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2 Clase. Filosofia, Ciencia, Filosofia Del Derecho
2 Clase. Filosofia, Ciencia, Filosofia Del Derecho
Esta será una exposición de la primera clase de la materia. Voy a utilizar mis
grabaciones y apuntes de clases anteriores para escribirla del modo más parecido que puedo a
una clase dictada. El tema que nos toca “Filosofía y ciencia. Filosofía del derecho y práctica
jurídica”, que son los primeros dos puntos de la Unidad 1, tiene una amplitud tal que no
alcanzaría el curso para desarrollarlo. De modo que vamos a encararlo con el sentido que tiene
en el programa, que es el de una introducción para dar un panorama inicial sobre la materia.
¿Qué es la filosofía? No es una pregunta que se pueda responder con unas pocas
palabras. Ni tampoco puede decirse que haya alguna definición satisfactoria. Sin embargo por
algún lado tenemos que empezar. Podríamos ir aproximándonos a una idea general de filosofía
y después irla precisando, explorando sus matices. Como se sabe, el término está formado por
las palabras griegas “philo” y “sophia” que significan “amor a la sabiduría”. Pero conocer el
origen de la palabra no suele decirnos mucho acerca de su significado. De todos modos
tenemos ciertas nociones previas que usamos en el lenguaje cotidiano y cuando nos referimos
a un pensamiento filosófico solemos hacer alusión a algo más profundo, en el sentido de más
importante o más fundamental, que nuestras reflexiones diarias.
Esto hace que para muchas personas que practican diversas disciplinas, incluidas las
que trabajan en el ámbito del derecho, sientan cierta desconfianza hacia los argumentos
filosóficos. Piensan que es como “irse por las ramas” y evitar las cosas concretas. En algunos
casos tienen razón. Uno de los artículos que tenemos en la bibliografía se llama “El complejo
de Rock Hudson” y comienza relatando una vieja película en donde ese viejo actor, Rock
Hudson, hace de un personaje que era famoso por la cantidad de manuales que había escrito
sobre la pesca deportiva y sin embargo un día se descubrió que jamás había pescado y todo lo
que había publicado lo había sacado de libros de otros escritores. El autor del artículo que
comento, Víctor Abramovich, dice que eso suele pasar con algunos filósofos o teóricos del
derecho que jamás atendieron a un cliente, presentaron un escrito en tribunales o se
amargaron por resoluciones judiciales que ignoraban cosas básicas de la ley. Hace una crítica,
que luego vamos a ver, a un tipo de filosofía del derecho que se desentiende de lo que
realmente pasa en la práctica jurídica cotidiana.
De todos modos ese artículo no deja de ser también un trabajo de filosofía del
derecho.
Hemos pasado de la filosofía, sin decir en qué consistía, a la filosofía del derecho,
siguiendo sin explicar de qué se trata. De algún modo la actividad filosófica tiene esta
característica, pues para acercarse a ella y para entenderla hay que ir practicándola a partir de
lo que tenemos a mano, es decir, con los conocimientos básicos que hemos adquirido en
nuestra experiencia en la vida. No se puede aprender lo que es la filosofía “desde afuera” de
ella, del mismo modo que no podemos aprender a nadar antes de meternos en el agua.
En primer lugar, dice Alexy, la filosofía es una reflexión general. Tal vez la propiedad
más general de la filosofía, sostiene, sea la reflexividad. El término está asociado al verbo
reflejar y a la imagen en un espejo. Sugiere de este modo que la filosofía es “razonamiento
acerca del razonamiento, porque su objeto, la práctica humana de concebir el mundo, por uno
mismo y por los demás, de un lado, y la acción humana, del otro, está determinado
esencialmente por razones”. Dado que utilizamos razones para pensar, para argumentar, para
comprender o para actuar, nuestra actividad se llama razonamiento. El carácter reflexivo de la
filosofía consiste en que razonamos sobre nuestros mismos razonamientos. En filosofía del
derecho razonamos o reflexionamos sobre nuestras prácticas jurídicas y nuestros
razonamientos jurídicos. En esto consiste la reflexividad, en poner en foco y pensar sobre qué
es lo que estamos haciendo cuando llevamos adelante una actividad que involucra el uso de
nuestras capacidades mentales.
El carácter general de la reflexión se refiere a que tratamos de abarcar la mayor
extensión posible de nuestros razonamientos y conocer sus características comunes. Hay tres
temas que históricamente han constituido el foco de la reflexión filosófica, tres temas que
aunque tengan una gran generalidad no podemos subsumirlos unos en otros y por eso los
consideramos distintos. El primero se refiere a la pregunta sobre qué es “la realidad”. ¿Qué es
lo que existe? El segundo alude a las acciones humanas y responde a la pregunta sobre lo que
debe hacerse, sobre lo que es bueno.
La ontología, también llamada metafísica, por una parte, y la ética, por la otra,
constituyeron la filosofía occidental europea hasta la llamada “Edad Moderna” cuyo inicio
podemos ubicar históricamente a partir de los siglos XVI y XVII. En esta época aparece un
conjunto de problemas filosóficos nuevos, estimulados por los descubrimientos científicos, que
se refieren a cómo podemos conocer, tanto la realidad como la bondad de las acciones
humanas. La pregunta “de cómo justificar nuestras creencias sobre lo que existe y sobre lo que
debe hacerse o es bueno”, dice Alexy, define a la epistemología o teoría del conocimiento.
“Justificar” en este contexto, significa dar razones o motivos, explicar cómo conocemos. Esta
es la tercera gran región del pensamiento filosófico.
¿Qué importancia tienen estas preguntas? Sobre todo ¿qué relevancia adquieren en la
práctica jurídica? Podría parecer que más bien se trata de especulaciones útiles para los
profesores o académicos universitarios, bastante alejadas de los problemas cotidianos de la
gente cuyos conflictos ocupan a los operadores jurídicos. Sin embargo no es tan así. Vamos a
ver algunos ejemplos de ontología general y de ontología jurídica que ilustrarán cómo las
preguntas sobre la realidad o sobre lo que existe forman parte de las argumentaciones en los
tribunales.
Da la impresión de que es fácil responder qué existe. Vemos las cosas materiales que
tenemos alrededor. Una mesa, un cuaderno, útiles de escribir, una computadora, muebles,
puertas, ventanas, etc. También existimos los seres humanos, nuestros familiares, amigos y
amigas, nuestra pareja. Los animales que vemos, las mascotas, las plantas, las piedras, el mar,
los ríos, las montañas, etc. En otro orden de realidad tenemos conocimiento de cosas que no
vemos pero en cuya existencia creemos porque hay un consenso generalizado. Sabemos que
hay ondas electromagnéticas que nos permiten utilizar la radio, la televisión, los teléfonos
celulares e internet, aunque no las veamos. También estamos seguros de que existen las Islas
Fiji aunque nunca hayamos ido a visitarlas. No parece que necesitemos ser muy reflexivos o
filosóficos para contestar de este modo, ya que se trata de conocimientos que adquirimos en
nuestra vida social por medio de la información y el uso de nuestro lenguaje.
Este detalle de los rubros indemnizables no suele aparecer en las leyes ya que los
códigos sólo establecen con carácter general que debe indemnizarse todo daño, o sea toda
afectación a un derecho o a un interés legítimo. Pero la existencia de lo que es un daño,
muchas veces, como ocurre con la “chance” futura, es una decisión fundada en
consideraciones acerca de lo que es la realidad, en una ontología de lo social. Con este
ejemplo vemos que no siempre es sencillo determinar lo que existe, que en muchas cuestiones
debatidas eso requiere argumentaciones más fundamentadas.
Hemos comenzado con una exposición de lo que estudia esa disciplina filosófica
llamada ontología y rápidamente pasamos a las indemnizaciones por daño. ¿Nos hemos ido
por las ramas o salido de tema? No precisamente. No pienso agotar los innumerables ejemplos
en donde las argumentaciones filosóficas tienen relevancia en decisiones jurídicas concretas.
Lo que quiero es exhibir cómo algo que nos parece tan “filosófico”, tan abstracto, tan alejado
de la realidad, como la pregunta “¿qué existe?” puede modificar una sentencia judicial en
juicios que, como los de accidentes, son –para los abogados parte de la vida diaria.
Con esto voy a concluir los ejemplos de la relevancia práctica del conocimiento
filosófico en el ámbito del derecho. Una lista de ellos sería interminable. Una vez expuestos
estos casos particulares vamos a volver a hacer un poco de abstracción para extraer algunas
reflexiones generales. Aristóteles decía que el razonamiento dialéctico, que en su sistema
filosófico era aquel que partía de premisas probables pero no necesariamente verdaderas,
debía ser utilizado para ejercitar el pensamiento como gimnasia mental, para aprender a
rectificar al interlocutor tomando como premisas las opiniones que él mismo admitía y,
finalmente, como auxiliar de las ciencias. Creo que, sobre todo por los dos primeros usos, es
claro que la filosofía del derecho resulta una parte necesaria dentro de la formación jurídica
general. Eduardo Couture, un jurista uruguayo especializado en derecho procesal que tuvo una
enorme influencia en América Latina durante el siglo pasado, decía por eso que era imposible
que del interés por los estudios jurídicos no surgieran las inquietudes filosóficas.
Ya hemos hecho algunos pasos en filosofía del derecho de modo que podemos
detenernos y reflexionar un poco. Hemos partido de la definición de filosofía dada por Alexy,
explicamos a qué se refería con el concepto de reflexion general y de allí nos trasladamos a
aquello sobre lo cual reflexiona la filosofía: la ontología o teoría del ser o de la realidad, la ética
o teoría sobre la corrección de las acciones humanas, y la epistemología o teoría del
conocimiento. Después nos desviamos hacia cuestiones prácticas de la vida jurídica para
mostrar cómo en ellas aparecían los rastros de discusiones filosóficas subyacentes.
No todos los autores coinciden en que epistemología y teoría del conocimiento sean equivalentes.
Algunos reservan el término epistemología a la filosofía del conocimiento científico. No es este el
criterio que seguimos en nuestras clases.
matemáticas, particularmente la geometría, en donde los puntos de partida y las conclusiones
resultan siempre verdaderos. Dividía las ciencias en teóricas, que buscaban el conocimiento
por el conocimiento mismo y eran la metafísica, la física y las matemáticas, en ciencias
prácticas, que miraban el conocimiento como una guía para la conducta, como la ética, y por
último, las ciencias productivas, que buscaban el conocimiento para utilizarlo en fabricar cosas
útiles o bellas (lo que hoy llamaríamos “tecnologías”). Siguiendo estas clasificaciones
Aristóteles escribió sobre filosofía de la naturaleza, biología, psicología, metafísica, ética,
política, retórica y poética.
Las historias tradicionales de la filosofía dan cuenta de este proceso como de una
separación que han hecho las ciencias particulares del tronco común filosófico. Ese “tronco”
no desapareció sino que mantuvo como propio el ámbito de las reflexiones sobre los aspectos
más generales y fundamentales del ser, la ética y el conocimiento. No veo motivos para
apartarme de este relato, ya que en el plano práctico nos permite explicar cual fue
posteriormente el área de investigaciones de los departamentos universitarios y facultades de
filosofía.
Los tres primeros capítulos del libro de Adolfo Carpio “Principios de Filosofía”, que
forman parte de la bibliografía de esta unidad, comienzan con los problemas básicos de la
ontología y concluyen con las relaciones entre la filosofía y la ciencia. Allí se muestra cómo
espacios enteros del saber han ido adquiriendo su autonomía, constituyéndose en ciencias
mediante la delimitación de su objeto y sus métodos apropiados de conocimiento. A la
filosofía le ha quedado, afirma Carpio, la indagación sobre los conceptos fundamentales en
que se basan las ciencias, conceptos que éstas no discuten sino que los toman ya dados en sus
estudios sobre la realidad.
Sin embargo, sostenía Kuhn, hay veces que ese consenso en que se basan la enseñanza
y la práctica científicas, que él llamó paradigma, entra en crisis, tal como ocurrió con la física
clásica a principios del siglo XX. Entonces los científicos suelen volver a incursionar en la
actividad filosófica, se rompen los acuerdos sobre los principios fundamentales y todo se pone
en discusión. En el ejemplo de la física, de esa crisis se salió mediante un cambio de las ideas
sobre el tiempo, el espacio y el movimiento, que dio origen a la teoría de la relatividad, y
también mediante una modificación de las nociones sobre la constitución de la materia y la
causalidad, que produjo la mecánica cuántica. Una vez modificadas las bases filosóficas de la
disciplina, la ciencia volvió a ser normal y a dedicarse a la investigación detallada, dejando otra
vez de lado las discusiones sobre temas filosóficos.
En la unidad 5 trataremos el tema de los paradigmas jurídicos.
característica plural de las ciencias sociales hace que los vínculos con los problemas filosóficos
sean mucho más estrechos que en las ciencias naturales. Asi, las diversas tradiciones en
ciencias sociales, aún cuando dialogan permanentemente entre sí, tienen fundamentos
filosóficos diferentes que permiten a cada una de ellas la investigación empírica con una
mirada distinta de los fenómenos sociales.
¿Y dónde ubicamos al derecho en este panorama? ¿Se trata de una ciencia? Aunque
nuestra facultad se llame “de Ciencias Jurídicas”, el estatus del derecho entre las disciplinas se
encuentra sumamente debatido. Por una parte podemos aceptar que el derecho, como
realidad social y visto “desde fuera”, forma un sistema, esto es, un conjunto ordenado y
coherente de soluciones legales, doctrinarias y jurisprudenciales a una infinitud de problemas
y conflictos que a diario surgen de la vida en común. Estudiar ese sistema, que es lo que se
hace en las facultades de derecho, requiere métodos de observación y adquisición de
conocimientos no muy diferentes de los que se desarrollan en las distintas ciencias sociales.
Pero por otra parte, el derecho no se limita a la descripción de estas soluciones, sino que
también propone sus cambios, sus nuevas alternativas, e incluso reformulaciones amplias de
áreas enteras, aún sin modificaciones legislativas. Valga como ejemplo nuestro derecho penal
que, basado en un código sancionado en 1921, hoy es un derecho enteramente distinto del de
hace cien años, pese a que los textos legales en gran parte son los mismos. Este cambio fue
producido desde dentro la misma actividad jurídica. Con esta otra perspectiva el derecho no se
parece a una ciencia sino que comparte con la filosofía, o tal vez con la política, su carácter de
inacabado, de ámbito de discusión y reformulación continua de sus principios. Por eso decía el
jurista italiano Piero Calamandrei que el proceso judicial tiene la lógica del debate
parlamentario, no la de la investigación de la naturaleza.
Deberíamos hacer un poco de historia para elucidar estas relaciones entre derecho,
ciencia y filosofía. El derecho es una de las áreas de estudio más antigua de las universidades
nacidas en Europa occidental a partir del siglo XI. Mucho antes de que se conociera y receptara
la filosofía de Aristóteles y sus investigaciones sobre la naturaleza (en el siglo XIII), ya había un
gran desarrollo de los estudios jurídicos a partir de los textos del Corpus Iuris de Justiniano.
Para entonces el derecho había dejado de ser una rama de la ética para constituirse en una
scientia de primer nivel, alcanzando una profundidad y una coherencia en la formulación de las
instituciones jurídicas, que permitió a la Iglesia Católica y a las monarquías comenzar a
extender su poder mediante burocracias judiciales profesionalizadas y organizadas
jerárquicamente.
La extensión del poder sobre amplios espacios territoriales, habitados por una
diversidad de comunidades con distintas costumbres, fue requiriendo una unidad y
homogenización en las decisiones judiciales que sólo podía lograrse por funcionarios instruidos
de un modo similar durante varios años en las universidades. El derecho, a partir de siglos de
estudio, perfeccionamiento y reformulación del Corpus Iuris romano, fue el principal
instrumento de centralización del poder que permitió, ya desde el siglo XVI, la conformación
de estados modernos. La conquista y colonización de América por las monarquías española y
portuguesa, estableciendo un aparado de gobierno y dominación por encima y al margen de
las costumbres e instituciones de los pueblos originarios, perfeccionó esta idea del derecho
como una lógica propia, autónoma, alejada de las presiones sociales a las que modifica desde
el poder.
En el siglo XIX esta identificación del derecho con los mandatos del Estado se
encontraba altamente desarrollada. La teoría de la exégesis francesa, que reducía los estudios
jurídicos al análisis de los textos legales fue la mejor expresión de esta tendencia. A fines de
ese siglo y a principios del siglo XX el positivismo jurídico completó esta idea pretendiendo para
el derecho el mismo nivel de certidumbre científica que tenían las ciencias naturales. Para ello,
al igual que se había hecho en las ciencias, había que separar al derecho de los debates
filosóficos, morales y políticos, que no tenían una forma científica de resolverse, significando
con esto que no había “certeza objetiva” posible para decidir en esos debates. Una vez
determinado que el derecho constituía exclusivamente un sistema de normas dictadas por el
Estado, podía alcanzarse la certidumbre necesaria para adquirir estatus científico. El
positivismo es, desde esta perspectiva, una tentativa (la última, creo yo) de practicar el
derecho con las mismas características de la investigación científica. La filosofía del derecho se
reducía a una teoría general del derecho (que es el nombre que todavía tiene en muchas
facultades), despojada de cuestiones morales y políticas, y el papel del científico del derecho,
el jurista, consistía en desentrañar el sentido de las normas dictadas por el Estado. Una vez que
la ontología del derecho quedaba limitada a “las normas”, podríamos adquirir un
conocimiento científico y objetivo de ellas, ya que constituían un objeto claro e identificable,
dejando de lado las cuestiones filosóficas opinables que –como sucede en cualquier ciencia
no forman parte de su temática.
El artículo de Alexy es difícil, diríamos áspero para quien se inicia en la materia. Utiliza
un vocabulario abstracto y preciso como es común en los teóricos alemanes. Carece de
ejemplos históricos o de la vida social y apenas tiene referencias a las teorías de otros
pensadores. Maneja conceptos y los relaciona entre sí de forma sistemática para exponer un
panorama de temas y discusiones de la filosofía del derecho. No se comprende a la primera
lectura y requiere, para quien no está iniciado, de una permanente consulta a la enciclopedia
para comprender mejor el significado de términos como análisis, síntesis, dimensión holística,
normatividad, círculo hermenéutico, precomprensión, tesis, necesidad, a priori, etc. No los
vamos a explicar aquí puesto que será tarea de ustedes buscar sus significados. Podríamos
resumir el artículo diciendo que la filosofía del derecho está permanentemente tensionada, al
igual que el propio derecho, entre la legalidad sostenida por la coerción estatal y la legitimidad
apoyada en criterios sociales difusos de corrección y justicia. Pero para llegar a esa conclusión,
y sobre todo para comprenderla, se requieren numerosos pasos conceptuales intermedios que
obligan a un estudio detallado del trabajo. La enseñanza de la filosofía no consiste tanto en
exponer qué dicen los filósofos, sino en procurar el aprendizaje de la lectura de textos
filosóficos. Y en este sentido el artículo de Alexy es de enorme utilidad.
En el contraste entre estos dos trabajos de filosofía del derecho podrá verse la
amplitud de las temáticas que apenas trataremos brevemente a lo largo de la materia. Su
lectura, y las necesarias reflexiones que acarreará, implican una primera inmersión de lleno en
estas aguas de la filosofía del derecho en las que esperamos que se aprenda a nadar.
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