversión.
La tasa de ahorro bruto de la economía española, es decir, el porcentaje del PIB destinado al ahorro nacional bruto
ha registrado fluctuaciones cíclicas en los últimos decenios. Desde 1985 hasta 1988 la tasa de ahorro creció a un
ritmo mayor que el del PIB y, por consiguiente, la tasa de ahorro bruta ascendió. A partir de ahí hasta 1994 la tasa se
contrajo, pero volvió a elevarse en 1997 sosteniéndose hasta el 2003, descendiendo entre 2004 y 2011 para rebotar
hacia arriba en 2012.
31
La suma del ahorro de los dos primeros es el ahorro del sector privado . Las familias son propietarias de los activos
empresariales, por lo que muchos estudiosos concluyen que los cambios en el ahorro empresarial conducen a
cambios en las riquezas de los hogares y de las ISFLSH, en consecuencia, la distinción entre beneficios distribuidos y
no distribuidos (ahorro empresarial) es poco relevante para las decisiones de consumo y ahorro de las familias.
No se dispone de un marco teórico que explique el ahorro público, pero este dependerá de decisiones discrecionales
de los poderes públicos sobre el volumen de gastos e ingresos, como en la base del ciclo económico por la que esté
atravesando la economía.
La relación entre ambos ahorros (el público y el privado) se puede explicar con la hipótesis de equivalencia ricardiana
que señala que los contribuyentes, cuando se recurre al endeudamiento público, descuentan su obligación tributaria
futura y considera su riqueza neta como si estuvieran en presencia de una financiación con impuestos. Sensu
contrario, un aumento permanente del ahorro público se verá compensado por una reducción equivalente del ahorro
privado, manteniéndose el nivel de ahorro nacional invariable.
Ceteris paribus, la diferencia entre el ahorro nacional y la FBC determina la capacidad o necesidad de financiación de
la economía. Desde 1987 la inversión española ha sido siempre mayor que el ahorro, por lo que se ha necesitado
financiación externa. Además, desde 1997 hasta el 2007 las necesidades de financiación fueron en aumento. Esto
ocurre hasta 2008, donde los diferenciales empiezan a disminuir debido a que la inversión cae de forma más
pronunciada que el ahorro. Lógicamente esta necesidad de financiación repercute también en la balanza de pagos,
en concreto en el saldo por cuenta corriente.
32
En estos años la financiación ha provenido del sistema financiero exterior debido a 4 razones:
La liberalización de los movimientos de capital
La internacionalización de las sociedades españolas
El desarrollo del sector financiero
La integración española en la Unión Monetaria Europea
CONCEPTOS BÁSICOS
• Capital fijo. Activos fijos materiales o inmateriales obtenidos a partir de los procesos de producción y que se utilizan
de forma repetida y continua en otros procesos de producción durante más de un año. Se valora, bien en términos
brutos, bien en términos netos (en cuyo caso se habla de capital riqueza). Como activos materiales se incluyen
viviendas, otros edificios y construcciones, equipos de transporte, resto de maquinaria y bienes de equipo y sistemas
de armamento y recursos biológicos cultivados. Y, como activos inmateriales, software, I+D y resto de activos
inmateriales. Las infraestructuras viarias, hidráulicas (públicas), ferroviarias, aeroportuarias, portuarias, urbanas de
las Corporaciones Locales y otro tipo de construcciones tanto públicas (no incluidas en los desgloses anteriores)
como privadas (edificios y naves industriales) forman parte de la agrupación «otros edificios y construcciones».
• Formación bruta de capital fijo (FBCF). Variable flujo que representa el valor de los activos fijos. Está constituida por
activos materiales o inmateriales obtenidos a partir de procesos de producción, utilizados de forma repetida o
continua en otros procesos de producción durante más de un año. Comprende las adquisiciones menos las cesiones
de activos fijos realizadas por los productores residentes durante un periodo determinado, más ciertos incrementos
del valor de los activos no producidos derivados de la actividad productiva de las unidades de producción o de las
unidades institucionales. Si a la FBCF se añade la variación de existencias se obtiene la formación bruta de capital
(FBC).
33
• Tasa de inversión. Porcentaje de participación de la FBCF en el PIB. Sus variaciones influyen en las del stock de
capital. Diferencias en la tasa de inversión entre economías suelen reflejar diferencias en el ritmo de acumulación del
stock de capital. En efecto, la tasa de variación del stock de capital es igual a:
siendo K el stock de capital, I la FBCF y d la depreciación del capital o consumo de capital fijo. Multiplicando y
dividiendo el primer término del segundo miembro de la ecuación por Y (PIB) se llega a:
Como la relación Y/K no varía apenas en el corto plazo, las variaciones del stock de capital dependen básicamente de
la tasa de inversión (I/Y).
• Inversión empresarial. Es el gasto destinado por las empresas a la adquisición de activos reales directamente
vinculados a la actividad productiva. Incluye tanto la inversión efectuada por las empresas privadas como la llevada a
cabo por las empresas de titularidad pública.
• Ahorro nacional bruto. La parte de la renta nacional bruta disponible que no se utiliza en gastos en consumo final
nacional. El ahorro nacional bruto es la suma del ahorro generado por los diferentes sectores institucionales (hogares
e ISFLSH, Administraciones Públicas, instituciones financieras y sociedades no financieras).
• Consumo final. Gasto realizado por las unidades institucionales residentes en bienes y servicios que se utilizan para
satisfacer directamente las necesidades individuales o colectivas de los miembros de la comunidad. Incluye, por
tanto, el consumo privado (de hogares e ISFLSH) y el consumo colectivo (o de las Administraciones Públicas) y puede
realizarse en el territorio económico o en el resto del mundo.
• Renta nacional disponible bruta. Suma de las rentas disponibles de los sectores institucionales para llevar a cabo las
operaciones de consumo final y ahorro.
• Renta bruta disponible por hogares e ISFLSH. Renta que queda en poder de hogares e ISFLSH una vez pagados los
impuestos directos que recaen sobre ellas y las cuotas obligatorias a la Seguridad Social y contabilizadas las
transferencias corrientes y en especie que reciben de las Administraciones Públicas.
34
Desde la óptica económica, las características diferenciales que presentan la tecnología y la innovación son:
La tecnología no es información sino conocimiento. Se aprende
Es un conocimiento específico, incorporado a personas y organizaciones. Es acumulativo y dependiente
de la senda que se siga. (las empresas son capaces de innovar en función de la experiencia inmediata
acumulada)
El carácter concreto hace extraordinariamente difícil aplicar los conocimientos acumulados en un campo
a otros completamente distintos.
Las fuentes del aprendizaje tecnológico son muy variadas (I+D, experiencia, incorporación de maquinaria,
diseño, ingeniería de planta, interacciones con otras empresas…).
Entre las relaciones de aprendizaje externas destacan las que las empresas establecen con los usuarios
de sus productos y los proveedores de equipos y maquinaria especializada.
La tecnología es uno de los factores clave de la competencia de una economía en su doble vertiente:
a) Macroeconómica el crecimiento moderno y el comercio internacional se basan en las capacidades de
las economías para introducir innovaciones tecnológicas.
b) Microeconómica la tecnología es uno de los intangibles más estratégicos de las empresas para
desplegar su capacidad competitiva en todos los sectores económicos.
La innovación tecnológica se enmarca en un complejo sistema de relaciones (las empresas ocupan el eje
central). Los niveles que intervienen en la innovación son:
1.- El “núcleo central” Se refiere a las “capacidades tecnológicas” propiamente dichas.
2.- “Activos complementarios” (financieros, comerciales y de recursos humanos). Se precisan para que las
potencialidades innovadoras del núcleo se concreten.
3.- La empresa forma parte de un Sistema de Innovación, formado por el conjunto de instituciones y agentes
(privados y públicos) que interactúan en la producción, difusión y utilización de nuevos conocimientos y
avances tecnológicos.
El nivel de innovación de un país depende de: a) la dimensión del sistema, b) el conocimiento
acumulado por los diferentes agentes, y c) las interacciones entre estos agentes.
35
36
En resumen, pese a los avances, España se ha mantenido entre las economías con una posición más
desfavorable en este ámbito, situación muy grave teniendo en cuenta que en la economía internacional. Los
intangibles y el conocimiento deben constituir el núcleo de las ventajas competitivas de los países
desarrollados, con un papel protagonista de la innovación.
Esta posición se ha reflejado en el nulo aumento de la productividad total de los factores, lo cual puede
convertirse en un pasivo importante en la actual coyuntura económica, con una tendencia creciente a la
deslocalización de la producción y una necesidad de reorientación salarial hacia actividades de mayor
productividad.
La Balanza de Pagos tecnológica, a través de los ingresos y pagos por royalties, expresa la situación negativa
de la economía española: en 2015 la tasa de cobertura (exportaciones/importaciones) fue del 59,1% (de los
más elevados de OCDE). Caben dos matizaciones:
a) La economía mundial se ha caracterizado por la creciente internacionalización de la actividad
tecnológica, de forma que las exportaciones e importaciones de tecnología han crecido más que el
esfuerzo interior de la mayoría de los países de la OCDE. En el caso español ha sucedido también pese a
la situación de partida con un balance tecnológico tan desfavorable.
b) Como consecuencia de ese esfuerzo importador la capacidad de absorción de la economía española es
mayor. Así, la dualidad “hacer tecnología versus comprarla” debe sustituirse por el binomio “hacer y
comprar” para reducir el diferencial con los países de mayor nivel de desarrollo.
37
La perspectiva global de España se puede ampliar con el concurso de otros indicadores, agrupados en torno
a dos conceptos:
a) Inversiones en I+D basadas en conocimientos. Además del menor esfuerzo global y la menor
participación del sector empresarial, destaca la escasez de fondos de financiación para esta actividad (los
de capital riesgo), situándose España muy por debajo de los promedios europeos y de EE.UU.
b) Indicadores de resultados.
1. Los datos ratifican el mayor retraso de las actividades más próximas a los resultados empresariales (la
actividad patentadora de España en Europa es la quinta parte del promedio UE; peor resultado
respecto a EE. UU).
2. Los datos de la capacidad competitiva de los sectores con más tecnología indican una presencia muy
reducida de los bienes que emanan de ellos en el comercio español. Las ventajas competitivas de la
economía española se basan en sectores intensivos en escala (complejidad tecnológica media).
La contribución a la innovación en España es desigual por parte de las distintas ramas industriales. Las
diferencias pueden medirse a partir de las ventajas tecnológicas relativas (VTR) de las distintas ramas. Se
pueden agrupar las ramas fabriles españolas en tres grupos:
Mayores ventajas tecnológicas: ciertos campos de la química (relacionados con la industria farmacéutica),
maquinaria y aparatos, vehículos y Motors y plantas de energía (salvo nuclear), armas y municiones y
campos próximos a industrias tradicionales (alimentación y textil).
Ventajas menos intensas: química orgánica, otro material de transporte (excepto aeronaves), equipo
industrial general no eléctrico y estomatología y cirugía.
Desventajas: tecnologías de la información, aeronaves, petroquímica, caucho y plásticos, materiales de
construcción, maquinaria eléctrica y energía nuclear.
Indicadores para evaluar la situación de las empresas españolas respecto a las europeas:
a) Actividad y esfuerzo en innovación. Señalan la posición rezagada de la economía española. Las empresas
innovadoras están por debajo de la media europea (de las 2.500 empresas del mundo que más invierten
en I+D, solo 14 son españolas, 135 Alemania, 75 Francia). Los recursos dedicados a la innovación por
empresas españolas son inferiores a la media de la UE.
b) La posición en innovación no tecnológica es también negativa.
c) La interacción entre agentes del sistema está por debajo de la media. Indicador de cooperación para
innovar, también está por debajo de la UE
d) Resultados innovadores (tecnológicos). Los resultados son todavía peores respecto a la media de la UE.
e) Resultados económicos. Muestran las dificultades para generar ventajas competitivas basadas en el
esfuerzo tecnológico.
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En síntesis:
El comportamiento anómalo con respecto a Europa de la economía española en cuanto a la innovación
tecnológica se debe a:
a) Menor proporción de empresas que realicen tareas innovadoras.
b) Menor dedicación de recursos destinados a la generación de conocimientos e innovación.
El impacto de la I+D de las empresas españolas es reducido, su innovación tiene un carácter incremental y
presentan menor grado de renovación de sus productos y procesos productivos.
La contribución de la investigación pública a la innovación empresarial es reducida y hay dificultades para
generar y desarrollar tecnologías basadas en los avances científicos.
Un último aspecto para considerar es la presencia de capital extranjero en las empresas, y la medida en que
incide sobre su comportamiento tecnológico, y sobre el Sistema Nacional de Innovación:
Muchas filiales de empresas internacionales descentralizan una parte importante de su creación
tecnológica a centros ubicados en otros países, al objeto de incorporar los activos tecnológicos para
competir con sus principales rivales.
España es uno de los países con mayor peso de empresas extranjeras en la innovación . El gasto en I+D de
esas empresas alcanza un tercio del total. En cambio, en los países tecnológicamente más avanzados esa
presencia es menor. Ello no significa que en España se localicen más centros de investigación de
multinacionales que en otros países, sino que dicha actividad tecnológica (reducida en términos
absolutos) es muy significativa en relación con el escaso esfuerzo empresarial doméstico.
Las empresas controladas por capital extranjero muestran una conducta más activa que las nacionales. No
obstante, al comparar empresas innovadoras extranjeras y de capital nacional, las diferencias en la forma
de innovar son reducidas. Son factores de tipo estructural los que distinguen a unas de otras.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Tecnología. Conjunto de conocimientos, teóricos y empíricos, formalizados o implícitos, que se contienen en los
equipos, métodos, procedimientos, organización, rutinas y «saber hacer», y se utilizan en las actividades de
producción de bienes y servicios. La tecnología puede estar incorporada en los equipos de producción, o puede
desincorporarse, como cuando se plasma en la experiencia empresarial, en las rutinas de trabajo, en los planos
o dibujos industriales, en las patentes.
• Patentes. Son derechos exclusivos de explotación económica de una invención que otorga el Estado a la persona,
entidad o empresa que lo ha obtenido. Se conceden, en general, por periodos de veinte años, exigiéndose a sus
propietarios el pago de un canon anual, la obligación de explotar la invención y la entrega de la documentación
precisa a la correspondiente Oficina de Patentes para que su contenido pueda ser de conocimiento público.
• Balanza de Pagos tecnológica. Registra las transacciones comerciales relacionadas con la transferencia
internacional de tecnología. Incluye los ingresos y pagos derivados del uso de patentes, licencias, marcas,
diseños, know-how y servicios técnicos relacionados.
• Ventajas Tecnológicas Relativas (VTR). Este indicador mide la existencia de ventajas relativas de un país en el
desempeño tecnológico de sus actividades productivas:
VTRij = (Pij/Pwj) / (Pi/Pw)
donde i es el indicador del país y j el sector que se analiza. Pwj y Pw son, respectivamente, las patentes
mundiales en el sector j y las patentes totales mundiales. Este índice supera la unidad cuando la posición relativa
del país en el sector j es mejor que su situación promedio; en este caso se dice que dicho país tiene ventajas
39
relativas en aquel sector. En caso contrario, cuando el indicador se sitúa por debajo de la unidad, el sector tiene
desventajas.
40
Aunque el predominio de las pymes y, por consiguiente, la baja presencia de las grandes empresas, es un rasgo
común para todas las economías europeas, en España es más acentuado (gráfico 1), y ello ocurre no solo en el sector
servicios, ya de por sí de dimensión empresarial tradicionalmente reducida, sino también en el sector de las
manufacturas, la construcción o la energía. En otros términos, mientras que en la Unión Europea algo más de un
tercio del empleo se debe a las grandes empresas, y en Alemania o Francia, en torno al 37%, en España dicho
porcentaje es de tan solo el 27,7%.
En suma, la dimensión empresarial española es en exceso reducida y ha sido históricamente considerada como una
desventaja competitiva por limitar la productividad y dificultar su presencia en los mercados exteriores.
En relación con la productividad los datos muestran una secuencia bien definida, de carácter positivo, entre tamaño y
productividad: a medida que se avanza en el tamaño, la productividad que se alcanza es mayor, de tal manera que
son las grandes empresas, esto es, aquellas con 250 y más empleados, las que muestran el mayor nivel de
productividad (gráfico 2). Al estar la dimensión empresarial y la productividad tan relacionadas y ser esta última el
factor clave del crecimiento del PIB per cápita a largo plazo no es de extrañar que exista una fuerte correlación entre
la dimensión empresarial media de los países y su nivel de renta per cápita.
41
A la hora de explicar los resultados en los niveles de productividad entre los diferentes segmentos de empresas,
conviene reseñar tres aspectos sustanciales de su conducta: el nivel de capitalización, el esfuerzo y los resultados
innovadores y la cualificación de la mano de obra empleada en el proceso productivo. Como se contempla en el
cuadro 2, para el caso de las empresas manufactureras, las de mayor tamaño (más de 200 empleados) evidencian
una clara posición de ventaja con relación a las pymes, tanto en el esfuerzo inversor en bienes de equipo, como en el
plano tecnológico, en términos de esfuerzo en investigación y desarrollo y resultados innovadores, así como por lo
que respecta a la participación de personal cualificado en el empleo total de la empresa. Asimismo, las grandes
empresas también se muestran más participativas que las de menor tamaño en el uso de las tecnologías de la
información y comunicación (compras y ventas por internet), así como en la digitalización/automatización de su
proceso productivo. De esta manera más del 65% de las de más de 200 empleados emplean la robótica en su proceso
de producción frente al 26,5% de las de 200 y menos empleados.
Volviendo a la relación entre el tamaño de la empresa y la productividad se ha de destacar que las grandes empresas
españolas muestran una productividad bastante más cercana a las de Alemania, Francia o el promedio de la Unión
Europea, que aquellas de menor tamaño, particularmente las microempresas de menos de 10 empleados. De este
modo, dichas microempresas tienen una productividad un 45% más reducida en España que sus homólogas
alemanas o francesas, frente al 20% aproximadamente de las empresas de 250 y más empleados. De hecho, España,
junto a Italia, es el país con mayor diferencia entre la productividad media de las grandes empresas y las
microempresas (más del doble, frente al 55-60% de Alemania o Francia). En cualquier caso, en todos los tramos de
tamaño, las empresas españolas muestran, en promedio, menor productividad (véase de nuevo el gráfico 2), por lo
que sería necesario no solo aumentar el peso relativo de las grandes empresas, sino también incrementar la
productividad media de las empresas españolas en su dimensión actual. Otra vertiente a considerar es la incidencia
del tamaño sobre la presencia de las empresas en los mercados exteriores. Como cabría esperar, poseer un tamaño
mínimo facilita la adopción de estrategias exportadoras: mientras el 93,6% de las grandes empresas manufactureras
—de más de 200 trabajadores— realiza ventas al exterior, entre las que tienen 200 o menos trabajadores el
porcentaje desciende al 66,5%, según datos de la Encuesta sobre Estrategias Empresariales. Y la propensión a
exportar, en el caso de las empresas que realizan ventas al exterior, también es más alta entre las empresas de mayor
tamaño (46,4 frente a 33,5 por 100). De igual manera, el tamaño facilita la presencia en el exterior mediante filiales.
Así, con datos de la misma fuente recién citada, se observa que el 32,6% de las empresas de más de 200 empleados
participan en el capital social de otras firmas localizadas en el extranjero, mientras que para las empresas de 200 y
menos trabajadores dicho porcentaje era de tan solo un 7,8%.
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Así pues, en España coexisten grandes empresas exportadoras, muy competitivas, que determinan en buena medida
los resultados comerciales y que contribuyen a explicar la cuota de exportación española a pesar de las crecientes
presiones competitivas, con un conjunto mucho más abundante de empresas pequeñas que han hecho un esfuerzo
notable de internacionalización, pero que tienen dificultades para consolidar su presencia en los mercados
exteriores, especialmente en los más alejados desde un punto de vista cultural y geográfico, así como para
aprovechar formas más complejas de internacionalización (como la inversión exterior directa).
Queda claro, en suma, que existe una correlación entre la reducida dimensión de la empresa española y la baja
productividad, esfuerzo tecnológico e internacionalización de nuestra economía. Pero no puede establecerse una
relación unidireccional causa-efecto entre el reducido tamaño empresarial y la baja productividad, sino que más bien
parece que existen factores explicativos comunes de los pobres resultados españoles en ambas variables.
Entre estos factores se puede destacar la baja calidad de la dirección y gestión empresarial, que remitiría, por un
lado, a un problema de meritocracia y de profesionalización, capacitación y cualificación de los equipos directivos . Y,
por otro, a deficiencias en la organización interna, que suele estar altamente centralizada y jerarquizada dificultando
la combinación del necesario liderazgo empresarial con la delegación eficiente de tareas, así como la motivación e
implicación de los trabajadores en la toma de decisiones, lo cual se relacionaría también con la falta de confianza en
los otros que caracteriza a la sociedad española. Todo ello aumentaría el coste interno para crecer en tamaño e
incrementar la productividad.
Otros factores explicativos que también se han apuntado en la literatura serían la falta de competencia en los
mercados de bienes y servicios, la falta de flexibilidad en el mercado de trabajo o los incentivos que existen al
pequeño tamaño, en forma de menores tipos impositivos y menores exigencias sindicales, de auditoría o de
inspección fiscal, y que estarían aumentando el coste externo para crecer.
La comparación de dicha estructura con las de otros países permite distinguir tres modelos:
a) En el centroeuropeo, el accionista principal tiene el control mayoritario en más de la mitad de las empresas.
b) En el anglosajón (Reino unido o Estados Unidos), el control mayoritario es ejercido por el accionista principal
en muy pocas empresas, con lo que la mayoría de su capital está distribuido entre accionistas minoritarios.
c) Japón, por el contrario, no se encuadra en ninguno de los casos anteriores; puede decirse que se trata de un
modelo intermedio cuya singularidad estriba en que el accionista principal (frecuentemente una institución
financiera), tiene una participación minoritaria, pero suficiente para intervenir en las decisiones de la
empresa.
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El modelo de estructura de la propiedad responde al grado de desarrollo de los mercados bursátiles. La importancia
que estos tienen en los países anglosajones ha facilitado que las empresas recurran a ellos para cubrir sus
necesidades de financiación.
Las diferencias en los modelos de propiedad suponen, a su vez, diferentes sistemas de gobierno. La concentración de
la propiedad favorece la influencia del accionista principal en las decisiones organizativas y de gestión de la empresa
y, en consecuencia, un modelo de gestión en el que coinciden propiedad y control. Esta característica es
particularmente relevante en las empresas de menor tamaño. La intervención directa de los accionistas principales
en el control de la empresa influye en el destino de sus recursos lo que puede llevar a decisiones que primen los
resultados a corto plazo en detrimento de inversiones en I+D, e innovación, única vía para la incorporación de
progreso tecnológico y para mejorar la productividad.
La separación efectiva entre los propietarios de la empresa y los directivos, propia del modelo anglosajón, también
conlleva consecuencias económicas negativas, ya que los accionistas minoritarios apenas tienen incentivos para
supervisar la labor de los gerentes, lo que implica que estos tengan un gran poder en la toma de decisiones y puedan
utilizarlo en beneficio propio, tomando, en ocasiones, riesgos innecesarios que pongan incluso en cuestión la
viabilidad futura de la empresa.
4. ORGANIZACIÓN.
Los acontecimientos en los últimos quince años (globalización, aparición de las tecnologías de la información,
integración monetaria europea, la aparición de la más grave crisis económica en la historia reciente), han impulsado
la necesidad de que la empresa se organice de una manera flexible para dar respuesta rápida y ágil a la demanda en
un contexto cada vez más competitivo y cambiante.
Las empresas pueden adquirir externamente o bien producir en su seno aquellos bienes y servicios que precisan para
su proceso productivo (integración). La elección está sujeta a que el mercado ofrezca lo que la empresa requiere a un
precio inferior al de su producción interna.
En muchos casos, gracias a las nuevas tecnologías, la ventaja competitiva se ha trasladado desde la gran empresa
integrada hacia las empresas especializadas, generalmente de tamaño pequeño y mediano.
Las empresas buscan un entorno industrial en el que las relaciones con proveedores y distribuidores se realicen en el
menor tiempo posible y en el que se puedan aprovechar todas las ventajas derivadas de la proximidad de la
concentración empresarial. La fórmula más utilizada por las empresas para organizar la descentralización productiva
es la subcontratación (outsourcing), aunque también pueden establecerse acuerdos de cooperación con objetivos
específicos de investigación, producción o comercialización.
En el caso de que la externalización o subcontratación se realice con empresas ubicadas en el extranjero se puede
hablar de outsourcing internacional u offshoring.
Esto implica la transferencia de empleos a otros países, generalmente de costes laborales más reducidos, aunque
puede significar, desde otro punto de vista, generar a medio y largo plazo ganancias de productividad en el país de
origen que ayuden a las empresas a crear nuevas actividades más sofisticadas y de mayor valor añadido, así como
ocupaciones de mayor cualificación.
Las funciones más comúnmente deslocalizadas desde España son las referentes a tecnologías de información y
desarrollo de software, aprovisionamiento y call center.
Los acuerdos de cooperación han desempeñado un papel muy importante sobre todo en las estrategias de
diversificación de las empresas españolas, ya fueran geográfica, a través del establecimiento de empresas conjuntas
(joint ventures), para la entrada a países emergentes; o estrategias de nuevos productos, aunando fuerzas para
mejorar la competitividad. Los acuerdos de cooperación, además, pueden significar para las pequeñas y medianas
empresas una manera de compensar su menor dimensión y minimizar así sus debilidades.
5. INTERNACIONALIZACIÓN.
Empresas extranjeras en España
El capital extranjero ha tenido un papel crucial en el desarrollo del sistema productivo español, más importante que
en otros países desarrollados. Ha favorecido la inversión productiva y el desarrollo de empresas de mayor dimensión
con capacidad de irradiación de nuevas prácticas y conocimientos tecnológicos, de comercialización y de gestión. Hay
sectores, como el ensamblaje de vehículos, con abrumadora presencia de ellas (Ford, Volkswagen-Seat, Nissan,
Renault, PSA-Opel...). No en vano, según la Estadística de Filiales de Empresas Extranjeras en España, en 2016 el
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84,5% de la cifra de negocios y el 68,5% del empleo total en España en el sector de material de transporte se debía a
dichas filiales extranjeras. De igual modo, ha sido fundamental su presencia en sectores avanzados como material
eléctrico y electrónico o en la industria química y farmacéutica, además de en otros de escasa complejidad
tecnológica como alimentación (en el que destaca Nestlé, una de las pioneras). El sector energético tampoco es una
excepción.
Desde mediados de la década de 1990, sin embargo, un nutrido grupo de empresas ha abandonado sus actividades
productivas, aunque no las comerciales y los servicios postventa. Este proceso de deslocalización empresarial ha
tenido lugar en ámbitos de significación tecnológica bien distintos, desde productos metálicos (con la pionera
Gillette, en 1994), la alimentación, la industria auxiliar del automóvil (Delphi, Valeo), o los electrodomésticos (Braun,
Samsung), hasta la electrónica e informática (IBM, Alcatel, Ericsson), donde más se ha dejado notar.
Comparadas con las empresas manufactureras nacionales, las de capital extranjero se caracterizan por los siguientes
rasgos:
• Mayor capacidad tecnológica (las llamadas ventajas de propiedad), lo que las convierte en fuentes de
difusión de conocimientos y procedimientos.
• Mayor dimensión media, operan en mercados con una estructura más concentrada y controlan una mayor
cuota de mercado.
• Mayor nivel de cualificación de sus trabajadores y mayor estabilidad de sus plantillas (que se manifiesta en la
reducida contratación temporal).
• Productividad del trabajo más elevada, en correspondencia con las características previas.
• Márgenes de rentabilidad más altos, si bien las diferencias se han ido estrechando con el tiempo.
• Una propensión importadora significativamente más alta, motivada en parte por su pertenencia a un grupo
multinacional, lo que obliga a la filial a seguir una política de importaciones vinculadas. De otro lado , su
propensión exportadora es sólo ligeramente más alta que en el caso de las empresas nacionales.
La otra vertiente del proceso de internacionalización de la empresa es la extensión de sus actividades productivas en
el exterior mediante la inversión directa, de trayectoria más reciente. Las empresas españolas afrontaron la
producción y comercialización de sus bienes y servicios en el exterior con bastante retraso respecto a las de otros
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países desarrollados, como puede deducirse de la escasa relevancia del volumen invertido hasta mediados del
decenio de 1990. Sin embargo, el ascenso en la siguiente década fue espectacular, llegándose al momento de
máximo esplendor entre 2003 y 2007.. La cuota española en la inversión directa mundial llegó a superar el 3%,
prácticamente duplicando el peso de España en el PIB mundial. Durante la última crisis, no obstante, se registró un
aumento de las desinversiones y un freno en el ímpetu expansivo de esta inversión directa en el exterior, que se ha
recuperado en parte con el proceso expansivo iniciado en 2014, pero sin llegar al nivel de 2013-2017.
Con frecuencia, la localización de la actividad inversora ha tenido lugar en aquellos mercados y sectores en los que
las empresas españolas tenían ya intereses comerciales. Destacan muy especialmente las empresas del sector
servicios, de energía y agua e ingeniería civil. En cambio, el papel de las empresas manufactureras es relativamente
menor, a pesar de haber mejorado mucho.. Así, actualmente en torno al 20% del stock de inversión directa de España
en el exterior pertenece al sector de las manufacturas, como se indica en el capítulo 21.
Dentro de los servicios, las instituciones financieras y de seguros han sido las de mayor implantación en el exterior ,
en particular los dos grandes bancos (Santander y BBVA). Asimismo, sobresalen las empresas dedicadas a la
información y comunicación (Telefónica, Indra...) y las empresas de comercio (donde sobresale Inditex, uno de los
principales distribuidores de moda del mundo). Buena parte de las actividades en el exterior del sector servicios se
situaron en un principio en Iberoamérica. El proceso de liberalización de este sector, acometido por algunos países
latinoamericanos, se encuentra detrás de la fuerte irrupción de empresas españolas de gran tamaño en dicho
mercado.
Las actividades de energía y agua ocupan asimismo una posición muy destacada en la internacionalización de la
empresa española, al igual que las correspondientes a construcción e infraestructuras (Repsol, Iberdrola, Naturgy –
antigua Gas Natural Fenosa–, AGBAR, Ferrovial, Abertis, ACS...), y también en este caso fue Iberoamérica el lugar
idóneo para su ubicación en primera instancia.
En un segundo momento, la expansión inversora española se dirigió al territorio de la Unión Europea, dando lugar a
que ya en 2005 casi la mitad del stock de inversión directa de España en el exterior se localizara allí (36% para
Latinoamérica).
Cada vez es más habitual, sin embargo, la realización de operaciones en Estados Unidos, y en países emergentes
como India o China, aunque en el continente asiático la presencia relativa es todavía reducida. Particularmente,
durante la última crisis, cabe destacar la disminución del peso relativo como destino de las filiales de las empresas
españolas de los países de la Unión Europea y el aumento de la importancia relativa de Norteamérica.
En definitiva, el sistema empresarial español actúa en un entorno de competencia global: a la acentuada presencia
de capital extranjero en el mercado nacional se le responde, por parte de la empresa española, con un creciente
asentamiento productivo y comercial en los mercados exteriores. De hecho, buena parte de las multinacionales
españolas dependen cada vez más de los resultados de sus filiales en el extranjero y cada vez menos de su actividad
en España, su país de origen. Así por ejemplo, en 2018, los ingresos procedentes del exterior de las empresas del
IBEX 35 fueron del 68% de los ingresos totales frente al 24 por 100 de hace 20 años y del 50 por 100 de hace 10.
Entre las empresas industriales multinacionales españolas, destaca Grífols, en el sector farmacéutico, de alto
contenido tecnológico y elevadas inversiones en investigación e innovación, que ocupa un lugar de liderazgo mundial
y ha entrado con fuerza en Estados Unidos. Otras multinacionales españolas, también líderes mundiales en su sector,
serían Abertis, en infraestructuras; BBVA y Santander, en banca; Ferrovial y ACS, en construcción e ingeniería;
Iberdrola, Endesa y Red Eléctrica Española, en el sector eléctrico; Naturgy y Enagás, en el sector del gas; Telefónica,
en telecomunicaciones; Inditex, en ventas al por menor; Repsol, en el sector petrolero; Amadeus, como proveedor de
tecnología para la industria (procesado de datos y servicios externos); Aena, en servicios aeroportuarios; IAG, en
líneas aéreas; o Mapfre, en seguros.
6. RENTABILIDAD Y FINANCIACIÓN.
La rentabilidad económica, esto es, el beneficio generado por cada unidad monetaria invertida, constituye el
principal resultado de la actividad de las empresas, y es por ello un indicador de su eficiencia . Revela, en definitiva, si
los esquemas organizativos, de estructura de la propiedad y de financiación son adecuados, condicionando, además,
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los planes de inversión futuros; y no solo porque es la fuente de los recursos propios de las empresas, sino también
porque permite su endeudamiento, únicamente factible a largo plazo si los beneficios unitarios superan el coste de
los préstamos.
El gráfico 3 muestra la rentabilidad económica de las empresas no financieras de España, Alemania, Francia e Italia en
el periodo 2000-2017. Se puede observar que, si bien la rentabilidad de las empresas españolas se situaba por
encima de las del resto antes de la crisis, sucede lo contrario después de la misma, debido a una caída en picado de la
rentabilidad en España durante el último periodo recesivo, algo que no ha sucedido tan intensamente en los
restantes países considerados.
Por tamaños, en la mayoría de los años del periodo 2000-2017, se observa una mayor rentabilidad económica de las
grandes empresas en España que de las pymes, de manera similar a lo que ocurre en Italia, y al contrario de lo que
pasa en Alemania o Francia (cuadro 3). Por otro lado, la última crisis económica afectó mucho a las pymes españolas,
que redujeron notablemente su rentabilidad, de tal manera que en 2010 registraban un nivel muy por debajo de sus
homólogas alemanas, francesas e italianas, al revés de lo que sucedía a principios de siglo. En 2017, a pesar de haber
incrementado en buena medida dicha rentabilidad, aún no superaban ni a las pymes italianas. Las grandes empresas
españolas, por su parte, también notaron la crisis en su indicador de rentabilidad de tal manera que si bien antes de
la crisis alcanzaban rentabilidades superiores a las grandes empresas de Alemania, Francia e Italia, en 2010 solo
superaban a las italianas. En 2017, no obstante, y al contrario de las pymes, ya habían recuperado su posición
hegemónica respecto a sus homólogas alemanas, francesas e italianas.
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De igual modo, la estructura financiera de las empresas es un aspecto especialmente relevante de su caracterización,
puesto que condiciona sus inversiones y afecta, en consecuencia, al crecimiento. La financiación de los proyectos de
inversión se cubre con recursos propios y con recursos ajenos; el mayor o menor peso de una u otra forma de
financiación depende, fundamentalmente, del coste (y disponibilidad) de los recursos ajenos respecto a los propios
(la rentabilidad que esperan obtener las empresas). Si el coste es muy alto (o la disponibilidad reducida, como
ocurrió en la última crisis), adaptarán sus inversiones a su capacidad de autofinanciación y, por consiguiente, serán
más sensibles a los beneficios obtenidos y a las variaciones del ciclo económico.
Las pymes han soportado tradicionalmente costes más elevados en sus préstamos que las grandes empresas, al
pagar una prima de riesgo por reunir menos garantías entre las exigidas por el sistema bancario, a pesar de ser
menor su nivel de endeudamiento y de insolvencia financiera. Sin embargo, con la creación de la Eurozona, dentro de
un contexto de reducción de tipos de interés, las diferencias entre pequeñas y grandes empresas, por lo que respecta
al coste del endeudamiento, se han ido reduciendo y convergiendo a la baja.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Empresa. Unidad organizativa con autonomía de decisión que produce bienes y servicios con destino al
mercado, intentando maximizar los beneficios y, en todo caso, minimizar los costes.
• Activos intangibles. Activos inmateriales que obtienen las empresas gracias a la cualificación del personal, al
dominio tecnológico y comercial y a la calidad de sus productos. Estos activos configuran la personalidad de la
empresa e influyen en su competitividad.
• Economías externas. Son aquellas que permiten obtener rendimientos crecientes, con independencia del
tamaño de las empresas (por ejemplo, buenas infraestructuras de comunicación que abaraten los costes, o la
existencia de una concentración territorial de empresas de una misma rama de actividad que permiten la
formación de mercados conjuntos de trabajadores cualificados).
• Margen precio-coste. Muestra la divergencia entre el precio (P) y el coste marginal (CMg). Su expresión
analítica es:
Empíricamente, suele aproximarse por la relación entre el excedente bruto de explotación (valor de la
producción menos consumos intermedios y gastos de personal) y el valor de la producción. En ocasiones, la
dificultad para obtener el valor de la producción hace aconsejable utilizar las ventas.
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La desagrarización no debe conducir a la errónea conclusión de que la agricultura obstaculiza el despliegue de las
actividades secundarias y terciarias. Por el contrario, una adecuada interacción entre el sector agrario y el resto del
sistema productivo ha sido históricamente fundamental, no sólo para evitar estrangulamientos sino para aprovechar
al máximo el potencial de crecimiento.
La contribución de la agricultura al crecimiento económico ha ido cambiando a lo largo de las distintas etapas de
desarrollo:
Inicio: Industria y Servicios demandan mano de obra a la Agricultura, además de aumento y diversificación
oferta alimentaria y mercado para las producciones no agrarias.
Más adelante: Los agricultores deben asumir nuevas labores relacionadas con la conservación y
mantenimiento de los espacios rurales y del medio ambiente. La liberalización de intercambios comerciales
exige una agricultura altamente competitiva.
Una forma habitual de desagregar la agricultura es a través de Orientaciones, que integran unidades productivas con
un output similar: así se hace en el cuadro 1, en el que se ofrece la participación de nueve grandes esferas en la
producción y en la superficie. Los datos revelan que, en la actualidad, cinco orientaciones disfrutan de un claro
predominio, puesto que su aportación conjunta a la producción sectorial se cifró en un 80% en 2018 . En primer lugar,
cabe destacar a Granívoros —explotaciones porcinas y avícolas— cuya contribución ha registrado una fuerte
expansión en los últimos tres decenios, representando en la actualidad la quinta parte de la producción total . En
menor medida, puede decirse de la Horticultura. En un segundo escalón figuran Frutales y cítricos, Bovinos y
Agricultura general —cajón de sastre en el que destaca la presencia de cereales, plantas industriales y cultivos
oleaginosos—, con cuotas que oscilan entre el 11% y el 16% del output sectorial.
Por otra parte, y dado que la principal peculiaridad de la agricultura radica en la utilización de la tierra como factor de
producción, puede realizarse una clasificación de las orientaciones en función de los requerimientos territoriales por
unidad de producto: si son superiores a la media del conjunto de referencia, se denominan extensivas, y, si son
inferiores, intensivas. Así, las orientaciones que en el cuadro 1 tienen un peso territorial superior a su cuota
productiva son extensivas o, lo que es lo mismo, generan un producto por unidad de superficie (productividad de la
tierra) inferior a la media correspondiente al sector agrario español, descollando Agricultura general en las vegetales
y Ovinos y caprinos en los animales. Al contrario, son intensivas las orientaciones en las que la superficie por unidad
de producto es inferior a la citada media, sobresaliendo Horticultura en las agrícolas y Granívoros en las ganaderas.
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Desde 1985 el crecimiento del sector agrario ha sido inferior al del conjunto de la economía, , continuando, de
este modo, con una de las pautas básicas de un modelo general de transformación estructural que da como
resultado final una sustancial pérdida de importancia de la agricultura dentro del sistema económico.
• La participación del sector agrario en el empleo agregado ha descendido de forma drástica , de tal
forma que en 2018 ha quedado reducida a menos del 4%. Su peso productivo se ha dividido por dos a
precios corrientes, situándose por debajo del 3% del VAB agregado. En términos reales, la caída ha sido
mucho más pausada, por efecto de un ritmo de aumento de los precios agrarios sensiblemente inferior
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El agrario es, por consiguiente, un sector que en el largo plazo ha perdido rápidamente importancia en la
economía española. Esto no constituye excepción alguna en relación con lo ocurrido en el conjunto de los países
desarrollados y puede ser explicado por los dos hechos siguientes: a) las preferencias de los consumidores se ven
alteradas por el crecimiento económico, reduciendo la proporción del gasto familiar destinado a alimentación
como consecuencia de que la elasticidad-renta de los bienes que conforman esa función de consumo es, en
general, baja —desde luego, claramente menor que 1 e incluso negativa en ciertos casos—; y b) la oferta agraria
ha ido cambiando de naturaleza, ya que la fracción de la misma que constituye un output intermedio —una
materia prima que debe ser transformada por las industrias alimentarias— ha ido aumentando notablemente, en
detrimento de su carácter de bien final. La combinación de ambos hechos —reducción de la proporción del
consumo privado que se destina a alimentación y descenso del componente agrario de los alimentos finales— es
lo que ha precipitado esa pronunciada pérdida de posiciones de la agricultura en el entramado productivo .
Por otro lado, el complejo agroalimentario es una de las pocas esferas productivas que, de forma regular, ha dado
lugar a un superávit comercial con el exterior. Así, en 2018, la tasa de cobertura superó ampliamente la situación de
equilibrio, lo que se debe al alto grado de competitividad de una serie de producciones, entre las que cabe destacar
hortalizas (tanto frescas como preparados industriales), frutas, bebidas, aceite de oliva y, desde hace unos años,
carnes. Al margen de la pesca (Recuadro 1), los capítulos más deficitarios son tabaco, madera, cereales, semillas
oleaginosas y productos lácteos.
Además, el signo del total de los intercambios agroalimentarios con el exterior depende del flujo comercial que se
considere. Actualmente, en las transacciones intra-UE la tasa de cobertura se eleva hasta la sobresaliente cota del
180 por 100, mientras que en el comercio extracomunitario se sitúa en un 80 por 100 . En otros términos, el sector
agrario español ha sabido aprovecharse de su integración en la Unión Europea , explotando de forma adecuada sus
ventajas comparativas en una serie de producciones que, en su mayor parte, son típicas de la zona mediterránea y
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que, por otro lado, se encuentran entre las que disfrutan de un mayor crecimiento de la demanda mundial.
Pero esa especialización productiva y comercial implica, a su vez, apreciables riesgos, dado el alto grado de
exposición a la competencia internacional de una parte creciente de la producción agraria española . En los
próximos años, es previsible que la liberalización de los intercambios agrarios cobre un nuevo impulso propiciado
por la Organización Mundial de Comercio (OMC), que seguirá redoblando sus esfuerzos en pro de una sustancial
reducción de los instrumentos de protección, a lo que hay que añadir el interés de la Unión Europea para fortalecer
las relaciones comerciales con los países de la ribera meridional del Mediterráneo. El mercado interior europeo
tenderá, por eso, a abrirse a los competidores extracomunitarios en algunas partidas de intenso crecimiento en el
comercio mundial, como frutas y hortalizas, que se caracterizan, sobre todo las segundas, por unos altos
requerimientos de trabajo por unidad de producto, y, por tanto, su competitividad depende en buena medida de los
costes del factor trabajo, sensiblemente inferiores a los españoles en los países en desarrollo y emergentes.
A lo largo de la integración del sector en la Europa Verde las transformaciones de su tejido productivo han sido
relevantes. Adoptando una perspectiva temporal amplia, la cuota española en la producción agraria de la UE-12 se
ha incrementado de la décima a la sexta parte entre 1987 y 2018. Si el contexto se extiende a UE-28, tal como se
hace en el cuadro 4, hay que iniciar el periodo en 2005, sin que se haya registrado un cambio significativo en
nuestro peso productivo a nivel agregado, que está cerca de doblar la contribución española al PIB de este último
conjunto de referencia.
Confrontando el peso relativo en cada Orientación con el correspondiente al total de la producción agraria en los
dos años considerados, pueden inferirse los pilares del patrón de especialización del sector español en el conjunto
formado por UE-28:
• Dentro de las Orientaciones vegetales destaca, en primer lugar, Olivar, con una aportación que ha
registrado una intensa progresión, con el resultado de que en 2018 alcanza los dos tercios del output
comunitario. En segundo término, cabe resaltar a Frutales y cítricos, donde la cuota de la agricultura
española se cifra en la tercera parte y, por último, merece también reseñarse la especialización en
Horticultura. En las Orientaciones ganaderas cabe reseñar que tanto en Granívoros como en Ovinos y
caprinos la participación en la producción de UE-28 ronda la sexta parte.
• Por el contrario, la desespecialización es manifiesta en Bovinos –que es la Orientación con mayor
relevancia en la agricultura europea–, Agricultura general y, lo que no deja de ser sorprendente,
Viticultura.
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Si se elige medida del output el VAB real, el primer factor (Q/T) sería el valor añadido bruto por hectárea de
superficie agraria —equivalente a la productividad de la tierra—, que es posible aumentar mediante tecnologías
químico-biológicas que se incorporan a determinados inputs intermedios (fertilizantes, semillas selectas, piensos,
tratamientos sanitarios...). En una agricultura como la española conviene no olvidar el papel decisivo del agua de
riego como factor de producción a la hora de explicar el aumento de los rendimientos.
Optando por el empleo como unidad de medida del factor trabajo, el segundo factor (T/L) se convierte en la
superficie agraria disponible por persona ocupada, vinculada con las tecnologías mecánicas, que posibilitan la
sustitución de trabajo por capital a través de la mecanización de las labores agrarias. Ello permite el aumento de la
superficie capaz de ser puesta en producción por empleo agrario o, lo que viene a ser lo mismo, el descenso de los
requerimientos de trabajo directo por hectárea de cultivo. Esta sencilla relación es un excelente indicador de la
dotación factorial imperante en los procesos agrarios, puesto que pone en relación directa dos factores —tierra y
trabajo— e, indirectamente, al capital, ya que su aumento solo es posible mediante la mecanización, es decir, a
través de la sustitución de trabajo por bienes de equipo (tractores, cosechadoras...).
En Economía Agraria suele considerarse que todas las explotaciones, cualquiera que sea su dimensión, pueden
acceder a los inputs químico-biológicos corrientes porque son perfectamente divisibles, a diferencia de lo que
sucede con las tecnologías mecánicas que, al materializarse en bienes de capital, dan lugar a indivisibilidades. Por
ello, en principio, se piensa que la difusión de las primera cobra un mayor protagonismo que las segundas en el
cambio técnico y, por ende, en la progresión de la productividad del trabajo. No obstante, cabe apuntar que el
carácter indivisible de los inputs mecánicos se ve atemperado por el alquiler de la maquinaria agrícola, sin olvidar
que las industrias suministradoras de tales bienes de capital han realizado un considerable esfuerzo para ampliar
su mercado, generando maquinaria —los motocultores por ejemplo— a la que pueden acceder las explotaciones
de menor dimensión.En el caso concreto del sector agrario español, los dos factores han contribuido
positivamente a las ganancias de productividad en una similar cuantía a lo largo del periodo estudiado. No
obstante, conviene distinguir dos fases. En la primera, que aproximadamente cubre los dos decenios que van de
1985 a 2005, la productividad del trabajo crece a buen ritmo, estimulada por la tracción de sus dos factores . En la
segunda, se registra un freno que sobre todo obedece a la paralización del aumento de la superficie disponible por
empleo. En gran medida, este segundo hecho obedece a un efecto composición: la creciente presencia en el
output agregado de las orientaciones más intensivas, particularmente Granívoros, Frutales y cítricos y, en menor
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medida, Horticultura. Actividades que se caracterizan por una elevada productividad de la tierra a costa de una
baja superficie productiva por empleo.
En cualquier caso, la productividad del trabajo agrario ha progresado a un ritmo sensiblemente superior al de la
economía española en el conjunto del periodo estudiado. Varias pueden ser las causas explicativas de esa notable
mejora, entre las que se destacarán dos. En primer lugar, el acusado encarecimiento relativo de la mano de obra
asalariada —puede comprobarse a través del cuadro 6 que el ritmo de crecimiento de los salarios agrarios ha sido
muy superior al de los precios de los bienes de inversión, en los que la maquinaria constituye el principal capítulo—,
lo que ha incentivado la reducción de los requerimientos de trabajo por unidad de superficie en ciertas esferas
productivas, básicamente las que se han caracterizado como extensivas. Por otra parte, los precios percibidos por la
venta de las producciones agrarias han registrado una progresión mucho más contenida que el IPC , y esto significa
que, para mantener idéntica renta agraria real, es necesario producir un mayor output, dando lugar a un nuevo y
poderoso estímulo para acrecentar la productividad del trabajo por la vía, en este segundo caso, del recurso a los
dos factores impulsores citados.
La agricultura española se caracteriza en el conjunto de UE-28 por disfrutar de un nivel de la productividad del
trabajo, con un diferencial relativo tan favorable, que resulta harto difícil encontrar en cualquier otro grupo de
actividad. Esa inusual brecha se ha estrechado entre 2005 y 2018, como consecuencia del crecimiento y de la
consiguiente desagrarización de las economías más atrasadas de la Unión, pero en 2018 la productividad española
dobla prácticamente a la media europea (gráfico 1). En la actualidad, tal superioridad reposa sobre los dos factores
de una forma mucho más equilibrada que a comienzos del presente siglo. La productividad de la tierra ha crecido
más que en el conjunto de La Europa Verde, mientras que la superficie por unidad de trabajo lo ha hecho en menor
medida. De nuevo, nos reencontramos con el proceso de intensificación del sector agrario español que explica la
asimétrica evolución seguida por los dos indicadores anteriores.
La primera conclusión que puede extraerse es la de que el sector agrario español sigue singularizándose por un
marcado carácter dual, que se concreta en la coexistencia de dos amplios subconjuntos. Por un lado, un
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conglomerado formado por un gran número de explotaciones de reducida dimensión —ejemplarmente reflejadas
en el primer estrato del cuadro 7— que aporta una parte totalmente residual de la producción , cuando encuadra
a la mitad de las unidades productivas. Por otro, se encuentra un minoritario grupo de unidades productivas —
constituido por el intervalo superior— donde las proporciones anteriores se invierten, es decir, integra poco más
de una de cada diez explotaciones, absorbiendo las tres cuartas partes del output agrario . En las primeras, el
trabajo familiar es ampliamente mayoritario, al contrario que en las segundas que, entre sus rasgos distintivos,
figura una elevada tasa de salarización.
El segundo hecho destacable es que el factor tierra sigue siendo determinante en la agricultura, es decir, rige la
regla general de que la superficie disponible por explotación condiciona su dimensión económica, registrándose
una nítida relación positiva entre superficie agraria y producto generado . El valor de la producción media anual
en el intervalo superior se cifró en 315.000 euros en 2017, lo que multiplicó por noventa al valor medio del
estrato inferior.
En tercer lugar, no es menos importante que el factor tierra —y, por tanto, también la dimensión económica—
determine el nivel de eficiencia. En efecto, la productividad del factor trabajo crece con firmeza con la dimensión
de las unidades productivas, multiplicándose por trece entre los dos estratos extremos, sin que su ascendente
perfil experimente fisura alguna. Aclárese que el precario nivel de eficiencia del mayoritario grupo de pequeñas
explotaciones es una palpable prueba de su carácter marginal; se trata, básicamente, de unidades productivas en
las que la actividad agraria es subsidiaria de otras fuentes de renta familiar, entre las que cabe destacar las
pensiones y el trabajo fuera de la agricultura de algún miembro del hogar.
Por último, conviene analizar cuál de los dos factores determinantes desempeña un papel más relevante en la
materialización de ese creciente diferencial en la productividad. El producto por unidad de superficie ha
ampliado sensiblemente su grado de dispersión en los últimos lustros. Actualmente, aumenta gradualmente en
las tres primeras clases, pero lo más destacable es que alcanza un destacado máximo en el intervalo superior, lo
que se deriva del hecho de su creciente especialización en las orientaciones más intensivas. Asimismo, la
superficie disponible por unidad de trabajo está relacionada positiva y significativamente con la dimensión
económica. Por tanto, cabe concluir que el importante diferencial que se abre en la productividad entre
pequeñas y grandes explotaciones agrarias se explica, en la actualidad, por la acción conjunta de sus dos
componentes.
En primer lugar, hay que resaltar el hecho de que se han reformulado los objetivos de la PAC, que a partir de ahora
deberá atender a retos de diferente naturaleza: a) producción viable y competitiva de alimentos; b) gestión sostenible
de los recursos naturales y lucha contra el cambio climático; y c) desarrollo territorial equilibrado. La reforma de 2013
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ha propiciado un mayor énfasis en los servicios ambientales que el sector agrario debe prestar al conjunto de la
sociedad, es decir, a la producción de bienes públicos: paisaje, conservación de la calidad de los suelos y aguas,
biodiversidad, control de la contaminación... El hecho de que el mercado no retribuya esas externalidades positivas se
configura como uno de los fundamentos del apoyo prestado con recursos públicos a los agricultores europeos. Debe
tenerse en cuenta que la superficie total agraria equivale al 90 por 100 de la geografía de la Unión Europea y, por tanto,
las actividades a las que sirve de soporte —agricultura, ganadería y selvicultura— deben ser la clave de cualquier
política territorial y ambiental.
En segundo término, se han conservado los dos pilares de la PAC, que absorberá el 40 por 100 de los recursos de
previstos en el Marco Financiero 2014-2020. El primero comprende los pagos a agricultores y las medidas de mercado,
con financiación a cargo del FEAGA (Fondo Europeo Agrario de Garantía) que contará con alrededor de las tres cuartas
partes de los recursos destinados a la PAC; el segundo, que se responsabiliza del desarrollo rural, con la cobertura del
FEADER (Fondo Europeo Agrario de Desarrollo Rural), al que corresponderá algo más del 20 por 100 del gasto total.
En tercer lugar, no es difícil entender las dificultades para consensuar una reforma de la PAC en el marco de una Unión
Europea cada vez más compleja y que padece, además, un notable déficit de gobernanza económica. Obstáculos que se
salvaron gracias a la concesión de una amplia autonomía a los Estados miembros que, a partir de la reforma, han visto
sensiblemente reforzadas sus competencias para la aplicación del marco común pactado en sus territorios. El mejor
reflejo de ese mayor grado de nacionalización de una política que, sobre todo en el primer pilar, siempre ha estado muy
centralizada en Bruselas lo constituye el hecho de que se ha distinguido entre los regímenes que son de obligada
aplicación por los Estados miembros de aquellos que pueden ser libremente adoptados. Es más, el hecho de que las
autoridades nacionales deban decidir sobre importantes vertientes de la PAC renovada ha provocado un considerable
retraso en su implementación, si bien los principales elementos vertebradores del primer pilar pueden ser descritos de
la siguiente forma:
Agricultor activo. Se trata de un componente legitimador, mediante el cual se establece el principio por el que solo los
propietarios de tierra con una actividad agraria efectiva pueden tener acceso a los recursos públicos movilizados por los
dos pilares. Bruselas ha establecido una lista de usos del suelo (aeropuertos, obras hidráulicas, servicios inmobiliarios...)
que deben ser excluidas de los pagos, dejando un amplio margen de maniobra a los Estados miembros a la hora de
concretar los requisitos para poder ser perceptor. España ha aplicado un planteamiento muy laxo, conocido como la
regla del 20 por 100, que es el mínimo del total de ingresos agrarios (subvenciones incluidas) que debe proceder de la
venta de los productos de la explotación en el mercado.
Pago básico. Régimen de ayudas obligatorio para los Estados miembros y pieza clave de la PAC renovada. Se trata de un
pago desacoplado de las cantidades producidas y, por tanto, asociado a la superficie agraria. En el planteamiento inicial
de la Comisión Europea debería tender a ser uniforme, de tal forma que en 2020 todos los agricultores europeos
percibiesen una ayuda muy similar por hectárea. No obstante, el Parlamento y el Consejo han decidido distribuir los
recursos disponibles en el septenio 2014-2020 en función de los derechos históricos de los Estados miembros, es decir,
utilizando como criterio fundamental lo que han venido recibiendo cada uno de ellos en los últimos años.
Planteamiento que provoca un apoyo muy desigual puesto que, por ejemplo, por unidad de superficie, el pago
percibido por Holanda cuadriplica al de Rumanía. Ahora bien, si se corrige por la paridad de poder adquisitivo, ese
diferencial relativo se reduce a la mitad. De acuerdo con ello, la dotación nacional de España en el primer pilar se
elevará a un montante anual medio de 5.000 millones de euros, de los que alrededor de la mitad se destinará al pago
básico, lo que supone una ayuda por unidad de superficie un 15 por 100 inferior a la media de UE-28.
Pago verde. Régimen obligatorio. Conviene recordar que, desde 2003, las ayudas de la PAC han estado sujetas a
condicionalidad, lo que ha implicado el cumplimiento de una amplia gama de requerimientos ambientales por parte del
perceptor. Por tanto, el pago verde es una nueva capa en el sistema general de ayudas, de gran relevancia por dos
razones: a) absorberá el 30 por 100 de la dotación nacional del primer pilar, lo que, en el caso español, equivale a un
montante anual de 1.500 millones de euros; y b) permitirá incentivar la producción simultánea de alimentos para el
mercado y de bienes públicos por parte de los agricultores europeos.
Ayudas acopladas. Régimen voluntario, que permite pagos directamente vinculados a la producción, lo que se justifica
por reservarse a actividades agrarias de gran importancia —económicas, sociales o ambientales— que se enfrenten a
determinadas dificultades, pudiendo los Estados miembros elegir entre una amplia lista de esferas productivas. España
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ha decidido orientar el 12 por 100 de su dotación nacional a estas ayudas que, en gran medida, se destinarán al ganado
herbívoro: vacuno, ovino y caprino.
Pago redistributivo. Régimen voluntario. Los Estados miembros pueden destinar hasta el 30 por 100 de los recursos
disponibles para garantizar una mayor equidad en el reparto de las ayudas, a través de la concesión de un complemento
al pago básico a las treinta primeras hectáreas de cada explotación. España ha decidido no aplicarlo, a diferencia de
Alemania y Francia, pese a que en los años finales del Marco Financiero 2007-2013 el 15 por 100 de los agricultores
españoles percibió el 70 por 100 de las ayudas del FEAGA.
Junto a las anteriores piezas del primer pilar de la PAC se pueden mencionar otras, tales como los apoyos a Jóvenes
agricultores, que es de aplicación obligatoria, Zonas con limitaciones naturales, que es de libre adopción por los Estados
miembros o el Régimen de pequeños agricultores, que es obligatorio para las autoridades nacionales pero voluntario
para los agricultores. En fin, un auténtico rompecabezas que puede dar lugar a la aplicación de diferentes variantes
nacionales de significativa entidad en una supuesta política agraria común, lo que podría provocar distorsiones de la
libre competencia en el mercado interior de la Unión Europea en la medida que el apoyo público a una determinada
actividad pueda entrañar notables disparidades entre los Estados miembros.
Por último, en lo que concierne a la Política de Desarrollo Rural cabe destacar que se han fijado las seis prioridades que
siguen: 1) fomentar la transferencia del conocimiento y de la innovación; 2) mejorar la viabilidad de las explotaciones
agrarias; 3) desarrollar la organización de la cadena alimentaria y mejorar la gestión de riesgos; 4) restaurar, preservar y
mejorar los ecosistemas; 5) promover la eficiencia de los recursos y el paso a una economía baja en carbono; 6)
favorecer la inclusión social en las zonas rurales. Su conexión con los tres objetivos citados de la PAC renovada es
evidente, de la misma forma que lo es su apuesta por el reverdecimiento de la política que, en sus primeras décadas de
vida, fue considerada la punta de lanza de la integración europea, lo que quedará aún más claro si se añade que, al igual
que con el Pago verde del primer pilar, el 30 por 100 de los pagos del FEADER deben dirigirse a inversiones y medidas
relacionadas con el medio ambiente y el clima.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Cuentas del sector agrario. Desde hace años se ha adoptado la metodología del Sistema Europeo de Cuentas (SEC-
95) de Eurostat, lo que ha implicado su homologación con las Cuentas de producción y explotación del resto de las
ramas de actividad:
A. Producción a precios básicos. B. Consumos intermedios. C=A–B. Valor añadido bruto a precios básicos.
D. Amortizaciones. E. Otras subvenciones. F. Otros impuestos. G = C – D + E – F = Renta agraria.
Por tanto, en la actualidad, las macromagnitudes agrarias son las mismas que las de cualquier otro sector económico,
lo que conlleva indudables ventajas respecto a la situación anterior. No obstante, es preciso hacer dos aclaraciones:
- La Producción a precios básicos incluye las Subvenciones a los productos, que son la mayor parte de las
subvenciones recibidas por los agricultores europeos y que, además, como es sabido, alcanzan un montante que, por
su importancia, guarda muy poca relación con el apoyo recibido por las actividades industriales y terciarias.
- Al igual que en el resto de las ramas, la Renta agraria está formada por dos grandes capítulos: Remuneración de
asalariados y Excedente neto de explotación/Renta mixta neta (ENE/RMN). Las especificidades agrarias son,
básicamente, tres: a) una relevante fracción de la renta es aportada por las subvenciones recibidas; b) la baja tasa de
salarización con respecto al conjunto de la economía hace que la Remuneración de asalariados sea un capítulo con
un peso muy inferior al habitual; y c) en España, el 95 por 100 de las explotaciones agrarias tienen a una persona
física como titular, lo que afecta al 70 por 100 de la superficie puesta en producción; por ello, las rentas mixtas,
derivadas de la prestación conjunta de trabajo y de capital por parte de la familia titular, constituyen el grueso de
ENE/RMN.
Además de las macromagnitudes agrarias del SEC-95, Eurostat, y por tanto el INE, suministran información sobre
otras variables, como las que se recogen en el cuadro 7 del presente capítulo, entre las que cabe destacar las
siguientes:
- Producción estándar total (PET). Medida del output agrario, que se calcula a partir de la producción estándar (PE),
que es el valor monetario de una unidad de un determinado producto agrario al precio de salida de la explotación. La
PET es, al no descontar el consumo intermedio, mayor que el VAB. Se valora en Unidades de Dimensión Económica
(UDE) que equivalen a 1.200 euros.
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2. DELIMITACION Y CLASIFICACION
Las actividades industriales tienen por objeto la transformación de los recursos naturales, a través de sucesivas fases,
por medio de procedimientos físicos o químicos. El sistema Europeo de Cuentas Integradas (SEC) reduce el ámbito de
la industria a las manufacturas.
El contraste entre las manufacturas avanzadas e intermedias y las tradicionales es muy acusado en varios aspectos.
Las dos primeras se enfrentan a un mercado más dinámico; utilizan menos trabajo por unidad de producto; se
desarrollan en establecimientos de dimensión superior, lo que contribuye a un mayor grado de concentración de la
oferta en las empresas; admiten una mayor diferenciación en tipos, calidades y características de los productos;
mayor nivel de apertura al exterior; esfuerzo innovador mayor; mano de obra cualificada, en fin, más penetradas por
capital extranjero.
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La progresiva pérdida de peso de las manufacturas ha generado cierta preocupación, acentuada en los últimos años
ante la magnitud del tejido industrial perdido durante la crisis, acerca de una posible desindustrialización de la
economía española. Una tendencia, por lo demás, compartida por buena parte de las economías europeas (gráfico 1)
y que ya comienza a afectar a algunas de las que se encuentran aún en fase de desarrollo.
El temor a este proceso de desindustrialización, sin embargo, pierde intensidad al determinar sus causas. En primer
lugar, la contracción de la participación de las manufacturas en el VAB expresado en términos reales es
sustancialmente menor que en el VAB valorado a precios corrientes y en el empleo. La explicación radica en la mayor
eficiencia de la industria con relación a los restantes sectores de actividad y que se manifiesta en un avance más
rápido de la productividad del trabajo y un inferior aumento de los precios. Así pues, al menos una parte relevante de
la disminución del tamaño relativo del sector industrial puede atribuirse a su creciente eficiencia. En segundo lugar, la
progresiva externalización de servicios por parte de las empresas industriales y sus cada vez mayores necesidades de
estos, particularmente los relacionados con las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC),
contribuye a esclarecer el menor crecimiento relativo de las manufacturas mostrado por las fuentes estadísticas , que
oculta que una parte significativa de los servicios va destinada a satisfacer los requerimientos productivos de las
actividades industriales.
60
La paulatina internacionalización de las empresas industriales se manifiesta en que tanto las exportaciones como las
importaciones de manufacturas han aumentado su peso en el PIB, una vez superada la contracción de la demanda, y
en consecuencia de las importaciones, asociada a la crisis. Destaca especialmente la notable expansión de las
exportaciones, que impidió una mayor caída de la actividad durante los años más intensos de la crisis y se ha
prolongado en los años de recuperación (véase de nuevo el cuadro 2). Esta evolución, así como la reactivación de las
compras exteriores que acompaña al repunte de la demanda, han posibilitado una ampliación de la cuota de las
manufacturas en el total de los flujos comerciales, a pesar del rápido avance del comercio de servicios.
Por otra parte, se trata de una desindustrialización relativa. Hasta el comienzo del nuevo siglo el crecimiento de la
industria es elevado, si bien inferior al del conjunto de la economía, y posee un perfil semejante al de esta. Es a partir
del año 2000 cuando empiezan a manifestarse dificultades para el avance de la producción industrial (gráfico 2). Su
ritmo de expansión, a una tasa media anual acumulativa nada despreciable, del 2 por 100 en el primer septenio del
siglo, se encuentra por debajo del registrado por el agregado de la actividad. La acrecentada competencia
internacional y un modelo de crecimiento orientado hacia las actividades de construcción e inmobiliarias limitaron
las posibilidades de desarrollo de las manufacturas, que apenas pudieron aprovechar el impulso de la demanda
nacional. Desde el inicio de la crisis, la industria española retoma una tendencia común en muchos países y
experimenta con mayor intensidad las fluctuaciones cíclicas, retrocediendo con más celeridad en la fase depresiva y
avanzando más en la recuperación. Así, a la altura de 2015, la producción industrial conseguía situarse por encima de
los niveles alcanzados en el año 2000.
61
Aunque las tasas de crecimiento de la industria en el periodo estudiado distan mucho de las anotadas en la etapa de
mayor dinamismo industrial y productivo, la década de 1960 y primera mitad de la de 1970, su progreso ha tenido
lugar sobre bases más firmes que entonces. La incorporación de España a la Europa comunitaria, los avances en el
proceso de integración europeo, la adhesión de trece países con claras ventajas de costes laborales y la creciente
inserción en el comercio mundial de países emergentes han generado un escenario competitivo más exigente en el
que las manufacturas españolas han sido capaces de desenvolverse.
Una visión más completa del crecimiento industrial español —esta es la segunda vertiente propuesta al comienzo—
se obtiene al efectuar la comparación con las economías de su entorno geográfico y económico, en particular con las
que también pertenecen a la Unión Europea. La comparación denota la solidez del crecimiento industrial español.
Con relación a la industria de la Unión, España fue capaz de ampliar su presencia en la oferta comunitaria hasta la
irrupción de la crisis económica, cuando la mayor intensidad en el descenso de la demanda interna en España tiene
su reflejo en un retroceso de su participación en la producción industrial europea que no se frena hasta el inicio de la
recuperación económica en 2014, sin que todavía se hayan alcanzado los niveles precrisis (cuadro 3). En cambio, las
cuotas de exportación han seguido una tendencia creciente respecto a la Eurozona y han descendido muy
ligeramente en el conjunto mundial, lo que habida cuenta del ya citado incremento de la competencia en los
mercados internacionales denota una apreciable capacidad competitiva.
En el año de la incorporación española a la Unión Europea, el núcleo básico de la producción manufacturera estaba
compuesto por las actividades tradicionales que absorbían algo menos de dos tercios del valor añadido.
Transcurridas tres décadas, y aun cuando han rebajado su peso relativo, esta agrupación de manufacturas conserva
su protagonismo en el tejido industrial, destacando entre ellas la rama de alimentos, bebidas y tabaco (cuadro 4).
62
En el otro extremo, las actividades avanzadas únicamente representan el 5,8 por 100 de la producción total. Además,
su importancia relativa, que siguió una tendencia ascendente hasta mediado el decenio de 1990, se ha reducido
sustancialmente desde entonces. El escaso desarrollo y la evolución de estas manufacturas, las más favorecidas por
el impulso de la demanda y con mayores requerimientos tecnológicos, es sin duda preocupante puesto que, en
principio, son las que poseen un superior potencial de crecimiento. A este respecto, llama la atención que la pérdida
más acentuada haya tenido lugar en las actividades informáticas y electrónicas, encuadradas en el grupo de las TIC,
que constituye el eje de la revolución tecnológica más reciente. Una merma que, sin embargo, también se ha
registrado en otras economías desarrolladas, tras un intenso proceso de deslocalización hacia las áreas geográficas
con ventajas en costes laborales, fundamentalmente Asia. En cualquier caso, España continúa apareciendo entre los
países europeos con un índice de especialización más bajo en estas actividades (gráfico 3). El avance de las
manufacturas avanzadas constituye, por tanto, un reto pendiente para afianzar la reindustrialización española. Una
tarea difícil, especialmente en el caso de las TIC, si bien existe un embrión de empresas nacionales sobre las que
apoyarse.
Por su parte, las actividades intermedias son las únicas que han aumentado su presencia en el valor añadido
industrial. De este modo, la pauta evolutiva seguida por el patrón de especialización de la industria española desde
los años sesenta —consistente en un paulatino descenso de la participación de las manufacturas menos dinámicas y
con inferiores requerimientos tecnológicos—, que pareció interrumpirse a mediados de los años noventa, vuelve a
recuperarse en el nuevo siglo. El rasgo diferencial respecto a las décadas precedentes es que el estímulo al
crecimiento de las manufacturas se ha desplazado desde las actividades avanzadas más vinculadas a las TIC hacia las
intermedias de mayor contenido tecnológico. Producciones como la química, la maquinaria y equipo mecánico y el
material de transporte progresivamente han ido afirmando su presencia en el patrón industrial.
En lo que atañe a la composición de las exportaciones, las ramas más tradicionales son las que han mostrado un
mayor dinamismo desde comienzos del presente siglo (cuadro 5). El vigor de las ventajas competitivas que posee
España en estas industrias ha sostenido una sólida especialización exportadora en el conjunto de la Unión Europea,
particularmente destacada en productos de minerales no metálicos, alimentos y textil, confección cuero y calzado, y
tiene su reflejo en los favorables resultados comerciales obtenidos por este conjunto de actividades. Las
manufacturas avanzadas no han conseguido alcanzar el mismo ritmo de crecimiento en sus ventas al exterior y, en
consecuencia, han aminorado su presencia en el total de exportaciones. Una presencia, por otra parte,
extremadamente reducida, pues apenas alcanza la mitad de su participación en el patrón exportador comunitario y
de las compras al exterior de este tipo de manufacturas. Estos resultados refuerzan el ya señalado insuficiente
desarrollo de estas actividades en el tejido productivo español e insisten en la necesidad de potenciar su expansión.
Por su lado, las producciones intermedias han mantenido su predominio en el patrón comercial, incluso en los años
más duros de la crisis, cuando las exportaciones de material de transporte, una de las ramas que tradicionalmente ha
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mostrado elevadas ventajas comerciales reveladas, sufrieron una enérgica contracción que, en parte, se ha visto
compensada por el fuerte aumento de las exportaciones de productos químicos.
Para finalizar este apartado, interesa reflexionar sobre las claves de la especialización productiva y comercial
española en manufacturas tradicionales, tarea que viene suscitando múltiples investigaciones, sin que de ellas
puedan extraerse respuestas del todo concluyentes. Una primera explicación seguramente proviene de las
peculiaridades de estas industrias. La pequeña dimensión de los establecimientos, la intensidad en recursos
naturales y mano de obra, y el uso de tecnologías estandarizadas parecen acomodarse a sus dotaciones relativas de
recursos, con más abundancia de trabajo y menor cantidad de capital físico, humano y tecnológico que en la media
comunitaria. Téngase presente, a la hora de valorar la posible relevancia de esos factores —en especial la
estandarización tecnológica—, que la especialización en las actividades tradicionales es bastante más acusada si se
examina exclusivamente la producción obtenida en aquellas empresas que son propiedad de residentes, pues el
desarrollo logrado en las actividades intermedias y avanzadas se ha asentado en gran medida en la penetración del
capital extranjero, al que corresponde más de la mitad del valor añadido generado.
También conviene preguntarse por qué se ha mantenido este patrón, cuando parecía llamado a desaparecer
gradualmente. Siguiendo la pauta descrita por Heckscher y Ohlin, podría contestarse que la in tegración europea,
máxime desde que se hizo realidad el Mercado Único Europeo, mediada la década de 1990, ha afianzado las ventajas
competitivas de la industria española en las producciones tradicionales e intermedias, más intensivas en aquellos
recursos en los que la economía disfruta de mejor dotación relativa. Su dinamismo exportador, principalmente en los
años más recientes, apunta en esta dirección.
Otro elemento explicativo de importancia no menor es el rápido desarrollo de las manufacturas de alto contenido
tecnológico, especialmente las TIC, en el seno de los nuevos países industriales, gracias a la implantación de un
amplio conjunto de empresas multinacionales en sus territorios desde finales del siglo pasado . De esta forma, países
como Hungría, República Checa o Polonia superan claramente la cuota española en las exportaciones mundiales de
este tipo de manufacturas. La deslocalización de firmas multinacionales desde España hacia esos rivales comunitarios
ha contribuido a la merma del tejido industrial en el espacio nacional. Esto podría paliarse en el futuro con la
captación de nuevas empresas de capital extranjero, un reto que necesariamente pasa por incrementar los atractivos
de localización que ofrece España (véase el capítulo 20) y, sobre todo, con el desarrollo de empresas de base
tecnológica propia, que únicamente es viable con un redoblado esfuerzo tecnológico y mejoras en la eficiencia
productiva.
5. EFICIENCIA PRODUCTIVA
El crecimiento sostenido de la industria ha de basarse en el continuo aumento de la eficiencia con que se obtienen
sus productos, uno de cuyos mejores indicadores es la productividad del trabajo. Su progreso, tanto más fácil cuanto
más competitivos son los mercados, favorece la rebaja de los costes de producción y de los precios de los productos,
permitiendo al mismo tiempo el aumento de la retribución real de trabajo y, con ello, de la renta de los individuos . El
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propósito de este epígrafe es averiguar en qué medida la capacidad de crecimiento de la industria española, su
competitividad, se ha visto impulsada o limitada por la trayectoria de la productividad del trabajo, tratando de
desentrañar los principales determinantes de esta.
Tradicionalmente el crecimiento de la producción industrial se basó en el ascenso de la productividad del trabajo ,
mostrando una escasa capacidad de generación de empleo. Prueba de ello es que el empleo existente en 1995 era
semejante al de mediados del decenio de 1960 (algo menos de dos millones y medio de personas). La etapa
expansiva que se inicia a mediados de los años noventa quiebras esta pauta evolutiva. El lento aumento de la
productividad restringió la capacidad de expansión del producto industrial que, no obstante, anotó un avance
significativo merced a la expansión de las exportaciones y una notable creación de empleo asociada al desarrollo de
producciones de baja productividad que se vieron favorecidas por la masiva entrada de emigrantes. Este modelo de
crecimiento, que fue agotándose en los primeros años del nuevo siglo, parece que es el que, d e nuevo, está guiando
la recuperación de la actividad industrial tras la intensa caída experimentada durante el periodo de crisi s. Así, el
progreso en la eficiencia productiva ha ido perdiendo fuerza progresivamente conforme avanzaba la recuperación
económica, atribuyéndose el crecimiento del valor añadido industrial a la generación de empleo.
En términos comparados, y para el conjunto del periodo, el ritmo de aumento de la productividad (2,0 por 100) ha
sido inferior al promedio de la Unión Europea (cuadro 6). Esta tasa refleja el insuficiente desarrollo alcanzado en
relación a los competidores más próximos durante la etapa de bonanza que se extiende hasta 2007 , que provocó un
progresivo distanciamiento de los niveles de productividad comunitarios. Las dificultades para el avance de la
productividad, a las que se une un muy superior incremento de la remuneración por trabajador, explican el elevado
crecimiento de los costes laborales unitarios respecto a la industria comunitaria.
La pérdida de competitividad en costes frente a la Eurozona no se detiene hasta bien entrada la crisis económica,
cuando al repunte en la productividad, en gran medida fruto de la desaparición de los establecimientos menos
eficientes y la intensa destrucción de puestos de trabajo, se añade una notable moderación salarial. Como resultado
de este proceso de ajuste y devaluación interna, las manufacturas españolas consiguen recuperar gran parte de la
competitividad perdida desde comienzos de siglo. De ello no debe deducirse, sin embargo, que las actuaciones
dirigidas al fomento de la competitividad industrial deban buscar solo la moderación salarial. De una parte, en
economías, como la española, con libre movilidad de factores de producción e inferiores salarios relativos, las
mejoras en la renta han de ir unidas a aumentos en los salarios; de otra, las ventajas laborales españolas se diluyen
en el plano internacional. Por tanto, el adelanto competitivo ha de insistir en una mejora de la eficiencia productiva
que haga compatible la generación de empleos estables y los aumentos salariales con el avance de la competitividad;
máxime si se tiene en cuenta la progresiva ralentización de la productividad que ha acompañado la recuperación de
la actividad durante los últimos años y que ha vuelto a ampliar la brecha respecto a la media comunitaria.
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La consecución de mayores ascensos en la productividad del trabajo requiere acrecentar el esfuerzo innovador de las
empresas industriales, progresar en la incorporación y difusión de las TIC, mejorar la formación de una parte
considerable del empresariado y lograr una mayor adecuación entre la cualificación de la mano de obra y las
necesidades del aparato productivo. A ello ha de sumarse el desarrollo de estrategias ambiciosas de organización de
la producción sobre bases internacionales, a través de un mayor recurso a la subcontratación exterior y de la
localización de una parte de las actividades productivas en otros países.
Los limitados resultados de la industria española en términos de eficiencia relativa contrastan con la fortaleza de sus
exportaciones y, más concretamente, con el alza de su cuota en las ventas exteriores de la Eurozona, y con el ligero
descenso de esta en las exportaciones mundiales, que, como se expuso en el tercer apartado, expresan la firmeza
competitiva de las manufacturas españolas. La explicación de esta aparente paradoja radica, tal y como revelan un
cada vez mayor número de estudios, en que otros factores, distintos a los costes y precios relativos –tradicionales
determinantes de la competitividad–, han jugado un papel más relevante en el dinamismo mostrado por los
productos españoles en los mercados internacionales.
El primero de ellos se encuentra en la heterogeneidad del tejido empresarial, donde conviven grandes empresas
exportadoras que logran altos niveles de productividad y ocupan posiciones de liderazgo en los mercados
internacionales, con numerosas firmas de menor tamaño y eficiencia productiva, más volcadas al mercado interior y
expuestas a la competencia externa. Así, la fortaleza competitiva de la industria española descansaría en el grupo de
empresas más dinámicas y eficientes. Con todo, este no es un rasgo que separe mucho a España de otros
competidores, pues la exportación se concentra siempre en grandes empresas. Por otra parte, las firmas de tamaño
mediano y pequeño no han dejado de acrecentar su orientación al mercado exterior, particularmente en los últimos
años.
El segundo tiene que ver con la especialización productiva de la industria española en segmentos, dentro de cada
actividad, con niveles de productividad relativamente bajos, aprovechando la ventaja competitiva de una mano de
obra barata en el contexto de la Europa más avanzada. En este sentido, merece recordarse su ya señalada habilidad a
la hora de insertarse en redes internacionales de producción, principalmente de dimensión europea, en las que si
bien suelen desempeñarse las fases más vinculadas al ensamblaje, donde más relevantes son las ventajas salariales,
se requiere una elevada calidad y capacidad competitiva que garantice la aptitud de los productos destinados a su
transformación o uso final en el exterior.
El tercero reside en una estructura geográfica de las exportaciones en la que se han combinado con acierto mercados
maduros y emergentes. Así, la elevada concentración de las ventas exteriores en el mercado comunitario, uno de los
más exigentes y con mayor capacidad de compra a escala global, ha favorecido el aumento de la participación de
España en la oferta mundial; pero también lo ha hecho su progresiva orientación hacia un buen número de las
economías emergentes que durante las últimas décadas han liderado el crecimiento de las importaciones en el plano
internacional. No obstante, el todavía limitado grado de penetración en nuevos territorios claramente expansivos
pone de relieve la necesidad de que las empresas españolas continúen diversificando la cartera de destinos de sus
exportaciones, sin descuidar, claro está, las posiciones alcanzadas en los mercados tradicionales.
Por último, los esfuerzos de las empresas industriales para ajustar sus productos a la demanda mundial y avanzar en
la diferenciación de sus producciones les han permitido defender su posición competitiva en actividades altamente
expuestas a la competencia internacional, al ofrecer una favorable relación calidad-precio.
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6. POLITICA INDUSTRIAL
Durante la mayor parte del periodo analizado, en España, al igual que en otros países desarrollados, ha prevalecido
una concepción liberal de la política industrial que desconfiaba de la viabilidad de la intervención pública para
impulsar el desarrollo del sector. Aunque no plenamente, esta orientación fue heredera de la denominada «política
de reconversión industrial», mediante la cual, en la primera mitad del decenio de 1980, se acometió la
reestructuración de las actividades industriales más perjudicadas por la crisis económica con resultados no muy
satisfactorios, salvo en la reducción de los excedentes laborales, de forma que a principios del decenio de 1990 fue
necesario emprender nuevas actuaciones que, bajo diferentes formas y apelativos, se han extendido en el tiempo.
El predominio de empresas públicas en los sectores más afectados por la crisis industrial explica que la política de
reconversión se acompañase de una reordenación del sector público empresarial, que se emprendió a comienzos de
la década de 1980, prolongándose a lo largo de las dos siguientes, hasta que la mayoría de las empresas públicas se
integraron en la SEPI (Sociedad Estatal de Participaciones Industriales), a partir de 2001. En esas fechas el sector
público empresarial poseía ya una dimensión sensiblemente inferior a la que exhibía en los primeros años ochenta,
como consecuencia del proceso de privatización que, con cierta timidez hasta mediada la década de 1990 y con más
rotundidad desde 1996, buscó la mejora de la eficiencia y la creación de grupos empresariales multinacionales.
El coste de oportunidad de dedicar ingentes recursos financieros públicos a la reconversión fue la ausencia de una
política industrial activa dirigida al conjunto de las empresas industriales, precisamente en un momento en el que se
hacía imprescindible la información y el asesoramiento al empresariado acerca de los retos que el Mercado Único iba
a entrañar, así como de las estrategias requeridas para aumentar la eficiencia de sus establecimientos. Las
actuaciones de fomento industrial se intentaron transferir con rapidez a los gobiernos regionales, aunque solo
algunos de ellos fueron capaces de darles contenido, superando la falta de experiencia y la carencia de un marco
institucional adecuado.
No es hasta principios del presente siglo cuando el descrédito hacia la política industrial en los países avanzados
empieza a ceder paso a una creciente confianza en las posibilidades de la actuación pública como promotora del
crecimiento y el adelanto competitivo en la industria. Un cambio de concepción que responde al convencimiento de
que una base industrial sólida y competitiva es imprescindible para el progreso económico agregado, y que busca
incitar una creciente presencia en la oferta productiva de las actividades industriales, seriamente dañadas por la
incidencia de la crisis y los procesos de deslocalización, hasta alcanzar el 20 por 100 del PIB .Esta nueva política
industrial, en España, como en la Unión Europea, se concibe de naturaleza horizontal, es decir, encaminada a mejorar
las condiciones en las que se desenvuelven las empresas industriales con el fin de promover el avance de la
productividad y la competitividad. Ello no impide, sin embargo, que las actuaciones puedan centrarse en los sectores
con mayor potencial de desarrollo. Las líneas de actuación de la nueva política industrial se orientan hacia los
ámbitos más sensibles para la mejora competitiva: el estímulo a la innovación y el desarrollo tecnológico, la
internacionalización de las empresas, la potenciación de la competencia en mercados cuyas ineficiencias repercuten
en los costes de las empresas (por ejemplo, el energético o los servicios) o el impulso al capital humano,
imprescindible para una gestión empresarial de calidad. Tales líneas de acción, que no son exclusivas para las
empresas industriales, se completan con una especial atención a las pymes. Una política industrial que, en definitiva,
si dispone de una asignación presupuestaria suficiente, podría contribuir activamente a modernizar el tejido
productivo y aumentar la productividad, en particular en las empresas de menor dimensión, apoyando la
recuperación de la actividad industrial y dotando a la economía de unas bases más sólidas para su crecimiento
futuro.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Consumo aparente. Es un indicador de la demanda que se obtiene como suma de la producción y las
importaciones netas de exportaciones, es decir, CA = P + (M – X) = P – (X – M), donde CA denota el consumo
aparente; P, la producción; M, las importaciones; y X, las exportaciones.
porcentaje que representa esa actividad en el conjunto de las actividades manufactureras entre el mismo
porcentaje para el país o área tomada como referencia.
• Diferenciación de producto. Proceso por el que una empresa dota a sus productos de características específicas
de índole muy diversa (prestaciones, diseño y calidad, entre otras) que los distinguen de los productos de firmas
rivales. La diferenciación puede ser horizontal, cuando altera la combinación de rasgos compartidos por el grupo
de productos que compiten para satisfacer una determinada necesidad, o vertical, si varía la cantidad absoluta
de alguna de las características, por ejemplo, la calidad.
• Competitividad industrial. Capacidad que posee una empresa industrial o un conjunto de empresas (sector) para
competir con sus rivales en el mercado; es decir, para, actuando en un marco de competencia, remunerar
adecuadamente y de forma sostenida a su capital. Cuando las empresas ofrecen un producto homogéneo cuyo
precio es único, la competitividad de una empresa depende de su capacidad para incurrir en menores o iguales
costes unitarios que sus rivales. En cambio, cuando existen mercados diferenciados para distintas variedades de
un mismo producto, el precio deja de ser la variable relevante para la competitividad, descansando está en la
aptitud empresarial para incorporar las especificidades demandadas.
• Coste laboral unitario (CLU). Representa el coste salarial de una unidad de producto. Se calcula como relación
entre el salario, W, y la productividad media del trabajo (PMe), medida como el cociente entre el VAB real y el
número total de ocupados, es decir,
Como PMe aproxima el número de unidades de producto obtenidas por el trabajador medio, el salario corriente
dividido por ella indica cuánto ha de valorarse cada una de esas unidades en el mercado para que el trabajador
pueda cobrar el salario fijado. El productor establecerá el precio final, añadiendo un margen de beneficio o
mark-up a ese coste laboral por unidad de producto.
Cuando la productividad se valora a precios corrientes, esta ratio puede ser también considerada la expresión
del porcentaje del producto obtenido por cada trabajador que este recibe como salario, y es igual a la
proporción que supone la remuneración de los trabajadores en el valor de la producción . En efecto, llamando Q
a la cantidad de producción, P a los precios y L al número de trabajadores, se tiene:
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2. DELIMITACIÓN Y CLASIFICACIÓN
En torno del sector energético se articula un conjunto de ramas productivas muy difíciles de encuadrar de
acuerdo con las clasificaciones convencionales: una parte del sector tiene que ver con actividades puramente
extractivas o mineras, comenzando por el carbón, en el caso de España ; otra, se ocupa de la transformación
industrial de esos recursos (ya sea en refinerías, plantas de regasificación o centrales de todo tipo que convierten
fuentes primarias de energía en electricidad), y por último, otra parte del sector se enmarca claramente dentro de
las actividades de servicios ( ya sean medios de transporte y distribución de las primeras o de los productos finales).
Dentro del sector energético suele hacerse una distinción << por combustibles>> entre los subsectores del
carbón, petróleo y gas natural, además del importante subsector eléctrico, que, en su fase de generación, se
superpone en parte con los anteriores (por cuanto hay centrales alimentadas de carbón, petróleo y cada vez más gas
natural), además de englobar a la nuclear y a las energías renovables. En este sentido, se impone una precisión inicial
de carácter técnico al hablar de la energía: esta puede proceder de distintas fuentes primarias (carbón,
hidrocarburos, -petróleos y gas natural-, nuclear y renovables-hidráulica, eólica…-). Los <<combustibles fósiles>>
(carbón e hidrocarburos) se aplican a ciertos usos directos, ya sean de naturaleza doméstica, industrial o de
transporte, o bien se emplean en centrales térmicas convencionales para producir, mediante turbinas, una energía
distinta, como es la electricidad. Esta es, por tanto, una fuente secundaria, que también se obtiene en centrales
térmicas de tipo nuclear o en centrales hidroeléctricas, alimentadas de la energía cinética de los saltos de agua, de
igual modo que otras fuentes renovables sirven para generar energía eléctrica. Por razones ligadas al agotamiento de
los recursos fósiles y a sus efectos ambientales se ha reforzado la distinción entre fuentes renovables y no
renovables.
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1.- La intensidad energética, indicador que se mide por la cantidad de recursos energéticos que deben
destinarse a la generación del producto. Mientas en el promedio de países europeos la intensidad en el uso de la
energía primaria ha venido disminuyendo, con escasos altibajos, a lo largo de las cuatro últimas décadas , en España,
muy inferior al principio, ha crecido en este período hasta alcanzar valores próximos a las ratios continentales.
2.- El consumo energético per cápita, revela parecidas tendencias. El sostenido crecimiento de la intensidad
energética española durante tantos años, reflejo de un aumento del consumo muy superior al de otros países
europeos, indica, al menos en principio, una escasa atención al ahorro y la eficiencia en su uso.
La industria, ha ido reduciendo sus necesidades energéticas por unidad de producto a lo largo de las últimas décadas,
fruto, por un lado, de los cambios en su composición por ramas, y, por otro, de la sustitución en sus procesos
productivos de fuentes primarias menos eficientes por otras más eficientes, como el gas natural; pero ese esfuerzo
de ahorro energético se ha visto contrapesado ampliamente por el aumento relativo del consumo doméstico y, sobre
todo, del transporte, que centra hoy de modo mayoritario el consumo final español.
La energía supone, con los datos de 2018, el 3,8 por 100 del VAB corriente. Desde la óptica del sector exterior, dada
nuestra gran dependencia en este terreno, las proporciones se agrandan: cerca de un 15 por 100 de las
importaciones de bienes son productos energéticos. Así, el déficit energético represento en 2012 un 150 por 100 del
déficit comercial español.
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Contemplado a través del consumo primario, el sector ha seguido un perfil evolutivo marcado por una decreciente
participación del petróleo, hoy ya por debajo del 45 por 100 del total (véase de nuevo el gráfico 1). Sustancial caída
en términos relativos que ha sido sucesivamente cubierta a lo largo de los últimos decenios, a impulsos de la política
energética, primero por el carbón, luego por la energía nuclear y, más recientemente, por el gas natural y las energías
renovables. Los hidrocarburos (petróleo y gas) representan, en todo caso, cerca de los dos tercios del consumo
primario, en una proporción conjunta muy parecida a la del promedio europeo, si bien en España con mayor peso
aún del petróleo.
Dentro de la generación eléctrica, el gas natural y las energías renovables (en particular la eólica) han adquirido en
pocos años una importancia decisiva, si bien desde 2008, con la caída del consumo, las renovables, que entran en el
mercado según su disponibilidad, han limitado el funcionamiento de los ciclos combinados de gas.
En todo caso, dentro del balance energético español se observa históricamente (y hasta hoy) un profundo desajuste
entre la exigua producción nacional a partir de «fuentes autóctonas» —incluida la energía nuclear— y el consumo: el
grado de autoabastecimiento español se cifra en torno a una cuarta parte de las necesidades de energía primaria, la
mitad del porcentaje promedio europeo (y a enorme distancia de Estados Unidos que, gracias a las técnicas de
fracturación hidráulica —o fracking —, camina hacia la autosuficiencia).
Pero la cuestión de la dependencia energética no debe conducir a conclusiones precipitadas. Así, el grado «óptimo»
de abastecimiento de un país es función de múltiples factores: unos, de naturaleza estructural, como la dotación de
recursos autóctonos, que en España es muy escasa, o la propia composición del consumo energético, que a veces
impone unas fuentes sobre otras, como sucede hoy con gran parte del transporte; pero también es una decisión
política, que depende de la prioridad que se dé a la seguridad de los suministros, de los efectos contaminantes de las
fuentes nacionales y del sobreprecio que socialmente se esté dispuesto a pagar por unas fuentes que no procedan
del exterior.
Lo que cuenta, en suma, es disponer de la energía —poniéndola a disposición de los otros sectores productivos y
finales— en condiciones competitivas de coste, calidad y seguridad, evitando que la dependencia energética se
traduzca, ante cualquier shock inesperado, y por efecto de la concentración de las fuentes de suministro, en
posiciones de extrema vulnerabilidad. La cuestión de la eficiencia se erige, así, en clave fundamental del sector
energético.
5. EFICIENCIA PRODUCTIVA
Hasta el decenio de 1990, el sector energético español, tradicionalmente protegido y regulado con profusión
en sus distintas actividades, sufría evidentes problemas de eficiencia: la producción carbonera, aquejada de seculares
deficiencias estructurales, nacionalizada en gran parte y ampliamente subvencionada; la industria del refino, sujeta a
una regulación estricta que alentaba, sin atención a los costes, los excesos de capacidad; la comercialización de los
productos petrolíferos monopolizada sin fisuras, con una regulación de tarifas basada en los costes medios, muy
inflados, y alejada de cualquier criterio de costes marginales. Desde entonces, las medidas de reestructuración
empresarial de estos subsectores, y tanto en el sector público (objeto de generalizada privatización salvo la hulla
asturiana), como en el privado, junto con otras políticas de liberalización y de nueva regulación, han permitido, en
mayor o menor grado, mejoras sustanciales en la eficiencia global del sector energético.
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Intensidad energética, es el consumo de energía, primaria o final, por unidad de producto, cuya inversa, el
output obtenido en forma de bienes y servicios en un sector productivo o en la economía en conjunto por unidad de
input energético, sería una aproximación a la productividad media de la energía en ese sector o en esa economía.
El mejor modo de calibrar la eficiencia productiva del sector energético español es a través de alguna medida
indicativa de sus niveles de competitividad. La primera opción es observar con cierta perspectiva la evolución en
términos reales de su productividad. Desde ese punto de vista: las ramas energéticas, en conjunto, han aumentado
desde 1995 sus niveles de productividad real en cerca de un 50 por 100, en contraste con el perfil mucho más plano
de esta variable para el conjunto español; debido principalmente al acentuando decrecimiento laboral de la principal
rama empleadora del sector, la minería energética. Dada, por otro lado, la escasa intensidad en el uso de mano de
obra por parte de las otras ramas, del petróleo y el gas a la electricidad, la evolución de la productividad tiene que ser
complementada con algún otro indicador más expresivo de la eficiencia del sector.
En este sentido, los precios de la energía debieran ser los mejor indicasen la eficiencia productiva del sector y
de cada una de sus ramas. Pero en actividades tan dependientes, por un lado, del coste de los respectivos
combustibles, básicamente importados, y, por otro, tan reguladas en algunas de sus fases y tan alejadas aún de
formas de mercado competitivas por efecto de la extremada concentración empresarial, no pueden dejar de
aplicarse grandes dosis de prudencia a la hora de observar la evolución de sus precios. El contraste internacional de
los precios energéticos españoles—comparados con los de otros países europeos, también dependientes, de los
precios mundiales, e igualmente inmersos en procesos de liberalización—proporciona algunas pistas fiables.
Las discrepancias metodológicas en las estadísticas de las dos instituciones principales que proporcionan este
tipo de información, Eurostat y la Agencia Internacional de la Energía. Con todo, algunas tendencias recientes no
dejan de ser expresivas. Así, el índice de precios reales de la energía para usos finales evolucionó en España de un
modo más favorable que en Europa hasta 2009, tornándose desde entonces la tendencia en sentido claramente
contrario, en particular para los hogares.
Esta evolución de los precios globales de la energía es, obviamente, el resultado del comportamiento de los
precios en cada uno de los principales subsectores finales, petróleo, gas natural y electricidad: tres industrias de red
concebidas durante largo tiempo como monopolios naturales regulados y objeto de liberalización desde 1990.
Liberalización que no ha desmontado, la altísima concentración empresarial en estos mercados, como tampoco la
obligación de separar jurídicamente actividades entes integradas verticalmente. De ahí que la estructura empresarial
sea un factor condicionante de la evolución de los precios energéticos, junto con la propia regulación.
1.- Los precios de los combustibles derivados del petróleo, han tendido, una vez liberalizados, a oscilar según
los promedios europeos. Partiendo del monopolio, la liberalización del sector petrolero ha debido enfrentarse a una
estructura empresarial que conserva dos de sus rasgos tradicionales:
a) La fuerte concentración en un número muy reducido de empresas.
b) La gran integración vertical de estas, afianzada por la propiedad que ostentan tanto de las plantas de refino
como de las redes de distribución y de las estaciones de servicio mejor ubicadas.
2.- Lo que ha sucedido con el sector del gas. Los precios medios de gas natural en España para los
consumidores domésticos, de estar por debajo de los promedios continentales, han pasado a situarse, en 2012, en la
franja alta, y en niveles intermedios para los usuarios comerciales e industriales. El gas natural ha sido, junto con las
renovables, la gran apuesta de la diversificación energética en España, aunque se trata de una energía de la que se
carece y muy ligada en sus precios a los del petróleo, España, merced a una conveniente combinación de suministros
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de gas natural licuado (GNL) y por gasoducto del Norte de África, dispone de un sistema relativamente seguro,
flexible y diversificado.
3.- Las industrias de red aquí consideradas, la electricidad, transforma fuentes de energía primaria, por lo que
depende, para su propia eficiencia; del suministro de estas en condiciones competitivas.
Si bien desde mediados del decenio de 1990 a mediados del siguiente los precios eléctricos en España
registraron aumentos mucho menores que en otros países europeos, desde 2005 las tarifas han venido acumulando
alzas muy sustanciales. De acuerdo con las estadísticas de 2012, España está ya en el rango más alto entre los países
europeos en cuanto a los precios de la electricidad para las bandas de consumo más habituales de los clientes
domésticos, y también claramente por encima para los consumidores industriales. Durante años se utilizó el
subterfugio de llamado <<déficit de tarifa>>, trasladando en el tiempo cuantiosos costes reconocidos a las empresas
del sector. Pero ni la tarifa de último recurso ni los precios del mercado libre pueden zafarse del componente llamado
costes de acceso, que vienen a suponer la mitad del recibo y que se ha disparado estos últimos años.
En julio de 2009 se estableció la << tarifa de último recurso>> (TUR, que incorpora, junto con la tarifa
regulada de acceso común a todos los consumidores, un coste de la energía fijado según un sistema de subasta), a la
que pueden acogerse gran parte de los consumidores domésticos.
Por otro lado, la fijación de tarifas eléctricas con <<déficit>> respecto a los costes regulados reconocidos ha
ido acumulando un desfase de enorme magnitud, que, a la altura de 2013, y a pesar de los sucesivos intentos por
contenerlo, se situaba cercano, se situaba cercano a los 26.000 millones de euros.
Lo que sí está claro es que este importante déficit ha tenido, al menos, dos efectos negativos sobre la
eficiencia del sistema: por un lado, al enviar erróneas señales de precio a los agentes, ha estimulado el consumo,
presionando sobre la intensidad energética de la economía española; por otro, ha dificultado el transito natural a un
modelo liberalizado, basado en los precios de mercado, y no en las tarifas.
6. POLÍTICA SECTORIAL
Las líneas definitorias de la política energética española se enmarcan hoy plenamente dentro de las que en Europa:
a) Por un lado, la seguridad del suministro y otros condicionantes sociales justifican la atención que siguen
recibiendo el carbón.
b) La competitividad propicia las medidas de liberalización en los sectores de los hidrocarburos y la electricidad.
c) La sostenibilidad ambiental impulsa las medidas de ahorro y eficiencia, así como el apoyo a las renovables
La minería del carbón, la energía propia de mayor importancia histórica en España afronta un futuro de progresiva
reducción. Concluido el último Plan de la Minería del Carbón 2006-2012 (y en borrador el 2013-2018), no podrá
prolongarse más allá de 2018 la vida de las explotaciones que precisen ayudas estatales para sobrevivir (lo que afecta
prácticamente a todo el sector). En los principales subsectores energéticos de red, las medidas de liberalización se
han orientado a dejar en manos del sector privado la gestión de estos negocios, pero la gran concentración
empresarial hace necesaria nuevos impulsos de estímulo de la competencia.
Dos leyes han guiado desde hace más de una década la liberalización—y la regulación estatal—en estas actividades.
Por un lado, la ley de hidrocarburos de 1998 liberalizó la comercialización de productos petrolíferos y el suministro de
gases licuados de petróleo, al tiempo que estableció un proceso de liberalización progresivo del subsector de gas
natural, comenzando por las actividades de aprovisionamiento, hasta entonces centralizadas por Enagás. Por otro, la
Ley del sector eléctrico de 1997 orientado a este sector según el doble criterio de libertad de establecimiento—y de
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Además, la Ley eléctrica estableció la separación jurídica y contable de las actividades de generación, operación del
mercado y del sistema, transporte, distribución y comercialización, aunque se ha mantenido, en la práctica, una
fuerte integración vertical por parte de las empresas tradicionales, se estableció un principio de progresiva
implantación, la libertad de elección de empresas suministradoras, que alcanza, desde 2003, a todos los
consumidores.
El libro blanco para la reforma del mercado de generación eléctrica en 2005 dejó constancia de la falta de
competencia en el mercado mayorista, registrando avances en los últimos años con la reducción del grado de
concentración en la generación eléctrica, gracias a la entrada de nuevos operadores. La entrada en funcionamiento
del Mercado ibérico de la Electricidad (MIBEL) 2006 también ha supuesto una ampliación del tamaño del mercado.
De hecho, los precios del mercado mayorista español están en línea con los de los principales mercados europeos. El
escaso desarrollo del mercado minorista mantiene una fuerte integración vertical en el sector, debido a la
subsistencia de unas tarifas de último recurso contra las que ningún comercializador libre puede ofrecer aún grandes
ventajas.
Tras el último Plan Energético Nacional (PEN 91 con horizonte 2000) no ha habido relevo, si acaso sucesivas versiones
del documento de Planificación de los sectores del Gas y la Electricidad. Siendo el gas natural y las energías
renovables, las apuestas más claras de la política energética española, acordes con los objetivos de diversificación,
ahorro, garantía de suministro, eficiencia energética y protección ambiental que se siguen de las directrices
europeas.
Como estrategia de conjunto destacar la eficiencia de ahorro energético, reduciendo un 20% el consumo de energía
primaria para 2020, fomento de energías renovables, y cumplir compromisos ambientales de KIOTO (ver cuadro 2)
CONTENIDOS BÁSICOS
• Balance energético. Documento esencial para conocer la estructura energética de un país en el que se detalla
la producción e importación de energía, sus transformaciones, los autoconsumos y pérdidas, y, de ahí, el
consumo final, desglosado por fuentes, que realizan los distintos sectores de la economía. Se estructura en una
tabla de doble entrada en la que figuran, encabezando sus columnas, las distintas fuentes de energía, mientras
que por filas se registran las entradas (recursos) y salidas (empleos) que de cada una de estas realizan los
sectores consumidores, transformadores y distribuidores.
• Tonelada equivalente de petróleo (tep). Es el común denominador más utilizado para comparar y expresar en
unidades homogéneas de medida las distintas fuentes de energía, a partir de la potencia calorífica de una
tonelada métrica de crudo de petróleo, equivalente a 107 kcal = 41.868 kj/kg.
• Intensidad energética. Consumo de energía —ya sea el consumo global o el de alguna fuente energética— por
unidad de PIB.
• Déficit de tarifa. En el sistema eléctrico español, ha sido la diferencia entre la cantidad recaudada por las tarifas
de acceso reguladas (incorporadas tanto a los precios del mercado liberalizado como al PVPC) y el coste
reconocido a las distintas actividades: hasta la reforma de 2013, costes de transporte y distribución eléctrica,
primas a las energías renovables, compensación a los sistemas extrapeninsulares y anualidades del déficit de
ejercicios anteriores, principalmente. El otro componente de la factura eléctrica, junto a estas tarifas de
acceso, es el coste de la energía (bien el contratado con la empresa comercializadora, bien el que resulta del
mercado eléctrico, según marque el PVPC).
• Precio Voluntario para el Pequeño Consumidor (PVPC). Es el resultante de aplicar la metodología de cálculo
establecida por el Gobierno para que las empresas comercializadoras de referencia cobren por la energía que
74
consumen a los consumidores en baja tensión (con potencia contratada inferior o igual a 10 kW) que no han
elegido contratar una oferta comercial. Incluye de forma aditiva las tarifas de acceso, el margen de
comercialización y el coste estimado de la energía.
75
1.- Introducción
La construcción es la industria que engloba el conjunto de actividades que tienen como fin último la provisión de
toda la gama de edificaciones e infraestructuras dentro de un territorio, generando espacio especializado para su
utilización por las actividades productivas y la cobertura de las necesidades sociales. Sus producciones tienen la
categoría de bienes de capital por lo que forman parte de la riqueza total de una economía. Su disponibilidad, por
tanto, contribuye a la modernización de los entornos productivos y al equipamiento de los centros urbanos, a la vez
que mejora la calidad de vida de la sociedad.
La construcción es, además, un sector clave en el crecimiento económico en la medida en que tiene relevantes
efectos de arrastre sobre el resto de las actividades. La disponibilidad de espacio (edificios e infraestructuras) y su
calidad incrementan la productividad y eficiencia general de los sectores productivos, facilitando de ese modo el
crecimiento económico. No debe extrañar, así, que la relevancia económica real del sector de la construcción sea
bastante mayor de lo que refleja su participación en el valor añadido total, que oscila entre el 7 y el 9 por 100 en
términos reales, dependiendo de la fase del ciclo económico, en media del periodo.
La construcción es el sector de oferta en los mercados inmobiliarios. El mercado inmobiliario intermedia los servicios
(el uso del espacio) que generan los bienes una vez construidos durante su larga vida, así como los mismos bienes,
generándose la dualidad característica de este mercado entre alquiler y propiedad. El primero atendería a la
demanda que necesita el uso del bien (de vivienda, por ejemplo), mientras que el segundo canalizaría la demanda de
inversión. Hay que recordar que la larga duración de los bienes inmobiliarios y la posibilidad de vender sus servicios
(en alquiler) les hacen ser considerados bienes de inversión (o de capital). La superposición de ambos tipos de
demanda hace complejo el análisis de las razones que inciden en la evolución del sector en cada periodo.
De acuerdo con estas consideraciones preliminares, en este capítulo se ofrece un análisis del sector de la
construcción en España, prestando una especial atención al mercado de la vivienda, sus principales determinantes y
sus procesos de ajuste a corto y largo plazo.
Desde la óptica del mercado, se intermedian tanto los bienes como los servicios de espacio de las edificaciones,
principalmente para el uso privado. Estas son dos perspectivas del mismo bien que permiten distinguir los mercados
inmobiliarios en función de la naturaleza de lo que se transmita, entre un mercado de uso (alquiler) donde solo se
transfiere el derecho al utilizar el espacio, y otro de inversión (propiedad) donde se transfiere el bien en sí.
No existe, por el contrario, mercado para las infraestructuras o las edificaciones públicas, ya que su provisión
(generalmente como decisión de las Administraciones Públicas) se realiza para el uso propio o para su utilización por
la sociedad.
Todos estos mercados tienen en común las características generales que identifican a los bienes que les sirven de
base: la competencia es localizada (por la inmovilidad de los bienes); la oferta es fija a corto plazo (por los retrasos
derivados del proceso de construcción y la relativa escasez existente, tanto de suelo como de espacio, en un
momento dado del tiempo); la demanda está estratificada (la población busca los bienes acorde con sus necesidades
y gustos); las transacciones son confidenciales; hay relativa desinformación y, finalmente, existen elevados costes de
transacción. Todo ello genera procesos de ajuste asimétricos del mercado, con intensos crecimientos de los precios
en periodos de expansión y corrección de las cantidades en recesión. Solo en periodos en que se producen crisis
graves de carácter general, los precios inmobiliarios tienden a caer en términos nominales.
76
El crecimiento de la actividad de la construcción ha atravesado diferentes fases a lo largo del periodo analizado,
según se observa en el gráfico 1, que se corresponden, en lo fundamental, con las et apas del crecimiento económico
español, descritas en el capítulo 2. Merece destacarse, en todo caso, la intensidad de las fases expansivas,
coincidentes también con las del conjunto de la economía. Desde la entrada en la Unión Europea, la etapa de
crecimiento más destacada comenzó a mediados del decenio de 1990 y se extendió hasta 2007, asociada a un ciclo
de edificación residencial de largo plazo que llegó a superar el máximo histórico de la década de los setenta, y que
coincidió con una fuerte inversión en infraestructuras. El sector inició una fuerte recesión desde 2007 como resultado
del impacto de la crisis financiera internacional que colapsó la mencionada expansión y ha llevado a mínimos
históricos en actividad y construcción. El proceso de crisis ha tenido dos fases. La primera, fue resultado de la
restricción crediticia que cortó las vías de financiación a la construcción y a los hogares para la compra y, la segunda,
del impacto de las restricciones en los gastos públicos y la deflación interna generalizada, que redujo aún más la
demanda residencial y ha abocado al sector a una crisis mayor, con destrucción de una parte importante de su tejido
productivo y una contribución negativa al crecimiento económico agregado durante más de 8 años. Desde 2015, el
sector muestra síntomas de recuperación y la aportación al VAB se acelera por encima del PIB en 2016. Esta
recuperación tiene un efecto débil en el conjunto de la economía ya que registra el crecimiento desde niveles de
producción mínimos.
Las fases expansivas se han caracterizado por una intensificación de la edificación residencial (por encima del 4 por
100 del PIB) coincidiendo con periodos de inversión en obra civil (por encima del 8 por 100 del PIB).
77
Para finalizar este apartado, se señalará que la productividad del trabajo en construcción se ha reducido en los
momentos en que la actividad se concentra en la producción de viviendas, que tiene una elevada dependencia de la
mano de obra en su función de producción. Los datos desde 2015 reflejan una productividad resultado de la fuerte
pérdida de empleo en el sector, que se recupera asociada a la edificación, fuertemente dependiente de la mano de
obra.
Estos determinantes se han comportado en el caso español de modo distinto en los tres periodos que se
delimitan a continuación:
Un primer período de 15 años desde mediados de década de los 60’s a finales de los 70’s donde el aumento de la
población y el elevado crecimiento económico justifican una rápida expansión de la demanda de viviendas , la
financiación hipotecaria desempeña un papel marginal. Este periodo terminó con una fuerte crisis en el sector de la
construcción a finales de la década de los 70’s, resultado del estancamiento de la economía, del desempleo
creciente, de los elevados tipos de interés y de las dificultades financieras heredadas de la crisis, que afectó a las
instituciones especializadas en la promoción.
El segundo período se inició en la mitad del decenio de 1980, con una fuerte recuperación de la actividad en la
construcción residencial, derivada del aumento de la demanda procedente del baby-boom, de la entrada en la Unión
78
Europea, con la consecuente aceleración del proceso inversor y del aumento de la actividad hipotecaria con el
comienzo de la desregularización del sector financiero. La demanda residencial de este período se vio estimulada por
un fuerte crecimiento de la economía y de la actividad financiera que facilitaron la creación de empleo, la formación
de nuevos hogares y el consiguiente aumento de la demanda residencial con fines permanentes.
La expansión de la actividad en construcción durante este período, conocido como el “boom especulativo de los años
ochenta” por el fuerte aumento en los precios, culminó a finales de dicho decenio con una sobreproducción que
derivó en una nueva fase de crisis, aunque menos virulenta que la anterior, la rápida recuperación en edificación que
siguió a esos años, muestra la existencia de una gran flexibilidad en la actividad constructora en España, característica
diferencial de este sector comparado con otros países.
Hacia finales de la década de 1990 comienza el tercer período de expansión del mercado inmobiliario, en el que
tanto la edificación como la financiación alcanzaron máximos históricos. Ello se debe principalmente a la importante
reducción de los tipos de interés derivada de le desaparición de las primas de riesgo, con nuevas fuentes de
demanda residencial asociadas a los flujos de inmigración. Hay otros tres factores explicativos de esta fuerte
expansión:
1.- Aumento de los flujos de financiación para la vivienda,
2.- Aparición de mayor transparencia en el mercado
3.- Elevado aumento en los precios de los inmuebles. El deseo de poseer una segunda vivienda ha tenido,
ciertamente un papel muy relevante en la explicación de los últimos ciclos edificadores españoles.
A mediados de 2008 estalló la crisis financiera internacional que tuvo como efecto inmediato la contracción de la
liquidez mundial y del crédito. Con la caída en la actividad económica y el aumento de los impagos, las instituciones
financieras no pueden seguir aumentando su riesgo en este sector y se restringen los créditos a los hogares para las
compras de vivienda. El resultado final fue una drástica reducción del crédito a la oferta y a la demanda de viviendas,
que llegó a su mínimo histórico en 2011, arrastrando consigo a la actividad de construcción.
79
capacidad de acceso a vivienda. Existe una alta asociación de los tipos de interés con la accesibilidad de las viviendas en
España.
Periodo de máxima accesibilidad a la vivienda, 1995-2006 y desde 2009, debido a los reducidos tipos de interés y a la
ampliación de la madurez de los créditos.
Periodo 1985-1992 y 2006-2008, es el de menor acceso a la vivienda, debido a los altos tipos de interés y su repunte
Desde 2008, y a pesar de que las ratios de accesibilidad son mínimos, y, por tanto, los hogares tienen capacidad de
pago de una vivienda media, la demanda no tiene posibilidades de acceder como consecuencia de la contracción
crediticia existente y, desde 2010, de la incertidumbre sobre los ingresos futuros marcada por el aumento del
desempleo y la reducción nominal de las rentas y los salarios.
80
El endeudamiento hipotecario en España se ha realizado con préstamos a tipos variables de forma generalizada, esto
significa que cualquier variación en los tipos afectará a la deuda hipotecaria cuando se produzca y, a la capacidad de
gasto de los hogares con posterioridad a su primer acceso a la propiedad. La elevación de los tipos de interés implica
que los hogares hipotecados tendrán que atender importes crecientes por su préstamo, aumentado el esfuerzo de
pago y el nivel de recursos destinados a pagar sus deudas hipotecarias en distintos períodos. Esto ha ocurrido entre
1989-1993 y 2006-2008. Esta variabilidad ha contribuido, en ambos periodos, a la contracción en el gasto de los
hogares en otros bienes y servicios con relevantes efectos agregados
Desde 2008, el mercado de viviendas español afronta una situación nueva donde el crédito es difícil de conseguir, los
diferenciales de tipos de interés son mayores y la oferta residencial muestra los excedentes procedentes del período
anterior. Además, el aumento del desempleo y la situación de crisis generalizada, han reducido la posibilidad de
entrada de hogares jóvenes al mercado de vivienda y ha desincentivado la demanda de segundas residencias. El
mercado de alquiler no ha podido resolver este problema de ajuste derivado de su estrecha dimensión y de las
regulaciones que, todavía hoy, constriñen su funcionamiento.
El efecto que los sucesivos planes de construcción de viviendas han tenido sobre la expansión del parque residencial
puede observarse en el gráfico 4, que muestra el reparto de las viviendas terminadas cada año, entre aquellas que
cuentan con algún tipo de ayuda oficial, tanto a la construcción como a la compra, y aquellas que son promovidas sin
estos requisitos. La vivienda pública ha ido reduciendo su protagonismo en el mercado desde 1985 hasta su mínimo
histórico alcanzado en nuestros días, y es la construcción de vivienda libre quien ha marcado las pautas de equilibrio
del mercado residencial en las dos últimas décadas. Los datos constatan el cambio en el papel del Estado a lo largo
del periodo, aunque los últimos años (desde 2012) reflejan el efecto de la reducción obligada del gasto público en la
práctica desaparición de las unidades con ayuda pública
81
El shock de 2008 ha afectado tanto a la construcción pública como privada, como resultado de su fuerte dependencia
de los elementos de asignación financiera, que fue el centro del fallo del mercado. La política de vivienda tiene que
afrontar algunos retos complejos en estos años.
Cobertura de las necesidades residenciales de los hogares que se empobrecen progresivamente y se quedan
sin sus viviendas.
Rehabilitación del parque existente, en el que más de un 60% fue construido en el gran ciclo de los sesenta.
Desarrollo de un mercado de alquiler público coherente con los principios de una economía moderna.
La política de vivienda deberá desarrollar nuevas herramientas de gestión del parque existente, distintas a las financieras
tan ampliamente usadas en el pasado, y el aprovechamiento de los excedentes para fines sociales, garantizando la
inexistencia de guetos residenciales tan habituales en otras economías donde esta labor no ha sido realizada.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Burbuja inmobiliaria. Proceso de crecimiento en los precios de un activo acompañado de la absorción de todas las
unidades disponibles en el mercado. Se produce porque los agentes poseen expectativas positivas sobre la evolución
futura de los precios, razón por la cual deciden comprar cada vez más unidades para participar de las ganancias de
capital derivadas del aumento de los precios.
• Demanda de ciclo de vida. Hace referencia al comportamiento de las familias con respecto a la necesidad de consumo
de vivienda a lo largo de su vida. Este principio sostiene que las familias pasan por distintas fases en las que
demandan unidades adicionales de viviendas, normalmente con distintas características: pequeñas y en alquiler en el
momento en que forman una nueva unidad familiar, de mayor tamaño y con mayor calidad (y en propiedad) a medida
que aumenta el número de miembros de la familia y cuando han afianzado su estatus laboral y el nivel de ingresos, y,
de nuevo, una de menor dimensión cuando se produce el «nido vacío».
• Vivienda de Protección Oficial (VPO). Se refiere a una denominación técnica de una tipología de «Vivienda Protegida»,
aquella susceptible de recibir ayuda pública; normalmente reúne los requisitos de construcción para poder obtener la
citada ayuda, pero también incluye las condiciones que deben cumplir los demandantes que la compren o alquilen.
82
• Desahucio. Proceso legal de expulsión de los residentes-propietarios de una vivienda que tenía asociado un crédito
garantizado por una hipoteca sobre la misma, y que ha sido impagado. La hipoteca es la garantía real del crédito que
implica que su valor es el que se presenta para respaldar el crédito concedido. En España, la hipoteca no libera la
responsabilidad del deudor completamente, como en otros países. La dación en pago es una fórmula jurídica,
voluntaria, mediante la cual la institución financiera aceptaría la plena liberalización de responsabilidades de un
deudor que no pudiese pagar.
83
El desarrollo de la denominada nueva economía, a finales del siglo XX, ha significado un impulso sustancial para los
servicios, pues muchas de las actividades que están transformando a las economías actuales tienen su origen en el
sector terciario –tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) (Recuadro 1)– y, además, su principal
impacto se acusa en servicios como el sistema financiero, el transporte, el turismo y la distribución comercial, entre
otros. Las TIC representan, asimismo, un gran potencial para el progreso de actividades tan relevantes como la
sanidad y la educación.
2. DELIMITACIÓN Y CLASIFICACIÓN
Los servicios incluyen actividades muy heterogéneas como transportes, telecomunicaciones, comercio, hostelería,
sanidad, educación, servicios financieros, servicios a empresas, servicios de las Admon. Públicas.
Aspectos distintivos de las actividades terciarias:
Intangibilidad
Necesaria concurrencia de la producción y el consumo en el espacio y el tiempo.
Elevada intensidad en mano de obra.
Importancia que tiene el contacto con el usuario.
Exceptuando el carácter intangible de los servicios, los demás atributos no son totalmente consistentes con la
realidad, como ponen de manifiesto los servicios relacionados con la nueva economía.
Las diferencias tan acusadas entre las actividades terciarias justifican el hecho de que no se disponga de una
definición del sector servicios. Existen diversas clasificaciones que agrupan a los servicios en función de algunas de
sus características principales:
Servicios de mercado y servicios no destinados a la venta: según sean suministrados por el mercado o los
proporcione el sector público, gratuitamente o a un precio no relacionado con los costes de producción.
Servicios intermedios y servicios finales: según se utilicen como consumos intermedios en los procesos
productivos de otras actividades económicas o se destinen al consumo final.
Servicios estancados y servicios progresivos:
o Servicios estancados, caracterizados por la dificultad existente para reducir sus necesidades de mano de
obra por unidad de producto sin que se vea afectada la cantidad producida o su calidad.
o Servicios progresivos, son susceptibles de registrar avances significativos de productividad, debido a que
en su producción es factible una creciente capitalización, así como la incorporación de mejoras
tecnológicas.
En el análisis del sector servicios surgen 3 problemas:
1º: En algunas actividades (Admón., educación y sanidad pública) la producción se mide por el valor de los inputs
utilizados para obtenerlos. Esto significa que es difícil estimar cómo evoluciona su productividad, ya que para ello
sería necesario observar que ocurre con el output cuando varía el consumo de inputs.
2º: En la medición de la actividad productiva aparece la dificultad de la adecuada contabilización de las variaciones
en la calidad de los productos.
3º: La información estadística disponible no computa en el sector terciario aquellas actividades de servicios que se
desarrollan en el seno de las empresas de otros sectores productivos. Solo cuando se externalizan determinadas
actividades (contabilidad, asesoría jurídica y publicidad) se contabilizan como producción de servicios.
Desde mediados de 1980 tenemos los siguientes rasgos en la evolución del sector:
Se ha producido una “expansión sustancial de la participación de los servicios en la producción nacional
valorada a precios corrientes”, que ha pasado del 58.8 al 71.3 % entre 1985-2012. Esta tendencia constituye
una regularidad empírica observada en todos los países desarrollados, según la cual los servicios tienden a
aumentar su importancia relativa en la producción nominal con el crecimiento económico y el aumento de la
renta per cápita.
“En términos reales, la participación relativa de los servicios en la producción agregada ha aumentado en
mucha menor medida”, pasando del 65 al 71.1 % en ese mismo periodo. La explicación es que el sector
terciario suele mantener o incluso reducir su participación en la producción real en las etapas de expansión
económica, al tiempo que acostumbra a aumentarla en fases de crisis.
“El empleo de los servicios ha crecido de forma sostenida”, al pasar del 55.8 al 75.6 € en el mismo periodo.
España es uno de los países industriales que ha experimentado con mayor intensidad el desplazamiento del
empleo hacia los servicios.
La mayoría de las actividades terciarias han permanecido históricamente aisladas de la competencia internacional,
por lo que la importancia que tienen los servicios en la producción y el empleo no se refleja en su comercio exterior .
Lo muestran las cifras de importaciones y exportaciones en relación al valor añadido, que ponen de manifiesto que
las exportaciones españolas de servicios superan el valor de las compras al exterior.
En cuanto a la participación de las actividades terciarias en el comercio exterior español, los servicios aportan en la
actualidad cerca del 30,7% de las exportaciones totales. Desde 1980 se ha producido una notable expansión de la
participación de los servicios en las importaciones españolas, tendencia que resulta destacada en los últimos años,
en 2018 los servicios suponen algo más del 19,1% de las importaciones totales.
85
Hasta 1990 la evolución de la participación de los servicios en el comercio exterior se explicaba por el
comportamiento del sector turístico, aunque comenzó a observarse una presencia creciente de otras actividades
terciarias en el comercio exterior de servicios. España destaca como uno de los productores con mayor
representación en el comercio internacional de servicios, particularmente en relación con las exportaciones.
El comportamiento de los servicios consiste en una notable expansión de su participación en el empleo y la
producción nominal, y en el mantenimiento de su importancia relativa en la producción real. Las diferencias
sectoriales en el crecimiento de la productividad permiten comprender desde el lado de la oferta esta evolución.
En el periodo 1985-2018, las tasas anuales medias de crecimiento de la productividad fueron del 4,3% y el 1.9% en la
agricultura y en la industria respectivamente, mientras que en los servicios el rendimiento por ocupado ha
permanecido estancado. Lo que supone que ante un aumento igual de la producción de bienes y servicios se
requiera un aumento más rápido del empleo en los servicios. El escaso o nulo avance de la productividad en las
actividades terciarias explica el comportamiento expansivo del empleo.
El avance registrado por la participación de los servicios en la producción nacional valorada en términos nominales se
explica por la evolución de los costes de los factores productivos en relación con la productividad. Los precios de los
factores en los servicios crecen a un ritmo similar al del resto de los sectores:
El crecimiento de los costes laborales (salarios, etc..) es semejante en todas las actividades
Por otro, los demás factores de producción (mat. primas, energía, alquileres, etc.…) tienen el mismo coste
independientemente del uso productivo al que se destinen.
Si el aumento de costes es similar en todas las actividades productivas, la evolución de los precios estará
determinada por la capacidad de lograr aumentos de productividad que absorban los aumentos de costes. Como el
avance de la productividad en la producción de bienes ha sido mayor que el alcanzado en los servicios, los precios de
los servicios han debido crecer a unas tasas superiores a las de los bienes. La evolución de los precios sectoriales
confirma que entre 1985-2012 los precios de los servicios han aumentado a un ritmo medio anual del 3,5% mientras
que en la industria y agricultura crecía a unas tasas del 1,5 y 2,5% respectivamente.
Las diferencias sectoriales en el avance de la productividad explican las tendencias registradas por los servicios. Con
frecuencia se ha considerado que la elasticidad de la demanda ante cambios en la renta era mayor en los servicios
que en los bienes, de forma que con el crecimiento económico se produciría una tendencia natural al aumento de la
importancia relativa de los servicios en la producción y el empleo. Con el aumento del nivel de vida debería
producirse un desplazamiento de la producción y el empleo hacia los servicios para adaptarse a los cambios en la
demanda.
Esta es una interpretación incorrecta, los estudios han cuantificado la respuesta en el tiempo de la demanda de
bienes y servicios ante cambios en la renta de una economía o, la respuesta en distintos países con diferentes niveles
de renta, alcanzando resultados sólidos y muestran que las elasticidades no son significativamente distintas entre
bienes y servicios. En ambos casos, su valor es igual a la unidad. De este modo, ante un aumento de la renta, la
demanda de bienes y servicios debe crecer al mismo ritmo.
Los cambios en la composición del gasto de los consumidores dependen no solo de la elasticidad-renta de la
demanda de bienes y servicios, sino también de los precios relativos.
Las regularidades empíricas observados en la evolución de los servicios son fácilmente comprensibles. La creciente
participación en la producción nominal es consecuencia de su encarecimiento, debido al lento avance de la
productividad, lo cual, a su vez, induce a los consumidores a modificar la forma de satisfacer sus necesidades desde
los servicios hasta los bienes, y esto es un freno a largo plazo al crecimiento de la participación de las actividades
terciarias en la producción real de la economía. El menor crecimiento de la productividad de los servicios y el
aumento de la producción a un ritmo similar al registrado en los restantes sectores conducen a unas mayores
necesidades de empleo.
encarecimiento ya que en términos reales el aumento ha sido más moderado. El desarrollo de los servicios no
destinados a la venta se explica por cambios que se producen en el sector público español desde mediados de 1970,
estos cambios han sido:
Profunda reorganización de las Admón. Públicas hacia estructuras más descentralizadas
Creciente asunción por el sector público de tareas educativas, sanitarias y asistenciales.
Los “servicios de mercado”, han aumentado en términos nominales su participación en la producción, avance que en
términos reales ha sido menor.
La estructura de la producción española de servicios y su comparación con la Unión Europea permite destacar
algunos rasgos de interés (cuadro 2).
• La distribución comercial ha sido históricamente, y sigue siéndolo en la actualidad, una de las actividades con
mayor presencia en la estructura española de la producción de servicios. Así, en 2017, las actividades de
comercio y reparación representaban el 16,8 por 100 de la producción agregada del sector, porcentaje superior
al registro europeo. En estas actividades destaca la importancia del comercio al por menor.
• La hostelería ocupa, asimismo, un lugar destacado en la estructura de la producción de servicios, lo que refleja la
gran importancia que el turismo tiene en España, una de las primeras potencias turísticas mundiales (Recuadro
2) . La participación relativa del sector en 2017 alcanza el 9,8 por 100 y es netamente superior a la registrada en
la mayoría de las economías europeas –en la Unión Europea tan solo el 4,0 por 100 de la producción de servicios
corresponde a actividades ligadas a la hostelería–.
• Las actividades inmobiliarias y las actividades profesionales, científicas, técnicas, administrativas y servicios
auxiliares aportan el 14,7 y el 11,2 por 100, respectivamente, de la producción española de servicios. No
obstante, conviene destacar que la importancia relativa de estas últimas actividades en España es
significativamente inferior a otros países europeos.
• El resto de las actividades terciarias tiene una presencia relativa menor, aunque destacan las Administraciones
Públicas, que aportan el 8,5 por 100 de la producción de servicios, las actividades sanitarias y de servicios
sociales, con un peso del 8,3 por 100, o la educación que en 2017 suponía el 7,9 por 100 de la producción
española de servicios.
Históricamente, la participación de los servicios en la producción española ha sido inferior a la europea. El fuerte
crecimiento de los servicios públicos registrado desde la década de 1970 ha situado la participación de estas actividades
cerca del porcentaje europeo. En cambio, la participación de los servicios de mercado ha registrado una expansión más
moderada, por lo que su aportación a la producción en España es algo inferior a la habitual en la Unión Europea.
87
5. EFICIENCIA PRODUCTIVA
El indicador más habitual para analizar el grado de eficiencia con el que opera una actividad económica es la
productividad del trabajo. En el periodo 1985-2017 la productividad del trabajo en los servicios ha permanecido casi
estancada, por lo que el avance de producción de servicios (crecimiento anual 2,7%) se ha basado en el aumento del
empleo. En contraposición, en el conjunto de la economía española, el avance de productividad explica algo más de
una cuarta parte del crecimiento registrado por la producción del periodo.
La disponibilidad de información estadística sobre el nº de horas trabajadas permite una valoración más precisa
(2001-2010) y la comparación de la economía española con otras de la UE. Entre estos años la productividad por hora
trabajada en España ha crecido ligeramente, con un avance anual de seis décimas porcentuales.
88
• En la hostelería –a pesar de la gran capacidad competitiva del sector– el rendimiento por hora trabajada se ha
reducido a un ritmo medio anual superior al registrado en la Unión Europea –caídas del 1,7 y 0,7 por 100,
respectivamente–. La elevada intensidad en trabajo que caracteriza a su producción y el reducido tamaño de las
empresas hosteleras –que impide explotar adecuadamente las ventajas de costes derivadas de las economías de
escala– dificultan el avance de la productividad. En los años recientes se observa, no obstante, una estrategia
empresarial conducente a un aumento del tamaño medio de los hoteles, aunque su impacto sobre la productividad
es todavía escaso.
• La productividad del trabajo también ha caído en las actividades profesionales, científicas, técnicas,
administrativas y servicios auxiliares –descenso medio anual del 0,5 por 100– educación, actividades
inmobiliarias y actividades sanitarias y de servicios sociales –retroceso del 0,3 por 100 anual en todos los casos–.
En los dos primeros, el descenso de la productividad es una circunstancia especialmente preocupante, puesto
que se trata de actividades que incluyen servicios esenciales para mejorar la competitividad del conjunto del
sistema económico.
• Contrariamente a las actividades anteriormente citadas, en la distribución comercial se ha producido un avance
de la productividad del 1,3 por 100 anual, registro similar al del conjunto de la UE-28. La competencia generada
desde mediados del decenio de 1980 por la entrada de hipermercados, supermercados y establecimientos de
descuento, unida a la reciente incorporación de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, ha
contribuido a la consecución de mejoras técnicas y organizativas en el sector, impulsando el avance de la
productividad. Sin embargo, no parece que se estén aprovechando en toda su extensión las posibilidades de
modernización y progreso que ofrecen las nuevas tecnologías; para ello sería necesario abordar importantes
reformas en el marco legislativo que regula la distribución comercial en España. Algunas de estas reformas se
están acometiendo desde el año 2012.
• Otros servicios donde la productividad ha avanzado a tasas significativas son los de información y
comunicaciones –media anual del 1,9 por 100– las actividades financieras y de seguros –1,3 por 100– y la
Administración Pública –también 1,3 por 100–. En este último caso, los avances de productividad conseguidos
superan en medio punto porcentual la media de la UE28.
El menor crecimiento de la productividad en los servicios en relación con la industria ha supuesto que, con una
perspectiva de largo plazo y como se ha comentado con anterioridad, ante una evolución similar de los costes de los
factores productivos en ambos sectores, los precios hayan crecido más en los servicios que en la industria. Sin
embargo, en los últimos años el diferencial en el crecimiento de los precios de los servicios y las manufacturas se ha
89
estrechado, debido, en parte, a la reducción de los diferenciales de crecimiento de la productividad entre ambos
sectores y, también, a la liberalización de los servicios, que ha introducido mayor competencia en el sector.
El débil avance de la productividad en los servicios es complejo de explicar, pero en él influyen tres factores
principales:
• En primer lugar, como se señaló en el epígrafe anterior, la especialización sectorial en actividades caracterizadas
por una baja intensidad en capital físico y humano y una elevada intensidad en mano de obra no cualificad a
(distribución comercial y actividades vinculadas al turismo) ha dificultado la capitalización y modernización del
sector y, con ello, el avance de la productividad. No obstante, cabe también añadir que en algunas de estas
actividades están aprovechándose, aunque en menor medida que en otros países desarrollados, las
posibilidades de modernización que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones.
• En segundo lugar, la escasa o nula competencia que tradicionalmente ha imperado en numerosos servicios ha
demorado la necesaria modernización tecnológica y organizativa de muchas actividades terciarias. A pesar de la
liberalización del sector iniciada en la década de 1990, el grado de competencia es todavía netamente
insuficiente en numerosas actividades terciarias.
• Por último, el reducido tamaño de empresa que predomina en actividades de servicios tan relevantes como la
distribución comercial y la hostelería dificulta la consecución de ganancias de productividad mediante el
aprovechamiento de las economías de escala existentes en la producción.
6. POLITICA SECTORIAL
El sector servicios ha estado muy regulado, debido a una actuación de las autoridades públicas dirigida a la
corrección de fallos del mercado y también por la presión ejercida por determinados grupos de intereses para limitar
o anular la competencia. El resultado ha sido la configuración de un sector excesivamente intervenido, plagado de
limitaciones a la entrada de nuevas empresas, concesiones administrativas, y en general, de un conjunto de normas
reguladoras poco transparentes que ha desincentivado un comportamiento empresarial eficiente.
La desregulación o liberación de los servicios (iniciada en la década de los 80 en Estados Unidos y Reino Unido),
consiste en la supresión de las limitaciones a la entrada de nuevas empresas, a la libertad de fijación de precios y al
libre desarrollo de las actividades terciarias. El objetivo de la liberalización es superar las ineficiencias creadas
durante varias décadas de intensa regularización y eliminar las distorsiones generadas en la evolución natural de los
sectores y la distribución de la renta.
La política de liberalización ha ido acompañada de la privatización de las empresas públicas y también de una política
de defensa de la competencia, que comparte el mismo objetivo que la desregularización, garantizar una competencia
en los mercados que favorezca la eficiencia, la productividad y el propio desarrollo económico.
La política de defensa de la competencia requiere una intervención activa de los gobiernos con el propósito de evitar
que las empresas puedan llegar a acuerdos contrarios a la competencia que retrasen los beneficios que la
liberalización de los mercados debe reportar al conjunto de la sociedad.
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La desregulación de los mercados de servicios, unida a la privatización de las empresas públicas y la defensa de la
competencia, están ofreciendo los resultados esperados:
- Aumento de la productividad y eficiencia empresarial, debido al estímulo que recibe la innovación y la
difusión del progreso técnico.
- Reducción de los precios de los servicios y aumento de su dispersión entre consumidores de acuerdo con los
costes y consideraciones competitivas
- Mayor calidad de los servicios, como respuesta competitiva de las empresas para diferenciar su producto.
- Redistribución de la renta desde los grupos de intereses que se han beneficiado de las regularizaciones hacia
los consumidores.
En España comenzaron a introducirse medidas liberalizadoras desde 1990. En 1998 la economía española todavía se
encontraba entre las economías desarrolladas con un marco regulador más intervencionista. Este año supuso el inicio
de un cambio significativo en la política de regulación de los servicios, debido al comportamiento adquirido en el
ámbito europeo para hacer realidad el mercado único y también la voluntad del gobierno español de flexibilizar la
producción de servicios.
En 1998 entraron en vigor normas dirigidas a posibilitar la liberalización de una gran parte de los servicios de red . Se
dieron los primeros pasos para introducir la competencia en las telecomunicaciones y la electricidad, se concluyó la
liberalización del tráfico aéreo y se aprobaron leyes que han permitido alcanzar la competencia en otras actividades
de red. Desde entonces se han aprobado medidas legislativas liberalizadoras en el sector de hidrocarburos, el servicio
postal y a principios del 2005 se inició la apertura a la competencia del transporte por ferrocarril.
La desregulación ha supuesto la aparición de muchos conflictos ente las fuerzas que propician la competencia y los
grupos que se resisten en la pérdida del poder del monopolio, lo que ha hecho necesario la intervención de los
gestores de la política de defensa de la competencia.
El proceso liberalizador está siendo muy desigual entre las distintas actividades y en algunas muy lento:
En los servicios de telecomunicaciones, actividad en la que la red del operador principal se ha abierto a otros
operadores y han entrado en el mercado empresas con redes propias, los precios han descendido, al tiempo
que ha mejorado la gama y calidad de los servicios ofrecidos. El proceso de liberalización del sector se ha
visto entorpecido con frecuencia por el operador dominante cuyo comportamiento ha sido sancionado en
diversas ocasiones por el Tribunal de Defensa de la Competencia y por la Comisión del Mercado de la
Telecomunicaciones.
En otros servicios como el transporte aéreo, los beneficios para el consumidor se han manifestado en las
rutas de elevada densidad de tráfico. En el resto de las rutas han entrado menos empresas y no se ha creado
una competencia suficiente, aunque la entrada en el mercado de transporte aéreo de “precio bajo” ha
intensificado en gran mediad la competencia del sector.
En el caso de los servicios postales ha mejorado la calidad del servicio en aspectos como plazos de entrega o
ampliación y mejora de la red postal pública.
En los servicios que no comparten una red y es más fácil introducir la competencia los avances han sido
desiguales. En la distribución comercial, las principales restricciones a la competencia consisten en
limitaciones a la apertura de grandes establecimientos con escalas de producción eficientes, exigencias para
operar a establecimientos de descuento y restricciones a los horarios comerciales. La ley de comercio de
1995 ya supuso un retroceso en la liberalización comercial en España, y en 2005 el gobierno central adopto
medidas que introdujeron nuevas restricciones sobre horarios comerciales. Recientemente se ha iniciado un
cambio de dirección en regulación del comercio con la aprobación en 2012 de distintas normativas que
tienen por objeto reducir obstáculos a la competencia en la distribución comercial.
Las mayores limitaciones a la competencia tienen lugar en la comercialización de productos con canales
específicos de distribución. En la comercialización de productos farmacéuticos existen barreras a la apertura
de nuevos establecimientos, a la vez que se aplica una política de máximos que restringe el normal desarrollo
de la competencia. Aunque la comisión europea ha vuelto a recordar a España la necesidad de liberalizar las
farmacias, aun no se han tomado medidas legislativas relevantes al respecto. En la distribución de productos
petrolíferos la estructura del sector y las dificultades existentes para su transformación (sin acción por parte
del gobierno) impiden la formación de mercados competitivos.
91
92
Conviene ahora destacar los principales rasgos diferenciales del mercado de trabajo español en comparación con
otros países europeos (cuadro 1). A mediados de la segunda década del siglo XXI el principal problema del mercado
de trabajo sigue siendo la elevada tasa de paro. Pese a su reducción durante la larga fase expansiva hasta niveles
próximos a los de la media de la Unión Europea –aunque aún por encima de los registrados en otros países, como
Estados Unidos–, la crisis volvió a traducirse en un aumento del desempleo (casi dieciocho puntos en seis años)
notablemente más intenso en España que en otros países del entorno. La reactivación económica a partir de 2014 ha
hecho posible el descenso de la tasa de paro en casi once puntos, con mayor intensidad en el caso de los varones,
volviendo a manifestarse la desigual incidencia del desempleo por sexos.
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En cuanto al empleo, el fuerte impacto de la crisis volvió a situar la tasa de empleo de España por debajo de la media
europea, mientras que la tasa de actividad se mantiene por encima, no solo en el caso de los hombres, sino también
en el de las mujeres, impulsadas a participar en el mercado laboral, habida cuenta del fuerte impacto que la crisis
tuvo en el empleo masculino. La población ocupada presenta, también, rasgos diferenciales. Atendiendo a las
características del empleo, el mercado de trabajo español muestra una elevada tasa de temporalidad y una menor
presencia del empleo a tiempo parcial. Pese a que la crisis contribuyó a reducir la tasa de temporalidad, la
reactivación de la actividad y el empleo se ha traducido en un nuevo repunte de esta. En cambio, la reciente
flexibilización del empleo a tiempo parcial ha impulsado este tipo de contratos, aunque en su mayoría se trata de
empleo parcial de carácter involuntario. Por otro lado, el porcentaje de ocupados que sigue alguna actividad
formativa ha aumentado de forma significativa y se sitúa en niveles similares a la media de la Unión Europea.
Respecto de las características de la población desempleada (cuadro 2), resulta oportuno reseñar los siguientes
rasgos fundamentales:
• La tasa de paro juvenil dobla la tasa media de desempleo de la economía. La mayor incidencia del paro en este
colectivo no se debe al aumento de la población activa, sino a las dificultades para acceder al empleo. La
disminución en las tasas de natalidad desde el decenio de 1970, y la ampliación del periodo de estudios habían
favorecido una reducción de la tasa de paro juvenil en la larga fase expansiva. Con todo, la tasa se mantuvo
elevada a causa de la difícil transición al mundo de la empresa desde un sistema educativo centrado en la
formación teórica y por la existencia de salarios de convenio elevados para jóvenes sin experiencia laboral.
Durante la crisis la destrucción de empleo tuvo mayor impacto en los trabajadores con empleo temporal, donde
la presencia de jóvenes es mayor, de forma que la tasa de paro juvenil alcanzó niveles superiores al 55 por 100.
Aunque la recuperación ha reducido esta tasa en más de veintiún puntos, el problema del desempleo entre los
jóvenes continúa siendo grave.
• Mayor incidencia del desempleo entre las mujeres. Es preciso, no obstante, destacar que durante la crisis
económica las distancias se acortaron notablemente a raíz de la mayor incidencia de la destrucción de empleo
en los sectores donde trabajan mayoritariamente los varones.
• Menor tasa de paro cuanto mayor es el nivel educativo, aunque las divergencias son menos acusadas que entre
edades.
• Distinta incidencia del paro según nacionalidad. La mayor tasa de actividad de los trabajadores inmigrantes y
algunas características, como nivel de estudios y experiencia profesional en origen o limitado dominio del
idioma, conducen a que la tasa de paro de la población de nacionalidad extranjera sea más elevada.
• Por último, existen diferencias significativas entre las tasas de paro de las Comunidades Autónomas. Así, las
tasas oscilan entre el 10 por 100 de Navarra o el País Vasco y el 20-24 por 100 de Extremadura, Canarias o
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Andalucía. Las diversas características demográficas y sociales, la escasa movilidad de la población, las distintas
estructuras productivas y el desigual dinamismo económico regional explicarían estas diferencias.
Dos reflexiones pueden formularse a partir de lo expuesto. En primer lugar, deben erigirse como objetivos
fundamentales de la política económica el aumento de la capacidad de la economía para generar empleo, el acceso
de los jóvenes al mercado de trabajo y la mejora de la formación de los parados para facilitar su reinserción laboral .
En segundo lugar, pese a los cambios normativos aplicados, la elevada tasa de temporalidad existente en el mercado
de trabajo continúa siendo un lastre para la economía española, al crear una clara dualidad entre los ocupados.
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Los aspectos fundamentales que han centrado la atención de las diversas reformas laborales pueden sintetizarse en
los siguientes:
A. Modalidades de contratación
Uno de los problemas más evidentes que provocaba la reglamentación laboral vigente al inicio del decenio de
1980 era el elevado coste del despido, lo cual dificultaba, la contratación de nuevos empleados en momentos
expansivos.
La reforma de 1984 pretendía, flexibilizar tanto la entrada como la salida de empleo introduciendo nuevas
formas contractuales de duración determinada y reducciones en las cotizaciones sociales por su utilización,
aparecen, el contrato temporal de fomento del empleo, el contrato en prácticas y el contrato de formación. Creando
una dualidad en el mercado de trabajo entre trabajadores fijos y temporales, con una tasa de temporalidad que llegó
a alcanzar el 35 por 100, el triple que la media Europa del momento.
Las reformas posteriores han puesto de manifiesto que la excesiva temporalidad es nociva, dado que
desincentiva la inversión empresarial en el capital humano de sus empleados, y ello, dificulta las mejoras de
productividad y competitividad de las empresas. Las reformas no ha reducido significativamente la tasa de
temporalidad, sí lo ha hecho la crisis pero solo de forma coyuntural.
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Políticas activas, su fin es incentivar la búsqueda de trabajo y mejorar la empleabilidad de los parados.
Políticas pasivas, su fin es paliar la pérdida de ingresos que se produce a raíz de la situación de
desempleo.
Analizando el gasto total en políticas activas de empleo en los países europeos, la economía española se sitúa
en una posición intermedia. La reducción de la tasa de paro registrada hasta el año 2007 hizo posible una sensible
aproximación de este indicador a la media Europa. El crecimiento del paro y la utilización masiva de los contratos
temporales (que presiona al alza el volumen de prestaciones por desempleo), limitan la disponibilidad de recursos
para políticas activas.
Estas medidas activas tienen una especial relevancia para cubrir algunos de los desajustes que causan la
persistencia de elevadas tasas de paro. La obsolescencia del capital humano de los desempleados dificulta su
reinserción en el mercado laboral, los cursos de formación ocupacional pueden paliar esta pérdida de formación. En
la reforma laboral de 2012 se echa en falta una actuación decidida en el ámbito de las políticas activas que reforme y
potencie las medidas de asesoramiento y formación a los desempleados.
Tres shocks de oferta afectaron negativamente a la economía española y a su mercado de trabajo durante aquel
decenio de crisis: el encarecimiento del petróleo, la desaceleración de los avances de la productividad y el aumento
de los salarios reales. Estos tres factores explican la destrucción de empleo y el aumento del paro estructural (NAIRU)
desde principios del decenio de 1970 hasta mediados del siguiente. Aquella crisis económica coincidió con la
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transición a la democracia, de manera que entre 1978 y 1980 se aprobaron un conjunto de leyes e instituciones
laborales, vigentes con ligeros cambios hasta la reforma de 2012, que configuraron un marco (analizado en el
apartado 3) basado en un modelo inapropiado de negociación colectiva (sectorial, con alta cobertura legal y
ultraactividad ilimitada), unos costes de despido elevados y unas prestaciones por desempleo relativamente
generosas, que también contribuyeron a elevar el paro estructural. La permanencia de dicho marco legal e
institucional ha consolidado un elevado nivel de la NAIRU hasta fechas recientes.
En efecto, el marco institucional entonces diseñado, pese a reformas parciales en su mayoría de corto alcance, ha
estado vigente en sus ejes principales hasta 2012. Ello explica en buena medida el elevado desempleo estructural
que presenta la economía española. En principio, en un mercado perfectamente competitivo la existencia de paro
sería transitoria, ya que conduciría a un ajuste a la baja del salario real. Los estudios disponibles permiten comprobar
que la economía española ha presentado una alta rigidez del salario real respecto al paro, de modo que el elevado
paro español se ha mostrado incapaz de inducir un abaratamiento de la mano de obra. Así, el elevado desempleo,
claramente superior al europeo, no ha impedido que los costes laborales reales por trabajador hayan aumentado
sistemáticamente por encima de los europeos con la excepción del periodo 1996-2007, y más especialmente en las
etapas de crisis (gráfico 3).
Esta baja sensibilidad del salario real al desempleo depende de dichos elementos institucionales presentes en el
mercado de trabajo, tanto los relativos a la fijación de salarios (modelo de negociación colectiva), como aquellos
otros relacionados con la actitud y características de los trabajadores en paro (como las prestaciones por desempleo
y las políticas activas; véase el Recuadro 1).
En lo que respecta a la fijación de los salarios, hay que señalar que el poder negociador de los trabajadores ha sido
elevado, debido en gran medida al modelo de negociación colectiva antes comentado: elevada cobertura legal de los
convenios, negociación sectorial y ultraactividad indefinida. Esta fuerza negociadora ha situado los salarios en niveles
no siempre compatibles con la productividad, lo cual acaba traduciéndose en menor empleo y elevado paro
estructural. En cuanto a los parados, conviene centrarse en dos aspectos relevantes: la baja intensidad de su
búsqueda de empleo y su imperfecta adecuación a las necesidades del aparato productivo. Ambas características
merecen alguna explicación:
• La baja intensidad en la búsqueda de empleo por parte de los parados se explica por dos factores . Primero,
porque unas prestaciones por desempleo medianamente generosas desincentivan y retardan la búsqueda de un
nuevo puesto de trabajo, sobre todo por parte de los parados de mayor edad o menor cualificación. Y, segundo,
porque los parados de larga duración disminuyen la intensidad con la que buscan empleo («efecto desánimo»),
y estos parados aumentan cuando los costes de despido son altos y las prestaciones de paro generosas.
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• La escasa adecuación de los desempleados a la demanda de trabajo deriva de dos tipos de desajuste
(mismatch), uno geográfico y otro de cualificaciones. El desajuste geográfico se debe a la insuficiente movilidad
geográfica de los desempleados y se manifiesta en importantes diferencias interprovinciales de la tasa de paro
(apartado 2). El desajuste de cualificaciones se origina por la presencia de desempleados con escasos estudios o
con limitada experiencia laboral, de forma que no se adaptan al creciente nivel de cualificación profesional que
solicitan las empresas. En este desajuste de cualificaciones influye, además, el paro de larga duración, ya que,
junto al desánimo antes mencionado, provoca la obsolescencia de las cualificaciones previamente adquiridas. A
ello hay que añadir, tanto las limitaciones del sistema de formación profesional reglada, como la limitada
importancia de las políticas activas de mercado de trabajo (cuadro 3), así como su sesgo favorable a
subvencionar la contratación en detrimento de la activación de los parados con medidas de apoyo,
asesoramiento, monitorización y reciclaje.
Dada la importancia de las instituciones y regulaciones legales en el nivel del paro estructural, resulta evidente que
una modificación legal del marco regulatorio deja sentir sus efectos sobre el mismo, como así ocurrió con la
disminución de la generosidad de las prestaciones por desempleo aprobada a principios del decenio de 1990 . De
igual modo, cabe esperar que la reforma laboral de 2012 acabe reduciendo el desempleo estructural, si bien las
estimaciones recientes recogen por el momento un efecto limitado.
Si el desempleo estructural se viera determinado exclusivamente por las instituciones del mercado de trabajo y por
las rigideces en los mercados de outputs permanecería constante a menos que se modificara este marco legal. En
cambio, según las diversas estimaciones disponibles, en España el paro estructural aumentó hasta mediados de los
años ochenta del siglo pasado, se mantuvo relativamente estable durante una década e inició un suave descenso
desde mediados de los años noventa hasta el final de la larga etapa expansiva, aumentando de nuevo durante la
última crisis (Gráfico 4). Estas variaciones del paro estructural a lo largo del tiempo se deben a que también se ve
influido por las perturbaciones de oferta que afectan a la demanda de trabajo (curva ND en el gráfico del Recuadro
2), o a la curva de determinación salarial (WS) o a la oferta de trabajo (NS). Así, shocks negativos como el
encarecimiento de las materias primas (que desplazan la curva ND a la izquierda) reducen el nivel de empleo y elevan
el paro estructural, como sucedió durante el periodo 1975-1985. El mismo efecto genera (y generó en dichos años)
un alza de los salarios reales (que desplaza la curva de oferta salarial WS hacia la izquierda). Por el contrario, un shock
favorable, como la mayor competencia en el mercado de bienes fruto de la integración española en la Unión Europea
en 1986 (al desplazar a la derecha la curva ND) se tradujo en mayor empleo y descenso del paro estructural.
Otros shocks de oferta positivos que contribuyen a rebajar el paro estructural, esta vez en los años 1995-2007, son:
• La reducción del tipo de interés real derivada de la integración española en la Unión Económica y Monetaria con
los descensos en la inflación y el déficit público que conllevó.
• El aumento de la competencia en los mercados de servicios y de bienes a causa de la liberalización de
determinadas actividades terciarias y de la globalización de la economía mundial. La mayor competencia da
lugar a más eficiencia y una menor tasa de inflación, lo que ayuda a reducir la NAIRU. En ambos casos se puede
representar gráficamente por un desplazamiento hacia la derecha de la curva ND.
• El acceso al mercado de trabajo español de cuantiosos flujos de inmigración (algo más de tres millones de
personas) aumentó su flexibilidad al presentar una elevada movilidad y contribuyó sustancialmente a la
moderación salarial al disponer de una muy limitada capacidad negociadora. Este shock supone un
desplazamiento a la derecha de la curva de oferta de trabajo (NS) y de la de determinación salarial (WS),
aumentando el empleo y reduciendo el paro estructural en casi dos puntos entre 1996 y 2005 (Recuadro 3).
• Otros factores, como una actitud responsable de los sindicatos en un marco de diálogo social, el entorno de baja
inflación y la presión bajista sobre el salario derivada de los flujos migratorios contribuyeron también a la
moderación salarial. Todo ello se traduce en un desplazamiento a la derecha de la curva WS, de modo que el
resultado fue un leve descenso del salario real (-0,2 por 100), pese al fuerte aumento del empleo (frente al
ascenso registrado en la Unión Europea; véase de nuevo el gráfico 3). Sus efectos fueron una intensa creación de
empleo y reducción del paro estructural.
en función de las oscilaciones cíclicas causadas por perturbaciones de la demanda agregada. Así, por ejemplo,
durante la crisis de 1975-1985 el paro observado creció en mayor medida que el componente estructural, al tratarse
de una coyuntura recesiva. En cambio, la recuperación de la actividad económica a partir de 1985 se caracterizó por
una fuerte creación de empleo, primero, y una posterior gran destrucción en el trienio de crisis 1992-1994. Esta
elevada sensibilidad del empleo al ciclo (gráfico 5), es decir, la alta elasticidad-renta de la demanda de trabajo, es
producto de las facilidades aprobadas en 1984 para la contratación temporal, que aumentaron la propensión a
contratar y a despedir. Un altísimo porcentaje de los nuevos contratados lo fueron temporalmente, de forma que la
tasa de temporalidad (cociente entre trabajadores con contrato temporal y total de asalariados) alcanzó un 35 por
100 en 1995. Como resultado de la flexibilidad contractual, a partir de ese momento aumentó considerablemente la
volatilidad del empleo y del paro cíclico, con una fuerte disminución de la tasa de paro –exclusivamente en su
componente cíclico– hasta 1990 y un fuerte incremento –también coyuntural– durante la breve crisis con que se
inició ese decenio.
Durante la larga fase expansiva 1995-2007, la creación de empleo volvió a ser muy vigorosa. No solo superó
ampliamente los ritmos registrados en decenios anteriores, sino que los puestos de trabajo creados representaron un
30 por 100 de todo el empleo creado en la UE-15 en ese mismo periodo. El crecimiento económico se basó en
actividades –como la construcción o ciertos servicios– caracterizadas por una elevada intensidad de trabajo, lo cual
significó un impulso adicional a la creación de empleo.
De nuevo, el aumento del empleo se basó en la contratación temporal, que mantuvo la tasa de temporalidad en
niveles muy elevados (casi un 32 por 100 en 2007) a pesar de las reformas legales y rebajas de cotizaciones dirigidas
a reducirla. Puesto que los empresarios utilizan el contrato temporal para probar a sus nuevos empleados, un fuerte
aumento de las contrataciones suele ir asociado a una elevada temporalidad. A ello cabe añadir la naturaleza
temporal de las actividades que más empleo crearon –servicios y construcción– y el carácter temporal de los
permisos de trabajo para los inmigrantes recién llegados. La coyuntura expansiva facilitó, pues, el descenso del paro
cíclico, situando la tasa de paro observado (9 por 100 en 2007) por debajo de su nivel estructural , pese al descenso
de este, como se ha comentado anteriormente.
Además de por valores absolutos, España destaca por encabezar los países europeos también en destrucción de
empleo por cada punto de descenso del PIB. Ello guarda relación con el excesivo tamaño alcanzado en los años
previos por el sector de la construcción. Pero, más importante aún, está estrechamente vinculado a las amplias
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facilidades para el ajuste vía cantidades que suponen los contratos temporales y, muy especialmente, al
comportamiento alcista de los salarios, tanto nominales como reales, al inicio de la crisis. En efecto, las rigideces
entonces presentes en el mecanismo de negociación colectiva y en la normativa sobre convenios impidieron que los
salarios se ajustaran rápidamente a las nuevas condiciones económicas (caída de la producción, el empleo y los
precios). El comportamiento salarial de estos años iniciales explica que incluso en el conjunto de la c risis los salarios
reales aumentaran el doble que en la Unión Europea y, sorprendentemente, mucho más de lo que lo habían hecho
en la etapa expansiva previa (gráfico 3).
Durante la crisis la tasa de paro creció hasta alcanzar cifras que superaron la tasa de paro estructural (NAIRU). Esto es
coherente con el hecho de que la mayor parte del desempleo generado durante la crisis fuese coyuntural. Con todo,
tanto el impacto sectorial de esta como su prolongación en el tiempo acabaron generando un nuevo aumento del
paro estructural. Son diversas las razones que lo explican.
En primer lugar, el desempleo estructural se elevó como consecuencia del importante aumento del paro de larga
duración (que pasó del 18 al 49,7 por 100 del paro entre 2008 y 2013). Como se ha comentado en el apartado 4, los
efectos del paro de larga duración, en forma de desánimo y obsolescencia, se traducen en una menor intensidad de
búsqueda de empleo y un mayor desajuste de cualificaciones.
En segundo lugar, el aumento de los desajustes en el mercado de trabajo. Un nuevo desajuste sectorial entre
parados de la construcción (y algunos servicios) y los requerimientos de los empleos vacantes ofrecidos por las
empresas. También, y muy relacionado con ello, un mayor desajuste de cualificaciones, no solo por la obsolescencia
de conocimientos en los desempleados de larga duración, sino también porque la mayoría de los nuevos parados
durante la crisis solo tenían estudios primarios o de secundaria obligatoria, que difícilmente se ajustan a las
demandas de cualificaciones de los empleos vacantes. Según cálculos del BCE, España es el país de la Eurozona
donde más ha aumentado el desajuste educativo.
Las estimaciones de la Comisión Europea confirman estas evidencias, al señalar que la tasa de desempleo estructural
aumentó seis puntos en España durante la crisis, superando el 18 por 100 (Gráfico 4). No solo es la tasa de paro
estructural mayor de la OCDE, sino también la que más creció durante la crisis. Es necesario advertir, no obstante,
que la mayor parte del desempleo generado durante la crisis ha sido de naturaleza cíclica y que el incremento del
paro estructural que se produjo responde más a la prolongación de la crisis y su desigual impacto por sectores y
cualificaciones que a un aumento de las rigideces en la normativa laboral. De hecho, como se ha expuesto en el
apartado 3, la amplia reforma laboral de 2012 actuó en la dirección contraria, flexibilizando el funcionamiento del
mercado de trabajo.
En efecto, se ha apuntado que dicha reforma supondrá una importante reducción en la tasa de paro estructural por
los menores costes de despido, y por facilitar una negociación colectiva más descentralizada, sea por convenios de
empresa o por la no aplicación de los convenios sectoriales en empresas en dificultades . De momento se confirma
una reducción de dos puntos. A partir de los datos ya disponibles también se han podido analizar otros efectos:
• De un lado, la reforma facilitó el ajuste salarial. Estimaciones recientes cifran en 900.000 los empleos salvados
por la rebaja salarial inducida por la reforma. Los salarios habían aumentado en términos nominales y reales
hasta 2009, mientras que a partir de 2010 –tras el pacto entre los agentes sociales– presentaron un
comportamiento más moderado, con retrocesos en términos reales, que serían mayores de no ser por el efecto
composición, que eleva el salario medio cuando se destruyen empleos de baja cualificación y bajos salarios.
Desde la aprobación de la reforma, la moderación de los salarios nominales se intensificó y también el retroceso
real, habiendo estimado la OCDE que la misma contribuyó a reducir adicionalmente los salarios en 1,5 puntos
porcentuales, aproximadamente. Estudios más recientes confirman este efecto, así como la mayor sensibilidad
de los salarios al desempleo. La rebaja salarial afectó especialmente a los trabajadores del sector público (por
los ajustes en el gasto público), también a los trabajadores más cualificados del sector privado (por ofrecer
mayor margen de descenso) y muy intensamente a quienes han accedido a un nuevo empleo durante la crisis y
posteriormente. Ello amplió la desigualdad salarial. Para rebajarla es ante todo necesario reducir el desempleo y
otras formas de exceso de oferta en el mercado de trabajo y, posteriormente, elevar los salarios bajos con
medidas que no expulsen del empleo a trabajadores de limitada formación e insuficiente experiencia.
• Un segundo efecto de la reforma laboral consistió en facilitar las medidas de flexibilidad interna, que fueron
adoptadas por el 27 por 100 de las empresas en 2013 (pero por el 57 por 100 de las de mayor dimensión),
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afectando a los salarios y a la jornada laboral, principalmente. Ello, junto a la inaplicación de convenios
sectoriales, contribuyó a frenar los despidos y a reducir la destrucción de empleo por cada punto de descenso
del PIB mientras duró la recesión.
• Por último, al disminuir el coste del despido, la OCDE ha estimado que generó un incremento adicional de las
contrataciones del 8 por 100 y que ha aumentado la salida del paro hacia el empleo, especialmente de los
desempleados de muy corta duración (menos de seis meses).
• De esta forma, la reforma laboral ha rebajado casi a la mitad el umbral de crecimiento económico necesario para
crear empleo, desde el dos por 100 anterior a poco más del uno por 100. Así, en cuanto la economía española
inició una senda de recuperación con tasas de crecimiento levemente positivas ya empezó a crear empleo.
La recuperación económica desde 2014 ha relanzado con fuerza la creación de empleo (cerca de 2,2 millones en
cinco años, cifra que supone el 30% del empleo creado en la Eurozona), de nuevo con notable protagonismo de los
contratos temporales y de las actividades intensivas en trabajo (hostelería, manufacturas, construcción y comercio).
La tasa de paro se ha reducido cerca de once puntos, mayoritariamente el componente cíclico. En este contexto, y
mientras el desempleo no retorne a valores inferiores, se hace necesario mantener contenida la evolución salarial a
fin de maximizar la creación de puestos de trabajo por cada punto de PIB, especialmente cuando la productividad se
ha vuelto a estancar. Es preciso, de otra parte, mejorar la calidad del nuevo empleo, siendo necesario para ello
rebajar la temporalidad –que vuelve a crecer– y reducir el trabajo a tiempo parcial involuntario.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Población potencialmente activa. Comprende a todas las personas que cumplen el requisito de edad mínima
establecida (16 años) para poder acceder al mercado laboral. No obstante, no todas estas personas acaban
participando activamente en el mercado de trabajo.
• Población activa. Este colectivo constituye la fuerza de trabajo, es decir, la oferta laboral. Está integrada por todas
aquellas personas que disponen de un empleo o llevan a cabo una actividad económica remunerada (población
ocupada), y también aquellas otras que, pese a desear y estar en condiciones de desempeñar una actividad
económica, no han encontrado un empleo (población parada). En cambio, forman parte de la población inactiva
quienes realizan alguna labor sin ningún tipo de retribución económica (amas de casa o estudiantes, por ejemplo) y
los que no realizan ninguna actividad económica (jubilados o incapacitados para trabajar).
• Población ocupada. Incluye a todas aquellas personas que llevan a cabo una actividad económica remunerada, sea
por cuenta ajena (asalariados) o por cuenta propia.
• Población parada. Es la parte de la población activa que, aunque no esté realizando una actividad económica, está
buscando trabajo de forma activa y se halla en condiciones de empezar a trabajar en un breve plazo.
• Tasa de actividad. Mide la proporción de población potencialmente activa (con la edad mínima de 16 años) que,
finalmente, decide participar de forma activa en el mercado de trabajo.
• Tasa de ocupación. Se define como la proporción que representa la población ocupada respecto a la población
potencialmente activa.
• Tasa de temporalidad. Proporción que corresponde a los trabajadores temporales en el total de asalariados.
• Tasa de paro. Constituye el indicador más utilizado para sintetizar la situación laboral de un área geográfica
concreta. Se trata de la proporción que supone la población desempleada respecto de la población activa.
• Paro de larga duración. Desempleados que permanecen buscando empleo durante un año o más. Suele
expresarse en porcentaje sobre el número total de parados. La incidencia del paro de larga duración depende de la
tasa de paro, pero también de las características institucionales del mercado de trabajo. El paro de larga duración
genera un efecto desánimo que reduce la intensidad de búsqueda de trabajo y un efecto obsolescencia que provoca
pérdida de capital humano y desajuste de cualificaciones.
• Tasa de paro no aceleradora de la inflación (NAIRU). Tasa de desempleo que es compatible con el mantenimiento
de una tasa de inflación estable. La tasa de paro corriente u observada oscila cíclicamente en torno a la NAIRU. Así,
por ejemplo, un impulso expansivo de demanda reducirá el paro acelerando la inflación, situando la tasa de paro
por debajo de la NAIRU. En cambio, la disminución de esta no responde a factores cíclicos, sino a reformas
estructurales en los mercados de bienes, servicios y trabajo que aminoren el poder monopolístico de empresas y
trabajadores para fijar precios y salarios.
• Coste laboral real. El coste laboral es el coste para la empresa de contratar el factor trabajo. Incluye, por tanto, el
salario bruto, las cotizaciones sociales a cargo de la empresa y las prestaciones abonadas por esta a sus empleados
(como indemnizaciones, becas o subvenciones). El coste laboral real es el coste laboral deflactado con un índice de
precios. Lo relevante aquí no es el IPC sino un índice que recoja la evolución de los precios de venta de la empresa;
en términos macroeconómicos suele utilizarse el deflactor del PIB.
104
Las vías a través de las que los mercados y los intermediarios financieros desempeñan sus funciones son, sin
embargo, diferentes (gráfico 1). La existencia de mercados permite a los demandantes de financiación pedir fondos
directamente a los ahorradores últimos de la economía, para lo cual emiten activos financieros –por ejemplo,
acciones u obligaciones– que otorgan a sus tenedores derechos sobre los ingresos futuros del prestatario. Tales
ingresos son lógicamente inciertos, por lo que la adquisición de los títulos emitidos por los demandantes de
financiación implica un cierto nivel de riesgo para el inversor.
Los intermediarios financieros, alternativamente, y como su nombre indica, se sitúan entre los ahorradores y los
demandantes de financiación, prestando a estos últimos los fondos que piden prestados a aquellos. Al realizar esta
actividad, el intermediario asume un riesgo que intentará cubrir aplicando un adecuado diferencial entre el tipo de
interés que cobra a los prestatarios y el que paga a los ahorradores por la cesión de sus fondos.
Mercados e intermediarios financieros no deben, sin embargo, considerarse compartimentos estancos, ya que entre
ellos suelen establecerse flujos de una considerable magnitud. Esto es, por ejemplo, lo que ocurre cuando los bancos
y cajas de ahorros emiten títulos –acciones, pagarés, bonos, cédulas hipotecarias, deuda subordinada...– para
obtener fondos con los que financiar la concesión de créditos. Es frecuente también que los intermediarios compren
como inversión deuda pública y/o acciones emitidas por las empresas, generando así un flujo de recursos desde los
intermediarios hacia los mercados.
105
La influencia que ha podido ejercer en la consecución de un mayor o menor grado de crecimiento económico la
decantación por una u otra forma de instrumentación –directa o intermediada – de los flujos financieros ha sido una
cuestión largamente debatida, sin que se haya llegado a conclusiones definitivas. No en vano, países con estructuras
financieras muy distintas han acabado alcanzando niveles de desarrollo económico muy semejantes. Ambos modelos
presentan ventajas e inconvenientes. Si bien es cierto que el recurso al mercado reduce los costes de transacción, lo
cual puede abaratar la obtención de financiación, también lo es que puede condicionar la conducta de los
demandantes de recursos, dada la elevada sensibilidad de los mercados a los cambios sociopolíticos y económicos.
Alternativamente, la financiación a través de los intermediarios financieros coloca a las empresas en una situación de
dependencia del crédito bancario, pero permite allegar recursos a unidades económicas que carecen del tamaño
suficiente para acudir a los mercados de capitales.
La preponderancia en cada país de uno u otro tipo de estructura financiera depende de múltiples factores, ya sean la
tradición y la cultura económica del país, el tamaño de sus empresas, las mayores o menores necesidades de
financiación de sus agentes inversores, así como la actitud y preferencias de las autoridades. Es habitual, en este
sentido, diferenciar entre el modelo anglosajón, en el que los mercados constituyen la principal fuente externa de
financiación, y el modelo continental (propio de los países del continente europeo), en el que las entidades bancarias
son el principal proveedor de recursos (cuadro 1).
106
Ambos tipos de países –anglosajones y continentales– entienden además el negocio bancario de una manera muy
distinta. En los primeros, las entidades suelen especializarse en un segmento de actividad (banca comercial, banca de
inversión...). En los segundos predomina el modelo de banca universal. Dicho modelo permite a las entidades de
crédito –con independencia de cuál sea su naturaleza jurídica y en igualdad de condiciones– realizar un amplio
abanico de operaciones (tales como la captación de recursos, la concesión de crédito y la inversión en valores
mobiliarios) sin que existan restricciones en función del tipo de cliente y del plazo de vencimiento de las operaciones.
Mientras que en España y Alemania –y en menor medida en el resto de los países del continente– las entidades
bancarias mantienen una estrecha vinculación con las grandes empresas industriales y de servicios, participando en
su capital e involucrándose, a menudo, en su gestión, las instituciones bancarias estadounidenses no solo son reacias
a participar en el capital de las empresas, sino que intentan también evitar asumir riesgos industriales a largo plazo.
Hasta fechas relativamente recientes, tanto en un modelo como en el otro el crecimiento orgánico de las entidades
bancarias venía determinado por su capacidad para captar recursos de clientes. A partir de la década de 1990 las
entidades bancarias empezaron a obtener recursos en los mercados financieros titulizando una parte de los activos
que mantenían en su balance. Se trataba, en definitiva, de transformar un conjunto de activos (normalmente poco
líquidos y escasamente negociables) en una serie de títulos susceptibles de poder ser vendidos en los mercados.
Dicho proceso podía generar ventajas tanto para las entidades emisoras (un menor coste de la financiación y una
mejor gestión de riesgos) como para los inversores (aumentaba las alternativas de inversión, posibilitando así una
mejor diversificación de las carteras).
El problema surgió cuando algunas entidades bancarias, muy especialmente los grandes bancos de inversión
estadounidenses empezaron a considerar la titulización no una forma de obtención de recursos sino una fuente de
generación de ingresos que permitía además transferir el riesgo a terceros. Fueron apareciendo así estructuras
financieras cada vez más complejas y opacas que están en el origen de la crisis financiera internacional (véase
Recuadro 1).
Una parte considerable del crecimiento de la actividad financiera no hace sino reflejar el notable desarrollo que han
experimentado los mercados financieros, impulsados por factores tales como la creciente sofisticación de la política
monetaria, la búsqueda por parte de las grandes empresas de fuentes de financiación más baratas que el crédito
bancario, las necesidades crecientes de recursos que desde mediados de los ochenta registra la hacienda pública, la
mayor renta y cultura financiera de la población y la propia mejora de los sistemas de negociación.
La expansión de los mercados, en la medida que ha incrementado el volumen de títulos en circulación, ha favorecido
el desarrollo de los intermediarios financieros no bancarios, y, más concretamente, de sus tres modalidades más
significativas: los fondos de inversión, los fondos de pensiones y las compañías aseguradoras. La mayor formación de
los ahorradores (y la consiguiente demanda de una gestión más profesionalizada de su cartera de activos), el
progresivo envejecimiento de la población y las dudas crecientes sobre la viabilidad de los sistemas públicos de
pensiones han sido con todo los causantes últimos de su expansión, pese a lo cual su importancia relativa en España
sigue siendo muy reducida en comparación con la que ostentan en los países anglosajones.
Tales intermediarios desempeñan un papel cada vez más importante en el sistema financiero español dadas las
estrechas relaciones que mantienen con las entidades bancarias. En la medida que adquieren buena parte de los
títulos de deuda emitidos por estas últimas y/o les proporcionan liquidez (bien sea a través de los mercados
monetarios o garantizando algunas operaciones), son de hecho una de las fuentes de financiación del sistema
bancario. Es frecuente asimismo que las entidades bancarias participen en el capital de tales intermediarios, muy
especialmente en el las compañías aseguradoras, siendo por consiguiente sensibles a los problemas que puedan
experimentar los citados intermediarios.
107
El desarrollo de los mercados financieros y de los intermediarios no bancarios ha reducido la importancia relativa de
las entidades bancarias como proveedores de financiación y como destinatarias del ahorro. Nótese, a título de
ejemplo, que el efectivo y los depósitos bancarios suponen en la actualidad el 42 por 100 de los activos financieros
de los hogares españoles, frente al 63 por 100 que representaban a mediados del decenio de 1980 (cuadro 2). Las
entidades bancarias siguen desempeñando, no obstante, un papel crucial en la canalización de los flujos financieros
de la economía. Entre otras razones porque el crédito bancario sigue siendo la principal, por no decir la única, vía de
financiación de que disponen familias y pequeñas empresas. Recuérdese, además, que la importancia de estas
entidades va más allá de su significación cuantitativa, ya que contribuyen al funcionamiento eficaz del sistema de
pagos del país, proporcionando un medio de pago universalmente aceptado: los depósitos bancarios.
108
La banca, las cajas de ahorros y las cooperativas de crédito son los tres tipos de entidades que han conformado
históricamente el citado sistema bancario. Mientras que los bancos revisten la forma de sociedades anónimas y
destinan, por consiguiente, sus beneficios al pago de dividendos a sus accionistas, las cajas de ahorros son entidades
sin ánimo de lucro de naturaleza fundacional que emplean sus excedentes en la realización de obras de carácter
benéfico-social. La crisis bancaria y las medidas tomadas para combatirla han reducido de forma sustancial el censo
de cajas de ahorros, compuesto en la actualidad únicamente por dos entidades de ámbito local y reducida dimensión
(Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Ontinyent y Caja de Ahorros de Pollença). El resto hasta alcanzar las cuarenta
y siete que lo formaban en el 2005, o bien han desaparecido con la crisis, o llevan a cabo su actividad financiera a
través de un banco (Caixabank, Bankia, Unicaja, Ibercaja, Kutxabank y Liberbank, por citar los más importantes) al
que han cedido sus activos financieros. Las cooperativas de crédito, cuyo ejemplo más claro lo proporcionan las cajas
rurales, son, por su parte, sociedades de carácter cooperativo que distribuyen entre sus socios los posibles
beneficios.
Las entidades bancarias, lejos de permanecer pasivas, desarrollaron un conjunto de estrategias para hacer frente a la
intensificación de la competencia generada por la desregulación, la desintermediación y el espectacular desarrollo de
la tecnología. Una de ellas fue ganar dimensión. Alentados por las autoridades económicas, los grandes bancos
españoles priorizaron ganar tamaño fusionándose entre ellos y/o adquiriendo otras instituciones de menor
dimensión. El objetivo no era otro que alcanzar una posición de liderazgo en el mercado doméstico como condición
necesaria para hacer frente al nuevo escenario internacional y, más concretamente, al aumento en el número de
competidores potenciales que iba a generar la liberación de los movimientos de capital y la integración monetaria del
continente europeo.
La creciente integración de los sistemas bancarios europeos llevó a los principales grupos bancarios españoles a
intensificar su presencia en los mercados europeos, utilizando para ello tres vías: el intercambio de participaciones
en el capital, el establecimiento de acuerdos para la distribución conjunta de determinados productos financieros y la
adquisición de bancos que operaban en el mismo «mercado regional» (Francia, Portugal e Italia). Las entidades más
grandes incrementaron asimismo su grado de internacionalización, implantándose en países que presentaban
reducidos niveles de desarrollo financiero y en los que era factible, en principio, conseguir mejoras de eficiencia
incorporando sistemas de gestión y de organización más avanzados.
La eliminación en 1989 de las trabas que les impedían operar en todo el territorio nacional propició que las cajas de
ahorros apostaran por crecer y expandirse fuera de sus territorios tradicionales. El aumento del tamaño del mercado
potencial impulsó también la consolidación del sector, si bien, dadas las especiales características de las cajas, el
proceso se llevó a cabo en el seno de cada Comunidad.
Las cajas ampliaron también sus fuentes de ingresos, sustituyendo para ello sus tradicionales inversiones más seguras
pero menos rentables, como el préstamo de fondos en el mercado interbancario y la compra de títulos de deuda
pública, por otros segmentos de negocio tales como la inversión crediticia. Entraron también en el capital de las
grandes empresas industriales y de servicios nacionales, convirtiéndose de hecho en el principal accionista de la
mayor parte de las grandes empresas españolas.
Las estrategias seguidas por bancos y cajas para hacer frente a la acentuación de la competencia transformaron la
estructura del sistema bancario español. Baste señalar que, en 2007, el censo de grandes bancos estaba integrado
109
únicamente por dos entidades –BBVA y Santander– frente a los siete miembros que lo formaban veinte años antes, y
el de cajas de ahorros por 47 entidades, la mitad prácticamente de las que había tiempo atrás.
La necesidad de racionalizar la red operativa, junto con la prioridad dada a la expansión internacional, provocaron
una clara reducción del número de sucursales y empleados en el mercado español de los grandes bancos en
particular y del subsector bancario en general. Las cajas, por el contrario, y por las razones ya apuntadas, aumentaron
considerablemente sus medios operativos, superando ya a mediados del decenio de 1990 a la banca tanto en
número de sucursales como en número de empleados.
Esta dispar evolución de las redes operativas de bancos y cajas explica en gran medida los cambios que se produjeron
en la importancia relativa de ambos tipos de entidades. Más concretamente, la notable ganancia de cuota de
mercado, tanto en depósitos como en créditos, que consiguieron las cajas de ahorros desde mediados de la década
de 1980 hasta convertirse en el principal agente del sistema bancario español.
Puede afirmarse, pues, que las entidades bancarias españolas consiguieron mantener su peculiar y costoso modelo
de servicio bancario basado en una densa red de pequeñas oficinas en un contexto caracterizado por la reducción de
los márgenes y la acentuación de la competencia. La situación cambió, sin embargo, radicalmente a partir de 2007,
siendo la crisis financiera la primera aunque no la única de las causas explicativas de dicho cambio.
El impacto directo de la crisis sobre el sistema financiero español fue limitado, gracias básicamente al distinto modelo
de titulización existente en España; entendido como un mecanismo de captación de recursos, el modelo español se
encuentra muy alejado del denominado originar para distribuir que está en el origen, valga la redundancia, de las
turbulencias financieras. A diferencia de otros organismos supervisores, el Banco de España no permitió situar los
vehículos de inversión fuera de balance, logrando así dos objetivos: reducir considerablemente los incentivos que
impulsan la creación de tales vehículos (ya que era preciso aumentar también los recursos propios) y fomentar un
adecuado seguimiento del riesgo por parte de las propias entidades, ya que no era posible transferirlo a terceros.
En cambio, el impacto indirecto fue muy importante. Las elevadas tasas (cercanas al 30 por 100 anual) a las que
aumentó el crédito en el periodo expansivo 1994-2007 (gráfico 3), unido al estancamiento de sus fuentes de recursos
tradicionales –los depósitos de la población– obligó a las entidades españolas a buscar otras vías de financiación,
siendo una de ellas el endeudamiento en los mercados interbancarios de la Eurozona, aprovechando, es importante
destacarlo, las posibilidades que generó la integración en la Eurozona. La extrema aversión al riesgo que provocó la
caída de Lehman Brothers bloqueó tales mecanismos de financiación mayoristas, convirtiendo en mucho más caro y
difícil que antes para los bancos y cajas de ahorros españoles la captación de recursos en los mercados
internacionales.
110
El aumento de la morosidad, muy especialmente entre los promotores y constructores (gráfico 4) y la pérdida de
valor de los activos inmobiliarios que ha generado la crisis económica han causado elevadas pérdidas a las entidades
bancarias españolas, y en particular a las cajas de ahorros, hasta el punto de poner en cuestión la viabilidad de
muchas de ellas. No en vano, las actividades relacionadas con la construcción llegaron a suponer el 70 por 100 del
total del crédito otorgado por las cajas de ahorros en los primeros años del siglo XXI.
La crisis económica redujo también drásticamente el volumen de actividad de las entidades bancarias, haciendo
innecesaria buena parte de la red operativa. Se imponía pues una reducción de la capacidad instalada, especialmente
en el subsector de las cajas de ahorros, ya que fue este el que mostró un comportamiento más expansivo. Baste
señalar que, entre los años 1994 y 2007, su red de sucursales y de empleados creció un 70 y 58 por 100
respectivamente.
111
El progresivo deterioro de las finanzas públicas españolas y los episodios de crisis de deuda soberana que sufrieron
algunos países de la Unión Europea empeoraron todavía más la situación, al elevar significativamente la prima de
riesgo de la economía española y, con ello, el coste de la financiación de las entidades bancarias.
Los factores anteriores (bloqueo de los mercados, aumento de la morosidad, caída en los niveles de actividad y
encarecimiento de la financiación) generaron serias dificultades a un buen número de entidades bancarias, y algunas
de ellas tuvieron que ser intervenidas por las autoridades. No ha de sorprender, por tanto, que el Banco de España y
el Ministerio de Economía adoptaran un conjunto de medidas para hacer frente a la situación, entre las que cabe
destacar las siguientes:
• Inyección de liquidez. La mayor parte de países europeos implementó medidas para paliar los problemas de
liquidez que estaban experimentando las entidades bancarias a raíz del cierre de los mercados mayoristas,
complementando así la barra libre de liquidez establecida por el Banco Central Europeo en la segunda mitad de
2008. La creación del Fondo de Adquisición de Activos Financieros (FAAF) y la concesión de avales públicos a las
emisiones realizadas por las instituciones bancarias fueron las adoptadas en España.
• Incentivar los procesos de integración. Apoyar financieramente la consolidación de las entidades en dificultades
fue otra de las medidas tomadas. La idea en un principio era diluir los ya comentados problemas de
sobrecapacidad y elevada exposición al riesgo inmobiliario que presentaban algunas entidades fusionándolas
con otras más eficientes y/o menos expuestas. El instrumento encargado de facilitar dichos procesos de
integración fue el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) que pasó más adelante a gestionar la
reestructuración de las entidades inviables.
• Bancarización de las cajas de ahorros. La necesidad de que las cajas pudieran captar en el mercado recursos
propios de máxima calidad impulsó una reforma radical de su marco regulador. Articulada a través del Real
Decreto-ley 11/2010, la reforma, además de mejorar el régimen de las cuotas participativas, incentivó, como ya
se ha comentado, que las cajas ejercieran la actividad financiera a través de un banco al que cederían su negocio
bancario. Si su participación en dichos bancos acaba siendo superior al 10 por 100, las cajas pasarán a ser
fundaciones bancarias (una figura de nueva creación), y si es inferior serán consideradas fundaciones ordinarias.
• Mayores exigencias en materia de provisiones. El derrumbe del sector de la construcción aconsejó elevar
considerablemente los niveles de provisiones de los activos inmobiliarios considerados problemáticos. En una
contradicción más aparente que real (dada la práctica seguida por muchas de entidades de refinanciar créditos
incobrables y el empeoramiento de la coyuntura económica), se exigió también provisionar los activos
inmobiliarios considerados «sanos».
• Incremento de los requerimientos de capital. La necesidad de disipar las dudas sobre la solidez del sistema
bancario español llevó a las autoridades españolas a exigir a las entidades de crédito mayores y mejores
niveles de recursos propios. Consciente de que algunas entidades podrían experimentar dificultades para
captar en el mercado los recursos necesarios, el regulador explicitó también su disposición a recapitalizarlas
con fondos públicos, y esto fue lo que tuvo que hacer finalmente en un buen número de casos.
El empeoramiento de la situación económica, la no resolución de la crisis de la deuda soberana y las dudas sobre la
viabilidad de algunos de los proyectos de integración impidieron que las medidas señaladas se tradujeran en una
reducción de la desconfianza sobre el sistema bancario español. El estallido de Bankia, que poco después de solicitar
convertir en capital los 4.465 millones de euros en participaciones preferentes en poder del FROB anunció que
necesitaría 19.000 millones de euros adicionales para completar su recapitalización, complicó aún más la situación.
Consumidos la mayor parte de los recursos, tanto del FROB como del Fondo de Garantía de Depósitos de Entidades
de Crédito (FGD), y con los mercados financieros internacionales cerrados para las empresas, bancos y el propio
Tesoro español, el gobierno optó por solicitar formalmente, el 25 de junio de 2012, asistencia financiera al Eurogrupo
para sanear su sistema bancario.
Cuatro fueron en este sentido los cambios básicos en la gestión de la crisis bancaria que introdujeron las autoridades
europeas:
• El primero de ellos atañe al proceso de recapitalización. En lugar de exigir esfuerzos adicionales en materia de
solvencia a las entidades sin especificar, ni la cuantía de las pérdidas esperadas, ni de donde saldrán los fondos
necesarios para cubrirlas, se opta por estimar en primer lugar las necesidades de capital que precisará cada
entidad individual y se explicita a continuación el volumen de recursos (hasta 100.000 millones de euros) que se
pondrán a disposición de las entidades para culminar el proceso de recapitalización.
112
• Para reducir al máximo la carga soportada por los contribuyentes europeos, las autoridades europeas exigieron
que se llevaran a cabo «ejercicios, voluntarios u obligatorios, de responsabilidad limitada», esto es, que se
impusieran pérdidas a los titulares de instrumentos híbridos de capital, como las participaciones preferentes, y
de deuda subordinada de las entidades salvadas con fondos públicos.
• Buscando amortiguar los falseamientos de la competencia generados por los apoyos públicos se impusieron a
las entidades salvadas una serie de condiciones. Por citar algunos ejemplos, tuvieron que reducir la capacidad
instalada –sucursales y empleados–, el tamaño del balance, concentrar su actividad en sus territorios de origen y
abandonar la financiación de promociones inmobiliarias. La misma razón –reducir las distorsiones en la
competencia– explica que se establecieran plazos para su liquidación o venta al sector privado.
• Antes de que finalizara 2012 las autoridades españolas tenían que haber aprobado la creación un mecanismo de
segregación de activos. Conocido coloquialmente como banco malo, dicho mecanismo permitiría a las entidades
en crisis desprenderse de sus activos inmobiliarios de mala calidad, mejorando así su balance y, por tanto, su
viabilidad. Tales activos podrán permanecer en el balance del banco malo quince años, intentando evitar así las
más que probables pérdidas que generaría su venta en una coyuntura recesiva; pérdidas que, dado que los
activos se financiaron emitiendo títulos de deuda avalados por el Estado, podrían acabar recayendo sobre los
contribuyentes.
El ingente volumen de recursos que ha sido preciso movilizar para evitar la quiebra del sistema, los abusos cometidos
en la comercialización de algunos productos (como la deuda subordinada y las participaciones preferentes) y los
cometidos por algunos altos cargos han situado en mínimos la imagen reputación al de los organismos supervisores y
del sector bancario. Prueba de ello es el lugar, el último de veintisiete países, que ocupa España en el barómetro
sobre confianza social que elaboran cada año algunas consultoras especializadas. De hecho, solo el 22 por 100 de los
españoles afirma confiar en la banca frente al 48 por 100 de media que lo hace en el conjunto de la Unión Europea.
La puesta en marcha de la Unión Bancaria (Véase Apéndice)) debería contribuir a revertir la situación anterior. Desde
finales de 2014, las principales entidades de crédito españolas han pasado a estar supervisadas por el Banco Central
Europeo. Además de mejorar la calidad de la supervisión, se espera también que la centralización de la supervisión
en una autoridad de carácter supranacional contribuya a dificultar «la captura del regulador», esto es, que las
entidades más relevantes de un país, debido precisamente a su elevada importancia, acaben condicionando las
decisiones de los organismos supervisores.
113
La disminución en el censo de entidades operativas que ha provocado la crisis bancaria ha provocado el consiguiente
aumento en los niveles de concentración del sistema bancario español, hasta el punto de que las cinco primeras
entidades por tamaño (gráfico 5) absorben ya el 64 por 100 del total de activos del sistema bancario. Teniendo en
cuenta que el Estado tendrá que desprenderse, más pronto que tarde, de las entidades que continúan bajo su control
y el papel activo que los grandes bancos españoles han jugado en las anteriores subastas de entidades en crisis, no
hay descartar que los citados niveles de concentración aumenten todavía más en un futuro inmediato.
La necesidad de eliminar las duplicaciones generadas por las fusiones, los planes de adelgazamiento impuestos por la
Comisión Europea, los menores niveles de actividad económica y la creciente importancia de los nuevos canales de
relación con la clientela explican finalmente los ajustes que se están llevando a cabo en la capacidad bancaria
instalada (gráfico 6). Nótese en este sentido que, entre 2008 y 2018, se han cerrado 19.000 sucursales y eliminado
83.000 empleos, siendo ya los niveles actuales de ambas variables inferiores a los existentes a mediados de la década
de los años ochenta.
114
Obligados por la presión de los reguladores, los bancos españoles han incrementado también de forma considerable
tanto el volumen como la calidad de sus recursos propios. Baste señalar que, a finales de 2017, la ratio de capital de
mayor calidad, el capital ordinario de nivel 1 (CET1) se sitúa en el 12,7 por 100, más del doble de la mantenida con
anterioridad al estallido de la crisis.
La mejora de la coyuntura económica, el estancamiento de la morosidad, los menores costes del pasivo y el
incremento de los ingresos por comisiones han permitido a los bancos españoles volver a presentar tasas positivas
de rentabilidad (gráfico 7). Los niveles actuales son, sin embargo, claramente inferiores a los existentes con
anterioridad al estallido de la crisis, ya que han desaparecido los factores de carácter estructural que los posibilitaron
(elevado nivel de apalancamiento, financiación abundante y barata en los mercados mayoristas y expectativas de
revalorización de los activos inmobiliarios).
Los reducidos tipos de interés actuales, la previsión de que se mantengan bajos durante un periodo prolongado y la
creciente competencia por los segmentos de actividad más codiciados estarían además dificultando una
recuperación significativa de los niveles de beneficio.
Por lo que respecta a los mercados de capitales, las crecientes necesidades de recursos que desde mediados de los
años ochenta registró la hacienda pública estimularon el desarrollo de un potente mercado de títulos públicos. La
eliminación del riesgo de tipo de cambio y la convergencia en tipos de interés que generó la UME amplió
considerablemente el perímetro de dicho mercado, convirtiendo a la deuda pública en el título más negociado en los
mercados financieros españoles.
La caída de los tipos de interés y la mejora de la fiscalidad impulsaron el crecimiento de las emisiones realizadas por
las empresas no financieras, pese a lo cual el tamaño relativo de este segmento del mercado sigue siendo muy
115
pequeño. Entre otras razones porque es todavía muy escaso el número de empresas españolas que cumplen los
requisitos –elevado tamaño y disponer de un adecuado rating – que permiten emitir y colocar bonos y obligaciones a
medio y largo plazo. Se espera, no obstante, que este segmento del mercado de capitales siga creciendo en un futuro
inmediato, favorecido por la reducción de los costes de emisión, la mejora de los sistemas de liquidación y
compensación, y la ampliación del mercado que implica la integración monetaria. Las ya comentadas elevadas tasas a
las que creció el crédito en el periodo 1994-2007, unido al estancamiento de sus fuentes tradicionales de recursos,
explican adicionalmente la intensa actividad emisora que desarrollaron las entidades financieras en los años previos
al estallido de la crisis.En lo que respecta al segmento de renta variable, la privatización de buena parte de las
empresas públicas, la salida a bolsa de nuevas sociedades, y la tendencia alcista que durante buena parte del periodo
analizado mostraron los precios, permitieron aumentar sustancialmente la capitalización del mercado español. Por su
parte, la interconexión de los mercados, la mejora de los sistemas de negociación, la entrada masiva de las familias
españolas en el mercado bursátil (reflejo de sus mayores niveles de renta), la creciente presencia gracias a la
integración monetaria de inversionistas extranjeros y el ya señalado desarrollo de los inversores institucionales
posibilitaron un considerable aumento del volumen de negociación.
El sensible desplome que registraron las cotizaciones bursátiles tras el estallido de la crisis financiera internacional
truncó de raíz los comentados aumentos en los niveles de capitalización y contratación. El progreso técnico y la
acentuación de la competencia han roto, por su parte, las fronteras nacionales de los mercados bursátiles europeos,
que operan ahora integrados en potentes networks tales como el London Stock Exchange Group (resultado de la
fusión de la bolsa de Londres con la italiana), Euronext (fruto de la integración de las bolsas de París, Bruselas,
Ámsterdam y Lisboa) o el NASDAQ OMX Nordic Exchange (Helsinki, Estocolmo, Copenhague, Riga, Vilnus y Tallin). La
consiguiente ganancia de masa crítica que han posibilitado los citados procesos de integración explica en gran
medida la posición rezagada, especialmente en términos de capitalización, que ocupa el mercado español en la
actualidad (gráfico 8).
El grado de concentración del mercado es muy elevado, suponiendo cuatro sectores (financiero, eléctrico,
telecomunicaciones y textil) tres cuartas partes de la capitalización y contratación total. El IBEX 35 es considerado de
hecho uno de los índices bursátiles menos diversificados del continente europeo y también de los menos
representativos del comportamiento de la economía nacional, ya que la mayor parte de las empresas que lo integran
llevan a cabo el grueso de su actividad en el exterior.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Intermediarios financieros. Conjunto de instituciones y agentes que «median» entre los ahorradores últimos de la
economía y los demandantes de financiación.
116
• Intermediarios financieros bancarios. Intermediarios cuyos pasivos o parte de ellos son considerados dinero, esto
es, son aceptados generalmente por el público como medio de pago. Incluyen al banco emisor (el Banco Central
Europeo en el caso de la Eurozona) y al sistema bancario (bancos, cajas de ahorros y cooperativas de crédito)
• Intermediarios financieros no bancarios. Conjunto de intermediarios cuyos pasivos no son dinero. Forman este
grupo instituciones muy diversas. Las más importantes son los fondos de pensiones, las instituciones de inversión
colectiva y las compañías aseguradoras.
• Fondos de pensiones. Patrimonios constituidos con el ahorro voluntario que, a través de los planes de pensiones,
se afectan a la generación de prestaciones de jubilación (en forma de capital o de renta) complementarias de las de
procedencia pública.
• Instituciones de inversión colectiva. Adquieren activos directamente en los mercados utilizando los recursos
aportados por los inversores particulares. En función del instrumento utilizado para captar los recursos (emisión de
acciones o participaciones), se distingue entre sociedades de inversión mobiliaria (SIM) y fondos de inversión
mobiliaria (FIM).
• Compañías aseguradoras. Empresas que canalizan el ahorro captado en forma de primas hacia colocaciones cuyos
rendimientos permitan cubrir los riesgos objeto de cobertura.
• Mercado monetario. Grupo de mercados financieros en los que se intercambian activos caracterizados por su corto
plazo de vencimiento, elevada liquidez y –al ser emitidos por el sector público o por empresas de reconocida
solvencia– reducido riesgo de impago. Forma también parte del mismo el mercado interbancario, al que acuden las
entidades de crédito para cubrir sus necesidades de liquidez o rentabilizar sus excedentes de tesorería.
• Mercado de capitales. Conjunto de mercados financieros en los que se intercambian activos financieros cuyo
vencimiento es a medio y largo plazo.
• Mercado de renta fija. Conjunto de mercados en los que se intercambian títulos que suponen una deuda para el
emisor, cuya retribución –un determinado tipo de interés– es fija (o si es variable es conocida de antemano) y su
percepción independiente de los resultados que obtenga el emisor. La deuda pública y las obligaciones a largo plazo
que emiten las empresas son dos ejemplos significativos.
• Mercado de renta variable. Grupo de mercados en los que se negocian títulos representativos del capital social de
los emisores, que se retribuyen normalmente mediante el pago de dividendos, si bien el tenedor del título no posee
un derecho cierto a su percepción, que dependerá de la existencia o no de beneficios. Las acciones son el ejemplo
más claro.
• Mercados primarios y secundarios. En los primeros se negocian «nuevos activos», mientras que en los segundos se
intercambian activos preexistentes. Ambos mercados no deben ser considerados independientes, sin embargo.
Luego, cuanto mayor sea el grado de desarrollo del mercado secundario (y más fácil sea, por tanto, para un inversor
desprenderse de un título), mayor será la posibilidad de que los ahorradores se muestren interesados en la
adquisición de los títulos emitidos por los demandantes de financiación.
• Capitalización bursátil. Resultado de multiplicar el número de títulos cotizados en bolsa por su cambio o cotización.
• Cuotas participativas. Títulos, semejantes a las acciones, que pueden emitir las cajas de ahorros, pero que no
otorgan a su titular los derechos políticos propios de los accionistas.
117
En los últimos decenios el sector público ha estado sometido a profundas transformaciones y ha sido objeto de
amplias controversias en los países avanzados y también en España. Creció espectacularmente en relación con la
renta nacional durante los tres decenios que siguieron a la Segunda Guerra Mundial en toda Europa, para responder
a las demandas redistributivas de la sociedad y con el viento a favor de las ideas keynesianas, y se frenó su impulso
en el decenio de 1980 bajo el escepticismo difundido por las corrientes liberales, aunque apenas ha disminuido de
tamaño. El proceso de expansión fue más tardío y rápido en España, mientras el cambio hacia su estabilización ha
llegado de forma simultánea. Finalmente, ante una grave crisis económica que socavó los cimientos de la Unión
Europea, la consolidación fiscal se ha situado como la principal prioridad de la política presupuestaria, mediante el
establecimiento de objetivos de reducción del déficit público que han dado lugar a severos recortes del gasto y
aumentos de los niveles impositivos.
El capítulo se divide en cuatro grandes epígrafes, aparte de la introducción. En el inmediato se explican brevemente
los fundamentos teóricos de la intervención del Estado en la economía, así como los instrumentos de que se vale.
Después se aborda la organización del sector público en España, que se corresponde con la de un Estado
descentralizado con tres niveles de gobierno. El cuarto epígrafe detalla la intervención a través de las regulaciones,
mientras el quinto se extiende en el análisis de los ingresos y gastos públicos y en la problemática del déficit y la
deuda pública.
Ahora bien, el Estado no se limita a actuar como legislador y árbitro para el sector privado. Es también un activo
participante en los mercados. En ocasiones condiciona, con regulaciones muy concretas y no ya genéricas, precios,
cantidades y los tipos de productos a intercambiar. En otros casos actúa como un agente económico más, que acude
a los mercados de fondos prestables o emprende actividades empresariales en concurrencia con el sector privado.
También interviene en la actividad económica por medio de la hacienda pública (impuestos y gastos públicos), hasta
corregir los resultados que se obtienen en los mercados, con el propósito de mejorarlos, atendiendo a objetivos que,
se supone, son demandas sociales generalizadas y no se garantizan sin esa intervención, como paliar los fallos del
mercado, modificar la distribución de la renta o reducir las perturbaciones cíclicas de la economía.
Contemplando con cierta distancia un diseño tan ambicioso como el conjunto de misiones que en lo económico se
atribuía al Estado a finales del siglo XX, no cabe sorprenderse de que a semejante construcción se le hayan planteado
múltiples problemas. El reconocimiento de que en ocasiones falla el mercado no debe hacer pensar ingenuamente
118
que la autoridad siempre está en condiciones de obtener resultados mejores; en realidad, existen razones por las que
también puede fallar el sector público.
Estas consideraciones abren algunos interrogantes sobre la seguridad de que el Estado alcance los objetivos que
tiene planteados y advierten del peligro de que se hayan creado nuevas distorsiones en el funcionamiento de la
economía a consecuencia de la importancia que ha llegado a adquirir el sector público.
Pero no son la única duda seria que planea sobre el papel del Estado en las economías actuales, porque, asimismo, se
ha cuestionado la idoneidad de esta figura organizativa en un mundo cada vez más internacionalizado. En los últimos
decenios ha crecido de forma espectacular la integración comercial y financiera de los países avanzados, de modo
que las políticas anticíclicas autónomas apenas son viables; de otro lado, ha aumentado la integración institucional
entre los diversos Estados, con lo que el margen de maniobra legal para practicar políticas nacionales se ha reducido
drásticamente (piénsese en la España de la Unión Económica y Monetaria sin política monetaria, comercial o tipo de
cambio propio, y con tantos otros límites). En suma, nuestro tiempo es propicio para reconsiderar el papel del Estado
en la economía, como de hecho está sucediendo en gran parte de los países europeos, presionados por la necesidad
de abordar profundas reformas en el funcionamiento del sector público ante el elevado volumen de deuda pública y
las dudas crecientes sobre la sostenibilidad futura de las finanzas públicas.
Desde la integración en Europa hay que contar además con las instituciones de la Unión Europea, que intervienen en
la economía española tanto en el ámbito de las regulaciones como en el hacendístico. Por un lado, buena parte de las
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normas que han de cumplir los agentes económicos nacionales emana de Bruselas; por otro, están los flujos
financieros entre la Unión y España, cuyo detalle puede verse en el Recuadro 1.
Atendiendo al volumen de gasto de las Administraciones de cada uno de los tres niveles de gobierno señalados –
central, autonómico y local– puede afirmarse que España es uno de los países más descentralizados de Occidente,
incluso por delante de algunos Estados con estructura federal. A la altura del año 2017, el 44 por 100 del gasto
público correspondía a las Administraciones territoriales y el 56 por 100 al sector público central (cuadro 1). Entre las
primeras, las Comunidades Autónomas gestionaban el 33 por 100 del gasto total consolidado y las Corporaciones
Locales el 11 por 100.
La descentralización del sector público es, con todo, un fenómeno relativamente nuevo en la historia contemporánea
de España. A mediados del decenio de 1970, el 90 por 100 del gasto público correspondía al Sector público central.
La principal transformación se produce a partir de la Constitución de 1978, con la creación de las Comunidades
Autónomas como instituciones políticas y administrativas intermedias entre el Estado y las Corporaciones Locales. El
traspaso de funciones y servicios desde el Sector público central afectó tanto al Estado (agricultura, industria,
educación, cultura, obras públicas) como a la Seguridad Social (sanidad, servicios sociales), que perdieron peso en el
conjunto del gasto público en favor de las Comunidades Autónomas: a la altura de 2005 estas ya gestionaban el 36
por 100 del gasto consolidado de todas las Administraciones Públicas. Además, dado que los servicios que prestan
son intensivos en trabajo, los empleados públicos de las Comunidades Autónomas suponían el 58 por 100 del total
en 2018, mientras que los de las Corporaciones Locales sumaban el 22 por 100 y los del Sector público central el 20
por 100.
Por lo que respecta a las empresas públicas, las estatales, tras los procesos de privatización iniciados en el decenio de
1980, ocupan un espacio residual en la producción de bienes y servicios, con un valor añadido bruto que apenas
alcanza el 1,5 por 100 del PIB, si bien en algunos sectores tienen aún una presencia nada despreciable. Entre las
empresas controladas por el Estado destacan Renfe, Correos, Loterías y Apuestas del Estado, Adif, Aena, las empresas
que gestionan los puertos, algunos astilleros públicos y Paradores de Turismo. Este descenso del peso relativo de las
empresas públicas estatales ha sido parcialmente paliado con el nuevo sector público alumbrado por las
Comunidades Autónomas, no tanto para extender su intervención a nuevos sectores, sino en busca de instrumentos
más ágiles que los administrativos en áreas como la gestión del agua, las infraestructuras o el transporte colectivo.
4. LAS REGULACIONES
Una hacienda raquítica y, en claro contraste, un intenso intervencionismo regulador fueron los rasgos distintivos del
marco institucional que conformaba la economía española al final del franquismo. Eran peculiaridades que se habían
acentuado en ese régimen, aunque la tradición intervencionista recorre en España todo el siglo, pues la crónica
incapacidad para reformar la fiscalidad, y así modernizar la hacienda, se había venido compensando con una
exuberancia reguladora. En la regulación básica –aquella que configura el marco institucional– fueron especialmente
estrictos los condicionamientos establecidos sobre las relaciones económicas con el exterior y sobre los mercados de
factores productivos, capital y trabajo. Era una economía cerrada y rígida, con grandes dificultades para adaptarse a
cambios inducidos desde fuera o fruto del propio proceso de desarrollo.
Tales deficiencias eran tan evidentes que hubo un acuerdo generalizado sobre la necesidad de una doble reforma del
marco institucional: la modernización de la hacienda, para conseguir un sector público más amplio y equitativo, y la
liberalización de las regulaciones básicas que afectaban al sector privado. El programa reformista contó con dos
puntos de apoyo que aminoraron posibles resistencias sociales: la transición política y la integración en la Unión
120
Europea. El cambio de régimen hizo posible la reforma fiscal, punto de partida de la modernización de la hacienda, y
los Pactos de la Moncloa y la Constitución de 1978 representaron sendos impulsos liberalizadores. Posteriormente, la
integración en la Europa comunitaria favoreció un nuevo e intenso proceso de desregulación, ampliado con motivo
de la puesta en vigor del Mercado Único en 1992 y de la Unión Monetaria después.
En la actualidad, dos terceras partes de las normas españolas de contenido económico tienen su origen en directivas
o decisiones europeas. Como resultado, la organización institucional de la economía española, a comienzos del siglo
actual, poco o nada tiene que ver con la de pasadas décadas: es muy abierta, los mercados son mucho más flexibles y
la hacienda es parecida en tamaño y composición a la de otros países desarrollados.
En los últimos años, las políticas de regulación han adquirido un nuevo protagonismo debido a las limitaciones
impuestas a las políticas macroeconómicas por la cultura de la estabilidad y los compromisos derivados de la
integración monetaria europea, así como por la devolución de un mayor papel al mercado, que exige reglas de juego
más claras. Este origen ha puesto a los procedimientos en el centro de las discusiones, porque, ciertamente, regular
era una actividad tradicional de los poderes públicos, y el ámbito de las regulaciones era la economía al completo. La
novedad consiste en adoptar como criterio de evaluación de las regulaciones su idoneidad para garantizar un
funcionamiento eficiente y equilibrado de los mercados; en definitiva, para contribuir al crecimiento autosostenido
de la economía a largo plazo y también a la cohesión social.
Entre los elementos positivos en los cambios regulatorios de los últimos años en España, cabe destacar la mayor
transparencia y menor discrecionalidad de la Administración, la simplificación de los procedimientos administrativos,
la creación de instituciones de regulación sectorial (Comisión Nacional del Mercado de Valores, Comisión Nacional de
la Energía y Comisión del Mercado de Telecomunicaciones, posteriormente fusionadas las tres en una única: la
Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia), así como el tono general liberalizador.
Como cuestiones pendientes están la escasa calidad de muchas normas que, junto a su abundancia y los problemas
de coordinación entre niveles de gobierno, crean inseguridad jurídica, así como la escasa atención que todavía se
presta al impacto económico de las regulaciones. El proceso de adelgazamiento de la Administración Central,
cediendo competencias a las instituciones europeas y a las Comunidades Autónomas, también se ha reflejado en una
compleja redistribución de la capacidad de regular en el ámbito de la economía, que a veces provoca incertidumbre
en los agentes económicos, como sucede en la regulación de las actividades del comercio, el transporte o el
urbanismo, hasta el punto de afectar a la propia unidad de mercado.
El porcentaje que representa el gasto sobre el PIB no es una magnitud estable, pues depende de la evolución
respectiva de ambos términos de comparación, el gasto y el producto. En cuanto al gasto, los poderes públicos
pueden decidir anualmente, cada vez que elaboran un presupuesto, si amplían, reducen o mantienen las
obligaciones de gasto asumidas por el Estado; por ejemplo, modificando los beneficiarios de la asistencia sanitaria,
programando inversiones o alterando el sistema de pensiones públicas. Esto suele denominarse política fiscal
discrecional.
Pero algunas de las obligaciones genéricamente asumidas son sensibles a la fase del ciclo por la que atraviesa la
economía; así, cuando crece el paro en las recesiones, también lo harán los gastos derivados de las prestaciones por
desempleo, sin cambio alguno en la política fiscal; de forma paralela, la caída del PIB lleva asociada una reducción de
la recaudación de impuestos. A esto se le denomina componente automático del gasto público, y puede hacer, por sí
mismo, que aumente o disminuya el porcentaje del gasto respecto al PIB. Por otra parte, como es lógico, la
proporción es también sensible al denominador, de forma que en las recesiones crecerá el porcentaje no solo por el
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componente automático de aumento del gasto, sino por el estancamiento del PIB. Y lo contrario ocurrirá en fases
expansivas.
El gasto público en España, como porcentaje del PIB, aumentó sin apenas pausa entre 1975 y 1986. Fue el resultado
de dos factores, político uno y económico otro, que presionaron sobre el volumen de gasto, así como el efecto de un
débil crecimiento de la economía. El factor político fue la transición, una redefinición del contrato social entre los
españoles con múltiples proyecciones, desde la adopción de la democracia como forma de organización política o la
articulación territorial a través de Comunidades Autónomas, hasta la creación de un Estado de Bienestar como
instrumento de cohesión social, con su impacto sobre el gasto en pensiones, protección del desempleo, educación y
sanidad.
Un salto tan espectacular del gasto no hubiera sido posible sin encontrar simultáneamente nuevas fuentes de
ingresos, mediante una profunda reforma fiscal. Pero esta resultó insuficiente y apareció un déficit presupuestario
persistente, para el que también debieron arbitrarse vías diversas de financiación.
Entre 1986 y 1988 hubo una pequeña pausa en la expansión del gasto, favorecida por la recuperación coyuntural,
pero tras la última fecha se reanudó el proceso hasta 1993, cuando el gasto rozó el 49 por 100 del PIB. Detrás de todo
esto se encuentran una política deliberada de aumento del tamaño del sector público en los primeros años del
periodo y una nueva recesión en 1992-1993, con su secuela de aumento automático de algunos gastos y «efecto
óptico» por estancamiento del PIB. El año 1993 marca un claro punto de inflexión. El crecimiento pausado pero
estable de la economía en la segunda mitad del decenio de 1990, más una política de leve estabilización
presupuestaria, apoyada en la necesidad de cumplir las condiciones de acceso a la Unión Monetaria Europea,
rebajaron el gasto en diez puntos porcentuales hasta comienzos del presente siglo. Y así se mantuvo, como el ciclo
expansivo, al menos hasta 2007. La crisis financiera internacional y la posterior recesión de la economía española
provocaron un aumento del gasto público de siete puntos de PIB en dos años –2008 y 2009–, estabilizándose
posteriormente en 2010 y reduciéndose levemente en los años siguientes ante la adopción de las primeras medidas
de ajuste del gasto público, con la excepción de 2012 por el programa extraordinario de ayudas financieras al sistema
bancario, que en ese año representaron el 3,7 por 100 del PIB.
122
de los asalariados absorbe algo más de la cuarta parte del gasto total, en tanto que las compras de bienes y servicios
suponen en 12 por 100. Otra parte se transfiere a ciertos grupos de particulares como los pensionistas, los
perceptores del seguro de desempleo, los trabajadores en situación de baja por enfermedad o las personas
dependientes: son las prestaciones sociales en efectivo, que suman el 37 por 100 de todo el gasto. Otras partidas
relevantes son el pago de los intereses de la deuda pública, que supera el 6 por 100, y los recursos destinados a la
inversión y las transferencias de capital, que apenas alcanzan el 6 por 100.
Sin embargo, más allá de saber en qué gastan las Administraciones Públicas (salarios, compras de bienes y servicios,
prestaciones...) interesa conocer para qué gastan, es decir, cuál es el destino final de los recursos públicos, su
traslación al ciudadano en forma de prestaciones y servicios colectivos. A tal efecto, el gasto público se ha
desagregado en cuatro grandes rúbricas: servicios públicos básicos, Estado de Bienestar, asuntos económicos, y
medio ambiente y servicios comunitarios (cuadro 2).
Un primer análisis de la composición del gasto público pone de manifiesto que casi las dos terceras partes del gasto
se destinan a las actividades que conforman el denominado Estado de Bienestar, destacando los gastos en pensiones
(31,7 por 100 del gasto total), salud (14,5 por 100), educación (9,7 por 100) y desempleo (3,9 por 100). Dichos gastos
tuvieron un comportamiento expansivo en los años setenta y ochenta del siglo pasado, como resultado del proceso
de transición a la democracia, primero, y de la consolidación y maduración del Estado de Bienestar, después. Sin
embargo, en los primeros años del presente siglo su trayectoria fue paralela a la del crecimiento del PIB,
manteniendo su estabilidad hasta el año 2007, con un leve aumento del gasto en salud. La llegada de la crisis en
2008, con el consiguiente retroceso en la evolución del PIB, y la acción compensadora de los poderes públicos en los
primeros momentos, extendió el peso relativo de estos gastos sociales en cinco puntos porcentuales de PIB en
apenas dos años, si bien su crecimiento se frenó con las medidas de ajuste adoptadas entre 2010 y 2013. El gasto en
pensiones mantuvo no obstante su tendencia expansiva, mientras el correspondiente a sanidad y educación se vio
reducido especialmente a partir de 2012, y el de protección del desempleo también se redujo desde 2014 con el
descenso del paro y la caída de la tasa de cobertura de los parados en las prestaciones por desempleo.
Las pensiones constituyen la partida más importante del presupuesto público. Desde 1977 han estado en el centro
de la expansión del gasto por un doble motivo: el aumento del número de pensionistas y el crecimiento de la pensión
media. El mayor número de pensionistas se ha debido, por una parte, a procesos demográficos: aumento de las
personas que llegan a la jubilación y de la vida media de los pensionistas; por otra, a diversas operaciones
discrecionales de ampliación de los colectivos beneficiarios en los años de la transición a la democracia (en los
regímenes agrario o de autónomos) y a una utilización recurrente de los procesos de jubilación anticipada por las
empresas como vía de reducción de plantillas. Como resultado de todo esto, el número de pensionistas era más del
doble al comenzar el presente siglo del que había en 1975 y en la actualidad supera con creces los nueve millones y
medio de personas.
123
El aumento de la pensión media también ha tenido causas vegetativas (los pensionistas nuevos perciben más que los
fallecidos) y discrecionales (el crecimiento mínimo de las pensiones se ha indiciado con los precios, y las desviaciones
siempre han sido al alza, en especial para los colectivos con cuantías más reducidas).
El sistema español de pensiones es «de reparto», lo que significa que los activos de cada momento aportan los flujos
que reciben los pensionistas de ese mismo periodo. Los años y la cuantía de lo cotizado por cada uno sirven para
establecer la base de la percepción, pero no hay una correspondencia automática como en los regímenes «de
capitalización», donde se igualan el valor capitalizado de las aportaciones y la cuantía percibida en el momento de la
jubilación. De ahí que la sostenibilidad del sistema dependa de la relación a largo plazo entre cotizantes y
perceptores, así como de la evolución de las cotizaciones y pensiones medias. Aunque la trayectoria de los últimos
años, al menos hasta 2007, había sido favorable por el aumento de los cotizantes, gracias a la fase expansiva del ciclo
económico, el sistema español tenía una considerable rigidez y existían serias dudas sobre su viabilidad en el largo
plazo. Más aún cuando la destrucción de puestos de trabajo y el aumento del desempleo, derivados de la última
crisis económica, redujeron el número de cotizantes hasta situarse por debajo de la cifra de dos afiliados con empleo
por cada pensionista titular de pensión contributiva.
El empeoramiento de la situación y el desbordamiento previsto del déficit del sistema en los próximos años, de no
mediar cambios sustanciales, propiciaron la aprobación de sendas reformas en 2011 y 2013 con objeto de controlar
el gasto y hacer frente al envejecimiento de la población. En la primera, se retrasa de forma gradual la edad legal de
jubilación de los 65 a los 67 años, se amplía el periodo para el cómputo de la pensión de 15 a 25 años, se modifican
los porcentajes a aplicar a la base reguladora, se endurecen las condiciones para la jubilación anticipada, se incentiva
la prolongación voluntaria de la vida laboral y se introduce un factor de sostenibilidad que, igual que en gran parte de
los países europeos, permita la reconsideración periódica del sistema en función del equilibrio entre cotizaciones y
prestaciones. Dicho factor de sostenibilidad, cuya aplicación estaba prevista en el año 2027, fue sin embargo
regulado en la reforma de 2013, anticipando su entrada en vigor al año 2019 ante la hipótesis de agravamiento de la
situación financiera de la Seguridad Social, pero dicha entrada en vigor quedó suspendida en 2018. En su virtud, el
importe inicial de la pensión se corregiría por un coeficiente que tiene en cuenta la esperanza de vida a los 67 años
de cada cohorte poblacional. A su vez, la reforma de 2013 creó un nuevo índice de revalorización anual que vincula la
actualización de las pensiones no con el IPC, sino con la posición de equilibrio o desequilibrio del sistema, y que entró
en vigor en 2014. El hecho de que el saldo haya sido negativo situó la revalorización anual desde 2014 en el valor que
la nueva legislación establecía como «suelo», el 0,25 por 100. Pero también esta medida quedó suspendida en 2018,
en el marco de las negociaciones de los Presupuestos Generales del Estado, de modo que las revalorizaciones
posteriores se han basado en criterios ad hoc que de hecho están muy relacionados con el IPC.
Los gastos en salud y educación se corresponden con los dos servicios públicos de más relevancia en el Estado de
Bienestar: en el primer caso, con un 14,5 por 100 del gasto público total, y en el segundo, con un 9,7 por 100. La
mayor parte de su producción se realiza de forma directa por el sector público, si bien existe un ámbito de
colaboración con el sector privado mediante conciertos con centros educativos y sanitarios. Como se explica más
adelante, la práctica totalidad de estos servicios se gestiona desde las Comunidades Autónomas, que son las
Administraciones que poseen las competencias en el núcleo básico de las denominadas prestaciones en especie del
Estado de Bienestar.
Ambos tipos de gasto tuvieron un comportamiento diferente en el último ciclo económico expansivo: mientras los
gastos en salud conocieron un crecimiento moderado, los de educación se estancaron en relación con el PIB. Tales
hechos son también el resultado de factores demográficos, pues al progresivo alargamiento de la edad media de vida
–etapa en la que se multiplica el gasto sanitario por la mayor incidencia de la enfermedad– le acompañó una
reducción significativa del número de niños y jóvenes en edad escolar, a pesar del impacto positivo de la inmigración,
relajándose la presión sobre el gasto educativo. Sin embargo, la expansión del gasto sanitario y las previsiones de su
evolución futura no se explican únicamente por el envejecimiento de la población; mayor incidencia está teniendo la
incorporación de nuevas tecnologías sanitarias y nuevos tratamientos farmacéuticos cada vez más costosos en la
cartera de servicios de la sanidad pública. Las medidas de ajuste del gasto adoptadas a partir de 2012 y dirigidas a
reducir el déficit público rebajaron el peso de estos gastos sobre el PIB, con especial incidencia en el personal
educativo y sanitario, así como en los gastos en recetas de farmacia.
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El núcleo de las actividades denominadas como Servicios públicos básicos representa la segunda de las grandes
rúbricas de gasto, con un peso relativo del 20,2 por 100 del total. Estos gastos permanecieron bastante estables a lo
largo del primer decenio de este siglo, pero han sufrido un leve retroceso en los últimos años, hasta situarse en cifras
del 1,8 por 100 del PIB en justicia, orden público y seguridad, y del 0,9 por 100 en defensa. El elevado
endeudamiento público ha situado los intereses de la deuda pública en el 2,6 por 100 del PIB en 2017, a pesar del
descenso de los tipos de interés, que ha aliviado la carga de la deuda
Finalmente, el crecimiento del gasto en asuntos económicos se debió principalmente a los procesos de inversión en
infraestructuras, que fueron especialmente intensos en ferrocarriles, carreteras e infraestructuras urbanas (véase el
capítulo 4). La irrupción de la crisis económica y los ajustes en el gasto público dieron lugar a una brusca caída de la
inversión pública –principal componente de este tipo de gasto– que en 2017 equivalía solo a un 2,6 por 100 del PIB.
En comparación con la media de la Eurozona, el menor peso del gasto público español sobre el PIB se corresponde
principalmente con las prestaciones y servicios del Estado de Bienestar: pensiones, sanidad, educación y otros gastos
sociales (ayudas familiares sobre todo) explican la distancia que separa a España de los principales países europeos.
Solo en protección del desempleo, por las mayores tasas de paro, España se sitúa claramente por encima de sus
socios europeos (gráfico 3).
Según se ha visto en el epígrafe 3 de este capítulo, la organización del sector público español se corresponde con la
de un Estado fuertemente descentralizado. Tomando ahora como referencia el año 2017, un 44 por 100 del gasto
total de las Administraciones Públicas corresponde a las Administraciones territoriales (33 por 100 a las Comunidades
Autónomas y 11 por 100 a las Corporaciones Locales). Sin embargo, la participación de cada uno de los niveles de
gobierno en las diferentes actividades públicas varía mucho según el tipo de gasto de que se trate (cuadro 3).
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La Administración Central se ocupa principalmente de la provisión de los servicios públicos básicos (servicios
generales, defensa, y justicia, orden público y seguridad), inversión en grandes infraestructuras, ayudas a sectores
económicos y, en menor medida, de algunas prestaciones sociales de los funcionarios. Los Fondos de la Seguridad
Social centran su gasto en la cobertura de las necesidades asociadas a la vejez, la incapacidad, el desempleo y la
exclusión social, mediante la realización de transferencias monetarias a las familias en forma de pensiones y otras
prestaciones. A su vez, las Comunidades Autónomas se han especializado en la prestación de servicios tales como la
sanidad, la educación, y la atención a la dependencia y a la discapacidad. Finalmente, las Corporaciones Locales
destinan la mayor parte de sus presupuestos a transporte urbano, gestión de residuos, abastecimiento y depuración
de agua, urbanización, vivienda y actividades culturales y deportivas.
En la actualidad los ingresos de las Administraciones Públicas españolas se nutren sobre todo de tres partidas: las
cotizaciones sociales que proporcionan el 32,3 por 100 de todos los ingresos públicos, los impuestos directos (sobre
la renta, el patrimonio y el capital) con los que se recauda el 28,1 por 100, y los indirectos (sobre la producción y las
importaciones) que suponen el 30,6 por 100 (cuadro 4). Las restantes fuentes de ingresos tienen una importancia
muy secundaria, e incluso ha disminuido su aportación desde los años noventa, como ha ocurrido con la partida de
intereses y otras rentas de la propiedad, mermada por los menores dividendos percibidos como consecuencia de la
política de privatización de aquellas empresas públicas que eran rentables. La privatización, en esos casos, consistió
en cambiar rentas futuras (los dividendos) por valor presente (el capital obtenido).
126
Las cotizaciones sociales aportan financiación al sistema de Seguridad Social y suponen casi la tercera parte del total
de los ingresos públicos en 2017, según se ha mencionado. Aunque se las cataloga con frecuencia como un impuesto
sobre el empleo, el aumento del número de cotizantes hasta la reciente crisis económica permitió dotar a la
Seguridad Social de una base firme, liquidando sus cuentas con superávit hasta entrar en déficit en 2011 por efecto
de la reducción del número de afiliados iniciada dos años antes. En el momento presente, sigue siendo objeto de
debate si debería favorecerse una reducción de los tipos de cotización, con objeto de incentivar la creación de
empleo, compensándose la caída de ingresos con una subida del IVA. Sin embargo, los temores sobre la
sostenibilidad del sistema de pensiones –que se financia con las cotizaciones sociales– y la situación de déficit de la
propia Seguridad Social, cuyos ingresos no han respondido al aumento del empleo durante los últimos años, han
frenado por ahora ese tipo de propuestas.
El segundo gran bloque de ingresos no financieros de las Administraciones Públicas son los impuestos sobre la
producción y las importaciones, los indirectos. El crecimiento de la recaudación fue muy limitado entre 2001 y 2007,
hasta llegar al 11,5 por 100 del PIB en ese último año, alcanzando finalmente el 11,6 por 100 en 2017. El principal
tributo en este epígrafe es el IVA, que aporta él solo más de la mitad del total de ingresos de este bloque. Le siguen
en importancia los impuestos que gravan consumos específicos, como las gasolinas, los alcoholes o el tabaco. Forman
parte también de esta rúbrica otros impuestos menores, como el que grava las transmisiones patrimoniales y los
actos jurídicos documentados, y algunos tributos locales como el Impuesto sobre bienes inmuebles (IBI) y el
Impuesto de actividades económicas (IAE).
Los impuestos sobre la renta, el patrimonio y el capital constituyen la tercera fuente de recursos de las
Administraciones Públicas (10,7 por 100 del PIB en 2017), con una clara sensibilidad al ciclo económico. En concreto,
la ganancia de peso en el PIB entre 2001 y 2007 fue de tres puntos porcentuales, ligeramente mayor que la pérdida
sufrida desde entonces hasta ahora. Las grandes partidas son el Impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF)
y el Impuesto sobre sociedades, pues el Impuesto sobre el patrimonio aportaba una recaudación solo testimonial, al
haber sido su función principal la de control para el primero; de hecho, el Gobierno lo eliminó a partir del 1 de enero
de 2008, si bien volvió a reintroducirse en 2011. El IRPF es el impuesto más importante, pues aporta por sí solo más
del 19,7 por 100 de todos los ingresos públicos. El Impuesto sobre sociedades, en cambio, ha sido uno de los más
afectados por la crisis económica, cayendo fuertemente su recaudación con respecto al PIB.
Es importante tener en cuenta que el proceso de descentralización del gasto público asociado al desarrollo del Estado
de las Autonomías no fue paralelo a la descentralización de los ingresos públicos. De hecho, la mayor parte de los
grandes impuestos (IRPF, IVA, Sociedades) sigue siendo recaudada por la Agencia Tributaria del Estado –excepto en el
País Vasco y Navarra–, y las cotizaciones sociales forman parte exclusiva de los ingresos de la Seguridad Social. Las
Comunidades Autónomas recibían, por tanto, la mayor parte de su financiación a través de transferencias del Estado.
Sin embargo, las sucesivas reformas de la financiación autonómica han ido ampliando su autonomía financiera y
capacidad normativa (véase el Apéndice al final del capítulo).
En conjunto, la presión fiscal en la economía española (medida como la proporción de impuestos y cotizaciones
sociales en relación con el PIB, sin los demás ingresos no financieros) alcanzó un valor del 39 por 100 en 2007, similar
al promedio de la OCDE y tres puntos porcentuales por debajo de la media de la Eurozona y de la Unión Europea,
127
pero por encima de Estados Unidos, cuyas cifras son siempre inferiores a las europeas. Tomando el total de los
ingresos públicos, el porcentaje sobre el PIB se situó en 2007 en el 41 por 100 (gráfico 4), es decir, 3,5 puntos más
que diez años antes, y contribuyendo de esta forma muy decisivamente a la reducción del déficit presupuestario. Sin
embargo, con la llegada de la crisis, los ingresos públicos cayeron en España cinco puntos porcentuales, lo que le
convierte en el país de la OCDE con mayor descenso en este periodo y explica, en gran medida, su abultado déficit
presupuestario. España, que había convergido a los niveles medios europeos de presión fiscal, aunque sin llegar a
igualarlos, se aleja de nuevo de esos valores y aumenta la brecha con esos países, que han podido mantener sus
ingresos en términos de PIB también en los años de la crisis. Así, en 2017, los ingresos públicos suponían en España
un 37,9 por 100 del PIB, ocho puntos menos que la media de la Eurozona, que fue el 46,1 por 100.
La distancia que media entre la presión fiscal de España y de la Eurozona afecta a la práctica totalidad de las figuras
impositivas, siendo especialmente relevante en la imposición sobre la renta y la riqueza, y en las cotizaciones a la
Seguridad Social (gráfico 5).
128
La apuesta por la Unión Económica y Monetaria (UEM), con lo que ello supuso de fomento de la disciplina
presupuestaria, la expansión cíclica, la reducción de los tipos de interés y el aumento de la presión fiscal permitieron
no solo reducir el déficit sino lograr, por primera vez en casi treinta años, el superávit presupuestario entre los años
2005 y 2007, a la par que se alcanzaba el nivel más bajo de deuda pública (gráficos 6, 7 y 8).
Así pues, desde finales de la década de 1990 y hasta comienzos de la crisis reciente, la disciplina presupuestaria
llevada a cabo por España se comportó ejemplarmente, en contraste con el conjunto de países que forman la
Eurozona. Desde entonces, los efectos de la crisis han sido devastadores para todos ellos. En España, el déficit
alcanzó un máximo en 2009 (11,0 por 100 del PIB), reduciéndose muy lentamente en 2010 y 2011 y volviendo a
aumentar en 2012 a causa de las ayudas públicas a la reestructuración del sistema bancario, que ascendieron al 0,5
por 100 del PIB en 2011 y al 3,6 por 100 en 2012. Sin embargo, el proceso de consolidación fiscal se ha traducido en
una reducción del déficit público hasta el 2,7 por 100 del PIB en 2018.
La lenta mejoría experimentada en el déficit público, a pesar de la recuperación de tasas anuales de crecimiento
positivas desde 2014, e incluso superiores al 3 por 100 en los dos años siguientes, tiene que ver con la existencia de
un déficit público estructural que no está vinculado a la trayectoria del ciclo económico, sino a las políticas
discrecionales adoptadas por los gobiernos. La propia normativa española de estabilidad presupuestaria introduce el
concepto de saldo estructural, que se corresponde con el saldo que se obtendría si la economía se encontrase en su
nivel de PIB potencial. La diferencia entre el PIB potencial y el efectivo se denomina brecha de producción (output
gap), a partir de la cual se descompone el saldo en dos componentes: cíclico y estructural. Las estimaciones de la
Comisión Europea para España muestran la persistencia de un déficit estructural que fue muy elevado en los años de
la crisis, como respuesta de la política fiscal a la recesión económica, y cuya corrección se detuvo en 2015, por las
rebajas fiscales adoptadas por el Gobierno central y los aumentos de gasto de las Comunidades Autónomas (gráfico
7).
129
La deuda pública, a su vez, siguió creciendo hasta alcanzar el 100 por 100 del PIB en 2014, 65 puntos porcentuales
más que siete años antes. Posteriormente, se ha reducido levemente hasta el 97,7 por 100 del PIB en 2018. En la
Eurozona también creció el déficit, pero menos que en España, si bien su deuda, que fue mayor que la española
hasta 2012, tampoco dejó de aumentar hasta 2014 (gráfico 8), especialmente en algunos países como Francia,
mientras en otros, como Alemania o Suecia, se encuentra en cifras mucho más reducidas.
En los años de la crisis, la fuerte caída de la actividad económica afectó muy negativamente a los ingresos públicos,
sin que existiera un ajuste proporcional por el lado del gasto, de modo que el déficit desbordó, año tras año, las
previsiones iniciales. A todo ello se unió el estallido de una grave crisis bancaria en España, en la que, para evitar
males mayores, el Gobierno, primero, y la Unión Europea después, asumieron –esta última en 2012– el compromiso
de salvamento de las entidades financieras con problemas mediante la aportación de recursos públicos, abriendo,
como ya se ha dicho, una nueva vía de empeoramiento del nivel de deuda pública sobre el PIB.
El resultado de todo ello fue la creciente dificultad para cubrir las emisiones de deuda pública de las Comunidades
Autónomas y el encarecimiento, hasta niveles difícilmente soportables en el tiempo, de la financiación de la deuda
130
del Estado. Mientras que en el primer año de crisis la deuda española a diez años solo debía pagar un 1 por 100 más
que la deuda alemana (la denominada prima de riesgo), el diferencial fue creciendo sin apenas pausa llegando a
alcanzar el 6 por 100 a mediados de 2012 en un escenario verdaderamente insostenible. Las medidas adoptadas por
el Banco Central Europeo suavizaron las tensiones en los mercados financieros, y la prima de riesgo bajó un año más
tarde el 3 por 100, situándose a comienzos de 2015 en torno al 1 por 100.
Sin embargo, y en lo que se refiere al déficit, la ayuda financiera de la Unión Europea para el rescate del sector
bancario endureció las medidas de ajuste del gasto público y el aumento de la presión fiscal adoptadas por el
Gobierno, deprimiendo aún más la demanda interna y afectando negativamente a la recaudación, en un círculo de
austeridad depresiva que condujo a menos crecimiento y más déficit. A los recortes en el gasto corriente y en la
inversión pública se sumaron otros en educación, sanidad, dependencia, desempleo y retribuciones de empleados
públicos, junto con aumentos de la fiscalidad sobre la renta y el consumo, cuyos resultados se esperaba que
recondujeran la senda del déficit hacia un objetivo cercano al 3 por 100 del PIB en 2014. Sin embargo, los
mencionados efectos de estas políticas hicieron imposible alcanzar dicho objetivo, por lo que la Comisión Europea
aplazó su cumplimiento hasta 2016. La recuperación de una senda de crecimiento positivo desde mediados de 2013
fue fundamental para avanzar en la consecución de los nuevos objetivos de consolidación fiscal.
CONCEPTOS BÁSICOS
• Sector público. Conjunto de unidades económicas controladas por los poderes públicos, entendiéndose por control
el ejercicio de una influencia determinante sobre las decisiones. El sector público se compone de Administraciones
Públicas y empresas públicas. Las primeras son unidades institucionales cuya función principal es la producción de
servicios no destinados a la venta o la realización de operaciones de distribución de la renta, mientras las segundas
producen bienes y servicios destinados a la venta.
• Regulación. Conjunto de normas jurídicas, de naturaleza económica o social, mediante las que el sector público
persigue objetivos económicos sin emplear recursos financieros.
• Bienes públicos. Aquellos cuyo consumo es no rival y en los que no es posible aplicar el principio de exclusión. Dado
que los individuos no revelan su disponibilidad a pagar, la empresa no podría resarcirse del coste de producción, y,
por tanto, la provisión privada es inviable.
• Fallos del mercado. El libre funcionamiento del mercado no siempre conduce a resultados óptimos en la asignación
de recursos, lo que significa que, en ocasiones, el mercado no funciona adecuadamente. De igual modo, si una
actividad genera efectos externos, la producción será insuficiente o excesiva según que dicho efecto ocasione
beneficios o costes sociales. Otro fallo del mercado se origina en la existencia de rendimientos crecientes de escala,
generando la aparición de monopolios que suministran una cantidad inferior con un precio superior al óptimo.
Finalmente, el correcto funcionamiento del sistema de precios exige que los agentes económicos dispongan de toda
la información relevante. Cuando la información es imperfecta y su adquisición costosa, el mercado se muestra
incapaz de proporcionar un suministro eficiente de bienes.
131
Frente a una crisis de oferta (shoks como el encarecimiento de inputs, sistema productivo inadecuado o caída de la
productividad ) se deben adoptar políticas microeconómicas, Se trata de políticas a largo plazo y consisten en
reformas estructurales de los mercados y las instituciones… y en general aquellos aspectos que mejoren la
productividad de la economía.
Frente a una crisis de demanda (descenso del consumo e inversión y/o aumento del gasto agregado), se deben
adoptar políticas macroeconómicas Se trata de políticas a corto plazo.
2. LA POLÍTICA MONETARIA
La política monetaria del BCE es garantizar la estabilidad de precios en la zona euro a medio plazo, concretamente
que el crecimiento anual del IPC armonizado de la zona euro no sobrepase del 2%. Se logra el objetivo anclando las
expectativas inflacionistas de los agentes , ofreciendo credibilidad en sus actuaciones y transmitiendo información
adecuadamente.
Es fundamental que el BCE actúe con independencia del poder político para evitar:
Abandonar el objetivo de estabilidad de precios, en beneficio de otros objetivos incompatibles.
Que algunos países intenten influir sobre el BCE cuando su situación particular difiera del general.
A raíz de la crisis de 2007 aparecen otros objetivos (Estabilidad financiera, Fluidez de crédito y Crecimiento), siempre
que no sean incompatibles con la estabilidad de precios.
Tras la valoración de ambos análisis, el BCE decide si la política monetaria ha de ser contractiva o expansiva
La política monetaria del BCE se centra en influir sobre el tipo de interés a c/p al que las entidades financieras de la
zona euro puedan tomar fondos prestados.
132
Así, entre 1999 y 2001 el BCE mantuvo una política monetaria restrictiva, elevando el tipo de interés de referencia
con el fin de contrarrestar los efectos derivados de la «burbuja tecnológica" . El BCE situó el tipo de interés de
referencia en el 4,75 % a finales de 2000, lo que supone hasta el momento el valor más elevado desde la constitución
del euro
2001-2005 El pinchazo de la burbuja tecnológica, los efectos económicos negativos de los atentados contra las Torres
Gemelas de Nueva York, en el año 2001, llevó a la Reserva Federal y al BCE a poner en marcha una política monetaria
más expansiva, con reducciones significativas de tipos de interés, se situó a mediados de 2003 en el 2%, valor en el
que se mantuvo hasta finales de 2005 en un contexto de baja inflación.
2005-2008 Este prolongado período de bajos tipos de interés contribuyó a la formación de una burbuja inmobiliaria y
otra bursátil. El BCE inició una subida de tipos desde finales de 2005 alcanzando el 4% en 2008.
2008-2013 El pinchazo de las burbujas inmobiliaria y bursátil, junto a la citada subida de tipos, fue el inicio de una
etapa de recesión, crisis financiera en 2007 que se trasladó a la economía real, provocando una importante caída del
output y altas tasas de paro. La respuesta del BCE y también de otros bancos centrales fue el inicio de una PM muy
expansiva, bajando los tipos de interés llegando al 0,50 % a mediados del 2013, ante la inefectividad de la política
monetaria convencional, lo que ha llevado al banco emisor a poner en práctica medidas no convencionales.
Aunque el ciclo económico español ha evolucionado de manera similar al del conjunto de la Zona euro, ha
presentado en el caso de España una fluctuación más intensa, a la vez que ha existido un permanente diferencial de
inflación. Así, la economía española no precisaba de una política monetaria tan expansiva después del estallido de la
burbuja tecnológica, aquí la crisis fue menor, con los bajos tipos de interés nominales derivados de la política
monetaria del BCE, los tipos de interés reales en España estuvieran próximos a cero e incluso negativos. Ello provocó
un efecto muy expansivo sobre el gasto agregado en consumo e inversión, a la vez que contribuyó a un elevado
endeudamiento y a un mayor desarrollo de las burbujas inmobiliaria y bursátil antes mencionadas.
Hasta la llegada de la crisis, los tipos de interés eran el instrumento principal del BCE para lograr su objetivo
estabilidad de precios. Pero cuando la economía entra en una fase de recesión tan profunda, la eficacia de la política
monetaria convencional se reduce al mínimo si la autoridad monetaria ha llevado el tipo de interés oficial
prácticamente hasta cero. Es la denominada «trampa de la liquidez », que refleja la incapacidad de la política
monetaria para influir por esta vía en el ciclo económico estimulando la demanda agregada.
Todo ello ha llevado al BCE a la utilización de medidas denominadas no convencionales, que tratan de evitar
tensiones extraordinarias y restablecer el mecanismos de transmisión de la PM; en el sentido de que se trata de
estímulos excepcionales y de carácter temporal, consistentes básicamente en inyecciones extraordinarias de liquidez
y compra masiva de títulos de renta fija.
Operaciones de liquidez masiva
Compra masiva de títulos (principalmente deuda pública), para reducir tensiones por la elevada prima de riesgo
Ampliación del abanico de activos de garantía
133
El tipo de cambio se determina en el mercado de divisas y se trata de una variable estrictamente monetaria.
A largo plazo, la política monetaria afecta al nivel de precios de un país que, con su diferencial frente al de
otros países, determina el tipo de cambio a través de la teoría de la paridad del poder adquisitivo. Los países
inflacionistas tendrán, a largo plazo, monedas débiles, y viceversa.
A corto plazo, la política monetaria afecta a los tipos de interés que, con su diferencial frente al de otros
países, determina el tipo de cambio a través de los movimientos internacionales de capital y de la teoría de la
paridad de intereses.
1999-2001 depreciación de la divisa europea desde los 1,18 dólares por euro iniciales hasta los 0,85 que puede ser
explicada por la afluencia de capitales hacia Estados Unidos atraídos por una mayor rentabilidad esperada. La
denominada «nueva economía», basada en el desarrollo de las empresas tecnológica
2001-2008 Apreciación del € frente al $ tras el pinchazo en la burguja tecnológica en 2001, y la depreciación de las
acciones, culminó con un máximo valor del euro en torno a 1,60 dólares a mediados de 2008.
La apreciación de euro supuso el encarecimiento de los productos europeos, dificultando sus exportaciones y el
crecimiento del PIB
La mayoría del comercio de los países del euro (en particular las españolas) es intraeuropeo, por lo que la apreciación
de la moneda tiene un efecto menor.
A partir de 2008 el tipo de cambio ha fluctuado, los altibajos reflejan los cambios en las expectativas y las tensiones
en los mercados de divisas
Por lo que respecta al índice de tipo de cambio efectivo real (TCER) de España frente a la Zona euro en su conjunto, al
ser en este caso el tipo de cambio nominal fijo, su evolución reflejará en exclusiva el diferencial de inflación.
Su trayectoria muestra una apreciación real para España entre 1999 y 2012 en torno al 12%, en consonancia
con la inflación diferencial.
Para recuperarla se ha puesto en marcha un amplio programa de reformas estructurales y políticas
microeconómicas, así como un proceso de devaluación interna de salarios, costes y precios.
134
4. LA POLÍTICA FISCAL
4.1. SUPERVISIÓN DE LA POLÍTICA FISCAL
El federalismo fiscal, entendido como la existencia de un presupuesto público centralizado para todos países del
euro, supondría un mecanismo de ajuste en presencia de shocks asimétricos Este federalismo fiscal no existe en la
Unión Monetaria Europea.
La política fiscal se encuentra focalizada en los presupuestos nacionales de cada país.
Los gobiernos nacionales los que tienen que buscar un equilibrio entre:
Una política fiscal activa para tratar de influir sobre la demanda agregada.
La necesidad de introducir criterios de ortodoxia para no generar excesivos déficit
Pacto de Estabilidad y Crecimiento, las políticas fiscales nacionales han estado y están sometidas a la vigilancia y
supervisión de autoridades supranacionales sobre la base del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) y, a partir de
2013, del Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria (el denominado
«pacto fiscal europeo»).
Tiene el objetivo fundamental, de vigilar la generación de excesivo déficit público que pudiera poner en peligro la
estabilidad económica de la eurozona.
La monetización directa del déficit, está prohibida, no así el suministro de liquidez a las entidades que puedan
utilizarla.
Reforma del PEC se produjo en 2005, ante las dificultades de países como Francia y Alemania para cumplirlo en los
años previos. Dicha reforma suponía una mayorflexibilidad en el cumplimiento del déficit, adaptando a las
circunstancias nacionales los objetivos presupuestarios. Se flexibilizaron las condiciones que permiten calificar un
déficit > 3% como excesivo
Reforma del PEC en 2011 supuso una reforzada supervisión de la disciplina presupuestaria.
Objetivo presupuestario a medio plazo específico de cada país, los saldos públicos deben situarse en una posición
cercana al equilibrio o en superávit en el medio plazo.
Se sigue considerando déficit excesivo el que supere el 3% Posibles sanciones al país cuya deuda pública supere el
60% del PIB.
La Zona euro se ha dotado de una serie de mecanismos de ayuda financiera que permitan transferir recursos hacia
los países con dificultades económicas.
Se trata de ayuda, no en forma de transferencias - federalismo fiscal, sino en forma de préstamos, y la obligatoriedad
de que estos acepten un programa de ajuste.
Se encuentran gestionados por instituciones creadas al efecto, que son la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera
(FEEF) y el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE).
La Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF) se creó en 2010 como mecanismo temporal de rescate de los
países, con el fin de salvaguardar la estabilidad a través de la provisión de asistencia financiera a los países del euro
en el marco de programas de ajuste macroeconómico.
Los planes de rescate del FEEF aplicados a Grecia, Portugal e Irlanda son un ejemplo de ello e implican la aceptación
de medidas para reducir el déficit público, entre las que se incluyen subidas de impuestos, reducción del número de
funcionarios, rebaja salarial ….y privatización de empresas públicas.
135
Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), entró en vigor a finales de 2012 para garantizar la estabilidad financiera
de la zona euro, apoyando a los Estados miembros que corren el riesgo de experimentar problemas de financiación.
Ofrece asistencia financiera a los miembros de la eurozona que la necesiten, exigiendo a cambio
«condicionalidad estricta» en el cumplimiento de las cláusulas del denominado «memorándum de
entendimiento».
Capta recursos en los mercados financieros mediante instrumentos de deuda para financiar préstamos a los
países en el marco de programas de ajuste.
Otras medidas, compra de deuda en los mercados primarios y secundarios, concesión de líneas de crédito para
asistencia financiera y recapitalización de instituciones financieras a través de préstamos a los gobiernos de los
Estados miembros.
España incorporó en 2011 a la Constitución, en su artículo 135, la «regla de oro» fiscal, con los límites de déficit y
deuda pública establecidos a nivel europeo. Además, otorga prioridad al pago del capital y los intereses de la deuda
pública sobre el resto de los gastos, lo cual pretende generar confianza en un período en que los mercados muestran
una gran sensibilidad ante las posibilidades de impago de la deuda soberana.
136
Conviene finalizar con un examen breve de los componentes de la Renta Nacional Bruta (cuadro 2, pág. 304):
Sueldos y Salarios: Descendió en el periodo de expansión y se ha mantenido estable en el periodo de
crisis.
Cotizaciones Sociales: su peso no ha variado
Excedente de Explotación: ha aumentado su peso, sucediendo lo contrario con las rentas mixtas, debido
la mayor impacto de la recesión sobre los autónomos y empresarios sin asalariados
Consumo de capital fijo. Su incremento indica que la intensificación en el uso del capital requiere
reservar una parte cada vez mayor para su reposición (amortización)
Impuestos (netos de subvenciones). Ha disminuido drásticamente debido a la caída de las rentas y el
consumo y, por tanto, de la recaudación de las principales figuras impositivas.
El saldo negativo de las rentas de la propiedad recibidas y pagadas al resto del mundo se debe, sobre
todo, al pago de intereses de la deuda pública y privada
137
Resulta interesante la comparación con otros países. Además de los salarios medios más bajos (un 25% menos que el
promedio de la UE) también las desigualdades salariales son mayores.
Rasgos destacados:
Probablemente el rasgo más destacado sea la mayor distancia que se observa respecto a otros países
entre los salarios medios y los más altos, con diferencias menos marcadas en la parte baja de la
distribución salarial.
Destaca también que los asalariados de las empresas más pequeñas cobran casi la mitad que los de las
grandes, mientras que en la mayor parte de los países de UE esa diferencia es muy inferior (<15%)
Apuntar que la desigualdad en las rentas de propiedad en España es muy alta en el contexto comparado
En la mayoría de los países los ciudadanos declaran un alto grado de aversión a la desigualdad y unas preferencias
muy marcadas hacia el desarrollo de políticas redistributivas. En esta línea las economías contemporáneas destinan
una elevada proporción de los recursos públicos a la satisfacción de las necesidades de aseguramiento de rentas y de
desarrollo de bienes preferentes. En España estas políticas también han alcanzado una notable expansión aunque
inferior a la mayoría de los países del entorno europeo.
La presión por impuestos y cotizaciones se ha incrementado ligeramente en la última década, al tiempo que las
prestaciones y trasferencias sociales han aumentado drásticamente como consecuencia de la crisis. En la etapa de
expansión crecieron más las trasferencias en especie (sanidad, educación…) que en efectivo aunque siguen teniendo
más peso estas últimas con la crisis se han disparado las prestaciones monetarias (seguro de desempleo).
En general se constata que las desigualdades tienen causas profundas cuyos efectos se palian por las políticas
redistributivas, aunque no se corrigen del todo.
138
Conceptos Básicos:
Distribución primaria o funcional: Muestra la proporción de la renta que recibe cada uno de los factores que
intervienen en el proceso de producción
Distribución personal o familiar de la renta: Expresa cómo se reparte a la renta disponible entre los individuos o
familias de un país. El prorrateo entre los miembros de la familia se hace mediante una escala de corrección que trata
de tener en cuenta las economías de escala familiares.
Indicadores de desigualdad y pobreza. El índice Gini mide el grado de concentración en la distribución de la renta,
con valores entre 0 (máxima igualdad) y 1 (máxima desigualdad). La tasa de pobreza se define como el porcentaje de
la población está por debajo de un determinado umbral de renta (para la UE: 60% de la mediana de distribución de
renta)
139
Hay un punto de inflexión entre finales de 1970 e iniciales de la década de 1980 ,desde 1955 hasta ésta fecha se
produjo una clara reducción de la desigualdad del PIB per cápita y un aumento del PIB (producido todo ello por la
evolución demográfica debido a la reducción de flujos migratorios entre 1960 y 1970) y desde entonces hasta la
actualidad los cambios han sido más moderados habiendo un repunte de la desigualdad del PIB per cápita con la
presente crisis económica de estos últimos años.
En 1955 regiones con PIB per cápita por debajo de la media española muestran también un diferencial negativo en la
productividad, aspecto agravado por una tasa de ocupación inferior a la media. Entre ellas Andalucía, Murcia,
Castilla-La Mancha o Extremadura, sin embargo, regiones con PIB per cápita más alto poseen un diferencial positivo
de productividad, Madrid, País Vasco, Cataluña o Baleares.
Las diferencias del PIB per cápita se basan en la actualidad en las tasas de ocupación más que en la productividad.
Entonces las regiones con PIB per cápita superior a la media española en 1955 continúan caracterizándose, en 2012,
por un diferencial positivo en la productividad del trabajo respecto a la media española (Madrid, Cataluña, País Vasco,
Cantabria, La Rioja o Navarra).
140
En 2010,dentro de la UE el PIB per cápita más elevado se daba en Inner London (Reino Unido) con un 328% seguido
de Luxemburgo, Bruselas(Bélgica) y Hamburgo(Alemania),entre el 200% y 300%,y la lista de las diez principales la
completarían Île de France(Francia), Groningen (Holanda), Bratislava(Eslovaquia), Praga(República Checa),
Estocolmo(Suecia) y Viena(Austria).
El PIB per cápita más reducido fue la región de Severozapaden (Bulgaria) con un 26% y entre las diez regiones con
menor PIB per cápita había cinco búlgaras, cuatro rumanas y una húngara.
En comparación con los países comunitarios de mayor dimensión (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido) España se
caracteriza por ser el único país con casi el 50% de la población viviendo en regiones con un nivel del PIB per cápita
inferior al 90% de la media de la UE mientras que un 40% lo hacen en Comunidades con un PIB superior al
comunitario en más del 10% inferior a Alemania o Italia pero superior a Francia y Reino Unido que se caracterizan por
tener, en 2010,más del 40% de la población residiendo en regiones con un nivel de PIB per cápita similar al de la UE.
El nivel de renta de las Comunidades españolas respecto de las regiones de los países europeos más importantes es
todavía ligeramente más reducido, a pesar de la mejora relativa que han experimentado en el l/p.
Las desigualdades del PIB per cápita existentes entre las regiones españolas son inferiores a las que se observan en
gran parte de los países de la UE. En 2010 la dispersión del PIB regional en España era inferior al del resto de países
de la UE, con 6 excepciones; Irlanda, Alemania, Finlandia, Austria y Holanda, y ello, a pesar del repunte de la
dispersión regional que ha tenido lugar en España durante la presente crisis económica, que también se ha dado, por
otra parte, en buena parte de los países europeos.
Ante las desigualdades territoriales y la convicción de que el mercado por sí sólo no es suficiente para atenuarlas se
establecen políticas regionales.
La política regional europea cuyos principales pilares son los fondos estructurales como:
El Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER) creado en 1975, cuyo fin es reducir las diferencias de
desarrollo en las regiones de la Unión, a partir de la cofinanciación y la realización de inversiones productivas
que generen empleo.
El Fondo Social Europeo (FSE) fundado en 1958 para mejorar el acceso al empleo a través de ayudas a
actividades de formación.
El Fondo de Cohesión, desde 1993 , y financia infraestructuras de transporte y medio ambiente en los Estados
miembros cuyo PIB per cápita se encuentre por debajo del 90% del de la UE.
La política regional europea para el periodo 2014-2020 tiene como prioridad impulsar el crecimiento y el empleo en
la UE canalizando las inversiones hacia los fines que marca la Estrategia Europea 2020. Se han establecido once
objetivos temáticos:
1. Potenciar la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación.
2. Mejorar el acceso, el uso y la calidad de las tecnologías de la información y las comunicaciones.
3. Mejorar la competitividad de las Pymes del sector agrícola y del sector de la pesca y agricultura.
4. Apoyar el paso a una economía con bajas emisiones de carbono en todos los sectores.
5. Promover la adaptación al cambio climático y la prevención y gestión de riesgos.
6. Proteger el medio ambiente y promover la eficiencia en el uso de los recursos.
7. Promover un transporte sostenible y eliminar los estrangulamientos en las infraestructuras de red
fundamentales.
8. Promover el empleo y favorecer la movilidad laboral.
9. Promover la inclusión social y luchar contra la pobreza.
10. Invertir en educación, mejorar las competencias profesionales y la formación continua.
11. Mejorar la capacidad institucional y la efectividad de la Administración Pública.
Además se sigue reforzando la prioridad de cooperación territorial europea, financiada por el FEDER, consiste en
promover la integración de la Unión, en una vertiente transfronteriza, transnacional e interregional.
La balanza de servicios ha presentado, en los años de referencia un saldo positivo bastante estable, si bien, a partir
de 2002, aproximadamente, se produce un descenso en esta aportación positiva. (empeoramiento del saldo de
turismo ).
Las transferencias son la segunda partida cuyo saldo ha sido hasta 2006 siempre positivo. Hasta 1986,
aproximadamente, los principales ingresos las remesas de los emigrantes españoles. A partir de esa fecha, con la
entrada en la UE, hay que resaltar dos novedades: la principal fuente de ingresos se va desplazando hacia los recurso
comunitarios procedentes del Fondo Europeo de Garantía Agraria y del Fondo Social Europeo; y las salidas por
remesas de emigrantes superan a las entradas, a medida que España se ha ido convirtiendo en país de inmigración.
En los últimos años, el aumento de salidas por remesas y la disminución de entradas de UE han conducido a que el
saldo positivo de esta rúbrica haya desaparecido.
143
El segundo gran bloque de la balanza de pagos es la cuenta de capital, que incluye los ingresos y pagos por
transferencias internacionales de capital más los procedentes de la compra o venta de activos intangibles, el más
importante es el de las transferencias de capital. El saldo de la cuenta de capital ha sido siempre positivo. Si bien en
los años recientes se ha reducido prácticamente a la mitad. La explicación se encuentra en las ampliaciones de la UE
hacia países de inferior nivel de renta que han recortado notablemente los fondos comunitarios recibidos por
España, y que es previsible que lo hagan aún más en el futuro, con las consecuencias adversas sobre la rúbrica de
transferencias.
En términos contables, el saldo de la cuenta financiera, incluido el Banco de España, debe ser igual a la capacidad o
necesidad de financiación del país; esto es, al saldo de la cuenta corriente más la de capital. Los déficit por cuenta
corriente y de capital de la economía española se han financiado tradicionalmente con una entrada neta de capital
extranjero.
En los años 2010 y 2011 se interrumpe el tradicional signo positivo del saldo de la cuenta financiera que permitía
cubrir sin dificultades la necesidad de financiación de la economía española con entradas netas de capital.
Las salidas netas de capital, junto a las necesidades de financiación del conjunto de la economía por sus
operaciones corrientes, se pudieron cubrir fundamentalmente por un aumento de los pasivos netos del Banco de
España frente al resto del mundo, captados a través de las subastas de liquidez del Eurosistema. Estas operaciones
revierten los flujos de capital que abandonan España. La liquidez provista al sistema crediticio español se anota como
un pasivo del Banco de España que intermedia las operaciones de liquidez de los bancos como ejecutor de la política
monetaria del BCE. Así pues, durante 2011 y 2012 la dependencia de España frente al Eurosistema ha crecido de
forma muy considerable. Las salidas netas de capital se han financiado mediante la liquidez proporcionada por los
incrementos de los pasivos del Banco de España frente al Eurosistema.
Afortunadamente, desde septiembre de 2012 se ha detenido la salida neta de capitales y la financiación exterior de
la economía española ha vuelto a presentar los rasgos que tenía antes de 2011, con la ventaja añadida de que la
necesidad de financiación exterior respecto al PIB se ha reducido.
negativamente por la fuerte dependencia energética exterior y por la caída de las exportaciones y de los ingresos por
turismo, entre otros muchos factores. Se adoptó un conjunto de medias integradas en lo que se conoce como Pactos
de la Moncloa, que contenían un programa de reformas amplio donde se integraron medidas de corte estabilizador y
una depreciación de la peseta próxima al 25%. Los efectos positivos de estas medidas se vieron pronto dañados por
la segunda crisis energética que obligo, a aplicar un nuevo plan de ajuste que incluía una depreciación del 8%. Por
último, con la peseta ya integrada en el mecanismo de cambio del Sistema Monetario Europeo, El SME vivió una crisis
cambiaria que se saldó con una devaluación de la peseta del 15% frente a las monedas de los países de la UE.
El origen de la crisis fue la decisión de Alemania de alterar su política monetaria subiendo los tipos de interés.
A partir de la entrada en la moneda única deja de funcionar la regla del 4% y la economía española se adentra en
una etapa de continuado déficit que supera dicho umbral.
Con la entrada en el euro, España pierde la facultad de control sobre el tipo de cambio del euro que pasa a depender del
ECOFIN y del BCE. Por otra parte, la incorporación de España a la UEM está vinculada con una de las fases expansivas más
largas, esto debe explicarse atendiendo a dos vertientes: una financiera y otra real. La financiera está asociada con la
pertenencia de España a la UEM, que permitió una más fácil captación de capital extranjero y el abaratamiento de la
financiación, de la mano de un drástico descenso de los tipos de interés nominales a corto y largo plazo. Ambos hechos
derivaron en un fuerte crecimiento del gasto familiar, sobre todo en vivienda y en bienes de consumo duradero, así como
del gasto de las empresas en bienes de equipo. La llegada de población inmigrante estimuló la expansión de la demanda y
proveyó de la mano de obra necesaria para sostener el crecimiento de la oferta.
La otra cara de la moneda del prolongado crecimiento fue el déficit de la balanza por cuenta corriente, un crecimiento
desequilibrado y poco diversificado, por la dependencia del sector de la construcción, que se tradujo en el record histórico
que alcanzó el déficit exterior.
El crecimiento del déficit de la balanza por cuenta corriente en el periodo 1994-2007, son tres los elementos que
deben considerarse :
1. El elevado crecimiento de la demanda ya mencionado, que se comprende mejor teniendo en cuenta que la
diferencia entre el ahorro nacional bruto ( la parte de la renta disponible no consumida) y la formación bruta
de capital es igual al saldo de la balanza por cuenta corriente.
2. El crecimiento de los costes unitarios y de los precios españoles por encima de los precios y costes de los
países de la zona euro, que son el origen y el destino principal del comercio español.
3. Los cambios que se han producido en la última década en la magnitud y signo de los saldos que configuran la
balanza por cuenta corriente. El superávit de la balanza de servicios ha disminuido su capacidad de
compensar el déficit de la balanza comercial. Por otra parte, la balanza de rentas ha aumentado
sensiblemente su saldo negativo debido al aumento de los pagos por rentas de inversión. Y, por último, el
saldo de la balanza de transferencias ha cambiado, desde el año 2007, su tradicional signo positivo por otro
negativo. Esta conjunción de factores ha incrementado sensiblemente la magnitud del déficit corriente.
En los cuatro últimos años el déficit corriente se ha corregido de manera muy significativa. Se trata de la mayor recesión
por la que han atravesado la economía mundial y la española desde la Gran Depresión de 1929. Al carecer España del
instrumento del tipo de cambio, no ha conseguido, como en ocasiones anteriores, corregir de manera completa su
desequilibrio exterior. El proceso de ajuste está teniendo lugar vía contención de salarios y vía destrucción de puestos de
trabajo, siendo esta última de mayor proporción que la caída de la actividad económica lo que impulsa al alza la
productividad laboral. Así se refleja en la mejora de competitividad en términos de costes laborales unitarios frena a la
zona euro de manera que desde 2009 casi se ha corregido la pérdida de competitividad acumulada en la primer década de
pertenencia a la UME. Es importante matizar que dicha corrección no tiene lugar cuando se utiliza el IPC.
El que el déficit por cuenta corriente se haya reducido hasta desaparecer prácticamente no quiere decir que no
vuelva a aparecer con la recuperación de la economía. La UE se ha dotado de procedimientos para supervisar la
evolución de los desequilibrios macroeconómicos de los países miembros con el objetivo de evitar que se
reproduzcan desajustes como los actuales.
A escala europea los países más debilitados económicamente están cerrando, como España, su desequilibrio exterior
debido sobre todo a los esfuerzos de consolidación fiscal y a la reducción de su demanda interna que contrae las
importaciones. Simultáneamente, los países con mejor posición presupuestaria, están en una posición de superávit
de sus balanzas de pagos y o son, por tanto, una fuente de crecimiento de la demanda para el grupo de países con
mayores dificultades. Para resolver los desafíos actuales sería fundamental un reequilibramiento que fortaleciese la
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demanda interna de los países superavitarios mientras los países deficitarios mantienen su esfuerzo de consolidación
presupuestaria. Un cambio en esta dirección es clave para que España pueda culminar con éxito su ajuste exterior.
Tema 19: COMERCIO EXTERIOR
1. INTRODUCCIÓN
El intercambio comercial permite que los países se especialicen en aquellas actividades en las que son
comparativamente más eficientes, y proporciona a las empresas la posibilidad de disfrutar en mayor medida de las
ventajas de las economías de escala.
En el primer caso se trata de sacar provecho de la diversidad, rentabilizando las diferencias en gustos,
dotación de factores o capacidades tecnológicas entre países.
en el segundo, de beneficiarse de las posibilidades que se derivan de la concentración de la producción y del
acceso a mercados más amplios.
En ambos casos el comercio internacional mejora la situación de los países implicados al aumentar los niveles de
eficiencia de su producción y ampliar la gama de bienes y servicios disponibles.
Las exportaciones de un país dependen positivamente de la renta de los consumidores (es decir de la del resto del
mundo), e inversamente de los preciso relativos. De modo simétrico el volumen de importaciones depende de la
renta del país comprador y de los precios relativos
•Soluciones:
1. Mejorar la competitividad- precios de la economía, a través bien de la reducción del diferencial de inflación
respecto a los competidores, o depreciar la moneda.
2. Mejorar la competitividad estructural: mejorando la composición y calidad técnica de la oferta exportadora,
para hacerla más apetecible.
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El abultado déficit comercial español acumulado en los años previos a la crisis. Causas:
1. Entre 1997 y 2007, la economía española creció sostenidamente por encima del promedio de la OCDE (y de
la Unión Europea), lo cual alimentó el incremento de las importaciones.
2. Los precios de un producto de difícil sustitución (el petróleo) se han encarecido notablemente en los últimos
años, aumentando la factura importadora.
3. Se ha ampliado el diferencial de precios, como consecuencia de haber padecido España una inflación
sostenidamente superior a la media del entorno
4. Se ha perdido la capacidad de corregir el diferencia a través de la devaluación de la moneda al estar España
integrada en Unión Monetaria Europea
4. ESPECIALIZACION COMERCIAL.
4.1. Especialización INTERindustrial
Una parte del comercio internacional se produce a través del intercambio de variedades distintas de un mismo
producto. A este tipo de comercio se le denominó comercio intraindustrial, reservando para el más tradicional
(intercambio de productos distintos) la denominación de comercio interindustrial
EL indicador ex-post: se considera que las exportaciones revelan capacidades competitivas de la economía y las
importaciones expresan debilidades o limitaciones relativas. La diferencia entre ambas corrientes - ventaja comercial
revelada. Dos indicadores: El saldo relativo y el índice de contribución al saldo
La estructura sectorial del comercio español revela una notable estabilidad a lo largo de los últimos tres lustros. El
grueso de las exportaciones está compuesta por bienes intermedios (particularmente para la industria) y bienes de
consumo (automóvil y derivados de la agricultura). Es bajo, el peso de las exportaciones de bienes de equipo, con
tendencia descendente
En lo que se refiere a importaciones, los bienes intermedios aportan la cuota máxima ( progresión de los productos
energéticos).
La aplicación de dos indicadores de ventaja comercial revelada, permite identificar el perfil de la ventaja comercial
española:
Ventajas : sectores productores de bienes de consumo, particularmente los derivados de la agricultura y ciertos
bienes de carácter duradero (incluido el automóvil) , transporte
Desventajas: se presentan en los sectores productores de bienes intermedios ( especialmente los de carácter
energético, y los tecnológicos) y en bienes de equipo (maquinaria y otros bienes de capital).
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A ) Estructura Sectorial
Está conformada en buena medida por:
1. Encabezado por los Servicios ( casi 2/3 del Stock en 2010) Banca, seguros y pensiones es seguido de lejos de
telecomunicaciones y comercio
2. Manufacturas ( casi 1/5) destacando las actividades tradicionales, y más reducido las de contenido
tecnológico medio, y casi insignificante las manufacturas avanzadas, con excepción de los productos
farmacéuticos
3. Energía y agua, en tercera posición, pero es el que más ha crecido en esta década.
4. Reciente presencia de la construcción como alternativa al deprimido mercado nacional.
B) Países de destino
La polarización alude a una acusada especialización, en tanto que la diversificación es un buen indicador de
competitividad.
En 2003 existían 2 zonas: UE-15 y América latina, con idéntico reparto ( 40% stock). Este perfil ha cambiado
sustancialmente en los últimos años, pasando a liderarlo la UE, si a ello se suma América del Norte y otros países de
la OCDE, se constata la preferencia de los países desarrollados.
En 2010 existe una cierta especialización por áreas geográficas:
La UE es el destino preferente de los servicios manufacturas y construcción
América Latina, (menor grado América del Norte) lo es de energía, agua e industrias extractivas.
Aún es escasa la presencia de IED en países con ventajas de costes laborales y en mercados de rápido crecimiento,
con lo que la estrategia de fragmentación productiva,
Por países de destino, Países de Latinoamérica con cifras por encima del 10% , y desarrollados con Portugal ( 30% )
Reino Unido ( 6%)
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a) Impacto sobre el saldo del comercio exterior de bienes y servicios. El capital extranjero se caracteriza por ser
un activo participante en las exportaciones e importaciones, especialmente en manufacturas, ligadas en
buena medida al comercio intraempresa
La IED en el exterior presenta numerosas ventajas:
a. Facilita el crecimiento de la empresa y la diversificación de riesgos. La actividad exterior amplía el horizonte de
las empresas y atenúa los peligros de una concentración excesiva en espacios concretos.
b. Consecución de economías de escala, mejora de la eficiencia productiva y comercial – Offshoring: Permite
optimizar la tesorería del grupo empresarial, así como compartir distintos aspectos (I+D, recursos humanos)
c. Acumulación de experiencia, mejora de la reputación de la empresa y del país, y efectos demostración. –
Marca España
d. Repatriación de beneficios. mejora en el mercado de empleo y efectos sobre la demanda de bienes y servicios
en España. – fuente de rentas, empleo de mayor cualificación, y posee efectos de arrastre sobre la economía
en su conjunto.
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