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La formación de la vanguardia literaria en Venezuela y la

generación del 28

Introducción
Mariano Picón Salas decía que el siglo XX en Venezuela empezaba después de la
muerte de Gómez, después de 1935. Esta es una de esas frases que en cierto modo más
que de la realidad a la que apunta, dice de la perspectiva desde la cual se está mirando
esa realidad. Para toda una falange de intelectuales que vivieron su periodo de formación
y adolescencia durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, se hacía necesario
denunciar las ominosas condiciones de castrador aislamiento que un régimen oprobioso
hizo vivir al país.
Desde una perspectiva contemporánea, sin embargo, es interesante estudiar otro
aspecto de esa misma situación de conjunto: aquél que nos muestra cómo las
contingencias negativas impuestas no pudieron impedir que los tormentosos y vitales
vientos de la contemporaneidad fertilizaran los espíritus de la intelectualidad venezolana
de esos años y cómo, pese a todo, no se rompió ni se congeló la dinámica de la historia
cultural.
El estudio de la formación y desarrollo de las ideas de vanguardia literaria en
Venezuela puede contribuir, en nuestros días, a demostrar que aun en las peores
condiciones cada pueblo busca siempre los caminos no sólo para mantener la
continuidad de su cultura sino también desarrollar la participación en el diálogo con la
contemporaneidad histórica.
El trabajo que en estas páginas se ofrece pretende ser una contribución al
conocimiento de ese aspecto de la historia literaria venezolana que revela la presencia
del espíritu de renovación que significaron las vanguardias artísticas de postguerra en
todo el mundo. Y pecando de ambicioso, pretende también sentar la tesis de que la
formación y desarrollo de la vanguardia literaria en el país se vincula a motivaciones —
18→ nacionales y a condiciones que, de una u otra manera, homologan el proceso
venezolano al del resto del continente.
No creo que, a estas alturas del desarrollo histórico, sea posible comprender un
proceso cultural aisladamente. Comprender es tarea coronaria del estudio histórico y del
estudio crítico, y comprender no debe reducirse a una simple intelección atomizada sino
que implica establecer las conexiones de un hecho o de un proceso con los conjuntos
mayores de que forma parte. La historia literaria y la crítica literaria deben entenderse,
a mi juicio, como un proceso de comprensión, una actividad intelectual que vaya
estableciendo la articulación de un hecho o un proceso literario con sistemas culturales
y sociales más amplios en los que adquiere pleno sentido. No hacerlo así significaría
simplemente reducir el estudio a un recuento descriptivo, a la elaboración de catálogos
empíricos de datos, fechas, cifras.
El principio básico que subyace en este trabajo es el de que estudiar cualquier
aspecto de la producción literaria en nuestro continente sólo puede legitimarse en la
medida en que pretendo contribuir al conocimiento de nuestra realidad y a un diseño
más objetivo y complejo de nuestra fisonomía.
En el caso de la literatura de vanguardia que se desarrolla después de la primera
postguerra, la perspectiva de estudio que ha dominado en nuestro continente es la que
busca establecer, a partir de los cánones de las tendencias vanguardistas europeas, la
presencia de elementos futuristas, cubistas, expresionistas, dadaístas, etc., en las letras
hispanoamericanas. El estudiar las vanguardias en América a partir de estos parámetros
puede contribuir a establecer lo que de europeo pueda haber en nuestra literatura; pero
lo que una crítica renovadora se debe proponer es determinar y organizar en un perfil de
conjunto las diferencias más bien que -o por lo menos tanto como- las semejanzas.
De este modo, al examinar cómo se hace propia y diferenciada una determinada
tendencia internacional, al establecer una sintaxis de las diferencias, por así decirlo, se
hará posible determinar mejor aquellos elementos, factores y fuerzas que constituyen
los nódulos de una personalidad histórico-cultural específica.
Metodológicamente el proceso de comprensión histórico-literaria -aparte de la
puesta en relación del fenómeno literario con los factores —19→ históricos generales
y determinantes- implica intentar establecer la dialéctica de tres variables: la nacional
(en este caso, la vanguardia venezolana), la continental (en este caso limitada a la
hispanoamericana) y la europea (fundamentalmente por el peso y prestigio internacional
que ha tenido).
Al prescindir de un modelo de «literatura de vanguardia» -dado que sólo se podría
obtener por ahora a partir de la europea- se ha tratado de hacer un análisis inductivo de
los elementos de reacción al Modernismo literario en Venezuela, para tratar de
vincularlos entre sí y ver su potencial productivo en una perspectiva de desarrollo, y al
mismo tiempo su eventual articulación con el conjunto del «arte nuevo», o la «nueva
sensibilidad» que se estaba gestando en otros países del continente. Probablemente esto
haga que el estudio tenga una marcada apariencia de sequedad erudita y documental;
esto es producto por una parte de un intento de contribuir a establecer las fuentes que
permitan la confrontación de las hipótesis y un eventual diálogo, y por otra del deseo de
eludir la irónica observación del mismo Picón Salas que cuestiona el tono hímnico con
que suele escribirse la historia.
Una última observación. Los límites del trabajo están señalados por su título. No se
intenta aquí una historia de la vanguardia literaria en Venezuela; apenas sí contribuir al
conocimiento de su formación, hasta 1928. A partir de entonces viene una nueva etapa,
más rica, variada y compleja. La obra primera de Uslar Pietri, el (los) libro(s) de relatos
de Nelson Himiob y Carlos Eduardo Frías, la poesía de Rojas Guardia y Barrios Cruz,
la revista Viernes... Todo un panorama que amerita un estudio prolijo y comprensivo,
para el cual este libro quisiera ser capítulo introductorio.

1.4. Los movimientos populares y la reforma universitaria


Como se señala en un reciente estudio, en el proceso de integración de América
Latina al sistema económico europeo -proceso dominante en la etapa anterior a la guerra
del 14 y que se cumple fundamentalmente a través del imperio inglés- «se ejerció una
función de apoyo precisamente a las oligarquías nacionales, las cuales, con tal de que
no se entrometiesen con los intereses británicos, eran libres de llevar la política interior
que considerasen más adecuada»; esto determina que hubiera dos esferas de influencia
en los últimos decenios del siglo pasado: una, más modernizante en términos relativos,
cuyo poder económico procedía de los bancos ingleses, otra, más atrasada, que era el
poder político detentado por las oligarquías nacionales. Esto determina una serie de
desequilibrios que al agudizarse, sobre todo con el desarrollo de las burguesías
nacionales y la crisis internacional de la guerra, desarrollan «las tensiones políticas,
económicas y sociales que pusieron en entredicho el orden así establecido»27.
Por el desarrollo de tales tensiones es posible establecer que el período que se
extiende desde la Primera Guerra Mundial hasta la crisis económica internacional de
1929, si en lo económico está signado por la integración al expandente sistema
imperialista norteamericano, y en lo social por el crecimiento de la burguesía urbana, de
las capas medias y del proletariado y sus organizaciones, se caracteriza en lo político
por el auge de los movimientos antioligárquicos y populares, y por la incorporación
activa en estas luchas de las capas medias y del proletariado en crecimiento. Todo lo
cual contribuye al fortalecimiento y a una extensión masiva de las acciones por la
democratización y por la ampliación de los derechos políticos y sociales, planteamientos
que tendían a posibilitar el desplazamiento del poder de las oligarquías agrarias
tradicionales.
—41→
El crecimiento cuantitativo y la incorporación política de nuevos sectores sociales
conduce a la formación de los partidos políticos reformistas por una parte y de las
organizaciones revolucionarias por otra, junto al crecimiento de las agrupaciones
sindicales clasistas28.
Los componentes sociales de esta que hemos llamado «oposición antioligárquica»
(burguesía y capas medias, con participación y presión de sectores populares) hacen que
su tónica programática, por lo menos en sus momentos ascendentes iniciales, sea
antioligárquica y antimperialista y adquiera un carácter de masas en un grado hasta
entonces nunca visto. En este proceso de conjunto habría que insertar hechos como el
triunfo del candidato radical Hipólito Irigoyen en 1916 en Argentina29, con un impulso
reformista que se prolonga hasta el golpe militar de Uriburu en 1930; el triunfo de la
Alianza Liberal con Arturo Alessandri en 1920 en Chile; el triunfo de Augusto B. Leguía
en 1919 en Perú30; —42→ el derrocamiento de la dictadura de Manuel Estrada
Cabrera en 1920 en Guatemala; la llamada «revolución juliana» de los militares jóvenes
en Ecuador en 1925, etc. Casi sin excepciones, todos estos movimientos enarbolan las
banderas del cuestionamiento de las estructuras oligárquicas del poder y recogen anhelos
populares de reformas sociales y derechos democráticos. Casi sin excepciones también,
al llegar al poder, sus núcleos dirigentes abandonan los aspectos progresistas de sus
postulados y defraudan o directamente traicionan a los sectores populares en que se
habían apoyado. Y en aquellos países donde se logran incorporar reformas sociales
positivas a la legislación, estas fueron impuestos por la presión y lucha de las fuerzas
populares.
En el plano de la vida cultural, tal vez el acontecimiento que mejor pueda ilustrar
esta nueva situación que va forjándose en la América Latina de la primera postguerra
sea el de la Reforma Universitaria.
Este movimiento que se inicia en 1918 en Córdoba (Argentina), en opinión de J. C.
Mariátegui «se presenta íntimamente conectado con la recia marejada post-bélica», y en
él se confirma la existencia de una condición común y compartida en casi todos los
países del continente. Como observa el mismo Mariátegui, «el proceso de agitación
universitaria en la Argentina, el Uruguay, Chile, Perú, etc., acusa el mismo origen y el
mismo impulso. La chispa de la agitación es casi siempre un incidente secundario; pero
la fuerza que la propaga y la dirige viene de ese estado de ánimo de esa corriente de
ideas que se designa -no sin riesgo de equívoco- con el nombre de 'nuevo espíritu'. Por
esto, este anhelo de la Reforma se presenta, con idénticos caracteres, en todas las
universidades latinoamericanas. Los estudiantes de toda la América Latina, aunque
movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida, parecen hablar un mismo
lenguaje»31. «Tan hondo es el significado y tan grande es la idea que anima a la Reforma
Universitaria -afirma otro autor-, que ella se extiende pronto por toda América Latina,
desenvolviéndose como una serpentina de luz: primero fue Córdoba, después Buenos
Aires, Santa Fe (1919), La Plata (1919-20), Tucumán —43→ (1921), Lima (1919),
Cuzco y Santiago de Chile en 1920; México (1921) y más tarde Montevideo, La Habana,
Bogotá, Trujillo, Quito, Guayaquil, Panamá, La Paz, Asunción...»32.
El movimiento de la Reforma Universitaria en América Latina no se planteaba una
simple modernización de los programas y métodos de la docencia; fue un movimiento
de carácter integral que buscaba imponer una nueva concepción de la cultura y la
enseñanza en función de los intereses populares, las necesidades nacionales y la
transformación social. Fue básicamente antioligárquico y antimperialista, y a través de
él se encauzó lo más radical y avanzado del movimiento popular que se veía mediatizado
por la burguesía una vez que ésta asumía posiciones de gobierno.
Lo que Mariátegui describe como proceso de «proletarización de las clases medias»
a consecuencias de la crisis de postguerra impulsa a los sectores estudiantiles
(proveniente en su gran mayoría precisamente de estas capas sociales) a buscar una
alianza con los trabajadores, radicalizando así sus propios planteamientos, a fin de
imponer reformas sociales, políticas y económicas que las clases dirigentes vacilaban
en aceptar. Esta misma situación refleja las contradicciones internas de lo que hemos
descrito como la «oposición antioligárquica», cuyas capas dirigentes desembocan en
una conciliación y alianza con los sectores tradicionales y el imperialismo. Esto último
se explica por el carácter mismo de esta oposición, pues, como observa Halperin
Donghi, si «examinamos lo realizado por los movimientos antioligárquicos en las
ocasiones en que contaron con el poder político, veremos que su acción es más coherente
que su ideología: aumentar la gravitación en el sistema político de los sectores que lo
apoyan es su objetivo primero; mejorar mediante esbozos de legislación social y
previsional la situación de esos sectores, su finalidad complementaria; en los rasgos
básicos de la estructura económico-social que hallan no introducen en cambio,
modificaciones importantes»33.
El carácter, la función y el desarrollo que tienen estas capas medias y la pequeña
burguesía urbana en el proceso de lucha antioligárquica —44→ de la primera
postguerra se pueden comprender a partir de lo que un estudioso plantea como tesis de
interpretación de su rol histórico:
Al haberse desarrollado paralelamente al sector de los
servicios, las clases medias latinoamericanas acaban
identificándose con los intereses económicos del sector
dinámico de la economía, es decir, las inversiones extranjeras
y la oligarquía exportadora. No obstante, dándose cuenta de
que el desequilibrio social existente dependía de la diversidad
existente entre el sector dinámico y el sector estancado de la
economía nacional, vieron que una sustancial modificación
de ese estado de cosas afectaría asimismo inexorablemente a
sus intereses.
Este hecho, que a nuestro entender es básico para explicar
el cometido político de este grupo, explica por qué la solución
reformista llegó a ser la antorcha política de este grupo, y por
qué en los momentos propicios para una ruptura del orden
socioeconómico existente, acabaron siempre aliándose con la
oligarquía, salvo en el caso de México34.

En último término, podría decirse que dentro del complejo de fuerzas sociales que
actúan en este período, las que forman la antigua oligarquía y las de la nueva burguesía
financiera, mercantil e intermediaria, presentan una contradicción contingencial, no
básica, y en ningún caso ofrecen un antagonismo fundamental con respecto al sistema;
su conflicto es un conflicto por la hegemonía en el interior de las clases dominantes, por
el control político del sistema. Los sectores populares, particularmente el creciente
proletariado, presentan, en cambio, un potencial antagonismo básico con ambos grupos
de las clases dominantes, y, cualquiera fuere el grado de conciencia con que se
incorporaban a las luchas, representaban virtualmente un proyecto histórico que no se
detenía en el desplazamiento de la oligarquía. Eso es lo que hacía que a pesar de la
confusión ideológica -principalmente alimentada por el reformismo y el populismo- la
unidad de estos sectores antioligárquicos fuera más bien formal y contingencial, ya que
no podían superar el esencial antagonismo ideológico que sus intereses de clase
determinaban.
Si se toma en cuenta el complejo sistema de intereses que subyace en las
manifestaciones políticas y culturales de ese período de la postguerra, es posible
comprender el por qué, sobre todo en sus momentos ascendentes, el desarrollo artístico-
literario del continente ofrece un panorama —45→ tan rico y variado, tan complejo
y contradictorio. Independientemente del grado de conciencia que pudieran alcanzar sus
protagonistas, es posible sostener que esta etapa de cuestionamiento y búsqueda en dicho
plano se vincula al proceso de transformaciones y cambios que vive el conjunto de la
sociedad latinoamericana de la postguerra.

2.3. Cambios sociales y políticos en la Venezuela del


gomecismo
El paso de la hegemonía de un sector a otro de las clases dominantes, a diferencia
de otros países, como se ha señalado, se realiza en Venezuela sin grandes conflictos de
intereses en el interior de estas clases, y en ello desempeña un papel decisivo el régimen
autocrático de Juan Vicente Gómez, cuyo fortalecimiento -producto en gran medida del
apoyo que logra de los monopolios norteamericanos-64, posibilita la traslación.
—59→
Esto mismo es lo que permite explicar que, diversamente a lo que ocurre en este
período de postguerra en la generalidad del continente, no se alienten aquí movimientos
populistas y reformistas antioligárquicos, y el proletariado permanezca aislado de otros
sectores sociales durante un largo período.
Es necesario insistir, sin embargo, en el hecho de que estas particularidades no
significan -como a menudo se sostiene- que en esencia Venezuela siga un desarrollo
aparte y diverso al del conjunto continental. Si se observa con cierto detenimiento, en lo
económico (control de los monopolios extranjeros, principalmente norteamericanos) y
en lo social (fortalecimiento y desarrollo de las capas medias urbanas y del proletariado)
se cumplen procesos homólogos. En lo político-institucional, como expresión formal de
estos cambios, es donde se produce la diferenciación, aunque no tanto como para que
no se produzca el traspaso de la hegemonía desde el sector de la oligarquía agraria a la
nueva burguesía desarrollada en función de la economía dependiente.
Hacia la segunda mitad del decenio de 1920 comienzan a agudizarse las
contradicciones entre una superestructura político-institucional anquilosada, surgida a
partir de condiciones económicas y sociales anteriores, y las nuevas fuerzas sociales que
se desarrollan como expresión de los cambios económicos65. Y el agudizamiento de
dichas contradicciones es lo que permite explicar, en último término, el que a fines de
ese decenio la oposición al régimen de Gómez adquiera una fuerza, una forma y un
sentido que la diferencian esencialmente de la anterior. Por una parte, algunos de los
nuevos sectores de la burguesía y especialmente de la pequeña burguesía ascendente,
como también las crecientes capas medias, necesitan para su desarrollo de un marco
político más flexible, menos rígido, ya que el pleno despliegue de su potencialidad
histórica era incompatible con un sistema político anquilosado y con la coersión policial
y autocrática en que se sustentaba formalmente. Por otra parte, un proletariado en pleno
crecimiento cuantitativo y en creciente fortalecimiento de su conciencia se veía
desprovisto de toda posibilidad institucional —60→ de presencia en los organismos
del Estado para defender sus mínimos derechos.
La dictadura de Gómez, especialmente a partir del decenio de los años 20, se
consolida -en función de los intereses de clase- como «una dictadura feudal, burguesa y
proimperialista, sostenida por un ejército mercenario»66. Representa, de este modo una
alianza de diversos sectores de las clases dominantes en concomitancia con el
capitalismo extranjero. Por lo mismo, «las clases contra las cuales se ejercía la dictadura
eran el proletariado, en primer término; la gran masa campesina (semisiervos y peones
agrícolas), en el segundo; las clases medias urbanas (artesanos, pequeños propietarios,
pequeños comerciantes y buena parte de los profesionales y estudiantes), en tercer lugar;
luego la incipiente burguesía industrial; y, por último, los medianos y pequeños
terratenientes, expropiados en beneficio de la familia gobernante. Todas estas clases
sufrían las consecuencias de la política gubernamental, que favorecía exclusivamente a
los feudales, a los burgueses mercantiles y a los imperialistas»67.
Por estos antecedentes podemos determinar también cuáles son, a grandes rasgos,
las fuerzas sociales que van a diseñar la fisonomía de la oposición que a fines de ese
decenio supera y reemplaza a las anteriores, fundadas en alzamientos caudillistas
básicamente.
Esta oposición, como puede fácilmente desprenderse de su análisis, enfrenta al
régimen desde diferentes perspectivas programáticas, de acuerdo a sus intereses de
clase. La lucha contra la dictadura hacia fines del decenio posibilita e impone una
contingencial unidad de acciones, pero su propia dinámica va haciendo aparecer las
diferencias de objetivos68, y después de los sucesos del año 28 se hace evidente que una
oposición —61→ pluriclasista no puede mantenerse mucho tiempo sin que entren en
conflicto sus diferentes estrategias, concepciones e intereses69.
Todos estos factores no impiden sino más bien fertilizan y le dan el nuevo rostro a
la oposición al régimen de Gómez, sobre todo por la presencia en ella de un modo activo
de las masas trabajadoras, dentro de las cuales jugaba un papel muy importante el
proletariado petrolero70. Eso explica que cuando en 1927 se tolera la reconstitución de
la Federación de Estudiantes de Venezuela, sus actividades, que en un comienzo no iban
más allá de «promover el bienestar y la cultura de los estudiantes»71, se orientaran
rápidamente hasta convertirse en un instrumento para encauzar no sólo la rebeldía de
los estudiantes sino de todo el pueblo oprimido.
Son, por consiguiente, estos cambios producidos en las condiciones sociales los que
explican el carácter que asume el movimiento estudiantil de 1928, y es adecuada la
caracterización y valoración de estos sucesos que hace Juan Bautista Fuenmayor cuando
afirma:
Para valorar debidamente el movimiento del 28 hay que
partir del hecho que fue el primer movimiento político de
masas contra —62→ la dictadura, puesto que los
movimientos anteriores habían sido intentonas cuartelarias o
diminutas sublevaciones de caudillos locales. Lo que hay de
nuevo y de extraordinario en 1928 es la participación, activa
y en primer plano, de las masas populares y el carácter
civilista del movimiento, que fue espontáneo, sin
organización de ninguna clase, sin programa alguno72.

El somero examen que hemos intentado hacer de la realidad venezolana en relación


con el conjunto de América Latina, legitima el caracterizar la década 1920-1930 en el
país como un período «de tránsito a la contemporaneidad», para emplear los términos
de Elías Pino Iturrieta, cuya tesis sobre este período nos permite resumir los rasgos
fundamentales que hemos buscado señalar. Según este historiador, el período
contemporáneo se distingue por la presencia de las siguientes variables:
desarrollo de una economía dependiente, fundamentada
en la explotación de hidrocarburos por compañías extranjeras;
surgimiento y organización del proletariado; crecimiento y
predominio de la clase media y de las burguesías financieras
e industrial; desarrollo de la banca; surgimiento del proceso
de urbanización; nacimiento y tecnificación del ejército
nacional; perfeccionamiento de los órganos y servicios del
Estado; nacimiento y consolidación de los partidos
reformistas y marxistas; replanteo de las posiciones
nacionalistas; diversificación de las corrientes socialistas y
surgimiento de grupos revolucionarios armados; desarrollo de
un pensamiento crítico y de la 'izquierda cultural'; crecimiento
y tecnificación de los medios de comunicación de masas73.

Como se puede apreciar, la mayor parte de estas variables surgen en el decenio de


1920-1930, y también en Venezuela, mutatis mutandi,la mayor parte de ellas coinciden
con lo que ocurre y se manifiesta en el resto de los países del continente. Porque aunque
la forma en que se manifiesta tenga caracteres peculiares, determinados en gran medida
por el férreo marco de la dictadura de Juan Vicente Gómez, el proceso de transformación
de la realidad económica y social que implica para América Latina su ingreso al sistema
económico mundial en condiciones de dependencia de los monopolios norteamericanos
se cumple también en Venezuela. El desplazamiento de las potencias europeas (aquí
principalmente los capitales anglo-holandeses)74 por la hegemonía norteamericana; —
63→ la transformación de una economía agropecuaria en productora de materias
primas; el consecuente cambio en la correlación de las clases y capas sociales,
caracterizado por el fortalecimiento de una burguesía urbana ligada a los intereses
imperialistas y al comercio, el desarrollo de nuevos sectores de capas medias75 y el
crecimiento del proletariado76; la aparición de los primeros brotes de un pensamiento
revolucionario y de las primeras organizaciones políticas y gremiales de los
trabajadores; etc.; son expresión en el país de fenómenos que de una u otra manera, con
diferencias temporales relativas, caracterizan el proceso de conjunto de la América
Latina de la postguerra.

—65→
La literatura hispanoamericana de postguerra: renovación y vanguardia

Literatura post-modernista: mundonovismo y vanguardia


El examen realizado sobre la América Latina de la primera post-guerra permite
sostener que ingresa entonces en una nueva fase de su desarrollo económico
dependiente, sujeto ahora a un mismo y progresivamente más exclusivo marco de
influencia exterior, en función de lo cual, muchas de las diferencias entre las diversas
sociedades nacionales se explican por el grado de desarrollo alcanzado en la fase
inmediatamente anterior. Porque esta relación de dependencia cada vez más estrecha
con respecto a la metrópoli norteamericana, y a través de ella del sistema económico
mundial -esta «internacionalización» de la realidad latinoamericana-, implica también
una relativización de la importancia de los factores estrictamente locales en la gestación
de cambios históricos sustantivos, todo lo cual conlleva la aparición de un cada vez más
amplio conjunto de fenómenos de carácter latinoamericano o hispanoamericano, que
son índices de esta nueva condición histórica común.
Por otra parte, este proceso de «internacionalización» de las economías locales que
se vertebra cada vez más monocéntricamente desde entonces, altera profundamente la
fisonomía y correlación de las clases y capas sociales existentes en la preguerra. El
necesario proceso de sustitución de importaciones que provoca la guerra fortalece a los
sectores más dinámicos de las economías nacionales -la creciente burguesía mercantil e
industrial-, al mismo tiempo que las alteraciones del comercio de exportación debilitan
el sector representado por la oligarquía agraria tradicional.
Como una de las consecuencias de esta alteración del eje económico nacional hay
que considerar la aceleración del desarrollo urbano y el —66→ enorme crecimiento
que experimentan las ciudades, principalmente las capitales, en este período. Todos
estos cambios que produce la nueva situación implican para la mayoría de los países del
continente el cumplimiento de la primera etapa de consolidación orgánica del
proletariado moderno y el ingreso a la escena política de los nuevos sectores de capas
medias que se han ido formando y creciendo numéricamente, al mismo tiempo que
fortalecen e impulsan el crecimiento urbano y ponen en discusión problemas y
necesidades que anteriormente no alcanzaban trascendencia social77. Todo esto, de algún
modo, contribuye a patentizar y agudizar el resquebrajamiento de la superestructura
ideológica que amalgamaba las sociedades y se inicia un período de cuestionamiento y
crisis más o menos generalizado.
El tratar de puntualizar así la cronología no significa desconocer el hecho de que
con anterioridad a esta fecha se pueden encontrar una serie de manifestaciones en este
mismo sentido; sólo que es difícil considerarlas como algo más que hechos aislados,
anticipaciones si se quiere, pero que por lo mismo no logran imponerse como una
tendencia discernible dentro del conjunto dominante. Sólo a partir de la guerra -y no está
de más recordar que la muerte de Darío ocurre en 1916- esta nueva actitud comienza a
perfilarse como un proceso generalizado de las nuevas promociones de escritores,
quienes entran en conflicto polémico con los epígonos del Modernismo literario e
impulsan una renovación y la búsqueda de nuevos rumbos.
Aunque son evidentes las dificultades para precisar límites cronológicos estrictos
en los hechos histórico-literarios -y por cierto la periodización literario tampoco
pretende ni requiere de limitaciones estrictamente puntuales-, es posible advertir ya en
los años anteriores a la guerra del 14 una declinación del Modernismo como sensibilidad
poética dominante. En estos años, por otra parte, en el propio interior del Modernismo
surgen voces de cuestionamiento implícito o explícito78, destacando —67→ entre
estas últimas el olímpico ademán del soneto de Enrique González Martínez: «Tuércele
el cuello al cisne de engañoso plumaje...», incluido en su libro Senderos ocultos de 1911.
Pero solamente después de los años de la guerra estas manifestaciones aisladas empiezan
a catalizarse y van asumiendo el aspecto de una ruptura crítica y una renovación
generalizada.
No es fácil llegar a una caracterización del conjunto de este período, ya que su
fisonomía parece a primero vista no sólo compleja sino aun contradictoria, puesto que -
como veremos más adelante- los impulsos de superación del Modernismo no se
encauzan por una sola vía. En la producción literaria de este período post-
modernista79 se encuentran tanto las obras del llamado Mundonovismo regionalista y
rural como las más agresivas creaciones de un vanguardismo urbano y cosmopolita.
Como ya se ha dicho, la renovación que en esos años surge presenta una gama muy
amplia y difusa que amerita un examen menos deductivo que el que hasta ahora la ha
enfocado.
Explicar, por otra parte, el surgimiento de una renovación como ésta en función del
«agotamiento» de las formas del Modernismo es apenas —68→ dar cuenta de un
aspecto fenoménico de su nacimiento: el rechazo -frontal o elíptico- a un lenguaje y una
temática retorizados. No es su aspecto de negatividad lo que define realmente una
renovación sino las propuestas positivas que contiene y busca imponer. Y este aspecto
no puede ser comprendido a cabalidad sino en función de las condiciones históricas que
determinan tanto el agotamiento de un código anterior como las modalidades de
configuración del proyecto de reemplazo.
Por eso, las búsquedas renovadoras de las jóvenes promociones de postguerra están
comprendidas en un proceso global de reajuste ideológico-cultural que entonces exigen
las nuevas condiciones históricas. Y es esto lo que puede explicar tanto las limitaciones
que encuentra en el código Modernista la nueva sensibilidad en fermento, como las
orientaciones y características que el nuevo proyecto renovador adquiere y que van a
diseñar la fisonomía de conjunto de ese período.
En último término, de lo que se trata es de «leer» las manifestaciones renovadoras
-entre ellas las de vanguardia- como síntoma de un reajuste más general que tiene sus
raíces últimas en el surgimiento de las nuevas condiciones históricas que marcan la
contemporaneidad latinoamericana.
Este cambio en la situación histórica global, como ya hemos dicho, se traduce en el
plano de la producción literaria por el fin de la vigencia del Modernismo como código
dominante y el surgimiento de una compleja serie de impulsos renovadores de diverso
alcance. Por eso, el período que se abre a partir de la Primera Guerra Mundial, desde la
perspectiva de los nuevos autores que se incorporan a las letras está signado por una
búsqueda renovadora de amplio espectro, en la cual se manifiesta la necesidad de
superar las limitaciones de un Modernismo cada vez más retorizado.
Un examen del conjunto de la producción literaria de estos autores en el período
que va aproximadamente de 1918 a 1930, nos muestra que paralelamente a las
tendencias que se han llamado nativistas, regionalistas, criollistas o mundonovistas,
aparecen y se desarrollan las variadas manifestaciones polémicas y experimentales de
lo que se conoce como Vanguardismo artístico. Pero este mismo examen nos mostraría
que estas dos tendencias, consideradas en puridad, no logran compartimentar la totalidad
de la literatura que entonces se produce (pensemos, a mero título de ejemplo, en la obra
de Roberto Arlt, Felisberto Hernández, —69→ José Gorostiza, etc.), por lo que más
que agotar el panorama de conjunto pueden ser consideradas como los polos extremos
entre los cuales se despliega el amplio abanico de la renovación artística.
Por eso mismo parece más ajustado a la realidad el definir esta etapa post-
modernista en Hispanoamérica como un proceso renovador de amplio espectro, cuyos
cauces más definidos se pueden determinar por tendencias a primera vista polarizadas,
pero que no hacen sino establecer los límites dentro de los cuales se mueve una variedad
concreta de manifestaciones cuya taxonomía no es fácil de elaborar. Estas dos
polaridades serían el criollismo o mundonovismo, por una parte, y los diversos brotes
vanguardistas por la otra. Entre ambos polos, ora aproximándose a uno ora al otro, oscila
y se concreta la producción literaria de la primera postguerra.
La primera de estas tendencias no implica en su renovación una ruptura plena y un
rechazo directo del Modernismo, sino más bien un rechazo parcial y la búsqueda de
profundización y desarrollo de uno de sus aspectos. Porque más allá de una visión
manualesca de este movimiento, habrá que reconocer que no todo él se reduce a
búsquedas estetizantes, simbolismo elitesco, cosmopolismo y torre de marfil. No debe
olvidarse que en el mismo Azul (1888) de Rubén Darío, que es todo un símbolo del
movimiento, se encuentra un relato como «El fardo», en el que los lancheros de
Valparaíso desequilibran el mundo de princesas, ninfas y gnomos, y que un escritor
estrictamente coetáneo de Darío, el chileno Baldomero Lillo (ambos nacen en 1867),
jerarquiza a 1a inversa la misma temática Modernista, ya que si bien en su obra más
difundida, Sub Terra (1904), el universo poético lo pueblan los mineros del carbón, en
el volumen de intención simétrica, Sub Sole (1907), no escatima los palacios, las
princesas y las flores. Habría que tener presente que en el crisol del Modernismo no sólo
se produce la fusión del simbolismo y el parnasianismo sino también del naturalismo. Y
gran parte de su producción no podría comprenderse a cabalidad sin esta filiación. Es
este aspecto del Modernismo lo que ha llevado a que algunos estudiosos, como Arturo
Uslar Pietri, distingan un «modernismo criollista» dentro de ese conjunto80. Esta misma
razón es la que en cierto modo subyace en la —70→ distinción de las «dos etapas»
del Modernismo que postula Max Henríquez Ureña81.
A partir del reconocimiento de este aspecto de la producción Modernista, no es
difícil comprender que se puedan encontrar en él las raíces de una de las tendencias que
desarrolla la literatura inmediatamente posterior, aquella que acentúa la preocupación
por la realidad nacional especialmente en sus aspectos rurales, y que Francisco Contreras
denominara con el término «Mundonovismo»82.
La otra tendencia que polariza el conjunto de la literatura de postguerra se articula
con el espíritu y desarrollo internacional de las tendencias vanguardistas, y está
representada por las diversas manifestaciones polémicas del Vanguardismo
hispanoamericano. En ella se encauza una línea nueva y agresiva de ruptura, prodigada
en revistas, manifiestos y otras publicaciones a menudo efímeras y de escasa circulación.
No siempre la actitud manifiesta de esta vanguardia es consonante con su producción
concreta, pero en todo caso busca definirse por su actitud polémica y de radical ruptura
con la tradición, representada en este caso por los Modernistas y sus epígonos. Y si la
polaridad Mundonovista orienta sus preferencias temáticas hacia los ambientes rurales
y busca por medio del lenguaje «objetivar» la perspectiva de la enunciación —
71→ poética, la polaridad Vanguardista se caracteriza por su preferencia por los
motivos urbanos y el buceo en la subjetividad.
Pero estas dos tendencias así esquematizadas, como se ha dicho, no representan sino
dos extremos de un conjunto abigarrado y plural, cuyo espectro permite situar entre una
y otra polaridad las manifestaciones concretas de la producción literaria de ese período.
Porque resulta difícil reducir estrictamente a una de ellas la obra renovadora que realizan
en esos años, por ejemplo, César Vallejo o Roberto Arlt, Fernando Paz Castillo, León
de Greiff, Felisberto Hernández, Julio Garmendia, José Gorostiza, Arturo Uslar Pietri,
Jorge Carrera Andrade, etcétera83.
Por el mismo hecho de tratarse de abstracciones teóricas y metodológicas, no tiene
tampoco sentido tratar de adscribir estrictamente a una u otra tendencia todas y cada una
de las obras que entonces se escriben, ya que la misma contemporaneidad y la
comunidad de circunstancias históricas hacen que haya una contaminación recíproca,
por lo que en la producción concreta estas tendencias deben considerarse más como una
jerarquización de preferencias que como exclusiones irreductibles.
Por ello, para lograr una comprensión más integral del conjunto de la producción
literaria hispanoamericana de este período, se hace necesario reconocer la condición
jánica de su fisonomía histórica. En ella, si bien una de sus caras representa la solución
de continuidad en la superación renovadora del Modernismo, la otra, en actitud de
proclamada ruptura, anticipa embrionariamente un proyecto que mucho más tarde va a
desembocar en la literatura de los años sesenta.
Tal vez esta misma condición es lo que explica el que la historiografía tradicional -
sobre todo la que se impone a partir del proceso de restauración conservadora que en lo
político se manifiesta después de la crisis del 29-30-, atraída por lo que estaba más
próximo temática y lingüísticamente a los gustos dominantes, haya peraltado la
producción regionalista y a partir de ella se haya definido el conjunto, relegando a un
ámbito marginal o subterráneo la producción que no se ajustaba a dichos cánones, hasta
el punto que la denominación Post-Modernismo ha venido —72→ a ser casi sinónimo
de literatura regionalista o criollista. Pero el descuido en que se ha mantenido el estudio
de la producción literaria más ligada al vanguardismo no empece el que tenga una
robusta existencia, y en la actualidad, particularmente por el auge que ha tenido la
llamada «nueva narrativa» de los años 60, se hace cada vez más necesario el conocerla
y reconocer la importancia fertilizadora que tiene para la evolución de las letras
hispanoamericanas de la época contemporánea.
Esto último, también es verdad, no podrá apreciarse en su verdadera dimensión
mientras no se amplíen las investigaciones sobre este aspecto «vanguardista» del
período post-Modernista. Y sobre todo, mientras se continúe considerando
implícitamente el Vanguardismo hispanoamericano como un hecho postizo, como un
simple epifenómeno de los movimientos europeos, es decir, mientras sólo se consideren
como «vanguardistas» aquellas manifestaciones que se correspondan con los «ismos»
europeos de la época. Esta perspectiva hace que se pierda la posibilidad de ver lo que
hay de hispanoamericano en nuestro Vanguardismo y sólo se pueda dar cuenta de lo que
tenga de europeo.
Por eso sostenemos que en el estudio del Vanguardismo en nuestra literatura de esos
años estas tendencias no sólo deben considerarse en función de una legítima homología
con respecto al conjunto de la vanguardia internacional, ligadas como están a un proceso
de universalización de las condiciones históricas que influyen en su aparición, sino que
se hace necesario también no perder de vista las peculiaridades y diferencias que le dan
una fisonomía propia dentro del conjunto, como búsqueda de expresión de nuevos
sectores emergentes y como búsqueda de respuesta a la nueva situación que se desarrolla
en el continente sobre todo a partir de la postguerra.

3.2. Vanguardismo hispanoamericano y vanguardias europeas


La mayor parte de los investigadores están contestes en que el Vanguardismo
artístico y literario en la América Hispana comienza a generalizarse como tendencia
polémica después del término de la Primera Guerra Mundial. Como esta misma
circunstancia puede servir de hito cronológico para señalar la declinación definitiva de
la vigencia del Modernismo hispanoamericano, es justo considerar el desarrollo de —
73→ las tendencias literarias de vanguardia como una parte del conjunto de la literatura
Post-Modernista. Este Vanguardismo, si nos desprendemos del esquema procustiano de
sus escuelas canónicas europeas (Futurismo, Cubismo, Dadaísmo, Expresionismo y
Surrealismo especialmente), se manifiesta como un abigarrado y polifacético
cuestionamiento de las normas y funciones de la producción artístico-literaria vigente84.
Sus manifestaciones en Hispanoamérica y Brasil85 se corresponden con fenómenos
homólogos de otros países, especialmente europeos, por lo que es posible considerarlos
como manifestaciones en el plano continental de una situación de carácter internacional.
Esta última constatación y la escasa o nula consideración de los cambios generales en el
contexto histórico-social en que el fenómeno se manifiesta, ha llevado a que muchos
estudiosos sobrevaloren o consideren en forma exclusiva dicho aspecto, con lo que se
ha llegado en consecuencia a estimar el Vanguardismo hispanoamericano (y sus diversas
expresiones nacionales) sólo como epifenómeno de una moda europea86. En los últimos
años, sin embargo, hay cada vez mayor conciencia de la necesidad de superar esta
perspectiva, y tratar de establecer también las particularidades que le dan un rostro
propio y lo naturalizan culturalmente en Hispanoamérica, aquello que le da propiedad
como hecho integrante de —74→ nuestra realidad y de su evolución. Determinar, en
otros términos, su perfil propio en cuanto variable concreta de un fenómeno
internacional.
El dar paso a una perspectiva de estudio nueva y a una comprensión histórica más
cabal del Vanguardismo y su función en nuestro proceso cultural, hace necesario el
reconsiderar y superar ciertas nociones heredadas que funcionan, a menudo
implícitamente, en la historiografía tradicional cuando aborda el tema. Y probablemente
una de las primeras cosas que habría que empezar por cuestionar y superar sea la
arraigada tendencia a caracterizarlo deductivamente en función de las escuelas
canónicas de las vanguardias europeas, presumiendo de partida su condición de
epifenómeno, de manifestación ancilar, eco o reflejo de búsquedas que corresponden a
otra realidad y a otras necesidades, lo que lleva a considerar el Vanguardismo literario
en el continente como producto ligeramente artificial de una modo impuesta, sin mayor
vinculación con la realidad y las condiciones concretas en que se manifiesta.
Sin dejar de tomar en cuenta la influencia que ejercen y la importancia que tienen
en muchos aspectos de la elaboración programática del Vanguardismo en nuestro medio,
no es objetivo ni tiene fundamento científico el reducir lo que pueda considerarse
vanguardismo en América Latina sólo a las manifestaciones estrictamente asimilables a
las escuelas europeas. Porque si bien hay una comunidad de impulso y son comunes los
sentimientos de crisis y de insurgencia antirretórica, las manifestaciones del
Vanguardismo hispanoamericano se encuentran vinculadas a un proceso más amplio de
cuestionamiento crítico y de ascenso de nuevos sectores sociales en América Latina.
El carácter internacional que tiene el Vanguardismo de la postguerra está
relacionado con la internacionalización de una crisis que condujo a la guerra, pero el
mundo hispanoamericano vive de un modo específico esta situación. En nuestro
continente esta crisis pone de manifiesto la anquilosis de las estructuras de una sociedad
oligárquica, las que entran en contradicción con las necesidades de desarrollo de las
nuevas realidades y fuerzas sociales.
Como se puede desprender del examen de las condiciones históricas de la
postguerra en América Latina, esta situación se traduce en el crecimiento de una
oposición antioligárquica, alimentada por una gama muy amplia de sectores y fuerzas
sociales, que abarca desde la burguesía industrial, mercantil y bancaria, hasta el
creciente proletariado urbano.
—75→
El proceso de desplazamiento de las oligarquías tradicionales del poder se cumple
como un reemplazo de sectores hegemónicos en el interior de las clases dominantes87.
Sin embargo, a nivel de lo que se llama la superestructura social hay un parcial
resquebrajamiento y un proceso de reajuste del sistema ideológico dominante y del
aparato institucional que lo sustenta, lo que da lugar a un cuestionamiento crítico
abigarrado y multiforme. En esta coyuntura, la misma pluralidad social e ideológica de
la oposición antioligárquica explica la multiformidad de las tentativas críticas que
surgen, en las que, si bien puede encontrarse -sobre todo en el primer decenio de
postguerra- comunidad en la actitud cuestionadora, no hay coincidencia en las
respuestas, que son variadas, multifacéticas y hasta contradictorias.
Este cuestionamiento del sistema de valores institucionalizados y tradicionales en
mayor o menor grado se proyectaba a todas las esferas de la vida social, y un ejemplo
de ello podemos verlo al examinar el carácter que adquiere la Reforma Universitaria que
se inicia en 1918. Pero en el terreno del arte y la literatura, especialmente en el período
inmediatamente posterior a la guerra, se dirigía sobre todo a la superación crítica del
Modernismo. La producción literaria de los epígonos del Modernismo devenía cada vez
más retórica y su lenguaje y preferencias se sentían artificiales y ajenos a la nueva
sensibilidad correspondiente a las realidades de postguerra. Las nuevas promociones,
coincidentes en la cancelación de un sistema y código literarios, no coinciden, sin
embargo, programáticamente en las vías de esta superación, y la elaboración de
respuestas se abre en un amplio abanico de búsquedas88.
Uno de los polos de esta búsqueda está constituido por el Vanguardismo
hispanoamericano.
—76→
A partir de estos elementos, es posible comprender que el surgimiento de
manifestaciones vanguardistas en la producción literaria del continente se vincula a
condiciones objetivas de carácter social y cultural, y que el Vanguardismo
hispanoamericano se articula con el modo y las condiciones en que se vive la crisis
internacional de la postguerra en esta parte del mundo. Por tales razones -y sin
desestimar la influencia de culturas que han ejercido una tradicional atracción sobre
nuestros intelectuales y artistas-, para una comprensión y caracterización más rigurosa
del Vanguardismo literario hispanoamericano, se hace necesario establecer sus nexos
con las condiciones propias del continente, en particular con el desarrollo de nuevos
sectores sociales urbanos, especialmente capas medias e intelectuales89, que en lo
político y social vivían activamente el proceso de cuestionamiento antioligárquico que
marca la inmediata postguerra, con toda la ambigüedad y las debilidades,
contradicciones e inconsecuencias que ese mismo movimiento social tuvo.
Un estudio más ceñido podría mostrar los estrechos vínculos que existen entre las
manifestaciones vanguardistas en la literatura y la incorporación de estos nuevos
sectores sociales urbanos al activismo crítico de la postguerra. Como expresión de
dichos sectores, las manifestaciones de la Vanguardia hispanoamericana tienen su
legitimación histórica y muestran aspectos propios que no son fácilmente reductibles a
los cánones del vanguardismo europeo90.

—77→
3.3. Espacio nacional y espacio continental de la literatura
vanguardista
Hay otro aspecto importante que se hace necesario tomar en cuenta para un intento
de caracterización del Vanguardismo hispanoamericano: la necesidad de intentar el
examen de su producción considerándola como un conjunto continental y no sólo como
una simple suma informativa de manifestaciones nacionales aisladas. Se trataría, en
último término, de un diseño teórico del «espacio intelectual» configurado por la
vanguardia, concebido como el sistema de relaciones en que están imbricadas cada una
de sus realizaciones concretas. Para ello habría que establecer las correspondencias que,
con o sin contacto directo se pueden encontrar entre las manifestaciones grupales o
individuales de distintos países, a fin de poder determinar un marco referencial en lo
literario que permita una comprensión de las variables nacionales que adquiere un
proceso que abarca todo el continente91.
—78→
Esto se hace tanto más necesario cuanto que hasta ahora cada una de las
manifestaciones particulares se suelen estudiar poniéndolas directamente en relación
con el vanguardismo europeo y no con un conjunto hispanoamericano. Es indudable que
el Vanguardismo de entreguerras es un fenómeno internacional, pero no es menos cierto
que en nuestro medio el primer nivel de esta «internacionalidad» lo constituye el
conjunto continental, y a él debieran ser referidos inicialmente los fenómenos locales.
Una perspectiva como ésta no sólo posibilitaría una comprensión más plena de muchas
obras y autores que se vinculan a esta tendencia -y que de no estudiarlos así aparecen
como hilos sueltos, casos raros y singulares, desintegrados del conjunto nacional92-, sino
también posibilitaría comprender mejor el carácter y significación del Vanguardismo
hispanoamericano como parte del perfil artístico de un período, y su función en el
proceso evolutivo de nuestra vida cultural contemporánea.
El principal obstáculo para este examen de conjunto reside en la arraigada tendencia
historiográfica y crítica que lleva a considerar la literatura hispanoamericana no como
una síntesis diferenciable, como un espacio propio, sino como una sumatoria mecánica
de literaturas nacionales, cada una de las cuales obedece a un principio evolutivo
inmanente o, a lo más, a impulsos de índole estrictamente local93. Para superar este
esquema ideológico es necesario considerar que en la medida en que los hechos
económicos, sociales y políticos van unificando la condición histórica, se
internacionalizan también sus manifestaciones superestructurales, —79→ y la
literatura, que es una de ellas, funciona también como fenómeno supranacional.
Ya el surgimiento mismo de la literatura vanguardista en Hispanoamérica se nos
presenta como una floración múltiple, puesto que aparecen brotes casi simultáneos en
la mayoría de las ciudades importantes sin que exista un núcleo irradiador preciso o una
concertación programática. Tendrá que ser tarea y responsabilidad de la crítica el poner
en relación y organizar el sentido de esta presencia multiplicada que hasta ahora ha sido
más bien vista, como fenómeno marginal, en un registro atomizado. El dilucidar el
concierto implícito que surge de esta proliferación crea una perspectiva que permite el
estudio de los brotes aislados ya no como «islas» sino como parte de un verdadero
«archipiélago» continental, como habitantes de un espacio propio y supranacional en el
que entran en relación, dialogan y se jerarquizan.
En los hechos, los mismos escritores de la vanguardia sentían su quehacer
funcionando en un espacio distinto al nacional, ya que si bien a ese nivel eran expresión
de un proyecto minoritario no lo eran tanto en función de un impulso continental del que
se sentían partícipes. En último término, conscientes o no de esta dimensión, a través de
revistas y otras publicaciones mantuvieron un diálogo de afinidades que los enlaza como
proyecto por sobre las fronteras.
El examen de algunas de las revistas de la vanguardia es revelador de esa
consanguinidad continental -y universal- en la que se reconocían sus integrantes. Y si se
piensa que la antología más importante del inicio de la poesía vanguardista, el Índice de
la nueva poesía americana (1926), es preparada por el argentino Jorge Luis Borges, el
peruano Alberto Hidalgo y el chileno Vicente Huidobro94, tendremos alguna idea del
sentido que adquiría este espíritu. Por otra parte, el modo en que era enfrentado este
problema puede ser ilustrado por uno de los comentarios a esta antología que se publica
en Hangar, Nº 2:
por primera vez en un libro desde la civilización del
hombre americano se cita todo el pensamiento del continente
- destruyendo los límites creados por la fauna zoológica que
infectó el orbe cuyo olor a cadaverina se siente en lugones —
80→ - chocano - valencia - jaimes freire -etc-etc-etc-etc-etc-
etc-etc-etc-etc aquí en américa todos somos americanos - la
necedad de fronteras - un mito - no es cierto imbéciles
patrioteros?95

En general, las publicaciones dentro de la órbita de la vanguardia en


Hispanoamérica, especialmente a su primera época tuvieron un marcado carácter
supranacional, no sólo porque la composición de sus impulsores y colaboradores revela
esta alimentación continental de sus páginas sino también por la índole de su proyecto
e inquietudes96. Ejemplos paradigmáticos de esta orientación pueden considerarse las
dos más trascendentes publicaciones periódicas de fines de ese decenio, la Revista de
Avance (Cuba, 1927-1930) y Amauta (Perú, 1926-1930), editadas en los extremos
geográficos del continente.
Un examen, por somero que fuera, de la diversidad de manifestaciones de esta
literatura de vanguardia, de este «arte nuevo»97, nos permitiría —81→ establecer una
gran correspondencia y una profunda consanguinidad estética entre escritores de las más
diversas latitudes del continente. Esto es particularmente llamativo en la etapa inicial, el
momento más polémico y agresivo del vanguardismo, que alcanza hasta el final de los
años 20. Esta consanguinidad hace que no sólo se reaccione contra los mismos valores
sino que se haga casi en los mismos términos. No es extraño que, por ejemplo, en un
artículo de 1924 Mariátegui critique el «pasadismo» de la literatura peruana de la
época98 y que Jacinto Fombona Pachano califique al Modernismo de «pasatismo»99; el
término fue impuesto por los futuristas italianos a partir del Manifiesto de 1910 de
Marinetti «ControVenezia passatista»100. Pero sí parece extraño y llama la atención un
ejemplo que nos muestra una reacción en los mismos términos en tres lugares diferentes,
lo que hace pensar en una crítica similar generalizada. En el «Manifiesto de Martín
Fierro» se declara que «MARTÍN FIERRO sabe que 'todo es nuevo bajo el sol' si todo
se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo»101. Este
«todo es nuevo bajo el sol» de los —82→ vanguardistas argentinos responde a la
misma objeción que enfrentan los renovadores en La Habana: «Contra la pretensión de
los jóvenes que clamamos por un arte nuevo, se opondrá siempre, con ademán
poderosamente escéptico y peligrosa fuerza de simpatía, la vieja convicción de que nihil
novum sub sole. ¿Cómo contestarla?»102. Y en esos mismos términos se expresan en la
Caracas de 1928 los jóvenes que inauguran la primera revista
vanguardista, válvula, donde se lee:
Sabemos que la rancia tradición ha de cerrar contra
nosotros, y para el caso ya esgrime una de esas palabras suyas
tan pegajosas: Nihil novum sub sole. Como luchadores
honrados nos gusta conceder ventaja al enemigo; aceptamos
a priori que no haya nada nuevo, en el sentido escolástico del
vocablo, pero en cambio, y quien se atreverá a negarlo, hay
mucha cosa virgen que la luz del sol no ha alumbrado aún.
¡Queda en pie la posibilidad del hallazgo!103

Sin que sea necesario abundar en ejemplos, creemos que hay una indudable
comunidad de actitud y de espíritu que enhebra el conjunto de las manifestaciones
particulares de la vanguardia en Hispanoamérica y le da una cierta fisonomía unitaria y
diferenciada. Por eso mismo, la caracterización y comprensión de cada una de sus
realizaciones hace necesario que se tome en cuenta el conjunto al que se integran, ya
que estas obras se sitúan más significativamente dentro de un espacio literario
supranacional que en el sistema literario dominante en cada uno de los países en que
surgen en esos años.

3.4. Los géneros literarios y la vanguardia


Parece importante agregar una tercera y última observación sobre los problemas de
tipo teórico-metodológico que han entrabado y dificultado una caracterización más
objetiva del Vanguardismo literario en el continente. Se trata de un lastre ideológico que
es tanto —83→ más deformante cuanto que casi todos explícitamente lo dan por
superado. Nos referimos a la división de la literatura en «géneros»104.
En el caso concreto del período a que nos referimos, la historiografía tradicional,
aquejada como se halla por esta taxonomía heredada, divide para su estudio a la
literatura en poesía (poesía lírica), narrativa (novela, cuento) y teatro (literatura
dramática). Pero en verdad ni siquiera se queda en esto, que ya es una deformación, sino
que termina por clasificar no la producción literaria sino a los autores en géneros. Con
esto se produce una doble distorsión, ya que al encasillar a cada autor en un género
(poeta, narrador o dramaturgo), además de aplicarse un criterio deductivo extrapolado
de otras realidades culturales, se termina por no considerar de su obra sino aquello que
corresponde al casillero en que se le encierra, relegándose a un segundo o tercer plano
al resto de su producción.
A partir de esta deformación metodológica se produce una más grave deformación
de la imagen de conjunto de la producción literaria. Sobre todo para el período a que nos
referimos, los ejemplos son abundantes y graves en sus consecuencias histórico-
literarias. César Vallejo, v. gr., ha sido encasillado en la poesía lírica; por consecuencia,
su obra —84→ narrativa105 o no es tomada en cuenta o apenas si se la menciona
subsidiariamente; y ni siquiera ha habido mayor interés en examinar su producción
dramática dispersa106. Por otra parte, como se le considera exclusivamente poeta (es
decir, poeta lírico) y no cuentista o novelista, en los capítulos correspondientes
dedicados a la narrativa de la época tampoco se le toma en cuenta.
Otro tanto es lo que sucede con Vicente Huidobro. Si se examina la última edición
de sus Obras Completas (1976), de aproximadamente 1600 páginas de textos literarios
poco más de 600 corresponden a su obra lírica en sentido estricto, y la mayor parte,
excluyendo textos críticos y programáticos, es narrativa y dramática, hasta donde
puedan seguir utilizándose elásticamente estas denominaciones. Este ejemplo, aun en su
grosera dimensión cuantitativa, debería llamar la atención sobre el descuido deformante
en que se mantiene -sobre todo para la caracterización del Vanguardismo literario
hispanoamericano- una parte fundamental de la obra de uno de los escritores de mayor
influencia en las letras de la época.
Como hasta ahora la historiografía tradicional, al referirse a las tendencias de
vanguardia en nuestra literatura, ha tomado casi exclusivamente en cuenta la producción
lírica, no es extraño que se observen fallas notables en la apreciación real de su
fisonomía histórica de conjunto.
Por eso, la necesidad de superar esta limitación de enfoque debe llevar
necesariamente a una superación tanto de la taxonomía heredada de los «géneros» como
de la historia literaria ordenada por autores107. —85→ Esto permitiría incluso en
nuestro caso ajustarse más al espíritu mismo que impulsaban las vanguardias, que era
de búsqueda creadora rompiendo moldes y casillas. Sólo así, además, dejarán de
incomodar textos como Escalas melografiadas (1923) de César Vallejo, País blanco y
negro (1929) de Rosamel del Valle, «E utreja» (1927) de Arturo Uslar Pietri, «Una
historia extrañamente sentimental» (1925) de Jorge Zalamea, Mío Cid
Campeador (1929) de Vicente Huidobro, las «novelas» de Macedonio Fernández, los
«poemas» de José Antonio Ramos Sucre, etc., para sólo mencionar algunos casos de los
años 20.
Un intento objetivo de establecer el carácter, aporte y significación del
Vanguardismo literario de la primera postguerra no puede -no debe-, por otra parte, dejar
de estudiar y valorar en esa dimensión obras como El habitante y su esperanza (1926)
de Pablo Neruda, El Café de Nadie (1926) de Arqueles Vela, Sebastián Guenard (1925)
de Isaac de Diego Padró, Escritura de Raimundo Contreras (1929, circula en el 44) de
Pablo de Rokha, Margarita de niebla (1927) de Jaime Torres Bodet, La casa de
cartón (1928) de Martín Adán, Novela como nube (1928) de Gilberto Owen, Dama de
Corazones (1928) de Xavier Villaurrutia, etc.
A esta enumeración dispersa -referida exclusivamente a los años 20- habría que
añadir también la obra de escritores cuya producción total o parcial se alimenta de este
mismo impulso renovador y antirretórico del Vanguardismo, como Pablo Palacio
(Ecuador, 1906-1947), Julio Garmendia (Venezuela, 1898-1977), Juan Emar (Chile,
1893-1964), Eduardo Zalamea Borda (Colombia, 1907-1963), Enrique Bernardo Núñez
(Venezuela, 1895-1964), etc.
Considerando un escueto y desprolijo muestreo como el anterior, es legítimo
sospechar que un examen más detenido de la producción literaria real de la vanguardia
no puede reducirse a la poesía lírica, y que el criterio mismo de organizar la literatura
por géneros no contribuye a una comprensión adecuada del período. Por eso mismo,
superar las limitaciones con que ha trabajado la historiografía vigente ha de significar
necesariamente no sólo la posibilidad de tener una dimensión —86→ más plena del
Vanguardismo hispanoamericano, sino también el poder valorar en un contexto más
adecuado una serie de obras que aún siguen figurando -cuando figuran- como apéndices
de excepción o casos singulares en la literatura de esos años.
Como puede desprenderse del somero examen que hemos tratado de realizar sobre
las condiciones y el carácter de la producción vanguardista de la primera postguerra, nos
enfrentamos a un aspecto extraordinariamente rico y descuidado de nuestra historia
literaria. Aunque se han hecho algunos valiosos aportes sobre ciertos puntos específicos
y sobre algunas obras y grupos literarios, las necesidades de una más adecuada
valoración de los inicios de nuestra literatura contemporánea hacen cada vez más
imperioso el emprender un examen de conjunto de este primer período de Vanguardismo
hispanoamericano.
El descuido en que se ha mantenido y el superficial tratamiento que ha tenido en
nuestra historiografía, sin embargo -y esta es otra conclusión que debería desprenderse
del examen realizado- no pueden atribuirse livianamente a desconocimiento o a falta de
capacidad por parte de críticos e historiadores. Las fallas y debilidades que pueden
apreciarse en el estudio de estas manifestaciones obedecen más bien a las limitaciones
de la ideología historiográfica dominante que a deficiencias personales de sus usuarios.
Por eso, una revisión de las características y la significación del Vanguardismo hace
necesario que se superen al mismo tiempo algunas de las limitaciones más evidentes que
plantea la historiografía literaria actual.
El dejar de considerarlo como un simple epifenómeno de las vanguardias europeas
para tratar de comprenderlo como respuesta a condiciones históricas concretas, el
superar el enfoque atomista de la literatura por países para visualizar su espacio
continental, y el dejar de reducirlo a sus expresiones en la poesía lírica para incorporar
la totalidad de sus manifestaciones son sólo algunas de las tareas de superación de un
enfoque limitante que se hacen hoy día necesarias para una adecuada caracterización del
Vanguardismo hispanoamericano.
Desde la perspectiva que proponemos, las tendencias de la vanguardia en
Hispanoamérica deben ser comprendidas dentro de un proceso más amplio de
renovación que se generaliza a partir del término de la Primera Guerra Mundial en el
continente. El Vanguardismo pasa a ser entendido así como un aspecto de la renovación
postmodernista. —87→ Pero este mismo proceso de renovación que comprende al
Vanguardismo, debe a su vez ser comprendido dentro de un proceso de cuestionamiento
crítico más general, que se relaciona tanto con la crisis por la que se atraviesa en ese
momento como con el ascenso de nuevos sectores sociales que buscan incorporarse
críticamente a la vida económica, política y cultural del continente.
Este marco general en que se inserta el florecimiento de las tendencias
vanguardistas se prolonga aproximadamente en las mismas condiciones hasta 1930, que
es el momento en que repercute con toda su fuerza en América Latina la crisis
económica mundial de 1929. Las condiciones generales cambian y el desarrollo de las
tendencias vanguardistas sufre también un cambio, que es lo que permite reconocer un
segundo momento o período que se prolonga hasta los inicios del 40 o el comienzo de
la Segunda Guerra. Por eso mismo, el estudio del segundo período dentro de la
evolución del Vanguardismo hispanoamericano amerita un estudio en capítulo separado
que permita también comprenderlo dentro de las nuevas condiciones históricas en que
se desarrolla.

4.1. Antecedentes del movimiento del 28


En la historiografía literaria venezolana, la aparición de la vanguardia se sitúa en
directa relación con el movimiento estudiantil y popular que estalla en 1928. Se habla
incluso de «la generación del 28» como la generación de la vanguardia. Al tratar de
caracterizar el vanguardismo literario del 28 se puede establecer que, en relación a otros
países hispanoamericanos, éste se presenta con algún retraso cronológico y ofrece una
fisonomía menos marcada, menos radical, menos agresiva si se quiere. Estas
constataciones -que no dejan de serlo, aunque no pasen de ello- pueden servir como
punto de partida para tratar de comprenderlas y explicarlas en función de las
particularidades de desarrollo de la vida nacional.
Si, como hemos tratado de establecer, hay una esencial relación entre los cambios
producidos tanto en las condiciones internacionales como en la sociedad
latinoamericana de la postguerra, es legítimo postular que la aparición y desarrollo de
estas tendencias en Venezuela se integran a este proceso de conjunto. Se trataría, en este
caso, de la expresión nacional de un fenómeno hispanoamericano y mundial. Esta misma
línea de pensamiento nos lleva a tratar de comprender las modalidades de su fisonomía,
tanto como las particularidades de su aparición y desarrollo, en función de las
condiciones en que se desenvuelve la producción literaria del país durante esos años.
Como se ha visto en páginas anteriores, el proceso histórico venezolano de
entreguerras puede leerse como una variable específica dentro del proceso general de
América Latina; también la formación y manifestaciones del vanguardismo artístico y
literario muestran particularidades —90→ que, si bien no significan una
independencia del conjunto, establecen rasgos que registran las condiciones propias en
que se vive este proceso en el país.
En América Latina, la literatura Post-Modernista, y particularmente las tendencias
vanguardistas, registran una gran correspondencia con el proceso emergente de las capas
medias urbanas y el proletariado industrial. Este desarrollo emergente adquiere su ritmo
orgánico más decisivo a nivel continental en los años siguientes al término de la primera
guerra. En Venezuela, las circunstancias ya examinadas en capítulos
anteriores108 determinan un ligero desfase temporal con respecto a otros países del
continente, y es así como este proceso se mantiene casi larvado por un tiempo, hasta el
momento de su eclosión alrededor del año 1928. Este año, en el que se acumulan
acontecimientos de toda índole, marca, por consiguiente, tanto el momento de irrupción
de estos nuevos sectores sociales en la vida pública y la política venezolana como
la aparición beligerante de los jóvenes escritores de la vanguardia en la vida cultural y
artística.
Para comprender el ritmo más lento que adquiere la maduración de este proceso en
Venezuela y el carácter mismo con que se manifiesta, es necesario tomar en cuenta las
condiciones en que se desenvuelve en el país la vida social, política y cultural durante
el gomecismo.
Tomando un sólo aspecto, si se considera que uno de los centros en que fermentaban
en esa época en América Latina las ideas renovadoras, tanto en lo político como en lo
cultural, estaba constituido por las universidades nacionales, importa recordar que la
Universidad Central de Venezuela fue clausurada a raíz de los disturbios estudiantiles
de 1912, y no se reabre sino hasta 1921. Y junto con la Universidad se clausura también
la Asociación General de Estudiantes, que se había organizado a la caída de Cipriano
Castro109.
—91→
Sin embargo, y a pesar de todas estas limitaciones, es posible advertir la presencia
actuante de las fuerzas nuevas, y de un modo u otro las protestas y acciones de
trabajadores y estudiantes principalmente -esa nueva oposición que surgía buscando
apoyarse en las masas y desdeñando a los caudillos tradicionales- se fueron abriendo
paso en esos años, fertilizando y nutriendo las bases de una oposición de caracteres
diferentes. Como ha podido señalar un autor, «las protestas estudiantiles contra el
gobierno continuaron en 1917 y 1919, a pesar de que la Universidad Central estaba
clausurada y las escuelas de nivel universitario estaban desconectadas unas de otras, ya
que funcionaban en locales separados y distantes, de tal modo que no había contacto
entre estudiantes de las diversas ramas. El grupo de estudiantes era encabezado por
Salvador de la Plaza, Gustavo Machado y Pedro Zuloaga. En 1919 fueron los estudiantes
de Derecho los que protagonizaron las acciones»110.
Esta última frase alude a uno de los momentos más importantes de esta etapa de la
lucha antigomecista. En diciembre de 1918, poco después de finalizada la guerra,
aprovechando el onomástico del Rey de —92→ Bélgica, se producen manifestaciones
populares contra la dictadura, dirigidas por los estudiantes, muchos de los cuales van a
parar a la cárcel. Y en enero de 1919 se descubre un intento de alzamiento organizado
por estudiantes y oficiales jóvenes. Estos sucesos registran la presencia de una
promoción juvenil que en lo literario se conoce como la «generación del 18»,
denominación con la que se engloba a un conjunto de nuevos escritores que buscaban
reaccionar contra el Modernismo111.
También en 1921 los estudiantes tienen una importante participación junto a los
trabajadores, al apoyar con sus manifestaciones la huelga de los tranviarios, apoyo que
acarreó también represión y cárcel112.
Todos estos antecedentes muestran que si bien no se encuentra en esos años en
Venezuela un movimiento orgánico que encauce la presencia crítica y renovadora de los
nuevos sectores sociales que se están desarrollando, hay suficientes antecedentes como
para afirmar la existencia de un fermento social y político que sólo la represión y el
terror sistematizado podían sujetar113. Pero estos mismos diques de contención se
desbordaron con los sucesos que se inician en la celebración de la Semana del Estudiante
en 1928, año en que se inaugura una etapa cualitativamente distinta de la participación
de estos nuevos sectores sociales en la lucha contra el despotismo.
El año 1928 marca en Venezuela el momento de irrupción en la vida política y
cultural de un nuevo contingente social; es cuando surge —93→ de estos estudiantes
jóvenes provenientes de las capas sociales urbanas, el grupo que se ha llamado
«generación del 28», con lo que se abre paso histórico un proyecto ideológico que con
los años se impone como dominante social en la construcción de la Venezuela
contemporánea114. Como se ha señalado, «no son los típicos 'hijos de la Oligarquía
agraria', pero tampoco son el pueblo o el proletariado llegado a la universidad. Son una
manifestación del nacimiento de un nuevo estrato social medio urbano-petrolero. Por
tanto una élite social unida fundamentalmente por la educación común y por la postura
conjunta frente al régimen imperante»115.
El acontecimiento que identifica y contribuye a aglutinar al grupo de jóvenes que
se conoce como de la «generación del 28»116 en Venezuela es la celebración de la
Semana del Estudiante, en el mes de febrero de ese año.

4.2. La semana del estudiante y la nueva oposición


La Semana del Estudiante es una celebración que programa la recientemente
organizada Federación de Estudiantes de Venezuela -presidida entonces por Raúl Leoni-
, destinada a reunir fondos —94→ para la Casa del Estudiante. Como señala un
testigo de la época, «en sus comienzos la Semana no tuvo ningún carácter político. Su
única finalidad era levantar fondos para la fundación de La Casa del Estudiante, que
llevaría por nombre Casa Andrés Bello, y estaba destinada a prestar todo género de
facilidades a la juventud estudiantil, especialmente a la procedente de la provincia, que
no tenía familiares en la capital»117. Sin embargo, el calor del entusiasmo juvenil y
utilizando al máximo la coyuntura de respiro que esta celebración ofrecía, fue
transformándose en un movimiento de protesta colectiva que estalla a nivel nacional
cuando algunos de los dirigentes estudiantiles son reducidos a prisión por orden de la
dictadura.
La celebración se inicia el lunes 6 de febrero con un desfile por las calles de Caracas,
desde el antiguo local de la Universidad Central (frente al Palacio Legislativo) hasta el
Panteón Nacional, llevando una ofrenda a la tumba de Simón Bolívar, para seguir luego
hasta la casa natal de Andrés Bello. En el Panteón Nacional, después que la Reina de los
Estudiantes, Beatriz Peña Arreaza, Beatriz I, deposita la ofrenda floral, habla el
estudiante Jóvito Villalba y su discurso es un apenas encubierto llamado a la libertad y
denuncia de la tiranía118: «Hoy, compañeros, en este día de la ofrenda, venimos ante el
Libertador porque ha llegado para él precisamente, inminentemente, la hora de volver a
ser»; se refiere a la resurrección de los sueños de Bolívar que se revela «en la inquietud
de nosotros, que es la inquietud del gesto que ha de venir»; la incitación rebelde se
descarga en la invocación para que el recuerdo de Bolívar «en la oscuridad de esta hora,
les alimente la pupila a todos —95→ los que en la patria venezolana la conserven
intacta, diáfana, transparente de haber estado de cara al sol durante veinte años»119.
Esto último no puede ser una alusión más directa al gomecismo.
El paso siguiente, la ofrenda floral en la casa natal de Bello, da lugar a un discurso
de Rafael Angarita Arvelo, quien será también uno de los activistas de la polémica en
defensa de la vanguardia literaria. Luego, en la Plaza Ribas, en el homenaje a José Félix
Ribas, habla el estudiante de Derecho Joaquín Gabaldón Márquez, otro de los escritores
de la vanguardia.
Esa misma tarde se realiza la velada en el Teatro Municipal donde se corona a
Beatriz I, Reina de los Estudiantes. Allí, además de las intervenciones de Juan Bautista
Oropeza y de Jacinto Fombona Pachano120, lee su poema titulado «Homenaje y demanda
del indio», el joven poeta revolucionario Pío Tamayo, posteriormente encarcelado por
Gómez y castigado por agitador comunista121. El poema, en un lenguaje fresco y
renovador es un llamado a la lucha por la libertad; el indio tocuyo demanda a la Reina
por su novia perdida, y sus versos finales dicen:
—96→

Pero no, Majestad,


que he llegado hasta hoy.
Vos, sonriente promesa de encendidos anhelos,
y el nombre de esa novia se me parece a vos:
se llama LIBERTAD!
Decidle a vuestros súbditos
-tan jóvenes que aún no pueden conocerla-
que salgan a buscarla.
Vuestra justicia ordene,
y yo, enhiesto otra vez,
-vibrante el junco en silbo de indígena romero-
continuaré en marcha
con la confianza antigua de los de antigua raza.
Pues con vos, Reina nuestra,
juvenil en su trono se instala el porvenir!122
Al terminar la lectura del poema, como registra un testigo de la época, «el viejo
Teatro Municipal se sacudió de arriba a abajo; la juventud que colmaba la sala
ovacionaba al poeta lanzando sus boinas sobre el escenario; pasaron muchos minutos
antes de que pudiera continuar el acto. Fue la primera chispa que había de torcer el
rumbo de las futuras manifestaciones»123.
Al otro día se realiza en la tarde un desfile en automóviles por la ciudad, siguiendo
la acostumbrada ruta de los carnavales; allí surgen las primeras manifestaciones abiertas
contra la dictadura, a través de gritos de los estudiantes. El miércoles 8 se realiza en el
Teatro Rívoli de la capital un recital poético para el que se anuncia la participación de
varios de los poetas que forman en las filas de la vanguardia: Miguel —97→ Otero
Silva, Fernando Paz Castillo, Jacinto Fombona Pachano, Pío Tamayo, Antonio Arráiz,
etc. Un estudiante veinteañero, Rómulo Betancourt, pronuncia el discurso de clausura,
en el que se dirige a la Reina, llamándola «muchacha agreste, nacida en un pueblo de
estos llanos nuestros, donde los nietos de los montoneros derrapados y libérrimos gritan
su admonición de rebeldía que nadie oye», para rendir en ella un homenaje a la mujer
venezolana:
Cuántas veces un venezolano de estos tiempos, después
del minuto de prueba colectiva, ya alejado de la multitud que
recibiera sobre su frente el rudo latigazo de la barbarie
insolente, fue a refugiar en la intimidad piadosa del hogar su
rabia amordazada; y fueron entonces manos de mujer las que
recogieron en su palma ahuecada el dolor de una lágrima,
donde cristalizaron como dentro de un prisma de amarguras
todos los dolores de un pueblo, que después de haber estado
a la cabeza de América en su más alta ocasión gloriosa, ha
venido cumpliendo a paso de sacrificios los ciclos de una
larga expiación!124

La reacción gubernamental contra el inesperado rumbo que empieza a tomar una


celebración estudiantil originalmente insospechable no se hizo esperar. El día 9 de
febrero se sustituye al Rector de la Universidad Central Diego Carbonel por Juan Iturbe.
El presidente de la Federación de Estudiantes, Raúl Leoni, es llamado por el Gobernador
para hacerlo responsable de cualquier manifestación contra el gobierno. Posteriormente
se realizan varios cambios a nivel de Gobernación y de Prefectura de Policía. El segundo
factor que desencadena la reacción popular y juvenil es la prisión que se ordena de cuatro
de los principales sindicados como responsables de los actos antigubernamentales de las
fiestas: Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt, Pío Tamayo y Guillermo Prince Lara125.
La noticia de la detención de los cuatro jóvenes se extiende y comienzan las
manifestaciones de solidaridad. Los miembros de la FEV deciden presentarse a los
cuarteles y entregarse prisioneros (el gesto —98→ es cumplido por más de doscientos
de ellos, que fueron enviados al Castillo Libertador en Puerto Cabello). Comienza un
período de agitación en Caracas y otras ciudades del país, con paros de los empleados
de comercio, de los tranviarios, bancarios, de los trabajadores portuarios; se suceden las
manifestaciones callejeras en diversos sitios y las fuerzas represivas se ven
desorientadas ante este multiplicarse de una oposición que brota por todas partes. Los
telegramas que envían las autoridades a Gómez revelan este desconcierto y el temor que
provoca una situación hasta ayer inconcebible. El gobernador Velasco da cuenta que «la
situación está tomando caracteres hasta cierto punto graves, pues grupos de señoras y
señoritas han salido a excitar a las casas de comercio y centros sociales a cerrar» (24 de
febrero); al día siguiente el general Willet participa: «Hoy se ha carecido de servicios
de teléfonos por haberse declarado en huelga los empleados (...). Tampoco ha habido
servicios de tranvías. He hecho custodiar las plantas y estaciones de luz eléctrica para
asegurar la luz que está prestando sus servicios. Esta mañana hubo una manifestación
de mujeres...». El 26 el Gobernador cablegrafía: «En la Parroquia San José, los
agitadores reunidos en número como de 800, atacaron con piedras y algunos tiros de
revólver a la policía»126.
Como se puede apreciar, la importancia de los acontecimientos de febrero de 1928
no reside tanto en la protesta estudiantil sino en la reacción de masas que ésta
desencadena y que significa el surgimiento de una nueva etapa de las luchas
antigomecistas127. Y en este aspecto lo más alarmante para Gómez era, indudablemente,
la participación organizada de los trabajadores. En esos días todos los precarios medios
de que disponía la población se pusieron a funcionar, y salieron panfletos, octavillas,
manifiestos y declaraciones en todos los sitios del país revelando la amplitud social de
las fuerzas antigomecistas128.
—99→
Los venezolanos del exilio reciben con entusiasmo las noticias de este momento,
aunque no todos logran captar el carácter de la nueva oposición que surge, que es de
masas y no caudillesca129. El general Román Delgado Chalbaud escribe desde el exilio
en París a Pocaterra:
Ya tengo detalles de lo ocurrido en Caracas. Ha sido un
golpe moral tremendo para la tiranía. Los Gómez saben ya a
qué atenerse y han podido valorar el profundo odio que el país
les profesa. Me dicen de Caracas que la manifestación del
pueblo fue grandiosa, en ella tomaron parte las mujeres, los
hombres, los niños, a los gritos de: ¡Abajo el tirano! ¡Hasta
cuándo Gómez! (...) Supongo que usted sabrá que el Colegio
de Abogados, con excepción de cinco sinvergüenzas, protestó
y fue para la cárcel. La Escuela de Cadetes solidarizó con los
Estudiantes y fue reducida a prisión. La universidad de
Mérida íntegra salió en camiones para Caracas a hacer causa
común con los estudiantes y fueron detenidos en el camino130.

—100→
4.3. La agitación política del 28
La etapa de las protestas, prisiones y manifestaciones solidarias en relación con la
Semana del Estudiante marca el inicio de una cadena de acontecimientos que agitan todo
el año 1928. Como señala un testigo contemporáneo, «nunca pensó Juan Vicente Gómez
cuando envió a la cárcel a los estudiantes de 1928, cómo asistíamos así a la primera
Universidad de la vida que pudimos visitar»131. Otro contemporáneo comenta: «Esta
corta prisión, que puso a la juventud universitaria en contacto con muchos detenidos,
cambió el rumbo de la vida de algunos de ellos, haciéndolos mirar con interés lo que
hasta entonces les había sido indiferente. Comenzaron y se mantuvieron en contacto
(sic) con los desafectos al régimen»132.
Es una nueva oposición la que se inaugura. Como ha señalado Ramón J. Velásquez:
en febrero de 1928, Gómez va a enfrentarse a una nueva
oposición en la cual figuran los hijos de muchos de sus
amigos y colaboradores. Es otra generación, un nuevo estilo.
Es una generación que no ha conocido la guerra civil, ni la
división del país en liberales amarillos y godos o
nacionalistas. Y va a protagonizar el movimiento estudiantil
y político más importante de toda la primera mitad del siglo
XX venezolano. Empiezan a conocerse los apellidos de los
cabecillas del movimiento universitario: Villalba, Betancourt,
Leoni, Otero Silva, Zuloaga Blanco, Palacios, Jiménez
Arráiz, Gabaldón. Nombres que continuarán repitiéndose
cuarenta años después, cuando de la vida política venezolana
se trate. A la presencia de esta nueva oposición responde la
dictadura con sus métodos tradicionales: cárcel y destierro.
Cárcel y destierro que terminarán de conformar la fisonomía
revolucionaria de este nuevo grupo de dirigentes del país.
Cárcel y destierro que los pondrán en contacto con las nuevas
doctrinas políticas y sociales, nuevas en Venezuela aislada del
mundo y viejas para el resto del universo civilizado133.

Una vez que las manifestaciones populares y las acciones de solidaridad lograron la
libertad de la mayoría de los detenidos en febrero, —101→ algunos de los dirigentes
buscan pasar a un nivel superior de acción. Entran en contacto con oficiales jóvenes de
la Guarnición de la capital y preparan un levantamiento cívico-militar que estallaría en
la madrugada del sábado 7 de abril en Miraflores y en el Cuartel San Carlos. En el
proyecto estaban involucrados tanto estudiantes como militares y trabajadores, cuya
nota común era la juventud y la actitud de rechazo a la dictadura. Sus propósitos
concretos consistían en tomarse el cuartel y repartir en el pueblo los cinco o seis mil
fusiles. Y el parque que allí se guardaba para transformar esta acción en un
levantamiento popular contra el régimen134.
El intento del 7 de abril significa también la vinculación de los jóvenes opositores
del 28 con los antigomecistas del exilio. Para estos efectos llega a Caracas el poeta
Alfredo Arvelo Larriva, enviado del general Román Delgado Chalbaud y del grupo de
exiliados de Europa, cuya misión es tratar de coordinar las acciones con el objeto de
lograr un levantamiento concertado y en todos los frentes. El complot de abril fracasa
por una delación y la mayor parte de los comprometidos son enviados a prisión o deben
huir al exilio.
Pese a que militar y policialmente el gobierno de Juan Vicente Gómez logra en
todos estos casos finalmente controlar la situación, el régimen muestra evidentes
síntomas de deterioro y comienzan a manifestarse las disenciones internas. A mediados
de abril es destituido José Vicente —102→ Gómez, hijo del dictador y Vicepresidente
de la República, además de Inspector General del Ejército, en medio de rumores de
considerársele sospechoso de participación en los sucesos señalados anteriormente135.
En el mes de mayo el Congreso Nacional sanciona la quinta reforma constitucional
ordenada por Gómez, mediante la cual se elimina la Vicepresidencia y además se
incorpora el famoso Inciso Sexto, que prohíbe la propaganda comunista y declara
traidores a la patria a quienes la realicen136. Durante todo este tiempo continúan las
persecuciones y detenciones de reales o presuntos opositores137. Posteriormente hay un
frustrado intento de alzamiento en Coro, propiciado por Rafael Simón Urbina. En
septiembre el general José Rafael Gabaldón dirige una carta que constituye un verdadero
programa de reformas al General Gómez, carta que no tiene acogida y significa su
aislamiento por sospechoso de simpatizar con los rebeldes138.
A comienzos del mes de octubre los estudiantes promueven una nueva
manifestación de protesta. La FEV, con fecha 2 de octubre, dirige —103→ al general
Gómez una carta en la que se hace presente su «enérgica protesta contra los atropellos
que se están cometiendo por su gobierno en multitud de venezolanos decorosos y
patriotas». Se reclama en ella por la prolongada privación de libertad de un numeroso
grupo de ciudadanos, algunos de los cuales, como el poeta Pío Tamayo, estaban en la
cárcel desde el mes de febrero, y exigen la libertad de todos ellos139. Los firmantes de la
carta son detenidos y enviados a la prisión de Las Colonias, junto con los que acto
seguido fueron solidarizándose con ellos. Un enorme número de jóvenes va a parar a las
prisiones, y algunos de ellos son enviados a cumplir trabajos forzados140. Las
manifestaciones populares de solidaridad agitan de nuevo el país y el día 12 de octubre
se realiza en Caracas una gigantesca demostración que es dispersada violentamente por
la policía.
La casi totalidad de los detenidos, pese a múltiples gestiones - entre las que se cuenta
una carta dirigida a Gómez en vísperas de Navidad, firmada por el Nuncio Apostólico
de Caracas y los Arzobispos y Obispos católicos-, permanecen en prisión hasta 1929.
Como puede apreciarse, un somero y por cierto incompleto examen de la agitación
política y popular del año 1928141 muestra la acción predominante de una oposición que
tiende a adquirir fisonomía de masas, sin que desaparezcan totalmente los intentos
personales. Esto es lo que ha permitido sostener que «los sucesos del 28 indican el paso
a un nuevo modo de lucha para combatir el gobierno y acceder al poder (...) —
104→ La generación del 28 no se define sólo por su antigomecismo, por diferente que
éste sea de la oposición caudillista a Gómez. Hay también un elemento común positivo,
un proyecto unificador de este grupo, una idea del sistema que debe implantarse en
Venezuela». Este sistema sería el «modelo democrático-liberal, típico de una sociedad
en proceso de 'desarrollo' económico hacia la industrialización y la creación de las capas
medias urbanas y el proletariado»142.
Como señala Juan Bautista Fuenmayor, «el año de 1928 marcó el comienzo del
movimiento democrático y popular de Venezuela. Allí tuvieron nacimiento los hombres
que más tarde, al madurar, encabezaron y organizaron los partidos políticos actuales»143.
Es evidente que los —105→ cambios que se producen en la estructura económica del
país, pese a las condiciones impuestas por la dictadura, dan origen a la formación y
consolidación de nuevos sectores sociales que buscan encauzar su expresión histórica
tanto en lo político como en lo cultural. De allí que también sea ese año el momento más
importante en la expresión pública de las tendencias de la vanguardia artística en el
plano de la literatura.

4.4. Las fuerzas sociales en dos novelas sobre el año 28


Probablemente en Venezuela sea posible observar con mayor claridad que en otros
países del continente la esencial conexión que existe entre la irrupción de las tendencias
vanguardistas en arte y literatura y el crecimiento de los nuevos sectores sociales
urbanos provocado por los cambios en la estructura económica. Los nombres de los
impulsores del movimiento de protesta estudiantil y los de los polemistas de la
vanguardia son en gran medida coincidentes, lo que nos muestra que la búsqueda de
renovación estética puede también ser leída como una de las facetas de un movimiento
de mayor envergadura y calado.
En septiembre de 1928, comentando el libro Barrabás y otros relatos, de Arturo
Uslar Pietri, Rafael Angarita Arvelo, en un párrafo que, dadas las condiciones de la
época, es bastante revelador, dice:
Somos la vanguardia (juventud, frescura, limpidez de
propósitos, propósito de arte y de la patria). Somos los
dueños de nuestra literatura, menospreciada por las mayorías
derechistas. Y los revisores. (Subrayado por N.O.T.)144.

Las expresiones subrayadas permiten sostener que en los vanguardistas -o por lo


menos en muchos de ellos- de alguna manera apuntaba la conciencia de ser su búsqueda
renovadora parte de una renovación mayor y estar vinculada a un proceso político-
ideológico.
Porque también en este último plano (el político-ideológico) se manifiesta el
impulso renovador, ya que en muchos sectores se abre paso la idea y la conciencia de
que la lucha antigomecista era sólo la forma política —106→ contingente que asumía
un proyecto necesario y de mayor trascendencia: un cambio en el sistema mismo, más
raigal y más profundo que el de la persona del dictador. Hay numerosas evidencias de
que para los «contestatarios» del 28 su protesta no se identificaba con el antigomecismo
de los caudillos tradicionales ni se quedaba en la sustitución de Gómez, sino que
buscaban -tal vez sin mucha claridad- una apertura que diera paso a una sociedad inédita.
Algo de lo anterior es lo que se puede observar, por ejemplo, en algunos párrafos
de una carta que a fines de 1928 (el 12 de octubre) escribe Joaquín Gabaldón Márquez
a Raúl Leoni, refugiado a la sazón en Bogotá:
Debemos, sobre todo nosotros, los que formamos la
juventud de hoy, preferir unos cuantos años más de
inmolación aparentemente estéril a un cambio de gobierno
que deje las cosas como estaban antes, como sucedió con la
absurda y acomodaticia reacción contra Castro que, al
sustituir una persona por otra, dejó completamente inmóvil la
sustancia del viejo régimen político. No es un cambio en la
forma de Gobierno, ni un cambio en las personas de los
Gobernantes lo que debe constituir la aspiración de los
venezolanos honrados y conscientes: es un cambio radical en
la esencia misma de los sistemas políticos pasados. No
debemos confundir la reacción con la revolución, que son dos
cosas completamente distintas145.

Si bien es cierto que no puede hablarse de una real conciencia política


revolucionaria, sobre todo en los sectores estudiantiles que participan en el movimiento,
no puede dejar de establecerse el carácter clasista que signa el conjunto y le confiere una
fisonomía diferenciada con respecto a lo anterior. Como se ha dicho más arriba, son
sectores de las capas medias emergentes y amplios sectores populares y de trabajadores
organizados los que constituyen el motor de la oposición que insurge en ese año 28.
Latentes se encuentran diversas posibilidades, tanto revolucionarias como reformistas,
y sólo con lo años siguientes comienza a decantarse la hegemonía política de los sectores
medios que imponen su propio proyecto al conjunto de la oposición146.
—107→
Esta doble vertiente de clase y consecuencialmente los dos proyectos ideológicos
que con mayor o menor conciencia de sus protagonistas se encuentran en la raíz del
movimiento democrático popular y los sucesos del 28, han quedado registrados en
algunas obras de ficción escritas con posterioridad por quienes protagonizaron estos
mismos hechos.
Tal vez las dos novelas más importantes sobre los sucesos y el clima de ese año 28
escritas por integrantes del movimiento son Fiebre, de Miguel Otero Silva, publicada
en 1939, y Todos iban desorientados, de Antonio Arráiz, publicada en Buenos Aires en
1951. En ambas obras el elemento protagónico es un estudiante, pero en ambas también
se encuentra incorporado un elemento temático que si bien no tiene carácter de agente
primario en la estructura de la obra, tiene una enorme importancia como incorporación
de una perspectiva diferente de ideas y valores al mundo de la novela: se trata de la
presencia de personajes que son dirigentes obreros y sindicales.
En el Capítulo VIII de la novela de Miguel Otero Silva se narra el primer contacto
que se produce entre los complotadores estudiantiles y los representantes obreros. Ante
las perspectivas de apoyo a un movimiento militar contra el dictador, Figueras, el
dirigente obrero más consciente patentiza sus reservas, porque -señala- «yo creo que los
alzamientos de cuartel no son el mejor camino» (p. 155) y porque «la clase obrera tiene
sus métodos propios de lucha» (p. 157). En esta discusión sobre un eventual apoyo al
alzamiento militar que se gesta (que tiene como obvio referente el intento del 7 de abril
de 1928) se muestra una amplia gama de actitudes, que en cierto modo ejemplifican las
actitudes y tendencias que virtualmente se daban en la situación real de ese año. Los dos
polos básicos de los sectores ideológicos están esbozados por el estudiante de Derecho
Saldaña y el obrero fabril Figueras. Y ambos, mutuamente, se reconocen en diversidad
de posiciones. Para el primero, «los obreros con humos de maestro de escuela me
revientan. Ese Figueras padece de una indigestión de libracos de la Editorial Maucci,
Barcelona, una peseta cincuenta»; para el segundo, «ese abogadito Saldaña que me soltó
las ironías, por ejemplo, es hijo del amo de la fábrica donde yo trabajo». Entre estos dos
sectores se sitúan, tanto social como ideológicamente, los integrantes de la nueva
oposición contra la dictadura147.
—108→
La novela de Antonio Arráiz Todos iban desorientados se publica en 1951, aunque
es lícito pensar que ya estaba escrita hacia 1941. En la monografía sobre Arráiz que
publican Orlando Araujo y Óscar Sambrano se entregan antecedentes que legitiman
razonablemente esta hipótesis148. De tal manera que puede considerarse, en cuanto a
fecha de composición, muy próxima a Fiebre.
En ella, a partir del arribo clandestino de un estudiante de Caracas al pueblo de
Aldovea, comienza a fraguarse un complot sobre la base de una serie de equívocos, y en
este intento comienzan a vincularse los diversos sectores de la oposición para actuar al
unísono en apoyo de un supuesto alzamiento nacional. Los «godos» y los «liberales»,
tradicionalmente enemistados, deponen sus históricos rencores al calor del entusiasmo
esperanzado, y se preparan para conducir las acciones; pero al movimiento también se
incorpora el sector popular con sus propios dirigentes.
El obrero Santiago García, que organiza a los trabajadores y da charlas sobre
sindicalismo, es el líder de un contingente formado por «obreros, peones de las
haciendas vecinas, campesinos, dependientes de ciertos negocios, los empleados del
aseo urbano, los matarifes y verduleros del mercado» (p. 177), en fin, como dice otro
personaje, «los obreros y toda esa gente» (p. 181). Este sector tiene entre sus dirigentes
a personas con vocación política clasista: discuten sobre los problemas de los
bolcheviques, por ejemplo (p. 61), y guardan sus distancias críticas con respecto a los
sectores tradicionales («Tú sabes: estos burgueses nunca hacen las cosas a tiempo (...).
Siempre se dan su cuarta de vara de tono», p. 208). Aunque a través de ellos la
perspectiva dominante de la novela contribuye también a diseñar su imagen de general
desorientación, no deja de mostrar la existencia de un sector social que plantea —
109→ perspectivas distintas y un proyecto diferenciado: la posibilidad de transformar
el alzamiento en una revolución social. En un momento, Santiago García, pensando en
la posibilidad de apoderarse de los trescientos fusiles del cuartel observa que «un fusil
en las manos de cada obrero es la garantía de la revolución social, dijo Lenin» (p. 209)149.
No es necesario abundar en ejemplos para establecer que la renovación vanguardista
en literatura que hace eclosión en 1928 está ligada a un proceso de cambios mucho más
hondo, y que este proceso tiene como fuerzas motoras las nuevas clases y capas sociales
que se fueron formando por el desarrollo de una economía que reemplaza a la anterior,
básicamente agraria. Del mismo modo como no se puede comprender el surgimiento de
una nueva oposición, cualitativa y cuantitativamente distinta, por un simple desgaste o
por la conciencia de la ineficacia de los modos anteriores sino por la presencia de nuevos
sectores y clases sociales en emergencia, tampoco la búsqueda de renovación artística y
literaria puede explicarse por un mero agotamiento de los Códigos literarios anteriores.
Son las nuevas fuerzas sociales en ascenso que buscan desarrollar caminos propios las
que tratan también de superar y romper con los modos dominantes de producción
artística al igual que en lo político con el marco anquilosado de una dictadura que impide
su realización histórica y su participación social.

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