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Nos interesa en este punto sugerir que el de Mariategui es un pensamiento que causa
interés por varias razones. Por un lado, porque en él pueden leerse las profundas
transformaciones que se producen en el mundo de entreguerras; por otro, porque es uno
de los protagonistas de un momento sumamente creativo en la historia cultural peruana
(para citar sólo dos ejemplos: Mariátegui es contemporáneo de Haya de la Torre, con
quien mantiene una cercana y a la vez conflictiva relación; y de César Vallejo, quien
publica Trilce pocos años antes que Siete ensayos...).
Podríamos entonces plantear como hipótesis que uno de los rasgos que definen la
originalidad de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana es el modo en que
produce un discurso que conecta, articula, o monta (ustedes deciden cuál es el verbo que
le hace más justicia) objetos teóricos y políticos que de ningún modo estaban
predestinados a reunirse (menos aún en los términos en que este ensayo lo hace),
especialmente, el marxismo con el indigenismo. Pero en base a este enlace el texto
también cruza y mezcla, con el atractivo de la heterodoxia, otros elementos que solían
mantenerse distantes: vanguardias y pueblo, tradición y modernidad, socialismo y nación.
José Carlos Mariátegui nació en Moquegua, Perú, en 1894. Formó parte de una
generación intelectual que ganó protagonismo en la cultura peruana sin provenir de la
ciudad capital, Lima. Con el seudónimo de Juan Croniqueur, incursionó originalmente en el
periodismo, donde escribió algunas crónicas costumbristas y otras que tributaron cierta
reverencia al canon modernista en boga en América Latina en la segunda década del siglo
XX.
Bajo estas condiciones, entre 1919 y 1922 Mariátegui viaja por Europa, pero es su estadía
en Italia, que coincide con el así llamado «bienio rojo», lo que lo acerca al marxismo. En
Italia es testigo directo de la ruptura que se produce al interior del Partido Socialista
italiano por parte de su ala izquierda, liderada por Bordiga y Gramsci, quienes luego
fundaron el Partido Comunista italiano. Esta contingencia ha estado en la base de un
recurrente paralelismo trazado por distintos analistas entre Mariátegui y Gramsci.
Su obra será recuperada mucho tiempo después, por vías muy diversas. La guerrilla
Sendero Luminoso lo evoca como su principal referencia ideológica. Bien a distancia con
esta reapropiación, Aricó interpretará el olvido de la obra de Mariátegui, a la que
considera el aporte más original del marxismo latinoamericano, como la prueba
contundente del desencuentro entre socialismo y América Latina. Para Zavaleta Mercado,
en cambio, Mariátegui es una inspiración ineludible a la hora de pensar, desde el
socialismo, el problema de la constitución de la nación en América Latina. En esa línea
también se encuentra Oscar Terán, quien entiende que la originalidad del pensamiento de
Mariátegui, en contrapunto con el itinerario de Aníbal Ponce, tiene que ver con la
posibilidad de articular socialismo y nación en contextos donde el desarrollo desigual de la
modernidad se volvía más patente. Flores Galindo, en cambio, concibe la potencia del
pensamiento mariateguiano en el modo en que en él se entrelazan los temas del
socialismo que reinventa la revolución bolchevique con algunos tópicos de lo que
denomina, en un notable libro titulado Buscando un inca: identidad y utopía en los Andes,
la «utopía andina».
En las líneas que siguen seguiremos de cerca algunas de las claves que ofrece Flores
Galindo, no sin dejar de invitar a leer a toda esta tradición crítica, que como pueden
apreciar comienza a cobrar textura mucho después de la muerte de Mariátegui, entre los
años setenta y ochenta, cuando el autor de 7 ensayos de interpretación de la realidad
peruano es invocado para pensar la deriva de los proyectos revolucionarios de la izquierda
de aquellos años. Prueba de este interés tardío por su obra, al menos en Argentina, lo
constituye el hecho de que la primera edición del libro que leemos en este curso data, en
este país, del año 2001.
Un vanguardismo situado
Una introducción por la «Advertencia» de 7 ensayos... arroja algunas pistas para leer, en la
superficie misma del texto, su contexto de producción. El tono que gobierna la
Advertencia es vanguardista: por la pretensión de reconectar vida y obra, por el carácter
polémico, por el desafío que le plantea al lector para acompañar ese impulso vital que el
autor dice que sostiene a su escritura -so pena de dejar a la «posteridad» y a la historia
una evaluación justa del libro (no hace falta aclarar quizás que éste es un motivo clásico
del vanguardismo, el sospechar que pueden no existir en el tiempo contemporáneo el tipo
de lectores que demanda la propia intervención vanguardista).
Esta dinámica no sólo es promovida por el estado: en este período emerge una
intelectualidad regional que forjará una identidad indigenista. Buena parte de esta nueva
intelectualidad pasará por la Universidad Popular González Prada, impulsada por Haya de
la Torre en 1921. De su iniciativa surgirá por ejemplo la Asociación Pro-Indígena; y
Tempestad de los Andes, de Valcárcel, que es prologado por Mariátegui, se convertirá en
un libro de referencia. El estado leguista intentará en parte absorber este discurso
indigenista reconociendo por primera vez a las comunidades indígenas en la Constitución.
Pero estos indicios de modernización económica y cultural tienen lugar, como dijimos, en
el contexto de una sociedad marcada por el legado colonial y la derrota en la Guerra del
Pacífico. Dos indicadores muestran bien esta situación: mientras la Universidad de Lima no
supera los 2000 estudiantes (en una población de 200000), dos tercios de los peruanos
viven en la sierra y más del 80% en zonas rurales.
Con estos indicios, entonces, podemos poner en diálogo esa vocación rupturista, que se
elabora en clave vanguardista en 7 ensayos…, con los modos en que esa nueva
intelectualidad peruana experimenta un tiempo histórico lleno de contrastes, donde la
voluntad de ruptura parece sostenerse e incluso radicalizar en relación con la percepción
de una realidad social estancada y fracturada. Esta «estructura de sentimiento» (según la
conceptualización de Raymond Williams) reconocible ya en la Advertencia de 7 ensayos…,
la encontramos también en Trilce, el poemario de César Vallejo que marca un antes y un
después en la poesía latinoamericana del siglo XX, donde leemos versos como los que
siguen:
II
Tiempo Tiempo.
Mediodía estancado entre relentes.
Era Era.
Mañana Mañana.
Nombre Nombre.
Se trata de un tiempo histórico, según leemos a Mariátegui en El alma matinal, que asiste
al derrumbe de un orden social pero que, lejos de generar parálisis, ofrece la bienvenida a
una nueva fe:
“La civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe, de una esperanza. […] La
burguesía no tiene ya mito alguno. […] El proletariado tiene un mito: la revolución social. […] La
fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es
una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito”
Podemos comprender así que uno de los asuntos centrales que plantea Mariátegui en los
7 ensayos… e s comprender cómo opera ese mito, el de la Revolución, en la propia
materialidad de la historia social peruana. Los primeros tres capítulos del libro, de hecho,
pueden ser leídos como una reconstrucción de las condiciones históricas de emergencia y
desarrollo de esta formación social y económica bajo la hipótesis de que en esta trama ya
está disponible el mito cuya fuerza configurante de masas será capaz de llevar adelante
tareas que la burguesía no supo, o no quiso, cumplir en esa misma historia. En estos
términos queda planteado, entonces, el vanguardismo situado de Mariátegui.
El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus. La organización colectivista, regida por los
Inkas, había enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado
extraordinariamente en ellos, en provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y
religiosa obediencia a su deber social. Los Inkas sacaban toda la utilidad social posible de esta
virtud de su pueblo, valorizaban el vasto territorio del Imperio construyendo caminos, canales,
etc., lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas. El trabajo colectivo, el esfuerzo
común, se empleaban fructuosamente en fines sociales”.
En estos términos, Mariátegui avanza en dos líneas concurrentes de una misma trama
argumentativa: por un lado, argumenta que en Perú no ha habido una «revolución
democrática», lo que es interpretado como signo de que la burguesía no ha cumplido con
la misión histórica de constituir la nación. Por otro lado, al rescatar al incaico en términos
del comunismo agrario, Mariátegui deja asentadas las premisas para el argumento central
que busca defender: que el socialismo no es un fenómeno meramente europeo o
exógeno, sino que hunde sus raíces en la historia peruana. Desde luego, el problema a
pensar aquí es la mediación entre ese comunismo agrario del incaico y el socialismo que
surge de la revolución bolchevique.
Pero antes de seguir avanzando en el modo en que Mariátegui despliega esta línea de
sentido, volvamos un momento a la Advertencia para decir unas pocas palabras sobre el
otro nombre de peso que allí aparecía: Sarmiento. A esta altura de la argumentación,
podemos calibrar mejor la mención al autor de Facundo al inicio del ensayo que estamos
analizando. Decía allí Mariátegui: «He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que
no hay salvación para Indoamérica sin la ciencia y el pensamiento europeos u
occidentales. Sarmiento que es uno de los creadores de la argentinidad fue en su época un
europeizante. No encontró mejor modo de ser argentino».
Retomemos en este punto la lectura de Flores Galindo para pensar en qué términos se
encuentra Mariátegui con la cuestión indígena. Por un lado, lo anticipábamos arriba, el
movimiento indigenista venía en crecimiento, cuanto menos, desde la década previa a la
publicación de los 7 ensayos… Ya en 1917, como Juan Croniqueur, Mariátegui se había
interesado en la figura de Rumi Maqui (“mano de piedra” en quechua; Teodomiro
Gutiérrez según los registros oficiales), un enemigo del gamonalismo y partidario de la
unión entre Perú y Bolivia, quien lideró un conjunto de insurrecciones indígenas en este
período. Las no menos de 50 insurrecciones indígenas que ocurren entre 1919 y 1923
tienen epicentro en Puno y Cuzco, y en parte coinciden con el alza de la conflictividad
obrera y estudiantil en el bienio 1918-1919. Escribe Flores Galindo que en esos años “el
cambio que en Europa ha partido de Rusia en Perú ha partido de Puno”.
A este contexto social hay que sumarse un conjunto de folletos, libros y otras
intervenciones que argumentan, antes de los 7 ensayos…, a favor del carácter comunista
del imperio incaico. De hecho en Tempestad de los Andes Valcárcel sostendrá que “el
proletariado indígena espera su Lenin”. La relación entre intelectuales y campesinos tenía
también un antecedente: la Asociación Pro Indígena, fundada por la Universidad de San
Marcos por Pedro Zulen. Según Flores Galindo, el encanto del indigenismo para
intelectuales como Mariátegui (que paradójicamente partía a Europa en el momento de la
rebelión) no era otro que el de descubrir que desde la sierra los indios venían a realizar un
Perú nuevo.
De este modo, lo que sostiene Flores Galindo es que para Mariátegui el socialismo era la
forma que asumía la “utopía andina” en la modernidad. Por eso el socialismo no constituía
una mera idea europea: surgía de la propia tradición de la sociedad que pretendía
transformar. Y si, como vimos antes, los mitos de la «civilización burguesa» estaban en
crisis, y mucho más en el contexto de una nación fracturada como el Perú, la fe en la
revolución social contaba en cambio con un sostén que provenía de siglos de resistencias
y rebeliones, el mito inca. Así explica Mariátegui en el prólogo a Tempestad de los Andes
(e incorporado como nota al pie en 7 ensayos…) e sta fusión entre marxismo e
indigenismo:
La cita es notable por todos los sentidos que abre. De ella se desprende que en virtud de
este planteo Lenin es a su modo el verdadero redentor de Atahualpa. Pero también vale la
inversa: es el pasado incaico el que permite revelar la dimensión universal del socialismo,
en la medida en que produjo al comunismo incluso antes de que el mismo fuera
tematizado por Marx. La clave de uno y otro movimiento está justamente en su
articulación, fusión o montaje: sin el indigenismo, el marxismo no conocía
verdaderamente su carácter universal; viceversa, sin el marxismo, el indigenismo no
puede conseguir su verdadera emancipación. Que el marxismo sea la verdad del
indigenismo y a la vez que el indigenismo sea verdad del marxismo no implica meramente
que el «universal» ahora sí está «completo» en virtud de la suma de sus partes, sino que
el mismo aparece radicalmente reformulado en base a este encuentro, o a este montaje,
insospechado.
Trazada en el plano «superestructural» la convergencia entre marxismo e indigenismo,
Mariátegui se aboca, en los capítulos 2 y 3, también a consagrarla en el plano
«estructural». Es aquí donde argumenta que el «problema del indio» no es un problema
jurídico, moral, religioso ni étnico, sino que es el problema de la tierra. Como vimos, según
Mariátegui el incaico se sostenía en una suerte de comunismo agrario, una formación
«más avanzada» que los regímenes de explotación feudales y/o esclavistas. Y en estos
capítulos agrega que esta formación combinaba, con el centro en el aylu, la propiedad
colectiva con el Estado.
En suma, se desprende de aquí que los indios hacen la Revolución, pero para hacerla
deben devenir pueblo, clase con vocación universal. O, dicho de otros modo, deben
operar el pasaje de masa inorgánica a sujeto revolucionario. La palabra que no se nombra
aquí, pero cuya elipsis connota todo el texto, es la palabra «partido». No es sólo una
«vinculación nacional» lo que le falta a esas masas, sino también una dirección no
«burocrática». Si Lenin es la verdad de Atahualpa, podemos conjeturar que de algún modo
Mariátegui se coloca aquí en el lugar de Lenin.
«Estoy políticamente en el polo opuesto de Lugones. Soy revolucionario. Pero creo que
entre hombres de pensamiento neto y posición definida es fácil entenderse y apreciarse,
aun combatiéndose. Sobre todo, combatiéndose». Estas palabras pertenecen a
Mariátegui, y la encontramos en una de las tantas cartas enviadas al editor argentino
Samuel Glusberg. La carta de Mariátegui sigue trazando los distintos puntos en común con
Lugones, como el desprecio al «reformismo» y a la «democracia burguesa». Es la
respuesta de Mariátegui a una carta donde Glusberg lo alentaba a escribir una «refutación
de Lugones». Mariátegui también le envió a Lugones un ejemplar firmado de La escena
contemporánea, agradeciendo el pedido del autor de El payador por la libertad de
Mariátegui, encarcelado, como vimos antes, en 1927.
La idea de terminar esta clase con esta cita tiene que ver, entonces, con el intento de
esbozar una breve reflexión sobre la complejidad de los universos simbólicos, los mundos
históricos y las apuestas políticas que aparecen cifradas en esta unidad 3 de la cursada.
Tan lejos y tan cerca entre sí al mismo tiempo, los periplos de Lugones y Mariátegui dan
cuenta de esta trama tan densa.
Podemos creerle a Mariátegui, sin embargo, cuando sostiene que entre él y Lugones hay
cierto entendimiento. Es claro que la idea de «combatiente» que aparece en la carta a
Glusberg ofrece alguna pista para pensar este entendimiento. Dejamos sin embargo
abierta esta cuestión para seguir pensando los términos de ese reconocimiento entre
estos «opuestos».
Finalmente, en la próxima clase veremos qué lecturas se producen en los años treinta,
donde se vuelve a revisar lo que el propio Mariátegui, según vimos en la Advertencia,
creía cerrado: qué significaba la «argentinidad». Nos reencontraremos allí con Lugones,
pero también con otras miradas, entre sombrías y decadentistas, que anuncian el
derrumbe de la Argentina tematizada por las elites letradas del siglo XIX.