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Predestinación – Justificación – Santificación –

Glorificación por el Padre en Cristo Jesús y su


Santo Espíritu

Estudio Compilado En
Mayo de 2018

Mario Alberto Álvarez B.

1
La santificación: El grandioso plan de Dios

Reina-Valera 1960 (RVR1960)


Carta de Jeremías a los cautivos
Jeremías 29
11 
Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová,
pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.
12 
Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré;
13 
y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro
corazón.

El Padre celestial tiene un plan grandioso para la vida de cada uno de sus
hijos, y puede resumirse en la palabra santificación. Si nunca has estado
seguro del significado del término, no eres el único; muchas personas no
tienen clara su definición. Pero los creyentes debemos entenderlo, pues esa
palabra nos define.
En su forma verbal —santificar— el término significa “hacer santo” o
“apartar”. Por eso, cuando algo es santificado es apartado de su uso común
anterior y dedicado a propósitos sagrados. El Antiguo Testamento menciona
varias cosas que el Señor santificó, entre ellas: el séptimo día y la tribu de
Leví como sacerdotes, e incluso consagró lugares como el lugar santísimo
dentro del tabernáculo (Gén 2.3; Núm 3).
El Padre celestial sigue santificando a personas en el presente. Antes de que
alguien ponga su fe en el Salvador, esa persona está muerta espiritualmente y,
en realidad, es enemiga de Dios (Efe 2.1-3; Rom 5.10). Pero en el momento
que decide confiar en Jesucristo, sus pecados son borrados y es adoptado en
la familia de Dios. Esa persona es apartada como un hijo de Dios, con un
propósito sagrado. Esto significa que los creyentes no estamos aquí para ir
tras nuestro beneficio personal, sino para servir al Señor y darle honra y
gloria.
Como miembros de la familia de Dios, llamados a reflejar su gloria, a los
creyentes se les conoce como “santos”. Se nos ha dado este apelativo —que
comparte su raíz con santificación— no porque estemos libres de pecado o
seamos perfectos, sino porque vivimos una vida congruente con Aquel a
quien representamos.

2
SANTIFICACION

ROMANOS 6:22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos
siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida
eterna.

Muchos cristianos ven solamente al Evangelio como las buenas noticias que
únicamente los librará del infierno y la condenación eterna. Lo más
importante, dicen ellos, es asegurarse el “pasaporte” para viajar al lado
correcto (el cielo).
Esta clase de pensamiento ha hecho que nuestro cristianismo actual en
muchos lugares del mundo haya perdido peso espiritual. El concepto bíblico
de la salvación tiene un alcance triple: a) Pasado; b) Presente; c) Futuro. Al
recibir a Cristo como mi Salvador personal mi pasado está completamente
perdonado y olvidado por eso soy una nueva criatura (2 Cor 5:17). Ser un
hijo de Dios me asegura estar con El cuando cierre mis ojos y deje este
mundo… pero en el medio está “el ahora y el mientras tanto” donde el Señor
quiere trabajar en nuestras vidas para que lo representemos bien en la tierra
siendo hijos e hijas que vivan una vida de santidad (Efe 4:24).
El fruto presente del cristiano debe ser la santidad. Esa clase de vida me
guía al fin precioso de morar con Cristo para siempre en su presencia. Quizás
tu vida cristiana presente sea mediocre y carece del poder para vivir en
santidad. Quizás ese pensamiento “del más allá” (el cielo) te está haciendo
perder lo que Dios espera de ti en “el más acá” (en la tierra).
Tú has sido diseñado en esta vida presente para dar fruto más que para
tener éxito. El éxito es momentáneo y pasajero, en cambio el fruto de
santidad de tu vida tiene un alcance eterno. ¿Tu vida está dando actualmente
el fruto de la santidad? ¡Para eso has sido llamado!

3
Distinción entre la justificación y la santificación
No las confundas, pero tampoco las separes

Distinción entre la justificación y la santificación

¿En qué concuerdan y en qué difieren? Esta distinción es importantísima,


aunque quizás a primera vista no lo parezca. Por lo general las personas
muestran cierta predisposición a considerar sólo lo superficial de la fe, y a
relegar las distinciones teológicas como «meras palabras» que en realidad
tienen poco valor.

Me atrevo a exhortar a aquellos que se preocupan por sus almas a que se


afanen por obtener nociones claras sobre la santificación y la justificación.
Recordemos siempre, que, aunque la justificación y la santificación son dos
cosas distintas, en ciertos puntos concuerdan. Veámoslo en detalle:

Puntos concordantes

 Ambas proceden de, y tienen, su origen en la libre gracia de Dios.


 Ambas son parte del gran plan de salvación que Cristo, en el pacto
eterno, tomó sobre sí en favor de su pueblo. Cristo es la fuente de vida
de donde fluyen el perdón y la santidad. La raíz de ambas está en
Cristo.
 Ambas se aplican en la misma persona. Los que son justificados son
también santificados, y aquellos que han sido santificados, han sido
primeramente declarados justos. Dios las ha unido y no pueden
separarse.
 Ambas comienzan al mismo tiempo. En el momento en que una
persona es justificada, empieza también a ser santificada, aunque al
principio quizá no se percate de ello.
 Ambas son necesarias para la salvación. Jamás nadie entrará al cielo
sin un corazón regenerado y sin el perdón de sus pecados; sin la sangre
de Cristo y sin la gracia del Espíritu; sin una disposición apropiada
para gozar de la gloria y sin el título para la misma.

4
Puntos en que difieren

 Por la justificación, la justicia de otro –en este caso de Jesucristo– es


imputada, puesta en la cuenta del pecador. Por la santificación el
pecador convertido experimenta en su interior una obra que lo va
haciendo justo en su carácter y personalidad. En otras palabras, por la
justificación se nos declara justos, mientras que por la santificación se
nos hace justos.
 La justicia de la justificación no es propia, sino que es la justicia
eterna y perfecta de nuestro maravilloso mediador Cristo Jesús, la cual
nos es imputada y hacemos nuestra por la fe. La justicia de la
santificación es la nuestra, impartida, inherente e influida en nosotros
por el Espíritu Santo, pero mezclada con flaqueza e imperfección.
 En la justificación no hay lugar para nuestras obras. Pero en la
santificación la importancia de nuestras propias obras es inmensa, de
ahí que Dios nos ordene luchar, orar, velar; que nos esforcemos,
afanemos y trabajemos.
 La justificación es una obra acabada y completa: en el momento en
que una persona cree es justificada, perfectamente justificada. La
santificación es una obra relativamente imperfecta; será perfecta
cuando estemos en el cielo.
 La justificación no admite crecimiento ni es susceptible de aumento.
En el momento de acudir a Cristo por la fe, el creyente goza de la
misma justificación de la que gozará por toda la eternidad. La
santificación es una obra eminentemente progresiva, y admite un
crecimiento continuo mientras el creyente viva aquí en la tierra.
 La justificación hace referencia a la persona del creyente, a su
posición delante de Dios y a la absolución de su culpa. La
santificación, en cambio, se refiere a la naturaleza del creyente, y a la
renovación moral del corazón.
 La justificación nos da el título de acceso al cielo, y confianza para
entrar. La santificación nos prepara para el cielo, y nos previene para
sus goces.
 La justificación es un acto de Dios en referencia al creyente, y no es
discernible para los otros. La santificación es una obra de Dios dentro
del creyente que no puede dejar de manifestarse a los ojos de los
demás.

5
Presentamos estas distinciones a la atenta consideración de los lectores.
Estamos persuadidos de que gran parte de las tinieblas, confusión, e incluso
sufrimiento, de algunas personas muy sinceras se deben a que se confunde y
no se distingue la santificación de la justificación. Nunca se podrá enfatizar
demasiado el hecho de que son dos cosas distintas, aunque en realidad no
pueden separarse, y que el que participa de una ha de participar
ineludiblemente de la otra. Pero nunca, nunca, se las debe confundir, ni se
debe olvidar la distinción que existe entre las dos.

DE LA SANTIFICACIÓN AJENA
Existe hoy en día una confusión grandísima en casi todos los aspectos
doctrinales del cristianismo. Todo es debido a la ignorancia en que parece
deleitarse el pueblo cristiano. De hecho, el conocimiento de la verdad nos
humilla totalmente, mientras que, bajo la lobreguez de la ignorancia,
podemos imaginar un Cristo que nos engrandece al lado de Dios. Hemos
puesto en olvido los grandes dogmas de la Reforma protestante que se
cristalizan en los credos del siglo XVI y XVII: confesión de Augsburgo, de
Dort, de Westminster etc… Uno de los puntos claves trata de la ruina total del
hombre natural. En estos días de humanismo y ecumenismo hemos olvidado
de dónde venimos: del fango; y a dónde vamos: a la gloria; y por quién
alcanzamos la meta: Dios. Queremos, por esta razón, tratar este pequeño
estudio del proceso de santificación.

La mayoría del pueblo cristiano tiene un concepto completamente equivocado


de la santificación. Se les ha enseñado que la santificación es el resultado de
un esfuerzo personal. Pero, que sea elección, salvación y santificación, todo
es obra de Dios. El Padre elige, el Hijo justifica, el Espíritu Santo santifica;
“elegidos según la presencia de Dios Padre, en santificación del Espíritu,
para obedecer y ser rociados (justificados) con la sangre de Jesucristo”. (1
Pdr 1:2). El hombre no tiene ninguna parte en estos 3 aspectos de la obra de
Dios. El hombre es un vaso de barro, es completamente pasivo, lo único que
tiene ese vaso es que puede llegar a ser consciente de la obra de Dios en su
formación. Y es un maravilloso don de Dios que uno se dé cuenta de lo que el
Señor está haciendo con uno. Es de gran asombro y de gran gozo. Pero muy
pocos están interesados en contemplar al Alfarero moldeándole.

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La mayoría está empeñada en imitar a Jesús, o, por lo menos, a los apóstoles,
o a los santos que encontramos en la Biblia. No cabe duda que, en todos los
casos, la imitación es tan mala que, al final del intento, hallamos una réplica
exacta de Judas Iscariote, de Pilato, o de un fariseo empedernido en sus
ceremonias. En el mejor de los casos, si el imitador es de corazón honesto,
encontraremos una persona desesperada por sí misma, y quizá más cerca del
camino.

Examinemos un poco la santificación humana antes de exponer la


santificación divina.

LA AUTO SANTIFICACION O SANTIFICACION HUMANA

Este intento de alcanzar la santificación mediante un programa y esfuerzos


personales tiene su raíz en la ignorancia y, por ende, en una mala
interpretación de las Escrituras. Una multitud al leer versos como “sed santos
porque yo soy santo”, imagina que Dios da este mandamiento para que lo
cumplamos. Pero en la Escritura cuando vemos un tiempo imperativo o un
condicional no significa en ninguna manera que el hombre pueda cumplir lo
que dice Dios. Al contrario, es una forma muy usual para Dios, para
mostrarnos nuestra incapacidad y corrupción. Cuando leemos “sed santos
porque yo soy santo” (1 Pdr 1:16), si somos conscientes, tenemos que
exclamar “no lo puedo; es imposible para mi” y rogar a Dios diciendo
“hazlo tú en mí porque para ti nada hay imposible” y esa debe ser nuestra
actitud frente a cualquier mandamiento de Dios. Todo lo que Dios expresa en
cuanto a su voluntad con nosotros en una forma condicional o imperativa no
es para que lo acatemos sino para que nos demos cuenta de nuestra miserable
condición y que supliquemos por que lo haga Él en nosotros. Es muy
importante discernir los tiempos de los verbos para no confundirse y errar.
“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… ya no vivo yo, mas Cristo vive
en mi”: Aquí son verbos en indicativo y es cierto que nada hay imposible para
Cristo que mora en mí. “Sed santos…”: aquí es un imperativo y yo no puedo
cumplir el mandamiento, solo Dios puede cumplirlo en mí, por mí, y para su
gloria. Como decía Agustín “dame lo que mandas y manda lo que quieres”.

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Esta regla, para comprender correctamente la Escritura, con base en un
sencillísimo análisis gramatical, la expuso con gran claridad Martín Lutero
en su obra magistral “El siervo albedrío” (¡no publicado en español, me
parece!). esta obra trata principalmente de la imposibilidad de alcanzar la
salvación por esfuerzos o méritos humanos. Habla de la esclavitud de la
voluntad o de la “noluntad” (inexistencia de la voluntad para el bien).

Pero se puede, sin duda, extender el pensamiento de M. Lutero, y aplicarlo,


no solo a la salvación, sino también a la santificación. Y esto intentaremos
con la ayuda de Dios.

El apóstol Pablo confiesa: “yo sé que en mí no mora el bien” (ver Rom 7).Y
esto no lo sabía antes de ser salvo, sino después; porque antes de ser salvo
uno se cree bueno; y solo después de ser salvo, y de crecer en el conocimiento
de Dios, uno se sabe malo. Se necesita un cierto crecimiento para llegar al
conocimiento de la maldad de sí mismo y de la bondad de Dios. Se necesitan
años, por lo general, con experiencias personales y enseñanzas provistas por
los maestros de la Reforma.

Duele advertir que a las iglesias no vamos a recibir comida sólida; enseñanza
de un nivel que supere los rudimentos de la fe cristiana…Por ello crean el
ministerio del Instituto De Estudios Bíblicos, y con costo a cargo de quien
desee alcanzar crecimiento. O se deberá buscar fuera de la congregación,
pero “sin dejar de congregaros como algunos tienen por costumbre” …
Porque a la gran masa de “creyentes” se les brindará el mensaje
motivacional, como si de fuerzas de ventas se tratara. Pero volvamos a
nuestras ovejas descarriadas que imaginan que pueden acatar
mandamientos como: amar a su prójimo como a sí mismo, o ser santos; (ya
que la santificación es el tema de hoy). Ellos no han comprendido que “Dios
llama las cosas que no son como si fueran”. Es decir, no han entendido que
todavía somos nosotros, los cristianos en la tierra, unos miserables
pecadores que Dios considera justos por los méritos de su Hijo amado
Jesucristo. No han evaluado correctamente los estragos del pecado que
mora en nosotros y que morará hasta la muerte física. No saben que un
santo en la tierra no es un santo en el cielo.

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En la tierra somos pecadores redimidos, en el cielo seremos como Él es,
pero la diferencia entre los dos estados es abismal. Para llegar al resultado
final basados en nuestros esfuerzos, buenas intenciones, buenas obras,
nuestra persona entera, con toda su dedicación, es tan inútil como una
aspirina para curar un cáncer en su fase final. Solo Dios puede hacer lo
imposible. Nosotros solo podemos pecar y morir. Pero en un santo, Dios
opera los milagros de santificar y salvar.

Nosotros somos vasos de barro. Un vaso de barro no hace nada, es el


Alfarero el que lo hace todo. Al olvidar esto, los inmaduros intentan
proceder a la santificación y lo único que hacen es estorbar la obra de Dios
Espíritu Santo en ellos, cometiendo el pecado de presunción. Ignorantes de
su propia naturaleza pecaminosa pegada a su carne, tienen su propio
programa de santificación.

Por lo general practican el “cultismo”. Es decir, suponen que si se congregan


muy a menudo van a santificarse.

El ayuno es también un gran instrumento en su imaginaria santificación, así


como las horas pasadas arrodillados en oración; que no son sino vanas
repeticiones de palabras. Las buenas obras de tipo social como ofrenda para
los desplazados, los ancianatos, etc., también son muy destacadas. Los retiros
espirituales en campamentos. Lo que consumen, lo que visten, aún puede
ayudar en su técnica de auto santificación. Y, además, cada uno se inventa
otros métodos de abstinencia, otras reglas, leyes, otras buenas obras. En fin,
el programa es muy diverso según las personalidades, los gustos o tendencias.
Muchos rayan en el masoquismo, en lo ridículo, pero de todas formas todos
están destinados al fracaso ¡y cuanto más pronto se dan cuenta del fracaso,
mejor! Todos pasamos por algún programa que nos hemos inventado, o que
nos han inventado la congregación o la tradición. ¡Pero ay del que se queda
en esos programas de santificación humana! Y mientras no se entienda que,
así como la salvación es pasiva, obra ajena, así será la santificación. No
habrá santificación verdadera, no hay crecimiento espiritual sin el
conocimiento previo de nuestra total incapacidad.

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El capítulo 9 de Romanos tendría que ser memorizado por todos los
cristianos. Somos vasos de barro, pero vasos de misericordia. No hay libre
albedrío en la salvación ni tampoco en la santificación. El hombre espiritual
tiene el privilegio de observar la obra del Espíritu Santo en su vida, y la
sabiduría celestial de no mover un dedo sin la guía del Espíritu Santo. Dice la
Escritura: “Fiel es El que llama, El cual también lo hará”. Así que tenemos
que aprender a no hacer nada para que Él haga su obra en nosotros. Hay que
renunciar a nuestras obras de santificación y considerarlas como trapos de
inmundicia antes de poder avanzar en el Camino. Si no hacemos nada por
nuestra cuenta propia, Él hará como lo ha prometido.

LA SANTIFICACION DE TIPO CIRCUNSTANCIAL

Hay otra clase de santificación en la Biblia que es la de tipo circunstancial y


temporal. No es la santificación ajena injertada que es el tema de este
pequeño estudio. Esta santificación es principalmente exterior, mientras que
la santificación divina es totalmente interior.

El caso más común de esta clase de santificación se halla en el núcleo


familiar: (1 Cor. 7:14). En este verso vemos a toda una familia santificada
mediante una mujer creyente. Pero hay otros casos, y para incluirlos todos, se
puede decir que cualquier persona que ha oído el evangelio verdadero ha sido
santificada. No hay que olvidar que las palabras: santo, santificación y
santificar tienen el sentido etimológico y actual de ser apartado, puesto a un
lado, separado. Cualquiera que ha oído el verdadero evangelio ha sido
colocado en una posición privilegiada, que no han tenido ni tendrán millones
y millones de personas. En efecto, el misterio de Dios no ha sido manifiesto a
cada ser humano. ¡Cuántos todavía ni saben del nombre de Jesucristo, y
cuántos ha habido! Pero este privilegio de haber oído el evangelio no
significa que ha sido recibido. El misterio de Dios reconciliando a la raza
humana en su Unigénito Hijo Jesucristo les ha sido manifiesto a muchos,
pero no revelado a sus conciencias. Esto es la santificación exterior,
temporal, de tipo posicional. En el templo del Antiguo Testamento, el atrio
con su puerta ancha prefigura y simboliza esta realidad, y contrasta con la
puerta estrecha del mismo templo cuyo acceso es reservado exclusivamente a
los Levitas.

10
En el capítulo 6 de Hebreos, versos 1 al 8 se nos describe a tales personas
que han sido santificadas de forma momentánea. Han tenido una posición de
santos, y tenían que ser considerados así por la iglesia. (Porque solo Dios
conoce a sus elegidos). Estaban en el atrio y ¡hasta entraron en el templo un
momento, hasta han recibido la santificación injertada, pero el injerto fue
rechazado, no pudo dar su fruto: v 4 y 5! Esta clase de santificación no es
como la auto santificación porque viene de Dios, pero no hay salvación pues
no transforma definitivamente la conciencia de los que la reciben. Pone a
estas personas en una posición privilegiada; pues participan de los
beneficios que Dios concede a sus hijos en este mundo. Y los pone también en
una posición peligrosísima; recibirán condenación doble por ser apóstatas si
se quedan en esta clase de santificación y no llegan a la santificación divina,
ajena e injertada con éxito. Bueno es recordar a menudo que la verdadera
santificación del Espíritu Santo es siempre posterior, en su obra
transformadora, a la salvación, mientras que esta santificación de tipo
posicional es anterior a la salvación (si es que la persona forma parte de los
escogidos). Una gran parte de las iglesias está formada por esos cristianos
nominales.

Y esta clase de santificación puede preceder, sea a la salvación y


santificación divina, sea a la auto santificación y toda su inutilidad, sea a la
apostasía y su condenación irreversible. Y de paso afirmo que la apostasía es
el único pecado imperdonable.

Es conveniente enfatizar en 1 Cor 7:13-14, veamos:

1 Corintios 7: 13-14 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
13 
Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir
con ella, no lo abandone.
14 
Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer
incrédula en el marido; porque de otra manera los hijos son inmundos,
mientras que son hijos santos.

11
Comentario Biblia de Estudio MacArthur

Santificado. Esto no se refiere a la salvación. De otro modo, el cónyuge no se


designaría como un incrédulo. La santificación es matrimonial y familiar, no
personal o espiritual, y significa que el cónyuge no salvo recibe bendiciones
temporales a causa de que el otro pertenece a Dios. Un cristiano trae la
gracia divina a su matrimonio y ésta se derrama sobre su cónyuge, lo cual
puede incluso llevarlos a la salvación.

Hijos..son santos. El cristiano no necesita separarse de un no creyente por


temor de que el cónyuge incrédulo contamine a los hijos. Dios promete todo
lo contrario. Se contaminarían si ambos padres no son salvos, pero la
presencia de un padre creyente expone los niños a la bendición y les trae
protección divina. La presencia de un solo padre o madre cristiano protegerá
a los hijos de daños espirituales indebidos, y ellos recibirán muchas
bendiciones, lo cual en muchos casos incluye la salvación.

LA SANTIFICACIÓN DIVINA

La santificación es obra de Dios Espíritu Santo en la vida del cristiano


porque Dios Padre nos ha santificado en la eternidad pasada: Judas 1. Es
útil recordar que la predestinación es la santificación de Dios Padre porque,
así como no tenemos ninguna participación en aquella santificación eterna,
tampoco tenemos participación real en la presente santificación del Espíritu.
Este paralelismo nos ayuda a mantener la mente clara en cuanto a este
asunto. Además, como en la santificación del Espíritu Santo, la santificación
del Padre, que es la predestinación, se concretiza en la vida del elegido por
la fe, la cual “viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios”.

Muchos dirán, citando versos de las Escrituras, que somos colaboradores de


Dios, que cooperamos en la obra de Dios. Pero, aunque se habla así en la
Escritura, es por adaptarse a nuestra forma de hablar. Todos decimos: “El
sol sale al este y se oculta al oeste”. Pero sabemos que, en realidad, el sol no
se mueve. Igualmente, Dios nos habla de una forma humana para que todos
podamos entender.

12
Por ejemplo, cuando dice la Escritura que Dios se arrepintió de haber hecho
hombre en la tierra (Gen 6:6) sabemos que es una forma usual de hablar, no
es una verdad absoluta porque Dios jamás comete errores para que se
arrepienta. Así es en cualquier verso que pueda parecer indicar una
participación del hombre en su santificación. Es un modismo, una forma de
hablar.

En lo absoluto el hombre no tiene ninguna participación, ni en la salvación,


ni en la santificación. Dios nos imputa la justicia de Cristo y también su
santidad; “mas por Él estáis en Cristo Jesús, El cual nos ha sido hecho por
Dios sabiduría, justificación santificación y redención” (1 Cor 1:30)

La justificación (o salvación) y la santificación son cosas ajenas al hombre


mortal. Son 2 cosas que Dios nos atribuye, nos imputa. Es una justicia y una
santidad ajena, que pertenecen al Dios hombre: Jesucristo.

Veamos Juan 17:19 “yo me santifico a mí mismo, para que también ellos
sean santificados en la verdad”. En este versículo tenemos el verbo santificar
en dos formas: “me santifico” que es pronominal indicativa (una forma
activa) y “sean santificados, una forma pasiva.

Jesús es Dios, por ello mismo se santifica, y los demás son hombres y reciben
la santificación. Hay muchos versos en forma pasiva: “ya habéis sido
santificados” 1 Cor 6 :11 “…y los que son santificados” Heb. 2:11 “somos
santificados” Heb 10:10, para describir la imputación y atribución de la
santidad al hombre. Y cuando el verbo está en una forma activa es Dios el
sujeto del verbo.

Esta santidad ajena que se nos atribuye la vemos descrita en el salmo 51, en
el que David pide a Dios que actúe para santificarle. Le dice “purifícame” (v
7) no dice me purificaré, “lávame”, “crea en mi oh Dios, un corazón limpio
y renueva un espíritu recto dentro de mí” v 10 “espíritu noble me sustente”.
Ahí, David, el ungido de Dios, confiesa que no tiene un espíritu recto y noble,
sino que lo necesita. Se ha dado cuenta que su espíritu sin la gracia es
rebelde, vendido al pecado. Sigue diciendo: “abre mis labios y publicará mi
boca tu alabanza” v 15.

13
Ahí vemos verbos indicativos que muestran la acción de Dios sobre el santo,
los otros verbos al indicativo futuro no son acciones de David para
santificarse: “entonces enseñaré... cantará mi lengua tu justicia... publicará
mi boca tu alabanza”. Son reacciones espontáneas a la santidad injertada en
el hombre interior (espíritu y alma). David no pretende santificarse, al
contrario, en los v 2, 3, 4, 5 reconoce que le era impuesto por su naturaleza
pecaminosa revolcarse en el lodazal del pecado. Para que la Palabra y el
juicio de Dios contraste con su estado natural, para que el santo varón sepa
que la santidad no es suya, ni los frutos de la santificación: Alabanza,
conocimiento, gozo, alegría etc… Lo que es nuestro es la perversidad, la
rebelión, la egolatría y todos los pecados. Muchos echan la culpa a Satanás.
Pero él con su propia culpa tiene suficientes cargos para estar en el centro
del lago de fuego por la eternidad. La culpa la tenemos nosotros, porque
sabemos del bien y del mal, y hacemos el mal sin ser forzados sino en contra
de nuestra propia conciencia. ¿Dirá el ladrón al juez: “no me puedes
castigar pues he nacido ladrón”? Sería insensato; la justicia reclama el
castigo para el ladrón. Igualmente, no vamos a dejar nuestra casa invadida
por ratas y cucarachas porque no tienen la culpa, pues han nacido así.
También tienen ojos, corazón, miembros como nosotros. Pero la limpieza de
nuestra casa exige la exterminación de esta plaga “inocente”. ¡Y bien locos
(como los hindúes) si no matamos esas plagas!

Así que nosotros somos barro y el que nos moldea a través de la salvación y
de la santificación es Dios, para que seamos vasos de honra. Pero:
“reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo y no nosotros a nosotros
mismos”: Sal 100:3.

Ahora que queda claro que Dios es el único en santificar, y que el hombre
no hace nada, sino recibir este don de la santificación, tenemos que ver
cómo Dios nos santifica. Aunque hay una similitud entre salvación y
santificación en cuanto a que ambas son atribuidas, regaladas, imputadas,
existe una gran diferencia en la modalidad. La salvación es instantánea, es
un regalo de Dios que El pagó en el momento de su muerte en la cruz, y que
recibimos en el momento en que creemos. Por el contrario, la santificación es
un proceso que empieza después de la salvación (estoy hablando de la
santificación por el Espíritu Santo) y dura todo el resto de la vida terrenal.
14
La salvación es obra de Dios Hijo, la santificación basada en la salvación es
obra de Dios Espíritu Santo. El Paracleto (E.S.) usa únicamente la Palabra
de Dios para lograr su meta en nosotros: “santifícalos en tu verdad: tu
palabra es verdad” (Jn. 17: 17). Este es el método de Dios, el Consolador,
para santificarnos. Las oraciones, los ayunos, los cultos, las buenas obras no
nos santifican para nada, lo único que nos santifica es la verdad y la verdad
es la Palabra de Dios, la Biblia. Jesús dijo. “El Espíritu es el que da vida; la
carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y
son vida” (Jn 6:63).

Las palabras que Dios nos dirige en las Escrituras nos santifican, si las
recibimos y producen entonces ciertamente fe, oraciones, buenas obras,
cultos y excepcionalmente ayunos. Pero estas cosas, excepto la fe, no
santifican para nada; son el producto de la santificación. ¡Cuántos
entienden esto al revés!, y su vida espiritual es un fracaso total y sus
actividades religiosas un producto de la carne que huele a fariseo. Por ello
mismo Dios nos insta a que “la Palabra de Cristo more en abundancia en
vosotros enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor” (Col 3:16).

Observemos cómo los cantos de adoración al Señor son producto de la


Palabra de Dios morando en abundancia en nosotros.

Ahora cabe preguntar ¿cómo mora la Palabra de Dios en nuestro corazón?


Sencillamente por el estudio continuo de la Palabra y por su memorización.

El Espíritu es “El que produce en nosotros así el querer como el hacer por
su buena voluntad” (Fil 2:13), dice la Biblia. Así que, Dios mismo nos hace
querer estudiar y memorizar su Palabra. Por la gracia de Dios soy “adicto”
a la Palabra de Dios. Ha llegado a ser mi droga cotidiana. Necesito mi dosis
de Palabra para vivir, si no leo, si no repaso los versículos que he
memorizado, me siento mal, incómodo, inquieto, cargado con un malestar
interior. Siento hambre espiritual, y solo me sacia la Biblia. Puedo pasar de ir
a cultos, de ayunar, de vigilias, de otras muchas buenas obras durante todo el
resto de mi vida. Esto me afectaría poco en verdad. Pero, como decía Martín
Lutero: “la Palabra de Dios es Dios mismo”, y sin ella no puedo vivir.

15
¡Estoy enganchado! Y no es mi voluntad propia; como cualquier drogadicto,
no puedo vivir sin mi dosis, estoy controlado por mi adicción, ¡aleluya!.

Y quiero volver en este aspecto muy importante a la voluntad personal.


Hablando humanamente, normalmente, es cierto que quiero leer la Biblia,
quiero santificarme. Pero esta voluntad mía no es mía a la verdad. Es la obra
de Dios que la ha producido y me la ha concedido. Es una voluntad ajena
que ha vencido mi voluntad natural de una forma muy sutil e irresistible.
Porque mi voluntad propia, original, es esclava del pecado.

Lo que yo quiero naturalmente es exaltarme, glorificarme, vivir en deleites,


pecar y pecar y pecar. La nueva voluntad ha llegado a ser mi voluntad, pero
no proviene de mí, proviene de Dios. “Andad en el Espíritu y no satisfagáis
los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el
del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí para que no hagáis
no lo que quisiereis” (Gál 5:16-17).

Estos dos versos; el 16 y 17 del capítulo 5 de Gálatas nos permiten discernir


lo que es la “voluntad”, es decir, la aparente voluntad del hombre y del
hombre regenerado. Esa pobre y débil voluntad no hace nada por si misma
sino pecar.

Es tan importante como el timón de un barco, pero no tiene piloto automático.


Lo que impulsa ese timón son los deseos. Nuestra voluntad no tiene ninguna
libertad.

No queremos, y actuamos conociendo, determinando, exactamente la


situación, sino que, impulsados por un deseo, tomamos una cierta
determinación. Reaccionamos a los deseos, no controlamos nada. Solo Dios
acciona, nosotros no podemos más que reaccionar, estamos bajo control total
de los deseos, (Rom 7:14-25). Sea del deseo del Espíritu de Dios, sea de
Satanás, sea del deseo del cuerpo físico en sus necesidades básicas: comer,
beber, dormir, orinar etc. Uno dirá: “pero en pequeñas cosas tú decides,
tienes libertad”. Ni aún en esto, digo yo. Por ejemplo abro la nevera porque
tengo un poco de sed y quiero beber. Ahí hay agua, gaseosa, cerveza,
limonada. No sé qué tomar, al final cojo la cerveza.

16
Después pienso ¿por qué he querido tomar la cerveza? Y me doy cuenta de
que el ácido del limón en este momento no me agradó, el azúcar de la gaseosa
no iba a saciar mi pequeña sed, y la botella de agua era demasiado líquido
para esta pequeña sed. Se podría añadir muchos factores más; objetivos y
subjetivos. Se podría aun analizar el estado biológico de mi organismo
(azúcar en la sangre, acidez en el estómago, carencia de tal mineral, etc.)
para determinar cuál era la bebida idónea para aquel preciso momento. Pero
yo al abrir la nevera no tengo todos los datos y escojo según un deseo, no
según un conocimiento total de mi estado y de los elementos propuestos. Solo
Dios tiene poder para discernir y evaluar correctamente toda situación
grande y pequeña, y escoger la mejor opción o solución.

Solo Dios tiene libre albedrío, porque solo Él tiene conocimiento total.
Nosotros actuamos por reacción a los deseos, no por conocimiento real.

Así que la verdad que pocos aceptarán es que no tenemos voluntad propia. No
hay libre albedrío antes de la salvación, enseñó Lutero en su obra, “de siervo
albedrío”, sin extender su análisis más allá, por ser una respuesta a Erasmo
sobre la aceptación del evangelio por el hombre natural. No obstante, seguiré
su pensamiento y me atreveré a ir más allá del tema de la salvación y a
afirmar que después de la salvación tampoco hay libre albedrío. Tenemos
aparentemente una voluntad propia, así como aparentemente el sol cada
mañana sale de su tálamo. Pero es un modismo, es una forma de hablar.

En verdad, ni tengo voluntad propia, ni el sol sale: Dios inclina mi corazón a


donde Él quiere: “como el repartimiento de las aguas, así es el corazón del
rey, en la mano de Jehová, a todo lo que quiere lo inclina… de Jehová son
los pasos del hombre; ¿cómo pues entenderá el hombre su camino?” (Prov
21:1 y 20:24). Y la tierra gira sobre sí misma, y no mueve el sol ni un ápice en
su relación con la tierra. Así que mi aparente voluntad, (“mi noluntad”) es
presa, sea del Espíritu que comulga con mi espíritu, sea de Satanás que
controla mi carne (mi yo, mi persona natural) por el pecado que mora en
ella. Somos vasos de barro, hechura suya somos, no hacemos nada, no
queremos nada, en absoluto. Decía Agustín, que el hombre es como un
caballo. Según el jinete que lo monta ahí va. Si lo monta el Espíritu de Dios
va por el buen camino, si lo monta Satanás va para perdición.

17
Pero qué inmenso privilegio, qué maravilloso, poder ver al Alfarero
trabajando, moldeando los vasos que somos. Porque esto solo lo ven los
vasos de honra preparados para gloria. Esto es el privilegio y forma parte del
gozo exclusivo de los escogidos. Lastimosamente muy pocos elegidos han
alcanzado esta visión del Alfarero divino. Les ofende ser vasos, quieren ser
más que hechuras, que criaturas; anhelan el ser en su esencia. Pareciera que
envidian secretamente a Dios, al Yo soy. Como Satanás quiere hacerse pasar
por Dios, igualmente muchos no pueden rechazar este pecado de orgullo, que
es el pecado original. No se resignan a ser vasos de barro, quieren trabajar
al lado del Alfarero en su transformación. Y esto es debido a la ignorancia
(falta de conocimiento).

No han considerado uno de los puntos dogmáticos principales de la


Reforma protestante: la depravación total del hombre. El proceso de
restauración, o de santificación, nunca termina en este peregrinaje terrenal.
Siempre arrastramos en el cuerpo y en el alma esta depravación. Pero se va
aminorando en el alma de los escogidos porque ¡el Alfarero sabe moldear el
barro que somos! Y ello lo hace mediante su Palabra.

Muchos desprecian la memorización de la Palabra de Dios, pero es un error


grandísimo. Piensan que es un ejercicio fútil y trabajoso. Pero el corazón o
alma donde ha de morar la Palabra de Cristo se compone del intelecto, y no
solo del afecto. Y la memoria es una parte esencial del intelecto.

Esta parte hay que saturarla para poder pensar y hablar conforme a la
Palabra de Dios. No podemos renovar vuestra mente si nuestra memoria no
ha almacenado suficiente Palabra de Dios. ¡Tenemos que empapar la
memoria de esta bendita agua de vida!

Cuantas horas pasamos tragando basura por los oídos y por los ojos mirando
la imagen de la bestia: la televisión, la Internet, el cine. Pero la renovación
del espíritu de nuestra mente, es decir, nuestra santificación, se opera por
medio de la Palabra de Dios, por la Escritura. Hoy en día reina la auto
santificación y no se enseña la santificación verdadera que es únicamente
por las Escrituras. “Sola Scriptura” es una columna principal de la Iglesia
protestante verdadera. Porque Dios y su Palabra son uno. Por lo tanto, ha de
ser la autoridad suprema en la congregación y en el cristiano.
18
El pastor, los ancianos, son autoridades delegadas que son temporales pero
la Palabra de Dios es Dios mismo, y no puede perder ni su autoridad, ni su
poder y eficacia. En el caso de que no nos sometamos a Ella, somos nosotros
los que nos perdemos, Ella no pierde nada, sigue siendo Dios por la
eternidad. La Palabra de Dios nos santifica cuando es aplicada por el
Espíritu Santo mismo.

Es decir, cuando Él la hace comprender y aceptar por nuestra mente. Luego


es amada automáticamente porque Ella nos libera y nos ilumina: “lámpara es
a mis pies tu Palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105). El santo
verdadero es el que ama la Biblia, porque sabe que su santificación está en
sus palabras que son espíritu y vida. El hombre espiritual sabe que era polvo
y al polvo habrá de volver (Gen. 3:19), pero se regocija porque Dios ha
decidido hacer de ese polvo piedra viva por el poder de su Palabra. El polvo
y la piedra no se mueven, son elementos totalmente pasivos. Pero la piedra
viva reacciona automáticamente a la Palabra viva de Dios y entonces se
produce la santificación (Éxo 17: 5-6): la edificación del templo de Dios. Y
ahora, entonces: “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como
casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo”. (1 Pdr 2:5).

Repito que, aunque recibimos en la Biblia instrucciones para cumplir con la


voluntad del Señor (que es nuestra santificación): (1Tes 4:2-3), nunca los
podremos cumplir nosotros mismos; solo Dios las puede cumplir en
nosotros, mediante su Palabra que, por la comunión del Espíritu Santo con
nuestro espíritu humano, produce una reacción en nuestra alma, la cual
automáticamente se inclinará hacia la obediencia, y cumplirá mediante la
gracia y el poder de Dios, el mandamiento, o el consejo, o la instrucción.

Pero, tal como la vela empuja el barco cuando sopla el viento, así como
nosotros, la vela sin el viento, que es el Espíritu Santo, no sirve para nada. Y
tampoco sirve, aunque haya viento, si no está colocada en la posición
correcta; al contrario, puede ser peligroso, se puede voltear la embarcación
si la vela está en una posición errada. La buena posición que necesita la
vela, la da la Palabra de Dios, la Biblia, correctamente interpretada.

19
Efesios 4:23 dice “y renovaos en el espíritu de vuestra mente”, Romanos
12:2 dice también “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por
medio de la renovación de vuestro entendimiento, …. Esto también nos
revela la importancia de la mente en el proceso de santificación. El espíritu
del creyente ha sido vivificado en el nuevo nacimiento mediante la Palabra:
“El de su voluntad nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago
1:18).

Pero esto fue el principio; el nacimiento espiritual. En el principio Dios E.S.


iluminó nuestro espíritu. Luego esta luz divina empezó a iluminar nuestra
alma y especialmente nuestra mente por medio de la Palabra inspirada: la
Biblia.

Lo primero: el nacimiento es instantáneo, lo siguiente, la santificación es


progresiva y pasa por la mente.

El meditar, estudiar, leer, memorizar la Biblia es una actividad puramente


anímica o mental.

Pero, en el creyente verdadero, es lo que da el crecimiento espiritual, es lo


que alimenta el espíritu del hombre: su intuición, su conciencia, su
espontaneidad. Por esto dice el apóstol, el espíritu de vuestra mente.

El espíritu del hombre es la morada del Espíritu Santo, pero ésta se amplía,
se restaura, se perfecciona por medio del trabajo de asimilación de la
Palabra de Dios hecho en la mente.

Por analogía podríamos decir que el hombre es más que un estómago


ambulante, pero si no se llena correctamente ese estómago, pronto desmayará
este hombre. Igualmente, el espíritu es la realidad del hombre, pero si su
mente no se llena de la Palabra de Dios, esta realidad desembocará en una
eternidad de dolor. En el proceso de santificación la mente determina el
crecimiento del espíritu.

Ella, (la mente), es como el estómago que digiere el alimento, que es la


Palabra, y lo transforma en sangre, que es la vida misma. Por esto dice Jesús
mis palabras son espíritu y vida. Pero no lo son como magia o brujería, sino
como una asimilación mental que nutre y da el crecimiento al espíritu.

20
Por lo cual bien se puede entender esta expresión “espíritu de vuestra
mente” como que lo que moldea, nuestro espíritu es nuestra mente. Y la
forma en que lo moldea depende de lo que absorbe, asimila esta mente. Y el
único alimento que le conviene es la pura Palabra de Dios y sus derivados
que son comentarios, estudios y análisis de esta misma Palabra por los
maestros que Dios ha instituido.

Siendo la meta final de la santificación el que de almas vivientes lleguemos


a ser espíritus vivificantes. Pero este proceso empieza por la mente nutrida
por la Palabra y termina en el espíritu cada vez más apto para la
comunicación con el E.S. Romanos 12:2, confirma el papel que juega la
mente en la santificación: “ No os conforméis a este siglo, sino transformaos
por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis
cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. La mente, el
pensamiento, el entendimiento son sinónimos.

El pensamiento carnal, terrenal, es lo que arrastramos de nuestra condición


de pecadores, el pensamiento espiritual es lo que heredamos de la Palabra
de Dios comunicada, interpretada por el Espíritu Santo. Esto es la
renovación de nuestra mente que tiene dos aspectos, según lo declara este
versículo, la re-formación o santificación de nuestra vida y el conocimiento
de la voluntad de Dios lo cual nos vuelve cada día más aptos para glorificar
al Señor.

Por ende, uno puede ser santo sin usar mucho su entendimiento, porque el
asunto es esencialmente espiritual y no mental. Pero, para ser útil al Señor,
y crecer en su conocimiento, la mente es el órgano esencial. “porque los
que son de la carne piensan en las cosas de la carne y los que son del
Espíritu, en las cosas del Espíritu”, Rom 8:5. Tal como las obras no salvan
de ninguna manera, pero son la señal más segura de esta salvación sin obras,
así es el pensamiento que mantenemos (es decir, el espíritu de nuestra mente);
es un testimonio del Espíritu Santo a nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios si este pensamiento se halla en Jesucristo.

21
El pensamiento cristo- céntrico confirma nuestra salvación y adelanta
nuestro proceso de santificación. Sin embargo, este pensamiento no es mío
originalmente, me ha sido dado por el Espíritu Santo que iluminó mi
espíritu, (mi conciencia, intuición, voluntad espontánea), el cual, a su vez,
despertó el pensamiento en Jesucristo y allí empieza la salvación y el
proceso de santificación.

Así que, solo cuando la Palabra more en abundancia en nosotros,


avanzaremos, actuaremos automáticamente; o, mejor dicho, Dios avanzará,
Dios actuará en su templo, que somos nosotros. Esta es la santificación
divina: “ya no vivo yo, más Cristo vive en mi” Gál 2:20, es decir no me
muevo yo, Cristo se mueve en mí y me impulsa.

Esperamos que este breve bosquejo de lo que es la santificación verdadera,


ayude a muchos a comprender la dependencia total que necesitamos de la
Escritura. Hoy en día muchos tienen la Biblia bajo el brazo cuando salen a la
calle, pero no la tienen en el interior de su ser.

La inmensa mayoría no la comprende porque no existe enseñanza


verdadera de las doctrinas de la Biblia en las iglesias locales.

La Biblia ya no es la autoridad suprema porque estamos en la apostasía. Las


doctrinas esenciales (soberanía de Dios, doble predestinación, gracia
irresistible, infalibilidad de la Escritura, depravación total del hombre etc.)
han sido claramente explicadas, expuestas por M. Lutero y también por J.
Calvino, y muchos más! Pero sus enseñanzas pasaron de moda, son muy
duras para el glorioso hombre moderno.

A Él sea la obra y la gloria. Cuidemos en todo momento el ser un vaso de


misericordia, una “hechura suya creada en Cristo Jesús para buenas obras,
las cuales Él preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efe
2:10).

Ahora bien, ¿Qué significa ser llenos del Espíritu? ¿Cuáles son las
realidades manifiestas que marcan la vida cristiana llena del Espíritu
Santo? ¿Qué es andar en el Espíritu? ¿Qué es ser semejantes a la imagen de
Cristo? ¿En qué consiste la obra santificadora del Espíritu Santo?.

22
A continuación, consideraremos las respuestas a estas preguntas analizando
la obra del Espíritu Santo en la santificación de sus santos al conformarlos a
la imagen del Salvador. Veamos:

Ser Llenos Del Espíritu

El pasaje específico del Nuevo Testimonio sobre la llenura del Espíritu es Efe
5:18 No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed
llenos del Espíritu.

En contraste con la embriaguez, que se manifiesta en el comportamiento


irracional y fuera de control, los que están llenos del Espíritu se someten
conscientemente a su santa influencia. Veamos qué nos dice la Biblia de
Estudio MacArthur al respecto:

5:18 No os embriaguéis con vino. Aunque en las Escrituras siempre se


condena todo tipo de embriaguez (Prv 23:35; 31:4-5; Isa 5:11-12; 28:7-8; 1
Cor 5:11; 1 Pdr 4:3), el contexto indica que Pablo hace alusión a las orgías
embriagadoras que se asociaban con muchas ceremonias religiosas paganas
de la época. Al parecer, en ellas se inducía algún tipo de comunión extática
con supuestas deidades. Pablo se refiere en otro texto a este tipo de
participación pecaminosa en “la copa de los demonios” (1 Cor 10:19-20).

Antes bien, sed llenos del Espíritu. Véase Hch 2:4; 4:8, 31; 6:3. La
verdadera comunión con Dios no se induce por la embriaguez, sino por el
Espíritu Santo. Pablo no está hablando de la morada del Espíritu Santo (Rom
8:9) o del bautismo por Cristo con el Espíritu Santo (1 Cor 12:13; Gál 3:27),
porque todo cristiano es habitado y bautizado por el Espíritu en el momento
de la salvación. El apóstol presente más bien un mandato para que los
creyentes vivan todo el tiempo bajo la influencia del Espíritu al permitir que
la Palabra de Dios los controle (Col 3:16) y al llevar una vida pura, confesar
todos sus pecados, morir a sí mismos, rendirse a la voluntad de Dios, y
depender de su poder en todas las cosas.

Ser llenos del Espíritu significa vivir en la presencia consciente del Señor
Jesucristo, y permitir que su mente, por medio de la Palabra, domine todo lo
que se piensa y se hace. Ser llenos del Espíritu es lo mismo que andar en el
Espíritu (Gál 5:16-23). Cristo ejemplificó a perfección esta manera de vivir
(Luc 4:1).

23
Cabe resaltar que la orden “sean llenos” está en tiempo presente, lo que
indica que debe ser una experiencia continua en la vida de todo cristiano.
Como ya hemos visto, todos los creyentes son bautizados por el Espíritu (1
Cor 12:13; Gál 3:27), que viene a morar en ellos (Rom 8:9), y, por medio del
cual son sellados (Efe 1:13) en el momento de la salvación. Los creyentes han
sido bautizados en el cuerpo de Cristo por medio del Espíritu, como dice
claramente Pablo en 1 Cor 12:13. No hay una segunda obra de gracia. No
hay una experiencia adicional. Estas realidades se producen una sola vez. No
obstante, si los creyentes deben crecer en la semejanza de Cristo, deben ser
llenados de continuo con el Espíritu Santo, lo que permite que su poder
impregne sus vidas para que todo lo que piensen, digan y hagan, refleje su
divina presencia.

El libro de Hechos proporciona varias ilustraciones de la realidad de que la


llenura del Espíritu Santo es una experiencia que se repite. Aunque estaba
lleno inicialmente en el día de Pentecostés, Pedro volvió a llenarse del
Espíritu en Hch 4:8 cuando predicó con valentía ante el Sanedrín. Muchas de
las personas que estaban llenas del Espíritu en Hechos 2 se llenaron otra vez
en Hechos 4:31, momento en el que hablaron “con denuedo la Palabra de
Dios”. En Hechos 6:5, Esteban se describe como un hombre “lleno de fe y del
Espíritu Santo”. Hch 7:55 reitera que estaba “lleno del Espíritu Santo”
cuando hizo su apasionada defensa ante los furiosos líderes religiosos.

El apóstol Pablo fue lleno del Espíritu en Hechos 9:17, poco después de su
conversión; y otra vez en Hechos 13:9, cuando se enfrentó con valentía al
falso profeta Elimas. Una vez que fueron llenos del Espíritu Santo, los
apóstoles y sus colegas quedaron facultados para edificar a los creyentes en
la iglesia (Hch 11:22-24) y proclamar sin temor el evangelio, incluso en
medio de la severa persecución del mundo (Hch 13:52).

Cuando consideramos las epístolas del Nuevo Testamento, donde a los


creyentes se les dan instrucciones adecuadas para la vida eclesial,
encontramos que ser lleno del Espíritu no se demuestra mediante experiencias
de éxtasis, sino por la manifestación del fruto espiritual.
En otras palabras, los cristianos llenos del Espíritu Santo exhiben el fruto del
Espíritu que Pablo identifica como “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gál 5:22-23). Ellos son “guiados por
el Espíritu” (Rom 8:14), es decir, su comportamiento no está dirigido por sus
deseos carnales, sino por el poder santificador del Espíritu Santo. Pablo lo
explica en Romanos 8:5-9, veamos:
24
Romanos 8:5-9 

Reina-Valera 1960 (RVR1960)



Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los
que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu.

Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es
vida y paz.

Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no
se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden;

y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.

Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el
Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de él.

El tema del apóstol Pablo es que los que están llenos del Espíritu buscan
agradar a Dios mediante la aplicación de la santidad práctica (2 Cor 3:18; 2
Pdr 3:18). Aquellos cuya conducta se caracteriza por las obras de la carne
(Gál 5:19-21) no están llenos del Espíritu.

Después de ordenar a los creyentes que sean llenos del Espíritu en Efe 5:18,
Pablo continúa en los siguientes versículos dando ejemplos concretos de lo
que esto significa. Los que están llenos del Espíritu se caracterizan por cantos
de júbilo en adoración (5:19), corazones llenos de acción de gracias (5:20) y
la sumisión de unos a otros (5:21). Si están casados, su matrimonio honra a
Dios (5:22-23). Si tiene hijos, su crianza se desarrolla con paciencia en el
evangelio (6:1-4). Si trabajan para un amo terrenal, trabajan duro para
honrar al Señor (6:5-8). Si tiene personas que trabajan para ellos, tratan a
sus subordinados con benevolencia y justicia (6:9). Esto es lo que un cristiano
lleno del Espíritu Santo manifiesta. Su influencia en nuestras vidas nos hace
relacionarnos rectamente con Dios y los demás.

En Colosenses 3:16-41, pasaje paralelo a Efesios 5:18 – 6:9, Pablo explica


que si los creyentes dejan que “la Palabra de Cristo more en abundancia en
(ellos)”, van a responder del mismo modo, cantando salmos, himnos y cantos
espirituales. Harán todo en el nombre del Señor Jesús, “dando gracias a Dios
Padre por medio de Él”. Las esposas estarán sujetas a ss maridos, y los
maridos, a su vez, amarán a sus esposas. Los hijos obedecerán a sus padres, y
los padres no exasperarán a sus hijos. Los siervos trabajarán diligentemente
para sus amos, y los amos responderán tratando a sus trabajadores con
justicia.
25
Podemos, entonces, ver que obedecer el mandamiento de ser llenos del
Espíritu resulta de la lectura, el estudio, la meditación y la sumisión a la
Palabra de Cristo, permitiendo a la Escrituras que penetren nuestro corazón
y mente. Dicho de otra manera, estaremos llenos del Espíritu Santo cuando
estemos llenos de la Palabra, la cual Él inspiró, y a la que le dio poder.
Cuando ordenamos nuestros pensamientos según la enseñanza bíblica,
aplicando su verdad a nuestra vida cotidiana, nos ponemos cada vez más bajo
el control del Espíritu Santo.

De modo que ser lleno del Espíritu es entregar nuestro corazón a la autoridad
de Cristo, permitiendo que su Palabra domine nuestras actitudes y acciones.
Sus pensamientos se convierten en el objeto de nuestra intercesión, sus
normas se convierten en nuestra búsqueda más excelsa, y su voluntad se
convierte en nuestro mayor deseo. Cuando nos sometemos a la verdad de
Dios, el Espíritu nos lleva a vivir de una manera que honra al Señor.

Por otra parte, al santificar el Espíritu a los santos individualmente, mediante


el poder de la Palabra, los fortalece para mostrarse amor unos a otros en el
cuerpo de Cristo como un todo (1 Pdr 1: 22-23). De hecho, es en el contexto
de la edificación de los creyentes dentro de la iglesia que las epístolas del
Nuevo Testamento hablan de los dones del Espíritu (compárese con 1 Pdr
4:10-11). Significativamente, los dones espirituales no son la señal de ser
lleno del Espíritu Santo. La santificación sí lo es. Cuando los creyentes son
santificados, permaneciendo bajo el control del Espíritu, son adiestrados para
utilizar eficazmente sus dones espirituales con el propósito de servir a los
demás.

Siempre que las epístolas del Nuevo Testamento hablan de los dones
espirituales, el énfasis está en mostrarse amor los unos a los otros, nunca en
la gratificación propia o la autopromoción (Rom 12, 1 Cor 13). Como Pablo
dijo a los corintios de manera precisa: “A cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho de los demás” (1 Cor 12:7). A
pesar de que la señal de los dones espectaculares no continuó más allá de la
época fundacional de la iglesia, los creyentes hoy están siendo dotados por el
Espíritu Santo con el propósito de edificar el cuerpo de Cristo mediante los
dones de la enseñanza, el liderazgo, la administración, y otros. Al ministrar a
los demás, utilizando sus dones para edificar a la iglesia mediante el poder
del Espíritu, los creyentes se convierten en una influencia santificadora en la
vida de sus hermanos en Cristo (Efe 4:11-13; Hbr 10: 24-25).

26
Andar En El Espíritu

El Nuevo Testamento describe la vida llena del Espíritu Santo mediante la


analogía de caminar en el Espíritu. Pablo lo expresó de esta manera en Gál
5: 25 “si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Así
como caminar requiere dar un paso a la vez, ser llenos del Espíritu consiste
en vivir bajo el control del Espíritu, pensamiento apeamiento, decisión a
decisión. Los que están verdaderamente llenos del Espíritu dan cada paso con
Él.

Los creyentes deben andar en novedad de vida (Rom 6: 3-5), en pureza (Rom
13:13), en contentamiento (1 Cor 7:17), en fe (2 Cor 5:7), en las buenas obras
(Efe 2:10), como es digno del Evangelio (Efe 4:1), en amor (Efe 5:2), en luz
(Efe 5: 8-9), en sabiduría (Efe 5: 15-16), de manera semejante a Cristo (1 Jn
2:6) y en verdad (3Jn 1: 3-4).

Sin embargo, para tener estas cualidades que caracterizan la forma de


caminar, primero tenemos que caminar en el Espíritu. Él es el que produce el
fruto de justicia en, y, a través de nosotros. Tal como Pablo enseñó: “Andad
en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la
carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se
oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gál 5: 16-17). El
concepto de andar se refiere al modo normal de vida de una persona.
Aquellos cuyas vidas se caracterizan por andar en la carne demuestran que
aún no son salvos. Por el contrario, los que andan en el Espíritu dan
evidencia de pertenecer a Cristo.

En su carta a los Romanos 8:2-4, el apóstol Pablo se refirió a este mismo


tema: “porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la
ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por
cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de
carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para
que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme
a la carne, sino conforme al Espíritu”.

Debido a que el poder del pecado ha sido roto para los creyentes, ellos tienen
la capacidad de cumplir con la Ley de Dios mediante el poder del Espíritu
Santo. Los que andan según el Espíritu son capaces de hacer las cosas que
agradan a Dios. El irredento, aquél que aún no ha venido a Cristo, está
enemistado con Dios, y dominado por las obras de la carne (Rom 8: 5-9).
27
El Señor se deleita en la excelencia moral y espiritual de los que le pertenecen
(Tito 2:14). Como dijo Pablo a los efesios: “Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas”. Pedro reiteró esta verdad
también: 1Pdr 1: 15 “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos,
porque yo soy santo”.

De igual manera nos lo dice la Carta a los Hebreos en su Capítulo 12,


14 
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.

Después de haber sido regenerados por la gracia aparte de las obras, los
creyentes procuran seguir a Cristo (1 Tes 1: 6), y el Espíritu Santo les permite
precisamente hacerlo. Por lo tanto, es la profunda alegría de ellos que,
mediante el poder del Espíritu, “renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tit 2:12).

Por supuesto que esto no significa que los cristianos ya no lucharán más
contra el pecado y la tentación. Aunque hemos sido hechos nuevas criaturas
en Cristo (2 Cor 5:17), todos los creyentes todavía batallamos contra la carne
pecadora, esa parte aún no redimida de nuestra humanidad caída que nos
tienta a pecar.

La carne es el enemigo interno, el remanente del viejo hombre que pelea


contra los deseos piadosos y justos. (Rom 7:23). Ser presa de la carne es
entristecer al Espíritu Santo (Efe 4: 28-31).

Por el contrario, si los creyentes precisan obtener la victoria sobre los deseos
de su carne, y crecer en santidad, deben actuar en el poder del Espíritu Santo.
Resulta imperativo vestirse “de toda la Armadura de Dios” (Efe 6:11),
incluyendo la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (v. 17), con el
fin de defenderse de los fieros ataques del maligno y mortificar la carne.
Como explica Pablo en Romanos 8: 13-14: “Si por el Espíritu hacéis morir
las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.

La única defensa del creyente contra el constante asalto del pecado es la


protección proporcionada por el Espíritu Santo. Él arma a sus santos con la
verdad de las Escrituras.

28
Por otro lado, el poder individual del creyente para el crecimiento espiritual
está en la obra santificadora del Espíritu Santo, mientras él hace crecer y
fortalece a su pueblo mediante la leche pura de la Palabra (1 Pdr 2: 1-3; Efe
3: 16). Aunque la vida cristiana requiere disciplina espiritual personal (1 Tim
4:7), es vital recordar que no podemos santificarnos a través de nuestros
propios esfuerzos (Gál 3:3; Fil 2: 12-13). Fue el Espíritu Santo quien nos
apartó del pecado en el momento de la salvación (2 Tes 2: 13). Y a medida
que nos sometemos a su influencia cada día, nos da poder para lograr nuestra
victoria sobre la carne.

Por lo tanto, andar el Espíritu mediante la influencia intrínseca de la Palabra


es cumplir con la capacidad y el potencial supremo de nuestra vida en este
mundo como hijos de Dios.

Ser Semejantes A La Imagen De Cristo

Si queremos saber cómo es una vida llena del Espíritu, no necesitamos mirar
más allá de Nuestro Señor Jesucristo. Él se destaca como el principal ejemplo
de alguien que actuó plena y perfectamente bajo el control del Espíritu Santo.
Durante el ministerio terrenal de Jesús, el Espíritu Santo fue su inseparable
compañero. En su encarnación, el Hijo de Dios se despojó voluntariamente,
poniendo a un lado el uso independiente de sus atributos divinos (Fil 2: 7-8).
Él se hizo carne y se sometió por completo a la voluntad de Su Padre y al
poder del Espíritu Santo (Jn 4: 34). Como les dijo a los líderes religiosos en
Mateo 12:28: “Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios”. Sin
embargo, ellos negaron la verdadera fuente de su poder, insistiendo en que,
en realidad, era Satanás el que estaba obrando por medio de Él.

En respuesta, el Señor les advirtió que semejante blasfemia tiene


consecuencias eternas: “Por tanto os digo: todo pecado y blasfemia será
perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será
perdonada” (v: 31). El Espíritu Santo facultó tan evidentemente cada aspecto
del ministerio de Jesús, que negarlo como la fuente del poder de Cristo era
cometer un imperdonable pecado, muestra de un corazón duro y no
arrepentido, lleno de incredulidad.

El Espíritu Santo estuvo activo en el nacimiento virginal, como el ángel


Gabriel le explicó a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que
nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Luc 1: 35).
29
El Espíritu Santo estuvo activo en la tentación de Jesús al llevarlo al desierto
(Mrc 1: 12) y en la preparación de Jesús para usar la espada del Espíritu y
defenderse de los ataques del diablo (Mat 4: 4, 7, 10). El Espíritu estuvo
activo en el lanzamiento del ministerio público de Jesús (Luc 4: 14),
facultándolo para echar fuera demonios y hacer milagros de sanidad (Hch
10: 38). Al final del ministerio de Jesús, el Espíritu Santo estuvo todavía en
acción, facultando al Cordero perfecto de Dios para soportar la cruz (Hbr 9:
14). Incluso, después de la muerte de Cristo, el Espíritu estuvo íntimamente
involucrado en la resurrección de Nuestro Señor (Rom 8: 11).

En todo momento, la vida de Nuestro Señor estuvo bajo el poder del Espíritu
Santo. Jesucristo fue perfectamente lleno del Espíritu Santo, actuando
siempre bajo el control total del Espíritu. Su vida de absoluta obediencia y
perfecta conformidad a la voluntad del Padre es un testimonio del hecho de
que nunca hubo un tiempo en que no anduviera por el Espíritu. Por lo tanto,
el Señor Jesús es el prototipo perfecto de lo que significa vivir una vida llena
del Espíritu: en plena obediencia y en completa conformidad a la voluntad de
Dios.

¿Es de extrañar, entonces, que el Espíritu Santo trabaje activamente en los


corazones de sus santos para hacerlos semejantes a la imagen de
Jesucristo?
Para el Espíritu es un gran deleite dar testimonio del Hijo de Dios (Jn 15:
26). El Espíritu glorifica a Cristo, guiando a las personas hacia Él (Jn 16:14)
y compeliéndolas a someterse gozosamente a su señorío (1 Cor 12: 3).

Esto es lo que le interesa al Santo Espíritu. Pablo se extendió sobre este


aspecto del ministerio enfocado en Cristo del Espíritu en 2 Corintios 3: 18.
Allí escribe:

2 Corintios 3:18 

Reina-Valera 1960 (RVR1960)


18 
Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma
imagen, como por el Espíritu del Señor.

30
Aun cuando como creyentes somos expuestos a la gloria de Cristo según se
revela en su Palabra-reflejando su vida perfecta de obediencia y descansando
en su sacrificio perfecto por el pecado-el Espíritu nos transforma cada vez
más a la imagen de nuestro Salvador.

La santificación es la obra del Espíritu mediante la cual nos muestra a Cristo,


en su Palabra, y luego, progresivamente, nos moldea según esa misma
imagen.

De modo que, mediante el poder del Espíritu, contemplamos la gloria del


Salvador y nos volvemos más y más como Él.

El Espíritu Santo no solo les presenta a los creyentes al Señor Jesucristo en el


momento de su salvación, energizando su fe en el evangelio, sino también
continúa revelándoles la gloria de Cristo al iluminar la Palabra en sus
corazones. De este modo, hace que ellos crezcan progresivamente en la
semejanza de Cristo durante toda la vida.

En medio de un profundo discurso sobre el ministerio del Espíritu Santo,


Pablo escribe en:

Romanos 8:28-29 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Más que vencedores
28 
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
29 
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos.

Estos versículos subrayan el gran propósito de nuestra salvación, que es


conformarnos a la imagen de Jesucristo para que sea eternamente glorificado
como el preeminente entre los muchos que han sido hechos semejantes a Él.

Los anteriores versículos en Romanos 8 subrayan el hecho de que el Espíritu


Santo: libera a los creyentes del poder de la ley (8: 2-3), mora en ellos (8: 9),
los santifica (8: 12-13), los adopta en la familia de Dios (8: 14-16), los ayuda
en sus debilidades (8: 26), e intercede en su favor (8: 27).

31
El propósito de todo esto es hacernos semejantes a la imagen de Jesucristo.
Esta semejanza solo se realizará plenamente en la vida venidera (Fil 3: 21; 1
Jn 3: 2). Sin embargo, en este lado del cielo, el Espíritu nos ayuda a crecer en
la semejanza de Cristo, llegando a ser más y más como el Señor al que
amamos (Gál 4: 19).

Por lo tanto, para los que se preguntan si están en realidad llenos del Espíritu
Santo, la pregunta no es: ¿He tenido una experiencia de éxtasis?, sino:
¿Estoy volviéndome cada vez más como Cristo?

En todo esto, el propósito de Dios es hacer que los creyentes sean como su
Hijo, a fin de crear una gran multitud de la humanidad redimida y glorificada
sobre la cual el Señor Jesucristo reinará con preeminencia eterna.

Para siempre, los redimidos glorificarán al Salvador a cuya semejanza han


sido hechos. Para siempre, se unirán a los ángeles en el cielo y exclamarán
conforme a:

Apocalipsis 5:12-13 

Reina-Valera 1960 (RVR1960)


12 
que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el
poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la
alabanza.
13 
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la
tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está
sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el
poder, por los siglos de los siglos.

La Obra Santificadora del Espíritu Santo

En el Nuevo Testamento queda claro que ser un cristiano “lleno del Espíritu”
no tiene nada que ver con hablar galimatías sin sentido, caer al suelo en un
trance hipnótico, o cualquier otro encuentro místico de supuesto poder
extático. Más bien, se relaciona con la sumisión de nuestro corazón y mente a
la Palabra de Cristo, andando en el Espíritu, y no en la carne, creciendo día a
día en amor y afecto por el Señor Jesús en el servicio de todo su cuerpo, que
es la iglesia.

32
En verdad, la vida cristiana en toda su plenitud es una vida que desea ser
vivida en el poder del Espíritu Santo. Él debe ser la influencia dominante en
nuestro corazón y vida. Sólo Él nos capacita para vivir victoriosamente sobre
el pecado, satisfacer las justas demandas de Su Voluntad, y agradar a nuestro
Padre celestial.

Es el Espíritu Santo el que nos lleva a una mayor intimidad con Dios. Él
ilumina las Escrituras, glorifica a Cristo en nosotros, y para nosotros, nos
guía a la voluntad de Dios, nos fortalece, y también nos ministra por medio de
otros creyentes.

El Espíritu intercede constantemente por nosotros, y sin cesar delante del


Padre, de acuerdo, siempre, con la buena, agradable y perfecta voluntad de
Dios.

Y hace todo esto para conformarnos a la imagen de Nuestro Señor y Salvador,


lo que nos garantiza que un día seremos totalmente perfeccionados cuando
veamos a Cristo cara a cara.

En lugar de estar irremediablemente distraídos por las falsificaciones


carismáticas, los creyentes necesitamos redescubrir el verdadero ministerio
del Espíritu Santo, el cual es activar su poder mediante su propia Palabra, a
fin de que, en realidad, podamos vencer el pecado para la gloria de Cristo,
bendición de su iglesia, y beneficio de los perdidos.

Redescubriendo Al Espíritu Santo

La verdadera adoración al Espíritu Santo requiere de una visión verdadera


del Dios trino, es de suma importancia una exacta comprensión del Espíritu
Santo para alcanzar esta cosmovisión.

Aiden Wilson Tozer, pastor cristiano estadounidense, predicador y escritor,


en su obra El Conocimiento Del Dios Santo, comenta que:

“Lo que viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante de nosotros
(….). La adoración es pura o fundada cuando el adorador recrea pensamientos elevados
o no de Dios. Por esta razón, la cuestión más grave ante la iglesia es siempre Dios
mismo, y el hecho más portentoso acerca de cualquier hombre no es lo que en un
momento dado pueda decir o hacer, sino lo que en la profundidad de su corazón concibe
que es Dios. Tendemos, por una ley secreta del alma, a avanzar hacia nuestra imagen
mental de Dios.

33
Esto es cierto no solo para el creyente cristiano individual, sino para la comunidad de
cristianos que compone la iglesia. Siempre lo más revelador acerca de la iglesia es su
idea de Dios”

Esta reflexión es de tanta trascendencia como precisa. Nuestro punto de vista


de Dios es la realidad fundamental en nuestra manera de pensar, y abarca
todo lo que creemos acerca del Espíritu Santo. Pensar justamente sobre Él y
su obra resulta esencial para la adoración., la doctrina y la correcta
aplicación de la teología en la conducta diaria.

Conocemos que la principal obra del Espíritu Santo es guiar a las personas a
Jesucristo (Jn 15: 26; 16: 14), trayendo a los pecadores a un conocimiento
verdadero del Salvador por medio del Evangelio, y conformándolos mediante
las Escrituras a la gloriosa imagen del Hijo de Dios (2 Cor 3: 17-18). Por lo
tanto, el enfoque de su ministerio es el Señor Jesús, y los que son guiados por
el Espíritu, y llenos de Él, se centrarán igualmente en Cristo. Sin embargo,
esto no significa que debamos ignorar lo que las Escrituras nos enseñan
acerca del Espíritu, o permanecer de brazos cruzados mientras su santo
nombre es manchado por los estafadores espirituales. Representarlo mal
significa denigrar a Dios.

La iglesia de hoy necesita con urgencia volver a descubrir a la persona y la


obra verdaderas del Espíritu Santo. El tercer miembro de la Trinidad ha sido
tergiversado completamente, insultado y agraviado por un movimiento falso
que se propaga en su nombre. Operando bajo falsos pretextos, y accionada
mediante falsas profecías, la inundación carismática rápidamente satura más
y más el panorama cristiano, dejando una estela de erro doctrinal y ruina
espiritual a su paso.

2 Timoteo 3:8 Reina-Valera 1960 (RVR1960)



Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos
resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en
cuanto a la fe.

Es hora, ahora, que los que aman al Espíritu Santo asuman una valiente
posición, y enfrenten cualquier error que descaradamente deshonra y
blasfema al Espíritu Santo.

34
El espíritu De Dios nos dice:

1 Timoteo 4:1, 6 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Predicción de la apostasía
1  Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios;
Un buen ministro de Jesucristo

Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido
con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido.

1 Timoteo 6:10-12 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
10 
porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando
algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.
La buena batalla de la fe
11 
Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
12 
Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual
asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de
muchos testigos.

2 Timoteo 3:15 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
15 
y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te
pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.

Tito 1:13 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
13 
Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que
sean sanos en la fe,

Hebreos 6:12 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
12 
a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la
fe y la paciencia heredan las promesas.

35
El Espíritu Santo es igual en esencia, majestad y poder tanto al Padre, como
al Hijo. No obstante, la corriente principal del movimiento carismático se
burla de su verdadera naturaleza, como si no hubiera consecuencias para
semejante blasfemia. Tristemente muchos dentro del evangelicalismo han
observado en silencia tal profanación. Si Dios el Padre, o Dios el Hijo fueran
objeto de la burla d esta manera, los evangélicos cristianos seguramente
protestarían. ¿Por qué debemos estar menos apasionados por la gloria y el
honor del Espíritu Santo?

Parece ser que gran parte del problema es que la iglesia moderna ha perdido
de vista la divina majestad del Espíritu Santo. Mientras los carismáticos lo
tratan como una fuerza impersonal de energía extática, los evangélicos
cristianos, por lo general, lo han reducido a la caricatura de una pacífica
paloma, a menudo representada en las portadas de la Biblia y las
calcomanías para los parachoques de sus autos. Como si el Espíritu del
Todopoderoso fuera un ave blanca, inofensiva, aleteando en silencio en la
brisa. Cualquiera que piense de esta manera tiene que arrepentirse y volver a
leer, estudiar, la Biblia.

Aunque Él descendió sobre Jesús en su bautismo de la forma que una paloma


volaría hacia abajo, y se posaría sobre alguien, el Espíritu Santo no es una
paloma!!.

Él es el Omnipotente, eterno, santo y glorioso Espíritu Santo del Dios vivo. Su


poder es infinito, su presencia es ineludible, y su pureza un fuego consumidor.
Los que Él prueba, enfrentan un severo juicio, como aquellos que en los días
de Noé experimentaron el diluvio (Gén 6: 3). Y aquellos que le mientan, lo
más probable es que enfrenten la muerte inminente, como Ananías y Safira
aprendieron por fuerza (Hch 5: 3-5).

Jueces 15: 14-15 relata que fue el Espíritu del Señor quien vino sobre Sansón
cuando éste mató a mil filisteos con la quijada de un burro.

Isaías 63: 10 nos muestra las graves consecuencias del enojo del Espíritu
Santo, hablando de los hijos de Israel:

Isaías 63:10 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
10 
Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se
les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos.
36
No podría ser más claro: tratar al Espíritu Santo de manera irreverente es
hacerse enemigo de Dios. ¿Realmente creen las personas que pueden
menospreciar al Espíritu Santo y salirse con la suya?

El Espíritu Santo es el poder de Dios en una persona divina que actúa desde
la creación hasta la consumación, y en todo el período intermedio (Gén 1:2;
Apo 22: 17).

Él es completamente Dios, poseyendo todos los atributos divinos en la


plenitud que le pertenece a Dios. En ningún sentido es un Dios
empequeñecido. El Espíritu participa plenamente en todas las obras de Dios.
Es santo y poderoso como el Padre, y bondadoso y amoroso como el Hijo. Él
es la perfección divina en su plenitud. Por lo tanto, es digno de nuestra
adoración de una forma tan completa como el Padre y el Hijo.

En su obra titulada “El Paracleto”, Charles Spurgeon, expresando su propia


pasión por el honor al Espíritu Santo de Dios, anima a su congregación con
estas palabras:

“Para el creyente: Amado hermano, honre al Espíritu de Dios como honraría a


Jesucristo si estuviera presente. Si Jesucristo morara en su casa, usted no lo ignoraría,
no se iría a hacer lo suyo como si Él no estuviera allí. No pase por alto la presencia del
Espíritu Santo en su alma. Le ruego, no viva como si no hubiera oído que hay algún
Espíritu Santo. Bríndele su constante adoración. Reverencie al augusto huésped que ha
tenido a bien hacer del cuerpo del creyente su morada sagrada. Ámelo, obedézcalo,
¡adórelo!”

Si vamos a honrar a nuestro divino Huésped, tratándolo con la reverencia y el


respeto que se le deben a su condición real, necesitamos discernir
correctamente su verdadero ministerio, haciendo coincidir nuestro corazone,
mente y voluntade con su maravillosa obra.

¿Qué es lo que el Espíritu Santo está haciendo en verdad en el mundo hoy?


El que participó una vez activamente en la creación del universo material
(Gén 1: 2), se centra hoy, ahora, en la creación espiritual (2 Cor 4: 6). Él
crea vida espiritual al regenerar a los pecadores mediante el Evangelio de
Jesucristo, y los transforma en hijos de Dios. Él los santifica, los prepara
para el servicio, produce fruto en sus vidas, y les da poder para agradar a su
Salvador. Les asegura la gloria eterna, y los prepara para la vida en el cielo.

37
La misma fuente de poder explosivo que hizo al mundo existir de la nada está
hoy en acción en los corazones y las vidas de los redimidos.

Y, al igual que la creación fue un milagro asombroso, del mismo modo lo es


cada nueva creación, mientras el Espíritu obra sobrenaturalmente la
salvación de los que de otro modo habrían sido condenados a la ruina eterna.

Las personas que quieren ver milagros hoy deben dejar de seguir a los falsos
sanadores, y comenzar a participar en el evangelismo bíblico. Ver a un
pecador volverse a Cristo, y confiar en Él para la salvación, es ser testigo de
un real milagro de Dios.

Consideraremos a continuación esa realidad milagrosa. Al hacerlo,


descubriremos seis (6) aspectos de la obra del Espíritu en la salvación, desde
su obra de convicción al llamar a los pecadores para ser salvos, hasta su
obra de sellado al asegurar a los creyentes para la gloria eterna.

En su “Teología Sistemática”, Wayne Gruden enumera “el orden de la


salvación” de la siguiente manera:
1.- La elección (Dios escoge a las personas que serán salvas)
2.- El llamado del Evangelio (el anuncio del mensaje del Evangelio)
3.- La regeneración (el nuevo nacimiento)
4.- La conversión (la fe y el arrepentimiento)
5.- La justificación (la correcta legitimación legal)
6.- La adopción (llegar a ser miembro de la familia de Dios)
7.- La santificación (la correcta conducta en la vida)
8.- La perseverancia (permanecer como cristiano)
9.- La muerte (yendo ahora a estar con el Señor)
10.- La glorificación (recibir un cuerpo resucitado).

Si aceptamos el orden propuesto por Gruden, vemos, entonces, que la


elección se produjo en la eternidad pasada. El llamado del Evangelio ocurre
esta vida, cuando los pecadores reciben convicción mediante la Palabra. La
regeneración, la conversión, la justificación y la adopción se realizan juntas
en el momento de la salvación. La progresiva santificación comienza en la
salvación, y continúa durante toda la vida del creyente. Para los creyentes, la
muerte trae la entrada inmediata al cielo, y el final de toda lucha con el
pecado.

38
Por último, la recepción del cuerpo resucitado del creyente ocurre en el rapto
de la iglesia. En cada uno de estos aspectos de la salvación, el Espíritu Santo
es quien hace la obra.

Nuestro propósito no es ofrecer un análisis detallado de lo que los teólogos


llaman el ordo salutis. Más bien, es poner de relieve algunas de las formas
en que el Espíritu trabaja específicamente con respecto a la salvación de sus
santos.

El Espíritu Santo Convence De Pecado A Los No Creyentes

En el Aposento alto, la víspera de su crucifixión, el Señor Jesús consoló a sus


discípulos con la promesa de que después de su ascensión enviaría el Espíritu
Santo para ministrar en ellos, y por medio de ellos. Él dijo a sus afligidos
seguidores. “Os conviene que yo me vaya, porque si no me fuera, el
Consolador no vendría a vosotros, más si me fuere, os lo enviaré” (Jn 16:7).
Los discípulos deben haberse preguntado: ¿Cómo podría haber algo mejor
que tener al encarnado Hijo de Dios físicamente presente en medio de
nosotros? Sin embargo, Jesús insistió en que sería para el bien de ellos que Él
ascendiera al cielo, y viniera el Espíritu Santo.

El Señor continuó explicando la vital obra que el Espíritu Santo haría: darle
poder a la proclamación del Evangelio de los apóstoles cuando salieran a
predicar la verdad de la salvación a un mundo hostil. El Espíritu iría delante
de ellos, impulsando la predicación en los corazones de los que escucharan, y
creyeran su mensaje. El Señor lo explicó de esta manera: “Y cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado
por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no meréis
más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”
(Jn 16: 8-11).

Cuando el llamado general y externo del Evangelio se da a conocer mediante


la predicación del mensaje de salvación, los no creyentes en el mundo se
enfrentan a la realidad de su pecado y las consecuencias de su incredulidad.
Para los que rechazan el Evangelio, la obra de convicción del Espíritu Santo
se podría comparar a la de un fiscal. Él los condena en el sentido de que son
declarados culpables ante Dios, y, por lo tanto, eternamente condenados (Jn
3: 18).

39
La obra de convicción del Espíritu Santo no consiste en hacer que los
pecadores impenitentes se sientan mal, sino en pronunciar un veredicto legal
en contra de ellos. Incluye una acusación completa de los delitos de un
corazón endurecido, con pruebas irrefutables y una sentencia de muerte.

Sin embargo, para aquellos a quienes el Espíritu atrae al Salvador, su obra


de convicción es categórica, ya que espolea sus conciencias y penetra hasta lo
más íntimo. Por lo tanto, para los elegidos, esta obra de convicción es el
principio de la salvación de Dios, el llamamiento eficaz.

Las palabras de Nuestro Señor indican que el ministerio de convicción del


Espíritu Santo abarca tres áreas:

Primero, Él convence de sus pecados a los no redimidos, exponiéndolos a la


realidad de su miserable condición delante de Dios. En particular, persuade a
los pecadores de su falta de fe en el Evangelio, ya que, como Jesús explica:
“NO creen en mí” (Jn 16: 9). La respuesta natural de los hombres y mujeres
caídos es rechazar a la persona y la obra del Señor Jesucristo. No obstante, el
Espíritu enfrenta la incredulidad del corazón duro del mundo.

Segundo, El Espíritu Santo convence a los incrédulos de la justicia


confrontándolos con la verdad de la norma sagrada de Dios, y la perfecta
justicia de Jesucristo. Andreas J. Köstenberger, en su Comentario Exegético
del Nuevo Testamento, en el Capítulo correspondiente a la Carta De Juan,
dice muy a propósito de este tema. “El mundo se disfraza como justo y
suprime cualquier prueba de lo contrario, y tal comportamiento requiere
que el Espíritu exponga su culpa”. Al derribar la fachada de justicia propia,
el Espíritu expone la verdadera condición de los que no han estado a la altura
de los requisitos perfectos de Dios. Luego los lleva a considerar la infalible
justicia de Jesucristo, el Cordero de Dios sin mancha.

Tercero, El Espíritu Santo convence a los pecadores de que las consecuencias


del juicio divino son justas y necesarias, es decir, que los pecadores un día
serán juzgados como “el príncipe de este mundo ha sido juzgado” (Jn 16:
11). Así como Satanás está condenado a la eterna ruina después de haber sido
derrotado en la cruz, del mismo modo también todos los que forman parte del
dominio de Satanás están bajo el juicio de Dios, el cual, no solo es
moralmente justificable, sino que constituye el único recurso de una justa
deidad.

40
Como el escritor de Hebreos explica, la persona que pisotea la sangre de
Jesús al hacer caso omiso de la oferta de la gracia del Evangelio “afrenta al
Espíritu de gracia” y le aguarda un severo castigo (Hbr 10: 29). Por lo tanto,
“Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (Hbr 10: 31). Advertir a los
incrédulos sobre la realidad del juicio futuro es a la vez una obra
atemorizante y clemente del Espíritu, alertándolos de las graves
consecuencias que les esperan a todos los que no se arrepientan.

Tal como las palabras de Jesús lo demuestran, era esencial que los discípulos
comprendieran el ministerio del Espíritu Santo. ¿Por qué? Debido a que se
les había encargado alcanzar a los pecadores con un mensaje que el mundo
rechazaría con violencia (Jn 15: 18-25), los apóstoles tenían que saber que el
Espíritu Santo los acompañaría en su predicación con su poder. Aunque se
enfrentaban a la incredulidad de los pecadores, exaltaban la justicia de
Cristo, y advertían acerca del juicio de Dios, el Espíritu Santo convencería
los corazones de los que escuchara, y convertiría a los elegidos.

Este ministerio fue ilustrado vívidamente el día de Pentecostés, después que


Pedro predicó su poderoso mensaje del Evangelio. Lucas registra la
respuesta de la multitud: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron
a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? (Hch 2:
37). Sus corazones fueron traspasados por la verdad, y para tres mil personas
en esa multitud la obra de convicción del Espíritu fue parte de la obra de
regeneración en sus corazones (Hch 2: 38-42).

Dos mil años más tarde, nuestro mensaje al mundo perdido debe reflejar esos
mismos temas, con énfasis en la muerte espiritual, la verdadera justicia, y el
juicio divino. Es cierto que predicar sobre la depravación humana, la
santidad de Dios, y el castigo eterno, no es muy popular, especialmente en
una sociedad postmoderna que alaba la tolerancia. No obstante, es el único
ministerio que recibe poder del Espíritu Santo. Él es el poder detrás de la
predicación del Evangelio (1 Pdr 1: 12), usando su Palabra para llamar a los
pecadores al Salvador y regenerarlos.

41
Arthur Pink lo expresa de esta manera en su obra titulada The Holy Spirit:
“Nadie será atraído nunca a la salvación en Cristo con la mera predicación
[…] primero el Espíritu tiene que obrar de manera sobrenatural a fin de
abrir el corazón del pecador para recibir el mensaje”. Al proclamar la
verdad de las Escrituras, el Espíritu de Dios la usa para penetrar los
corazones de los no redimidos, convenciéndolos de la verdad y
convirtiéndolos de hijos de la ira en hijos de Dios (Hbr 4: 12; 1 Jn 5: 6).

El Espíritu Santo Regenera Los Corazones Pecaminosos

El llamamiento eficaz de los elegidos comienza con la obra de convicción del


Espíritu, por medio de la cual Él despierta sus conciencias a la realidad del
pecado, la justicia y el juicio. Sin embargo, no se detiene allí. El corazón del
no creyente debe llegar a estar vivo, transformado, purificado y renovado
(Efe 2: 4). Y eso es lo que el Espíritu Santo hace, regenera a los pecadores de
modo que los que antes eran miserables renazcan como nuevas criaturas en
Cristo (2 Cor 5: 17).

Tal como Pablo explica en Tito 3: 4-7: “Pero cuando se manifestó la bondad
de Dios Nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
Nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforma a la esperanza de la vida eterna”.

En Juan 3, el Señor Jesús explicó este aspecto del ministerio del Espíritu
Santo al decirle a Nicodemo que, para ser salvo, el pecador tiene que nacer
de nuevo. Desconcertado por las implicaciones de esa verdad, Nicodemo le
pregunta: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso
entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v:4). Jesús le
respondió con estas palabras: “De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que
es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento
sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu” (Vs 5-8).

42
Las palabras del Señor ponen de manifiesto que la obra de regeneración es
prerrogativa soberana del Espíritu Santo. En el plano físico, los bebés no se
conciben a sí mismos. Del mismo modo, en el ámbito espiritual, no es
iniciativa de los pecadores nacer de nuevo, ni tampoco pueden lograrlo por
ellos mismos. La regeneración es la obra completa del Espíritu Santo.

Y, aquí, vale la pena detenernos un momento para entender lo que es creer en


Su nombre (el de Jesucristo) frente a los ojos de Él. Veamos:

Juan 2:23-25 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Jesús conoce a todos los hombres
23 
Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su
nombre, viendo las señales que hacía.
24 
Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos,
25 
y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él
sabía lo que había en el hombre.

Comentario biblia De Estudio MacArthur

2: 23-24 muchos creyeron en su nombre …… Pero Jesús mismo no se fiaba


de ellos. Juan construyó estas dos frases con el uso del mismo verbo griego
que significa “creer”. Este versículo revela con agudeza la verdadera
naturaleza de la confianza desde un punto de vista bíblico. Muchos llegaron a
creer en Jesús por las señales milagrosas. Sin embargo, Jesús acostumbraba
no “confiar” ni “fiarse” de ellos porque conocía sus corazones. El v: 24
indica que Jesús buscaba la genuina conversión en vez del entusiasmo por lo
espectacular. El último versículo también suscita cierta duda sobre la
autenticidad de la conversión de algunos (véase 8: 31-32). No obstante, este
claro contraste entre los vs: 23-24, en términos del tipo de confianza
expresado, revela que, literalmente, “creencia” “en su nombre” significaba
mucho más que un simple acuerdo intelectual. Requería un compromiso
sincero que comprometía la totalidad de la vida como discípulo de Jesús (Mat
10: 37; 16: 24-26).

43
Juan 3: 1-21

La historia de Jesús y Nicodemo refuerza los temas de Juan: Jesús como el


Mesías y el Hijo de Dios (aspecto éste apologético), así como el hecho de que
Él vino a ofrecer salvación a los hombres (aspecto éste evangelístico). El
pasaje de Juan 2: 23-24 sirve en realidad como la introducción a la historia
de Nicodemo, ya que el Capítulo 3 constituye una evidencia tangible de la
capacidad de Jesús para discernir y conocer a fondo el corazón de los
hombres, lo cual demuestra, a su vez, la deidad de Jesús. Aquí Jesús también
presenta el plan de salvación de Dios a Nicodemo, y muestra que Él es el
mensajero principal de Dios cuya obra de redención hace realidad la
salvación prometida a su pueblo (v. 14).

El capítulo puede dividirse en dos secciones: 1) el diálogo de Jesús con


Nicodemo (vs:1- 10) y 2) el discurso de Jesús sobre el plan de salvación de
Dios (vs: 11-21).

Jn 3: 3 naciere de nuevo. La frase literal significa “nacido de lo alto”. Jesús


respondió una pregunta que Nicodemo ni siquiera hizo. Él leyó su corazón, y
fue directo al meollo del problema, a saber, su necesidad de transformación,
o regeneración, espiritual que solo puede producir el Espíritu Santo. El nuevo
nacimiento es un acto de Dios por el cual vida eterna es impartida al creyente
(2 Cor 5: 17; Tit 3: 5; 1 Pdr 1: 3; 1 Jn 2: 29; 3: 9; 4: 7; 5: 1, 4, 18). Según Jn
1: 12-13 “nacer de nuevo” también corresponde a la idea de ser hechos hijos
de Dios mediante la confianza en el nombre del Verbo encarnado.

No puede ver el reino de Dios. En contexto, esta es, ante todo, una referencia
a la participación en el reino milenario al final de los tiempos, algo que los
fariseos y otros judíos anticipaban con fervor. Puesto que los fariseos creían
en lo sobrenatural, resulta comprensible que esperaran con mucho anhelo la
venida de la resurrección profetizada de los santos y la institución del reino
mesiánico (Isa 11: 1-16; Dan 12: 2). Su problema era que estaban
convencidos que el simple hecho de poseer cierto linaje físico, y guardar una
serie de mandamientos religiosos externos, los calificaba para tener entrada
al reino sin la transformación espiritual que necesitaban, y que Jesús tanto les
recalcó (Jn 8: 33-39; Gál 6: 15). La venida del reino al final de los tiempos
puede describirse como la “regeneración” del mundo creado (Mat 19: 28),
pero, la regeneración del individuo se requiere antes del fin del mundo para
que sea posible la entrada al reino del Mesías.

44
La frase “nacer de nuevo” también puede traducirse como “nacer de arriba”,
y ambas ideas expresan la verdad de lo que Jesús decía. Para ser salvos, los
pecadores deben experimentar un nuevo comienzo de origen celestial, en el
que son transformados de forma radical por el Espíritu de Dios. Después de
todo, es Dios el que “según su propia misericordia nos hizo renacer para
una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pdr
1: 3).

Juan 3: 5 naciere de agua y del Espíritu. Jesús no se refería aquí a agua


literal, sino a la necesidad de purificación y limpieza (Eze 36: 24-27). Casi
siempre que el agua se emplea en sentido figurado en el AT, se refiere a
renovación, o limpieza espiritual, en especial si se presenta en conjunción con
“espíritu” (Núm 19: 17-19; Sal 51: 9-10; Isa 32: 15; 44: 3-5; 55: 1-3; Jer 2:
13; Jl 2: 28-29).

De este modo, Jesús hizo referencia al lavamiento y purificación espiritual del


alma que es obrado por el Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios en el
momento de la salvación (Efe 5:26; Tit 3:5), un requisito básico y previo para
pertenecer a su reino.

Juan 3: 8 El viento sopla de donde quiere. Jesús quiso dar a entender que así
como el viento no puede ser controlado ni entendido por los seres humanos
aunque ellos puedan ser testigos de sus efectos, lo mismo sucede con el
Espíritu Santo. Él no puede ser controlado o entendido, pero la prueba de su
obra es evidente. Allí donde obra el Espíritu, existen evidencias innegables e
inequívocas.

Juan 3: 10 maestro. En el original griego, el uso del artículo definido en “el


maestro” indica que Nicodemo era un maestro y pedagogo de mucho
renombre en la nación de Israel, una autoridad religiosa con gran prestigio y
excelencia. Disfrutaba de una posición privilegiada entre los rabinos o
maestros de su tiempo. La respuesta de Jesús subrayó la ruina espiritual de la
nación en ese momento, ya que ni siquiera uno de los maestros judíos más
sobresalientes podía reconocer esta enseñanza sencilla sobre limpieza y
transformación espiritual que se basaba por completo en el AT (v: 5). El
efecto final consistió en mostrar que los aspectos externos de la religión
pueden tener un efecto mortífero en la percepción espiritual de las personas.

45
Juan 3: 11-21 El enfoque de estos versículos se aparta de Nicodemo para
centrarse en el discurso de Jesús acerca del significado verdadero de la
salvación. La palabra clave es “creer”, y se conjuga siete veces en estos
versículos.

El nuevo nacimiento debe ser apropiado por un acto de fe. En tanto que los
vs: 1-10 están centrados en la iniciativa divina en la salvación, los vs: 11-21
recalcan la importancia de la reacción humana a la obra de Dios en
regeneración. La porción de los vs: 11-21 puede dividirse en tres partes: 1) el
problema de la incredulidad (vs: 11-12); 2) la respuesta a la incredulidad (vs:
13-17), y 3) los resultados de la incredulidad (vs: 18-21). Veamos:

vs: 11-12 Jesús se enfocó en la noción de que la incredulidad es causa de la


ignorancia. La verdadera razón por la que Nicodemo no pudo entender las
palabras de Jesús no tenía que ver con su intelecto, sino que fue su
incapacidad o indisposición para creer el testimonio de Jesús.

v:11 no recibís nuestro testimonio. El plural se refiere al “sabemos” del v: 2,


donde Nicodemo hablaba en representación de su nación Israel. Jesús
respondió en el v:11 como si se dirigiera a Israel para indicar que la
incredulidad de Nicodemo era típica de la nación como un todo.

vs: 13-17

v: 13 Nadie subió al cielo. Este versículo contradice lo que otros sistemas


religiosos reclaman como sus propias fuentes de revelación especial de parte
de Dios. Jesús insistió en que nadie ha subido al cielo y regresado para
hablar sobre cosas celestiales (2 Cor 12: 1-4). El cielo fue su morada
permanente antes de su encarnación, por esa razón Él es el único que posee
conocimiento verdadero en todo lo relacionado con la sabiduría celestial (Prv
30: 4).

V: 14 así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado (Jn 8: 28; 12:
32, 34; 18: 31-32). Esta es una velada predicción de la muerte de Jesús en la
cruz. Jesús se refirió a la historia de Núm 21: 5-9 en la que los Israelitas que
fijaron su mirada en la serpiente levantada por Moisés fueron sanados. El
punto de esta ilustración o analogía radica en el hecho de ser “levantado”.
Así como Moisés levantó la serpiente sobre el asta para que todos los que la
vieran pudieran preservar su vida física, quienes fijan su mirada en Cristo,
quien fue “levantado” en la cruz, vivirán tanto espiritual como eternamente.
46
V: 15 vida eterna. Esta es la primera de diez referencias a “vida eterna” en el
Evangelio de Juan, y este concepto aparece unas cincuenta veces en el NT.
Vida eterna no se refiere solo a cantidad eterna de tiempo, sino a cualidad
divina de vida. El significado literal es “vida del mundo venidero” y, por
ende, se refiere a la resurrección y la existencia celestial en gloria y santidad
perfectas.

Para los creyentes en el Señor Jesús esta vida es experimentada antes de su


llegada al cielo. Esta “vida eterna” es, en esencia, nada menos que
participación en la vida eterna de la Palabra viva, Jesucristo. Es la vida de
Dios en cada creyente, que solo se manifestará a plenitud después de la
resurrección (Rom 8: 19-23; Fil 3: 20-21).

V: 18 creído en el nombre. (“creer al entrar en el nombre”) significa mucho


más que un asentimiento intelectual de las afirmaciones del Evangelio.
Incluye confianza y compromiso con Cristo como Señor y Salvador que traen
como resultado el recibir una nueva naturaleza (v:7) que, a su vez, produce
cambio verdadero en el corazón, y obediencia al Señor (Jn 2: 23-25).

Es oportuno observar el pasaje relatado por Lucas con respecto a la


Parábola del Sembrador de cuyo significado trata en Luc 8: 9-15, veamos:

Lucas 8:9-15 

Reina-Valera 1960 (RVR1960)



Y sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Qué significa esta parábola?
10 
Y él dijo: A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios;
pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no
entiendan.
11 
Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios.
12 
Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita
de su corazón la palabra, para que no crean y se salven.
13 
Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con
gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de
la prueba se apartan.
14 
La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son
ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan
fruto.
15 
Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y
recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.
47
V: 10 (Mat 13: 11) misterios del reino de Dios Jesús afirma aquí claramente
que la habilidad de comprender la verdad espiritual es un don de Dios,
soberanamente dado a los elegidos. Los reprobados, por el contrario, carecen
de este privilegio. Estos han cosechado las consecuencias naturales de su
incredulidad y rebelión, ceguera espiritual (Luc 8: 10; Mat 13: 13).

Los “misterios” son todas aquellas verdades que han sido escondidas a lo
largo de los tiempos y reveladas en el NT.
Luc 8: 10 para que viendo no vean. Esta es una cita de Isa 6: 9 que describe
el acto judicial de Dios por medio del cual ciega a los incrédulos.

Luc 8: 13 creen por algún tiempo. Esto es, con una fe nominal que no
conduce a la salvación. (Mat 13: 20). Algunas personas hacen un
compromiso emocional, superficial, de salvación con Cristo, pero este no es
real. Mantienen su interés hasta que hay un sacrificio que pagar, y entonces
abandonan a Cristo. (1 Jn 2: 19).

2 Tesalonicenses 2:1-15 

Reina-Valera 1960 (RVR1960)


Manifestación del hombre de pecado
2  Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra
reunión con él, os rogamos, hermanos,

que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os
conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra,
en el sentido de que el día del Señor está cerca.

Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga
la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición,

el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de
culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar
por Dios.

¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?

Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido tiempo se
manifieste.

Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al
presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio.

Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el
espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida;

48

inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales
y prodigios mentirosos,
10 
y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no
recibieron el amor de la verdad para ser salvos.
11 
Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira,
12 
a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino
que se complacieron en la injusticia.
Escogidos para salvación
13 
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en
la verdad,
14 
a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de
nuestro Señor Jesucristo.
15 
Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis
aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.

2 Tes 2: 7 el misterio de la iniquidad. Este es el espíritu de iniquidad que ya


es prevaleciente en la sociedad humana (1 Jn 3:4; 5:17), pero se define como
un misterio porque no se revelará por completo como lo será en aquél que se
opone a Dios con tanta perfidia que asume de manera blasfema el lugar de
Dios mismo sobre la tierra, el cual Dios ha reservado para su Hijo Jesucristo.
El espíritu de ese hombre ya está en operación en el mundo (1 Jn 2:18; 4:3),
pero el hombre en quien se incorpore a plenitud ese espíritu todavía no ha
llegado. Para más información sobre ese detalle, véase notas sobre Mat 13:
11; 1 Cor 2: m7; Efe 3: 4-5.

2: 8 entonces se manifestará aquel inicuo. En el momento determinado por


decreto divino a la mitad de la tribulación, cuando Dios quite la resistencia
divina, se permitirá por fin a Satanás, quien ha promovido todo el tiempo el
espíritu de iniquidad (v. 7), cumplir su deseo de imitar a Dios al tomar
posesión de un hombre que hará su voluntad, en un intento desfachatado de
copiar lo que Jesús hizo con su Padre. Esto también forma parte del plan de
Dios para la consumación de la maldad y su juicio final en el día del Señor. a
quien el Señor matará. Su muerte ocurrirá por la mano de Dios (Dan 7:26;
Apo 17: 11), y este hombre al lado de su socio que se conoce como el falso
profeta, serán lanzados vivos en el lago de fuego que arde con azufre, donde
quedarán separados de Dios por la eternidad (Apo 19:20; 20:10). su venida.

49
El aspecto de su venida que se considera aquí no es el arrebatamiento de la
Iglesia, sino la venida del Señor para juzgar el día en el que conquiste todas
las fuerzas de Satanás y establezca su reino milenario (Apo 19: 11-21).

inicuo. Realizará actos portentosos que usará como evidencia del poder
sobrenatural que posee. Todos los aspectos de su operación serán engañosos
y su estrategia será seducir al mundo para que lo adore y sea así condenado.
A carrera del anticristo inicuo se describe con mayores detalles en Apo 13: 1-
18.

los que se pierden. Su influencia se limitará al engaño de los no salvos que


10 

creerán sus mentiras (Mat 24:24; Jn 8:41-44). Ellos perecerán en el engaño


a causa de la ceguera que Satanás les ha impuesto frente a la verdad del
Evangelio de salvación (Jn 3:19-20; 2 Cor 4:4).

poder engañoso. Las personas que prefieren amar el pecado y las mentiras
11

en lugar del evangelio serán recompensadas con severidad por medio del
castigo divino, como sucede a todos los pecadores. Dios mismo enviará juicio
que asegurará su destino a través de la influencia engañosa para que
continúen creyendo en lo que es falso.
Aceptan el mal como algo bueno y las mentiras como la verdad. De este
modo, Dios utiliza a Satanás y al anticristo como sus instrumentos de juicio (1
Rey 22:19-23).

a fin de que sean condenados. Así como Dios siempre ha juzgado el


12 

rechazo voluntarioso por medio del abandono de los hombres a la impureza


de sus degradantes pasiones (Rom 1:24-28), también en los últimos días Dios
sellará en su soberanía el destino de los que persistan en seguir a Satanás y a
su cristo postizo. Como ha ocurrido en todas las edades, aquellos que tiene
por hábito rechazar la verdad son juzgados al ser abandonados a las
consecuencias de su pecado.
13-14
para salvación, mediante la santificación. Así como hay elementos
específicos en el carácter del anticristo (vs 10-12), los salvos tienen ciertas
características propias. En estos dos versículos Pablo hizo un recorrido
rápido por los elementos característicos de la salvación al notar que los
creyentes son “amados por el Señor”, escogidos para salvación desde la
eternidad pasada (Apo 13:8; 17:8), apartados del pecado por el Espíritu y
llamados a la gloria eterna que consiste en participar de “la gloria de
Nuestro Señor Jesucristo”.

50
El objetivo principal de Pablo en esta sección fue recordar a los
Tesalonicenses que no era necesario angustiarse o inquietarse (v:2) con la
noción equivocada de que se habían perdido el arrebatamiento y que ya
estaban en el juicio del día del Señor. Lo cierto es que estaban destinados
para la gloria y no para el juicio, por eso no quedarían incluidos entre los
engañados y juzgados en aquél día.

Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina. Esta exhortación


15 

directa fue un llamado a tener la respuesta correcta a las grandes verdades


sobre las cuales acaba de escribir Pablo. En lugar de agitación deberían
experimentar fortalecimiento y firmeza en su vida cristiana.

En lugar de aceptar enseñanzas falsas, deberían adherirse con absoluta


fidelidad a la verdad.

Tal como Jesús le explicó a Nicodemo, el reino de la salvación no se puede


ganar mediante el esfuerzo humano, o la justicia propia. Solo aquellos que
han nacido de lo alto pueden salvarse. Incluso alguien tan respetado y
externamente religioso como Nicodemo, uno de los eruditos bíblicos más
conocidos en Israel, no podía aportar nada a su salvación. Desde la
perspectiva de Dios, los esfuerzos del pecador son como trapos de inmundicia
(Isa 64:6).

Todo lo que el pecador puede hacer es clamar a Dios por misericordia, como
el publicano de Lucas 18:13-14. Él no podía salvarse a sí mismo, por lo que
debía descansar por completo en la gracia y en la compasión del Salvador. La
promesa de las Escrituras es que todos los que viene a Cristo con fe genuina,
apartándose del pecado, serán salvos (Rom 10:9-10). El mismo Señor
prometió en Juan 6:37: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a
mí viene, no le echo fuera”.

La obra de regeneración del Espíritu le da al pecador un corazón nuevo (Eze


36:26-27), uno con el cual es capaz de amar de manera auténtica a Dios y
obedecer a Cristo sinceramente (Jn 14:15). El fruto de esa transformación se
manifestará en un cambio de vida, evidenciado en frutos de arrepentimiento
(Mat 3:8) y el fruto del Espíritu: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, dominio propio” (Gál 5:22-23). Para llevar a
cabo esta obra milagrosa, el Espíritu usa su Palabra. Por consiguiente, Stg
1:18 dice acerca de Dios: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la Palabra
de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”.
51
En el momento de la salvación. Dios usa Su palabra para traer convicción a
nuestro corazón, y darnos vida, de tal manera que ahora somos nuevas
criaturas en Cristo (2 Cor 5:17),

La regeneración es una transformación de la naturaleza de una persona, en la


cual el creyente recibe vida nueva, limpieza y separación permanente del
pecado (2 Tes 2:13). El Espíritu de vida ha venido sobre ellos, dándoles el
poder para resistir la tentación, y vivir en justicia. Esto es lo que significa ser
“nacido del Espíritu” (Jn 3:8).

“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis


contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según
Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte” dice Pablo
en 2 Cor 7:9.

El Espíritu Santo Lleva A Los Pecadores Al Arrepentimiento

No puede haber arrepentimiento o fe hasta que el corazón haya sido hecho


nuevo. No obstante, en el momento de la regeneración, el Espíritu Santo
imparte el don de la fe para arrepentimiento a los pecadores, llevándolos a la
fe salvadora en Cristo, lo que les permite alejarse del pecado. El resultado es
una conversión sobrecogedora.

Un claro ejemplo de esto se encuentra en Hechos 11:15-18, donde Pedro


informa a los otros apóstoles en Jerusalén sobre la conversión de Cornelio:

Hechos 11:15-18 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
15 
Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también,
como sobre nosotros al principio.
16 
Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente
bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.
17 
Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos
creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?
18 
Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: !!De
manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!

52
Pedro y los demás se dieron cuenta que la prueba irrefutable de que Cornelio
y su familia verdaderamente se habían arrepentido era que habían recibido el
Espíritu Santo. Ellos fueron convencidos de sus pecados, sus corazones
resultaron regenerados, sus ojos se abrieron a la verdad de la predicación de
Pedro, y recibieron el don de la fe para arrepentimiento (Efe 2:8; 2 Tim
2:25), todo lo cual fue obra del Espíritu Santo.

Romanos 8 se erige como una de las revelaciones bíblicas más valiosas del
ministerio del Espíritu Santo en la vida del creyente. Este poderoso capítulo
comienza con profundas palabras acerca de la verdadera salvación: “ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que
no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la
muerte” Rom 8:1-2.

La mayoría de los creyentes se ha comprometido a memorizar estos


versículos, sin embargo, ¿cuántos han reconocido el papel del Espíritu Santo
en la operación divina de rescate?

Es el Espíritu de vida quien libera a los redimidos del principio del pecado y
la muerte, transformando a los que eran esclavos del pecado en amantes de la
justicia.

Pablo, en Romanos 8:3-4, explica que el Espíritu Santo no solo libera a los
creyentes del poder del pecado, sino que también les permite vivir de una
manera que agrada a Dios. Como resultado, son capaces de exhibir frutos de
arrepentimiento (Mat 3:8), y el fruto del Espíritu Santo (Gál5:21-22).
Es de considerar, entonces, el papel del Espíritu Santo en nuestra
santificación. Sin embargo, es importante destacar, en el contexto de la
salvación, que el Espíritu Santo convierte a los pecadores al traer convicción
a sus corazones, dándoles vida, lo que les permite arrepentirse y creer en el
evangelio.

El Espíritu Santo Permite La Comunión Con Dios

Nuestro Señor Jesucristo, en Juan 17:3, levantando los ojos al cielo en


oración, define la vida eterna con estas palabras: “Y esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has
enviado”.

53
La comunión con Dios a través de Cristo es la esencia de la salvación, y es el
Espíritu Santo quien capacita a los creyentes para disfrutar de esa íntima
comunión.

Colosenses 1:13-14 presenta a Pablo explicando que Dios el Padre “nos ha


librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de Su amado
Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.

Romanos 8:14-17 nos ofrece una mayor comprensión de la naturaleza de ese


traslado, donde Pablo usa la metáfora de la familia en vez del reino. Él
escribió: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos
son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para
estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por
el cual clamamos: ¡Abba Padre!. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que
juntamente con él seamos glorificados”.

Por lo tanto, no solo somos ciudadanos de un nuevo reino (Fil3:20), sino que
somos miembros de una nueva familia. Por medio del Espíritu de adopción,
hemos recibido el inmenso privilegio de ser parte de la familia de Dios.
Incluso, podemos acercarnos al omnipotente Creador del universo con una
expresión familiar de cariño: ¡Abba Padre! El espíritu nos libera del miedo y
el temor que un pecador tendría naturalmente al acercarse al Dios santo.
Como niños pequeños, podemos, sin temor, entrar en la presencia del
Todopoderoso, y hablar íntimamente con Él, nuestro Padre.

El Espíritu Santo produce una actitud de profundo amor a Dios en los


corazones de aquellos que han nacido de nuevo. Ellos se sienten atraídos a
Dios, no le temen. Anhelan tener una relación con Él, meditar en Su Palabra,
y tener comunión en oración. Entregarle con toda libertad sus
preocupaciones, y confesarle francamente sus pecados sin temor, sabiendo
que todo ha sido cubierto por Su gracia mediante el sacrificio de Cristo. Por
lo tanto, el Espíritu hace posible que los creyentes disfruten de una comunión
con Dios, ellos ya no le temen a su juicio o su ira (1 Jn 4:18). Como
resultado, los cristianos pueden cantar himnos acerca de la santidad y la
gloria de Dios sin estar acobardados, ni sentir terror, pues saben que han
sido firmemente adoptados en la familia de su Padre Celestial.

54
El Espíritu Santo también capacita a los creyentes para disfrutar de la
comunión con todos los demás creyentes. Cada hijo de Dios es bautizado
inmediatamente por el Espíritu en el cuerpo de Cristo en el momento de la
salvación (1 Cor 12:13). Y es en ese cuerpo de la iglesia que el Espíritu, de
manera soberana, dota a cada creyente con todo lo necesario para permitirle
ministrar a otros (12:7). Aunque los dones extraordinarios (tales como la
profecía, las lenguas y las sanidades) se limitaron a la época apostólica de la
historia de la iglesia, el Espíritu todavía concede a su pueblo los dones de
enseñanza y servicio para la edificación de la iglesia (Rom 12:3-8; 1 Cor 12-
14). La rica relación de comunión interpersonal de los creyentes en la iglesia
solo es posible a causa de la profunda comunión que tienen en el Señor
Jesucristo. El Espíritu Santo posibilita ambas cosas, permitiendo que aquellos
que disfrutan de la comunión con Dios disfruten de “la unidad del Espíritu”
unos con otros (Efe 4:3).

El Espíritu Santo Mora En El Creyente

En la salvación, el Espíritu Santo no solo regenera al pecador y le imparte fe


salvadora, sino que reside de forma permanente en la vida de ese nuevo
creyente. El apóstol Pablo lo explica de esta manera en Rom 8:9 Reina-
Valera 1960 (RVR1960)

Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el


Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,


no es de él.

De una forma maravillosa e incomprensible, el Espíritu de Dios hace su


morada en la vida de cada persona que confía en Jesucristo.

La vida en Cristo es distinta, porque el Espíritu De Dios está en nuestro


interior. Él está ahí a fin de capacitar, preparar para el ministerio y ministrar
mediante los dones que nos ha dado. El Espíritu Santo es nuestro Consolador
y Ayudador. Él nos protege, nos da poder y nos anima. De hecho, la prueba
decisiva de la verdadera salvación es la presencia interior del Espíritu de
Dios, y el fruto de esa residencia se ve en el hecho de que los creyentes no
andan conforme a la carne, sino según el Espíritu (Gál 5:19-22).

55
En 1 Corintios 3:16, Pablo pregunta a los creyentes de Corinto: ¿No sabéis
que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Unos
capítulos más adelante, mientras los exhorta a evitar la inmoralidad sexual,
nuevamente les recuerda: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios
en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, lo cuales son de Dios” (1 Cor 6:19-
20). La realidad de la presencia interior del Espíritu tenía implicaciones
transformadoras en la manera en que vivían (1 Cor 12:13).

Es importante destacar que no hay tal cosa como un creyente genuino que no
posea el Espíritu Santo. Es un terrible error, promocionado de manera
trágica por muchos en el pentecostalismo, afirmar que una persona pudiera
ser salva de alguna manera y no recibir el Espíritu Santo. Sin la obra del
Espíritu nadie podría ser otra cosa que un miserable pecador. La declaración
de Pablo en Romanos 8:9 reitera: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de Él.”

En pocas palabras, los que no poseen el Espíritu Santo no pertenecen a


Cristo. Los creyentes genuinos, las personas en quienes el Espíritu Santo ha
establecido su residencia, piensan, hablan y actúan de manera distinta. Ya no
se caracterizan por su amor al mundo, sino que aman las cosas de Dios. Esta
transformación es una prueba del poder del Espíritu que actúa en la vida de
aquellos en los que mora.

El Espíritu Santo Sella La Salvación Para Siempre

Las Escrituras son claras en que los pecadores que son redimidos no pueden
perder su salvación. La inquebrantable cadena de Romanos 8:30 indica que a
todos los que Dios justifica, los glorificará. Como dijo Nuestro Señor
Jesucristo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les
doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de
la mano de mi Padre” (Jn 10:27-29).

El apóstol Pablo se hizo eco de esa gran realidad al final de Romanos 8,


diciendo: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni
ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo
alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del
amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Rom 8:38-39).
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Ninguna persona o fuerza podrá romper alguna vez el vínculo de comunión
entre Dios y los que le pertenecen.

El mismo Espíritu Santo garantiza personalmente ese hecho. Como Pablo


les dijera a los Efesios: (Efe 1:13-14) “En Él también vosotros, habiendo
oído la Palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo
creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las
arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para
alabanza de su gloria”. Los creyentes somos sellados por el Espíritu Santo
hasta el día de la redención. Él nos asegura la gloria eterna.

El sellado al que se refiere Pablo implicaba una marca oficial de


identificación colocada en una carta, contrato o cualquier otro documento
oficial. El sello se hacía por lo general colocando cera caliente en el
documento, y luego, presionándolo con un anillo de sellar. Como resultado, el
sello representaba oficialmente la autoridad de la persona a la que éste le
pertenecía.
El sello romano comunicaba autenticidad, seguridad, propiedad y autoridad.
Y el Espíritu de Dios personifica esas mismas realidades en la vida de sus
hijos. Los que han recibido el Espíritu Santo pueden estar seguros de ser en
verdad salvos (autenticidad) y su salvación no puede perderse, o serles
robada (seguridad). Por otra parte, la presencia del Espíritu en sus vidas
demuestra que Dios es su Señor y Maestro (propiedad). A medida que son
guiados por el Espíritu, se manifestará una vida de obediencia sumisa a
Cristo (autoridad). Todo esto es parte de la obra de sellado del Espíritu de
Dios.
El Espíritu no solo testifica que los creyentes son hijos de Dios (Romanos
8:16), sino que garantiza que nunca van a ser dejados fuera de la familia. Por
otra parte, asegura la futura resurrección de estos para vida. En Romanos
8:11 se nos explica: “Y si el Espíritu de aquél que levantó de los muertos a
Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús
vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en
vosotros”.

Por desdicha, muchos grupos carismáticos pasan por alto completamente este
verdadero ministerio del Espíritu Santo. En lugar de descansar en la
seguridad del Espíritu Santo, enseñan que los creyentes pueden perder su
salvación. Como resultado, su gente vive con el constante temor de un futuro
incierto, y no le dan honor al Espíritu Santo, que mantiene seguros a los
creyentes.
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¡Qué libertad y gozo hay en el descubrimiento del verdadero ministerio del
Espíritu de sellar a los que le pertenecen! Después de todo, la realidad de la
vida en un mundo caído es que todos vamos a morir algún día. No obstante, el
día de nuestra muerte será mejor que el día de nuestro nacimiento, porque la
primera vez nacimos en pecado, pero cuando muramos, vamos a despertar en
la presencia gloriosa de Cristo (2 Cor 5:8). Y en la final resurrección, el
Espíritu Santo levantará a los creyentes de entre los muertos, dándoles nuevos
cuerpos glorificados con los que habitarán para siempre en la nueva tierra,
de la que nos hablan las Escrituras en 2 Pdr 3:13; Apo 21:1, 22-27.
Es de ocuparnos en hacer énfasis en lo que llama Pablo en su carta a los
Filipenses: “cuidar de la salvación con temor y temblor”. Veamos:

Filipenses 2:12-13 
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Luminares en el mundo
12 
Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi
presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor,
13 
porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por
su buena voluntad.

Apoyemos nuestra instrucción en la Biblia De Estudio MacArthur y su


comentario al respecto:

2:12
obedecido. Su respuesta fiel (la de los Filipenses) a los mandatos divinos que
Pablo les había enseñado (Rom 1:5; 15:18; 2 Cor 10:5-6).

ocupaos en vuestra salvación. El verbo griego que se traduce: “ocupaos”


significa trabajar en algo sin interrupción hasta terminarlo por completo. No
puede referirse a salvación por obras (Rom 3:21-24; Efe 2:8-9), pero sí se
refiere a la responsabilidad que tiene el creyente de obedecer en su proceso
de santificación (véase notas sobre Fil 3:13-14; Rom 6:19; 1 Cor 9:24-27;
15:58; 2 Cor 7:1; Gál 6:7-9; Efe 4:1; Col 3: 1-17; Hbr 6:10-11; 12:1-2; 2
Pdr 1:5-11).

temor y temblor. La actitud con la que deben procurar los cristianos su


santificación. Requiere un temor saludable de ofender a Dios, y un respeto
profundo por Él (Prv 1:7; 9:10; Isa 66:1-2).
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2:13
Dios es el que en vosotros produce. Aunque el creyente es responsable de
ocuparse en en su salvación (v. 12), el Señor es quien, en realidad, produce
buenas obras y fruto espiritual en la vida de los creyentes (Jn 15:5; 1 Cor
12:6). Esto se lleva a cabo porque Él obra por medio de nosotros con Su
Espíritu en nuestro interior (Hch 1:8; 1 Cor 3:16-17; 6:19-20; Gál 3:3).

así el querer como el hacer. Dios infunde energía tanto a los deseos, como a
las acciones del creyente. La palabra griega que se traduce “querer” indica
que Dios, no solo se enfoca en simples deseos o emociones antojadizas, sino a
la intención metódica de cumplir un propósito planificado. El poder de Dios
hace que su iglesia se disponga todos los días a llevar vidas piadosas (Sal
110:3).

buena voluntad. Dios quiere que los cristianos hagan lo que a Él le satisface
(Rom 12:1-2; Efe 1:5, 9; 2 Tes 1:11).

Regocijo En La Obra Salvadora Del Espíritu Santo

El Espíritu Santo está involucrado en todos los aspectos de la salvación,


desde la justificación (1Cor 6:11) hasta la santificación (Gál 5:18-23) y la
glorificación (Rom 8:11). Sin embargo, de manera específica y única, las
Escrituras destacan la obra del Espíritu Santo de convencer, regenerar,
convertir, adoptar, morar en nosotros, y darnos seguridad.

En su Comentario Bíblico al Nuevo Testamento, y con respecto a este


enunciado, su Autor, Warren Wiersbe, comenta: “Nuestra salvación
involucra las tres personas de la Deidad (Efe 1:3-14; 1Pdr 1:2). No se puede
ser salvo aparte de la gracia electiva del Padre, el sacrificio del amor del
Hijo, y el ministerio del Espíritu de convicción y regeneración”.

Ya que hemos sido redimidos, nuestra respuesta al milagro de la salvación


debe ser una asombrosa adoración, alabando a cada miembro de la Trinidad
por su parte en la gloriosa manifestación de la redención.

Es justo adorar al Padre por su amor electivo, predestinándonos a la


salvación desde antes de la fundación del mundo.

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Es justo adorar al Hijo por su perfecto sacrificio, el cual proporcionó los
medios para que los hombres y las mujeres caídos puedan ser reconciliados
con Dios.

Y se exige igualmente que adoremos al Espíritu Santo por su activo papel en


la salvación de los pecadores, impartiendo vida a los corazones muertos y
vista a los ojos espiritualmente ciegos.

Referencias

 Biblia RV 1960 De Estudio MacArthur


 Biblia RV 1960 De Estudio De Apologética
 Biblia RV 1960 De Estudio Ryrie Ampliada
 John MacArthur (Fuego Extraño)
 A.W. TOZER (El Conocimiento Del Dios Santo)
 Charles Spurgeon (El Paracleto)
 Wayne Grudem (Teología Sistemática)
 Andreas J. Köstemberger (Baker Exegetical Commentary On The New
Testament)
 Warren Wiersbe (The Wiersbe Bible Commentary: New Testament)

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