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SELDEN, Raman: Las teorías literarias contemporáneas(Barcelona, 1987)

CAPÍTULO 3
TEORÍA DE LA RECEPCIÓN
El siglo xx ha llevado a cabo un importante asalto a las certezas objetivas de la
ciencia decimonónica. La teoría de la relatividad de Einstein desplegó la duda
sobre la creencia de que el conocimiento objetivo no era más que una
progresiva y continuada acumulación de hechos. El filósofo T. S. Kuhn ha
demostrado que, en ciencia, la aparición de un «hecho» depende del marco de
referencia en el que se mueve el observador científico. La filosofía de la
Gestalt sostiene que la" mente humana no percibe los objetos del mundo como
trozos y fragmentos sin relación entre sí, sino como configuraciones de
elementos, temas o todos organizados y llenos de sentido. Los mismos objetos
parecen distintos en contextos diferentes y, aun dentro de un mismo campo de
visión, son interpretados de distinto modo según formen parte de la «figura» o
del «fondo». Estos y otros enfoques han insistido en que el observador
interviene activamente en el acto de la percepción. En el caso del famoso
problema del conejo-pato, sólo el lector puede decidir en qué sentido debe
orientar la configuración de líneas. Hacia la izquierda, es un pato, y hacia la
derecha, un conejo.
¿Cómo afecta a la teoría literaria esta insistencia moderna en el papel activo
del observador?
Veamos de nuevo el modelo lingüístico de la comunicación elaborado por
Jakobson:

Jakobson creía que ci discurso literario era diferente de las otras clases de
discurso porque estaba «orientado hacia el mensaje”: un poema trata de él
mismo (de su forma, sus imágenes y su sentido literario) antes que el poeta, el
lector o el mundo. Pero si rechazamos el formalismo y adoptamos el punto de
vista del lector o del público, toda la orientación del esquema de Jakobson
cambia: podemos decir que un poema no tiene existencia real hasta que es
leído, y que su sentido sólo puede ser discutido por sus lectores. Si
diferimos
en nuestras interpretaciones, se debe a que nuestras maneras de leer también
son diferentes. Es el lector quien asigna el código en el cual el mensaje está
escrito y, así, realiza lo que de otro modo sólo tendría sentido en potencia.
Consideremos los ejemplos más simples de interpretación y veremos que el
receptor se halla a menudo implicado de forma activa en la elaboración del
sentido.
Veamos, por ejemplo, el sistema utilizado para representar los números en las
pantallas electrónicas. La configuración básica se compone de siete segmentos

una figura que podría considerarse un cuadrado imperfecto coronado

con tres lados de otro cuadrado similar , o viceversa. El ojo del


observador es invitado a interpretar esta forma como un elemento del
conocido sistema numérico y no tiene ninguna dificultad en «reconocerlo»
como «ocho». Puede, además, construir sin dificultad todos los números a
partir de las variaciones de esta configuración básica de segmentos, a pesar de

que, en ocasiones, dichas formas sólo constituyan pobres aproximaciones:

es 2, es 5 (no una «S») y es 4 (no una «H» mal hecha). El éxito de este
fragmento de comunicación depende tanto del conocimiento del sistema
numérico por parte del observador como de su habilidad para completar lo
incompleto, o seleccionar lo que es significante y despreciar lo que no lo es .
Desde esta perspectiva, el receptor no es el destinatario pasivo de un sentido
enteramente formulado, sino un agente activo que participa en su elaboración.
De todos modos, en este caso, su tarea era muy sencilla porque el mensaje
estaba formulado en el interior de un sistema cerrado.
Analicemos el siguiente poema de Wordsworth:
Dejando de lado los diversos pasos preliminares, a menudo inconscientes, que
el lector debe realizar para reconocer que está leyendo un poema lírico y
aceptar que quien habla es la auténtica voz del poeta, no un personaje
dramático, podemos decir que hay dos “afirmaciones”, una en cada estrofa: a)
pensé que ella era inmortal y b) está muerta.
En tanto lectores, nos preguntamos qué relación podemos establecer entre
ellas. La interpretación de cada frase dependerá de la respuesta a esta
pregunta. ¿Cómo debemos considerar la actitud del hablante hacia sus
primeros pensamientos sobre la mujer (niña, muchacha o adulta)? ¿Es bueno y
sensato no tener «miedos humanos», o por el contrario es ingenuo e insensato?
¿Es el “sopor” que se apoderó de su espíritu el sueño de una ilusión o un
ensueño inspirado? ¿Sugiere el «ella parecía» que tenía todo el aspecto de un
ser inmortal, o se equivoca quizás el poeta? ¿Indica la segunda estrofa que
«ella» no tiene existencia espiritual en la muerte y que está reducida a pura
materia inanimada?
Los primeros versos de la estrofa invitan a este punto de vista, pero los dos
últimos abren la posibilidad de otra interpretación: que se haya convertido en
parte del mundo natural y comparta en cierto sentido una existencia mayor que
la ingenua espiritualidad de la primera estrofa: su “movimiento” y su “fuerza”
individuales se encuentran ahora incluidos en el movimiento y en la fuerza de
la naturaleza.
Desde la óptica de la teoría de la recepción, las respuestas a estas preguntas no
pueden derivarse únicamente del texto: el lector debe actuar sobre el material
textual para producir el sentido. Wolfgang Iser sostiene que los textos
literarios siempre contienen “huecos” que sólo el lector puede llenar. El
“hueco” entre las dos estrofas del poema de Wordsworth surge porque la
relación entre ellas no está fijada. El acto de la interpretación es necesario para
rellenar este vacío. Un problema para esta teoría deriva del hecho de si es el
propio texto el que provoca el acto de interpretación por parte del lector o si
son las estrategias interpretativas de los lectores las que imponen soluciones a
los problemas planteados por el texto. Antes incluso del reciente desarrollo de
la teoría de la recepción, los semióticos elaboraron algunas respuestas·
sofisticadas.
Umberto Eco, en The Role of the Reader (1979; artículos que datan de 1959),
afirma que algunos textos son «abiertos» (Finnegans Wake o la música atonal)
e invitan a la colaboración del lector en la producción del sentido, mientras
que otros son “cerrados” (los tebeos o las novelas de detectives) y condicionan
la respuesta del lector. También especula sobre el modo en que los códigos
disponibles para el lector determinan lo que el texto significa cuando es leído.
......
En el capítulo 7 veremos cómo Roland Barthes anuncia el fin del reinado del
estructuralismo, al admitir el poder del lector para crear “sentidos”
mediante la “apertura” del texto al interminable juego de los “códigos”.
Cualquiera que sea nuestro juicio hacia estas teorías orientadas a la recepción,
no cabe duda de que constituyen un reto importante para la hegemonía de las
teorías orientadas al texto.
A partir de ahora, no se podrá hablar del sentido de un texto sin considerar
la contribución del lector.

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