Está en la página 1de 20

r

ANNE UBERSFELD

SEMIÓTICA TEATRAL

T ra d u c c ió n y a d a p ta c ió n de F ra n c is c o T o rres M o n re a l

S E G U N D A E D IC IÓ N

C A T E D R A /U N IV E R SID A D DE MURCIA
S ign o e im agen

1
Director de la colección: Jenaro Talen*

Título original de la obra:


Lite le T héítre

Documentación gráfica de cubierta: Femando Múñoü


F.wyna de Los intereses creados, de Jacinto Bcoavcate

Introducción

No se puede leer teatro. Esto es algo que todos saben o creen saber.
Lo saben, por desgracia, esos editores que sólo publican las obras de
lectura recomendada en las instituciones docentes. No lo ignoran los
profesores, que difícilm ente disim ulan su angustia a la hora de explicar
o de intentar explicar un docum ento textual cuyas claves escapan al li­
bro. Los com ediantes, los directores escénicos — que creen conocer el
problem a mejor que nadie— m iran con cierto desdén y recelo todo
tipo de exégesis universitarias por considerarlas inútiles y soporíferas.
Sábelo tam bién el simple lector, ese lector que, cada vez que se arriesga
a la empresa de la lectura, tropieza con las dificultades de unos textos
que no parece hayan sido escritos para el consumo libresco. No todo el
mundo posee el hábito «técnico» del teatro representado o la im agina­
R eservad o s to d o s lo s d e re c h o s. D e c o n fo rm id a d c o n ¡o d isp u esto
e n el art. 53 4 -b is d e l C ó d ig o P enal v ig en te, p o d rá n ser castigados
ción especial que se requiere para construir, al hilo de la lectura, una
c o n p e n a s d e m ulta y p riv a c ió n d e lib e rta d q u ie n e s re p ro d u je re n representación ficticia. Y , no obstante, esto es lo que todos hacemos.
o p lag iare n , e n to d o o e n p a n e , u n a o b ra literaria, artística Operación individualista que, por una serie de razones que pronto va­
o cien tífica fijad a e n c u alq u ie r tip o d e so p o rte mos a ver, no se justifica ni en la teoría ni en la práctica.
sin la p re c e p tiv a au torizació n .
¿Debemos, entonces, renunciar a leer el teatro, o habremos de leer­
lo como un objeto literario más? Es decir, ¿hemos de leer a Racine
como si de un extenso poema se tratase; Berenice, como una elegía; F e-
dra, como el apasionado episodio de Dido en la Eneida de V irgilio? ¿Se
puede leer a Musset o al Duque de R ivas como a los novelistas del x ix ;
© S e c re ta ria d o de p u b lic ac io n e s c in te rc a m b io las comedias de capa y espada como a Los tres mosqueteros; Polieuctes o La
c ie n tífic o . U n iv e rs id a d d e M u rc ia
vida es sueño, como los Pensamientos, de Pascal, o E l criticón de Gra-
© E d itio n s S o c iale s/ M e ssid o r
cián?
© E d icio n es C á te d ra , S. A ., 1 9 9 3
J u a n Ig n acio L uca de T ena, 1 5 . 2 8 0 2 7 M a d rid
Adm itam os que no se pueda «leer» el teatro. Y , pese a ello..., hay
D e p ó s ito leg al: M . 3 7 .2 5 4 - 1 9 9 3 que leerlo. Ha de leerlo, en p rim er lugar, quien, por cualquier razón,
IS B N : 8 4 -3 7 6 - 0 8 7 6 - 7 ande metido en la práctica teatral (am ateurs y profesionales, especta­
P rinted in Spain dores asiduos, todos vuelven al texto como a una fuente o referencia).
Im p re so en G rá fic a s R o g a r, S. A . Leen tam bién teatro los am antes y profesionales de la literatura, profe-
P oi. In d . C o b o C alleja. F u e n la b ra d a (M ad rid )
7

2
Que la fábula constituye una abstracción y no una estructura lo prueba
iuns constatación m uy sim ple: una m ism a fábula puede dar origen a
textos dram áticos de form ulaciones extrem adam ente diversas, particu­
larm ente en lo que concierne al orden de los factores; por sí sola, la
diacronía haría enteram ente inin teligible la form ulación tabulada de
un texto con un alto nivel conflictual ¿Cómo construir la fábula
de A ndrómaca? ¿A p artir de qué hilos conductores? Parece, pues, que la
acción de construir la fábula a p artir del texto dram ático es una opera­
ción secundaria com parada con el procedim iento de determ inar las
macroestructuras textuales.

1.1. H acia una gram ática d el relato


C a p í t u l o II
Partirem os de la hipótesis de los gram áticos del texto (Ihwe, Dress-
ler, Petófi, Van Dijk), hipótesis que entronca con las investigaciones
El modelo actancial en teatro de todos los sem ánticos que, a p artir de Propp y de So uriau2, han in ­
tentado construir una gram ática del relato (A. J. G reim as sería hoy su
jefe de fila). Esta hipótesis básica es form ulada con claridad por Van
1. L as g r a n d e s e s t r u c t u r a s Dijk:
¿Por dónde empezar? He aquí la pregunta clave que, en opinión de L a ex isten cia, d e u n a m a c r o e s t r u c t u r a c o n s titu y e la h ip ó te s is c e n tr a l
B arthes1, debe plantearse de entrada cualquier investigación sem ioló- d e n u e s tra g r a m á tic a te x tu a l. E sta h ip ó te s is c o m p r e n d e ta m b ié n a las
gica. En teoría es posible iniciar el estudio de un texto por el análisis m a c r o e s tr u c tu r a s n a r r a tiv a s . L a d if ic u lta d in ic ia l d e la p re s e n c ia d e a c-
del discurso. La considerable extensión de un texto de teatro puede ta n te s h u m a n o s y d e a c c io n e s s ó lo p u e d e se r d e te r m in a d a p o r e s t r u c t u ­
aconsejar el estudio de un m uestrario del mismo. No obstante, este ra s te x tu a le s p ro fu n d a s : el r e la to n o tie n e u n a p re s e n c ia o c a s io n a l (e s ti­
procedim iento no sería científico; sus resultados, poco fiables, harían lís tic a m e n te s u p e rfic ia l) d e « p e rs o n a je s » , s in o u n d o m i n io p e rm a n e n te
ilusoria cualquier investigación en torno, por ejemplo, a lo específico d e a c ta n te s h u m a n o s 3.

del discurso propio del personaje (su idiolecto). Parece concluyente


que sólo es posible una «lectura» de la totalidad del espectáculo, de la Esto quiere decir, sencillam ente, que por debajo de la infin ita d i­
cerem onia, o, en su defecto, del texto-guión. La reconstrucción inte­ versidad de relatos (dram áticos o de otra especie) subyace sólo un lim i­
lectual y la catarsis psíquica sólo se satisfacen con la fábula (entendida tado y escaso núm ero de relaciones entre térm inos m ucho más am plios
que los de personaje o acción; a estas relaciones les daremos el nombre
como un todo). de actantes (a falta de precisar ulteriorm ente lo que por ello enten­
A sí pues, sería teóricam ente posible hacer de ia fábula o argum ento
el punto de partida, a condición de entenderla, con Brecht, com o la ex ­ demos).
posición horizontal, sin relieve, diacrónica, d el relato de los sucesos (justamente lo Esto supone:
que no es teatro). La fabricación de la fábula — fabricación que aquí
pasarem os por alto— rem ite a la historia, convierte el dram a en un re­ 1. que la «coherencia textual sea definida tam bién en el plano
lato no dram ático. Este procedim iento — perfectam ente legítim o— m acro-estructural»;
que los directores y dram aturgos brechtíanos consideran indispensa­ 2. (corolario) que podamos «establecer una hom ología entre las
ble, es un procedim iento abstracto, constitutivo de un relato abstracto, estructuras profundas del texto y las de la frase»; en consecuencia, que
no una investigación de la estructura. En todo caso, no vamos a restar­ la totalidad textual pueda corresponder a una única y gran fra se (es decir, que el
le interés; decim os sólo que se trata de una investigación secundaria.
2 V . Propp, Morpholugic du conte. E. Souriau, Les deux cent milles situations dramaliqucs.
3 V an Dijk, «G ram m aires textueiies et structures narratives», Sémiotiquc narrattve et textue-
lle, París, Larousse, 1 9 7 4 , pág. 204.
1 Poétique, núm. 9.

43
42

3
texto pueda ser resumido en una frase cuyas relaciones sintácticas sean
un reflejo de las estructuras de ese texto).
1.3. Limitaciones de la lingüística
Según la hipótesis de V an Dijk, las macroestructuras constituyen de
hecho las estructuras profundas del texto por oposición a sus estructuras Ni que decir tiene que, desde el mom ento en que nos encontram os
de superficie. Teóricam ente habríam os de escoger entre esta hipótesis con estructuras que sobrepasan los lím ites de la frase, es decir, con es­
y la que hace de las estructuras actanciales un sim ple modo de lectura, tructuras transfrásticas, nos situamos más allá de la lingüística clásica;
y de la noción de actante un concepto operativo. Nos enfrentamos cuando sobrepasamos una form alización puram ente fonológico-
aquí con e.1 debate filosófico en torno a la noción de estructura4. En sintáctica, nos situam os en el plano del contenido (form a y sustancia del
nuestra opinión, no es útil pensar que las estructuras profundas del re­ contenido), es decir, en los dom inios de la sem ántica.
lato dram ático puedan ser descubiertas realm ente; ya es bastante que la Pero, además, el análisis de las macroestructuras desborda a la se­
determ inación de la estructura actancial nos perm ita hacer un ahorro mántica propiam ente dicha para enlazar con otras disciplinas y enfren­
de análisis tan confusos como el del clásico análisis «psicológico» de los tarse — ya tendremos ocasión de verlo— con el problema de la ideolo­
personajes, o tan aleatorios como el tam bién clásico sobre la «dram a­ gía. El mism o V an Dijk afirm a que «una teoría de las estructuras n arra­
turgia» del texto de teatro, este últim o no se aplica válidam ente más tivas es una parte de la teoría de las prácticas sim bólicas del hombre y,
que ai texto clásico concebido en sus estrechos lím ites que no perm i­ en consecuencia, se convierte en objeto tanto de la antropología como
ten, en modo alguno, establecer una aproxim ación histórica entre los de la sem iótica, de la lingüística y de la poética». No sin algunas d ifi­
textos clásicos y aquéllos otros que no lo son tanto5. cultades, a esta fragm entación posible se opone la necesidad de una lec­
Notemos que, en razón de su relación, no con la lingüística sino tura totalizadora ideológica:
con la sem ántica, este modo de análisis, de una form alización extrem a­
dam ente difícil, escapa en revancha al escollo del «formalismo». La lingüística, la a n t r o p o lo g ía e s tru c tu ra l, la s e m ió tic a , h a n c o n s ­
t r u id o sus siste m a s s ig n ific a n te s a p a r t i r d e lo q u e se e n tie n d e p o r id e o ­
lo g ías. E ste p r o c e d im ie n t o , p ese a su p o s ib ilid a d d e a b r ir la v ía a u n a
1.2. D e lo superficial a lo profundo c ie n c ia d e las fo r m a c io n e s s ig n ific a n te s , te n d r ía u n a s e rie d e g ra v e s c o n ­
se c u e n c ia s q u e lim ita r ía n su e n la c e c ie n t íf ic o (...). S u s t it u ir la id e o lo g ía
p o r el sis te m a s ig n ific a n te lle v a a p a re ja d o el rie s g o n o s ó lo d e s e p a r a r el
Un doble problem a — que no esquiva Van Dijk— es el de la rela­ a n á lis is d e e sto s siste m a s s ig n ific a n te s d e su r e la c ió n c o n la h is to r ia y el
ción entre determ inaciones textuales «superficiales» y estructuras «pro­ su je to s in o , ta m b ié n , el d e n o p o d e r n u n c a e lu c id a r la p r o d u c c ió n y la
fundas»6. ¿Cómo dar cuenta del doble proceso, inductivo y deductivo, t r a n s fo r m a c ió n in te r n a s o e x te rn a s d e e sto s dos sistem as8.
que va de lo superficial a lo profundo y viceversa? «Si esta hipótesis es
correcta, nos dice V an Dijk, es preciso que podamos controlarla, que La advertencia de J. K risteva es muy oportuna en estos momentos
demos con las reglas (transform acionales) que unen a estas m acroes­ a fin de hacerle recordar a toda reflexión m arxista la necesidad de valo­
tructuras con las representaciones sem ánticas de la superficie textual»7. rar en su justo precio los procedim ientos analíticos de los sistemas sig­
Van Dijk confiesa su im potencia. Tampoco nosotros podemos ir más nificantes; el uso de conceptos operatorios útiles y esclarecedores per­
allá, se trata de una investigación en sus inicios. Sólo algunos procedi­ mite adentrarse en la investigación sem iológica, liberarla de los con­
m ientos artesanales nos perm itirán m ostrar, dado el caso, algunos de­ ceptos idealistas que la obstaculizan y no sabrían ahorrar una reflexión
talles. sobre la transform ación de estas estructuras y su funcionam iento ideo­
lógico. Quizá sea aún utópico intentar analizar estas m acroestructuras
4 Para una síntesis de conjunto de esta discusión, cfr. U. Eco, op. át.
textuales esforzándose a su vez por no desconectarlas de sus condicio­
5 Así, p o r ejem plo, de aplicar al teatro african o o extrem o-orien tal los conceptos de La nes de producción, es decir, de su relación con la historia. Es tanto lo
dramaiurgie classique en France, de J. Scherer, nos encontraríam os con los efectos más so rpren ­ que se pone en juego que bien vale la pena esbozar al menos el proceso.
dentes. Nuestra investigación, por sim ple e ingenua que parezca, puede perm i­
6 D eterm inaciones superficiales: personajes, discursos, escenas, diálogos, es decir, todo
lo que concierne a la «dram aturgia»; estructura profunda: la sintaxis de la acción dram ática,
tir, en el cam po del teatro, d elim itar el lugar donde se articulan estruc­
sus elem entos invisibles y sus relaciones (por ejem plo, la búsqueda del G raal subyace bajo las turas e historia.
m últiples aventuras de los Caballeros de la Mesa Redonda).
7 Ibíd.y pág. 19 0 . - ]. K riste va, Cintiime 9/10, pág. /3.

44 45

4
El cuerpo hum ano, la voz hum ana son elementos irreemplazables. Sin
ellos tendremos linterna m ágica, dibujo anim ado, cine, pero no ten­
dremos teatro. Es, pues, norm al y evidente que la unidad básica de
1.4. L a inscripción de la teatralidad
toda actividad teatral sea el com ediante o, textualm ente, su «partitura».
Una respuesta ingenua parece imponerse: la unidad básica del texto
Los análisis del relato que se desprenden de los trabajos de Propp y de
teatral es el personaje11.
Brem ond se refieren a estos relatos lineales y relativam ente simples.
No obstante, es preciso advertir que:
Incluso la m ayoría de los análisis de G reim as se aplican a relatos no
dram áticos. Es necesario, para adaptar a la escritura teatral el modelo
1. es im posible, por m il razones diversas, identificar al personaje
actancial (G reim as) y las funciones del relato (Propp, Brem ond) ha­
cerles pasar por determ inadas adaptaciones. Posiblem ente sea tam bién con el com ediante; un com ediante puede representar varios personajes
en un mismo espectáculo y, a la inversa, la ruptura del personaje en el
preciso plantearse y plantearle al texto una serie de interrogantes: el ca­
teatro contemporáneo hace posible que un mismo personaje pueda ser
rácter tabular del texto de teatro (texto de tres dim ensiones) obliga a
representado, sucesiva o sim ultáneam ente, por varios actores. Las
suponer la concurrencia y el conflicto de muchos modelos actanciales
puestas en escena modernas juegan con la identidad del personaje, con
(dos como m ínim o). Del mism o modo, el carácter co nílictual de la es­
el desdoblam iento, con la fusión de varios personajes en uno solo;
critura dram ática hace difícil, salvo en casos particulares, la anotación
2. como veremos, la noción de personaje es una noción que llega
de una sucesión fija de las funciones del relato9. Lo específico de la es­
hasta nosotros cargada de un pasado m istificante; razón de más para
critura teatral podría encontrar aquí su campo de aplicación. Intenta­
que no se le confíe la abrum adora tarea de hacer de él la unidad básica
remos m ostrar cómo la teatralidad se inscribe ya en el plano de las m a-
del teatro.
croestructuras textuales del teatro, de la pluralidad de los modelos ac­
tanciales, de la com binación y transform ación de estos modelos: estas A. J. G reim as aporta, en la línea de Souriau, toda una serie de solu­
son las características principales que disponen al texto de teatro para ciones que matiza, quizá con exceso, en sus últim as investigaciones12. ;
la construcción de sistemas significantes plurales y espacializados. Por Greimas establece una serie de unidades jerarquizadas y articuladas: a c­
lo demás, no nos cansarem os de repetirlo, en un texto de teatro, la tea­ tante, actor, rol, personaje. Esto nos perm ite encontrar las mismas unida­
tralidad es siempre virtual y relativa; la única teatralidad concreta es la des en T y en R. Por nuestra parte, utilizarem os estas unidades procu­
de la representación. En definitiva, nada nos im pide hacer teatro de rando ver cómo funcionan en el interior del texto teatral y en qué m e­
todo, ya que esta m ism a pluralidad de modelos actanciales puede darse dida ordenan la relación texto-representación13. En este sentido, la «es­
en textos novelescos o incluso poéticos. tructura profunda» del texto sería tam bién la «estructura profunda» de
la representación, y com prenderíam os cómo la m ism a estructura pro­
funda (en la m edida en que es «sustancia de la exp resión»)'4 puede,
2. E l e m e n t o s a n i m a d o s ; d e l a c t a n t e a l p e r s o n a j e echando mano de m ateriales diversos, dar origen a una serie de estruc­
turas de superficie totalm ente diferentes; quedaría así explicado el he­
La prim era diligencia de todo análisis sem iológico consiste en la cho de que una esquem ática semejanza fundam ental pueda contener
determ inación de las unidades. Ahora bien, en el terreno teatral, estas sentidos diferentes; o de cómo estructuras de superficie, en apariencia
unidades son particularm ente difíciles de precisar y, en rigor, podrían totalm ente diferentes, pueden contener un sem antism o muy próximo.
ser idénticas (en el texto y en la representación). Sabemos que la pre­ Se trata, sin lugar a dudas, de investigaciones fecundas para el objeto
sencia del com ediante constituye el elem ento característico de la acti­ últim o de nuestro intento, que no es tanto el de actualizar las estructu­
vidad teatral: ras textuales del teatro 15 cuanto el de m ostrar cómo se articulan, en su
funcionam iento concreto, texto y representación.
¿P u e d e d a rse te a tr o sin a c to re s ? N o c o n o z c o n in g ú n c a so d e este t e ­
n o r. S e m e o b je ta rá q u e así o c u r r e e n el e s p e c tá c u lo d e m a r io n e ta s . N o 11 V er, infra, el capiculo que consagram os al personaje.
o b s ta n te , in c lu s o e n este c a so , u n a c t o r a n d a s ie m p re tra s el te ló n , a u n ­ 12 A. J. G reim as, «A ctants, acteurs, roles», en Sémiotique narrative et textuelle.
q u e sea d e o t r o m o d o 10. 13 R ecordem os que las investigaciones de G reim as n o se refieren específicam ente al tea­
tro sino a toda fo rm a de relato.
14 Sería interesante v e r cóm o, en un p lan o teórico, la oposición chom skyana puede com ­
5 Sobre estas funciones, cfr. B rem ond, CummHuiiulMu, núm. 8. binarse con las distinciones form alizadas de Hjelmslev.
10 G ro to w sk i, Por un teatro pobre. 15 No nos cansarem os de recordar la en orm e dificultad de captar textualmente esos ele-

46 47

5
En este punto, el análisis actancial, lejos de ser algo rígido e inva­ mentó (lexicalizado o no) que asume en la frase básica del relato una
riable, se nos muestra — por poco que se lo dialectice— como un ins­ función sintáctica, nos encontram os con el sujeto y el objeto, el destinata­
trum ento de gran utilidad para la lectura del teatro. Lo esencial consis­ rio, el oponente y el ayudante cuyas funciones sintácticas no ofrecen ningu­
te en no ver en él una forma pre-establecida, una estructura inam ovi­ na duda; el destm ador o rem itente tiene una función gram atical menos
ble, un lecho de Procusta para cualquier texto, sino un modo de fun­ visible (pertenece, si así podemos expresarnos, a otra frase anterior
cionam iento infinitam ente diversificado. Hablando con propiedad, el — ver infra 3.3.— o, según el vocabulario de la gram ática tradicional, a
1m odelo actancial no es una forma, es una sintaxis, capaz, en consecuen­ un «com plem ento de causa»).
cia, de generar un núm ero infinito de posibilidades textuales. Dentro He aquí cómo se presenta el modelo actancial tal como Greimas lo
de la linea m arcada por G reim as y Frangois Rastier, podemos atrever­ ha determ inado (en seis casillas):
nos con una sintaxis del relato teatral en su especificidad, sin olvidar
que cada una de las formas concretas engendradas por el modelo:

a) se inscribe dentro de una historia del teatro;


b) es portadora de sentido y, en consecuencia, se halla directa­
mente relacionada con los conflictos ideológicos.

3. E l m o d e lo a c t a n c i a l
Adviértase que Greimas ha suprim ido (legítim am ente, por lo que
3.1. Los actantes parece) la séptima función del modelo de Souriau, la función de árbitro,
por tratarse de una función a la que no se le puede asignar una misión
Greim as, con su Semántica estructural, y, antes que él, Souriau, con sintáctica y porque, de analizarla detenidam ente, vemos que tiene cabi­
Les deux cent m ille situations dramatiques nos han mostrado cómo se cons­ da en una de las casillas actanciales — destinador, sujeto o ayudan te18.
truye un modelo básico tom ando como unidades a los actantes. Antes Así, el rey de El Cid, cuyo papel es, en apariencia, arbitral, aparece
de pasar adelante convendría no confundir al actante con el personaje. como Destinador (= la (dudad, la Sociedad), Oponente y A yudante de las
De hecho: acciones en que Rodrigo es sujeto.
Desarrollando la frase im plícita en el esquema, nos encontram os
a) un actante puede ser una abstracción (la Ciudad, Eros, Dios, la con una fuerza (o un ser D I); gaiado por él (por su acción), el sujeto S
Libertad), o un personaje colectivo (el coro antiguo, los soldados de un busca un objeto O en dirección o en interés de un ser D2 (concreto o
ejército), o una agrupación de personajes (por ejemplo, los oponentes abstracto); en esta búsqueda, el sujeto tiene sus aliados A y sus oponen­
del sujeto o de su acció n )16; tes Op. 'Iodo relato puede ser reducido a este esquema básico que G rei­
b) un personaje puede asum ir sim ultánea o sucesivam ente fun­ mas ilustra con el ejemplo harto elocuente de L a búsqueda d el Graal:
ciones actanciales diferentes (ver infra 3.8.6., el análisis de E l C id);
c) puede darse un actante ausente de la escena con tal de que su
presencia quede patente en el discurso de otros sujetos de la enuncia­
ción (locutores); es decir, para ser actante no es preciso ser sujeto de la
enunciación (es el caso de A styanax o de Héctor en A ndrómaca).

«E l m odelo actancial, dice Greim as, es ante todo extrapolación de


una estructura sin táctica»17. Un actante se identifica, pues, con un ele­

m entos específicos del teatro que, de m odo tan sencillo, se nos m uestran visibles en la p rácti­
ca concreta de la representación. 18 N otem os la significación ideológica de esta función de árbitro: esta función supone
36 C fr. G reim as, Sémantique structurale, pág. 18 4 , para la n oción de archi-actante. que se da, p o r encim a de las fuerzas confl.ictuales en presencia, una fuerza decisoria o conci­
17 G reim as, ibid., pág. 184. liadora, un poder por encim a de] conflicto, «por encim a de ¡as clases», p o r ejemplo.

48 49

6
Dios (D I) guía a Perceval y sus caballeros (S) para que busquen el De m om ento no vamos a establecer ninguna diferencia entre los
Graal (O) en beneficio de la Humanidad (D 2); en esta búsqueda, Per­ distintos tipos de relatos, dram áticos o no dram áticos, pues el modelo
ceval y sus caballeros son ayudados por los ángeles (A) m ientras que actancial se aplica tanto a unos como a otros; sin embargo, tomamos
encuentran obstáculos por parte del diablo y sus acólitos (Op).) Este ejemplos preferentem ente de textos dram áticos, dejando bien claro que
ejemplo nos muestra claram ente el posible carácter abstracto o c o l e c t i ­ tendríam os que m atizar más unos esquemas que son, en nuestro caso,
v o de los actantes. Toda novela amorosa, toda búsqueda amorosa pue­ de una extrem a generalización; investigarem os hasta qué punto tal o
de reducirse a un esquema de idénticas características, con actantes in ­ cual tipo de funcionam iento actancial es más propio del teatro.
dividualizados. Esta sería la estructura del esquema:

D i: Eros — _____ D 2: ei m ism o sujeto 3.2. L a p a reja ayudante-oponente

Observamos que los actantes se distribuyen por parejas posiciona-


les: sujeto/objeto, destinador/destinatario, y por parejas oposicionales:
ayudante/oponente, con una flecha que puede funcionar en los dos
A: amigos o servidores Op: parientes, sociedad
sentidos y que, muy a menudo, deja aparecer el conflicto como una co­
lisión, como un choque entre estos dos actantes. Tam bién aquí pode­
En este esquema, sujeto y destinatario se confunden. El sujeto de­ mos distinguir los casos en que la ayuda del ayudante incide directa­
sea para sí mismo al objeto de su búsqueda; en el lugar del Destinador, mente sobre la acción del sujeto de aquellos otros en que el trabajo del
se encuentra una fuerza «in dividual» (afectiva, sexual) que, en cierto ayudante consiste en hacer accesible el objeto: en el Don Ju an Tenorio, de
modo, se confunde también con el sujeto. Z orrilla, la acción de B rígida (sirvienta de Inés y ayudante de Don
Notemos que no se excluye en ningún momento la posibilidad de Juan ) tiene como función la de hacer accesible el objeto Inés al sujeto
que queden casillas vacías, así, la casilla destinador puede quedar vacía Tenorio; en la tragedia, el confidente actúa sobre el sujeto, reconfortán­
(significando la ausencia de una fuerza m etafísica o la ausencia de la dolo o aconsejándole.
Ciudad). Con ello tendríam os un dram a cuyo carácter individual que­ El funcionam iento de la pareja ayudante-oponente no es tan senci­
daría fuertem ente marcado; la casilla ayudante puede tam bién quedar llo; se trata (como en el caso de los demás actantes, particularm ente en
vacía, denotando así la soledad del sujeto. O es posible, igualm ente, el texto dram ático) de un funcionam iento esencialm ente m óvil; el ayu­
que una casilla, la del objeto, por ejemplo, esté ocupada por varios ele­ dante puede, en ciertas etapas del proceso, convertirse de repente en
mentos a la vez. oponente, o convertirse, por una ruptura de su funcionam iento, en
Una pregunta nos inquieta: ¿Cuál es el lugar exacto del ayudante y ayudante y oponente a un tiem po, según una ley que vamos a intentar
del oponente en relación con el sujeto y el objeto? Las flechas que de elucidar, pueden darse esos oponentes-ayudantes (los consejeros de
ellos parten podrían dirigirse al sujeto; es la solución de Greimas. Por Nerón, en Británico, por ejemplo).
nuestra parte, preferimos, en principio, hacerlas desembocar en el ob­ Hay que precisar (la aclaración que sigue puede explicar las rejad o - ^
jeto, en la medida en que el conflicto ocurre en torno a l objeto. Sin em bar­ _nes entre la fábula y el modelo actancial) que un oponente raram ente ¡ i
go, para m ayor precisión, hay que distinguir los casos en que el ayu­ se convierte en ayudante en virtud de un cam bio psicológico, por una
dante es ayudante d el sujeto (amigo o compañero de búsqueda: G auvain m utación de los m óviles del personaje actante; el cam bio de función
para Lancelot en L a búsqueda del Graal) de aquéllos en que es ayudante depende de la com plejidad inherente a la acción m ism a, es decir, a la
del objeto (la nodriza, ayudante de Ju lieta en Romeo y Ju lieta ). Podemos acción de la pareja fundam ental: sujeto-objeto. Las hijas mayores del
distinguir tam bién los casos en que el ayudante es un oponente radical rey Lear com ienzan representando el papel de ayudantes de su padre en
del sujeto (en la leyenda de Hércules, ju n o se opone a él en todas sus el reparto del reino para convertirse luego en sus oponentes; pero la
empresas) y los casos en que el oponente sólo va en contra del sujeto en m utación de su papel actancial no se debe a un cambio de su voluntad sino
lo referente a la búsqueda del objeto (en Británico, el héroe se opone no a la com plejidad de la situación del propio Lear; esto es así incluso para
a Nerón em perador sino al am or de Nerón por Junia). aquellos casos en que es dado pensar en una m odificación psicológica
Quede claro, antes de seguir adelante, que las preguntas y solu­ del personaje, Lady M acbeth, por ejemplo, que aparece como ayudante
ciones que plantea cada elem ento de nuestro esquema son muy va­ de su m arido en el asesinato de D uncan, acaba no pudiendo ayudarle
riadas. más cuando la acción tiránica del rey escapa a su campo de acción (el

50 51

7
de Lady M acbeth). M ención especial m erecerían los criados y sirvien­ misma (D2) un sacrificio expiatorio obligando a Edipo a perseguir y
tes de Calisto, M elibea y C elestina en la obra de Rojas, en especial Pár- convencer a un crim inal que no es otro que él mismo. En este sentido,
meno, oponente de C elestina, ayudante luego, oponente fin alm en te19. la Ciudad pasa de una casilla actancial a otra, ejecutando una especie de
Los actantes que son a un tiem po ayudantes y oponentes (categoría m ovim iento circular que le hace ocupar sucesivam ente las casillas des­
m ucho más frecuente de lo que parece) poseen, por lo general, deter­ tinador, ayudante, oponente, destinatario, y acorralando progresiva­
m inaciones inm ediatam ente perceptibles por el espectador, aun cuan­ mente al hombre solo, al sujeto que se ha identificado con ella y al que
do m antengan relaciones m uy sutiles con el conjunto de la acción dra­ acabará desaprobando y expulsando. El sujeto Edipo no puede seguir
m ática. En algunos modelos, Ja determ inación de la función ayudante- identificándose con la Ciudad sin tom ar partido contra sí mism o; de
oponente es como un enigm a planteado al espectador, enigm a form ali­ ahí el suceso extraño que lo lleva a quedarse ciego y a exiliarse. Queda
zado por la am bigüedad o la ilusión deliberada de los signos de la re­ de manifiesto que es la Ciudad la que se ofrece a sí m ism a la representa­
presentación; es el caso de la incertidum bre del papel de Clov en rela­ ción dram ática del destino de Edipo rey.
ción con Hamm en F inal de partida de Beckett. En fin, se dan casos en Como podemos ver aquí, la casilla destinador es la portadora de la
que la am bigüedad ayudante-oponente es constitutiva no sólo del per­ significación, ideológica del texto dram ático. Y ello es válido incluso
sonaje sino de su relación con el sujeto (M efistófeles en el Fausto de en el caso de que lo que. figure como destinador sea una pulsión apa­
Goethe). rentemente en relación con el destino individual del sujeto: Eros, por
ejemplo.
Eros no podría ser concebido como un sim ple equivalente del de­
3.3. L a p a reja destinador-destinatario seo sexual o del am or sublim ado, el ágape cristiano; se encuentra siem ­
pre en relación con esta función em inentem ente «colectiva» que es la
Se trata, probablem ente, de la pareja más am bigua, de una pareja reproducción snáaP>\ En la obra isabelina de Jo h n Ford, Lástima que sea una
cuyas determ inaciones son más difíciles de captar por tratarse rara­ puta, la sociedad — destinador— quiere que A nabela y G iovanni se re­
mente de unidades claram ente lexicalizadas (rara vez se trata de perso­ produzcan; pero, al m ism o tiem po, esa sociedad, ante las condiciones
najes, ni siquiera colectivos); lo más frecuente es que se trate de «m oti­ que impone esta reproducción, bloquea el m ecanismo: el incesto, re­
vaciones» que determ inan la acción del sujeto (dejando claro que el tér­ chazo de la reproducción social, es la consecuencia de un conflicto en­
m ino m otivación no tiene ningún sentido psicológico interiorizado). tre destinador y sociedad; la rebelión individual del incesto se presenta,
Así, la Ciudad, en la tragedia griega, está casi siempre en posición de pues, no como un antojo del deseo sino como una catástrofe sociológi­
destinador, incluso cuando se encuentra tam bién en posición de opo­ ca21. Tampoco com prenderíam os nada de E l Cid de no advertir que el
nente o hasta de destinatario. Si tomamos el ejemplo bastante clarifica­ Eros destinador que empuja a Rodrigo hacia Jim ena, y viceversa, es
dor de E dipo rey, tenemos: también el Eros de la reproducción social conformado según las leyes
de la sociedad feudal.
A lgunas consecuencias:

d) El doble destinador. La presencia sim ultánea, en el interior de la


casilla destinador, de un elem ento abstracto (valor, ideal, concepto
ideológico) y de un elem ento anim ado (personaje) aboca a la identifi­
cación de uno y otro. Así, en E l Cid, en el lugar del destinador (D I) nos
encontram os a un tiempo con la feudalidad (como sistema de valores)
y con Don Diego, el padre; inú til explicar cuáles son sus consecuencias
Es la Ciudad (D I) la que envía expresam ente a Edipo (S) para que
aleje la peste de Atenas dando muerte al asesino Layos. C ontrariam en­ 20 Cuando hablam os de Ciudad o de Sociedad, se trata de la Ciudad y de la Sociedad tai
com o figuran en la perspectiva ideológica de la clase dom inante, no de una sociedad abstrac­
te a lo que sostiene G reim as (quien niega la posibilidad de encontrar a ta v única; de ahí las posibilidades de co n flicto en el in terio r de la casilla D I.
un mism o actante en las posiciones DI y D2) la Ciudad se ofrece a sí 21 En Francia se dieron , en 1 9 7 5 , dos puestas en escena de la obra, la de Hermon y la de
Stuart Seíde. En la de H erm on se m ostraba, con m ayor claridad que en la de Stuart Seide, el
19 V er análisis del tradu ctor de esta obra, en este m ism o capítulo, 3.8.6. papel de la reproducción social del incesto; en la p rim era, el funcionam iento actancial era su-
[N. del T.) brayado p o r el d irector de escena m ientras que en la segunda aparecía difum inad '

52

8
ideológicas y las cuestiones que se pueden plantear a partir del m om en­ mentales, la lucha es librada entre el destinador divino y el adversario
to en que el Rey se une a los precedentes tii ia casilla Destinador: ¿se diab ólico24.
puede contar con el Rey para m antener y salvar los valores feudales, o e) En cuanto al destinatario D2, su identificación (o no) con el
el conflicto en el interior de la casilla desnnador llevará a la muerte de sujeto25, o la presencia, en la casilla destinatario de una determ inada h i­
estos valores? En el ejemplo ya clásico de La búsqueda d el Graal, el fraca­ pótesis de la colectividad o del grupo, perm ite decidir sobre el sentido
so de la búsqueda significa el fracaso del Rey A rturo, en la m edida en individualista o no del dram a; en la Tragedia optimista, de V ichnevsky, el
que en la casilla destinador figuran, codo con codo, Dios y el Rey A rtu­ destinatario del dram a es, indiscutiblem ente, la joven República de los
ro, el conjunto de los valores se encuentra entonces brutalm ente cues­ Soviets; para este destinatario actúan finalm ente los dos sujetos enfren­
tionado y la función del rey feudal, prim us ínter pares, recibe un golpe fa­ tados, los M arinos y el Com isario. En contra, la ausencia de destinatario
ta l22. Dios se ha «divorciado» del Rey Arturo. connota el vacío, la desesperación (cfr.:Beckett), ya que la acción no se
b) A veces, el espacio del destinador queda vacío o resulta proble­ dirige a nadie ni se produce en interés de nadie.
m ático; nos ahorraríam os un gran núm ero de preguntas enojosas si f ) En el funcionam iento m ism o del espectáculo teatral, el destina­
aceptáram os que la pregunta planteada por el Don Ju an de M oliere al es­ tario es tam bién todo aquello que pueda ser identificado con el espectador; de to­
pectador es precisam ente la del destinador: ¿qué es lo que hace correr a dos modos, como ya hemos visto, el espectador se reconoce destinata­
Don Juan? rio del mensaje teatral; en determ inadas condiciones puede creerse que
c) En ciertos esquemas sucede que la Ciudad aparece en dos luga­ 1a acción se hace p a ra él; la confusión creada por los dos sentidos del
res opuestos, y no de modo sucesivo, corno en el caso de Edipo rey, sino térm ino destinatario — que, inicialm ente, puede parecer un desafortu­
de modo sim ultáneo, como en el caso, por ejemplo de Antígona: nado juego verbal— podría ayudarnos a entender el funcionam iento,
o uno de los funcionam ientos, psíquico del espectador: el espectador
D I: la Ciudad, los d io ses- <•D 2: la fam ilia brechtiano o el de la tragedia griega, por ser partes del debate; el ciuda­
dano soviético, por ser posible considerarlo destinatario de la Trage­
• S: A n tígon a dia optimista. El problem a de la identificación se com plica de modo
extraño.
r O: el rito fam iliar „

A: H em ón (el c o ro )- "Up: C reóm e, la Ciudad


3.4. La p a reja sujeto-objeto

En esta situación com pleja, la ciudad figura dos veces, en dos luga­ Vamos ahora con la pareja básica de todo relato dram ático: la pare­
res radicalm ente opuestos; de ello se deduce que existe una crisis en la ja sujeto-objeto. El sujeto se une al objeto de su deseo o de su querer por
ciudad, una división interna en orden a unos «valores» (es decir, a unas una flecha que indica el sentido de su búsqueda. La prim era dificultad,
form aciones sociales, a unas clases de lucha de las que el historiador y tam bién la m ayor de todas, está en determ inar textualm ente cuál es el
deberá dar cuen ta)23. A quí, la reflexión del dram aturgo griego parece sujeto o, al menos, cuál es el sujeto p rincipal de la acción. Por lo gene­
que atañe a las relaciones de la ciudad con el tirano, de las leyes y del ral, en un texto narrativo — cuento, novela corta, novela— el equívo­
poder centralizador. La determ inación del actante-desdnador es deci­ co no es frecuente, ya que el sujeto se confunde con el héroe de la histo-
siva para la configuración del conflicto ideológico subyacente a la
fábula.
d) C orolario: la pareja destinador-destinatario puede ser sustitui­ 24 Nos encon traríam os con un trián gu lo fundam ental:

da por la pareja destinador-oponente, o puede com binarse con ella; a


veces, la lucha dram ática pasa, si así podemos expresarnos, por encim a
de la cabeza del sujeto; en la leyenda de Fausto, c o m o en los autos sacra- Op

El elem ento co nflictu al sería sustituido p o r la pareja D l-O p ; vaya com o ejem plo la Ester de
Racine donde la acción está en el co n flicto en tre D ios, p ro tecto r de los judíos, y el m in istro
22 Esta consecuencia queda patente, de m odo adm irable, en la película de Bresson, Lance-
A m án ; co n flicto que pasa p o r encim a de esos instrum entos que son E ster y A su ero (D ios se
lot du tac.
«m anifestaría» en M ardoqueo).
23 Nos hallam os en un punto en el que la in teid ístip lín aried ad se im pone, en que la se­
25 Sujeto y d estinatario se identifican cuando el sujeto obra para si, com o en la búsqueda
m iología teatral, la an trop olog ía y la historia se ofrecen m utuam ente sus auxilios.
am orosa.

54 55

9
ria que persigue una búsqueda, una m isión, y al que le suceden casi to­ destinatario — y el rigor, el ayudante o el oponente— pueden ser abs­
das las aventuras. No quiere esto decir, por supuesto que no, que todas tractos; el sujeto es siempre un ser anim ado, vivo y actuante en escena
las dificultades queden con ello resueltas; podemos asegurar que Ulises (anim ado/no-anim ado, hum ano/no-hum ano).
es el héroe (y el sujeto) de la Odisea, pero, ¿podemos decir que A quiles d) El objeto de la búsqueda del sujeto puede perfectam ente ser in ­
sea el héroe de la Iliada? En cualquier caso, nada nos im pide plantear la dividual (una conquista am orosa, por ejemplo); pero lo que se juega en
cuestión. Contemos en un texto dram ático el número de apariciones de esta búsqueda sobrepasa siempre lo individual en razón de los lazos que
un personaje, el núm ero de sus réplicas y el núm ero de líneas que com ­ se establecen entre la pareja sujeto-objeto, jamás aislados, y los otros ac-
prende su discurso; en el caso de que estas tres cifras destaquen a dicho tantes. Romeo puede desear perfectam ente a Julieta; no obstante,
personaje es posible que hayam os dado con el «héroe» de la pieza; pero la flecha de su deseo alcanza a un conjunto más am plio: el enemigo
esto no es suficiente como para deducir que dicho personaje sea el «su­ del clan.
jeto» de la m ism a; el análisis del Sureña de C orneille nos muestra al per­ e) El objeto de la búsqueda puede ser abstracto o anim ado, pero,
sonaje epónim o como héroe, no necesariam ente como sujeto. A pesar en cierto modo, m etonm icam ente representado en escena; así, el duque
de la im portancia del rol (y del discurso) de Fedra, indudable heroína de Alejandro es una m etonim ia de la tiranía que pesa sobre Florencia en
la pieza que lleva su nombre, no es evidente que ella sea el sujeto. La de- Lorenz/iecio.
: term inación del sujeto sólo puede hacerse en relación con la acción y
en correlación con el objeto. Hablando con propiedad, no existe un su­ N ota: Corno consecuencia teórica, todo sistema actancial funciona
jeto autónom o en el texto sino más bien un eje sujeto-objeto. Diremos, en­ como un juego retórico (sin que estos térm inos im pliquen la m enor
tonces, que es sujeto de un texto literario aquello o aquél en torno a connotación peyorativa, quede bien claro), es decir, como la com bina­
cuyo deseo se organiza la acción, es decir, el modelo actancial; es suje­ ción de varios «lugares» paradigm áticos. Todo ocurre como si cada a c­
to, pues, el actante que puede ser tomado como sujeto de la frase actan­ tante fuese el lugar de un paradigm a; de ahí todo ese posible juego de
cial, el actante cuya positividad del deseo, al enfrentarse con los obs­ sustituciones. De ahí, que en la representación, toda esa serie de pre­
táculos que encuentra a su paso, arrastra en su m ovim iento a todo tex­ sencias paradigm áticas (personajes, objetos; ver infra E l objeto, IV, apén­
to. A sí, sirviéndonos de un ejemplo rom ántico, es la positividad del de­ dice) que sustituven a tal o cual actante. Así, en L ucrecia Borgia, de V íc­
seo de Ju lien Sorel o de Fabricio del Dongo lo que hace de ellos no sólo tor Hugo, los personajes (la Negroni, por ejemplo) o los objetos (los es­
los héroes sino los sujetos de E l rojo y e l negro y de L a cartuja de Parma de cudos) forman parte del paradigm a del sujeto Borgia (Lucrecia). Por este
Stendhal. De igual modo, Rodrigo no es solam ente un héroe; lo positi­ proceder es posible m ostrar el modelo actancial en una puesta en
vo de su figura heroica lo convierte tam bién en sujeto de la acción. escena.
De esto se desprende un cierto núm ero de consecuencias:
3.5. D estinador — sujeto: pmttmnrnfa d el sujeto?
__ a) Como ya hemos visto, la pareja sujeto-objeto (y no sólo la pre­
sencia del sujeto) constituye el eje del relato. Un actante no es una sus­ El análisis actancial nos hace escapar al peligro de psicologizar a
tancia o un ser, es un elemento de relación. Un personaje welthistorisch, gran­ los actantes y a sus relaciones (de hipostasiar a los «personajes» en «per­
dioso ( mundialmente histórico, en la traducción literal del térm ino) como sonas»), De ahí su interés. Pero, sobre todo, nos obliga a ver en el siste­
dijera Lukács, no es necesariam ente sujeto si no está orientado hacia un ma de los actantes un con ju n to cuyos elementos son interdependientes
objeto (real o ideal, pero textualm ente presente), (no es posible aislarlos).
b) No se puede considerar como sujeto del deseo a alguien que Si retomamos la proposición inicial del modelo actancial, quizá
quiere lo que tiene o que busca sim plem ente conservar lo que posee; la podamos dar una form ulación más exacta y precisa: DI quiere que
voluntad conservadora no com promete fácilm ente una acción si le fal­ S desee a O en beneficio de D2.
ta la fuerza dinám ica y conquistadora del deseo. El héroe «conserva­ Nótese que la proposición S desea a O es una proposición incrustada
dor» puede ser un oponente o, a lo más, un destinador, pero no un suje­ en la proposición D I quiere (X ) en dirección a D2. Es precisam ente la
to. Este es el estatuto — y el dram a— de Teseo en F edra; o el de Basilio proposición incrustada (S desea — o busca— a O) lo que escapa al análisis
en La vida es sueño. clásico, análisis que no duda de la autonom ía del deseo de S 26 y para el
c) , El sujeto puede ser un sujeto colectivo (un grupo que desea su
propia salvación o su libertad, amenazadas o perdidas, o la conquista 26 La existencia de un obteto O capaz de ser objeto del deseo de S es el presupuesto de esta
de un bien), pero no puede ser una abstracción. El destinador y hasta el proposición.

56 57

10
que no existe más destinador ni destinatario que el propio sujeto. De tado ya que de estos verbos sólo entran aquellos que ayudan a estable­
hecho, la proposición J' desea, busca a O e s ana proposicion no autúnuma cer una relación dinám ica entre dos lexem as de los cuales uno (el suje­
que sólo tiene sentido en relación con el acto social D i quiere que... to) es necesariam ente animado y humano: X quiere a Y , X detesta a Y.
Ejemplo: Advertim os, de inm ediato, que el ám bito sem ántico de la flecha se res­
tringe cada vez más (verbos de voluntad, de deseo). La flecha determ i­
Dios (el rey A rturo) quiere que na a la vez un querer («clasem a antropom orfo que instaura al aerante
los caballeros de la mesa redonda como sujeto, es decir, como agente eventual del hacer»; Greim as, Du
busquen el G raal, sens) y un hacer decisivo, puesto que determ ina la acción dram ática.
Si la relación del destinador con el sujeto, o hasta la del ayudante o
Otro ejemplo: del oponente con el sujeto, raram ente precisa de una m otivación, la
flecha del deseo, por su parte, viene siem pre m otivada; aquí, probable­
El orden feudal quiere que mente, tendría cabida un psicoanálisis d el sujeto que desea. De ahí una nueva
Rodrigo busque a Jim ena, restricción del sentido; contrariam ente a los análisis de Greim as, que
Rodrigo vengue a su padre... enum era las m otivaciones posibles del sujeto que desea (am or, odio,
envidia, venganza, etc.), nosotros lim itarem os de buen grado este de­
En la m edida en que se da una verdadera dram atización, el opo­ seo a lo que es en esencia el deseo del sujeto freudiano, es decir, el deseo
nente es tam bién sujeto de una proposicion de «deseo», semejante y de propiam ente dicho, con sus diversas virtualidades: narcisism o, deseo del
sentido contrario a la del sujeto S; al incrustarla se obtiene una proposi­ otro y, quizá, instinto de m uerte27.
ción del tipo: Pero lo que habitualm ente se entiende como motivaciones (el «deber»
o la «venganza», por ejemplo) no parece que constituyan deseos (que den
DI quiere que (Op-, etc.). identidad a la flecha sujeto-objeto) sino más bien el anverso de deseos,
con toda una serie de m ediaciones y de translaciones m etoním icas; así,
Siem pre que se produce un enfrentam iento entre dos «deseos», el el deseo de muerte de Lear hacia sus hijas, que lo han traicionado, no
del sujeto y el del oponente (ver infra, Modelos múltiples, 3.8.), se da d iv i­ ocupa la flecha del deseo. Llevado hasta sus últim as consecuencias,
sión, ruptura interna de DI (indicadora de un contlicto ideológico y/o este análisis nos aclararía, quizá, lo que se ha dado en llam ar la «im po­
histórico). tencia» de Ham let, im potencia que podríam os form ular del modo si­
De todos modos, podemos decir, en principio, que semejante an áli­ guiente: el deseo que arrastra a Ham let no va dirigido directam ente al
sis excluye la autonomía del sujeto en el conflicto teatral; cuando ésta asesinato de su tío; este asesinato es para él secundario y mediato. El
aparece, se tratará sólo de una ilusión o trucaje al servicio de una ideo­ deseo que experim enta Lorenzo en el Lorenzaccio de Musset, pulsión
logía reductora. narcisista hacia una Florencia identificada con él m ism o (o con la m a­
d re)2*, el deseo casi sexual por la «libertad de Florencia», se convierte, a
través de una serie de pasajes m etoním icos, en deseo de m atar al tirano
3.6. La flech a del deseo (Clem ente VII, luego Alejandro de M édicis) y acaba confundiéndose
con el deseo del m ism o tirano — pasión por A lejandro que no es puro
Si las relaciones entre los aerantes son de algún modo formales, fingim iento sino pulsión de muerte. En el mejor de los casos, el odio o
preestablecidas, con un juego de sustituciones relativam ente lim itado, la venganza, como tales, no pueden nunca inform ar o investir la flecha
la flecha del deseo, vector orientado, queda aún más claram ente sem anti- del deseo, que es s ie m p r e , positivamente, deseo de alguien o de algo. Esta
zada; se puede decir que la psicología, que no ha sido tenida en cuenta hipótesis es la única que nos im pide caer en las m otivaciones psicoló­
en las relaciones entre actantes (entre los actantes que no son personajes) bus­ gicas arcaicas, la única, sobre todo, que justifica todo el gasto de ener­
ca un refugio, una com pensación en la flecha del deseo que une al suje­ gía vital que propulsa escénicam ente al héroe en el hacer. Así, en Mac-
to con el objeto. Esto puede con llevar el peligro de hacernos retornar a
las categorías idealistas que conceden un espacio relativam ente estre­
27 La n oción de predicado complejo de análisis de O. D ucrot podría quizá aclarar esca rela­
cho al sem antism o de la flecha del sujeto. Notemos, en prim er lugar, ción.
que, gram aticalm ente, la flecha del sujeto se corresponde en la frase 28 Ctr. el carácter casi incestuoso de este am or d enotado p o r Tebaldeo al llam ar a Floren ­
con el verbo; pero el «sentido» de este verbo queda estrecham ente lim i­ cia «mi m adre», y conn otad o p o r las dos figuras m aternales, M aría D oderini y Catalina.

58 59

1
b eth29, el deseo de ser (grande, rey, hombre + el deseo por su mujer) se b) El oponente se opone a) deseo del sujeto hacia el objeto. Este
inviste m etoním icam ente en el «deseo» o, más exactam ente, en el que­ será el triángulo:
rer m atar a D uncan; tras lo cual es el deseo de ser o, mejor, de perseve­
S
rar lo que engendra m ecánicam ente el «querer» inagotable de otros
asesinatos. l
O <------------------------ Op

3.7. Los triángulos actanciales Hablando con propiedad, se da aquí una rivalidad (amorosa, filial o
política), un choque entre los dos deseos que confluyen en el objeto. Es
El funcionam iento del modelo actanciai en el interior de las seis el caso de Británico y Nerón, enfrentados por ju n ia .
casillas nos presenta ahora una serie de triángulos que m aterializan re­ En Sureña, C orneille presenta sim ultáneam ente, de modo más refi­
laciones (relativam ente autónom as). En la m ayoría de las escenas «clá­ nado, las dos soluciones. E! rey Orodes es el oponente número uno del
sicas» con dos o tres personajes funcionan algunos de estos triángulos héroe Sureña; teme que la gloria de este prohom bre am enace, con su
(sujeto y objeto se alian contra el oponente; o, como en una célebre es­ sola existencia, su trono: «M i crim en, dirá Sureña, es el de tener más
cena de E l Cid, Don Diego, destinador, asigna a Rodrigo el objeto de su renombre que mi rey.» Por su parte, el príncipe heredero, Parcoro, se
búsqueda). encuentra con Eurídice en una situación de rivalidad con Sureña. Los
dos modos de oposición se dan aquí cita. A este triángulo lo hemos de­
nom inado, por ser constitutivo de la acción, el triángulo activo o conflic-
3.7.1. El triángulo activo tual; los tres actantes que en él aparecen son en todo punto im prescin­
dibles; los otros pueden ven ir levem ente indicados o hasta pueden ser
En este triángulo, la flecha del deseo orienta al conjunto del mode­ suprimidos. Incluso en F inal de partida, de Beckett, en donde todos los
lo y determ ina el sentido ( dirección y significación a un tiem po) de la función actantes parecen deshilachados y desvanecidos, se puede afirm ar, de
de oponente. modo un tanto vulgar, que el deseo de muerte de Hamm choca con el
Dos soluciones: deseo de vida de los otros personajes, que funcionan como una especie
de oponente colectivo: «Esto va a acabar», dice Hamm, con una cierta
a) El oponente del sujeto; por ejemplo, la m adrastra de Blanca esperanza, aun cuando nadie, a no ser él mism o, quiera «acabar».
Nieves se opone a la persona de Blanca Nieves, no a su deseo por el
Príncipe; en este caso, el triángulo activo (sujeto-objeto-oponente)
toma esta forma: 3.7.2. El triángulo «psicológico»

Esta es la figura de) que conceptuamos como triángulo psico­


lógico:
O ------------------------- Op
D i -----------------------» S

Todo ocurre como si el sujeto retuviera algo que el oponente desea


(la suprem a belleza, en en caso de Blanca Nieves). La batalla, en este
1
O
caso, no se centra en el deseo del sujeto (ver infra, Modelos múltiples, 3.8.);
el oponente es, si así podemos conceptuarlo, un adversario existencial, Este triángulo explica la doble caracterización (ideológica y psico­
no coyuntural. El sujeto se encuentra amenazado en su ser mism o, en lógica a un tiempo) de la relación sujeto-objeto; es de utilidad para
su propia existencia, su desaparición es lo único que puede calm ar al comprobar cómo lo ideológico se inserta en lo psicológico o, más exac­
oponente (Otelo con Y ago, Astolfo con Segismundo). tamente, cómo la caracterización psicológica de la relación sujeto-
objeto (la flecha del deseo) está en estrecha dependencia de lo ideológi­
co. En E l Cid. ejemplo que privilegiam os por la claridad de sus de­
29 Qui.’ á no resultase d ifícil leer el deseo de Macbeth corno deseo (frustrado) p o r su m u ­
jer; los otros serían deseos m ediatos: ser grande, rey, v iril, etc,, a fin de ser am ado
term inaciones, la presencia de Eros en la casilla DI se combina con
p or ella. determ inaciones históricas (presencia, a un tiempo, de los valores feu­

60 61

12
dales y de los Ideales m onárquicos en D I) que nos hacen apreciar la de evasión— en que el triángulo que acabamos de definir no se cierre
elección que Rodrigo — sujeto— hace de Jim ena — objeto— . Se po­ con el retorno no sólo a la ciudad sino a la idea que los hombres se hacen de la
drá interrogar a este triángulo por la determ inación psicológica del ob­ situación socio-histórica en la que se encuentran; es decir, no existe ningún caso
jeto: la elección del objeto no puede ser com prendida solam ente — en con­ de teatro no ideológico, el problem a final planteado por el desenlace de
tra de lo que se viene haciendo tradicionalm ente— en función de las A ndrómaca es el de la justicia divin a y el del retorno de la historia. El
determ inaciones psicológicas del sujeto S, sino en función de la rela­ análisis del triángulo supone el exam en de las diferentes mediaciones
ción D l-S . Esto se corresponde con una observación sensata, que el por las que se produce el paso de la acción de un sujeto a las consecuen­
objeto de am or, por ejemplo, no es elegido solamenre en función de las cias que ésta tiene para la sociedad (y/o para la clase social) en cuestión.
preferencias del sujeto sino en razón de todas las determ inaciones so- El triángulo ideológico nos muestra el modo como la acción del sujeto
cio-históricas que lo enm arcan. se inscribe en la resolución (o, al menos, en la nueva actitud) del pro­
U n objeto especialm ente elocuente y estridente lo encontram os en blema planteado; por ejemplo, la cuestión final planteada por E l rey
la extraña elección am orosa que hace Pirro de A ndróm aca, el objeto L ear puede form ularse del modo siguiente: ¿puede el rey seguir siendo
más im posible para Pirro por ser A ndróm aca su prisionera y víctim a; un señor feudal como los otros (y regular sus propios problemas en
¿qué m otivaciones individuales puede explicar esta elección? Quizá la función de esta situación feudal) cuando la feudalidad está agonizan­
relación psicológica con el padre, A quiles (asesino de Héctor, esposo do? El triángulo ideológico se pregunta por la relación entre el sujeto y
de A ndróm aca); desposándose con A ndróm aca, Pirro se igualará con el destinatario, entre la acción individual del sujeto y sus consecuencias
el padre (se convertirá en el padre); pero no podemos despreciar la pre­ individuales y, tam bién, socio-históricas. En sus casi infinitas m odali­
sencia, en la casilla D I, de Grecia y del Dios vengador de T roya (el deus dades, semejante análisis plantea al director teatral la cuestión sem ioló-
abscondiius que restablece el equilibrio entre vencedores y vencidos). gica-clave: ¿cómo m ostrar el sentido, a un tiem po individual (el del su­
Queda claro, una vez más, que el modelo actancial nos es de más jeto) y socio-histórico, del desenlace? En una puesta en escena de H am-
ayuda para plantear los problemas que para resolverlos. let no basta con hacer verter unas cuantas lágrim as sobre la suerte del
«gentil príncipe de Dinamarca», será preciso m ostrar tam bién cuál es el
sentido de una acción que pone a D inam arca en manos de Fortim bras,
3.7.3. El triángulo ideológico que hace, en consecuencia, de este rey «legítim o» el destinatario de
toda la acció n30.
Esta sería la form a de dicho triángulo:

3.8. M odelos múltiples

Hasta aquí, hemos echado mano de ejemplos teatrales; podríamos


encontrar modelos en otros tipos de relato sin que nuestros razona­
mientos cam biasen en lo esencial; lo que nos advierte que lo específi­
Se trataría del anverso del precedente; este triángulo marca el retor­ cam ente teatral no puede ser captado actancialm ente. Yendo aún más
no de la acción a lo ideológico, s ir v e para descubrir de qué modo la acción, lejos podemos decir que un texto dram ático se distingue de un texto
tal como se presenta a lo largo del dram a, está hecha con vistas a un be­ novelesco, por ejemplo, en lo siguiente: en el texto dram ático nos en­
neficiario, individual o social. En el extrem o opuesto, este triángulo contramos, al menos, con dos modelos actanciales.
explica no el origen de la acción sino el sentido del desenlace de la m is­ No es raro constatar, o sospechar, que la dificultad con que nos en­
ma, nos descubre, en el interior del modelo form al, la existencia de una contramos a veces para determ inar cuál es el sujeto de la frase actancial
especie de diacronía, un antes y un después. V olviendo al ejemplo prece­ se debe a que no existen otras frases posibles con otros sujetos o con
dente, la cuestión planteada es: ¿a quién ha servido la acción em pren­ transform aciones de la m ism a frase que conviertan en posibles sujetos
dida por el deseo de Pirro hacia Andróm aca? La respuesta es clara, si el al oponente o al objeto.
deseo de Pirro iba destinado a él mism o, la consecuencia es que ese de­
seo ha servido a Troya; A ndróm aca se convierte en reina del Epiro; y 30 En una reciente puesta en escena de H amlet, hecha en París p o r Denis Llorca, se m os­
el Epiro es, ahora, una nueva Troya, una Troia rediviva. traba a un Fortim brás que llega com o conquistador tirán ico y cuyo p rim er acto es el de hacer
No se da ningún caso — al menos no se da tuera del llam ado teatro m atar con un gesto a H oracio, el am igo del p ríncipe difunto.

62 63

13
sustituir los dos modelos actanciales, o hacerlos jugar el uno contra el
otro, o presentarlos im bricados el uno en el otro con todas sus posibili­
3.8.1. La reversibilidad dades conflictuales y sus concurrencias. La escritura plural del teatro
(más que la de cualquier otro texto) perm ite esta doble program ación
R eversibilidad, en p rim er lugar, del objeto; en toda historia am oro­ que condiciona la eficacia de la confrontación dram ática en la medida
sa es posible la reversibilidad entre el sujeto y el objeto (el objeto pasa a en que el enfrentam iento de los dos deseos del sujeto y del objeto o del
ser sujeto y viceversa): Rodrigo am a a Jim ena, Jim en a am a a Rodrigo, oponente está regulado por la relación con los otros arfantes cuyo con­
el m odelo actancial que otorgase a Jim ena la función sujeto sería tan le­ junto viene a ser una figuración de los grupos sociales en conflicto.
gítim o como el que se la otorgase a Rodrigo. Si es cierto que Rodrigo Nos encontram os aquí con una noción que volverem os a encontrar
ha comenzado a am ar, tam bién es cierto que Jim ena le ha correspondi­ más adelante, la del espado dramático; los actantes se distribuyen en dos
do. Lo que ocurre es que las im posiciones sociales, el código, lim itan zonas, en dos espacios conflictuales o, en cualquier caso, opuestos (ver
las posibilidades del actante fem enino para convertirse en sujeto. A la infra, la noción de espacio, cap. IV). Esto explica que la colisión entre
representación no le es im posible en modo alguno privilegiar un mo­ los dos deseos, distanciados, el de Orgón y el de Tartufo, se nos m ues­
delo actancial menos evidente que otro, en apariencia, pero cuya lectu­ tre como una relación antagónica entre dos espacios.
ra, ahora, para nosotros, puede ser más interesante o más rica de senti­
dos. El análisis sem iológico de un texto dram ático no es nunca coacti­
vo, perm ite que el sistema sem iológico de la representación juegue con 3.8.2. El desdoblam iento o la estructura en espejos
sus estructuras en función de otro código; la representación puede
construir un m odelo actancial nuevo o textualm ente poco aparente, ya En ciertos casos, la presencia de dos sujetos no im plica una oposi­
sea insistiendo sobre ciertos signos textuales o debilitando otros, ya sea ción entre dos actantes antagónicos, sino el desdoblam iento de un m is­
construyendo un sistem a de signos autónomos (visuales, auditivos), ya mo actante. En E l rey J^ear, el actante Gloster es el desdoblam iento y
sea instalando al sujeto seleccionado en la autonom ía y triunfo de su sombra del actante Lear, con su m ism a doble función sucesiva de suje­
deseo. La representación puede producir un nuevo modelo actancial to y de objeto. En Lorenzaccio, la M arquesa Gibo es la sombra en espejo
dando la vuelta a una estructura cuya transform ación es posible y par­ del sujeto Lorenzo. Resulta aún más sorprendente el caso del actante-
cialm ente presente (en el texto). Pueden darse secuencias que instalen oponente Laertes que, en Hamlet, ocupa la posición estructural exacta
al personaje-objeto como sujeto de su propio deseo, Romeo y Ju lieta en la del sujeto Ham let (al igual que éste, Laertes cuenta con un padre que
escena de la nodriza. vengar contra un asesino).
Otra inversión posible, inscrita tam bién virtualm ente en el texto, De ahí toda una serie de posibilidades dramáticas:
es la que, en determ inados casos, no en todos, convierte al oponente en
sujeto del deseo. Haciendo de Yago el sujeto inverso, el doble negro de a) El contrapunto, como en Lorenzflccio, Lorenzo y la Marquesa,
Otelo, nos resultaría más fácil la lectura de la pieza de Shakespeare31. que persiguen la misma acción, no se encuentran jamás; la única re­
En el m elodram a, es el traidor quien debe ser considerado como el ver­ lación entre las dos redes se halla en la identidad del objeto (y en su
dadero sujeto activo 32. ¿Qué pensar de esta inversión? Escénicam ente relación con el sujeto)
es posible p rivilegiarla. Pero tam bién es posible, en la representación,
S: Sí'. Marquesa

inclu so aquí, la lectura psicoanalizante que A n d ré G reen , Un oeilde trop, hace de Otelo
puede aclarar el análisis actancial y ser aclarado p o r él. Podem os leer una especie de circu la­
O: A lejandro 4 -------- ---------------------- Op: el Cardenal
ción del deseo (hom osexual) y del odio:
la libertad la sociedad
A lejandro
S: O telo ^

O: Casio «------------- Op: Y ago O: Casio <------------ Op: O telo S: Lorenzo

E structuras que podrían tam bién ser duplicadas p o r la presencia de D esdém ona com o objeto
fem en in o deseado e infravalorad o.
i
O: A lejandro -í------------------------------- Op: la sociedad
2 V e r nuestro estudio sobre las estructuras del m elodram a, «Les bons et les méchants»,
la libertad A lejandro
Revue des Sciences bumaines (été, 1976).

64 65

14
D i: Eros ■>S: C elim ena ■> D 2: Ella misma
El paralelism o es revelador.
b) La presencia de dos esquemas distanciados, como en el caso de
H amlet:
A; E r o s - -> O: E lla m ism a s— - Op: Alcestes
D i: el p ad re- * S: Hai (p or los otros) los otros
Alcestes

O: el paare <---- -O p : Claudio


la m adre la m adre Algunas observaciones:
(asesinato P olonio
de Claudio} (el padre)
a) Semejanza del destinatario, Eros en ambos casos, dotado de
una determ inada relación con el grupo que bien podría ser una rela­
S: L aertes-^ ción de dom inación (aunque la estructura socio-política excluya cual­
quier dom inación «individual» que no sea la del Rey).
b) Semejanza y oposición del objeto del deseo, objeto en contra­
O: el padre ^— -O p : Hamlet dicción con la relación de grupo deseada33.
la herm ana c) Curiosa semejanza entre el esquema actancial que toma por su­
(asesinato
de Ü am iet)
jeto a Celim ena y el que, en Don Juan, toma a D o n ju án por sujeto (estas
semejanzas explicarían la significación de E l misántropo en la sucesión
de las piezas de M oliere; historia y estructura m ostrarían aquí su con­
La reversibilidad de la acción prepara la derrota y la muerte con­ junción posible. Tras Don Ju a n y Tartujo, nos encontraríam os con la pie­
junta de Laertes y Ham let, com batientes ambos de una causa perdida. za del deseo y voluntad de poder de la mujer, voluntad que sólo puede
La estructura exige la adopción de un nuevo elem ento, el joven rey realizarse en y por el grupo social próxim o al poder, en y por una rela­
vencedor Fortim bras, que no está inserto en la problem ática de la ción (social) entre el deseo y sus disfraces. Estos esquemas actanciales
muerte del padre o, más exactam ente, que no está desarmado por indican la doble relación del sujeto y el objeto (invertible), y del sujeto
ella. y el grupo en su tarea de ayudante y de oponente. Hoy en día, la repre­
sentación podría p rivilegiar a Celimena-sujeto. Tam bién vemos cómo
la relación de los modelos actanciales indica el lugar d el conflicto romántico,
percibido aquí en toda su com plejidad, conflicto doble entre los suje­
3.8.3. Modelos m últiples y determ inación del sujeto
tos, por un lado, y entre cada sujeto y su oponente, por otro; este doble
o de ios sujetos principales
conflicto expresa el fracaso de los dos sujetos no sólo en su enfrenta­
Un método sencillo para determ inar el modelo actancial principa l miento recíproco sino en su conflicto fundam ental con el mundo.
Fracaso que desencadena diferentes consecuencias: Alcestes acepta
consiste en construir una serie de modelos a p artir de los principales
la derrota y su retirada, Celim ena no las acepta; como D o n ju án , espera
personajes tomados como sujetos. Así, a propósito de E l misántropo, es
el rayo celeste o el paso del tiempo.
posible construir al menos dos modelos actanciales, uno que tome
Este breve análisis nos hace ver con toda claridad la relación entre
como punto de partida al sujeto Alcestes, otro que tome como punto
la construcción del m odelo como proceso operatorio, sin más valor
de partida al sujeto Celimena:
eurístico, y la construcción que pretende determ inar las estructuras inhe­
D i: E ro s- S: Aicesces - D2: El m ism o
rentes al objeto. Es preciso desconfiar a la vez de estos dos puntos de vista,
del prim ero por im plicar un relativism o, un em pirism o del conoci­
miento; del segundo por proyectar como «verdades objetivas» los resul­
0 :C e lim e n a • O: Celim ena tados de métodos de investigación; uno y otro revelan un positivism o
(transparencia ios otros
del otro/ de las
33 No sería d ifícil estudiar a Alcestes, p o r un lado, y a Celim ena, p o r o tro , com o sujetos
relaciones sociales)
rotos, dividid os entre su deseo y su volu n tad de integración en el grupo.

67
66

15
científico. En la m edida en que el teatro es una práctica significante, el D I: V e n u s - -> S: Fedra - ~>D2: E lla misma
análisis (complejo) del m odelo o de los modelos actanciales constituirá (Eros) la m uerte
sólo la determ inación de ciertas condiciones teóricas de esta práctica M inos
(D io?)
significante.
La presencia de los dos sujetos, presencia característica del texto de
teatro (resultado de una investigación textual o de una construcción A.: E none — O: H ipólito 4 - - O p: Teseo
del objeto «literario»), actualiza la am bigüedad fundam ental del texto, el poder el bien A ricia
esa am bigüedad que tan m agistralm ente explica Rastier a propósito de
Don Ju a n (aunque, quizá, no la ligue, con la suficiente claridad, al esta­ Tom ando como sujetos ya a Hipólito, ya a A ricia, otros dos esque­
tuto teatral del texto). F. R astier lee esta am bigüedad del relato; sin te­ mas son textualm ente posibles:
ner nada de excepcional, el ejemplo de E l misántropo nos autoriza a colo­
car la am bigüedad en lo actancial. Un análisis, secuencia a secuencia34, D 1: E ro s------- ►D 2: El m ism o
con una división análoga a la ofrecida por R astier sobre Don Juan, nos la realeza
m ostraría cómo el sujeto Alcestes y el sujeto Celim ena alternan en la
sucesión del relato dram ático. El espectador lee y/o construye dos re­
A: Teram ene ►O: Aricií Op: Teseo
latos (dos fábulas, si se quiere) concurrentes, la historia de Alcestes y la (A ric ia )- el poder - Fedra
historia de C elim ena. «Se obtendrán dos descripciones de la estructura (Enone)
profunda del relato que darán dos de las lecturas posibles» (ver infra, la
división en secuencias, v.3.). Aún más, la presencia de dos modelos actan­ O I: E r e s ----- S: A ricia - -> D 2: Eli
ciales en torno a los dos ejes sujeto-objeto, puede tener sus consecuencias la realeza
(tanto en la lectura como en la práctica, es decir, en la representación);
el problem a dramático d el texto coloca al espectador no ante una elección
A: Teram ene H ip ó lito « Op: Teseo
sino ante una oscilación perm anente entre los dos m odelos35. Más allá (H ip ó lito)- el poder Fedra
de la lectura unívoca, tal como la describe Siegfried Schm ith 36, puede
darse una lectura doble, dialógica37 que impone al espectador este vaivén Estos esquemas muestran un gran interés ya que:
constitutivo del texto teatral38. Tam bién aquí es la representación la
que asume o hace desaparecer la am bivalencia del texto (am bivalencia
a) Corresponden al doble esquema invertible sujeto-objeto. Ha­
nunca equívoca, cuyo sentido no está en la indiferencia sino en el con­
bría que hacerles las siguientes precisiones: los dos esquemas son real­
flicto). mente gemelos: e! papel de sujeto es realm ente asumido por A ricia
(ver acto 11, !, V, 2); existe una especie de igualdad virtual entre los
3.8.4. Modelos m últiples, un ejemplo: Fedra amantes.
b) El esquema del deseo de H ipólito abre el texto (desarrollado con
N ingún texto nos ofrece una lectura tan reveladora de la situación gran claridad y precisión en el discurso de H ipólito y Teram ene, I, 1);
triunfal, estelar del héroe (heroína, en este caso) como la Fedra de R aci- nos hallam os frente a uno de esos casos, relativam ente raros, en que el
ne. En su función de sujeto, Fedra presenta este esquema actancial cla­ nivel discursivo pone de manifiesto, con toda nitidez, la estructura
ro, com pleto y bien estructurado: profunda.
c) En los tres esquemas, H ipólito aparece una vez como sujeto y
34 F. R astier, «D om Juan ou l’am biguité», Essais de sémiotique discursive. dos veces como objeto, m ientras que Fedra aparece sólo una vez- como
35 D. K aisergruber, op. cit., pág. 24: «El texto queda constituido p o r el choque de dos fu n ­ sujeto (como es debido) y dos como oponente.
cionam ientos, no de dos personajes.»
d) Un hecho capital, en los tres esquemas, Teseo se encuentra en
36 Sch m itt, Sémiotique, pág. 148.
37 A p artir de los textos críticos de B akhtine (Poétique de Dnstcievsh, Rebeláis) se entiende la posición de oponente (junto a una mujer en todas ellas); el amor de
p o r dialogism o la presencia de dos voces, en el in terio r del m ism o texto literario , que revelan Hipólito y de A ricia tiene su oponente, como es de ley, en la pareja pa-
el fu n cion am ien to de una contradicción de tip o ideológico o de o tro tipo. rental; en contra, y este es un hecho fundam ental, es el deseo de Fedra
38 Trabajo, a un tiem po — recordém oslo— , del autor, del técnico (director, com ediante)
para con Hipólito el que, trastornando el orden generacional, instala a
y del espectador.
A ricia en la misma casilla que Teseo; se constituye así la pareja atenien­
68 69

16
se, «indígena», que sobrevive sola ai desenlace cuando los «extranjeros» mas políticos (observables, justam ente, a través del análisis del modelo
han sido elim inados. actancial) bajo el discurso de las pasiones: lo político es lo no-dicho del
El lugar de oponente de Teseo indica claram ente que el deseo de texto en un momento en que el individualism o k> reduce a una porción
todos los protagonistas tiende a su elim inación. Teseo es un obstáculo congruente.
para los deseos amorosos de Fedra y de H ipólito; para A ricia es, ade­
más, un obstáculo (político, tiránico) a su libertad y poder rea]. A ún Se nos muestra así, en el plano de las macro-estructuras, cómo ia
más, la presencia del rey en la casilla oponente da a la obra un sentido historia (la ideología) inform a al texto, y advertim os tam bién (nueva
político, cam uflado por el discurso (se diría que la contienda pasional form ulación de idéntico propósito) cómo el análisis sem iológico p lan­
intenta ocultar el conflicto político). Por lo demás, el conflicto entre tea a la representación una interrogante que ésta no puede eludir: ¿Qué
padre e hijo no queda en un sim ple conflicto cdípico o en un conflicto conflictos se han de privilegiar? ¿Cómo m ostrarlos? ¿Qué papel, por
individual de generaciones, se trata de un conflicto entre el rey y su su­ ejemplo, se le ha de conceder a Teseo, a su presencia escénica? ¿Cómo
cesor. Fedra es un dram a de la sucesión real, de una sucesión fallida. establecer la relación entre el sistema sem iológico del discurso y un
Corolario: es im posible construir un esquema actancial con Teseo m odelo actancial cuyas im plicaciones son diferentes en su totalidad,
por sujeto. Teseo sólo desea conservar lo que tiene: su mujer, su poder, cómo articular lo uno con lo otro?
su vida, su hijo (en tanto que hijo, no com o com petidor o sucesor). H a­ A la representación se le plantea el problem a de elegir entre un
blando con propiedad, Teseo no quiere nada, ni siquiera la muerte de modelo actancial privilegiado o el m antenim iento en concurrencia de
H ipólito, que reclam a, no obstante. Sólo el desenlace coloca a Teseo en varios modelos actanciales; en cualquier caso, su tarea es la de hacer v i­
la posición de sujeto actancial. sibles ai espectador estas m acro-estructuras, su funcionam iento y su
e) Si advertim os que Teseo es el oponente a la vez del deseo de sentido.
H ipólito y del deseo de Fedra, constatarem os cómo la oposición de/a
Teseo es la que fija las relaciones entre H ipólito y Fedra, «censurados»
ambos por el mismo poder. Hasta cierto punto, A rícia y Fedra form an 3.8.5. El paso de un modelo a otro
parte (en relación con H ipólito) del mismo paradigm a: el objeto (m u­
jer) prohibido por el padre. El análisis actancial enlazaría aquí, sin ne­ Esta tarea es tanto más delicada cuanto que, en la m ayoría de los
cesidad de violentarlo, con el psicoanálisis. casos, el m odelo perm anece estable o fijo a lo largo de ia obra; con fre­
J ) En los tres esquemas, la presencia de Eros en la posición de D i cuencia, se pasa de un m odelo a otro o, incluso, se da la substitución de
y deí sujeto en la posición destinatario D2 viene a significar el deseo un m odelo por otro en el transcurso de la acción.
pasional individual. Pero en todos los esquemas, el p od er se encuentra Tomem os el ejemplo de E l Cid, dejando de lado este esquema se­
en una posición actancial, en una concurrencia con el objeto am or (es cundario,
preciso ver en la escena de am or entre H ipólito y A ricia — 11,2— la
im portancia del objeto político, el poder); para Fedra, el poder es un S: el d o nd e
objeto secundario, y ayudante; Fedra lo desea como moneda de cam bio
por el objeto amoroso H ipólito39. Para H ipólito, el poder — como el
am or— , es el lugar de la rebelión contra el padre; para A ricia, es el lu­ O: el puesto de <-------------------------Op: D on Diego
G o bern ad o r
gar de la revancha contra una tiranía opresora. La presencia de lo p o lí­
tico, en sim biosis y en com petencia con lo pasional, la ausencia de la
Ciudad (Estado, sociedad, m onarquía) en el lugar del destinador, signi­ nos encontram os con un modelo principal:
fican no sólo la explosión de los deseos y de las am biciones individua­
les sino el paso de una tragedia de la Ciudad (aunque ésta fuese m onár­ D I: D on D iego - ----------- > S: R o d rig o ---------- -> D 2: D on Diego
quica) a una tragedia «burguesa» del querer individual. El m odelo ac­ (valores
tancial ayuda a determ inar la posición histórica de la obra. La evolu­ feudales)
Eros
ción de la m onarquía absoluta obliga a Hacine a cam uflar los proble­
O: h o n o r <~ - Op: ei (.onde
(= m uerte
39 Fedra quiere ganarse, co m p rar a H ipólito con ayuda del poder reai: «Hnone, haz bri­ del Conde)
llar la coron a a mis ojos». jim e n a

70 71

17
En este modelo nos encontram os con dos objetos diferentes, en
contradicción ocasional (ver las estancias de R odrigo); tras el duelo y la
muerte del Conde, el modelo deja de ser contradictorio para convertir­
se, en cierto modo, en «im posible»; se trata de un modelo no contradic­
torio, de tipo épico (búsqueda), que se m antiene a lo largo de los suce­
sivos episodios (secuencias): proceso, batalla contra los moros, con­
frontación con Jim ena, batalla contra Don Sancho, nuevas batallas
prometidas. Todo esto no lo distingue en nada del relato épico. A: Celestina, criado? Op: padres, sociedad
El modelo dram ático, conflictual, que le sucede, tiene a Jim ena por
sujeto, con un doble objeto: el padre m uerto y Rodrigo. En este esquema, Celestina queda relegada al papel de ayudante, por
más que se trate de un ayudante doble, del Objeto y del Sujeto. No cabe
U ro s----- -> S: Jim en a • —> D 2: ella misma duda de que este esquema es un tanto reductor por no reflejar toda la
el padre el padre m ovilidad de los personajes y por convertir la historia de Calisto y M e­
(valores
libea en una de tantas historias de am or tipificadas por la leyenda. Por
feudales)
lo demás, este esquema, que puede ofrecer una lectura de la obra en sus
inicios, se ve desbordado cuando Celestina entra en juego m oviendo
A: Don Diego • O: R odrigo -C)p: (R odrigo) todos los peones.
el rey el padre m uerto (el rey) Frente a la solución «rom ántica» están los que centran en el perso­
naje de C elestina la obra en sí, en su totalidad. Para ellos, quien manda
y ordena es Celestina. Según G illibert, que adaptó y dirigió la obra en
El deslizam iento de un m odelo a otro no es, en absoluto, signo de Francia en 1972 — con M aría Casares como actriz p rin cip al— los de­
un conflicto entre modelos; al contrario, este deslizam iento subraya la más participantes en la acción no son más que m arionetas a las que Ce­
convergencia real de la acción de los dos sujetos (pertenecientes al m is­ lestina hace bailar a su aire. De ahí que, si en el texto aún nos es posible
mo conjunto paradigm ático). La contracción actancial indica aquí la seguir leyendo las escenas que siguen a la muerte de Celestina — las de­
unidad de los dos actantes1". más muertes, o el patético monólogo del padre de M elibea— en la re­
presentación estas escenas parecen totalm ente innecesarias y, para m u­
chos espectadores, hasta irritantes. El juego de marionetas es muy tor­
3.8.6. Lm Celestina [Addenda del traductor] pe tras la desaparición del actante privilegiado (los directores como
G illibert optan por suprim ir los autos finales, haciendo, a veces, sim ul­
En la obra de Rojas — quede claro que apostamos por su carácter tanear la muerte de Celestina con la de los dos amantes).
dram ático— es difícil establecer un esquema único, sim plificado, de Hay directores, no obstante, que prefieren seguir fielm ente el texto
relaciones actanciales. Resulta esto tan difícil como querer resum ir la hasta su final. ¿Hs posible un esquema en que C elestina aparezca en la
obra en una frase actancial. La interpretación rom ántica (cfr.; infra, casilla del Sujeto? La dificultad estriba en que la obra ofrece una bús­
cap. III, nota 1) haría de la historia de Calisto y M elibea el eje central queda amorosa y esta tiene un sujeto y un objeto bien definidos. De
de la obra. Desde esta perspectiva, se construiría un m odelo actancial convertir a C elestina en Sujeto habría que suponer para él un objeto
en el que Calisto sería el Sujeto, M elibea el Objeto, y C elestina el A yu­ que fuese la consecución, del am or de C alisto y M elibea, aparte del lu­
dante; en la función de Destinador cabría colocar a Eros, La Socie­ cro de su operación. Los ayudantes y oponentes no cam biarían esen­
dad..., y en la de D estinatario al propio sujeto. cialm ente con respecto a) p rim er esquema. Por otro lado, Celestina,
que no desea un objeto concreto personificado, sólo persigue con el lu­
cro de su operación una finalidad conservadora, la de seguir viviendo
de su oficio de alcahueta. Por lo demás, D estinador y D estinatario po­
drían caber en el personaje de Celestina.
Este modelo, heterodoxo por varias razones, resulta injusto e im ­
4(1 Por deseo de sim plificación p revisora, dejamos aquí de lado la presencia del Rey y de procedente por convertir a Calisto y M elibea, conjuntam ente, en obje­
la m onarquía com o destivadnr. to de Celestina. Se objetará que los dos amantes son un accidente más

72 73

18
en la vida de ia protagonista — relatada cu el discurso a grandes ras­
gos— , uno más de los innumerables emparejamientos logrados por
ella. Pero esto es sólo una verdad extra-escénica: en la representación 3.8./. El debilitam iento del sujeto en el teatro contemporáneo
es muy seguro que la historia de C aliste y Melibea da sentido y justifica
El lector habrá observado que la m ayoría de los ejemplos que esco­
la obra.
Menores dificultades supondría colocar, dentro del primer esque­ gemos están sacados del teatro clásico. La búsqueda de un m odelo ac­
ma, a Celestina en el papel de Destinador junto al de Ayudante. Por lo tancial nos parece más aleatoria, por ejemplo, en teatros como el de
dem ás, el director escénico podrá insistir sobre una u otra de sus fun­ Beckett, lonesco... (para no hablar ahora de todos esos intentos de tea­
ciones. Pero está claro que le será m uy difícil, si no imposible, no ya su­ tro sin texto). ¿Qué decir del modelo actancial de L a cantante calva o del
primir sino n i siquiera p aliar su función de ayudante. más legible A madeo o cómo libram os de su presencia. En cierto modo no son
Siendo, pues, C elestina un ayudante con relevancia de protagonis­ los actantes los que desaparecen sino, más bien, el deseo del sujeto. En
ta, ¿cuál es la función de los criados y sirvientas? Cabría decir que, más el últim o ejemplo citado, podemos im aginar que el sujeto (reificado) es
que de ayudantes de C aliste y de M elibea, se trata de ayudantes, ayu­ ese cadáver que se agranda, ese cadáver cuyo deseo se m anifiesta así de
dantes cómplices, de C elestina; a la mayoría de los sirvientes les im por­ modo avasallador, deshaciéndose progresivam ente de sus oponentes.
ta poco ia suerte de sus amos, ia consecución de su deseo amoroso. En En La cantante calva, por otra parte, una serie de microsujetos desarrolla
Pármeno, muy en particular, se ejemplifica un comportamiento espe­ una serie caleidoscópica de microdeseos que crean, por acum ulación,
cial de la movilidad oponente-ayudante. Para convertir a Pármeno en una situación conflictual-repetitiva, autodestructiva. El debilitam ien­
ayudante, Celestina debe inicialmente convertirse en ayudante de P ár­ to del sujeto adopta una forma más «racional» en A dam ov, la labor
meno. La m ediación — darle a gozar de Areusa— enriquece a la obra dram atúrgica de sus prim eras piezas consiste en m ostrar los esfuerzos
con un esquema actancial pasajero que seria como reflejo de menores infructuosos del héroe central por constituirse en sujeto; el subjetivis­
proporciones y duración, corno una mise en airyrm adulterada del esque­ mo de E l profesor Taranne o de E l sentido de la marcha es una especie de
m a actancial principal: contraprueba del m odelo actancial clásico.
La escritura dram ática de Genet duplica o hasta trip lica el modelo
actancial en razón de ese juego de espejos de la teatralización planteado
por su escritura. En Las criadas, el sujeto C lara se convierte, al mismo
tiem po, en virtud del trabajo de su propio «teatro» im aginario, en el
Objeto-Señora. El funcionam iento de «roles» incrustados los unos en
ios otros (como en un juego de m uñecas rusas) cuestiona el funciona­
m iento actancial clásico, pues el deseo de los sujetos posibles se con­
vierte en una m ultitud de deseos en el interior de una cerem onia cons­
truida para satisfacerlos; el m odelo estalla en sujetos parciales pero
concurrentes en la cerem onia; así podría explicarse el ensamblaje de
los deseos de M adame Irma, de las putas y de los clientes en E l balcón,
de Genet. Un doble m odelo, distanciado, muestra cómo la sustitución de
Resum iendo: los criados y sirvientes más que oponentes o ayudan­ la Corte por el Balcón (del Burdel por el palacio real), perm ite el es-
tes del sujeto o del objeto, aparecen como ayudantes del ayudante p rin ­ trangulam iento de la revolución; pero para ello se precisa de ese ince­
cipal, Celestina. Bástennos estas anotaciones para indicar la variedad sante deslizam iento m etoním ico que nos hace pasar, en E l balcón, del
del esquema o de los esquemas posibles de L a Celestina. Y quede claro Burdel a la R evolución y de nuevo al Burdel, de los Importantes a sus
que el personaje no pierde talla de no concederle la función de sujeto. imágenes. Pero, entonces, ¿dónde está quién? El desplazam iento cues­
Desde otras casillas Celestina puede apoderarse del dram a y hacer con­ tiona el funcionam iento espacial del m odelo actancial. Llegados a este
flu ir en él una serie de esquemas incrustados sin que por ello se m ues­ punto clave, el m odelo o los modelos actanciales, en su concurrencia o
tren como gratuitos. Este sería el m érito principal de la obra. en su conflicto, sólo son comprensibles, si hacemos intervenir la no­
ción de espacialidad.
Es lo que hemos intentado m ostrar a propósito de V íctor Hugo; es
lo que muestra tam bién R astier en su análisis del Don Juan, de M oliere,

74 75

19
que así concluye: «La estructura elem ental, binaria, de la significación análisis de las funciones de los actores y por reducción de las funciones
articula cada sistema sem iológico en dos espacios disyuntivos» (op. cit. redundantes; este método, que supone tam bién la determ inación pre­
pág. 133). El funcionam iento actancial supone la disyunción es­ via de las unidades secuenciales, tiene la desventaja de descuidar la
pacial. concurrencia de los modelos actanciales41.
d) El análisis actancial pone en claro no sólo la significación
ideológica sino, más precisam ente, los conflictos; este análisis perm ite
3.9. Algunas conclusiones determ inar en el texto teatral el lugar exacto de la ideología y las cues­
tiones planteadas, si no las respuestas.
El análisis actancial, tal como acabamos de presentarlo, es incon­ é) Corolario: En el plano actancial y en razón de la concurrencia
testablemente sum ario. Pero es posible constatar cómo este análisis y el conflicto de los modelos, se advierte ya el «dialogism o» del texto
puede perfilarlo. teatral, hecho capital por el que, al estar borrado o disfrazado el sujeto
de la enunciación (el autor), la conciencia centralizadora que reduciría
a) Nuestros procedim ientos actuales de determ inación del mode­ a uno solo todos los discursos queda aletargada. Aún más, la acción
lo actancial son en buena parte artesanales e intuitivos. Sólo la intui­ dram ática se convierte en un proceso en el que el sujeto sintáctico no
ción justifica a veces la presencia de un «personaje» en una casilla ac­ está nunca solo; no podría reunir en sí (ni como autor, ni como sujeto
tancial. Un criterio esencial seguido hasta aquí: las posibilidades de ac­ de la acción) a todo el sistema escritural que sería su m undo; nadie en
ción, tal como aparecen en la serie de los episodios de la «fábula», resu- el teatro tiene su mundo propio, el universo teatral no es universo de
m ible (por ejemplo, es ayudante aquel que ayuda en la acción). Los cri­ nadie. La red escritural del sujeto entra en pugna o en conflicto con
terios extraídos del análisis del discurso (de los verbos de voluntad o de otra red, con otro «sistem a planetario», si está en el centro, hay otros
acción, por ejemplo) son útiles a veces, pero andan particularm ente su­ centros. Así, pues, de entrada, no hay en el texto de teatro una voz p ri­
jetos a caución, pues el discurso del personaje se h alla con frecuencia, vilegiada que sería la de la ideología dom inante: por su naturaleza, el
como hemos podido com probar, en contradicción con su papel teatro es descentralizado, conflictual, hasta contestatario. Y no es que
actancial. la ideología dom inante no intente sacarle su provecho, lo que ocurre es
De hecho, es útil colocar, uno tras otro, a los personajes en la casi­ que en el teatro, incluido el teatro oficial, hacen falta tam bién unos
lla del sujeto — posible— del m odelo actancial siem pre que estemos procedim ientos especiales, restrictivos y hum illantes, de estricta codi­
dispuestos a renunciar de inm ediato a com binaciones imposibles o es­ ficación, para acallar su polifonía y hacer cam par por sus fueros la voz
tériles. Finalm ente, se puede intentar la perm utación o la rotación de de la ideología dom inante. No nos asombremos viendo a la censura de­
los personajes de una casilla a otra. satarse contra el teatro; los censores no andan equivocados: el teatro es
b) Consecuentemente, todo progreso en la precisión del análisis realm ente peligroso.
actancial viene condicionado por su exam en no en la totalidad del tex­
to sino, diacrónicam ente, en la sucesión de las secuencias: sólo el estu­
dio de la evolución de los modelos, secuencia a secuencia, perm itirá 4. A ct o r e s, roles
ver, por ejemplo, las transform aciones del modelo o com prender cómo
evolucionan las com binaciones y los conflictos de modelos. Pero este 4.1. E l actor
trabajo está sometido al análisis, secuencia a secuencia, del texto; ahora
bien, la determ inación de las unidades secuenciales es algo extrem ada­ El actor es una «unidad lexicalizada» del relato literario o mítico.
mente dificultoso, sobre todo si contamos con que, de buscar el mode­ «Los actantes hacen referencia a una sintaxis narrativa; los actores son
lo actancial en unidades dem asiado pequeñas, nos exponemos a dar reconocibles en el interior de los discursos particulares en que se m ani­
con resultados dudosos. Por el contrario, de tom ar como base provi­ fiestan»42. En otros térm inos, los actores, dotados por lo general de un
sional las unidades tradicionales, textualm ente anotadas o visibles (ac­ nombre, son unidades particulares que el discurso dram ático específica
tos, cuadros, escenas), es posible determ inar una sucesión de modelos con gran sencillez: un actor (del relato) = un actor (un com ediante).
actanciales cuya reducción, por superposición, deje visibles uno o va­ Con ello no queremos decir que la noción de actor esté reservada al
rios modelos principales.
c) R astier ha puesto al día un método, complejo pero preciso, con 41 R astier, op. cit.
el que es posible determ inar las estructuras profundas por medio del 42 G reirnas, Sémirtique narrative et textuelle.

76 77

20

También podría gustarte