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EL SALVADOR DE LA POST-INDEPENDENCIA

Más que una fecha, la independencia de Centroamérica fue un proceso de


aproximadamente dos años de duración, primero los centroamericanos se
independizaron de la monarquía española.
Un par de años más tarde, con la caída del Imperio de Iturbide en 1823, los
centroamericanos ratificaron su soberanía con respecto de España, México y
cualquier otra potencia extranjera.
La primera Constitución Salvadoreña de 1824 , hizo la misma
ratificación. A partir de allí, las antiguas provincias del Reino
de Guatemala, exceptuando Chiapas, conformaron una
República Federal.
Sin embargo, los recelos y las rivalidades históricas entre las provincias
y la capital del antiguo reino así, como la larga tradición de autonomía de las
provincias contribuyeron en la puesta en práctica de una confederación y no
de una federación. Es decir, cada estado miembro de la República
Centroamericana (Guatemala, San Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica)
se sintió soberano con respecto a la unidad.
Ello ya preanunciaba la serie de conflictos, guerras e inestabilidades que
marcaron los años federales entre 1824 y 1839.
Los beneficios que supuestamente traería la vida independiente no se hicieron
sentir de inmediato. El primer efecto de la independencia fue la fragmentación
del poder acompañada de frecuentes batallas y cambios de gobierno.
A pesar de los esfuerzos de Francisco Morazán, resultó imposible restaurar la
unidad de Centroamérica. Las luchas de la Federación dejaron como herencia
una generación de caudillos, como Rafael Carrera y los seguidores de
Morazán, quienes tuvieron influencia en la política salvadoreña hasta 1871.
Al mismo tiempo, el fin de los monopolios coloniales y los
nuevos vínculos comerciales con el exterior colocaron al
país en la posición de aprovechar las oportunidades
comerciales que se abrieron a mediados de siglo.
EN RESUMEN

El Período de la Federación Centroamericana ha sido tradicionalmente


entendido como una época dualista, es decir, de lucha entre dos facciones:
liberales contra conservadores. Sin embargo, en la realidad se trató de una
lucha entre federales y centralistas.
Dicho de otra forma, la lucha verbal y armada era entre unos liberales
moderados y otros radicales que quisieron apostar por una República que
centralizara el poder en la ciudad de Guatemala, propiciando el continuismo
del monopolio de las poderosas familias guatemaltecas como los Aycinena,
o por una República que fuera una y diversa a la vez.
Una República en la que, aunque tuviese la sede de los poderes nacionales en
la ciudad de Guatemala, los estados miembros tuviesen cierta autonomía
política-económica en sus gobiernos regionales
Por supuesto que el fracaso de la República Federal en 1839 no llevó a los
centroamericanos a sepultar para siempre este ideal. Los antiguos estados
miembros continuaron a lo largo del siglo XIX repensando la unidad. Pero
los intentos no tuvieron éxitos.
La Federación nació con graves dificultades y contradicciones que llevaría
a constantes guerras civiles y al fracaso del intento de que el antiguo Reino
de Guatemala permaneciera unificado en una república federal.
Ciertamente, los conflictos internos y la disolución de la entidad política
también dieron lugar al debate y a la conformación de un “discurso unionista”
que asoció al nombre de Centroamérica a la idea de unidad y solidaridad
regional. Ese discurso unionista contribuiría a la transformación del concepto
estatal de Centroamérica en un proyecto político alternativo y en una utopía
de alcance regional.
Entre 1840 y 1871
La política y la sociedad entre las décadas de 1840 a 1871 no se transformaron
de un solo golpe. La vida política se caracterizó, entre otros, por facciones en
pugna que tradicionalmente llevaron sus diferencias a la escena electoral;
caudillos que, gracias a su liderazgo carismático, atrajeron a amplios sectores
populares; unas instituciones gubernamentales débiles y la existencia de un
ejército no profesional compuesto por trabajadores reclutados a la fuerza, en
muchos casos.
La política no era del todo moderna a pesar de practicarse elecciones
populares directas, es decir, en donde los ciudadanos elegían a sus
gobernantes sin mediaciones de segundos o terceros. Era una mezcla de
factores antiguos y modernos, por lo que hemos visto. Ello se explica a partir
de que los cambios históricos no suceden de improviso, sino, más bien, son
resultados de largos y, muchas veces, penosos esfuerzos.
El período entre 1840 y 1871 se
caracterizó por la influencia de
caudillos en la vida política. Las
rivalidades entre dichos caudillos
llevaron a gran inestabilidad, pero ,
en esta época se empezaron a crear
las instituciones del nuevo país.
Aunque el proceso de
consolidación de instituciones y de
estabilización del sistema político
fue lento, algunas de las cargas
más onerosas del régimen colonial
desaparecieron y la vieja vida de
los salvadoreños cambiaba,
aunque tenían que trabajar muy
duro para lograr poco.
A pesar de la lenta separación entre la vida rural y la urbana, la cultura de la
mayoría de los salvadoreños continuaba siendo rural, es decir, ceñida a los
ritmos de tiempo del campo. Con todo, la construcción de un centro superior
de enseñanza —la universidad— en la ciudad o las políticas para frenar la
insalubridad urbana fueron parte de los pequeños logros efectuados en las
décadas en cuestión. Con respecto a los sectores populares habría que decir
que estuvieron sometidos a un régimen laboral de obras públicas
El gobierno central demandaba de la construcción de cierta infraestructura
que permitiera achicar las distancias; no obstante, el precio que pagaron los
trabajadores y, en general los sectores populares fue alto, pues para ello
fueron sometidos a un régimen de control al estilo colonial.
El Salvador durante estos años no se puede considerar como baluarte de la
modernización ni objeto de comparaciones favorables. De acuerdo con los
parámetros y ritmos de la economía, la política y la idea de desarrollo y
modernización, Centroamérica estaba lejos de ser considerada candidata a la
modernidad.
En el aspecto político, el país al igual que el resto de Centroamérica se
encontraba en una situación de suma inestabilidad por varios elementos que
tenían que ver con su posición estratégica y su vida política interna. Su
ubicación geográfica era uno de los elementos centrales de la lucha
imperialista por el dominio marítimo y comercial
En su realidad interna, la lucha por la definición de su rumbo político como
estados-naciones fluctuaba entre las posiciones de liberales y conservadores.
Por otra parte, la pretensión de organizarse como una unidad política era una
constante perseguida por gobiernos de intención hegemonista que tuvo como
bandera a Guatemala, quizá por ser éste el país más grande y ser la antigua
cuna de la Capitanía General durante la época colonial.
Las tentativas integracionistas de Centroamérica como una sola entidad
política se expresaron en el unionismo, que siguió una trayectoria desde que
los países centroamericanos surgieron a la vida independiente.
Para la segunda mitad del siglo XIX, las razones de la búsqueda de la unión
en una sola entidad política respondieron a la defensa colectiva contra las
agresiones externas, un pretexto legitimador de intervencionismo de un
Estado en los asuntos de los otros y los sueños utópicos de grupos
intelectuales. Sin embargo, cada intento de unión chocaba contra elementos
físicos, económicos y sociales que hacían cada vez más inviable la
pretensión de ser una sola nación.
El panorama político, económico y social de la región reflejaba la situación
de atraso con respecto de otras regiones y aún más, la colocaba en un
status de zona conquistable o de enclave necesario para la consecución de
metas imperialistas.
A mediados del siglo XIX, la incorporación de California a Estados Unidos y
la fiebre del oro contribuyeron a que aumentara el comercio a lo largo de la
costa del Pacífico. Los cambios económicos que siguieron permitieron la
mejora del sistema de transportes y el aumento de las exportaciones.
En este contexto se comprende la adopción del café como principal producto
de exportación. El aumento de las exportaciones mejoró la capacidad del
estado para cobrar impuestos y financiar sus actividades. Las características
específicas del cultivo de café impulsaron el cambio en las instituciones de
tenencia de la tierra, dándosele facilidades a la propiedad privada.
Al mismo tiempo empezó a desarrollarse el sistema bancario. Sin lugar a
dudas, el país estaba entrando en el mercado mundial. Ya lo habían hecho
en la en la época colonial las provincias de San Salvador y Sonsonate con la
producción de añil. Ahora se trataba de una inserción con mecanismos más
modernos, nuevas tecnologías y formas de conocimiento más científicas.
Estos acontecimientos y procesos sentaron las bases de la economía
moderna de El Salvador, donde un fuerte sector que produce para la
exportación coexiste con otro cuya producción se orienta a alimentar a la
población del país.
Toda vez que la producción para la exportación genera ganancias más
grandes, tienden a profundizarse las desigualdades sociales y políticas entre
la población. Ello, efectivamente, sucedió en el país. La presión de estos
efectos no habría que buscarlos nada más en la bien conocida rebelión de
1932. A lo largo del siglo XIX, los pueblos y los ciudadanos resistieron a los
progresos de una economía moderna, pues ellos no veían traducidos los
beneficios a sus realidades cotidianas.
Los cambios que ocurrieron entre 1840 y 1871 parecen lentos desde el punto
de vista de finales del siglo XX: se promulgaban leyes que no siempre se
obedecían, se fundaban escuelas que estaban a la merced de las dificultades
de financiamiento y la vida política parecía distraerse en discusiones estériles
con la jerarquía eclesiástica. Pero hay que recordar que en 1821 se había
rechazado todo un sistema de gobierno y que el período colonial había dejado
muy pocos recursos para hacerle frente a la nueva situación. Esto era parte
natural de la construcción de un poder central efectivo sobre un territorio
determinado.
Lo anteriormente visto muestra las vicisitudes en la formación de aquel poder.
No fue nada fácil. De hecho, las décadas siguientes mostrarán la continuidad
en la construcción del mismo, aunque, claro está, se irán consolidando
factores que acelerarán la formación del Estado como la profesionalización de
los aparatos de seguridad, la formación de una burocracia, entre otros.
Otro elemento fundamental en la construcción del poder central fue la Iglesia.
Su peso a nivel local y nacional no debía obviarse. Con el correr de los años
se pudo notar que existían relaciones ambiguas entre el gobierno central con
la Iglesia.
Por una parte se constaron que existían estrechas colaboraciones entre las
autoridades civiles y eclesiásticas, sobre todo con el interés de erigir el
obispado durante la época federal o durante la administración de Francisco
Dueñas. No obstante, hubo momentos de tensiones y enfriamiento en las
relaciones como ocurrió durante el régimen de Gerardo Barrios. En cualquier
caso, la Iglesia fue otro vehículo que los sucesivos gobiernos utilizaron para
legitimar su poder político. Lo que manifiesta la articulación de un proyecto
político-cultural de dominación.
FIN

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