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JOSÉ ARTIGAS

JEFE DE LOS ORIENTALES Y PROTECTOR DE LOS PUEBLOS LIBRES

Tomo I
Edicion oficial
2N01

EDUARDO ACEVEDO

JOSE ARTIGAS

SU OBRA CIVICA

ALEGATO HISTORICO

MONTEVIDEO
Imp. "Atenas." _ Cerro Largo, 1376

1950
ACEVEDO
100 NICASIO H. GARCÍA

Liso de la B

E1 pretérito imperfecto de indicativo de los verbos


de la conjugación, y el mismo tiempo del verbo ir,
se escriben con b.

hablaba cantabais ibas


estudiabais lavaba íbamos
lograban soñábamos ibais
entraba cavábamos iban
llorábamos

ir - iba

EJERCICIO

Conjugar en el tiempo pretérito imperfecto de indi-


cativo los siguientes verbos:

Yo iba cantar Nosotros íbamos


Tú ibas enseñar Vosotros ibais
EL iba cavar Ellos iban?
caminar
soñar
ir
lavar

Subrayar las terminaciones de los verbos conjugados.


PLAN CONCENTRICO DE ORTOGRAFIA 99

USO DE LA B
bubón bucólico bufo busto cubierta
bucal butaca , bujia busilis cubierto
bucle buzón bulbo buscapié búsqueda
búcaro bullicio burla cubo buscavidas
buzo buñuelo ' buril cúbico buscapleitos
budín buque bursátil cubilete cubicación
burro bufanda burbuja cuba cubismo
búfalo bufar buscar . Cuba cuboides
buche bufón cubil cúbito cubrecama
Se usa b en las palabras que empiezan por bu, bur,
bus, y después de la sílaba cu.

BUJIA CUBETA

DE CERVANTES

Todos procuran la paz del alma; pero no la


donde se halla.

La atención es el buril de la meamoría.

Es mejor .ser loado de los pocos sabios que


de los muchos necios.
Advertencia

La ley de homenaje e la personali-


dad del Dr. Eduardo Acevedo, que
sancionó la Asamblea General por ini-
ciativa del Poder Ejecutivo, ha dis-
puesto la impresión por el Estado de
su obra histórica sobre Amigas, cuyo
texto se reproduce a continuación.
Ley de Honores de la Asamblea General:

Mensaje del Poder Ejecutívo

Montevideo, 14 de enero de 1948.

A LA ASAMBLEA GENERAL.

Se ha cerrado e1 ciclo de una vida admirable por 1o


fecunda y digna. EL Dr. Eduardo Acevedo resume y com-
pendia casi un siglo de nuestra vida ciudadana. Toma
relieve su nombre ya en horas juveniles, junto a José
Pedro Varela, colaborando en la reforma escolar. Ahí
hunde sus raíces prestigiosas, la vida excepcional de este
hombre de perfiles históricos. Y luego sin un descanso, con
la serenidad de los iluminados, con la profundidad de los
genios, con la ilustración de los sabios, marcha envuelto
por los acontecimientos del País, como ardiente demole-
dor a veces, como escritor o periodista, como gobernante
o profesor, pero siempre dejando las huellas de sus mo-
dalidades de creador.
Hay tanta armonía en las líneas de su personalidad,
tanta limpieza y diafanidad en su conducta moral, tanto
equilibrio intelectual en toda su obra, que en esta hora,
--así lo estima el Poder Ejecutivo-, la Asamblea Gene-
ral y la República acogerán los homenajes propuestos con
la serena disposición que conquistan los grandes servido-
res de la Nación, que han luchado sin levantar pasiones
que reclamen e1 correr del tiempo, para justipreciarlas en
toda su extensión.
Debe ser lección tonificante para la juventud, por-
que evidencia que 1a austeridad, el esfuerzo y el talento
entregados a1 bien común, con ademán de pródigo, arre-
bata a la colectividad y 1a obliga a su reconocimiento.
El Poder Ejecutivo estima, como homenaje a su vida
ejemplar ya juzgada, que no debe, ni siquiera insinuar lo
que podría ser un apunte biográfico; pero no puede omi-
tir que sus anhelos de gobernante están consagrados en
leyes, que marcan una etapa en 1a historia del progreso
de la República.
Finalmente agrega que los homenajes extraordinarios
que propone por el proyecto adjunto, se ajustan en con-
ceptó del Poder Ejecutivo, a la excepcionalidad de 1a
figura del Dr. Eduardo Acevedo.
Saludo a 1a Asamblea General con las expresiones de
mi más distinguida consideración,

LUIS BATLLE BERRES, Alberto Zubiría, Ledo


Arroyo Torres, Francisco Forteza, Daniel
Castellanos, Luis Alberto Brause, Oscar Secco
Ellauri. ..

PROYECTO DE LEY

El Senado y la Cámara de Representantes de 1a ,R-2-


pública Oriental del Uruguay, reunidos en Asamblea Ge-
neral,

DECRETAN

Artículo 1' - Los restos del Dr. Eduardo Acevedo


serán inhumados en el Panteón Nacional.
Artículo 2° - El Ejército y 1a Marina rendirán hono-
res en el acto del sepelio con los pabellones de las unida-
des de guarnición de 1a capital con sus respectivas escoltas.
Artículo 3' - Autorizase a1 Poder Ejecutivo a dispo-
ner hasta de la suma de ciento veinte mil pesos ($120.000.00)
destinados a 1a reimpresión de sus obras.
E1 Ministerio de Instrucción Pública y Previsión So-
cial designará 1a persona o personas que han de encargarse
de la recopilación e impresión.
Artículo 4° - Los gastos del sepelio serán costeados
por el Tesoro Nacional.
Artículo 5° - Comuníquese, cte.

Alberto Zubiría, Ledo Arroyo Torres, Daniel Cas-


tellanos, Luis Alberto Brause, Francisco For-
teza, Oscar Secco Ellauri.

SEÑOR PRESIDENTE. - La Mesa tiene que comuni-


car al Senado que, en conocimiento del mensaje y pro-
yecto de ley del Poder Ejecutivo, convoco a la Comisión
de Constitución y Legislación que =.a presentado un
proyecto sustitutivo.
Léase.
(Se lee).

PROYECTO DE LEY

Artículo 1' - Tribútense honores de Presidente de la


República a los restos del Dr. Eduardo Acevedo.
Artículo 2' - Inscríbase su nombre en el frontispicio
de 1a Facultad de Agronomía.
Artículo 3' - Destinase hasta la cantidad de ciento
veinte mil pesos a la adquisición de los derechos, reim-
presión y difusión de su obra .José Artigas - Alegato
Histórico..
Artículo 4° - Los gastos del sepelio serán costeaaos
por e1 erario nacional.
Artículo 5' - Comuníquese, cte.
Sala de sesiones de la Cámara de Senadores, en Mon-
tevideo a 15 de enero de 1948.
Nombramiento de la Comisión Honoraría

MINISTERIO DE INSTRUCCION PUBLICA


Y PREVISION SOCIAL

Montevideo, 12 de enero de 1949.

Visto 1o dispuesto por e1 Art' 3' de 1a Ley de 15 de


enero de 1948, que destina hasta 1a cantidad de ciento
veinte mil pesos ($ 120.000.00), a 1a adquisición de los
derechos, reimpresión y difusión de 1a obra de don Eduar-
do Acevedo, titulada: =José Artigas - Alegato Histórico-.
Atento a que se considera necesario para 1a conse-
cución de los fines establecidos precedentemente, la de-
signación de una Comisión encargada de 1a publicación
de la obra citada;

E1 Presidente de la República,

DECRETA:

1' - Créase una Comisión encargada de 1a publicación


de la obra de don Eduardo Acevedo, titulada: .José Ami-
gas - Alegato Histórico=, a los fines del cumplimiento de
1o dispuesto por 1a ley de 15 de enero de 1948, 1a que estará
constituida por las siguientes personas: Doctor José An-
tonio Gallinal, Dres. Juan C. Gómez Haedo, Raúl E. Baeth-
gen, Eduardo J. Couture, Luis Bonavita y Sres. Arturo
Ricard y Edmundo Miller.
2" - E1 Ministerio de Instrucción Pública y Previsión
Social, dispondrá 1a forma de distribución, etc. de la refe-
rida publicación.
3° - Comuníquese, publíquese y archívese.

BATLLE BERRES, O. Secco Ellauri.


Nulla dies sine linea.
PLINIO
CAPITULO 1

PRELIMINARES

SUMARIO: Nuestras deficiencias históricas. Una iniciativa de la


Universidad. Los archivos públicas saqueados. El centenario de
la Revolución de Mayo y la rehabilitación de Artigas. Fuentes de
información de este alegato histórico. Los hechos, los documen-
tos y las tradiciones. Idólatras o adversarios frenéticos. Los es-
pañoles, los porteños y los portugueses atacan a Artigas y él
contesta a todos con el silencio. Las facciones internas y su
obra .destructora. San Martín y Bolívar ultrajados y persegui-
dos por sus conciudadanos. Los escritores extranjeros y sus in-
formaciones incompletas o fantásticas. Vacíos históricos inevi-
tables. El lenguaje agresivo de le época de la Revolución. Por qué
a Ártigas le suprimimos el grado de general y el nombre de
Gervasio.

Nuestras deficiencias históricas.

Refiere el doctor Lamas (=Colección de memorias y


documentos para la historia y la geografía de los pueblos
del Río de la Plata») que don Santiago Vázquez contra-
jo el compromiso de escribir todos los recuerdos de las
épocas notables en que le había tocado actuar. Pero lle-
garon, agrega, las angustias del mes de abril de 1846, que
sin mínima duda le precipitaron al sepulcro,' y apenas
pudo ocuparse de los apuntes biográficos de su hermano
el coronel Ventura Vázquez, sin dejarnos una sola línea
de sus propias memorias.
18 JOSÉ ARTIGAS

Cada día esperaba que el siguiente sería más tranqui-


lo, y de uno a otro día llegó el de la muerte, y el sepulcro
nos ocultó para siempre el tesoro de noticias y de explica-
ciones históricas que encerraba aquella cabeza privilegia-
da. Inmensas son las pérdidas de este género que hemos
sufrido, que sufrimos con frecuencia. En medio de la tor-
menta revolucionaria que aún nos sacude tan reciamente
y que ha despedazado o consumido los archivos públicos
o particulares, van desapareciendo también uno tras otro
los actores de nuestras grandes épocas, sin haber gozado
de la tranquilidad del hogar y .del espíritu, que muchos de
ellos esperaban para reducir a escritura los recuerdos, los
conocimientos y las lecciones de que eran depositarios.»
Poco hemos adelantado en los sesenta años transcurri-
dos desde la época en que escribía don Andrés Lamas.
La tranquilidad del espíritu continúa siendo el supremo
desiderátum de los orientales. Y en cuanto a reconstitu-
ción de archivos, la incurable despreocupación de nuestra
raza ha podido más que todos los esfuerzos encaminados
a promover el estudio del pasado.
En el programa de ampliaciones universitarias del pe-
ríodo 1904-1906, en que desempeñamos el rectorado, fi-
guran como resultado concreto de esos esfuerzos la crea-
ción de una =Revista Histórica», la compra de archivos
particulares y la organización de tres concursos, con pre-
mios pecuniarios de importancia, para la redacción de la
historia nacional.
Quedó incorporada la =Revista Histórica» a la ley de
presupuesto general de gastos, pero no así el resto del
plan, aunque aceptado en principio, por haber tocado a su
término la progresista presidencia del señor Batile y Or-
dóñez, que no escatimó a la Universidad nada de las in-
mensas cosas que le pidieron sus autoridades, y que ahí
quedan, para su eterno elogio, bajo forma de escuelas su-
periores de Agronomía y de Veterinaria, reforma de los
estudios de Medicina, creación de institutos científicos
de Química, Anatomía y Fisiología, ampliación conside-
PRELIMINARES 19
rable de los laboratorios y bibliotecas, fundación de becas
y bolsas de viaje para alumnos y profesores, contratación
de numerosos sabios extranjeros, adjudicación de fondos
con destino a la reorganización científica de todos los es-
tudios, y construcción de edificios apropiados para la Sec-
ción de Enseñanza Secundaria, para las Facultades de
Derecho y de Comercio, para la Escuela de Agronomía
y para la .Granja Modelo», de Sayago.
La misma =Revista Histórica» no pudo alcanzar la am-
plitud de su plan inicial. Había, efectivamente, el propósito
de organizar comisiones para la revisión y copia de.toda
la riquísima documentación relativa a nuestra historia, que
se encuentra diseminada en los archivos públicos y parti-
culares de la Argentina, Brasil, Paraguay, España e In-
glaterra. Se habían dado también instrucciones para la
organización de una biblioteca de historia americana, que
ni eso siquiera tenemos ni tendremos mientras no se pro-
duzca otra. oleada favorable a la gran causa de la. ense-
ñanza.
Escaso. tributo puede pedirse a nuestros archivos públi-
cos. Han sido saqueados en diversas épocas, a partir de
las postrimerías de febrero de 1815, en que las autorida-
des delegadas de Buenos Aires, antes de abandonar la pla-
za de Montevideo a las fuerzas artiguistas, embarcaron
para la otra, orilla lo que conceptuaron de interés¡ y.en se-
guida abrieron de par en par los depósitos de. expedientes
y papeles, para que el populacho robara y despedazara el,
tesoro de información histórica que allí había. Invoca-
mos el testimonio de don Pedro Feliciano Cavia, secreta-
rio de la gobernación porteña de Montevideo, en lo que se
refiere al embarque (.El protector nominal de los pueblos.
libres, don José Artigas») y el de los señores Dámaso La-
rrañaga y José R. Guerra (Apuntes históricos.), en lo que
se refiere al saqueo. .
20 JOSÉ ARTIGAS.

La rehabilitación de Artigas.

Se aproxima, entretanto, el centenario de la


dencia, y el más acentuado de los caracteres de
movimiento cívico continúa bajo la máscara de bandido
con que sus ilustres adversarios resolvieron exhibirlo
público apenas intentó hablar de constitución política
organización autonómica de las provincias, contra
y seña de la logia que concentraba en Buenos Aires
los resortes del poder.
Cuando el doctor Vicente F. López hizo el proceso
¡os generales San Martín y Guido, con motivo de
de los directorios de Pueyrredón y Rondeau bajo
sión del huracán artiguista de 1820, el. poeta Carlos
do y Spano tomó noblemente la defensa de su padre
(=Vindicación histórica,), invocando la ausencia
numentos que hablaran en su favor. Pero no creyó
sario ocuparse de las acusaciones de deslealtad
dirigidas contra el héroe de los Andes. «Que él
da en su caballo de bronce», se limitó a decir:
La misma excepción podrían oponer los panegiristas
de Artigas, si ya estuviera erigido el monumento que le
votó. la Cámara de Diputados correspondiente a la admi-
nistración Berro, en 29 de junio de 1862, con la prevención
de que no podría «pasar fuerza armada a la vista de la es-
tatua del protector de los pueblos libres, sin batir marcha
y echar armas al hombro.: Desde. sti caballo' de bronca,
el portaestandarte dé la idea republicana y de la confe-
deración. de todas las provincias del antiguo Virreinato en
una nacionalidad vigorosa y consciente de sus derechos,
se encargaría de abatir los fuegos de sus.ténaces detracto-
res de aquende' y allende el Plata -y dé córiquistarse mo-
numento más valioso a la admiración de la posteridad.
«Nos hallamos muy cerca de los sucesos, que como las
montañas sólo a la distancia se disciernen,, ha dicho el
autor de =Vindicación histórica,, refiriéndose a la actitud
PRELIMINARES. 21

asumida por el ejército de los Andes al huir del teatro da


la guerra civil y lanzarse contra los realistas del Perú,
cuando el Congreso de Tucumán y el Directorio caían he-
chos pedazos bajo los golpes de maza de las montoneras
artiguistas.
Sólo por efecto de esa proximidad y de prevenciones
que tardan en extinguirse, continúa el jefe de los orienta-
les arrastrando su cruz, sin que se hagan indiscutibles los
excepcionales títulos que lo recomiendan a la justicia his-
tórica.

Fuentes de información.

No pretendemos escribir la biografía de Artigas, ni


tampoco. redactar la historia del decenio 1810-1820, en
que su figura llena casi por completo el escenario político
del Río de la Plata.
Nuestro plan es más limitado, pero más eficaz para la
obra de reparación histórica, que consideramos urgente.
Sólo nos proponemos formular un alegato, con la trans-
cripción textual de todas las acusaciones y de todos los
elogios de que ha sido objeto Artigas y el examen de las
pruebas producidas.
Para realizar nuestro propósito, hemos tenido que po-
ner a contribución varias bibliotecas particulares, especial-
mente las de los señores, Luis Melian Lafinur, Mauricio
Llamas y Daniel García Acevedo, y los archivos y las bi-
bliotecas oficiales de ambas ciudades del Plata, pudiendo
así extractar las siguientes obras, aparte de numerosos
manuscritos de importancia:
Annals of the Congress of the United States:
1818: Archivo General de la Nación: Partes oficiales
documentos relativos a la independencia argentina.
vo de Santa Fe: Testimonios autenticados acerca
tigas, existentes en la Biblioteca de Montevideo.
de Montevideo. Archivos del general Laguna y de
Gabriel A. Pereira existentes en la Biblioteca de
22: JOSÉ ARTICAS

video, Joáo Armitage, «Historia do Brazil». Lucas Aya-


rragaray, «La anarquía argentina y el caudillismo». Fran-
cisco Acuña de Figueroa, «Diario histórico del sitio de
Montevideo». Anales.del Ateneo de Montevideo. Juan B.
Alberdi, obras completas.
British and Foreign State Papers, años 1817 a 1819.
Francisco Bauzá, «Historia de la.dominación española en
el Uruguay». Brackenridge, «Voyage to South America».
Francisco A. Berra, «Bosquejo histórico de la República
Oriental». Idem, «Estudio histórico acerca de la Repú-
blica Oriental». Barros Arana, «Compendio de la historia
de América».
«Colección de datos y documentos referentes a Misiones,
como parte integrante de la provincia de Corrientes, hecha
por una Comisión nombrada por el Gobierno de ella». Car-
los Calvo, «Anales históricos de la revolución de la Amé-
rica latina». Solano Constancio, «Historia do Brazil»: Ca-
via, «El protector nominal de los pueblos libres». Carranza
«Archivo General de la República Argentina». -
. .- General .Antonio Díaz, «Memorias inéditas». Coronel
Antonio Díaz, «Galería contemporánea». Isidoro De-Ma-
ría, «Compendia de la historia de la República Oriental».
Ferdinand Denis, «Resume de 1'histoire dé Buenos Aires,
du Paraguay et des provinces de la: Plata».
Uladislao.Frías; «Trabajos legislativos de las.primeras
Asambleas. argeitinas». Clemente Fregeiro, :Documentos
justificativos». Idem, «Éxodo del pueblo oriental»; -publi-
cado en los «Anales del Ateneo». Idem, «Bernardo Mon=
teagudo». Dean.Funes, «Ensayo -de la historia civil de
Buenos Aires, Tucumán y Paraguay». Dean Funes; «His-
toria de las Provincias Unidas del Río de la Plata, durante
los años 1816 a 1818>. Famin, «Chile,' Paraguay, Uru-
guay, Buenos Aires»..
«Gaceta de Buenos Aires». «Gaceta de Montevideo».
Carlos Guido y Spano, «Vindicación histórica». Ignacio
Garzón, «Crónica de Córdoba».
Urbano de Iriondo, «Apuntes 'para la historia de. lá
provincia de Santa Fe».
PRELIMINARES 23

Vizconde de San Leopoldo, «Annaes da provincia de


San Pedro». Andrés Lamas, «Colección de memorias y
documentos para la historia y la geografía de los pueblos
del Río de la Plata». Vicente F. López, «Historia de la
República. Argentina». Idem, «Refutación a las comproba-
ciones históricas». Idem, «Manual de la historia argenti-
na». Dámaso Larrañaga y José R. Guerra, <Apuntes his-
tóricos», -publicados en «La Semana» de 1857. Miguel
Lobo, «Historia General de las antiguas colonias hispano-
americanas». Larrazábal, «Vida y correspondencia del li-
bertador Bolívar». Lazaga, «Historia de. López». General
La Madrid, «Origen de los males y desgracias de las Re-
públicas del Plata». Lombroso, «Le crime politique et les
revolutions».
Mitre «Historia de San Martín». Idem, «Historia de
Belgrano». Idem, «Comprobaciones y Nuevas comproba-
ciones históricas». General Miller, «Memorias». Mariano
Moreno, «Escritos publicados por. el Ateneo de Buenos
Aires». Benigno Martínez, «Historia de la provincia de
Entre Ríos». Idem, «Apuntes históricos sobre la provin-
cia de Entre Ríos». Mantilla, «Patriotas correntinos».
Ignacio Núñez, «Noticias históricas de la República Ar-
gentina». Idem, «Noticias históricas, políticas y estadísti-
cas de las Provincias Unidas del Río de la Plata,.
Parish, «Buenos Aires y las Trovincias Unidas del Río
de la Plata». Mariano Pelliza, «Historia Argentina». Idem.
«Dorrego». General José María Paz, «Memorias póstu-
mas». José Presas «Memorias secretas de la princesa del
Brasil». A. D. de Pascual, «Apuntes históricos de la Re-
pública Oriental». Pereira da Silva, «Historia da funda-
Fáo do Imperio Brazileiro». Palomeque, «Orígenes de la
diplomacia argentina,. Antonio Pereira, «Las invasiones
inglesas». Idem, «Cosas de antaño». Idem, «El general Ar-
tigas ante la historia», por un oriental. Pradt, «Les sis
derniers mois de l'Amerique et du Brésil». Doctor Pérez
Castellano, «El Congreso de la capilla Maciel». «El Para.
guay independiente». Gabriel A. Pereira, «Corresponden-
cia confidencial y política».
24 JOSÉ ARTIGAS

Vicente G. Quesada, «La provincia de Corrientes..


Rengger y Longchamp, «Ensayo histórico sobre
volución del Paraguaya. Rodney and ;Graham, «The re-
port of the present state of the united provinces of
South America=. Carlos María Ramírez, «Artigas=. Idem,
«Juicio crítico del Bosquejo histórico del doctor Berra..
«La Revista de Buenos Aires=, por Navarro Viola y Que-
sada. «La Revista del Río de la Plata=, por Lamas, Ló-
pez y Gutiérrez. «Revista Trimensal do Instituto Histori-
co e Geographico Brazileiro=. Robertson, «Letters on
Soutla America.. Idem, «Letters on Paraguay=. «Revista
Histórica de la Universidad de Montevideo=. Ruiz More-
no, «Estudio sobre la vida del general Ramírez=. Ramos
Mejía, «El federalismo argentino=.
Juan Manuel de la Sota, «Historia del territorio orien-
tal del Uruguay=. Idem, «Cuadros históricos=. «Autobio-
grafía de don Joaquín Suárez.. Adolfo Saldías, «Historia
de la Confederación Argentina.. Idem, «La evolución re-
publicana durante la revolución argentina=: Susviela; «La
Junta de 1808,.
Mariano Torrente, «Historia de la revolución
americana=.
Vicuña Mackenna, «El ostracismo de los Carreras,.
Carlos A. Washburn, «Historia del: Paraguay=:
Zinny, «Historia de la prensa periódica de la Repúbli-
ca Oriental,, «La Gaceta de Buenos Aires,, «La Gaceta.
Mercantil de Buenos Aires,, =Bibliografía histórica de las
Provincias Unidas del Río de la Pláta=, «Historia de.los
gobernadores del Paraguay,, «Efeméridografía=.

Hechos y documentos.

«Así como la filosofía de la historia., dice el general


Mitre («Comprobaciones históricas,), «no puede escribirse
sin historia a que se aplique, ésta no puede escribirse sin
documentos que le den razón de ser, porque los documen-
tos, de cualquier género que sean, constituyen más que su
pRFT.TMTNARE$ 25

protoplasma, su substancia misma, como aquélla constituye


su esencia: ellos son los que los huesos, que dan consisten-
cia al cuerpo humano, y lo que los músculos al organismo
a que. imprimen movimiento vital: la carne que los viste y
la forma plástica que los reviste, esa es la historia, como el
sentido general o abstracto que de ella se desprende es su
filosofía. Un zapatero, valiéndose de una comparación ma-
terial del oficio, diría que el documento es a la historia lo
que la horma al zapato... Y cuando decimos documentos,
no nos referimos simplemente a textos desautorizados o
papeles aislados, sino a un conjunto de ellos que formen sis-
tema, que se correlacionen y contrasten entre sí, se expli-
quen o corrijan los unos a los otros -y presenten los linea-
niientos generales del gran cuadro que el dibujo y el colo-
rido complementarán=.
.Nuestra historia., agrega el mismo historiador, (.Nue-
vas. comprobaciones históricas-) .está plagada de errores
que no reconocen otro origen que la murmuración vulgar
de los contemporáneos, que ha sido acogida por la, tradi-
ción o incorporada a ella con menoscabo de la verdad..
Para el doctor Vicente F. López, el hecho tiene mayor
importancia que el documento (.Refutación a las com-
probaciones históricas=). Su obra fundamental se inspira,
sin embargo, en la doctrina de que la tradición es la fuen-
te más segura de las informaciones históricas y por ella se
deja guiar en narraciones maravillosamente escritas, .que
sólo tienen el defecto de borrar las fronteras entre la histo-
ria y la novela.
Sólo en un punto pusiéronse de acuerdo los ilustres
contendientes: (Carta del general Mitre al doctor López,
que el último inserta en su .Manual de la historia argenti-
na-): .Los dos; usted y yo, hemos tenido la misma predi-
lección por las grandes figuras y las mismas repulsiones
por los bárbaros desorganizadores. como Artigas, a quienes
hemos enterrado históricamente..
Volviendo a las divergencias relativas al criterio
rico, forzoso. es convenir que en esta cuestión
26 JOSE ARTIGAS.

tas otras, la verdad es la resultante de las doctrinas extre-


mas que se. disputan su monopolio. Los hechos, los docu-
mentos, las tradiciones comprobadas, constituyen la ma-
teria y la esencia de la historia, y el historiador tiene que
recurrir a esas tres fuentes dé información y de estudio. Si
hubiéramos de establecer una escala descendente de impor-
tancia, diríamos que el hecho histórico tiene la primacía
sobre los. demás, porque lo que se ha ejecutado en el des-
envolvimiento individual y social, es la exteriorización más
indiscutible y completa del hombre o de la sociedad de que
ese hecho emana. En segundo término, el documento, que
en, algunos casos da explicación al. hecho, poniendo de re-
lieve alcances, intenciones o propósitos, y que en otros su-
ple al hecho mismo y llena.el claro de lo que no ha podido
ejecutarse por la fatalidad de los sucesos. Y en último lu-
gar, las tradiciones, a condición de que los hechos o los
documentos les den base cierta o razonable, sin. la cual el
historiador está obligado a relegarlas al dominio de la le-
yenda.

El medio ambiente.

Para comprender. a César, ha escrito Lamartine; es ne-


cesario conocer la época de César:
Se- trata .de una verdad de. Perogrullo. _E1
obra.de su medio, y. aun cuando pueda alcanzar a-modifi-
carlo, y aveces lo modifica fundamentalmente, de
del escenario en que actúa resulta la explicación
bada e indiscutible de sus hechos propios y de su
misma..- . , . . ..
-Juzgándolo así, hemos destinado un capítulo:a la fija-
ción de las. grandes líneas de la época.de Ortigas: en toda
la -América del ;Sud,.y muy principalmente en el Río de la
Plata; limitándonos, .para no extender el. cuadro, a hechos
relativos a las principales acusaciones formuladas contra el
jefe de los orientales:. derramamiento de sangre,, confisca-
ciones de propiedades particulares, y. defraudación. de ren-
PRELIMINARES 27

tas aduaneras. Bastará, estamos persuadidos, la sencilla


comparación del. personaje y de su medio ambiente, para
que la figura de Artigas se agigante sin necesidad de co-
mentario alguno.

Arligas y su obra póstuma.

.Distinguir, hacer sentir en la vida de un hombre his-


tórico» -(dice el general Mitre, refiriéndose a Belgrano, en
sus =Comprobaciones históricas») asu acción póstuma y su
acción contemporánea, penetrándolo en su medio y dila-
tándolo. en su posteridad, es sin duda- una de las grandes
dificultades que presenta la ciencia histórica y que 'sólo
puede vencerse, valiéndonos de la máxima de nuestro crí-
tico, varias veces repetida, estudiando con cuidado los he-
chos e interpretándolos según el ánimo de que estuvieron
poseídos en vida, animados de un espíritu de que tal vez
ellos mismos no tuvieron plena conciencia».
Sólo Artigas queda colocado fuera de la ley. Su acción
póstuma, del doble punto de vista de la consagración del
régimen republicano y de la autonomía de las provincias
del Río de la Plata, dentro de una confederación verdade-
mente amplia y racional, permanece todavía negada o
discutida, gracias a la inhumación histórica de que se glo-
rían el general Mitre y el doctor López al darse la mano
en medio de ardorosa polémica.
Cuando todos los prohombres de la Revolución
yo eran centralistas y se inclinaban a la monarquía
convicción propia o por razones de circunstancias,
levantaba el estandarte republicano y señalaba
temporáneos con mano vigorosa el ejemplo de los
canos del Norte constituyendo una nacionalidad
descentralizada por la obra exclusiva del sufragio
Esa bandera fué recogida más tarde y paseada triun-
fante en todo el amplio territorio argentino, por los mismos
que la habían combatido en nombre de las ideas monár-
quicas o de las ideas unitarias. Artigas, «como el Cid, ha-
28 JOSÉ ARTIGAS

bía ganado después de muerto su gran batalla en la tierra


donde más se persiguió su nombre>, valga la frase de Jo-
sé G. Busto en una reunión patriótica celebrada el 26 de
julio de 1896 en favor del monumento que debe erigirse
.al servidor de la democracia y apóstol de la federación=.
Pero en la hora de la victoria política, la
iniciativa y de la persistencia del esfuerzo quedó
recrudeciendo en cambio el anatema contra =el bandido».
contra .el enchalecadorv, contra .el contrabandista=,
tra «el sanguinario montonero ajeno a toda idea
a tvdo sentimiento patriótico,.
Dos únicos nombres tiene inscriptos en letras de bron-
ce la pirámide de Mayo, y uno de ellos es el de Manuel
Artigas, el heroico oficial de la insurrección oriental de
1811, caído en el asalto y toma de San José. Se quiso
honrar la primera sangre derramada por el programa de
Mayo. Nada más justo. Pero aguardan igual honor la bata-
lla campal de las Piedras, la primera victoria de importan-
cia de la Revolución, y José Artigas, el. portaestandarte de
la idea republicana federal ya definitivamente incorporada
a la organización institucional de la República Argentina.

Artigas no contesta a sus acusadores.

.La mejor prueba de la grandeza de Salmerón=


bía .El Liberal. de Madrid al día siguiente de
del ilustre estadista español) =está en estas palabras:
tuvo sino idólatras o adversarios frenéticos..
Es una frase que refleja exactamente la situación de
Artigas en el Río de la Plata. E1 jefe de los orientales y
protector de los pueblos libres, sólo ha despertado efecti-
vamente idolatrías y odios intensos. Nadie le ha mirado
con frialdad. Pero ha habido una gruesa diferencia en fa-
vor de los adversarios furibundos: ellos monopolizaban en-
teramente el talento, la ilustración, la prensa periódica, los
folletos, los libros y las mismas tradiciones. Y como si
esas armas formidables no fueran suficientes, ocupaban el
PRELIMINARES 29

gobierno y daban a sus fallos y acusaciones el carácter


cial y respetable que más eficazmente podía influir
difusión y consagración por los contemporáneos y
teridad.
Tenía que luchar Artigas contra la inteligentísima
garquía monarquista que actuó casi sin solución
nuidad al frente del gobierno de las Provincias
del Río de la Plata, desde su ingreso en la escena
hasta que fué desalojado de ella; contra los españoles,
ejercían el gobierno de Montevideo y que después
derlo conservaron todos los resortes económicos
que podían dar autoridad a su palabra; contra los
gueses, que se habían trazado el plan de conquista
Provincia Oriental y que necesitaban justificar
ta con ayuda de propagandas apasionadas. Y contra
ellos luchó durante diez años, sin clases ilustradas
fendieran sus principios y rechazaran las acusaciones
caminadas a aislarlo de su medio.
Un bandido, un asesino, un contrabandista, no
vantar otra bandera que la.del saqueo y del asesinato,
todos los adversarios se unían en el propósito común
persuadir por medio de decretos, folletos, y tradicio-
nes, que Artigas vivía en un antro de corrupción
gre, comiéndose en el asador a los porteños, a los
les, a los portugueses y a sus propios compatriotas
dentes.
Lejos de defenderse, había adoptado la regla del silen-
cio, poseído de aquella ciega confianza en la integridad de
su conducta con que Guizot desafiaba a la oposición en las
Cámaras francesas: =por más que hagáis, no elevaréis vues-
tras injurias hasta la altura de mi desdén..
En carta al general Martín Güemes (.El Nacional Ar-
gentino» de 4 de marzo de 1860, Archivo Mitre; y «El Si-
glos de Montevideo de 23 de septiembre de 1900), decía
Artigas:
=El orden de los sucesos tiene más que calificado mi
carácter y mi decisión por el sistema que está cimentado
30 JOSÉ ARTIGAS

en hechos incontestables. No es extraño parta de ese prin-


cipio para dirigir a usted mis insinuaciones, cuando a la
distancia se desfiguran los sentimientos y la malicia no ha
dormitado siquiera para hacer vituperables los míos. Pero
el tiempo es el mejor testigo y él justificará ciertamente al
jefe de los orientales».
Andrés Artigas le refería desde Misiones los chismes
que corrían, y él contestaba en oficio de 27 de agosto de
1815 (Bauzá, «Historia de la Dominación Española=)
«Deje usted que l.ablen y prediquen contra mí. Esto ya
sabe que existía aún entre los que me conocían, cuanto más
entre los que no me conocen. Mis operaciones son más po-
derosas que sus palabras, y a pesar de suponerme el hom-
bre más criminal, yo no haré más que proporcionar a los
hombres los medios de su felicidad' y desterrar de ellos
aquella ignorancia que les hacía sufrir el más pesado yugo
de la tiranía. Seamos libres y seremos felices=.
En carta dirigida a Rivera el 17 de diciembre de 1814
acerca de la sublevación del regimiento de Blandengues en
Mercedes (Bauzá, «Historia de la Dominación Española»),
dice Artigas que ha derramado lágrimas con motivo de
ese suceso, y agrega:
«Usted no ignora que mi interés es el de todos los orien-
tales, y qué si los momentos de una convulsión fueran bas-
tantes a sofocar nuestros deberes, ya antes de ahora hubie-
ra desechado un puesto que no me produce sino azares.
Usted no lo ignora: pero la confianza que depositaron en
mí los paisanos para decidir su felicidad, es superior en mi
concepto a los contratiempos. Ella me empeña a superar
las dificultades y tirar el carro hasta donde (¿) me alcan-
cen las fuerzas. Tome de mí un ejemplo: obre y calle, que
al fin nuestras operaciones se regularán por el cálculo de
los prudentes=.
Fácil es comprender en estas condiciones por
vo la personalidad de Artigas ha sido execrada durante
gos años: mientras que los adversarios descargaban
sus baterías con el tremendo ardor que inspiran
PRELIMINARES 31

rras intestinas, el jefe de los orientales seguía en silencio la


lucha gigantesca, lleno de fe en la justicia de su causa y en
el éxito de su empuje.
Si hubiera vencido, en el triunfo habría encontrado su
instantánea rehabilitación histórica. Pero, cayó rendido
en los campos de batalla, y la leyenda del ogro cobró nue-
vos bríos y ya- pudo repetirse de boca en boca, sin que
nadie arriesgara una réplica.

Las facciones internas y su obra destructora.

.¿A quién podemos temer, sino a nosotros mismos?., se


preguntaba el deán Funes en su hermosa oración patrióti-
ca del 25 de mayo de. 1814, después de historiar los triun-
fos de las Provincias. Unidas del Río de la. Plata, entre
los que se destacaba la destrucción de la escuadra españo-
la por la flotilla del almirante Brown en las costas de Mon-
tevideo.
La frase, llena de justificada soberbia contra
español, resulta todavía más verdadera. dentro
y agitado teatro de la política interna, donde las
absorbentes que vigorizaba el poder público,: daban
todas las provincias y. creaban o destruían reputaciones
voluntad: ..
Contra San Martín.
Dice el doctor López (=Historia de la República Argen-
tina=), después de recordar. que en 1814 San Martín inicie
gestiones para que se le exonerase del mando del,ejército
de Tucumán y se le adjudicase; en cambio, la obscura go-
bernación de Mendoza: . .. ..
«Este puesto le ofrecía una ocasión, para salir
jo de las facciones argentinas cuyos hombres y;confusos
movimientos le inspiraban profundo tedio, mucho
to y' más que tedio y desaliento, muchísimo temor,
no había nacido para ésas turbulentas luchas; ni
con medios .de genio, de palabra y de.audacia para
y predominar sobre ellas. Sus cualidades y sus.talentos
32 JOSÉ ARTIGAS

rrían por otros senderos; y decían algunos que en


te desencanto estaba convencido de que se había
do desgraciadamente dejándose entusiasmar en Europa
la independencia de la tierra en que había nacido...
nas veces nos ha dicho el doctor Tagle a nosotros
«San Martín nunca le tuvo cariño ni afecto personal
nos Aires: nos tenía miedo y no se interesaba por
otros=.
Refiere Mitre (=Historia de San Martín=) que los ene-
migos del héroe de los Andes decían: =que éste se encon-
traba borracho al escribir el parte de la victoria de May-
pú. Imbéciles! estaba borracho de gloria! contestó Vicuña
Mackenna..
Dos cartas muy sugestivas transcribe el general Mitre.
Ambas están dirigidas por el general San Martín a don
Tomás Godoy, desde aquella obscura gobernación de Men-
doza en que se estaba incubando la gloriosa expedición al
Pacífico (.Historia de San Martín.):
=¿Con que los cordobeses están muy enfadados conmi-
go? (le dice a fines de 1815). ¡Paciencia! Ya había yo tenido
en esta varias cartas en que manifestaban sus disgustos. Lo
particular es que hayan sido escritas por sujetos de juicio
y luces; pero en unos términos capaces de exaltar otra con-
ciencia menos tranquila que la mía. ¡Ay! amigo. ¡Y cuánto
cuesta a los hombres de bien la libertad de su país! Bas-
te decir a usted que no en una sino en tres o cuatro cartas
se dice lo siguiente: Ustedes tienen en esa un jefe que no
lo conocen: él es ambicioso, cruel, ladrón y poco seguro en
la causa, pues hay fundadas sospechas de que haya sido
enviado por los españoles; la fuerza que con tanta rapidez
está levantando, no tiene otro objeto que oprimir a esa
provincia, para después hacerlo con las demás. Usted dirá
que me habré incomodado. Sí, mi amigo, un poco; pero des-
pués que llamé la reflexión en mi ayuda, hice lo que Dió-
genes: zambullirme en una tinaja de filosofía y decir: todo
esto es necesario que sufra el hombre público para que
esta nave llegue a puerto..
PRELIMINARES 33

=Las dos de usted de 29 de enero y 11 de febrero=, (ex-


presa San Martín a Godoy en febrero de 1816), .las recibí
juntas por el correo pasado: ellas me manifiestan el odio
cordial con que me favorecen los diputados de Buenos
Aires. La continuación hace maestros, así es que mi cora-
zón se va encalleciendo a los tiros de la maledicencia, y
para ser insensible a ellos, me he aforrado con la máxima
de Epicteto: «Si 1'on dit mal de toi et qu'il soit véritable
corrige-toi; si ce sont des mensonges, ris-en».
Tenían que encontrar y encontraron estas diatribas am-
biente favorable en el extranjero.
eCochranea, agrega el general Mitre, «ha insultado y
calumniado a San Martín en vida y en muerte, llamándo-
le ambicioso vulgar, tirano sanguinario, general inepto, hi-
pócrita, ladrón, borracho, embustero, egoísta y desertor de
sus banderas, tan cobarde como fanfarrón. San Martín,
protector del Perú, apostrofó a Cochrane por medio de sus
ministros como un defraudador asimilable en cierto modo
a los piratas, un detentador de los intereses públicos, un
traficante con la fuerza marítima de su mando, como un
verdadero criminal deshonrado por sus hechos; y por el
órgano autorizado de sus diplomáticos lo ha calificado ante
el gobierno de Chile como el hombre más perverso que
existiera en la tierra..
La publicación de las Memorias del almirante Cochra-
ne, dió base al «Times= de Londres de 13 de enero de
1859, para concretar el siguiente juicio:
«El bravo almirante prueba que San Martín, su compa-
ñero de armas, era un monstruo extraordinario. Decir que
era embustero, es nada. Con la gravedad más extraordina-
ria decía mentiras de una absurdidad palpable. Era al mis-
mo tiempo cobarde y fanfarrón, y totalmente incompetente,
que sin embargo- siempre consiguió salir bien y que hizo
peor que no hacer nada, traicionando todos los intereses
menos los suyos=.
«Así era juzgado diez años después de su muerte, por
el primer diario del mundo, el primer capitán sudamerica-
34 JOSÉ ARTIGAS

no y uno de los más grandes caracteres de la revolució


la independencia del Nuevo Mundo=.
Sin la obra previa de las facciones internas,
despedazado a San Martín, ¿se habría atrevido el
miento extranjero a incubar tamañas herejías?
Continuemos nuestro extracto.
Después de la conferencia de Guayaquil (Mitre, «His-
toria de San Martín-), el general San Martín resolvió eli-
minarse del Perú, dirigiendo con tal motivo una carta a
Bolívar en que le dejaba el teatro, persuadido de que de
otro modo no prestaría su cooperación para terminar la
lucha. E1 20 de septiembre de 1822 se instaló el primer
Congreso constituyente del Perú, y San Martín se despojó
del mando y se embarcó para Chile, donde encontró .que
su nombre era execrado como el de un verdugo=.
Cuando llegó a Chile, el gobierno de O'Higgins bambo-
leaba. San Martín experimentó allí un vómito de sangre,
que lo postró en cama dos meses. Al separarse del Perú,
cuyo tesoro le acusaban sus enemigos de haber robado,
sacó por todo caudal 120 onzas de oro. Contaba en Chile
para subsistir con la chacra que le había donado el Estado.
El gobierno del Perú, noticioso de su indigencia, le mandó
dos mil pesos a cuenta de sueldos y con esa suma pudo
pasar a Mendoza. Oh! Quanto e triste!, exclama con el
poeta, el general Mitre.
A principios de 1823 llegó a Mendoza, llevando allí
la vida de un pobre chacarero. En carta a O'Higgins de
1" de marzo de 1823 le decía: «Se me asegura que el
mismo día que usted dejó el mando, se envió una partida
para mi aprehensión. No puedo creer semejante procedi-
miento; sin embargo, desearía saberlo para presentarme en
Santiago, aunque después me muriese, y responder a los
cargos que quisieran hacerme=.
De Mendoza pasó a Buenos Aires, =donde fue recibido
por el menosprecio y la indiferencia pública=. A fines de
1823 tomó a su hija y se dirigió silenciosamente al des-
tierro.
PRELIMINARES
35

Cinco años después emprendió viaje de regreso, arri-


bando a Buenos Aires el 12 de febrero de 1829, ani-
versario de las batallas de San Lorenzo y Chacabuco. Fué
recibido con un enuncio en la prensa, en que se expresaba
que volvía a la patria a raíz de saber que se había hecho la
paz con el Brasil!
En sus «Nuevas comprobaciones históricas», da Mitre
esta nota final:
«En 1841 la memoria de San Martín estaba obscuro-
cida en Chile, y si acaso se recordaba era con odio y des-
precio, como por muchos años lo fué en la tierra de su
nacimiento, que lo calificó de desertor y cobarde en los
periódicos, después de llamarlo ebrio y ladrón en sus pan-
fletos».
Repelido por el ambiente de la patria, el vencedor de
Chacabuco se fué a morir a Europa, manteniendo siempre
viva su vieja energía contra el dominador extranjero y su
profunda aversión al partidismo local.
Dígalo la clásula tercera de su testamento de 23 de
enero de 1844 (Saldías, =Historia de la Confederación
Argentina»)
«El sable que me ha acompañado en la guerra de la
independencia de la América del Sud, le será entregado al
general de la República Argentina, don Juan Manuel de
Rosas, como una prueba de la satisfacción que como ar-
gentino he tenido al ver la fírmeza con que ha sostenido
el honor de la República contra las injustas pretensiones
de los extranjeros que trataban de humillarla».
Cuando San Martín escribía esa cláusula, ya
taba nadando en su mar de sangre y de subversiones
titucionales, y estaban proscriptos de Buenos Aires
aquellos ilustres unitarios que habían repelido
los Andes, por su resistencia a embanderarse en
civil y a sacrificar energías que en su concepto
servarse contra el usurpador extranjero.
36 JOSÉ ARTIGAS

Contra Bolívar.
Bolívar es otro gran proscripto de la Revolución
ricana.
Vayan estos extractos como testimonios indicativos de
su consagración a la causa general y de su altruismo
patriótico (Larrazábal, =Vida y correspondencia del liber-
tador Bolívar=)
Dirigiéndose al general Santa Cruz:
=Primero el suela nativo que nada, general; él ha for-
mado con sus elementos nuestro sér; nuestra vida no es
otra cosa que la herencia de nuestro pobre país; allí se en-
cuentran los testigos de nuestro nacimiento, los creadores
de nuestra existencia y los que nos han dado alma por la
educación: los sepulcros de nuestros padres yacen allí y
nos reclaman seguridad y reposo; todo nos recuerda un
deber, todo nos excita a sentimientos tiernos y memorias
deliciosas: allí fué el teatro de nuestra inocencia, de nues-
tros primeros amores, de nuestras primeras sensaciones y
de cuanto nos ha formado. ¿Qué títulos más sagrados al
amor y á la consagración? Sí, general; sirvamos a la patria
nativa, y después de este deber coloquemos los demás..
«Quisiera tener>, dijo en otra oportunidad, =una fortu-
na material que dar a cada colombiano; pero no tengo nada.
No tengo más que un corazón para amarlos, y una espada
para defenderlos=.
A1 Congreso constituyente de 1830, pidiéndole
mita su renuncia:
«Si un hombre fuera necesario para sostener el Estado,
ese Estado no debería existir, y al fin no existiría=.
Al general O'Leary, reprobándole la idea de establecer
un trono en Colombia.
«Yo no concibo que sea posible siquiera establecer
reino en un país que es constitucionalmente democrátic
porque las clases inferiores y las más numerosas,
esta prerrogativa con derechos incontestables. La
legal es indispensable donde hay desigualdad física,
corregir en cierto modo la injusticia de la naturaleza
PRELIMINARES 37

A1 general Sucre, después de la victoria de


Mientras exista Ayacucho se tendrá presente
bre del general Sucre: él durará tanto como el tiempo». A
la vez se dirigía a los colombianos en estos términos: «La
América del Sud está cubierta de los trofeos de nuestro
valor; pero Ayacucho, semejante al Chimborazo, levanta
su cabeza erguida sobre todos». En la gran revista militar
que hubo a raíz de la batalla de Junín, los dos héroes se
saludaron en forma memorable. =Bajo la dirección del
libertador, dijo Sucre, sólo la victoria podemos esperar=.
«Para saber que debo vencer, contestó Bolívar, basta co-
nocer a los que me rodean».
Véase ahora el resultado de tanto desprendimiento:
El gran mariscal de Ayacucho, víctima de las faccio-
nes internas, murió asesinado el 4 de junio de 1830. «Yo
pienso», decía Bolívar en carta al general Flores, «que la
mira de este crimen ha sido privar a la patria de un suce-
sor mío=.
Ya la tormenta estaba desencadenada. Varias voces se
alzaron en el Congreso de Venezuela para procesar a Bo-
lívar y pedir su expulsión, como condición sine qua non
para entablar relaciones con el gobierno de Bogotá. Y así
lo votó finalmente el Congreso, declarando que mientras el
libertador pisara territorio de Colombia, no habría tran-
sacción posible.
La prensa de Venezuela, desatada ya y sin reatos,
feraba contra «el tirano», contra «el ambicioso»,
«el hipócrita insigne».
Bolívar tuvo entonces que alejarse. Su despedida a los
colombianos de 10 de diciembre de 1830, era un llamado a
la concordia y una protesta contra las facciones. «He
sido víctima de mis perseguidores, que me han- conducido
a las puertas del sepulcro= ... «Si mi muerte contribuye a
que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré
tranquilo al sepulcro».
No sobrevivió una semana a esa despedida. Durante
agonía, martirizado por la obsesión de las persecuciones
38 JOSÉ ARTIGAS

que iniciaban sus compatriotas, decía al fiel sirviente que


velaba su lecho de muerte:
«José, vámonos, que de aquí nos echan... ¿dónde ire-
mos?»
Contra Artigas.
Basta de grandes injusticias. Sólo hemos querido
ficar que si las facciones internas despedazaban
Martín y a Bolívar, cuyas ideas políticas coincidían
ramente con las de sus compatriotas del gobierno
clases dirigentes, ¿cómo no había de ser estrangulado
tigas, el apóstol del régimen republicano federal,
oligarquía monarquista que actuó casi sin solución
tinuidad en el gobierno de las Provincias Unidas
de la Plata, desde 1810 hasta 1820?

El complemento de la ignorancia.

A la tarea destructora de las facciones internas, hay


que agregar en todo lo que se refiere a los períodos culmi-
nantes de la Revolución americana, el factor de la ignoran-
cia, que llena de lagunas de sus relatos pseudo-históricos,
con invenciones o fábulas, cuando no con el veneno de
prevenciones que tienen su raíz en el antagonismo de ideas
fundamentales.
Habla Pradt (=Les six derniers mois de 1'Amerique et
du Brésil») de los diarios europeos y de sus infor-
maciones sobre la guerra de la independencia americana:
«Si se va a creer lo que ellos dicen, todos los que pelean
en América son bandidos, aventureros, hombres que fal-
tan al honor y al deber y que comprometen la honra de
su país».
Un folletinista de «El Nacional» de Montevideo se en-
cargó a principios de abril de 1845, de agrupar en un es-
tudio muy interesante diversas noticias e informaciones
acerca de la República Oriental, para demostrar lo mucho
que debe desconfiarse de los libros y publicaciones ex-
tranjeras. He aquí algunos casos notables:
PRELIMINARES 39

a) El poeta chileno Matta publicó en =El Mercurio=


de Valparaíso sus impresiones de viaje. Al describir las
costas de Maldonado, asegura el distinguido viajero que él
pudo vera mediodía y por sus propios ojos, tal era la pro-
ximidad de la tierra, tres islas, que eran la isla de Mal-
donado, la isla de Pan de Azúcar y la isla de las Ani-
mas!
b) Ante la Cámara de Diputados de Francia, expresó
Lamartine (debates de 1841) que en Montevideo slas re-
voluciones se suceden como los millones de insectos que
cría el suelo y que nacen y mueren en un día». Podría
decirse en este caso, que simplemente se exagera un hecho
patológico cierto. Pero la exageración es tan enorme, que
ella también atraviesa las fronteras de la fantasía en que
escribía el poeta Matta.
c) Cierto libro, afirma que los caminos de la Banda
Oriental están llenos de animales feroces, y para satisfacer
la curiosidad de sus lectores los enumera prolijamente. En
la lista, figuran los leones, los tigres y los cocodrilos.
d) Otro libro clasifica en estas cuatro categorías a los
habitantes de la Banda Oriental, que va definiendo una
por una para que la confusión no sea posible: Montoneros,
que son unos hombres llamados así porque proceden de
unas montañas en que viven y de donde salen para efec-
tuar sus correrías en los llanos; gauchos, que son unos
nuevos centauros; peones, como así se llama a los oriundos
del Paraguay, que vienen a ocuparse de los trabajos de
campo: y finalmente, indios.
Don Juan Manuel de la Sota (=Historia del territorio
oriental») defiende a los charrúas de las acusaciones de
canibalismo, en una forma que conviene reproducir, por-
que ella también denuncia la extrema facilidad con que
pasan como un evangelio las informaciones extranjeras
más graves.
aSe les ha atribuído, dice, el ser antropófagos por la
muerte de Juan Díaz de. Solís, a quien devoraron; pero
esto no prueba que fuera un hábito en ellos. Ruy Díaz
40 JOSÉ ARTIGAS

de Guzmán en su «Argentina», dice que se mantenían de la


caza y de la pesca, y que aunque eran terribles en las con-
tiendas, eran humanos con los vencidos: igualmente lo re-
fiere Centenera. El hecho aislado de Solís y sus compañe-
ros, no es bastante para clasificarlos de caribes. Los españo-
les civilizados y en el presente sigla de ilustración, sin te-
ner tal hábito acaban de efectuar igual atrocidad en la per-
sona del general O'Donnell, y esto ha sucedido en la capi-
tal de Cataluña=.
Y agrega el autor en una nota ilustrativa que va al
pie: «En «El Estandarte Nacional= de esta capital, de
21 de abril de 1836, se dió a luz un párrafo de carta
de un corresponsal al Morning Cronicle que decía así:
«Nadie habla de los asesinos del día 4, de los asesinos de
presos, todavía no procesados. Las clases más elevadas, las
mismas señoras, consideran un acto patriótico el comer la
carne de O'Donnell. Por esto veréis que las clases pobres y
,no.educadas, no son aquí las I.iás despreciables, y debo
agregar que yo mismo vi algunas personas comer la carne
de O'Donnell después de haberle cortado la cabeza y los
:pies. Confieso que la pluma inglesa no dejará de marcar
con el sello de la ignominia a los caníbales de ambas cla-
ses; la población que gobierna y la que se educa».

El lenguaje de la época.

Es otro elemento de juicio que obliga a destarar mucho


de lo que acumulan las notas y publicaciones de la época
contra los adversarios permanentes u ocasionales de los
gobiernos de Buenos Aires.
Léase en prueba de ello el editorial de «La Gaceta de
Buenos Aires» de 6 de septiembre de 1810, obra de la
ilustrada pluma del doctor Mariano Moreno, a quien todos
los historiadores argentinos llaman el numen de la Revolu-
ción de Mayo. Ocupándose del presidente de Charcas, que
acababa de desarmar a los patricios de la guarnición de la
plaza y de condenarlos al trabajo, dice:
PRELIMINARES 41

=Este vejamen inaudito ha sido un desahogo propio del


soez, del incivil, del indecente viejo Nieto. Este hombre as-
queroso, que ha dejado en todos los pueblos de la carrera
profundas impresiones de su inmundicia, se distingue en la
exaltación por una petulancia y osadía que nada tienen
igual sino el abatimiento y bajeza con que se conduce en
los peligros.
«Todos reconocemos a un mismo monarca, guardamos
un mismo culto, tenemos unas mismas costumbres, ob-
servamos unas mismas leyes, nos unen los estrechos
vínculos de la sangre y de todo género de relaciones:
¿por qué, pues, pretenden los déspotas dividirnos? Si su
causa es justa, ¿por qué temer que los pueblos la examinen?
Si nuestras pretensiones son injuriosas a los demás pue-
blos, ¿por qué impiden que éstos se impongan en ellas?
Abrase la comunicación, déjese votar a los pueblos libre-
mente, consúltese su voluntad, examínense los derechos de
la América, consúltese por medios pacíficos la ruta segura
que deben seguir en las desgracias de España, y entonces
retiraremos nuestras tropas, y la razón libre de prestigios
y temores será el único juez de nuestras controversias. Pe-
ro si las hostilidades de los mandones continúan, conti-
nuará igualmente la expedición, libertará a los patriotas
peruanos de la opresión que padecen, y purgando al Perú
de algunos monstruos grandes que lo infestan, será llama-
do por nuestros hijos la expedición de Teseo».

Ni general, ni Gervasio.

Sorprenderá a muchos el títuto de este alegato. En vez


del general José Gervasio Artigas de casi toda nuestra
documentación contemporánea, José Artigas, a secas.
Es que el Gervasio, aunque incluido en la partida de
bautismo de Artigas, jamás fué usado por éste. Millar°S
de oficios y cartas publicados en ambas márgenes del
Plata o que permanecen inéditos en los archivos públicos
y particulares, suscritos por Artigas o relativos a él, prue-
42 JOSÉ ARTIGAS

han irrecusablemente que se trata de una agregación pós-


tuma, que sólo tiene el mérito de afear el nombre del per-
sonaje. Apenas en dos o tres documentos de la época hemos
visto figurar ambos nombres.
En cuanto al generalato, aunque era corrientemente
usado en el período de la independencia, por diversas
cunstancias carece de valor y hasta de significado
rico.
El último nombramiento dado por la Junta Gubernati-
va de Buenos Aires, es el de coronel. El Cabildo de Monte-
video le confirió el de «capitán general de la Provincia
bajo el título de protector y patrono de la libertad de los
pueblos», mediante acuerdo del 25 de abril de 1815. Pero
Artigas no aceptó tal distinción. En oficio datado en Puri-
ficación el 24 de febrero de 1816, reprochándole al Cabildo
su afición por los honores, se expresaba en estos hermosos
términos:
=Los títulos son los fantasmas de los Estados y sobra
a esa ilustre corporación tener la gloria de sostener su li-
bertad. Enseñemos a los paisanos a ser virtuosos. Por lo
mismo, he conservado hasta el presente el título de un
simple ciudadano, sin aceptar la honra con que el año pa-
sado me distinguió el Cabildo que V.S. representa. Día
vendrá en que los hombres se penetren de sus deberes y
sancionen con escrupulosidad lo más interesante al bien
de la provincia y honor de sus conciudadanos».
Por otra parte, la obra de Artigas es ante todo de
ciudadano. Fué militar porque era necesario que alguien
mandara los ejércitos, pero su tarea es fundamentalmente
cívica, de propaganda de ideales, de elaboración de carac-
teres y de formación de pueblos.
CAPITULO 11

EL PROCESO ARTIGUISTA.
CARGOS Y ACUSACIONES.

SUMARIOS Cavia. Porqué se ocultó bajo el anónimo. Razones deter-


minantes de la publicación de su libelo. Sus fuentes. Rengger y
Longchamp. Itinerario del viaje. El general Millar. Su aleja-
miento del teatro en que actuaba Artigas. Los enchalecamientos
y su única tradición en el Río de la Plata. Juicio de don Ma-
riano Torrente acerca de Artigas. Proclamas acusatorias del
general Vigodet. Apreciaciones de los escritores portugueses
Pereira da Silva, Almirante Sena Pereira y Antonio Deodoro
de Pascual. Acusaciones lanzadas por el dictador Rancia.
Un diplomático furibundo: el ministro norteamericano 4Vash-
burn. E1 cónsul francés Famin y sus juicios sobre Artigas.
Apreciaciones del coronel Antonio Díaz (hijo). Los historiado-
res argentinos. Mitre: sus juicios sobre Artigas y sobre la época
de su actuación. López: confesión de su parcialidad apasiona-
da. Berra y su criterio para apreciar a Artigas. El federa-
lismo y Artigas según Ramos Mejía. El juicio de Alejandro
Dumas. Locos y alcoholistas: Artigas y sus subalternos juzgados
por Lombroso. ¿Qué fundamento tienen las acusaciones for-
muladas en este capítulo? La tradición del Río de la Plata y
Artigas.

Cavia y su libelo.

«Al arma, al arma, seres racionales, contra este nuevo


caribe, destructor de la especie humana».
Así termina el libelo infamatorio que apareció en 1818
bajo el título de «El protector nominal de los pueblos
44 JOSÉ ARTIGAS

libres, don José Artigas, clasificado por el amigo del


orden=.
Constituye el eje del proceso artiguista, como
todos y cada uno de los detractores del jefe de
tales, han ido a buscar allí su bagaje histórico
criterio para apreciar los sucesos.
¿Por qué el autor se ocultó bajo el anónimo, en vez de
prestigiar el libelo con su firma? Es la pregunta que aso-
ma a los labios en presencia de la enormidad de las acu-
saciones amontonadas en ese folleto famoso, que Artigas
debió conocer en lo más álgido de su compaña contra los
portugueses, cuando su estudiado plan de contestar con el
silencio las oleadas de diatribas que salían de Buenos Ai-
res se encontraba justificado más que nunca por gravísi-
mos desastres militares que absorbían la totalidad de su
tiempo y todas las energías de su espíritu.
En los comienzos del segundo sitio de Montevideo, Ar-
tigas exigió y obtuvo como condición para incorporar sus
fuerzas a las de Rondeau, que fueran expulsados de la
Banda Oriental don Manuel de Sarratea, su secretario
don' Pedro Feliciano Cavia y otras personas que habían
provocado la desorganización del campamento oriental del
Ayuí, causando con ello agravios personales que debían
estallar y estallaron en el momento oportuno. Cavia era,
además, oficial mayor del Ministerio de Gobierno de Puey-
rredón al tiempo de la aparición del folleto, y tanto por
la importancia del empleo como por estar encabezando
aquel gobernante la campaña combinada de portugueses y
argentinos contra Artigas, la ocultación del nombre del au-
tor resultaba impuesta por elementales razones de habili-
dad y hasta de decoro personal y político.
Determinadas las razones del anónimo, ¿qué se proponía
el gobierno argentino al procesar públicamente a Artigas?
La aparición del folleto de Cavia coincidió con la llega-
da al puerto de Buenos Aires de la fragata norteamerica-
na aCongress=, en que venían los agentes que el gobierno
de la Unión enviaba para saber si podía o no proceder al
reconocimiento de la independencia de las provincias del
CARGOS Y ACUSACIONES 45

Río de la Plata, que estaba gestionando con ahínco el di-


rectorio de Pueyrredón. Había un interés palpitante en
hundir y desautorizar a Artigas, para que la causa de las
provincias no apareciera diseminadas en varias manos, como
en realidad lo estaba y como verdaderamente lo compren-
dieron los estadistas norteamericanos en el debate parla-
mentario del mismo año 1818, de que nos ocuparemos en el
subsiguiente capítulo. Tal es la opinión que el doctor Bar-
bagelata emite en la =Revista Histórica de la Universidad
de Montevideo.
Son otras, sin embargo, las circunstancias que invoca el
libelista, al prevenir en un párrafo de su opúsculo, que
acaba de enviarse una expedición militara Entre Ríos
para desbaratar la influencia artiguista; que el jefe de los
orientales había respondido con una declaración de guerra;
que las demás provincias sometidas a la dirección del pro-
tector, podían contar con el auxilio militar de Buenos Ai-
res si resolvían imitar a Entre Ríos. Admitida esta expli-
cación, que también es muy razonable, el opúsculo resul-
taría un instrumento de circunstancias para destruir el po-
der de Artigas en las provincias argentinas.
Afirma Zinny en su «Efeméridografía=, que el opúsculo
fué .formado en vista de los documentos de los archivos
de Montevideo, que el señor Cavia, como escribano de go-
bierno que había sido, tuvo ocasión de hojear. Esta cir-
cunstancia, agregada a la de haber sido contemporáneo y
compatriota de aquél, hace que la vida licenciosa del céle-
bre caudillo haya sido descrita por Cavia en su verdade-
ra luz=.
Otros escritores argentinos llaman corrientemente al li-
belista «distinguido hijo de Montevideo=.
La documentación a que Zinny se refiere debería
contrarse en Buenos Aires o en Montevideo. Y sin
bargo, en ninguno de los archivos oficiales del
Plata existe la más remota prueba de las acusaciones
muladas contra el jefe de los orientales. Salta
por otra parte, que si el libelista hubiera tenido
46 JOSÉ ARTIGAS

nios en qué apoyarse, no se hubiera limitado a estampar


simples afirmaciones suyas.
En cuanto a la nacionalidad, Carlos María Ramírez
la ha puesto de manifiesto en forma concluyente («Arti-
gas=):
.Tenemos a la vista, dice el doctor Ramírez, un folleto ti-
tulado «Recurso al tribunal supremo de la opinón públi-
ca, que le dirige el ciudadano argentino don Pedro Feli-
ciano Cavia, residente en esta Capital.-Montevideo. «Im-
prenta Oriental»- Año 1838=.-Tiene por objeto replicar a
un párrafo de un manifiesto del general Santa Cruz, Presi-
dente de Bolivia, el cual contestando a otro manifiesto de
Rosas, declaraba que si en 1833 no había querido recibir
como Encargado de Negocios de la Confederación Argen-
tina al señor Cavia, debíase entre otras razones a que
eran célebres sus intrigas, conocido su temple insultante
y revoltoso, etc.=.
«A mediados de julio de 1810» (expresa Cavia en dicho
folleto) «emigré de esta ciudad en que ya estaba avecindado,
a Buenos Aires, mi patria.... Desempeñé en Buenos Ai-
res, desde principios del año 1817 hasta la caída del Di-
rectorio general en 1819, la plaza de oficial mayor se-
gundo del Ministerio de Gobierno y Relaciones Exterio-
res».
Años después, como redactor de «La Gaceta Mercan-
til» de Buenos Aires, puso Cavia su pluma al servicio del
gobierno de Rosas. En el número correspondiente al 27
de abril de 1844, escribió bajo su firma una réplica a «El
Nacional» de Montevideo, reveladora de su temple moral.
«Es en estos transportes de patriótica exaltación», decía,
«que desearía ver en mi patria un vasto cementerio en que
ya estuviesen reunidos los restos de los salvajes unitarios
que existen en Montevideo y los del audaz extranjero que
ha prohijado su inicua causa. ¡Oh! No habrá paz en estos
bellos países mientras no llegue aquel caso, y que el tran-
seunte lea en la portada del cementerio magno: aquí yacen
la que fué secta unitaria y sus infames coligados».
CARGOS Y ACUSACIONES 47

A lo que «E1 Nacional= de 8 de mayo de 1844


testó:
«Los que se han hallado en Buenos Aires en la
en que Cavia ha sido escritor de periódicos, saben
recetado de estos cementerios magnos a todos los
en que ha estado dividida la población, y si la
videncia hubiera accedido a sus votos, toda la
Buenos Aires estaría ya reunida en el cementerio

Artigas durante el coloniaje.

La inmensa repercusión que ha tenido el libelo de Ca-


via, repetido después con pequeñas variantes por casi to-
dos los historiadores, nos obliga a emprender un extracto
circunstanciado de su contenido.
=¿Quién es este hombre turbulento que hace tiempo
está fijando la atención del orbe pensador? ¿cuáles son los
medios de que tan fructuosamente se ha valido para obtener
y conservar sobre algunos pueblos esa influencia que al-
gún día pudo creerse establecida aun a prueba de la in-
constancia de las cosas humanas? ¿Qué resultados ha pro-
ducido y traerá al sistema de la América esa doctrina anti-
social que predica con tanto descaro? Y ¿qué remedio po-
drá encontrarse a los males que se dejan entrever, si fe-
cundiza la perniciosa simiente de esas máximas esparcidas
con escándalo en el feraz territorio de las Provincias Uni-
das?»
Después de este preámbulo, que denuncia el enorme
prestigio del jefe de los orientales, vienen seis
capítulos de acusaciones furibundas.
En su juventud, empieza diciendo Cavia, abandonó Ja
casa paterna y se internó en la campaña, donde «bien
pronto se hizo famoso por crímenes horribles. Su nom-
bradía no tardó en proporcionarle dignos compañeros. Des-
colló entre todos, y su elevación al rango de caudillo fué el
premio de sus primeros ensayos. Capitán de bandidos, jefe
de changadores y contrabandistas, ocupó todas las plazas
en el rol de la iniquidad».
48 JOSÉ ARTLGAS

¿Cuál es la documentación del libelista?


En los archivos de Montevideo, dice, se conservan
timonios de las depredaciones, de las resistencias
ticia, asesinatos y maldades de toda especie de
de bandoleros que acaudilló Artigas durante los
años de que consta este período de su vida licenciosa.
Más adelante, habla Cavia de las juntas de guerra
celebraron las autoridades de Montevideo en 1810
formular su campaña contra la Junta Gubernativa,
«Las actas originales deben encontrarse en esta
entre los papeles del Archiva de la Secretaría
no de Montevideo, que se pasaron aquí el año 1815
do se evacuó aquella plaza=. Es una denuncia que
mula con pleno conocimiento de causa, puesto que
desempeñó la secretaría de la gobernación porteña
tuida en Montevideo después de 13 rendición de
según resulta de la documentación del Archivo General
la Nación. Argentina, (Consta en el mismo Archivo
agosto de 1814, Cavia pidió y obtuvo autorización
bierno de Buenos Aires, para suprimir el apellido
que hasta entonces había usado. Hacemos notar el
por las dudas a que pudiera dar origen el cambio
en la firma).
Quiere decir, pues, que el terrible detractor
después de haber tenido a la mano todo el archivo
tal, como secretario de la administración porteña
se encargó de conducir lo más esencial de ese archivo
Buenos Aires; y que en consecuencia, si él no ha
do pruebas concretas, ni tampoco las exhiben sus
nuadores, es sencillamente, como ya lo hemos dicho,
que tales pruebas jamás han existido.
Sigamos la narración del libelo.
En 1797, el Virrey interino Olaguer Feliú propuso
la Corte de Madrid la creación de un regimiento
dengues en la frontera de Montevideo. «Sin temeridad
puede afirmarse que la necesidad de escarmentar
.losé Artigas y sus camaradas, tenía la mayor parte
CARGOS Y ACUSACIONES 49

proyecto de organizar aquella fuerza». Entonces


de Artigas demuestra al Virrey que su hijo podía
grandes servicios en el regimiento de nueva creación
obtiene el mejor éxito en sus gestiones. =Don José
indultado de sus delitos y elevado a la clase de
mayor del nuevo cuerpo que quedó creado en 1799,
senta a la sociedad ese contraste que nos sorprende
sobre impunes vemos premiadas las maldades de un
nal famoso.... Artigas se dedica en su nuevo destino
borrar la memoria de sus excesos. Obtiene la confianza
las autoridades de Montevideo. Desempeña con celo
vidad cuantas comisiones le confían. Persigue de
los que antes había protegido y acompañado. Limpia
campaña de salteadores o hace todo lo posible para
guirlo. Sirve su empleo con honor. Llena sus deberes».
Aparte de este merecido elogio a los servicios de Arti-
gas, que debían ser mt.y saneados cuando de tal manera se
imponían a sus más encarnizados enemigos, la leyenda da
la incorporación al regimiento de blandengues, apenas re-
sulta un pobre recurso de polémica sin base y sin testimo-
nios corroborantes de ninguna especie. Es sencillamente
absurdo que la autoridad española, tan celosa en todo lo
relativo al honor de la milicia de línea, y tan prevenida
contra los criollos, manchara desde su origen el brillo del
Regimiento de Blandengues otorgando las charreteras de
ayudante mayor a un bandido famoso, a un monstruo in-
comparable cargado de sangre y de robos.
Por otra parte, Artigas no salvó de un salto la distan-
cia que media entre la condición de simple paisano y la de
ayudante mayor de línea. Veremos en el capítulo siguien-
te que ingresó como soldado raso y que de ese modesto
nivel fué subiendo por obra de sus servicios. Y la diferen-
cia es importantísima, porque lo que se propuso Cavia fue
demostrar que Artigas había canjeado el puesto culminan-
te y productivo de jefe de bandidos, por el más culminante
y honroso de jefe de blandengues. Pero la leyenda se de-
rrumba, si se pretende que al temible jefe de una cuadrilla
50 JOSÉ ARTIGAS

de asesinos que administra cuantiosos intereses


bando, se le haga cambiar de rumbo mediante el ofreci
miento de una plaza de soldado raso!
Estalla por fin el movimiento revolucionario de mayo
de 1810, y Artigas, prosigue Cavia, continúa al servicio
del gobierno español. «El brigadier Muesas es enviado a la
Colonia por el pretendido virrey de Buenos Aires. Entre
sus instrucciones se le recomienda estrechamente que con-
sidere hasta el más alto grado al oficial Artigas, pues de
él debía esperarse toda clase de servicios. No sabemos cier-
tamente qué motivo tuvo Muesas para tratar un día con
aspereza a don José Artigas, llegando hasta el extremo de
decirle que lo pondría en la Isla de San Gabriel con una
barra de grillos. Pero lo cierto es que le hizo esta amenaza
y que el resentimiento y el deseo de vengarse afectó de tal
manera al Protector, que por despique desertó de las ban-
deras españolas, que debiera haber abandonado por otros
principios-por la justicia de la causa de su país y por el
honor de inscribirse en la lista de sus defensores.
Dos notas escribe Cavia al pie de este párrafo.
mera, para decir que algunos atribuyen el incidente
Muesas a la insubordinación o indisciplina de los
gues que estaban bajo las inmediatas órdenes de
La segunda, para afirmar que Artigas confesó ante
testigos intachables el 28 o 29 de enero de 1813
campamento del Paso de la Arena, que el incidente
Muesasfué lo único que lo decidió a plegarse a la
ción; y que la misma declaración ha hecho a infinitas
sonas, cuyos nombres él no recordará, de lo que
el autor, porque así los testigos no serán víctimas
saña.
¡Siempre destacándose la importancia de Artigas
cuadro sombrío de sus acusadores! Para que el Virrey
comendara altamente a un oficial, era necesario
oficial inspirase las mayores consideraciones. En
la deserción, todos los testimonios de la época
testes en que hubo un incidente entre el brigadier
CARGOS Y ACUSACIONES 51

su ayudante de blandengues. La causa fundamental ha


permanecido ignorada. Pero todo inclina a suponer que
emanaba del antagonismo entre las dominación española y
el espíritu de independencia, que ya habían tenido sus cho-
ques y que debían tenerlos de nuevo en cualquier momen-
to, con mayor resonancia. El germen de la autonomía local
arrojado briosamente por la Junta Gubernativa de Mon-
tevideo de 1808, había seguido su desarrollo, dando lugar
al año siguiente a trabajos activos por la independencia
oriental, en los que anduvieron envueltos los Artigas, el
padre Monterroso, don Joaquín Suárez y otros patriota;.
¿Qué extraño es, pues, que frente al foco de la Revolución
de Mayo, estallara la disidencia ya histórica entre Muesas
y Artigas, y adoptara éste la resolución de cruzar el río
Uruguay para escapar a la garra realista y ponerse en con-
tacto con la Junta de Buenos Aires?
Ninguna importancia tiene el hecho de que durante
primeros meses del movimiento revolucionario, siguiera
Artigas en su empleo de ayudante de blandengues.
mula de mayo, no era de rompimiento con España,
de adhesión plena y absoluta á la Península. Se
al Virrey á nombre de Fernando VII, y entonces la
platense surgía como una controversia intestina
partidos divergentes en cuanto á sostener al Virrey,
perfectamente armónicos en cuanto á mantener la
dad de la monarquía española. Rondeau abandonó el
gimiento de Blandengues casi en los mismos días
tigas. San Martín y Alvear continuaron en la Península
incorporados al ejército español, hasta un año después,
que a nadie se le haya ocurrido decir que al regresar
Buenos Aires é incorporarse a las filas de la patria
rrieran en el delito de deserción que se increpa
De la supuesta confesión de Artigas en el Paso de la
Arena, ante tres testigos intachables, apenas hay para qué
ocuparse. Es absolutamente inverosímil el dicho, y la sos-
pecha crece de punto cuando se observa que todos los tes-
timonios se agrupan a la sombra del anónimo. Ocúltase
52 JOSÉ ARTIGAS

Cavia y ocúltanse sus testigos. ¿Por temor al desgraciado


Artigas, que en los momentos en que se publicaba el libe-
lo retrocedía desesperadamente antela avalancha portugue-
sa? ¿O simplemente porque el embuste era inconciliable con
las afirmaciones concretas y abonadas por una firma?
Si un incidente personal hubiera sido la causa
minante de la incorporación al movimiento revoluciona
¿no le ofrecieron a Artigas el general Vigodet y
de Montevideo numerosas oportunidades para volver
sus pasos cubierto de galones y de honores, qué
los orientales rechazó con altivez, aun a raíz de
furibundos del Gobierno argentino que lo declaraban
dor y ponían a precio su cabeza? Hay más todavía.
dos los actores del movimiento revolucionario del
la Plata, Artigas es el único que desde el primer
proclama como condición indeclinable de incorporación
las Provincias Unic'as, la declaratoria categórica
dependencia de España. Ahí están sus famosas Instrucc
nes de 1813, acompañadas y seguidas de numerosos
de encumbrados coetáneos de Buenos Aires a favor
reconocimiento del trono español o del sometimiento
cualquier otra monarquía del Universo.

El sitio de Montevideo.

Estudia en seguida Cavia la primer campaña de Artigas


y los actos relacionados con el sitio de Montevideo.
«Su presencia física en la jornada de las Piedras
ca en que ha estado en todo el curso de la revolución
solamente con presencia física), le vale el grado
Elevado a este rango no puede digerir alimento tan
tivo. Se engríe y ejercita el sufrimiento del general
deau... Las desgracias de nuestras armas en el Desagu
dero, la invasión de los portugueses en la Banda
la desorganización de todos los ramos y otras concaus
verdaderamente lamentables, hacen necesaria la medida
de levantar el sitio de Montevideo. Entonces comienza
CARGOS Y ACUSACIONES 53

desplegar su carácter díscolo... Intriga, seduce,


los ánimo de los orientales para que se opongan
Por fortuna ha llegado a nuestras manos un diario
circunstanciado que llevaban algunos orientales
sos. De él resulta que el 8 de octubre de 1811,
gestiones de Artigas se hizo y presentó un escrito
ral, firmado por muchos vecinos, para que se consultara
voluntad de ellos en orden a levantar el sitio:
del mismo se celebró una junta de éstos en el alojamiento
de Artigas donde se dijeron cosas impertinentes
proposiciones muy avanzadas sobre la medida de abando-
nar el asedio; y que el 11 se presentó otro escrito
tado del Supremo Poder Ejecutivo doctor don José
Pérez, pidiendo tener aquella campaña un representante
el Gobierno: todo esto a influjo de Artigas que
brasa por mano ajena, según el mismo diario».
La tentativa de rebajar la gloriosa actuación de Arti-
gas en la batalla de las Piedras, el primer triunfo impor-
tante de la Revolución de Mayo y el que más entonó las
energías cívicas de la época, tiene el mérito de poner de
relieve el propósito mezquino del libelista.
Algo igual ocurre con la gestión de Artigas tendiente a
obtener el mantenimiento del sitio, a organizar la autono-
mía de la provincia, mediante la celebración de asambleas
democráticas de importancia y a conseguir la efectividad
de la representación de la Banda Oriental en el Gobierno
de Buenos Aires. Todo esto que constituye una amplia
base de gloria cívica, apenas se invoca como prueba del es-
píritu díscolo de Artigas. ¿Cómo no habían de moverse
los orientales a favor del mantenimiento del sitio, cuando
la retirada del ejército significaba nada menos que entre-
gar a las venganzas del virrey Elío las vidas y las propie-
dades de todo el heroico vecindario de campaña que aca-
baba de levantarse como un solo hombre, llevándose por
delante en Mercedes, en San José, en las Piedras y en la
Colonia, a las legiones españolas humilladas en su orgullo
y deseosas de revancha?
54 JOSÉ ARTIGAS

Refiere el libelo los incidentes entre Artigas


y cita un hecho para caracterizar la completa subvers
de ideas en que aquél vivía. En septiembre de 1812,
fueron fusilados tres blandengues cerca del arroyo
China, previo juzgamiento en forma, por deserción
pro; y Artigas expresó por todo comentario que Sarrat
fusilaba hombres que se andaban divertiendo. «E1
tirse era estuprar. Esta es la doctrina de Artigasn.
hombres pensadores que se hallaban cerca del Protecto
.calcularon todos los males que debía producir su
na», Para probarlo transcribe Cavia «del consabido
rio» una página correspondiente al 11 de junio de
en e1 Ayuí, en que se dice que Artigas desacredita
dos los tonos al Gobierno; que quiere dominar a
tales; que ha dejado abandonado el país a los portugu
que los autores de asesinatos horrorosos se pasean
ejército con la ropa y las alhajas de los degollados;
Artigas es el más ambicioso y déspota que encierra
América; que se manifiesta celoso de los derechos
orientales para tener él solo la preeminencia de
y que finge desprendimiento a fin de lograr mejor
ideas. «La doctrina de nuestro jefe ha de traer
aciagos a la patria=, concluye esta página del diario
Cavia referencia a otras páginas y expresa que nada
faltado al cumplimiento de las profecías políticas
signadas, porque efectivamente «hemos visto que
cionó las provincias de Entre Ríos y Corrientes,
el Paraná y llevó la sedición a Santa Fe, Córdoba
tiago del Estero: que ha volcanizado los ánimos
bitantes de estas comarcas, haciéndolos teatro horror
de devastación y de muerte=.
Cualquiera diría que el autor ha estado copiando
tractando documentos que tenía por delante. Pues
ñor. Se trata de un diario anónimo, obra de unos
tos orientales curiosos, a quienes se recurre para
acusaciones que no pueden sostenerse en ningún testim
nio. Ya se habrían encargado el propio Cavia y los
CARGOS Y ACUSACIONES 55

nuadores de su campaña contra Artigas, de publicar ínte-


gro ese diario, si hubiera existido, y de prestigiarlo revelan-
do el nombre de sus autores!

Causas del prestigio de Artigas.

Pasa Cavia en revista las circunstancias a que debe Ar-


tigas «su funesto ascendiente=:
«Ha establecido como máxima fundamental que
tiempos de revolución ningún delito es bastante
ducir un hombre al cadalso, y que se debe dejar
maldades suban hasta el más alto punto, porque
ellas mismas bajando por su propia virtud, harán
ceso conveniente. En consecuencia, era protegido
menos tolerado, el robo, el estupro, el asesinato,
dio, los crímenes horribles en todo género.
Artigas se deshace de los enemigos de su doctrina, man-
dándolos asesinar por terceras personas. «Esta es la mar-
cha constante que ha seguido en todos los pueblos y comar-
cas donde ha llegado a tener influencia. Es tan pública es-
ta conducta de sus satélites, ajustada a sus órdenes, que en
todos esos desgraciados lugares es refrán muy vulgar con-
vidar a cualquier persona con quien se quiere tener chan-
zas, a ir a descansar a1 monte o a1 potrero, palabras que
generalmente se profieren por los partidarios de Artigas,
cuando envían a algún miserable a que sea degollado. Sin
embargo, suelen permitir a estos desgraciados que recen
un credo cimarrón, como ellos dicen, cuyas palabras ellos
solamente podrán descifrar. Se asegura que desde algún
tiempo a esta parte ya está más simplificada la sentencia
de muerte, pues basta una sola guiñada de ojo para condu-
cir la víctima al sacrificio. A vosotros apelamos, pueblos
desgraciados, donde son demasiado notorias estas verda-
des=.
«Otras máximas aparentemente lisonjeras secundaban
también los planes de Artigas. Por ejemplo: hacer valer la
idea de que todas las fracciones del Estado tenían dere-
56 JOSÉ ARTIGAS

cho a disponer por sí mismas de sus destinos, sin que para


fijarlos fuese necesaria la concentración del poder, ni la
reunión de la representación nacional. Todo esto exalta y
halaga mucho á los hombres en la infancia de la libertad,
y es necesario ese desengaño que sólo se adquiere con la
experiencia, para que lleguen a conocer que sus delibera-
ciones tumultuarias, sin método ni dirección, son contra-
rias a la consecución de los mismos fines que tienen por
objeto».
También han favorecido al caudillo algunas causas
sicas, morales y políticas. Para ilustrar las primeras
el libelo que Artigas siempre ha permanecido en
ña, por aquello de que =las fieras huyen regularmente
los poblados», y porque la abundancia de carne,
leña en la Banda Oriental y Entre Ríos le permitía
tender fácilmente su influencia. Entre las causas
menciona «el terrorisrio adoptado por Artigas»,
rente desprendimiento, la simplicidad del vestido,
identidad de sentimientos, usos y modales con muchas
las gentes que le rodean. Una vez estaba en su campame
to sentado a la mesa con varios jefes. Pero se present
paisano y entonces da la espalda á todos, toma con
manos un pedazo de carne y se pone a platicar con
visitante. También menciona el odio contra Buenos
res, la codicia de sus secretarios, los más de ellos
bres sin arraigo y de desorden; la naturaleza de
especie de receptáculo de vagos y malvados, y Ia
acordada a los soldados para saciar sus pasiones.
las causas políticas, se destacan los trastornos
en Buenos Aires, que determinaban a unos gobiernos
lisonjear a Artigas, simplemente por seguir nuevos
y reaccionar contra los gobiernos anteriores.
Todas estas estupendas afirmaciones, tienen como úni-
co apoyo la palabra del libelista anónimo. Lo único que
resulta evidente, es el plan de desprestigiar a un hombre
que está en la cumbre de su influencia y que levanta, por
encima de las ambiciones imperialistas de la oligarquía de
Buenos Aires, la bandera de las autonomías locales.
CARGOS Y ACUSACIONES 57

Resultados del sistema de libertad.

Señala Cavia «los resultados del funesto sistema de


libertad que ha producido la doctrina de don José Ar-
tigas».
E1 caudillo no ha parado hasta no ver segregada la
Banda Oriental del resto de las Provincias Unidas, por-
que «estaba decidido a ser el jefe de un país soberano e
independiente, aunque la figura que hiciese en él no du-
rase más tiempo que la escena de una representación có-
mica. Corrióse el telón y se acabó la farsa. Ese Estado in-
dependiente, debilitado por la misma naturaleza de su
soberanía, fué seguidamente invadido y ocupado por el
potentado limítrofe». Pero no es creible, se apresura a
agregar, que el aislamiento de la Banda Oriental haya
sido el único motivo de la ocupación portuguesa: la prin-
cipal causa debe estar en la doctrina perniciosa de Arti-
gas, que la Corte deseaba evitar que se contagiase a su te-
rritorio.
Del examen documentado que haremos más adelante,
resultará precisamente todo lo contrario de lo que afirma
el acusador. Artigas jamás quiso la independencia de la
Banda Oriental, que repetidas veces le ofreció el Gobierno
de Buenos Aires. Y en cuanta a la invasión portuguesa,
vino guiada por la propia diplomacia argentina y actuó
después de acuerdo con los ejércitos de Buenos Aires.

Por qué apareció el libelo.

Refiere Cavia la expedición militar enviada por Buenos


Aires a Entre Ríos; dice que Artigas ha publicado la gue-
rra, enviando proclamas incendiarias al seno mismo de la
capital, y agrega:
«Que la virtuosa conducta del pueblo de Entre
sirva de saludable ejemplo a los demás pueblos que
aún infatuados con la falsa doctrina del Protector.
58 JOSÉ ARTIGAS

cuenten todos con la misma protección del gobierno, pues


consonante con sus principios no podrá denegarla a los
que la reclamen con igual derecho.
Tiene el mérito este capítulo de iluminar el
medio ambiente en el momento en que el oficial
del Ministerio de Gobierno redactaba su libelo
torio. E1 Director Pueyrredón había lanzado una
ción militar contra Entre Ríos para destruir el
Artigas y éste se preparaba para la lucha. Era
mento indicado para formular el proceso del Protector
también para estimular a los caudillos de las otras
vincias sometidos a su influencia a recabar el'
Buenos Aires.

Clasificación de Artigas.

Establecidas las acusaciones, era necesario


jefe de los orientales, y Cavia emprende la tarea
forma:
En su juventud fué un facineroso; cuando entró al ser-
vicio de los españoles y de acuerdo con éstos =degollaba
o fusilaba hombres en la campaña sin proceso ni forma-
lidad alguna, con sólo la calidad que a él le constase que
eran criminales.... En los primeros meses de la gloriosa
revolución de América, fué indolente hacia su felicidad
o, más propiamente hablando, enemigo implacable de
ella=.... Después fué aun patriota intruso, accidental y
por motivos innobles=; inobediente, rebelde, traidor, de-
sertor, turbulento, seductor de los pueblos, anarquista,
apóstol de la mentira, impostor, hipócrita, propagandista
de máximas erróneas, de teorías falsas, de principios anti-
sociales; destructor de los pueblos, en vez de protector de
ellos; dispensador de los preceptos 5, 6 y 7 del Decálogo;
principio, medio y fin de la maldad; inmoral, corrompido,
libertino, promotor de la guerra civil, renovador y conti-
nuador de ella; terrorista furioso; hombre despechado;
autor de una nueva política de ignorancia, de prostitución,
CARGOS Y ACUSACIONES 59

de trastorno universal; ambicioso sin talento ni virtudes,


sin ninguna de esas prendas de espíritu de que jamás ca-
recen los pretendientes grandes; causa de las lágrima,
consternación y miseria de tantas viudas tristes y huér-
fanos inocentes, que piden al cielo venganza contra el mal-
vado; implacable en sus enconos, inexorable en los accesos
de su furor, insensible al grito insinuante de la humani-
dad afligida; nuevo Atila de las comarcas desgraciadas
que ha protegido; lobo devorador y sangriento bajo la piel
de cordero; origen de todos los desastres del país; azote
de su patria; oprobio del siglo XIX; afrenta del género
humano; deshonor de la América; y para decirlo de una
vez hablando en otro lenguaje, plaga terrible de aquellas
que envía Dios a las naciones cuando quiere visitarlas en
su furor.
Termina el clasificador con una incitación general con-
tra el monstruo que degrada a la especie humana, contra
la doctrina del inicuo, contra el tirano, contra el vándalo,
contra el protervo, contra el déspota, contra el perverso.
Basta y sobra esa larga lista de calificativos furibundos
para hacer el proceso del libelo, ya suficientemente desau-
torizado por el anónimo que lo cubre. Si no se tratara de
una publicación resuelta por el Directorio de Pueyrredón,
como arma política de circunstancias, y realizada por el
oficial mayor de Gobierno, habría que convenir en que el
libelista estaba sencillamente hidrófobo en el momento de
encararse con la personalidad de Artigas.
Agotado ya el vocabulario de los improperios y sin
fuerzas para inventar otros denuestos, el poderoso oficial
mayor del Ministerio de Pueyrredón se disfraza de cordero,
entrega el cuello a la cuchilla de Artigas, que jamás ha-
bía cortado cabezas y que sobre todo en esos momentos a
nadie podía amenazar, a causa de las dolorosas victorias
de los portugueses, y se decreta una estatua y el homena-
je de la posteridad en estos términos:
«El clasificador conoce muy bien que por las
la revolución o por otro cualquier accidente puede
so JOSÉ ARTIGAS

manos del clasificado. Sabe que aumentaría una página


al nuevo martirologio; pero al menos moriría con proceso
y con formal sentencia. El clasificador la ha pronunciado
contra sí mismo en esta obra. Para un tirano, el mayor
crimen es tener valor para echarle al rostro sus maldades.
Sí, hombre-fiera. El clasificador podrá morir a vuestras
manos; pero la patria será salva. Ella hará honor a sus
cenizas. Mil generaciones dichosas bendecirán su memoria,
al mismo tiempo que execrarán la vuestra.»
Una nota interesante contiene el capítulo que
tamos:
.Algunas personas que han estado cerca de Artigas
aseguran que cuando se le da la noticia de alguna dego-
llación que se ha hecho por su mandato, se enternece y
sensibiliza. Seguramente él es como el cocodrilo, que llora
sobre la víctima que acaba de despedazar.»
¿Qué más se quiere que esta confesión de los humani-
tarios sentimientos de Artigas, desfigurada por los insultos
que vomita el libelo?

Las tablas de sangre.

La última parte del libelo de Cavia se titula .Relación


de los asesinatos más horrorosos cometidos en la Banda
Oriental y provincias de Entre Ríos y Corrientes duran-
te la influencia de Artigas en esos países, en personas
visibles y de rango conocido, los cuales han sido autoriza-
dos por el expresado Artigas en el mero hecho de haberlos
dejado impunes».
Ha sido comparada a las tablas de sangre con que Ri-
vera Indarte hizo el proceso de Rosas, y en consecuencia
es útil conocer el contenido de la famosa relación.
.I. Año 1811. Del diario consta que una partida que
corría el campo de orden de Artigas, dió muerte a la mu-
jer de Isidro Mansilla, vecino de Mercedes. La partida en-
tró a robar y del robo resultaron los tiros que produjeron
esa muerte.
CARGOS Y ACUSACIONES 61

2. El sargento Machain, de las gentes de Artigas, de-


golló al portugués Nieva, hacendado de Paysandú. Consta
del diario, que el asesino se paseaba con la ropa y prendas
del finado en medio del ejército.
3. El mismo sargento asesinó a Diego González, espa-
ñol europeo de la banda occidental. Del diario consta que
Machain fué hecho teniente por Artigas, <lo que quiere
decir que el asesinato se hizo de orden de éste o que ha
merecido su aprobación=.
a. Consta del diario que cuatro soldados de la gente de
Blas Basualdo asesinaron y robaron a López y Guederia-
ga, oficiales de milicias de Juquerí. Consta también que
las dos viudas =compadecían con sus justas quejas aún a
los más indiferentes, menos al general que no había toma-
do providencia alguna, a pesar que los asesinos se pasea-
ban en las divisiones con la ropa y el apero de montar de
los difuntos».
s. 1812. En la plaza del pueblo Yapeyú fueron
llados un teniente coronel portugués y ocho soldados,
algunos indios que capitaneaba el ayudante de aquella
subdelegación llamado Ramírez, un favorito de Artigas.
s. Don José Ignacio Beláustegui fué asesinado
soldado blandengue que iba de partida con el capitán
gata. Los asesinos fueron juzgados por Sarratea,
fusilado el soldado en septiembre. Pertenecían a
zas de Artigas, a quien los reclamó Sarratea y =se
creer que el haberlos entregado Artigas provino
casi se hallaba en contacto con las tropas de línea».
gas los había abrigado sin dar cuenta del hecho.
7. El asesinato del comandante de una de las divisiones
de Artigas, teniente coronel Juan Francisco Vázquez, por
don Fernando Otorgués, en el propio campamento de Ar-
tigas, en Corrales, cerca de su tienda de campaña. Sarratea
reclamó al criminal, pero Artigas, que ya estaba lejos del
ejército, se negó a la entrega.
8. El asesinato del alférez Agustín Luxán por José Lo-
pez en el campamento de Artigas.
62 JOSÉ ARTIGAS

9. Año 1813. El teniente del ejército de Artigas Ma-


riano Sandoval, fué apuñaleado y arrojado vivo, amarrado
a una enorme piedra, al Uruguay, por el indio Manduré y
un Carrasco, pariente de Artigas. La misma suerte hubo de
correr don Vicente Fuente, comisionado de Artigas. <Lo
gracioso es que todos los referidos individuos estaban tra-
bajando juntos por los intereses del Protector, se descompu-
sieron entre sí y la diferencia tuvo aquel resultado. Ello
prueba el estado de anarquía y desmoralización a que este
hombre ha reducido el país oriental.
lo. El comandante general de Entre Ríos don
de la Quintanaencontró en el Paso del Juquerí Grande
«tres individuos que estaban enchalecados,cosidos
ladas y comidos por los perros,. Fueron asesinados
partida de Pascual Charrúa, de la gente de Artigas
tre Ríos. «No pudo conocerse a los difuntos por
en que ya se encontraron,.
II. El vecino de Corrientes, Benítez, que marchabade
chasque al comandante general de Entre Ríos, fué desnu-
dado por las partidas de Artigas, luego chuceado y arrojado
en un arroyo, entre Curuzucuatiá y Mandizoví.
12. E1 capitán Alejandro Quinteros, el teniente
cisco Delgado, el alférez Basilio Ibarra y el sargent
cas, de las divisiones de Artigas,fueron asesinados
dizoví, en medio de los alborotos causados por Mandur
13. Año 1814. Cayetano Correa, hermano político del
doctor Francisco Bruno de Rivarola y vecino de la capilla
de Mercedes, fué sacado de su casa y degollado en la calle
por una partida de Artigas.
14. El sargento mayor Manuel Pintos Carneiro (com-
padre de Artigas) y dos oficiales subalternos Ribeiro y
Suárez, fueron degollados en el Espinillo de mandato de
don Gregorio Aguiar, ayudante de Artigas, violándose la
capitulación hecha el mismo día por el Barón de Holem-
berg, en que se había establecido que los prisioneros serían
conducidos a la presencia de Artigas y juzgados con arre-
glo a las ordenanzas, si tenían delito.
CARGOS Y ACUSACIONES 63

15. El mismo Barón y sus oficiales prisioneros vieron


tres mujeres blancas degolladas en un monte.
1s. El teniente correntino Juan Esquivel fué asesinado
de orden de Blas Basualdo cerca de los Vateles,jurisdic-
ción de Corrientes.
17. El capitán correntino Genaro Perugorria, prisionero
en la misma acción en que se cometió ese asesinato, fue
conducido al campamento de la sierra de Arerunguá y de-
gollado a presencia de Artigas, sin formalidad alguna. «Se
asegura que éste, al tiempo de la degollación, picó su caba-
llo como para ir a estorbarla, cuando ya no había remedio,
como quien quisiera presentar a su gente un contraste en-
tre su justicia y su misericordia=.
1s. E1 coronel Bernardo Pérez Planes, gobernador de
las Misiones occidentales del Uruguay, fué asesinado el 30
de marzo en la plazuela de Belén, por Valentín Cabrera,
sargento de blandengues, a presencia de varias personas,
entre las que figuraban Pedro López, capitán de milicias
orientales, y Marcos Ramos, alcalde del pueblo. «Este ase-
sinato no puede menos que haber sido hecho por orden de
Artigas. É1 se hallaba en el mismo pueblo de Belén y des-
pués del suceso que fué tan público, dió pase al matador
para la división de don Baltasar Ojeda que estaba un poco
distante, como quien quería quitar de la vista al asesino
para que la espectación pública no se fijara~sobre ambos.
Planes, por sostener la causa del orden fué batida el 19
de dicho mes en Yapeyú por el finado don Blas Basualdo,
comandante de división de las de Artigas=.
19. El doctor Cañas fué degollado en la cárcel de San
Roque, donde estaba aprisionado por ser antianarquista.
20. El capitán Cayetano Martínez, vecina de Corrien-
tes, fué asesinado en la cárcel de ese pueblo por «orden de
los anarquistas protegidos por Artigas=.
21. El capitán José Ignacio Añasco, fué =fusilado por
sus principios opuestos a los del Protector, en San Roque
o Curuzucuatiáa.
22. Don Bruno Velasco, mayordomo de la estancia de
64 JOSÉ ARTIGAS

don Manuel Barquin, fué tomado por la gente de Artigas


cuando ocupó a Entre Ríos y colgado en una palma, don-
de lo obligaron a fumar un cigarro y tomar un mate antes
de ultimarlo a balazos. =Esto es tan público en todo En-
tre Ríos, que ha quedado por refrán cuando se convida a
fumar a alguna persona, decirle que no es el cigarro de
don Bruno el que se le ofrece=.
2s. Don Benito Rivadavia fué asesinado en el mes de
diciembre en un monte junto a la Bajada, «por una parti-
da que lo llevaba a presencia de Artigas•. Las ropas y al-
hajas «le fueron confiscadas=. Era un español europeo,
«defensor acérrimo de nuestra causa. <... defensor del
«orden y esto bastaba para que debiera morir según la doc-
trina del Reformador..
24. El Rvdo. Padre Pelliza, de la Orden de los Predi-
cadores, <fué fusilado por la misma causa, de mandato
de Artigas, en la villa de Gualeguaychú, por el famoso
mulato Mariano Raya, cabo de Artigás, en el mismo pue-
blo».
25. Don Julián Martínez, oficial de Maldonado,
degollado en Minas de orden de Otorgués para robarle
unos efectos de Portugal, los cuales fueron hallados
carreta del caudillo artiguista cuando fué batido
rrego en Malbarajá.
2s. El cápitán Lucas Ramírez fué degollado de orden
de Otorgués, por usar un rebenque que fué tomado por la
gente de Dorrego en la carreta de aquel caudillo. El capi-
tán Ramírez había caído prisionero de Otorgués y en el
mismo caso se encontraba el alférez Gario Aparicio, que
perdió el juicio con motivo de la ejecución de su compa-
ñero.
27. El teniente José Fontenela, de la división del coro-
nel Planes, «fué arrastrado a sangre fría a la cola de un
caballo, dándole un trabucazo y últimamente concluído a
chuzan.
2s. El capitán preboste y comisionado general
tre Ríos Teodoro Rivarola, fué arrestado en el Paraná
CARGOS Y ACUSACIONES 65

y cuando era conducido a la presencia de Artigas, fué


degollado por los mismos que lo custodiaban.
2s. Año 1815. El teniente coronel Carlos Marcos
Vargas, fué asesinado por orden de Otorgués en Canelones,
sólo porque recogió dos caballos parejeros regalados
el capellán de Porongos al general Alvear, a condición
que los hiciera buscar y sacar del poder de quien
viera, en virtud de que Otorgués los había tomado
autoridad.
30. El capitán Modesto Lucero, de Entre Ríos, fué
muerto «por un paisano de la gente de Artigas en el Paso
del arroyo del Molino, cerca de la villa del Uruguay..
31. Año 1816. Don Gabriel González, del comercio
de Montevideo, fué asesinado en Las Brujas, por la parti-
da de Hilario Pedraza, de las divisiones de Artigas, que
andaba recorriendo la campaña.
32. Aüo 1817. Cuatro portugueses que llegaron
costas de Rocha, a causa de haber naufragado el
que los conducía de Río de Janeiro al Plata, en
octubre, fueron degollados por una partida de Artigas
.contra todas las leyes de las naciones y de la
E1 capitán parece haber escapado a Montevideo a
de dinero. En esta ciudad se halla un pasajero que
en dicho buque>.
33. «No se han incluido los asesinatos del vecino de
Gualeguaychú Juan Castares, año 1814, y del dominico
fray Mariano Ortiz, asesinado y robado a fines de 1816,
en la costa oriental del Paraná, porque hay muchos datos
para creer que Artigas ni su gente no han tenido parte en
ellos. Pero el Protector debe ser siempre reputado por cau-
sa mediata cuando menos de estas desgracias, por haber
desmoralizado con su doctrina la opinión pública. Ni se
ha referido el homicidio ejecutado en la persona de don
Tomás Arroyo, vecino respetable del partido de Las Ví-
boras, porque ignoramos el año, lugar y circunstancias de
su desgracia, aunque es notorio que fué degollado por una
partida de Artigas. Tampoco se han incluído los atroces
66 JOSÉ ARTIGAS

hechos cometidos el año próximo pasado en la Colonia y


otros pueblos y parajes de la Banda Oriental, por el feroz
Encarnación, preboste de Artigas, porque ignoramos los
nombres de las víctimas y demás circunstancias; pero se
sabe de voz pública que pasan de cincuenta los que dego-
lló en diversos lugares..

¿Qué base tienen las tablas de sangre?

La mejor desautorización de los cargos lanzados contra


Artigas, la constituye esa relación tejida con los asesinatos
reales o supuestos cometidos desde 1811 hasta 1818 en la
Banda Oriental y en las provincias de Entre Ríos, Co-
rrientes y Misiones, cuatro territorios con inmensos desier-
tos, casi constantemente asolados por la guerra que inicia-
ba Buenos Aires para destruir la preponderancia de Ar-
tigas.
A cada paso invoca la Relación e1 diario, en forma que
haría creer en la existencia de un documento auténtico de
acusación. Pero, como ya lo hemos demostrado, se trata de
otra relación llevada por varios orientales curiosos, cuyos
nombres el libelista se guarda muy bien de referir, senci-
llamente porque eso constituía un recurso de polémica
para amontonar cargos contra Artigas.
Salvo el caso de Perugorria, un oficial correntino que
fué al campamento artiguista en busca de elementos mili-
tares para asegurar la paz de su provincia natal, y que lle-
gado allí se alió al Gobierno de Buenos Aires, incurriendo
en un acto de traición militar que las circunstancias de la
época obligaban excepcionalmente a castigar, todos los de-
más hechos de la relación son de carácter común; y aun
suponiéndolos ciertos, es absurdo cargárselos a Artigas,
que ni siquiera podía ocuparse de la organización de sus
policías, porque el Gobierno de Buenos Aires lo hostiliza-
ba en todas partes y en todos los momentos con revolu-
ciones e invasiones de las que más contribuyen al fomen-
to de la criminalidad en la campaña.
CARGOS Y ACUSACIONES 67

Con todos los progresos de la civilización, con todos los


medios preventivos y represivos de que disponen las auto-
ridades de Buenos Aires, sería tarea llana hoy en día for-
mar tablas de sangre inmensamente más ricas que las de
Cavia, en cualquiera de las provincias comprendidas en la
dilatada zona artiguista.
¡Qué poderoso influjo el de Artigas para desviar y ven-
cer la tendencia al desorden, ingénita en el paisanaje de la
época, en medio de ardorosas luchas contra las invasiones
porteñas y portuguesas que lo acosaban sin descanso, y que
a otro de sentimientos menos fuertes lo hubieran arrastra-
do al camino de las represalias y venganzas!

Las acusaciones de la época.

En 1846 apareció en Montevideo un opúsculo sensa-


cional del general La Madrid, contra varios hombres des-
collantes de la revolución argentina. De los documentos
publicados, resultaba que esos personajes se habían pues-
to al habla en 1820 con una comisión del rey de España
para restituir a su dependencia las provincias del Río de
la Plata. No pudo menos de ocuparse la prensa de la épo-
ca de esa publicación. Y <El Comercio del Plata redac-
tado á la sazón por Florencio Varela, dijo para desautori-
zar los documentos que exhibía el general La Madrid, estas
palabras, que pueden y deben con mayor motivo aplicarse
al libelo que Cavia lanzó contra Artigas, sin tener el cora-
je de suscribirlo:
=Los que han hojeado un poco los papeles de 1819 y
1820 (.El Comercio del Plata= de 16 de noviembre de
1846) saben que nada era más común en aquella época
de anarquía y de disolución social que esas apasionadas
acusaciones de los hombres y de las provincias, las unas
contra las otras... Cien documentos de esa clase presen-
taríamos sin dificultad, contrarios los unos a los otros; pero
el que en ellos se propusiere buscar la verdad de los he-
chos y de sus causas-estudiar la historia-se mostraría
tan incapaz de escribirla como de comprenderla..
ss •,TOSÉ ARTIGAS

Rengger y Longchamp.

Estos dos naturalistas suizos escribieron un opúsculo


titulado =Ensayo histórico sobre la revolución del Para-
guay», en el que reproducen la parte sustancial del libelo
infamatorio de Cavia.
- - Salieron de Europa los autores en mayo de 1818. Dos
meses después, llegaron a Buenos Aires y resolvieron ra-
dicarse en el Paraguay, con el doble propósito de ejercer
la medicina y realizar estudios de historia natural. En
agosto, remontaron el Paraná hasta Corrientes, reconocien-
do «los desastrosos efectos del gobierno de Artigas= y en
mayo de 1819, obtuvieron permiso para seguir al Paraguay.
«De esta época, pues, datan los acontecimientos de que he-
mos sido testigos oculares; la narración de los que preceden,
es el resultado de informes que durante mi residencia en
aquel país he adquirido de personas las más fidedignas..
Quedaron radicados los dos naturalistas en la Asunción
desde julio de 1819 hasta mayo de 1825, en que el dic-
tador Francia les franqueó el pasaporte para Buenos Aires,
donde estuvieron algunos meses. De Buenos Aires mar-
charon directamente al Brasil y luego a Europa.
- Este itinerario que reproducimos del propio opúsculo
de los señores Rengger y Longchamp, demuestra tres co-
sas: que los autores no estuvieron en la Banda Oriental, ni
en ninguna de las regiones sometidas al protectorado de
Artigas,'salvo la ciudad de Corrientes; que sus fuentes de
información política tenían que ser los focos antiartiguistas
de Buenos Aires y Asunción; que por la índole de sus es-
tudios no pudieron ocuparse de investigaciones históricas.
Agregaremos, que el arribo de los dos naturalistas suizos a
Buenos Aires, coincide con la aparición del libelo de Cavia,
toda una publicación oficial emanada del propio Ministerio
del Gobierno de Pueyrredón, que debía tomarse como un
evangelio por viajeros que no estaban ni podían estar in-
teriorizados en las disensiones intestinas de que esa publi-
cación surgía.
CARGOS Y ACUSACIONES 69
Florencio, Varela emprendió una traducción del opús-
culo de Rengger y Longchamp en 1828, con destino a las
columnas de «El Tiempo>. La obra fué reimpresa en 1846,
adicionada de un prólogo, en que el propio traductor ad-
vierte que ella «no está exenta de inexactitudes y aún de
graves errores. De la misma opinión es el general Mitre
(prefacio de la «Historia de Belgrano»), al ocuparse de las
apreciaciones sobre la campaña militar del Paraguay. «Los
graves errores de dos escritores extranjeros» (dice; hablan-
do del «Ensayo histórico de Rengger y Longchamp, en la
parte relativa a esta campaña),' «dieron felizmente oca-
sión al doctor don Pedro Somellera de escribir en forma
de notas, una refutación a sus asertos».
Vaya un ejemplo revelador del criterio histórico de es-
tos naturalistas:
A su llegada a la Asunción, fueron presentados al dic-
tador Francia, quien los recibió vestido con el uniforme
de brigadier español, y ante espectáculo tan nuevo, no pu-
dieron menos de recordar que acababan «de ver medio des-
nudos a Artigas y sus subalternos».
Si se compara esta apreciación del escritor que venía
de ver medio desnudo a Artigas, con el itinerario del
viaje ya extractado, quedará de relieve la increíble ligereza
ó más bien dicho, la falsedad del pretendido testigo ocular.
Para que Rengger y Longchamp, dice Carlos M. Ramírez
(«Aitigas=), hubiesen podido ver a Artigas medio desnudo,
no habiendo salido de la ciudad de Corrientes, sería me-
nester que el personaje hubiera estado allí alguna vez, de
septiembre de 1818 a mayo de 1819; pero las memorias
y documentos oficiales de esa época, atestiguan que Arti-
gas se batía con Bentos Manuel Ribeiro en julio de 1818,
en el Queguay Chico, hoy departamento de Paysandú, y
que de allí se retiró a las nacientes del río Negro, hoy
departamento de Tacuarembó, invadiendo más tarde el te-
rritorio de Río Grande, sin salir de las márgenes del río
Uruguay, hasta principios de 1820.
Pasemos al proceso que instruyen contra Artigas.
io JOSÉ ARTIGAS

«Este hombre cuya vida entera es un tejido de horro-


res, fué la causa principal de las desgracias que han opri-
mido por diez años a las provincias de la Confederación
del Río de la Plata. Aunque hijo de una familia decente de
Montevideo, Artigas pasó su vida entre los contrabandis-
tas .y salteadores. El gobierno español, con el objeto de des-
truir.estas gavillas, tomó el partido de nombrarlo teniente
de cazadores y en calidad de tal persiguió a sus antiguo
camaradas. En la Revolución se hizo patriota y se distin-
guió en la guerra contra los españoles y en el sitio de Mon-
tevideo. Elegido jefe de la Banda Oriental, encendió el fue-
go devorador. de la guerra civil. Atacó a Buenos Aires,
invadió el Entre Ríos, sublevó a Santa Fe, armó a los in-
dios salvajes del Gran Chaco y desoló al Paraguay con ac-
tos inauditos de crueldad. Sus banderas eran el refugio de
la escoria de la especie humana; salteadores, asesinos, pira-
tas; ladrones, desertores, todos eran bien recibidos; así es
que la carnicería y la desolación señalaban la marcha de
sus tropas. Provocó a los brasileños, que no deseaban otra
cosa que la guerra; y en fin, el resultado de nueve años de
su gobierno fué la ruina completa de la Banda Oriental,
país, tan floreciente en otro tiempo, la devastación de las
otras provincias y la desmoralización de todo un pueblo,
sin. hacer mérito de las consecuencias más remotas de este
régimen desastroso, entre las que puede contarse la guerra
actual de la República Argentina con el Brasil. En obse-
quio.de la verdad, debo decir sin embargo, que Artigas,
abandonado a sí mismo; jamás habría llevado tan adelante
su:ferocidad; pero estaba rodeado de facinerosos de quie-
nes en parte dependía. El más infame de todos era un fraile
llamado Monterroso, que ejercía las funciones de su se-
cretario y consejero privado y sofocaba en su alma toda
sentimiento de humanidad. ¿Y qué podrá decirse de aque-
llos hombres que, espectadores tranquilos, fomentaron de
lejos sus turbulencias, únicamente por satisfacer su avari-
cia? Algunos negociantes de Buenos Aires, franceses; in-
gleses y americanos del Norte, cooperaron eficazmente a
CARGOS Y ACUSACIONES 71

todos aquellos desastres, proveyendo a Artigas de armas y


municiones de guerra y fundaron su fortuna en la destruc-
ción de más de veinte mil familias=.
Menciona luego el folleto los conflictos comerciales
rridos entre Artigas y Francia. Trató el primero
en arreglos, pero el segundo exigió como paso previo
las cosas volvieran a su anterior estado. Entonces
Artigas a los indios de las Misiones de Entre Ríos
necientes al Paraguay y arrojó de ellas a las tropas
Francia, las cuales quemaron todas las poblaciones
que el enemigo no pudiera subsistir en aquel territorio.
Así se consumó la destrucción de los quince pueblos
florecientes de las antiguas misiones de los jesuitas.
gas, agregan los autores, estableció una fiscalización
que detenía a los barcos procedentes de la Asunción,
ra cobrarles una suma de dinero y confiscar sus
Nada más contiene el proceso, y su comentario queda
hecho en consecuencia en el curso de este alegato. Rengger
y Longchamp, en efecto, se limitan a reproducir el libelo
de Cavia, sin tomarse el trabajo de verificar su exactitud,
y cuando se separan de su guía y quieren hablar como tes-
tigos, incurren en el grave pecado de referir que vieron co-
sas que estaban fuera de su vista.

Memorias del general Miller.

Guillermo Miller llegó de Inglaterra a Buenos Aires en


septiembre de 1817. E1 director Pueyrredón le confirió el
empleo de capitán del ejército de los Andes. Antes de mar-
char para su destino, realizó una excursión exploradora a
la Patagonia y a las Pampas. En enero de 1818, salió de
Buenos Aires con rumbo a Mendoza y de allí cruzó a Chi-
le, donde continuó toda la campaña, sin solución de conti-
nuidad, bajo las órdenes de San Martín y de Bolívar, has-
ta la batalla de Ayacucho. Recién en octubre de 1825
gestionó su licencia y se embarcó para Europa con un cer-
tificado del libertador Bolívar, haciendo constar que =el ge-
?2 JOSÉ ARTIGAS

moral Miller fue de. los primeros que emprendieron la li-


bertad del: Perú y es de los últimos que la ha visto triun-
far.. En uso de esa licencia «el general Miller llegó a Bue-
nos Aires el 6 de enero de 1826, día en que precisamente
hacía ocho años qué había salido de aquella ciudad para
'reunirse al ejército de los Andes que se hallaba en Chile=.
Estos datos y transcripciones que extraemos de las pro-
pias memorias de Miller y de las notas que ellas registran,
'prueban irrecusablemente que el autor sólo estuvo, y eso
mismo accidentalmente, en Buenos Aires y Mendoza, y
que todo el resto de su tiempo lo pasó incorporado al ejér-
cito .de los Andes. ¿Qué podía conocer acerca de Artigas,
fuera de lo que dijeran el libelo de Cavia y el ambiente
'de la oligarquía porteña a que debía su encumbramiento?
He aquí el contenido de las memorias, en la parte que
concierne a la Banda Oriental:
«La brillante aunque pequeña acción de las Piedras
ocurrió en 1811, en la cual cerca de mil soldados y mari-
'neros que salieron de Montevideo, fueron obligados a reti-
,rarse con grandes pérdidas, por doscientos gauchos mal
móntados.y.armados con espadas anchas y picas de aborda-
je,que a las órdenes de Artigas se batieron gloriosa y de-
nodadamente. Artigas se había mantenido adicto a la cau-
sa española hasta poco antes de esta acción, que se pasó a
los patriotas en consecuencia dé una disputa con el .gober-
nador de Montevideo».
Después de este preámbulo, formula el proceso del
vencedor de las Piedras:
Los españoles y portugueses, por una fatalidad singular,
-parecían destinados a ser vecinos y rivales en el antiguo y
nuevo continente. La posesión del Brasil facilitó a los por-
túgueses a favor del inmenso y poco poblado territorio de
la Banda Oriental, los medios de organizar un sistema de
contrabando que aniquiló casi el comercio legítimo y regu-
'lar: E1 carácter atrevido de los agentes empleados en este
trato ilícito, su conocimiento local del país que sólo ellos
habían atravesado y la sinuosidad de las costas de la parte
CARGOS Y ACUSACIONES 73,.

oriental del Río de la Plata, hicieron nulos cuantos esfuer•


zos empleó el gobierno español para contener los ruinosos¡
progresos de aquel mal. Llegó a tal punto la insolencia d4
estos arrojados bandoleros, que hacían sus contratos espa-.
da en mano y asesinaban a veces a -la misma persona con
quien acababan de terminar alguna transacción comercial:
Un mal tan grave sólo podía curarse con remedios des.
esperados, y los que el gobierno español empleó fueron tan
extraordinarios como eficaces. Eligió entre estos contraban-
distas al más atrevido para someter a sus compañeros,. y la
elección recayó en don Fernando José de Artigas que,
después tuvo tan ilustre parte en la Revolución,
.Artigas nació en Montevideo: su padre don Martín
Artigas era un rico hacendado de las inmediaciones de
aquella ciudad; pero la falta de medios de educación que
entonces había en todas las colonias españolas debido a la
maquiavélica política de su gobierno, redujo los -conocir
mientos literarios del joven Artigas a leer y escribir; y.sus
ocupaciones ordinarias a montar a caballo, cuidar de los ga-
nados de su padre y comerciar en cueros, no sólo con los har
bitantes de Montevideo, sino con los contrabandistas., ,El
ejercicio constante de esas ocupaciones y su trato frecuen-
te con los forasteros de más baja condición,Je hicieron ad
quirir unas maneras licenciosas y una inclinación a vivir de
un modo independiente y bullicioso, que muy pronto lo-in-
dujeron a emanciparse no sólo de la autoridad paterna, si,
no del poder de las autoridades. En unión con los.hombres
más atrevidos, principió a hacer algunas incursiones y rapi-
ñas, hasta que al fin, asociándose absolutamente 'con -los
bandidos, llegó a ser el terror de todo el país. Superando
a sus compañeros en el conocimiento de las sendas secretas,
de los sitios ocultos y, en una palabra, de los arcanós
de aquellas llanuras, no menos que en fuerza corporal, en
montar a caballo y en valor así como en talento, vió pron-
to adquirir el ascendiente que en tales circunstancias dan
estas cualidades, únicos títulos para mandar.
.El nombre de Artigas infundía terror no solamente ,a
74 JOSÉ ARTIGAS

la gente del país, sino a las autoridades españolas, y


luego lo inspiró también a todo el cuerpo de contrabandis-
tas, fuesen de origen español o portugués. Estos merodea-
dores tan feroces y atrevidos como eran, contemplaban con
entusiasmo y admiración la sagacidad con que su jefe con-
cebía sus planes y la tenacidad con que los ejecutaba a la
cabeza de sus muchachos, como él los llamaba, y de tiem-
po en tiempo vencía a los oficiales de justicia y dispersaba
a las partidas de milicias enviadas a prenderle. Se dice que
una ocasión, siendo perseguido en los llanos y considerando
su retirada ya impracticable por el estado de cansancio de
sus caballos, mató una parte de ellos y formando con sus
cuerpos un parapeto, mantuvo un fuego tan vivo y acerta-
do detrás de él, que obligó a retirarse con pérdidas conside-
rables a sus perseguidores.
eLos procedimientos judiciales de este nuevo preboste
marcial, no tenían el carácter de las fórmulas pulidas de
nuestros tribunales de justicia. La notoriedad del crimen
era razón bastante para imponer en el acto la pena al delin-
cuente, sin más ceremonia o preparación religiosa que el
credo o símbolo de fe mutilado o mal repetido a que llaman
credo cimarrón. Pero cuando eran muchos los criminales
y se creía que no era conveniente gastar pólvora, acostum-
braba a liarlos en cueros frescos de vaca, dejándolos con
solo la cabeza de fuera, de modo que a proporción que los
cueros se iban secando, el espacio dejado para el cuerpo se
iba disminuyendo hasta que el desgraciado paciente ex-
piraba en la agonía más dolorosa y en la desesperación. Este
modo de encarcelar y atormentar a los criminales, lo lla-
maban enchipaT: su extrema barbarie apenas pierde nada
de su horrible aspecto con la disculpa de que no tenían
cárceles ni quién guardara a los criminales en aquellos de-
siertos, y que los hábitos feroces y sanguinarios de aquellos
perversos requerían tales ejemplos.
eArtigas era bien proporcionado y de una estatura re-
gular, de aspecto dulce y que expresaba amabilidad; era al-
go calvo y de tez blanca, la cual no habían obscurecido ni el
CARGOS Y ACUSACIONES 75

sol ni la intemperie. El Deán Funes le pinta como un hom-


bre que reunía a una extrema sensibilidad, la apariencia de
la frialdad; a una urbanidad insinuante, una gravedad de-
cente; una franqueza atrevida a la cortesía; un patriotismo
exaltado a una fidelidad a veces sospechosa; el lenguaje
de paz a una inclinación natural a la discordia; y un gran-
de amor a la independencia, a ideas extravagantes en el
modo de obtenerla.
«El Virrey de Buenos Aires ofreció a Artigas una am-
nistía por lo pasado y le dió esperanzas de destino honroso
si se hacía cargo de poner fin al comercio clandestino y de-
predaciones de los contrabandistas portugueses, y limpiaba
el país de bandoleros. Jamás el perdón de un criminal pro-
dujo más señalado e inmediato beneficio. Este hombre ac-
tivo e infatigable aplicó todo el poder de su alma y de:su
persona tan eficazmente al encargo de exterminar absolu-
tamente las bandas de vagamundos, ladrones y contraban-
distas que recorrían el país, que en un corto período la• au-
toridad del gobierno se vió respetada y la propiedad indi-
vidual asegurada a un grado tal, que nunca en tiempos an-
teriores había existido, ni aún en las épocas de mayor quie-
tud y prosperidad.
«Tal era la destreza de Artigas en el manejo de. su ca-
ballo y en el uso de sus armas de fuego; tan formidable era
su fuerza, y tal la impetuosidad de su ataque, que el más
atrevido forajido desfallecía a su vista y se rendía a su
grito aterrador. Los efectos provechosos que su conducta
había producido, reclamaban y obtuvieron la debida 're-
compensa de aquellos a quienes tan eficazmente había ser-
vido; y a instancias de los propietarios del país fué nom-
brado guarda general de la campaña, acompañando a es-
te nombramiento un sueldo proporcionado a su persona y
a los servicios que había prestado. Desde esta época se hi-
zo Artigas un enemigo irreconciliable de los contrabandis-
tas brasileños=.
Más tarde, Artigas =buscó asilo en el Paraguay, donde
el doctor Francia lo puso en rígida vigilancia y murió'en la
Candelaria en el año 1826, a los sesenta años».
76 JOSÉ ARTIGAS

Los enchalecamientos y el general Miller,

¿Qué fe puede inspirar a todo este cúmulo de acusacio-


nes sin un solo testimonio que les dé base o las haga si-
quiera verosímiles?
Las memorias de Miller se limitan a reproducir con
algunas variantes el libelo infamatorio de Cavia. Entre
esas variantes, figuran los enchalecamientos, que el pro-
pio Cavia en medio de todo el torrente de insultos que
lanzaba su hidrofobia antiartiguista, no se atrevió a mencio-
nar, sin duda alguna porque temía que apurando las invec-
tivas su libelo rebasara ya el límite de la paciencia y fuera
arrojado como cosa asquerosa, sin producir el efecto que el
gobierno buscaba con su publicación. Tuvo que contentarse
el oficial mayor del Directorio de Pueyrredón, con incluir
en su Relación de crímenes el caso de tres individuos en-
chalecados y cosidos a puñaladas por la partida artiguista
de Pascual Charrúa. Pero ¡cómo se habría frotado las ma-
nos el audaz libelista, si hubiera encontrado en la leyenda o
en las invenciones corrientes el caso de los enchalecamien-
tos que Miller agrega de motu propio, impulsado acaso por
una confusión deplorable!
En su «Historia de la prensa periódica de la República
Oriental», «dice Zinny citando a «El Oriental», diario que
se publicaba en 1829:
A1 hacerse la relación de los autores del pronuncia-
miento de la Banda Oriental y de Entre Ríos en 1811, se in-
cluye en ella al capitán Jorge Pacheco, padre del general
Pacheco y Obes, agregándose que a él «se atribuye haber
inventado el cruel castigo de enchalecamiento ejercido con-
tra los españoles en los primeros años de la Revolución.
Don Jorge declaraba que había abrazado la carrera mili-
tar para exterminar a los ladrones, persiguiéndolos a muer-
te, tantos que cuantos agarraba, cuando se hallaba sin pri-
siones ni cárcel segura en qué custodiarlos, los enchaleca-
ba, los retobaba y los encoletaba para que no escapa-
sen».
CARGOS Y ACUSACIONES 77

Tal es la única tradición sobre enchalecamientos, que


existe en el Río de la Plata. Y esa tradición no es relati-
va a actos de sangre, sino a simples medidas de seguridad,
como también lo reconoce don Antonio Díaz (hijo) en su
=Galería contemporánea, al ocuparse de los enchaleca-
mientos atribuidos a Pacheco.
Artigas, según Miller, obtuvo la victoria de
al frente de doscientos gauchos provistos de picas
abordaje! ¿Qué le hubiera costado al autor de las
rias consultar en «La Gaceta de Buenos Aires» los
oficiales, para no incurrir en errores tan garrafales?
Y el fallecimiento del jefe de los orientales, en la Can-
delaria, en 1826, a los sesenta años de edad, cuando era
tan notorio que Artigas estaba secuestrado por el dictador
Francia a un centenar de leguas de ese punto y en toda la
plenitud de su vida, como que recién falleció en 1850, ¿no
denuncia, hasta por el lujo de los detalles, el más profundo
menosprecio por las investigaciones históricas?

Los archivos españoles y Artigas.

En su «Historia de la revolución hispano-americana,,


impresa en Madrid en 1829, dice don Mariano Torrente,
estableciendo las fuentes de información de su celebrada
obra:
«No consultando yo sino el bien que podía resultar a
nuestra monarquía de la publicación de esta obra, me he
dedicado a leer de ocho años a esta parte todas las que han
salido a luz en pro y en contra de dicha rebelión; me he
insinuado con los mismos jefes independientes que residían
en Francia e Inglaterra, para saber todas las ocurrencias
de aquellos países, para oir sus discursos y objeciones y
finalmente para recoger cuantos datos podían servirme de
guía en tan importante empresa. Apenas llegué a España
contraje relaciones con muchos de los jefes que han capi-
taneado los ejércitos realistas en América, y no he cesado
de reunir apuntes, hacer extractos y finalmente de enrique-
78 JOSÉ ARTIGAS

cerme con cuantos conocimientos han estado al alcance


un hombre curioso e indagador. La mayor parte de
acontecimientos más interesantes los he oído y discutid
con individuos de ambos partidos y los he visto
y escritos de unos y otros, que es el modo más seguro
formar un juicio con todos los caracteres de la
consultado y tengo a la mano las obras de Humboldt,
abate Pradt, de White Blanco, del doctor Funes,
Brackenridge, de los señores Robinson y Ward, los
fiestos de Iturbide y de Riba Agüero y una porción
derable de publicaciones sueltas de los insurgentes,
dicos y otros documentos. Por lo que respecta a
ñoles, he recogido preciosos documentos e interesantes
noticias verbales de la mayor parte de los generales,
dentes,oidores y otros jefes y empleados que han
en aquella escena: he consultado los archivos públicos
privados, tenido presente asimismo varios tratados
cados por los señores Cancelada, Urquinaona, don
Domingo Díaz, don Juan Martín de Martiniena y otros;
debiendo hacer honorífica mención en otro lugar
manuscrito del doctor Nabamuel, que refiere aunque
cintamente los principales acontecimientos de Buenos
res, Perú, Chile y Quito desde el año 1806 hasta
de otro del R. P. Martínez, que extiende la historia
hasta 1820. En una palabra, no he perdonado diligencia
alguna para dar a esta historia todo el grado de
dad e interés que debe apetecerse=.
El mismo historiador, ocupándose de algunas de las crí-
ticas provocadas por los primeros tomos de su obra, se ex-
presa así:
=¿Pero no ofrece mayores garantías de exactitud y ver-
dad la presente composición literaria, para la cual no sólo
hemos consultado cuanto se ha escrito en América y en
Europa y cuantos materiales han sacado de aquellos países
los principales jefes militares y políticos, sino que hemos
tenido frecuentes y largas conferencias con la mayor parte
de ellos, y que puede decirse hemos establecido en nuestro
CARGOS Y ACUSACIONES 79

tribunal crítico una especie de juicio contradictorio


hallar la pura verdad en medio de la horrible divergencia
de opiniones y del furor de los partidos?»
Así se escribe la historia seria y concienzuda, consultan-
do todos los documentos, revisando todos los archivos, ha-
blando y discutiendo con los propios actores en los sucesos
que se trata de narrar.
Pues bien: ¿qué le dijeron al historiador los
archivos de España y los militares y altos funcionarios
quienes Artigas arrinconó en Montevideo con la insurrec-
ción de la campaña oriental de 1811 y la victoria
te de las Piedras?
Habla Torrente de los pastores de las Pampas, «esa gen-
te tan robusta y nervuda como inquieta y bulliciosa desde
que impolíticamente se la amaestró en el arte de la guerra;
esos hombres feroces que ya en los primeros años de la
revolución argentina hicieron ver a las órdenes del atrevi-
do, revoltoso y esforzado Artigas, el desprecio con que mi-
raban el centro del poder de aquella república».
Las disensiones entre Rondeau y Artigas durante el
segundo sitio, dan base a Torrente para ocuparse nueva-
mente del jefe de los orientales. «Este genio atrevido y
violento se creía con derecho para no obedecer más que a
su capricho; sus anteriores hazañas le habían dado una gran
nombradía entre aquellos naturales; particularmente entre
la gente de campo más feroz y guerrera, a la que dirigía
con el simple impulso de su voluntad».
Ya veremos, en cambio, los términos en que habla de
los héroes de Mayo. Al secretario de la Junta Gubernati-
va, Gon ocasión del informe que extractaremos en otro ca-
pítulo, le llama «el atroz Moreno» y «el Robespierre ame-
ricano».

Las acusaciones de Vigodet.

La «Gaceta de Montevideo» reparte con igual solicitud


sus epítetos entre el gobierno de Buenos Aires y el
80 JOSÉ ARTIGAS

de los orientales. A Artigas le llama asolador de su país


y perseguidor de la inocencia y de la virtud=, atacándole
además por haberse llevado, con ocasión del levantamiento
del primer sitio, crecidísimos intereses del vecindario (16
de enero de 1812). A1 gobierno de Buenos Aires le llama
antropófago= por su mandato de que =perezca irremisi-
blemente el español que conspire directa o indirectamente
contra la patria= (26 de julio de 1812).
Con idéntico criterio procede Vigodet en dos proclamas
que registra la misma .Gaceta de Montevideo.. En la de
16 de enero de 1812, dice el gobernador español: «es seguro
que casi no se hallará ejemplo de ferocidad y barbarie que
pueda compararse a la conducta de Artigas y del tropel
que le sigue». Y dirigiéndose a los habitantes, expresa que
él «no podía sufrir por más tiempo que Artigas continua-
se con una barbarie inaudita vejándoos hasta el extremo y
destruyendo vuestras posesiones hasta dejar asolado todo
el país, sin que quedara arbitrio a vuestra industria para
reparar sus daños en largo tiempo». En una nueva procla-
ma del 13' de septiembre del mismo año, se encara Vigo-
det con el gobierno de Buenos Aires y le dice sencillamente .
«gavilla de ladrones, oprobio de nuestra sangre».
Vale la pena de agregar, como dato ilustrativo
divergencias de criterio en un momento histórico en
todavía no se habían desatado las furias de la oligarqu
porteña, que en 1a «Gaceta de Montevideo» de 1° de
zo de 1812 «un militar ingenuo» polemiza con la «Ga-
ceta de Buenos Aires», con ocasión del artículo publica
en el número del 10 de enero acerca del «valiente
y su ejército más glorioso que el de los atenienses
órdenes del bravo Temístocles». En opinión del articuli
de la «Gaceta de Montevideo», «Artigas obra como un
facineroso y su tropel es un ejército de ladrones
cuentes detestables que han cometido y cometen los
res más tremendos en todos los parajes que han tenido
desgracia de sufrirlos».
Las frases agresivas contra Artigas, lanzadas en medio
CARGOS Y ACUSACIONES 81

de la lucha y sin concretar cargos, salvo el relativo a la


emigración de la campaña a raíz del levantamiento del
primer sitio, de que nos ocuparemos más adelante, ni
constituyen un proceso, ni pueden tomarse como testimo-
nio adverso al jefe de los orientales.

Los escritores portugueses.

Pereira da Silva (=Historia da fundaqáo do Imperio Bra-


zileiro=) traza los siguientes rasgos de Artigas,copiando ser-
vilmente el libelo de Cavia, porque le era necesario justifi-
car de algún modo la invasión portuguesa de 1816, enca-
minada a la conquista de la Banda Oriental:
.No había ley para él ni para sus partidarios. Robaba
propiedades, asesinaba a los infelices que no merecían sus
afectos, brutalizaba los espíritus e imperaba en Monte-
video y en toda la provincia, que abatida y humillada
caía de rodillas ante su órdenes o deseos.... Era un cau-
dillo completo, propio tan sólo para dominar salvajes.
Ninguna instrucción, ningún rasgo de civilización, ninguna
idea de progreso lo caracterizaban. Animábase e inspirá-
base apenas por la viveza natural, por la ambición desme-
dida de dominio físico y brutal y por la persuasión de
que el poder se apuntala en la fuerza y no en la moralidad
y en la inteligencia. Salido de la clase de contrabandistas,
rodeado de pueblos bárbaros, de gentíos ignorantes, de fa-
cinerosos sedientos de robos, de crímenes y de sangre, que
debían estar en galeras, y que tenían que rechazar cual-
quier jefe algo educado de los que al frente de una nación
o de una sociedad se proponen la misión de encaminarla
a su prosperidad, gobernaba Artigas con los instintos del
déspota y ejecutaba los actos que le parecían convenir a
sus intereses, sin que le importasen nada las leyes, ni las
instituciones, ni la regularidad de la administración, ni los
derechos ajenos. Destituído del tino y perspicacia del doc-
tor Francia que regía en el Paraguay y que cerrándose al
contacto del mundo no incomodaba ni perturbaba la tran-
$Z JOSÉ ARTIGAS

quilidad y la paz de los vecinos, sólo trataba de guerrear


y de extender su influencia y el teatro de sus acciones y
prepotencias más allá de las provincias que le estaban so-
metidas. Esparcía el terror por las fronteras y por los pue-
blos limítrofes y amenazábalos a cada momento con inva-
siones y combates».
En cambio, el almirante Sena Pereira, autor de las =Me-
morias y reflexiones sobre el Río de la Plata extraídas-del
Diario de un oficial de la marina brasileña» (colección La-
mas), hablando del jefe de los orientales y del gobierno de
Buenos Aires, dice que las dificultades crecían =a conse-
cuencia del carácter de aquel guerrero que un contemporá-
neo suyo describe de un modo que bien lo caracteriza.
El general Artigas, dice él, es un hombre singular que reune
una sensibilidad extrema a una indiferencia al parecer fría;
una sencillez insinuante a una gravedad respetuosa; un
lenguaje de paz a una inclinación innata por la guera y la
discordia; en fin, un amor vivo por la independencia de la
patria a un extravío clásico de su verdadera dirección.»
Después de reproducir estas palabras del Deán Funes,
agrega el almirante Sena Pereira, en su calidad de actor en
la lucha contra Artigas y de testigo directo de los sucesos:
=Es cierto que así dispuesto, el retrato tiene la mayor seme-
janza».
Otro escritor brasileño, Antonio Deodoro de Pascual
(«Apuntes para la historia de la República Oriental»), vuel-
ve a recoger las acusaciones del libelo de Cavia y se ocupa
en estos términos del jefe de los orientales:
=Artigas convirtióse, merced a los españoles, de contra-
bandista en oficial de carabineros de costas y fronteras. Al
abrirse la época de la Revolución, se declaró patriota y dis-
tinguióse por su crueldad contra los españoles, bien así co-
mo por su valor en el primer asedio de Montevideo. Hecho
después por su propia voluntad jefe del territorio oriental;
encendió el fuego destructor de la guerra civil en donde
quiera: atacó las tropas bonaerenses; invadió la provincia de
Entre Ríos; hizo que Santa Fe se sublevase contra Buenos
CARGOS Y ACUSACIONES 83

Aires; armó los indios del Gran Chaco Gualambé; llevó sus
devastaciones hasta el Paraguay cometiendo las más inau-
ditas crueldades. Bajo sus banderas hallaron guarida y
protección las heces de la especie humana; cuanto asesino,
pirata, salteador, desertor y vago se le presentaba, era muy
bien acogido por él; de suerte que por donde quiera que pa-
saba dejaban sus tropas las huellas más profundas de deso-
lación, exterminio y ferocidad. Motivó con sus demasías la
guerra contra el Brasil; en una palabra, el resultado de los
nueve. años de su dominio, fué la completa ruina del Estado
Oriental que en aquella época era uno de los más flore-
cientes».
Artigas, agrega más adelante, fué el azote de su país. Su
proceder con los españoles en el Hervidero = fué lo más
atroz que puede caber en humana mente=. Entre sus con-
sejeros estaba Barreiro, que mandó =asesinar secretamente
a diversos individuos, especialmente españoles peninsulares,
como lo demuestran los documentos y escritos existentes
de la época. Muchos españoles habrían sido desterrados y
enviados al Hervidero, e infaliblemente llegado a ser vícti-
mas del implacable odio de Barreiro, si Artigas no se hu-
biera negado sendas veces a consumar estas hecatombes
cuando se dejaba guiar por sus movimientos de hombre en
intervalos lúcidos. Don Miguel Barreiro en sus últimos
años mostró arrepentimiento, y mientras fué miembro de
la administración de notables, practicó actos de virtud y
dió pruebas de buenas cualidades=.
¿Dónde están los documentos de la época que
los cargos contra Artigas y contra su secretario
guel Barreiro, un miserable asesino, que luego se
y consigue destacarse por su virtud? Es inútil buscarla.
Como los documentos todos del proceso artiguista,
existen en la fantasía calumniadora de sus audaces
jadores.
El doctor Mellan Laflnur, en su opúsculo =Las charrete-
ras de Oribe=, se expresa así acerca del historiador brasile-
ño de que acabamos de ocuparnos:
84 JOSÉ ARTIGAS

=Adadus Calpe es e1 anagrama de A. D. Pascual (Anto-


nio Deodoro de Pascual). Era un empleado subalterno de
uno de los ministerios del Brasil. Pretendía ser el inventor
de un método de soñar que con toda economía proporciona-
ba placeres por que tantos individuos se desviven, según lo
afirma el literato don Juan Valera en su obra .Apuntes
sobre un nuevo arte de escribir novelas».

Un proceso del dictador de Francia.

La «Revista Histórica de la Universidad de Montevi-


deo» ha publicado dos documentos del dictador Francia, re-
lacionados con Artigas.
El primero de ellos, es un oficio dirigido al
de Fuerte Borbón el 12 de mayo de 1821, en que el
dor desvirtúa algunas aprensiones de los portugueses
del asilo concedido el año anterior al jefe de los
.por pura humanidad o caridad».
«Lo que pasa en cuanto a Artigas es que en su último
combate con los portugueses en Tacuarembó, quedó muy
derrotado. Viendo esto uno de sus comandantes, a saber el
porteño Ramírez a quien de pobre peón él lo había le-
vantado y hecho gente, en cuyo poder no habiéndolo acom-
pañado en aquella guerra había dejado a guardar más de
cincuenta mil pesos oro, se alzó con estos dineros y con
ellos mismos sublevó y aumentó algunas tropas y gente ar-
mada con que había quedado. Artigas reducido a la últi-
ma fatalidad, vino como fugitivo al Paso de Itapuá y me
hizo decir que le permitiese pasar el resto de sus días en
algún punto de la República, por verse perseguido aun
de los suyos, y que si no le concedía este refugio iría a me-
terse en los montes. Era un acto no sólo de humanidad, sino
aun honroso para la República el conceder un asilo a un je-
fe desgraciado que se entregaba. Así mandé un oficial con
veinte húsares para 'que lo trajesen y aquí se le tuvo recluso
algún tiempo en el convento de Mercedes; sin permitirle
comunicación con gentes de afuera, ni haber jamás podido
hablar conmigo aunque él lo deseaba».
CARGOS Y ACUSACIONES 85

Agrega Francia, que Artigas fué mandado luego a Cu-


ruguatí con los dos sirvientes que trajo; que le hizo dar un
asistente; que las partidas de indios que con sus familias
pasaron a territorio paraguayo, fueron distribuidas en los
pueblos de Misiones y cercanías de Asunción =para que en
esta conformidad olviden la vida de bandidos que han te-
nido anteriormente=, que los portugueses .han tenido tam-
bién sus inteligencias y comunicaciones con el bandido Ra-
mírez»; y concluye:
=Al Craveiro que le dijo que Artigas estaba aquí bien
guardadito, le hubiese usted dicho que Bonaparte, que fue
emperador de los franceses, estaba igualmente bien guarda-
dito en poder de los ingleses, adonde se refugió en su úl-
tima desgracia, y aunque estaba en guerra con ellos y los
ingleses fueron sus mayores enemigos, lo recibieron y lo
mantienen hasta ahora asistido generosamente en la Isla
de Santa Elena=.
El otro documento, es un sumario instruido al coronel
Manuel Cabañas por conspiración contra el dictador Fran-
cia. Figuran las declaraciones prestadas por Juan Crisósto-
mo Villalbá y Francisco Antonio Aldao el 21 3e abril de
1821 ante el comandante del cuartel de la Asunción don
Ramón Bargas. Expresa Villalba que él acompañó en ca-
lidad de paje a Francisco Antonio Aldao hasta la ciudad
de Santa Fe; que estando en el puerto de la Bajada del Pa-
raná, Aldao fué hasta el punto en que se encontraba José
Artigas en busca de licencia para su transporte; que al regre-
sar trajo unos pliegos que fueron acomodados en la maleta;
que luego emprendieron viaje a la cordillera en dirección a
la casa del mismo Aldao; que en el camino Aldao refi-
rió al declarante que el pliego era dirigido por José Artigas
a Manuel Cabañas, residente en la Cordillera, y le agregó
que ellos llevarían la respuesta y que entonces Artigas pa-
saría al Paraguay con el objeto de ocupar el territorio y
llevarse la cabeza del dictador Francia; que por el servicio
prestado, Aldao y el declarante conducirían al Paraguay
el ganado que quisieran, recomendándosele respecto de
86 JOSÉ ARTIGAS

todo esto, el mayor secreto; que llegados a la casa


éste salió solo en dirección a lo de Cabañas, según
manifestó a su mujer, para comprar alguna ropa que
sitaba; quea los dos días regresó Aldao y ya no volvió
hablarse más del pliego.
En su declaración, expresa Aldao: que es cierto todo lo
que afirma Villalba; que el declarante entregó el pliego a
Cabañas, después de oír misa en un rancho, sin hablar más
porque llegaron otras personas; que al día siguiente se en-
contraron en un baile dado en casa del cura de la misma
capilla, y que entonces Cabañas le dijo: «Me ha pedido Ar-
tigas una cosa imposible, pues me pide a que prevenga
gente en la cordillera, cuando ustedes de la cordillera no tie-
nen otra propiedad que esconderse, solamente bajando ha-
cia Tebicuarí se puede encontrar gente. También me en-
carga que yo escriba a Fulgencio Yegros para que pon-
ga éste en la costa del Paraná a Artigas la gente y que nos-
otros habremos de ser los gobernadores: ahora pocas
gracias, añadió Manuel Cabañas., y concluyendo con esto,
volvió al baile. Agrega el declarante que en marzo de 1815
encontrándose en Santa Fe en casa del comandante de esa
plaza don Francisco Candiote, llegó allí José Artigas y le
dijo que debía llevarle un pliego para Fulgencio Yegros a
quien no conocía el declarante, por cuya razón resolvió diri-
girlo a Cabañas; que a la mañana siguiente Candiote le en-
tregó un pliego cerrado, diciéndole que contenía un oficio de
Artigas a Cabañas para que éste escribiera a Fulgencio Ye-
gros, en demanda de gente con destino a tomar el Paraguay.
Dos autos del dictador Francia cierran el sumario, res-
pectivamente del 3 y del 12 de agosto de 1833.
Hace constar el primero que Manuel Cabañas, muertos
sin herederos, ha traicionado a la patria y al gobierno
«manteniendo correspondencia con el malvado caudillo de
bandidos y .perturbador de la pública tranquilidad José
Artigas, por cuya prevención se encargó de reunir y apron-
tarle gente de auxilio cuando viniese según sus ridículos
ofrecimientos a tomar la República, llevar la cabeza del
ARGOS Y ACUSACIONES
87

dictador y ponerlo a él y otros en el gobierno= ... =Com-


probándose con tan infames procedimientos que era un ver-
dadero enemigo de la patria y. que resuelto a auxiliar al
caporal de ladrones y salteadores Artigas, estaba dispuesto
a quedarse vilmente subordinado y tenerle sometida la Re-
pública=. . . que cuando Artigas =se vino, arruinado y perse-
guido de muerte aún de los suyos por consecuencia y efec-
to natural de sus desórdenes, locuras y desatinados proce-
dimientos, a implorar la clemencia y amparo del mismo dic-
tador cuya cabeza había ofrecido llevar, el que reventando
de generosidad sin embargo de que el elevado y bárbaro
malévolo no era acreedor a la compasión, no solamente lo
admitió sino que ha gastado liberalmente centenares de
pesos en socorrerlo, mantenerlo y vestirlo, habiendo veni-
do desnudo, sin más vestuario ni equipaje que una cha-
queta colorada y una alforja= ... =En virtud de todo esto
se declaran confiscados y aplicados a gastos públicos y ser-
vicios del Estado todos los bienes que apareciesen corres-
ponder al citado Manuel Cabañas... rompiéndose igualmen-
te el título de coronel de que se ha mostrado indigno».
El otro auto de Francia previene: que se ponga
nio del decreto anterior y de las declaraciones
y de Aldao, a fin de tomarse las providencias que
pondan para su cumplimiento.
¿Qué fe puede merecer el testimonio del dictador
cia, viciado por circunstancias morales y políticas
ban un medio ambiente de profundas subversiones,
el carácter, las doctrinas y las altiveces de Artigas
inspirar las más grandes aprensiones y sobresaltos?
Cuentan los naturalistas Rengger y Longchamp, (=En-
sayo histórico sobre la revolución del Paraguay») que una
vez que el doctor Rengger iba a practicar la autopsia de un
paraguayo, le pidió Francia que aprovechara esa oportu-
nidad para observar bien si sus compatriotas tenían en el
pescuezo algún hueso de más, que les impidiese levantar
la cabeza y hablar en alta voz.
Pero, ¿cómo no habían de bajarla si a diario
sa JOSÉ ARTIGAS

incidentes como este otro que también refieren los mismos


naturalistas?:
Una mujer del pueblo, que no sabía de qué medios
valerse para hablar con Francia, se acercó a las ven-
tanas del dictador. Fué aprisionada, y la misma suerte
corrió el marido; y para evitar la repetición del hecho dié-
ronse órdenes terminantes al centinela: si alguno de los pa-
seantes miraba con atención la fachada de la casa, debía
hacérsele fuego, con la prevención de que si al segundo tiro
erraba, el propio tirador sufriría la última pena. Desde
ese momento, nadie volvió a transitar por allí sin bajar la
vista al suelo. Fué revocada posteriormente la orden, a
consecuencia de haberse hecho efectiva sobre un paseante
que alzó los ojos al enfrentarse a la morada presidencial.
En su opúsculo «Cosas de antaño», transcribe don An-
tonio Pereira el relato de una entrevista de Robertson con
el dictador del Paraguay. En medio _ de la conversación,
un soldado anunció que el ministro de Hacienda hacía
dos horas que aguardaba en antesalas para la celebración
de una audiencia. «Que aguarde no más», fué la respues-
ta de Francia. Cuando se retiraba Robertson, se acercó el
ministro de Hacienda, sombrero en mano, para preguntar-
le si quería ocuparse de sus asuntos. «¡Llévenlo al cuerpo
de guardia! ¿no le he dicho que aguarde?», replicó Francia.
Y el pobre ministro fué llevado en arresto y allí quedó
toda la noche!
Bastan estos antecedentes para comprender el profundo
antagonismo que debía existir entre Artigas y Francia y
las enormes aprensiones con que el dictador debía mirar a
su huésped.
Pero hay algo que demuestra además que el insultante
decreto de 1833 constituía un simple pretexto para confis-
car la fortuna del coronel Cabañas. Si en 1822 se hubieran
prestado declaraciones efectivas contra Artigas, ni el fallo
se hubiera hecho aguardar once años, ni Artigas hubiera
podido conservar su vida, o por lo menos su tratamiento.
Cuando se recorre por primera vez el furibundo decreto con-
tra el jefe de los orientales, parece que lógicamente se mar-
CARGOS Y ACUSACIONES 89

cha a una pena digna del delito imputado y de la subver-


sión dictatorial en que estaba el Paraguay en esos momen-
tos. Y sin embargo, toda la saña recae sobre los bienes del
coronel Cabañas, prueba evidente de que el sumario era
una farsa exigida por la confiscación.

Un diplomático furibundo.

E1 señor Carlos A. Washburn, ministro residente de los


Estados Unidos en la Asunción desde 1861 hasta 1868,
reproduce (=Historia del Paraguaya) todos los epítetos in-
sultantes de los libelos de Cavia y de Miller y enriquece
el vocabulario antiartiguista con nuevos y deprimentes
vocablos:
«En 1817, antes que Francia fuese elegido dictador
perpetuo, se encontró amenazado por sus vecinos del Sud:
desde 1814 había estado alarmado por los salteadores ar-
mados que saqueaban y puede decirse dominaban las pro-
vincias de Corrientes y de Entre Ríos. El jefe de estas ban-
das de asesinos, cuyo nombre durante unos seis años fué
el terror de toda persona decente, era José de Artigas, tipo
famoso de su época y cuya influencia en favor del mal era
mayor que la de cualquier otro hombre en Sud América=.
.Nació en o cerca de Montevideo por el año de 1798...
Fué criado o se le dejó criar como un gaucho, sin recibir
otra educación que la de saber montar a caballo, domar po-
tros, tirar el lazo y marcar y carnear la hacienda... Tenía
todas las crueldades de un jefe de bandidos, y el estado so-
cial de la Banda Oriental en aquella época era tal que los
bandidos abundaban, gente vagabunda e inquieta cuyo ca-
rácter entonces como ahora está expresado en esta sola pa-
labra gaucho: hombre sin ningún interés en el país y sin
deseos de tenerlo... Hasta se dice que en su juventud él
no había aprendido a leer ni escribir y que sólo después
que se convirtió en jefe importante, se contrajo a este des-
agradable trabajo... Era tan ignorante como el caballo que
montaba, de lo que era el mundo más allá de las llanuras
90 JOSÉ ARTIGAS

que intentaba gobernar... Tenía gran fuerza física y mu-


cho aguante, así que muy luego fue jefe de todos los crimi-
nales de las vecinas comarcas y de todos aquellos gauchos
que encontraban muy monótona o poco productiva la vi-
da de la estancia... Muy luego llegó a tener número sufi-
ciente de ellos para despreciar la ley y desafiar a sus agen.
tes. El y sus compañeros viajaban por donde querían, to-
mando cuanto se les antojaba: al que voluntariamente o sin.
quejarse les entregaba lo que necesitaban, no lo molesta-
ban más, pero al que protestaba o apelaba a la autoridad,
le arriaban sus haciendas a otros puntos distantes y él y su
familia desaparecían».
aEste bandido comenzó su carrera hacia 1808, unos sie-
te años antes que Montevideo se independizara, pero así
como la cloaca de la calle recoge todo lo que es inmundo
e inútil aumentando su corriente a medida que avanza en-
tre la populosa ciudad, así Artigas a medida que progresa-
ba en su carrera criminal, juntaba a su alrededor todo lo
vil de la sociedad: expatriados, asesinos, ladrones y todos
aquellos gauchos para quienes era peligroso estar cerca de
las poblaciones, todos se juntaban a su bandera, pues que
él podía protegerlos y salvarlos de los castigos que debían
por sus crímenes. Sus fuerzas todas vivían del robo ejecu-
tado ya en forma de las contribuciones que le pagaban los
que le temían, para protegerse de sus depredaciones, o ya
por medio del saqueo directo sobre aquellos que no podían
o no querían entrar en tratos con él. A1 principio sus ope-
raciones fueron en menor escala y no aspiraba ni preten-
día ser más que un ladrón de hacienda vacuna y caballar—
El gobernador de Montevideo mandó las fuerzas que pudo
juntar contra este caco moderno, pero las tropas eran in-
variablemente derrotadas... No pudiendo someter a Arti-
gas cuyas fuerzas aumentaban constantemente y en pro-
porción a ellas se extendía el radio de sus devastaciones,
trató de entenderse con el jefe gaucho: le propuso darle
una comisión del Rey para el sostenimiento de la ley,-ha-
ciéndolo capitán de caballería o como entonces la llamaban
CARGOS Y ACUSACIONES 91

de un cuerpo de blandengues. Artigas aceptó la propuesta


y entró en Montevideo con su banda de asesinos. Bandi-
dos y asesinos como eran, estaban sin embargo implicita-
mente sujetos a él; entre su gente nadie ponía en duda su
autoridad: su palabra era la ley. Ahora sus hombres fueron
pagados con regularidad y ampliamente llenadas sus nece-
sidades: su jefe les mandó que dejaran de asesinar y robar
y que sirvieran como de policía general para sostener la
ley y el orden en el país».
«Por esta época estalló la revolución en Buenos Aires
y en seguida la guerra con España. Artigas, cansado ya
de la inercia y habiéndosele ya pasado el atractivo de la
novedad de la vida civilizada, quiso tomar parte en la gue-
rra...» A1 principio sirvió con el Rey, luego desertó y
pasó a servir con Alvear; pero =era un gaucho ignorante y
su presencia en el ejército era una ofensa a los jefes revo-
lucionarios de Buenos Aires que eran hombres educa-
dos» y desertó de las fuerzas que sitiaban a Montevideo...
<Artigas como Francia, tenía un odio mortal a los españo-
les, y siempre que alguno de ellos cayera en su poder, su
delirio era atormentarlo con los medios de la más inaudita
crueldad. Una de sus ideas más felices era hacerlos coser
dentro de un cuero de buey recién carneado y en seguida ex-
ponerlos al sol abrasador hasta que la muerte los libraba
de su tormento».
Después de todas estas diatribas bebidas en Cavia y en
algunos de sus repetidores como Miller, se ocupa el minis-
tro Washburn del asilo pedido por Artigas a Francia.
«En vez de hacerlo fusilar inmediatamente, lo
Curuguatí... dándole una pensión de treinta pesos
enes... Qué pasaporte tenía Artigas que pudo valerle
favores de Francia, no se sabe, y es probable que
denciales que le aseguraron la clemencia del dictador,
ría su fama de haber degollado más gente que cualquiera
de sus contemporáneos».
Llenada esta primera parte de la tarea, descarga
nistro Washburn el resto de su lenguaje feroz contra
92 JOSÉ ABTIGAS

patria de Artigas, a la que fustiga en estos textuale


minos:
=Cuando faltan héroes de verdadera talla, la gente ensal-
za caracteres dudosos o positivamente viciosos. El pequeño
Estado de la Banda Oriental o República del Uruguay, to-
davía no ha tenido más que un hombre cuya reputación se
haya extendido más allá de Sud América, y este hombre es
el gran ladrón Artigas. Cualquier otro nombre de algún
otro oriental que yo podría mencionar, estoy seguro que se-
ría desconocido de cualquier europeo o americano, y no,
arriesgo nada afirmando que ningún lector de este libro ha-
brá oído hablar de otro montevideano que no sea de Arti-
gas. No obstante esta falta de hombres superiores, y pro-
bablemente por esta misma causa, ha sido uno de los países
más turbulentos y barulleros de Sud América. En verdad,
no tiene derecho a una existencia nacional independiente....
Es la región favorita del inmigrante europeo y con un go-
bierno honrado y estable, sería en pocos años uno de los
países más prósperos y poderosos del mundo... Es una lás-
tima que después de la expulsión de los españoles esta lin-
da provincia no se haya agregado permanentemente a la
Confederación Argentina ó si se quiere al Brasil... Cuando,
Artigas con su ejército de ladrones apareció como una man-
cha, primero traicionando a su propio país y pasándose a
Buenos Aires y luego desertando de sus nuevos amigos y
estableciéndose como salteador, diezmando las provincias
interiores, la unión que probablemente se habría efectuado
así que fueran arrojadas las autoridades españolas de Mon-
tevideo, se postergó hasta mejor oportunidad y no se efectuó
nunca. Por haber sido instrumento de esa mala obra, cuyos
resultados ni preveía ni deseaba, fué considerado después
de su muerte por los montevideanos como el defensor de su
independencia... Se nombró una comisión de ciudadanos
de mayor influencia y espectabilidad para que fuesen al
Paraguay, desenterrasen los restos del gran asesino y los:
llevasen a Montevideo... Una tumba manífica se erigió
sobre sus restos, y el que visita el cementerio de Montevi-
CARGOS Y ACUSACIONES 93

deo, cuando mire el monumento de mármol, bien puede


preguntarse qué espera a una nación o a una raza que de
tal manera deifica a un monstruo de la degradación huma-
na:.. Nominalmente la Banda Oriental ha conservado su
independencia... los orientales están tan conformes con ella
como si les hubiera traído bendiciones en lugar de calami-
dades, que todavía honran a Artigas como a un héroe na-
cional... Yo mismo he conocido uno de ellos, excelente
sujeto, caballero cortés y bien educado, joven respetado por
su gobierno y que ocupaba el puesto de secretario de la
Legación del Paraguay, carácter afable y de porte distin-
guido, y lo he visto ir en peregrinación hasta la antigua re-
sidencia de aquella peste de la humanidad, y traer como
una reliquia sagrada un ladrillo o una teja de la casa
en que había habitado. Cuando a tales hombres se honra,
¡quién no desearía el refugio de la obscuridad!»
¿Qué testimonios invoca el ministro Washburn para in-
sultar tan torpemente al jefe de los orientales y a la Repú-
blica del Uruguay?
Absolutamente ninguno, fuera de los que resultan
lectura de su obra: una crasa ignorancia de la historia
la independencia; un desconocimiento más craso del
arrollo de la civilización sudamericana; un desprecio
cebible por el Río de la Plata; y un apetito inmoderado
fántasías, que tienen el mérito de provocar la avidez
lectores, sin el trabajo previo de estudios prolijos
cual corresponderían al representante diplomático
gran país.
Sólo por nuestra incurable desidia, ha podido y puede
esa montaña. de epítetos y apreciaciones insultantes depri-
mir a la República Oriental en el exterior, a la sombra de
la prestigiosa diplomacia norteamericana, sin una sola ré-
plica o gestión tendiente a contener la enormidad del mal.
Es interesante agregar que cuando el ministro
burn, falto de sus ponzoñosas guías históricas,
monios más serios, se encuentra obligado a dejar
frases de elogio de las altas condiciones morales
de los orientales:
94 JOSÉ ARTIGAS .

«En sus últimos años, después de la muerte


dor, el Protector dejó sus cultivados campos, testig
obras de caridad nunca oídas en e1 Paraguay, y
a Ibiraí, donde pasó sus últimos días=. Y como
de ese elogio agrega: «En su juventud su vida había
la de una bestia feroz que robaba y asesinaba por
en sus últimos años, era la misma bestia sin garras
dientes=.

Un cónsul de la misma escuela.

E1 señor César Famin, cónsul de Francia en Lisboa,


publicó en 1876 un estudio titulado .Chili, Paraguai, Uru-
guai, Buenos Aires», que forma parte de la obra .L'Uni-
vers Pittoresque» que comprende otros estudios sobre la
Patagonia por Federico Lacroix.
Véase en qué términos se ocupa de Artigas:
=Nacido en Montevideo de una familia distinguida, ma-
festó desde su juventud los peores instintos. La vida nó-
made de los criadores de ganado, su existencia salvaje, todo
lo de ellos, hasta su propia ferocidad, habían seducido a
este espíritu fogoso. Quiso durante muchos años participar
de su género de vida; después se unió a una banda de
contrabandistas y asesinos, de la cual llegó a ser el
miembro más activo, más emprendedor y más cruel...
Asoló sin piedad la Banda Oriental, el Entre Ríos
y el Paraguay, destruyendo las sementeras, arreba-
tando las mujeres y los animales, degollando a los
hombres, saqueando los templos y sumiendo en el duelo a
más de veinte mil familias. Las cosas llegaron a tal extre-
mo, que el Gobierno creyó del caso crear en Buenos Aires
un cuerpo provincial, cuya única misión era oponerse a la
banda de Artigas; pero este medio resultó insuficiente y
fué necesario tratar con ese bandido de potencia a potencia.
Su propio padre intervino como mediador. Se convino en
que José Artigas y sus compañeros serían amnistiados,
que ellos recibirían una indemnización anual o que serían
CARGOS Y ACUSACIONES
95

incorporados en el ejército y que su jefe tendría el grado


de teniente. Esta convención fué ejecutada fielmente por
ambas partes= ... Estallada la insurrección, Artigas desertó
de sus banderas y ganó la batalla de las Piedras... .Era
sobre todo a la cabeza de sus guerrillas que a él le gusta-
ba combatir», y «este género de guerra conforme a sus pri-
meras ideas, despertó sus hábitos de bandidaje y despotis-
mo... El general Rondeau, que mandaba el ejército sitiador
de Montevideo, convocó un congreso con el objeto de proce-
der a1 nombramiento de un gobierno provincial, y Artigas
exigió a los electores que fueran a su propio campamento a
recibir órdenes. Esos rehusaron obedecer, surgiendo enton-
ces una violenta colisión, a consecuencia de la cual Arti-
gas abandonó el ejército, con todos los antiguos cómplice
de sus crímenes, los contrabandistas, los ladrones, los vaga-
bundos y todos aquellos, en una palabra, que tenían un in-
terés cualquiera en sustraerse a la acción de las leyes. En-
tre los asesinos de que estaba rodeado, se destacaba por su
ferocidad un monje llamado Monterroso».
Habla el autor, de los trabajos monárquicos en favor del
príncipe De Luca y dice:
«Existía, en efecto, un partido en favor de la monarquía
constitucional. Pueyrredón era su jefe. Artigas y su banda
sostenían a los republicanos. Hubo entre los partidarios de
ambas opiniones un encuentro serio en Cepeda, que termi-
nó con la derrota de los monarquistas y la entrada de Ar-
tigas en Buenos Aires. Pero este jefe de bandidos no gozó
mucha tiempo de su triunfo; Ramírez, el más bravo de
sus generales, su discípulo y su amigo, se insurreccionó a su
turno, lo batió en diversas acciones y obligó a asilarse en
el Paraguay..
La relación del cónsul de Francia en Lisboa, redactada
naturalmente a base de los insultos de Cavia y sus repeti-
dores, es una nueva prueba de la increible facilidad con
que los escritores europeos se ocupan de cosas que no co-
nocen ni por el forro, para llenar páginas con narraciones
llamativas y sobre todo remuneradoras. Y es una nueva
96 JOSÉ ARTIGAS

prueba también de la necesidad de que el Gobierno Orien-


tal suministre fuentes exactas de información, mediante li-
bros y folletos que prestigien al país.y que contrarresten la
acción. deprimente de las únicas obras históricas que circu-
lan fuera de nuestras fronteras, y que por diversas causas
que iremos analizando, tienen que ser y son de una injusti-
cia abrumadora para los hombres y las cosas de esta tierra.

Juicio de un viajero.

Jurien de la Graviére, que visitó el Río de


1820, dice al comparar la situación de las dos
«Mientras que la guerra civil desolaba la margen dere-
cha del río, en Montevideo se gozaba de una tranquilidad
relativa. Sólo el general Artigas hacía frente a la guerra
con un ejército de bandidos y asesinos a quienes alistaba
por,medio de la violencia. Era para alejar a este bandido
tan temible, que durante el directorio de Pueyrredón,
había consentido el Gobierno de Buenos Aires la ocupación
de la provincia de Montevideo por los portugueses-.
(«Souvenirs d'un amiral». Revue de deux Mondes, 1860).

Continúa la ropetición do Cavia.

En su «Galería contemporánea-, el señor Antonio


(hijo) se ocupa.en los siguientes términos de
.No habiendo sufrido ni él ni sus padres, nacidos en
tranquilo vasallaje, la persecución ni las humillaciones con
que la tiranía oprime a las almas elevadas, se consideró
obligado a mirar con odio el absolutismo monárquico y a
encararse resueltamente con él, convirtiéndose después él
mismo en déspota a nombre de la libertad y el derecho,
cuya simpática bandera llegó a levantar... Errante de la
casa paterna, coligado a bandas de malhechores y contra-
bandistas, cada hora de su juventud fué un combate libra-
do contra la sociedad: cada combate una lección en la gran
:escuela en la que iba a descollar más tarde, reuniendo en
CARGOS Y ACUSACIONES 97

los antros de su alma todos los instintos, todas las pasio-


nes que debían retemplarla para combatir a sus señores.
Y así se vió, que mientras los más poderosos colonos ame-
ricanos, acataban humildes la servidumbre de la metrópo-
li, no pensando en el egoísmo de su presente más que en
la regularidad material de la vida, Artigas, pobre y desco-
nocido, luchaba hostilizando, según él creía que debía ha-
cerlo, a sus opresores, fortificando su espíritu y preparán-
dolo para el gran combate que debía librar en las comar-
cas uruguayas. Colocado más tarde este hombre por la
fortuna o por su audacia a la cabeza de un pueblo que
despertó a la libertad, se encontró sin las condiciones para
encaminarlo en la senda de la paz y del progreso; porque
aunque le rodearon hombres bien intencionados e inteli-
gentes, no supo elegir entre éstos, o más bien dicho no qui-
so gobernar con su consejo, siguiendo los impulsos de su
voluntad y obedeciendo al imperio de sus primitivas im-
presiones.
=Nació Artigas por el año 1758... Muy joven, empezó
a rebelarse contra la obediencia de sus padres, y abando-
nando finalmente el hogar se entregó a la vida de la cam-
paña, a cuyos trabajos tenía notable inclinación aunque
eran completamente contrarios a su origen. Las rudas fati-
gas de esa vida fortalecieron su temperamento, a la vez
que adquirió las costumbres bárbaras de los gauchos, (es
decir, de los hombres nómades, sin ocupación y sin hogar)
que tenían por punto de reunión los bosques. Resultó en-
tonces lo que tenía que suceder: la subordinación era con-
traria a los hábitos de Artigas, y un día incurrió en el dis-
gusto del general Muesas por una falta en el servicio, y
tratado agriamente por éste, desertó de las filas españolas,
presentándose en Buenos Aires ya en la clase de ayudan-
te mayor con grado de capitán. El Gobierno Argentino que
se encontraba en el caso de utilizar todos los elementos
conducentes a sus fines, recibió al oficial que llamaba a
las puertas de la patria y le confirió el empleo de teniente
coronel de blandengues con destino a formar una expedi-
98 JOSÉ ARTIGAS

ción que debía marchar sobre Montevideo; pero en


terregno dieron el grito de libertad Viera y Benavide
las inmediaciones de Mercedes>.
Está hecha la relación, como se ve, a base del libelo de
Cavia. En algunos puntos sin embargo, adopta deci-
didamente el autor de la =Galería contemporánea= la de-
fensa del jefe de los orientales.
Así, por ejemplo, reconoce en Artigas «su sentido recto
en materia de hacienda, su tendencia a las reformas y cier-
to respeto a la inviolabilidad del derecho natural, que él
muy pocas veces agredió abiertamente..

Amigas y el Gobierno Argentino. según Mitre.

Habla el general Mitre de la situación política en mar-


zo de 1812 («Historia de Belgrano.):
.Resuelto el Gobierno patriota a hacer un esfuerzo
premo para apoderarse de Montevideo, había puesto
la costa occidental del Uruguay un ejército de
seis mil hombres, de los cuales apenas tres mil
putarse soldados. E1 resto pertenecía a las bandas
plinadas y mal armadas que acaudillaba don José
célebre ya por algunos hechos de armas y por su
gio entre las masas populares=.
El aspecto del escenario político al finalizar el año 1814,
sugiere al autor de la «Historia de Belgrano., estas obser-
vaciones:
«El famoso don José Artigas, caudillo de la democracia
semibárbara, que se había separado del sitio de Montevi-
deo desconociendo la autoridad nacional mientras los pa-
triotas estrechaban aquel baluarte de la dominación espa-
ñola, había conseguido insurreccionar contra el gobierno
general los territorios de Entre Ríos y Corrientes, elevados
ya al rango de provincias. Desmoralizadas con el ejemplo
del Paraguay y halagadas con las ideas de una mal enten-
dida federación, que estimulaba poderosamente las ambi-
ciones locales y les prometía las ventajas de la indepen-
CARGOS Y ACUSACIONES 99

dencia sin los sacrificios que ella exigía, aquellas provincias


se habían puesto bajo la protección de Artigas. Santa Fe
y Córdoba estaban próximas a seguir el ejemplo. Las de-
más provincias profundamente conmovidas por el odio a
Buenos Aires y al gobierno central, cooperaban indirecta-
mente a los progresos del terrible caudillo, cebando así la
fiera que debía devorarlos. No era una revolución social,
aunque fuera un sistema precursor de ella: era una disolu-
ción sin plan, sin objeto, operada por los instintos brutales
de las multitudes, reunidas bajo el pendón de la guerra ci-
vil, armadas de la espada de Caín y de la tea de la discor-
dia. Era una tercera entidad que se levantaba, enemiga
igualmente de los realistas y de los patriotas, dispuesta a
luchar indistintamente con todo lo que se opusiera a su
expansión. Hasta entonces este elemento había marchado
aunado a la Revolución; pero, elemento heterogéneo a ella,
se separó al fin, afectando formas propias que le hicieron
aparecer como la subdivisión del gran partido revolucio-
nario. La Revolución que lo llevaba en su seno, sólo había
servido para desenvolverlo, o más bien ponerlo de relieve.
Al frente de este elemento se pusieron caudillos oscuros,
caracteres viriles fortalecidos en las fatigas campestres,
acostumbrados al desorden y a la sangre, sin nociones mora-
les, rebeldes a la disciplina civil, que acaudillaron aquellos
instintos enérgicos y brutales que rayaban en el fanatismo.
Artigas fué su encarnación: imagen y semejanza de la de-
mocracia semibárbara, el pueblo adoró en él su propia he-
chura y muchas inteligencias se prostituyeron a ella. Tal
fué el progenitor de los caudillos de la federación del Río
de la Plata.... Todos marchaban a la independencia y que-
rían la libertad; pero diferían en cuanto a los medios de
alcanzar una y otra, sin que se hubiesen fijado las ideas
respecto de la forma de gobierno que debería adoptarse
después de declarada la independencia. Las masas insu-
rreccionadas querían la federación; pero la federación de
los tiempos primitivos, sin más ley ni regla que la de los
caudillos que habían elevado. Los hombres que en presen-
100 JOSÉ ARTIGAS

cia de la anarquía, aspiraban a fundar la libertad sobre el


orden, creían que la forma monárquica constitucional era
la única que podía dar estabilidad a la Revolución, conju-
rando la tempestad que la amenazaba... Los demócratas,
fieles a los principios proclamados por Moreno desde los
primeros días de la Revolución, preferían la libertad borras-
cosa a las ventajas de una paz comprada a costa de la
dignidad humanas.
A1 comenzar el año 1815 la situación del Directorio se
agrava; las fuerzas militares niegan obediencia a Alvear;
el Cabildo de Buenos Aires pide su apoyo a Artigas, que
en esos momentos consolidaba su dominio federal en En-
tre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba. Véase cómo se
expresa Mitre estudiando dichos sucesos:
«Esta federación, sin más base que la fuerza y sin más
vínculo que el de los instintos comunes de las masas agi-
tadas, no era en realidad sino una liga de mandones, due-
ños de vidas y haciendas, que explotaban las aspiraciones
de las multitudes, sometidos más o menos estos mismos a
la dominación despótica y absoluta de Artigas, según era
menor o mayor la distancia á que se hallaban del aduar del
nuevo Atila. Tal era el movimiento vandálico que el Ca-
bildo de la capital llamaba en apoyo de la libertad y que
la mayoría del pueblo de Buenos Aires, que sufría con
impaciencia la dominación de Alvear, no rechazaba..
Artigas atravesó el Paraná con sus tropas, ocupó a San-
ta Fe y emprendió su marcha sobre la capital. El ejército
de Alvear que había salido a su encuentro, al llegar a
Fontezuelas se sublevó al mando del coronel Ignacio Alva-
rez y confraternizó con Artigas, estallando acto continuo
una revolución en Buenos Aires, de la que resultó la caí-
da de Alvear y de la Asamblea... =Esta revolución que
fué verdaderamente popular... manchó su triunfo con ac-
tos de insólida crueldad y cobardía; inmoló una víctima
inocente (el comandante Paillardel), capituló con el caudillo
Artigas; mandó quemar con gran solemnidad los bandos y
proclamas expedidos contra él, declarándole ilustre y bene-
CARGOS Y ACUSACIONES 301

mérito jefe de la libertad; y le entregó aherrojados para


que dispusiese de ellos a su antojo, a aquellos de sus ene-
migos que más se habían hecho notar por su adhesión al
Gobierno nacional (los coroneles Ventura Vázquez, Matías
Balbastro y Juan Fernández, los comandantes Ramón La-
rrea, Antonio Paillardel y los sargentos mayores Antonio
Díaz y Juan Zufriateguy). Artigas tuvo la nobleza de re-
chazar el horrible presente de carne humana que se le
brindaba, diciendo que no era el verdugo de Buenos Aires.
Examina en seguida el general Mitre los primeros efec-
tos del cambio producido en Buenos Aires y se pronuncia
en los términos que extractamos:
La revolución que dio en tierra con Alvear, capituló
con la anarquía y el caudillaje; nombró un director que no
era obedecido por nadie; y por un artículo de la nueva
Constitución (el Estatuto Provisional), dejó a las provin-
cias la facultad de nombrar sus gobernadores y regirse por
su régimen municipal, «siendo este el paso más atrevido
que hasta entonces se hubiese dado en el sentido de la des-
centralización=. Se estableció así una federación de hecho,
resumiendo cada provincia su gobierno local, como la capi-
tal había resumido el suyo. El caudillaje de Artigas, o sea
el artiguismo localizado en la Banda Oriental obtuvo carta
de ciudadanía. Dueño de Entre Ríos y Corrientes, sintió
dilatarse su esfera de acción disolvente. Santa Fe levantó
de nuevo la bandera tricolor artigueña, reivindicando su
independencia que la capital reconoció de hecho en la im-
potencia de someterla. Córdoba arrió la bandera nacional
que quemó en la plaza pública y enarboló la de Artigas.
Un ejército al mando del general Díaz Vélez penetró en
Santa Fe; pero el país se levantó en masa y los santafeci-
nos quedaron otra vez dueños de su territorio. «Cualquiera
que fuese la causa que defendiese Santa Fe, no puede ne-
garse admiración a una provincia pequeña, casi desierta,
pobre, sin tropas disciplinadas y mal armadas, que con tanta
virilidad sostenía su independencia local contra un enemi-
ga relativamente poderoso, tomando parte en la lucha la
población en masa, sin excluir niños ni mujeres=.
102 JOSÉ ARTIGAS

'En Córdoba gobernaba José Javier Díaz, un decidido


artiguista. El director lo destituyó, violando el Estatuto
Provisional que dejaba a las provincias el nombramiento
de sus gobernadores. Pero Díaz desconoció su autoridad
iniciándose una lucha entre él y el nuevo gobernador, con
una serie de complicaciones que terminaron con el triunfo
del último auxiliado por las fuerzas de Belgrano y el fusi-
lamiento de varios prisioneros españoles que se habían
sublevado en connivencia con la fracción vencida.
En diciembre de 1816 estalló otro movimiento federa-
lista en Santiago del Estero, encabezado por el comandante
Borges, que también fue vencido por las tropas de Be1gra-
no. Borges acababa de dar pruebas de que era un verdadero
patriota, puesto que aun después de sublevado había dejado
pasar libremente un convoy de armas que iba para el ejérci-
cito y otro de caudales que iba para Buenos Aires, sin permi-
tir' que se tomase un peso ni un arma, a pesar de que carecía
de todo. .Pero los tiempos eran duros y el general Belgrano
era inexorable en materia de disciplina, siendo Borges un
militar sujeto a su dura ley. El 1° de enero de 1817 a las
nueve de la mañana fue fusilado al pie de un frondoso al-
garrobo, atado a una silla de baqueta, protestando contra
la injusticia de su sentencia y la inobservancia de las for-
mas=.
Caracterizando el monarquismo del Congreso de Tucu-
mán y el federalismo de Artigas, se expresa el general Mi-
tre en los términos que extractamos a continuación:
Bélgrano se puso en contacto con los diputados, observó
que casi todo el Congreso era monarquista, y se puso a tra-
bajar simultáneamente a favor dé la declaración de la in-
dependencia y de la restauración de la monarquía de los
incas. En la misma corriente de ideas estaba San Martín,
pensando como Belgrano que faltaban elementos sociales y
materiales para constituir una república y que con un mo-
narca era más fácil consolidar el orden, fundar la indepen-
dencia y asegurar la libertad, conquistando a la vez alian-
zas poderosas y neutralizando los antagonismos existentes
CARGOS Y ACUSACIONES 103

en el Perú. En una sesión secreta del Congreso de Tucumán


a que fué invitado especialmente para comunicar las impre-
siones recogidas en Europa acerca del movimiento de las co-
lonias del Río de la Plata, expresó el vencedor de Salta y
Tucumán que en su concepto la forma republicana ofrecía
grandes resistencias y que la forma más propia seria una
monarquía templada, =llamando la dinastía de los incas,
por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta ca-
sa tan inicuamente despojada del trono=. Después habló de
la necesidad de declarar la independencia. El auditorio que-
dó convencido. Según la afirmación de Belgrano, todos
aceptaron sus ideas.
Entretanto, los partidos se agitaban en Buenos Aires,
levantando uno de ellos abiertamente el estandarte federal,
«El partido federal, que había tenido su origen en el odio
a la capital, representaba más bien que un orden de ideas,
un sistema de hostilidad contra Buenos Aires. A pesar de
esto, nunca dejó de contar sus prosélitos en la capital, pues
hasta el mismo Artigas los tenía=.
Llega el turno de la invasión portuguesa, y el
Mitre estudia el nuevo factor en los términos que
extractar:
Mientras el mundo se agitaba con motivo de las cuestio-
nes del Río de la Plata, =y la diplomacia argentina, oscila-
ba en el vacío persiguiendo un fantasma coronado, los
orientales continuaban combatiendo por su independencia=.
Mandaba la línea sitiadora de Montevideo el comandan-
te don Fructuoso Rivera y con él se puso en comunicación
el director Pueyrredón suministrándole algunos auxilios en
febrero de 1817. Pero Rivera tuvo que acudir en ayuda de
Artigas con motivo de la derrota del Catalán, y la línea si-
tiadora quedó a cargo del =siniestramente famoso don Fer-
nando de Otorguésn. A1 abrir negociaciones con Rivera y
Otorgués, que no tuvieron resultado, se proponía el direc-
tor Pueyrredón =no tanto robustecer el poder de los orien-
tales, cuanto debilitar el de Artigas aue consideraba peli-
groso para la paz de las Provincias Unidas... Así es que a
104 JOSÉ ARTIGAS

,la vez que promovía insurrecciones en el Entre Ríos para


sustraer a su dominación. este territorio, procuraba poner a
sus principales tenientes en pugna con él, fomentando al
mismo tiempo la deserción en sus filas=.
Formula con tal motivo el general Mitre el siguiente
juicio acerca de los caudillos federales:
aArtigas era un anarquista antinacionalista, cuya ten-
dencia era desligar a la Banda Oriental y los territorios
que le obedecían, de la comunidad argentina, formando
causa común con el Paraguay, y que prefería perder su pais
entregándolo vencido al extranjero antes que reconciliarse
con las Provincias Unidas. Ramírez por el contrario, aun-
que federalista, se reconocía miembro de la familia argen-
tina, aspiraba a influir en sus destinos y miraba con odio
al Paraguay=.
Ante las victorias de los portugueses en 1816
y la entrada de Lecor en Montevideo, dice el general
tre:
QA pesar de tantos y tan severos reveses, los
no desmayaban en su heroico empeño. Defendían su suelo
-patrio y su independencia contra la agresión injusta
poder extraño, que tomando por pretexto la anarquía
un limítrofe, sólo era movido por su ambición y
cia. Artigas acaudillando esta valerosa resistencia
levantado ante la historia si hubiera poseído alguna
calidades del patriota o del guerrero. Pero desprovis
toda virtud cívica, de toda inteligencia política
hasta del instinto animal de la propia conservación,
preferido que su patria se perdiera antes que reconci
con sus hermanos... No por tantas y tan fáciles
los portugueses se habían adueñado del país...
dueños del terreno que pisaban... Don Frutos Rivera,
hecho de su última derrota y reforzado con las
salvadas de Montevideo, retiró todas las subsistencia
rededor de la plaza y estableció un bloqueo formal,
ciendo a Lecor al recinto de las murallas...» Los
portugueses de Montevideo y del Cuareim quedaban

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