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Esta incógnita se ha venido planteando en todos los países del mundo hace no más de un
año, desde distintos sectores de la sociedad como lo son los gobernantes, científicos,
juristas, académicos, filósofos, entre otros; Cada uno de ellos con posturas
fundamentadas desde su área de especialización, pero la mayoría con un grado de temor
al momento de tener una postura radical: sobre si debería ser obligatoria la vacuna o no.
Por este motivo plantear esta cuestión resulta innovador, controversias y muy formativo,
porque para poder contestar a la pregunta mencionada anteriormente, debemos tener un
panorama general de la sociedad desde la perspectiva socio jurídica de la pandemia
generada por el covid 19, perspectiva que en su esencia debe estar impregnada por una
línea de pensamiento para poder dar un criterio fuerte.
En un primer momento, dar una mirada a países europeos donde con ciertas restricciones
en algunos sectores de la sociedad han tratado de imponer la vacuna contra el covid 19
como obligatoria han llegado a la conclusión sin un estudio claro y profundo, que esta
medida no aumenta automáticamente la aplicación de la vacuna.
De esta manera Inglaterra desde el servicio de salud pública, aunque son conscientes de
que el virus es contagioso, no lo considera como una enfermedad infecciosa de
consecuencias graves, debido a su tasa de letalidad relativamente baja. La gravedad del
covid-19 está fuertemente relacionada con la edad, lo que divide las percepciones
individuales de vulnerabilidad dentro de las poblaciones.
En un artículo publicado por la BBC news: “La tasa de mortalidad se estima en 7,8% en
personas mayores de 80 años, pero en solo 0,0016% en niños de nueve años o menos”.
En una democracia liberal, forzar la vacunación de miles de ciudadanos jóvenes y
saludables que se perciben en un riesgo aceptablemente bajo de covid-19 será
éticamente disputado y políticamente riesgoso. Las dudas sobre una nueva vacuna
producida a una velocidad considerable, son totalmente válidas.
Por esta razón, aunque exista en el mundo al día de hoy una gran mayoría de la
población con un esquema de vacunación contra el covid 19 todavía existe un grupo
minoritario que por distintos motivos no se quiere aplicar la vacuna y algunos de ellos no
se la aplicaran. Algunos de ellos cuando inició el proceso de vacunación no lo hacen
todavía por los datos limitados sobre seguridad y eficacia a largo plazo, no se sabe con
exactitud cuánto dura la inmunidad. Hacer caso omiso de estas preocupaciones
existentes sería contraproducente.
Otros, por el contrario, no se aplican la vacuna por cuestiones de religión, miembros de
grupos sociales en particular, personas con un fundamento en la medicina bioenergética,
entre muchos otros. Por estas razones la vacunación obligatoria también trae problemas.
Los movimientos que impulsan el populismo científico y político son los mismos. Los “anti
vacunas” no confían en los expertos, la industria y menos en el gobierno. Un mandato del
gobierno no solo se topará con una oposición muy radical, sino que también se utilizará
como arma para incentivar a otros para la no vacuna contra el covid 19.
Un primer paso que han dado la mayoría de países, es un esfuerzo para involucrar a las
comunidades, apuntar a los grupos de alta necesidad, comprender las preocupaciones,
informar, educar, eliminar barreras, invertir en los sistemas locales de prestación de
servicios y establecer vínculos con líderes políticos y religiosos.
Pero la resistencia al no querer aplicarse la vacuna está latente así sea en un grupo
poblacional muy pequeño, y a su vez que, desde los distintos organismos de salud,
consideran que en esta situación actual de salud pública generan numerosos
inconvenientes, a corto, mediano y largo plazo. Pero hasta el momento ningún gobierno
del mundo por distinto que sea en su pensar político, filosófico, jurídico y económico; ha
tenido la fuerza necesaria para decretar la vacunación obligatoria en todo su territorio.
Lo más cercano, con respecto a la decisión mencionada en el párrafo anterior, ha sido el
gobierno actual de los Estados Unidos, que su presidente hace no más de un mes decretó
la vacuna obligatoria para todos los miembros de su gobierno. Pero que a su vez esta
determinación generó en no más de 48 horas demandas de tres distintos estados dentro
del mismo territorio, por dicha decisión.
Las personas deben tener total acceso a la información respecto a las vacunas para el
covid-19 a fin de tomar la decisión de inmunizarse o no, a menos que las condiciones
especificas de su caso le obliguen a tomar la decisión. No obstante, es deber de los
gobiernos persuadir e informar a los ciudadanos sobre la situación epidemiológica
El problema obvio es que toda política coercitiva choca frontalmente con derechos
humanos fundamentales, como la libertad o a la integridad física, que sólo deben limitarse
cuando haya una buena razón que lo avale. Si procedemos a una vacunación obligatoria
de ese colectivo lo haremos asumiendo riesgos superiores a los de otros grupos de
población. A mi juicio, esto resultaría éticamente inaceptable teniendo en cuenta que los
niños son los que probablemente obtengan menos beneficios de la vacunación, dado que
la mayor parte de ellos apenas sufren síntomas relevantes en caso de contraer la
enfermedad.
Para que la obligatoriedad de la vacuna sea justificable, es necesario demostrar que esa
violación de derechos produce resultados relevantes en términos de preservación de la
salud pública, que difícilmente podrían alcanzarse a través de otras vías.
Hay países, como Japón, Nueva Zelanda o Corea del Sur, que han demostrado que es
posible combatir eficientemente la covid-19 sin recurrir a las vacunas. Eso, sin embargo,
no es un argumento definitivo. Es fácil señalar que no es lo mismo una cultura oriental que
una occidental, una isla que un país tan conectado con otros muchos como el nuestro.