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Edición y traducción
de Manuel Molina
TROTTA
EDICIONS DE LA UNIVERSITAT DE BARCELONA
paleobabilónico, la cultura a la que había servido como vehí-
culo de expresión fue objeto de una atención constante en
Mesopotamia casi hasta el cambio de era. De este modo, los
escribas asirios o babilonios no tuvieron más remedio que
aprender la lengua sumeria, y para ello emplearon y desarro-
llaron las herramientas que los propios sumerios habían ela-
borado.
El resultado para nosotros es que el estudio de la lengua
y la cultura sumeria descansa en buena medida sobre el que
de ellas hicieron siglos más tarde los pueblos de habla semí-
tica de la Antigua Mesopotamia. Esta circunstancia, como
enseguida veremos, tuvo repercusiones en muchos ámbitos
del conocimiento, incluido el del derecho.
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Por otra parte, y como es lógico, la administración de la
justicia en Mesopotamia no tuvo su reflejo sólo en esos códi-
gos o recopilaciones de leyes. Conocemos también edictos,
documentos de práctica legal y textos que fueron el resultado
del entrenamiento de los escribas en esta rama del saber.
Todos esos textos, de los que aquí resumiremos sus caracte-
rísticas y traduciremos algunos de los más relevantes, permi-
tirán que nos aproximemos al derecho sumerio desde pers-
pectivas distintas y, por ello mismo, enriquecedoras.
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eligieron como monarca de su pueblo, describiendo a conti-
nuación, en primera persona, sus cualidades como rey y sus
logros en diferentes parcelas de la vida política, social, eco-
nómica y religiosa.
b) Tras una locución adverbial introductoria (ud-ba [sum.] =
inÛmiåu [ac.] ‘en aquellos días’, ‘en aquel tiempo’), se ex-
pone lo que habitualmente conocemos como Cuerpo de Le-
yes. No hay en el texto ninguna indicación que sirva para
distinguirlas unas de otras, por lo que la división y numera-
si hicieras o hiciese
ción que hacemos de las leyes es artificial y depende por lo
esto, te pasará aquello
general de una sintaxis fácilmente reconocible: cada una de
ellas consta de una prótasis, en la que se expresa un supuesto,
y de una apódosis, en la que se enuncia la consecuencia de
que se cumpla la condición de la prótasis. Normalmente, en
los textos sumerios el verbo de la prótasis aparece en ham†u
(aspecto verbal sumerio, también llamado puntual, que se
suele traducir con nuestro pretérito indefinido o nuestro pre-
térito perfecto), mientras que el verbo de la apódosis lo hace
en marû (aspecto verbal sumerio, también llamado durativo,
que habitualmente se traduce con nuestro pretérito imper-
fecto, presente o futuro); en acadio (Leyes de Hammurapi) se
observa un fenómeno paralelo, pues el verbo de la prótasis se
conjuga en lo que denominamos pretérito (o puntual), y el de
la apódosis en presente-futuro (o durativo). Tanto en sumerio
como en acadio, el valor fundamental de estas formas
verbales no es temporal, sino aspectual, de manera que la
elección del tiempo en la traducción al español o a otras
lenguas modernas depende en parte del contexto. Sobre esta
cuestión volveremos más adelante.
Las leyes que se enuncian en estos textos no son abstrac-
ciones o principios de carácter general desde los que pueda
abarcarse una casuística compleja y exhaustiva. La formula-
ción de categorías de este tipo estaba fuera del alcance de la
‘ciencia’ mesopotámica, que procedía de modo acumulativo
y horizontal: agotar un tema del derecho significaba enunciar
todos los casos posibles que girasen en torno a esa cuestión,
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lo que naturalmente no era posible. A pesar de estas limita-
ciones, sí se empleaba un cierto método que evitaba la acu-
mulación desordenada de los casos. Por ejemplo, enunciando
los más extremos o raros se implicaban las consecuencias en
los más comunes; del mismo modo, podía construirse una
serie de variaciones sobre un caso que, aunque no exhaus-
tiva, sí era lo suficientemente sistemática como para inducir
al lector a rellenar por sí mismo las lagunas que presentaba la
exposición. De cualquier manera, se estuvo siempre lejos de
lograr una formulación completa relativa a cualquier tema
del derecho, por lo que era necesario presuponer que el lector
conocía suficientemente el consuetudinario5.
Los temas que abordaba el Cuerpo de Leyes giraban
fundamentalmente en torno a: homicidios (LU: § 1); daños u
ofensas a las personas (LU: § 3, 19-27); delitos sexuales
(LU: § 6-8); robos (LU: § 2; LL: § 14-16); falsas acusaciones
o testimonios (LU: § 14-15, 29-30; LL: § 22); la situación
jurídica de los esclavos (LU: § 4-5; LL: § 17-19) y del miq-
Miqtum- sirviente
tum (LL: § 20-21); la evasión de esclavos (LU: § 18); pro-
blemas relacionados con los niños o su adopción (LL: § 25-
28); problemas relacionados con las mujeres (LL: § 2-6, 29-
40, 44); cuestiones de tipo matrimonial (LU: § 9-11, 16; LX:
§ 4-5); asuntos de herencia (LL: § 41-42); pago de impuestos
(LL: § 23); retribuciones a médicos (LX: § 6-9) y otros tra-
bajadores (LX: § 10-11); préstamos (LX: § 12-14); alquileres
de bueyes (LL: § 1, 45-48) y de barcos (LL: § 9); compra-
ventas o alquileres de terrenos (LL: § 11-13; LX: § 3, 16-19);
y asuntos relacionados con el cultivo de los campos
(LU: § 31-33; LX: § 1-2).
c) Los códigos concluían con un Epílogo en el que se pro-
nunciaban una serie de maldiciones contra quienes se atrevie-
ran a modificar el contenido del texto (aunque en las Leyes
de Ur-Namma no se ha conservado el Epílogo, es más que
probable que éste fuera del tipo descrito, e incluso que co-
rrespondiera al que hemos traducido bajo el epígrafe de Le-
yes de un rey anónimo [pp. 97 s.])6. Estas maldiciones son
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características de textos que, como estos, se exponían en
lugares públicos y cuya integridad, por tanto, corría mayores
peligros7.
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estrecha relación entre Prólogo y Cuerpo de Leyes. Es im-
portante advertir, así mismo, cómo desde la época de
UruKAgina hasta la de Hammurapi el tema de la justicia fue
cobrando fuerza como una valiosa virtud del rey frente a sus
actividades en la construcción de templos y palacios y en la
mejora de infraestructuras14; y cómo también, a diferencia de
los tiempos en los que actuaba como mero transmisor de la
voluntad divina, el rey fue poco a poco reclamando un papel
más activo en el sistema legal15.
Por mi parte, considero que, efectivamente, los llamados
‘códigos de leyes’ sumerios hunden sus raíces en la tradición
literaria de las inscripciones reales, y que con el desarrollo
del tema de la justicia terminan por constituir un género
literario peculiar en el que el Cuerpo de Leyes va asumiendo
un protagonismo creciente. Ahora bien, creo que la unidad
literaria de estos textos es mayor de la que suponen algunos
autores y de la que, por lo general, dejan traslucir las traduc-
ciones.
En efecto, no parece muy lógico que después de que el
rey haya expuesto de forma retrospectiva sus hazañas en el
Prólogo, cambie radicalmente su enfoque y exponga el
Cuerpo de Leyes de manera prospectiva. Sin embargo, esta
ha sido siempre la forma de interpretar los códigos. Baste
como ejemplo la traducción usual de las últimas líneas del
Prólogo de las Leyes de Ur-Namma y las primeras de su
Cuerpo de Leyes:
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por el rey (Pr. 104, 125, 150); la sexta abre el Cuerpo de
Leyes. Parecería lógico que también en este último caso se
introdujese desde la misma perspectiva lo que se consideraba
otra de las responsabilidades y actividades fundamentales del
monarca: haber sido capaz de hacer que durante su mandato
se cumplieran las leyes. De este modo, la traducción del
pasaje anteriormente citado quedaría de la siguiente manera:
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en consecuencia, enfocan retrospectivamente las actividades
del rey.
En resumen, de estos códigos no emanaba la ley, ni en
ellos se promulgaban ‘nuevas leyes’. Estos textos eran, por el
contrario, el reflejo de una ley positiva que no difería mucho
de la que puede deducirse de los textos de práctica legal. No
es extraño, por tanto, que no encontremos referencias a los
códigos en estos documentos, pues las resoluciones judicia-
les que en ellos se registraron no resultaban de aplicar las
leyes enunciadas en los códigos: el contenido de estos últi-
mos y los pronunciamientos de los tribunales se basaban en
el derecho consuetudinario. Todo lo más, podría admitirse,
como sugiere Westbrook, que los llamados códigos, dado su
carácter descriptivo, hubiesen servido en algunos casos a los
jueces como ‘libros de consulta’ donde hallar ‘precedentes’
útiles en casos difíciles16.
2. Los edictos
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(Enmetena) dispuso la libertad de Lagaå, restituyó el hijo a
la madre, restituyó la madre al hijo, restituyó [...] (Ent.
35:v.2-vi.1)17.
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3. Los textos de práctica legal
Administración ___________________________________
Listas léxicas ___________________________________
Documentos legales:
Venta de tierras: kudurru ___________________
Venta de tierras: tablillas ..... _____________________
Venta de casas _____________________
Venta de esclavos _________________
Préstamos ..._______________
Juicios ________________
Códigos de leyes ___________
Documentos comerciales ........ ______________
Cartas
........ ______________
Inscripciones reales _______________________
Textos literarios _______________________
Fig. 1. Tipos de textos en Mesopotamia y su distribución a lo largo del III
milenio a.C. (J. N. Postgate, Early Mesopotamia, Londres - Nueva York,
1992, p. 66, fig. 3:13).
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a) Descripción del terreno que se ha vendido.
b) Precio del terreno (y, en su caso, pagos adicionales).
c) Nombre del (los) vendedor(es) y del comprador.
d) Nombres de los testigos (y, en su caso, su retribución).
e) Actos simbólicos.
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matrimonios, robos, homicidios, etc.24 La estructura de estos
textos es bastante estable, aunque algunas de las partes que a
continuación enumeramos pueda desarrollarse más o menos
(e incluso no aparecer) y de formas diferentes:
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resuelto durante el juicio: a él se recurriría si en el futuro era
necesario conocer los detalles y el resultado del mismo26. Por
ejemplo, hay casos en los que, coincidiendo con un cambio
de gobernador en la provincia, el perjudicado en un juicio
anterior recurría el veredicto emitido, parece que con la espe-
ranza de que el ‘nuevo clima’ político y judicial le diera esta
vez la victoria en los tribunales: en estas ocasiones, el comi-
sario que había estado presente durante el juicio en el que se
había visto el caso por última vez testificaba sobre lo que allí
se había resuelto (n.º 4, 18 [1]).
Si procedía, por tanto, el testimonio del comisario era lo
primero que se tenía en cuenta. Después se examinaban las
pruebas que aportaba cada una de las partes. Dichas pruebas
consistían, en primer lugar, en la declaración de terceros,
testigos que defendían la versión de una de las partes en
litigio (n.º 7, 19, 29, 30, 32...). Las declaraciones podían
verse sustentadas –y a veces suplidas– por documentos es-
critos en los que, por ejemplo, se había registrado la manu-
misión de un esclavo o la compraventa de un terreno (n.º 7,
18 [3]). Si se entendía que el juicio no podía proseguir sin la
aportación de alguno de estos testimonios, éste se interrum-
pía (n.º 20, 21 [1], 26, 46) hasta que se obtuviese la declara-
ción, garantía o documento requerido. De hecho, hay algunos
textos en los que, a la espera del veredicto final, se docu-
mentan únicamente actuaciones judiciales pendientes, tales
como declaraciones de imputados o testigos (n.º 43 [2, 3]) o
presentación de garantes (n.º 25, 43 [1]).
En el caso de que no fuera posible disponer de ninguna
de estas pruebas, o cuando simplemente las que había no se
consideraban suficientes, podía solicitarse un juramento
asertorio. En tal circunstancia, alguno de los testigos (n.º 13,
26, 29), una de las partes (n.º 6, 17, 27, 32, 46), o a veces
incluso el comisario (n.º 47), se veían obligados a jurar la
veracidad de su declaración. Se suspendía entonces el juicio
hasta que, en un plazo que podía ser de hasta tres días, se
realizase el juramento en el templo de forma solemne27; hay,
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en este sentido, textos dedicados exclusivamente a registrar
la realización de ese juramento (n.º 23, 41). El temor al per-
jurio era disuasorio hasta el extremo de que había casos en
los que el implicado rehusaba jurar, circunstancia que auto-
máticamente otorgaba la victoria en el juicio a la parte con-
traria.
Aportadas y evaluadas todas las pruebas, y a veces tras
el desistimiento explícito de una de las partes (n.º 7, 15, 47),
los jueces o el gobernador dictaban sentencia y, cuando era el
caso, fijaban algún tipo de compensación. Para asegurar el
cumplimiento de la sentencia, quien había perdido el juicio
se comprometía a acatar la resolución y renunciaba, incluso
bajo juramento, a hacer cualquier otra reclamación relacio-
nada con el caso (n.º 7, 16, 18 [1], 33, 35, 37).
Todas estas actuaciones se registraban resumida y cla-
ramente en una tablilla. En ocasiones, las actas relativas a
casos diferentes podían también reunirse en un solo docu-
mento (n.º 16, 18, 21, 35, 38, 42, 43)28. Una vez redactados,
los textos se clasificaban en cestas etiquetadas teniendo en
cuenta la fecha de celebración del juicio y los jueces que en
él habían intervenido (n.º 48), y se guardaban, probable-
mente, en los archivos del palacio del gobernador.
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