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La consolidación de los Estados Nacionales

“La importancia creciente de las ciudades y la aplicación moderada del sistema del sufragio permitieron en
algunos casos el acceso al poder de las oligarquías liberales.(...) No significa esto que la de las oligarquías
liberales haya constituido una etapa más avanzada ni más radical que la anterior; solió ser, por el contrario,
mucho menos osada en las reformas y conservadora de un status en el que la dependencia del extranjero y el
poder local del latifundio aparecían como dogmas indiscutidos. Pero para que funcionara, fue necesario que
la sociedad adquiriera cierta consistencia y se produjeran nuevos cambios. En las oligarquías liberales
fueron representados los principales intereses que antes actuaban de manera más directa: el poder de los
caudillos, ahora volcado al arrastre de votos a las urnas y a la preocupación paternalista por sus clientelas
electorales; los intereses del latifundio, fortalecidos con el voto de los sectores rurales y con una abundante
promoción de hijos de familias propietarias que generalmente hacían su pasaje por la universidad. (...)
Fueron épocas de remanso, en las que las turbulencias de la vida política aparecieron contenidas (...); estas
turbulencias no eran la resultante de alteraciones en profundidad, sino de la inadecuación de las normas
adoptadas constitucionalmente para resolver una serie de situaciones que incidían en la falta de estabilidad
política, aunque no alterasen de modo alguno las estructuras económicas y sociales. La aparición en el poder
de las oligarquías liberales dio un complemento culto y una apariencia democrática a esa serie de cambios
que ocurrían en algunas zonas del continente como resultado de los nuevos vínculos con Europa.(...) Si bien
el liberalismo político llevó a una defensa de las libertades y a una preocupación por el desarrollo
institucional, en su fase económica hizo de estos países regiones cada vez más dependientes del extranjero.
La práctica de la vida parlamentaria permitió que alguna vez se alzaran voces discordantes entre las cuales
cabe destacar algún intento de proteccionismo.(...) Lo dominante en él fue que la actividad política estuviese
más que nada vinculada a propósitos de progreso personal; que la pacificación sirviera para disimular las
motivaciones profundas de las guerras civiles, lo que encarecería y debilitaría la acción del Estado en el
período posterior; que la ampliación del sufragio resultara totalmente desvirtuada por el paternalismo
oligárquico y los sectores sociales que contribuyó a fortalecer ( sin tener en cuenta los casos ya más
escandalosos de coacción electoral, compra de los votos y fraude liso y llano en el recuento de los mismos).”
Beyaut, Gustavo y Hèlené América Latina. De la independencia a la segunda guerra mundial. México,
Historia Universal Siglo XXI, volumen 24. 1984. pp. 136-139.

Los alcances de la modernización


A partir del último cuarto del siglo XIX habría de acelerarse el proceso de integración de América
Latina a la economía mundial. Los nuevos medios de transporte y de comunicación contribuyeron a
que se estrechara el vínculo entre aquellos países que evidenciaban un alto grado de desarrollo y
vastas regiones del planeta que potencialmente eran aptas para producir, en condiciones ventajosas,
alimentos y materias primas. Como ya se ha señalado en capítulos anteriores, se afirmaba por

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entonces la división internacional de trabajo que auspiciaba en los países periféricos la
consolidación de alguna actividad económica relacionada con la explotación de ciertos recursos
naturales destinados a la exportación. A medida que aumentaba la demanda de estos últimos y crecía
la disponibilidad de capitales en los centros industriales, las economías de exportación fueron
estimuladas por el arribo de inversiones y de tecnología destinadas a sustentar un proceso de
modernización que incrementara su capacidad productiva. Pero el ingreso - en este caso de América
Latina- al mercado mundial, implicaba una serie de transformaciones estructurales que resultaban
condiciones indispensables para el normal funcionamiento del modelo de crecimiento hacia fuera.
Para que esto fuera posible, era menester superar la fragmentación política que impedía la
centralización del poder. La disolución de la estructura colonial había dado lugar en algunos países
latinoamericanos al surgimiento de sectores de poder que controlaban distintos mercados regionales
y que aspiraban a imponer su hegemonía sobre la totalidad del territorio. La incorporación definitiva
a la economía internacional contribuiría de modo decisivo a definir estas disputas: a la sombra de los
intereses de las nuevas metrópolis se afianzarían aquellos que estaban más capacitados y mejor
dispuestos a la hora de desempeñar el rol que les correspondía dentro del pacto neocolonial.
Intereses comunes acercaron a terratenientes y comerciantes ligados al comercio ultramarino;
gradualmente convertidos en integrantes de una cerrada oligarquía, lograrían construir y consolidar
una autoridad política centralizada capaz de garantizar el orden interno y de imponer un marco
estructural de instituciones jurídicas. De esta manera surgirían los Estados nacionales, expresión
manifiesta de un determinado sistema de dominación social, que arbitrarían los medios necesarios
para facilitar la integración de América Latina a “una economía capitalista central que se
encontraba en su fase de desarrollo y auge”. “Unificar” y “modernizar” fueron “palabras mágicas”
para las elites que pilotearon el proceso de transformación acelerada que se extendería hasta
mediados de la segunda década del siglo XX. Los cambios instrumentados revelarían una inequívoca
matriz liberal, aunque en los hechos, ese liberalismo teórico habría de convivir con prácticas políticas
conservadoras que garantizaron a las oligarquías latinoamericanas el control del nuevo orden
económico y social.

La gran transformación
El vertiginoso desarrollo del sector exportador promovió profundos cambios que tendrían notables y
duraderas consecuencias sobre la estructura política, económica y social de Latinoamérica.
En primer lugar, profundizó las diferencias y acentuó los desequilibrios regionales. A medida que se
consolidaba el nuevo pacto, resultó evidente que así como algunas regiones, por sus cualidades y
características naturales, se encontraban en condiciones de ingresar al mercado internacional, otras
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no poseían ningún atractivo y quedarían al margen de la ola de progreso. Las inversiones y el aporte
de tecnología incrementaron la capacidad productiva de las primeras, y los nuevos medios de
transporte y las comunicaciones hicieron más fluido su contacto con los puertos de ultramar, donde a
menudo florecieron importantes centros urbanos. Por cierto, al sur del Río Bravo las grandes
ciudades nada tenían que ver con el crecimiento industrial; eran centros comerciales y financieros –
en algunos casos tan deslumbrantes como para encandilar a los ocasionales visitantes - que también
debían su desarrollo a la expansión del modelo agroexportador. Esta relación entre el campo y la
ciudad configuraba el perfil de los sectores dominantes: terratenientes y comerciantes locales –
socios menores, pero socios al fin de sus pares extranjeros que también abundaban – eran los
principales beneficiarios del vínculo que la América independiente lograba finalmente consolidar
con las economías modernas. Alentados y apoyados por la favorable coyuntura internacional
conquistaron (a través de las armas, de la negociación o, más frecuentemente, de una combinación de
ambas) un lugar expectante desde donde, una vez afianzada su hegemonía, pudieron desarrollar su
programa económico y social.
Los gestores de los Estados latinoamericanos recogían y adherían a la tradición liberal, la que tanta
influencia había tenido en el proceso de emancipación y que a mediados del siglo XIX se imponía
como condición esencial para acreditarse frente al mundo como país civilizado. Había que agilizar
las transacciones internacionales, eliminando las trabas que entorpecían el comercio y el libre acceso
a los recursos productivos. Esta iba a ser la tarea que emprenderían aquellos sectores que habían
conquistado el poder político y afirmaban su autoridad social. Las llamadas “reformas liberales” se
transformaron en moneda corriente a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Formalmente, las
constituciones evidenciaban la influencia norteamericana: sistema republicano- división de poderes y
sufragio- , libertad de cultos y separación de la Iglesia y el Estado, libre expresión de ideas y – muy
especialmente- libertad de comercio. Pero no todos los principios enunciados fueron preservados con
el mismo celo.

Todo por el mismo precio: el Estado integra y excluye


Pese a que se preconizaba la abstención del Estado en materia económica, éste tuvo a su cargo los
aspectos esenciales de la reestructuración. Como señala Oszlak, “las elites entendieron que el Estado
nacional era la única instancia capaz de movilizar los recursos y crear las condiciones que
permitieran superar `el desorden y el atraso ´”.
Fortalecidos por la “era de prosperidad” que además de generar ingresos genuinos otorgaba la
posibilidad de endeudamiento, los grupos que tenían en sus manos el control poder político contaron
con los recursos necesarios para acelerar la transformación. Crearon instituciones sólidas y un
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andamiaje jurídico que permitía - y protegía - el desarrollo de actividades económicas dentro de un
marco capitalista, y no dudaron en usar la fuerza del Estado para vencer los escollos que todavía
subsistían.
Con la expansión del modelo agroexportador la tierra adquirió un valor sustancial y el Estado,
controlado por oligarquías estrechamente ligadas a la exportación de materias primas y alimentos,
fue el encargado de crear un “mercado de tierras” donde éstas se compraran y se vendieran
libremente. Las grandes extensiones de territorio que pertenecían a la Iglesia, a las comunidades
indígenas o que hasta entonces eran consideradas “tierras públicas” pasaron, en un período
relativamente breve, a manos privadas.
La Iglesia intentó resistir, aunque finalmente sus propiedades fueron confiscadas; las comunidades
indígenas, menos dóciles, fueron violentamente desalojadas y , en ocasiones, exterminadas (en
algunos países, como por ejemplo Bolivia, Perú o en Ecuador lograron obtener reconocimiento
legal); los campesinos que ocupaban terrenos públicos debieron abandonarlos o bien aceptar la
reducción de sus parcelas. Se anunciaba que esta modificación en la propiedad y en la tenencia de la
tierra abriría paso a un tropel de pequeños propietarios preocupados por sumarse al desarrollo y al
proceso de modernización. Para alcanzar este objetivo, se promovieron planes de inmigración y
colonización que tuvieron un éxito limitado: con frecuencia, la tierra ya había quedado a disposición
de los grandes terratenientes, y sólo quedaba la posibilidad de convertirse, en el mejor de los casos,
en arrendatario.
Esto último remite a otra de las cuestiones en las que los Estados oligárquicos cumplieron un rol
fundamental. La expropiación, la conquista o el desalojo destruían el funcionamiento de la propiedad
y el trabajo colectivo, dejando a una gran masa de indios y de campesinos sin posibilidades de
sustento.
De este modo se contribuía a la creación de un mercado de mano de obra abundante – y por ende
barata – para la economía de exportación. Pero Sunkel y Paz consideran que la organización social
resultante de las reformas institucionales que permitieron la integración de América Latina a la
economía capitalista central presenta una “dualidad”: “El orden capitalista moderno se establece y
opera satisfactoriamente en las relaciones entre los países de la periferia y los centrales, así como
en las relaciones entre las actividades modernas dentro del propio sistema. Pero dichas relaciones
no se establecen necesariamente entre estas últimas y su complemento dentro del sistema productivo
tradicional preexistente; y esto ocurre tanto en las áreas rurales como en determinadas actividades
urbanas, tales como las de tipo artesanal. En efecto, en las relaciones con el exterior se alentaba
una política de libre acceso a los mercados de capital y de trabajo de todo el mundo capitalista;
para el comercio exterior de productos se trataba de asegurar plena libertad tanto de exportación
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como de importación, es decir se limitaba el proteccionismo al mínimo. En cambio, las relaciones de
trabajo y de organización de la producción dentro de la economía nacional se caracterizaban con
frecuencia por formas de asociación no definidas por el libre contrato y el pago en dinero.” Entre
el trabajador servil y el asalariado libre existía una amplia gama de situaciones laborales, algunas
nuevas y otras que subsistían desde el período colonial. El régimen de aparcería, los inquilinos
chilenos, el peonaje por deudas en México, los huasipungueros de Ecuador o los yanaconas de Perú
y Bolivia son algunos de los ejemplos que ilustran esa situación. La violencia y la coacción,
instrumentada por el Estado o legitimada por éste cuando era ejercida por los particulares, era un
recurso habitual para reclutar mano de obra. Aún cuando ya se ha señalado la dificultad que podía
encontrar para convertirse en propietario, en el ámbito urbano el inmigrante europeo tuvo mayores
posibilidades de convertirse en “trabajador libre” (no obstante, a su turno, sería celosamente
vigilado, perseguido y hasta expulsado: “la libre expresión de ideas” no incluía el cuestionamiento
del orden establecido). “Esta forma de organización dual de la sociedad aseguraba, por una parte,
la posibilidad de plena participación en la economía internacional, y por otra, extraer el máximo
excedente de la actividad productiva interna.” (Sunkel y Paz).
Las “reformas liberales” fueron ejecutadas por gobiernos fuertes, persuadidos que sin ese “orden” la
ansiada “modernización” se transformaba en una quimera. De allí que las experiencias republicanas
tengan la apariencia de “democracias para privilegiados”. A menudo, la “administración ordenada”
era la fachada de estructuras políticas impermeables al cambio, que incubaban o encubrían auténticas
dictaduras.
Quienes controlaban el poder no estaban dispuestos a compartirlo y, más allá de las asiduas
declaraciones de fe republicana, en estos Estados oligárquicos los grupos dominantes –íntimamente
ligados al sector productivo exportador - contaban con un arsenal de estrategias tendientes a
resguardar su función tutelar. El sufragio restringido, el fraude electoral y el terror fueron parte de las
herramientas a las que recurrieron para garantizarse el monopolio del poder político que arbitraba
quiénes y de que modo participaban de los beneficios del progreso.
Alejandro Cristófori

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TEXTOS Y DOCUMENTOS
Sólo similitudes formales...
“(...) La educación pública, generalizada con las reformas liberales, intentó forjar más
sistemáticamente la mentalidad patriótica exigida por el nuevo orden a los buenos ciudadanos. Pero
aunque la ideología liberal y las nuevas instituciones aparecen como una importación de ideas y de
instituciones similares de Europa o los Estados Unidos, no existe sino una similitud formal entre los
procesos liberales europeo y latinoamericano. (...) En ningún momento se pretendía que la igualdad
política o la libertad individual fueran extensivas a las masas populares. Casi todos los liberales
mexicanos, guatemaltecos o peruanos veían con profundo desprecio las mayorías indígenas de sus
países, lo que a veces se reflejaba en planes irrealizables de creación de un campesinado blanco a
través de una inmigración europea encauzada hacia colonias agrícolas. De ahí las ambigüedades y
contradicciones del Estado liberal, en el que los ideales políticos y las prácticas reales se oponían en
forma tajante” Cardoso, C. F.S. y Pérez Brignoli, H. Dependencia y desarrollo Historia
económica de América Latina.2. Economías de exportación y desarrollo capitalista. Barcelona,
Ed. Crítica. 1979. p. 93

Con los indios amigos - que sobrevivan- seremos generosos…


En la Argentina, el desarrollo de una economía primaria exportadora impulsó la expansión de las
tierras productivas. La ocupación del desierto respondía a ese objetivo, al mismo tiempo que
afianzaba y hacía efectivo el poder del Estado nacional dentro del territorio.
“(...)El incremento considerable que tomará la riqueza pública y el aumento de todos los valores en
la extensión dilatada que alcanza la actual línea, como efecto inmediato de la seguridad y garantías
que serán la consecuencia de la ocupación del Río Negro; la población podrá extenderse sobre vastas
planicies y los criaderos multiplicarse considerablemente bajo la protección eficaz de la Nación, que
sólo entonces podrá llamarse con verdad dueña absoluta de las Pampas argentinas.
Y aun quedará al país, como capital valioso, las quince mil leguas cuadradas que se ganarían para la
civilización y el trabajo productor cuyo precio ira creciendo con la población hasta alcanzar
proporciones incalculables. (...)Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos
modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión,
ni otras armas que la lanza primitiva(...). Enunciados así los grandes propósitos de este pensamiento,
y los medios más indispensables que requiere su realización, el P. E. debe agregaros, para concluir,
que cree justo y conveniente destinar oportunamente a los primitivos poseedores del suelo, una parte
de los territorios que quedarían dentro de la nueva línea de ocupación (...) por lo cual se dispone
reservar para los indios amigos, y a los que en adelante se sometan, un área de 50 leguas sobre la
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frontera de Buenos Aires, otra de la misma extensión sobre la de Córdoba, y una de 30 leguas sobre
Mendoza, donde se podrán concentrar después en poblaciones agrícolas, las distintas tribus ranqueles
y pehuenches que ocupan esa zona, desde el Atlántico a los Andes(...).” Sesión del 14 de Agosto de
1878, Congreso Nacional, Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, t. 1, Buenos Aires,
1878. pp. 680 y ss.

“No merece llamarse República...”


“No se escribe pero se observa el axioma de que el indio no tiene derechos sino obligaciones.
Tratándose de él, la queja personal se toma por insubordinación, el reclamo colectivo por conato de
sublevación. Los realistas españoles mataban al indio cuando pretendían sacudir el yugo de los
conquistadores, nosotros los republicanos nacionales le exterminamos cuando protesta de las
contribuciones onerosas, o se cansa de soportar en silencio las iniquidades de algún sátrapa.
Nuestra forma de gobierno se reduce a una gran mentira, porque no merece llamarse república
democrática un estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley. Si en la costa se
divisa un vislumbre de garantías bajo un remedo de república, en el interior se palpa la violación de
todo derecho bajo un verdadero régimen feudal. Ahí no rigen Códigos ni imperan tribunales de
justicia, porque hacendados y "gamonales" dirimen toda cuestión arrogándose los papeles de jueces y
ejecutores de las sentencias. Las autoridades políticas, lejos de apoyar a débiles y pobres, ayudan casi
siempre a ricos y fuertes. Hay regiones donde jueces de paz y gobernadores pertenecen a la
servidumbre de la hacienda. ¿Qué gobernador, qué subprefecto ni qué prefecto osaría colocarse
frente a frente de un hacendado?
Una hacienda se forma por la acumulación de pequeños lotes arrebatados a sus legítimos dueños, un
patrón ejerce sobre sus peones la autoridad de un barón normando. No sólo influye en el
nombramiento de gobernadores, alcaldes y jueces de paz, sino que hace matrimonios, designa
herederos, reparte las herencias, y para que los hijos satisfagan las deudas del padre, les somete a una
servidumbre que suele durar toda la vida. Impone castigos tremendos como la "corma", la
flagelación, el cepo de campaña y la muerte; risibles, como el rapado del cabello y las enemas de
agua fría. Quien no respeta vidas ni propiedades realizaría un milagro si guardara miramientos a la
honra de las mujeres: toda india, soltera o casada, puede servir de blanco a los deseos brutales del
"señor". Un rapto, una violación y un estupro no significan mucho cuando se piense que a las indias
se las debe poseer de viva fuerza. Y a pesar de todo, el indio no habla con el patrón sin arrodillarse ni
besarle la mano. No se diga que por ignorancia o falta de cultura de los señores territoriales proceden
así: los hijos de algunos hacendados van niños a Europa, se educan en Francia o Inglaterra y vuelven
al Perú con todas las apariencias de gentes civilizadas; mas apenas se confinan en sus haciendas,
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pierden el barniz europeo y proceden con más inhumanidad y violencia que sus padres: con el
sombrero, el poncho y las "roncadoras", reaparece la fiera. En resumen: las haciendas constituyen
reinos en el corazón de la República, los hacendados ejercen el papel de autócratas en medio de la
democracia.” González Prada, Manuel. Nuestros Indios(1904), en Horas de lucha (1908).
http://www.marxists.org/espanol/gonzalez_prada/indios.htm [Consulta: 6 de septiembre de
2002]

Hay que saber diferenciar la libertad buena de la que no lo es...


“¿Habéis realizado vuestra teoría antigua de hacer gobierno, dejando libre la acción del pueblo? (...)
Sois incorregibles, vosotros los políticos de la vieja escuela francesa. Siempre estáis atribuyendo a la
libertad, que es el ejercicio del derecho, los excesos de la iniciativa individual que tienen el carácter
de delitos cuando son intencionales y dañan en el orden material el derecho ajeno, poniendo en
peligro la seguridad colectiva. Siempre estáis creyendo que estos excesos, que no dañan el derecho
ajeno sino en el orden material y jamás en el intelectual, son abusos de la libertad, y por eso aspiráis
constantemente a dictar leyes para limitar la libertad, para equilibrar libertades. (...)Pero esa es una
desgracia que lamentaréis, como yo (...) porque mientras la justicia criminal deje impune a los
demagogos, mientras se confundan como abusos de la libertad delitos que no son libertad (...) el
gobierno respetará los derechos políticos , pero la Nación no los gozará, mientras los partidos
personales y demagógicos se los coarten y los usurpen. No basta que el gobierno respete los derechos
individuales y los políticos. Es necesario también que los haga respetar por todos, que dé seguridad,
y eso no se consigue sino separando la libertad del crimen y persiguiendo al criminal, aunque sea de
nuestra propia casa. (...)" Lastarria, Victoriano. Carta a Domingo Faustino Sarmiento, Santiago
de Chile, 18 de agosto de 1874. En Correspondencia entre Sarmiento y Lastarria, 1844 –1888.
(Anotada por María Luisa del Pino de Carbone)Buenos Aires, Artes Gráficas Bartolomé
Chiesino. 1954. pp. 87-89.

El control del “pauperismo perturbador”


A fines del siglo XIX, un alto funcionario del gobierno uruguayo señalaba que era necesario dar
“albergue y trabajo a los pobres y desamparados de la campaña”, y someterlos a “un régimen
especial de fiscalización del trabajo” .
“El pauperismo, con sus acompañantes obligados – la degradación moral y el enflaquecimiento
físico- ha nacido y se desarrolla en campaña, amenazando viciar el temple de las poblaciones rurales,
nervio y sustentáculo de la nacionalidad. (...) Si a pretexto de las escaseces del Erario, no se ataca en
su origen la plaga del pauperismo, el porvenir del país se verá amenazado por un elemento
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perturbador de su progreso social y político.” Bauza, Francisco Memoria presentada a la
Honorable Asamblea General por el Ministro de Gobierno [ejercicio de 1892] Cit en Bauza,
Francisco. Historia de la dominación española en el Uruguay. Montevideo, Ministerio de
Instrucción Pública y Previsión Social. 1965. Tomo I, segunda parte, pp. 59 y ss.

Guano bendito
“(...) Al guano y al salitre, sustancias humildes y groseras, les tocó jugar en la gesta de la República
un rol que había parecido reservado al oro y a la plata en tiempos más caballerescos y menos
humildes.(...) La fácil explotación de este recurso natural dominó todas las otras manifestaciones de
la vida económica del país. (...) Sus rendimientos se convirtieron en la principal renta fiscal. El país
se sintió rico. El Estado usó sin medida de su crédito. Vivió en el derroche, hipotecando su porvenir
a la finanza inglesa. (...) Las utilidades del guano y el salitre crearon en el Perú, donde la propiedad
había conservado hasta entonces un carácter aristocrático y feudal, los primeros elementos sólidos
del capital comercial y bancario. Los profiteurs directos e indirectos de la riqueza del litoral
comenzaron a constituir una clase capitalista. Se formó en el Perú una burguesía, confundida y
enlazada en su origen y su estructura con la aristocracia, formada principalmente por los sucesores de
los encomenderos y terratenientes de la colonia, pero obligada por su función a adoptar los principios
fundamentales de la economía y la política liberales.” Mariátegui, Carlos. Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana. Lima, Empresa Editora Amauta. 1958. pp.16-17
Bibliografía
Arnaud, Pascal Estado y capitalismo en América Latina. Casos de México y Argentina. México,
Siglo XXI. 1981.
Beyaut, Gustavo y Hèlené América Latina. De la independencia a la segunda guerra mundial.
México, Historia Universal Siglo XXI, volumen 24. 1984.
Cardozo, F.H. y Faletto, E. Dependencia y desarrollo en América Latina. Buenos Aires, Siglo XXI.
1973.
Carmagnani, M., Hernández Chávez, A. y Romano, R. (coord.) Para una Historia de América. I
Las Estructuras. México, El Colegio de México/ F.C.E. 1999
Cueva, Agustín El desarrollo del capitalismo en América latina. México, Siglo XXI. 1990.
Oszlak, Oscar Formación histórica del Estado en América latina. Buenos Aires, CEDES. 1978.
Palacio, Marco (comp.) La unidad nacional en América latina. Del regionalismo a la nacionalidad.
México, El Colegio de México. 1983.
Sunkel, O. y Paz, P. El Subdesarrollo Latinoamericano y la Teoría del Desarrollo. México, Siglo
XXI. 1971.
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