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Mayo de 2018
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La santificación: El grandioso plan de Dios
El Padre celestial tiene un plan grandioso para la vida de cada uno de sus
hijos, y puede resumirse en la palabra santificación. Si nunca has estado
seguro del significado del término, no eres el único; muchas personas no
tienen clara su definición. Pero los creyentes debemos entenderlo, pues esa
palabra nos define.
En su forma verbal —santificar— el término significa “hacer santo” o
“apartar”. Por eso, cuando algo es santificado es apartado de su uso común
anterior y dedicado a propósitos sagrados. El Antiguo Testamento menciona
varias cosas que el Señor santificó, entre ellas: el séptimo día y la tribu de
Leví como sacerdotes, e incluso consagró lugares como el lugar santísimo
dentro del tabernáculo (Gén 2.3; Núm 3).
El Padre celestial sigue santificando a personas en el presente. Antes de que
alguien ponga su fe en el Salvador, esa persona está muerta espiritualmente y,
en realidad, es enemiga de Dios (Efe 2.1-3; Rom 5.10). Pero en el momento
que decide confiar en Jesucristo, sus pecados son borrados y es adoptado en
la familia de Dios. Esa persona es apartada como un hijo de Dios, con un
propósito sagrado. Esto significa que los creyentes no estamos aquí para ir
tras nuestro beneficio personal, sino para servir al Señor y darle honra y
gloria.
Como miembros de la familia de Dios, llamados a reflejar su gloria, a los
creyentes se les conoce como “santos”. Se nos ha dado este apelativo —que
comparte su raíz con santificación— no porque estemos libres de pecado o
seamos perfectos, sino porque vivimos una vida congruente con Aquel a
quien representamos.
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SANTIFICACION
ROMANOS 6:22 Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos
siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida
eterna.
Muchos cristianos ven solamente al Evangelio como las buenas noticias que
únicamente los librará del infierno y la condenación eterna. Lo más
importante, dicen ellos, es asegurarse el “pasaporte” para viajar al lado
correcto (el cielo).
Esta clase de pensamiento ha hecho que nuestro cristianismo actual en
muchos lugares del mundo haya perdido peso espiritual. El concepto bíblico
de la salvación tiene un alcance triple: a) Pasado; b) Presente; c) Futuro. Al
recibir a Cristo como mi Salvador personal mi pasado está completamente
perdonado y olvidado por eso soy una nueva criatura (2 Cor 5:17). Ser un
hijo de Dios me asegura estar con El cuando cierre mis ojos y deje este
mundo… pero en el medio está “el ahora y el mientras tanto” donde el Señor
quiere trabajar en nuestras vidas para que lo representemos bien en la tierra
siendo hijos e hijas que vivan una vida de santidad (Efe 4:24).
El fruto presente del cristiano debe ser la santidad. Esa clase de vida me
guía al fin precioso de morar con Cristo para siempre en su presencia. Quizás
tu vida cristiana presente sea mediocre y carece del poder para vivir en
santidad. Quizás ese pensamiento “del más allá” (el cielo) te está haciendo
perder lo que Dios espera de ti en “el más acá” (en la tierra).
Tú has sido diseñado en esta vida presente para dar fruto más que para
tener éxito. El éxito es momentáneo y pasajero, en cambio el fruto de
santidad de tu vida tiene un alcance eterno. ¿Tu vida está dando actualmente
el fruto de la santidad? ¡Para eso has sido llamado!
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Distinción entre la justificación y la santificación
No las confundas, pero tampoco las separes
Puntos concordantes
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Puntos en que difieren
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Presentamos estas distinciones a la atenta consideración de los lectores.
Estamos persuadidos de que gran parte de las tinieblas, confusión, e incluso
sufrimiento, de algunas personas muy sinceras se deben a que se confunde y
no se distingue la santificación de la justificación. Nunca se podrá enfatizar
demasiado el hecho de que son dos cosas distintas, aunque en realidad no
pueden separarse, y que el que participa de una ha de participar
ineludiblemente de la otra. Pero nunca, nunca, se las debe confundir, ni se
debe olvidar la distinción que existe entre las dos.
DE LA SANTIFICACIÓN AJENA
Existe hoy en día una confusión grandísima en casi todos los aspectos
doctrinales del cristianismo. Todo es debido a la ignorancia en que parece
deleitarse el pueblo cristiano. De hecho, el conocimiento de la verdad nos
humilla totalmente, mientras que, bajo la lobreguez de la ignorancia,
podemos imaginar un Cristo que nos engrandece al lado de Dios. Hemos
puesto en olvido los grandes dogmas de la Reforma protestante que se
cristalizan en los credos del siglo XVI y XVII: confesión de Augsburgo, de
Dort, de Westminster etc… Uno de los puntos claves trata de la ruina total del
hombre natural. En estos días de humanismo y ecumenismo hemos olvidado
de dónde venimos: del fango; y a dónde vamos: a la gloria; y por quién
alcanzamos la meta: Dios. Queremos, por esta razón, tratar este pequeño
estudio del proceso de santificación.
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La mayoría está empeñada en imitar a Jesús, o, por lo menos, a los apóstoles,
o a los santos que encontramos en la Biblia. No cabe duda que, en todos los
casos, la imitación es tan mala que, al final del intento, hallamos una réplica
exacta de Judas Iscariote, de Pilato, o de un fariseo empedernido en sus
ceremonias. En el mejor de los casos, si el imitador es de corazón honesto,
encontraremos una persona desesperada por sí misma, y quizá más cerca del
camino.
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Esta regla, para comprender correctamente la Escritura, con base en un
sencillísimo análisis gramatical, la expuso con gran claridad Martín Lutero
en su obra magistral “El siervo albedrío” (¡no publicado en español, me
parece!). esta obra trata principalmente de la imposibilidad de alcanzar la
salvación por esfuerzos o méritos humanos. Habla de la esclavitud de la
voluntad o de la “noluntad” (inexistencia de la voluntad para el bien).
El apóstol Pablo confiesa: “yo sé que en mí no mora el bien” (ver Rom 7).Y
esto no lo sabía antes de ser salvo, sino después; porque antes de ser salvo
uno se cree bueno; y solo después de ser salvo, y de crecer en el conocimiento
de Dios, uno se sabe malo. Se necesita un cierto crecimiento para llegar al
conocimiento de la maldad de sí mismo y de la bondad de Dios. Se necesitan
años, por lo general, con experiencias personales y enseñanzas provistas por
los maestros de la Reforma.
Duele advertir que a las iglesias no vamos a recibir comida sólida; enseñanza
de un nivel que supere los rudimentos de la fe cristiana…Por ello crean el
ministerio del Instituto De Estudios Bíblicos, y con costo a cargo de quien
desee alcanzar crecimiento. O se deberá buscar fuera de la congregación,
pero “sin dejar de congregaros como algunos tienen por costumbre” …
Porque a la gran masa de “creyentes” se les brindará el mensaje
motivacional, como si de fuerzas de ventas se tratara. Pero volvamos a
nuestras ovejas descarriadas que imaginan que pueden acatar
mandamientos como: amar a su prójimo como a sí mismo, o ser santos; (ya
que la santificación es el tema de hoy). Ellos no han comprendido que “Dios
llama las cosas que no son como si fueran”. Es decir, no han entendido que
todavía somos nosotros, los cristianos en la tierra, unos miserables
pecadores que Dios considera justos por los méritos de su Hijo amado
Jesucristo. No han evaluado correctamente los estragos del pecado que
mora en nosotros y que morará hasta la muerte física. No saben que un
santo en la tierra no es un santo en el cielo.
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En la tierra somos pecadores redimidos, en el cielo seremos como Él es,
pero la diferencia entre los dos estados es abismal. Para llegar al resultado
final basados en nuestros esfuerzos, buenas intenciones, buenas obras,
nuestra persona entera, con toda su dedicación, es tan inútil como una
aspirina para curar un cáncer en su fase final. Solo Dios puede hacer lo
imposible. Nosotros solo podemos pecar y morir. Pero en un santo, Dios
opera los milagros de santificar y salvar.
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El capítulo 9 de Romanos tendría que ser memorizado por todos los
cristianos. Somos vasos de barro, pero vasos de misericordia. No hay libre
albedrío en la salvación ni tampoco en la santificación. El hombre espiritual
tiene el privilegio de observar la obra del Espíritu Santo en su vida, y la
sabiduría celestial de no mover un dedo sin la guía del Espíritu Santo. Dice la
Escritura: “Fiel es El que llama, El cual también lo hará”. Así que tenemos
que aprender a no hacer nada para que Él haga su obra en nosotros. Hay que
renunciar a nuestras obras de santificación y considerarlas como trapos de
inmundicia antes de poder avanzar en el Camino. Si no hacemos nada por
nuestra cuenta propia, Él hará como lo ha prometido.
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En el capítulo 6 de Hebreos, versos 1 al 8 se nos describe a tales personas
que han sido santificadas de forma momentánea. Han tenido una posición de
santos, y tenían que ser considerados así por la iglesia. (Porque solo Dios
conoce a sus elegidos). Estaban en el atrio y ¡hasta entraron en el templo un
momento, hasta han recibido la santificación injertada, pero el injerto fue
rechazado, no pudo dar su fruto: v 4 y 5! Esta clase de santificación no es
como la auto santificación porque viene de Dios, pero no hay salvación pues
no transforma definitivamente la conciencia de los que la reciben. Pone a
estas personas en una posición privilegiada; pues participan de los
beneficios que Dios concede a sus hijos en este mundo. Y los pone también en
una posición peligrosísima; recibirán condenación doble por ser apóstatas si
se quedan en esta clase de santificación y no llegan a la santificación divina,
ajena e injertada con éxito. Bueno es recordar a menudo que la verdadera
santificación del Espíritu Santo es siempre posterior, en su obra
transformadora, a la salvación, mientras que esta santificación de tipo
posicional es anterior a la salvación (si es que la persona forma parte de los
escogidos). Una gran parte de las iglesias está formada por esos cristianos
nominales.
1 Corintios 7: 13-14
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
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Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir
con ella, no lo abandone.
14
Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer
incrédula en el marido; porque de otra manera los hijos son inmundos,
mientras que son hijos santos.
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Comentario Biblia de Estudio MacArthur
LA SANTIFICACIÓN DIVINA
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Por ejemplo, cuando dice la Escritura que Dios se arrepintió de haber hecho
hombre en la tierra (Gen 6:6) sabemos que es una forma usual de hablar, no
es una verdad absoluta porque Dios jamás comete errores para que se
arrepienta. Así es en cualquier verso que pueda parecer indicar una
participación del hombre en su santificación. Es un modismo, una forma de
hablar.
Veamos Juan 17:19 “yo me santifico a mí mismo, para que también ellos
sean santificados en la verdad”. En este versículo tenemos el verbo santificar
en dos formas: “me santifico” que es pronominal indicativa (una forma
activa) y “sean santificados, una forma pasiva.
Jesús es Dios, por ello mismo se santifica, y los demás son hombres y reciben
la santificación. Hay muchos versos en forma pasiva: “ya habéis sido
santificados” 1 Cor 6 :11 “…y los que son santificados” Heb. 2:11 “somos
santificados” Heb 10:10, para describir la imputación y atribución de la
santidad al hombre. Y cuando el verbo está en una forma activa es Dios el
sujeto del verbo.
Esta santidad ajena que se nos atribuye la vemos descrita en el salmo 51, en
el que David pide a Dios que actúe para santificarle. Le dice “purifícame” (v
7) no dice me purificaré, “lávame”, “crea en mi oh Dios, un corazón limpio
y renueva un espíritu recto dentro de mí” v 10 “espíritu noble me sustente”.
Ahí, David, el ungido de Dios, confiesa que no tiene un espíritu recto y noble,
sino que lo necesita. Se ha dado cuenta que su espíritu sin la gracia es
rebelde, vendido al pecado. Sigue diciendo: “abre mis labios y publicará mi
boca tu alabanza” v 15.
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Ahí vemos verbos indicativos que muestran la acción de Dios sobre el santo,
los otros verbos al indicativo futuro no son acciones de David para
santificarse: “entonces enseñaré... cantará mi lengua tu justicia... publicará
mi boca tu alabanza”. Son reacciones espontáneas a la santidad injertada en
el hombre interior (espíritu y alma). David no pretende santificarse, al
contrario, en los v 2, 3, 4, 5 reconoce que le era impuesto por su naturaleza
pecaminosa revolcarse en el lodazal del pecado. Para que la Palabra y el
juicio de Dios contraste con su estado natural, para que el santo varón sepa
que la santidad no es suya, ni los frutos de la santificación: Alabanza,
conocimiento, gozo, alegría etc… Lo que es nuestro es la perversidad, la
rebelión, la egolatría y todos los pecados. Muchos echan la culpa a Satanás.
Pero él con su propia culpa tiene suficientes cargos para estar en el centro
del lago de fuego por la eternidad. La culpa la tenemos nosotros, porque
sabemos del bien y del mal, y hacemos el mal sin ser forzados sino en contra
de nuestra propia conciencia. ¿Dirá el ladrón al juez: “no me puedes
castigar pues he nacido ladrón”? Sería insensato; la justicia reclama el
castigo para el ladrón. Igualmente, no vamos a dejar nuestra casa invadida
por ratas y cucarachas porque no tienen la culpa, pues han nacido así.
También tienen ojos, corazón, miembros como nosotros. Pero la limpieza de
nuestra casa exige la exterminación de esta plaga “inocente”. ¡Y bien locos
(como los hindúes) si no matamos esas plagas!
Así que nosotros somos barro y el que nos moldea a través de la salvación y
de la santificación es Dios, para que seamos vasos de honra. Pero:
“reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo y no nosotros a nosotros
mismos”: Sal 100:3.
Ahora que queda claro que Dios es el único en santificar, y que el hombre
no hace nada, sino recibir este don de la santificación, tenemos que ver
cómo Dios nos santifica. Aunque hay una similitud entre salvación y
santificación en cuanto a que ambas son atribuidas, regaladas, imputadas,
existe una gran diferencia en la modalidad. La salvación es instantánea, es
un regalo de Dios que El pagó en el momento de su muerte en la cruz, y que
recibimos en el momento en que creemos. Por el contrario, la santificación es
un proceso que empieza después de la salvación (estoy hablando de la
santificación por el Espíritu Santo) y dura todo el resto de la vida terrenal.
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La salvación es obra de Dios Hijo, la santificación basada en la salvación es
obra de Dios Espíritu Santo. El Paracleto (E.S.) usa únicamente la Palabra
de Dios para lograr su meta en nosotros: “santifícalos en tu verdad: tu
palabra es verdad” (Jn. 17: 17). Este es el método de Dios, el Consolador,
para santificarnos. Las oraciones, los ayunos, los cultos, las buenas obras no
nos santifican para nada, lo único que nos santifica es la verdad y la verdad
es la Palabra de Dios, la Biblia. Jesús dijo. “El Espíritu es el que da vida; la
carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y
son vida” (Jn 6:63).
Las palabras que Dios nos dirige en las Escrituras nos santifican, si las
recibimos y producen entonces ciertamente fe, oraciones, buenas obras,
cultos y excepcionalmente ayunos. Pero estas cosas, excepto la fe, no
santifican para nada; son el producto de la santificación. ¡Cuántos
entienden esto al revés!, y su vida espiritual es un fracaso total y sus
actividades religiosas un producto de la carne que huele a fariseo. Por ello
mismo Dios nos insta a que “la Palabra de Cristo more en abundancia en
vosotros enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor” (Col 3:16).
El Espíritu es “El que produce en nosotros así el querer como el hacer por
su buena voluntad” (Fil 2:13), dice la Biblia. Así que, Dios mismo nos hace
querer estudiar y memorizar su Palabra. Por la gracia de Dios soy “adicto”
a la Palabra de Dios. Ha llegado a ser mi droga cotidiana. Necesito mi dosis
de Palabra para vivir, si no leo, si no repaso los versículos que he
memorizado, me siento mal, incómodo, inquieto, cargado con un malestar
interior. Siento hambre espiritual, y solo me sacia la Biblia. Puedo pasar de ir
a cultos, de ayunar, de vigilias, de otras muchas buenas obras durante todo el
resto de mi vida. Esto me afectaría poco en verdad. Pero, como decía Martín
Lutero: “la Palabra de Dios es Dios mismo”, y sin ella no puedo vivir.
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¡Estoy enganchado! Y no es mi voluntad propia; como cualquier drogadicto,
no puedo vivir sin mi dosis, estoy controlado por mi adicción, ¡aleluya!.
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Después pienso ¿por qué he querido tomar la cerveza? Y me doy cuenta de
que el ácido del limón en este momento no me agradó, el azúcar de la gaseosa
no iba a saciar mi pequeña sed, y la botella de agua era demasiado líquido
para esta pequeña sed. Se podría añadir muchos factores más; objetivos y
subjetivos. Se podría aun analizar el estado biológico de mi organismo
(azúcar en la sangre, acidez en el estómago, carencia de tal mineral, etc.)
para determinar cuál era la bebida idónea para aquel preciso momento. Pero
yo al abrir la nevera no tengo todos los datos y escojo según un deseo, no
según un conocimiento total de mi estado y de los elementos propuestos. Solo
Dios tiene poder para discernir y evaluar correctamente toda situación
grande y pequeña, y escoger la mejor opción o solución.
Solo Dios tiene libre albedrío, porque solo Él tiene conocimiento total.
Nosotros actuamos por reacción a los deseos, no por conocimiento real.
Así que la verdad que pocos aceptarán es que no tenemos voluntad propia. No
hay libre albedrío antes de la salvación, enseñó Lutero en su obra, “de siervo
albedrío”, sin extender su análisis más allá, por ser una respuesta a Erasmo
sobre la aceptación del evangelio por el hombre natural. No obstante, seguiré
su pensamiento y me atreveré a ir más allá del tema de la salvación y a
afirmar que después de la salvación tampoco hay libre albedrío. Tenemos
aparentemente una voluntad propia, así como aparentemente el sol cada
mañana sale de su tálamo. Pero es un modismo, es una forma de hablar.
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Pero qué inmenso privilegio, qué maravilloso, poder ver al Alfarero
trabajando, moldeando los vasos que somos. Porque esto solo lo ven los
vasos de honra preparados para gloria. Esto es el privilegio y forma parte del
gozo exclusivo de los escogidos. Lastimosamente muy pocos elegidos han
alcanzado esta visión del Alfarero divino. Les ofende ser vasos, quieren ser
más que hechuras, que criaturas; anhelan el ser en su esencia. Pareciera que
envidian secretamente a Dios, al Yo soy. Como Satanás quiere hacerse pasar
por Dios, igualmente muchos no pueden rechazar este pecado de orgullo, que
es el pecado original. No se resignan a ser vasos de barro, quieren trabajar
al lado del Alfarero en su transformación. Y esto es debido a la ignorancia
(falta de conocimiento).
Esta parte hay que saturarla para poder pensar y hablar conforme a la
Palabra de Dios. No podemos renovar vuestra mente si nuestra memoria no
ha almacenado suficiente Palabra de Dios. ¡Tenemos que empapar la
memoria de esta bendita agua de vida!
Cuantas horas pasamos tragando basura por los oídos y por los ojos mirando
la imagen de la bestia: la televisión, la Internet, el cine. Pero la renovación
del espíritu de nuestra mente, es decir, nuestra santificación, se opera por
medio de la Palabra de Dios, por la Escritura. Hoy en día reina la auto
santificación y no se enseña la santificación verdadera que es únicamente
por las Escrituras. “Sola Scriptura” es una columna principal de la Iglesia
protestante verdadera. Porque Dios y su Palabra son uno. Por lo tanto, ha de
ser la autoridad suprema en la congregación y en el cristiano.
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El pastor, los ancianos, son autoridades delegadas que son temporales pero
la Palabra de Dios es Dios mismo, y no puede perder ni su autoridad, ni su
poder y eficacia. En el caso de que no nos sometamos a Ella, somos nosotros
los que nos perdemos, Ella no pierde nada, sigue siendo Dios por la
eternidad. La Palabra de Dios nos santifica cuando es aplicada por el
Espíritu Santo mismo.
Pero, tal como la vela empuja el barco cuando sopla el viento, así como
nosotros, la vela sin el viento, que es el Espíritu Santo, no sirve para nada. Y
tampoco sirve, aunque haya viento, si no está colocada en la posición
correcta; al contrario, puede ser peligroso, se puede voltear la embarcación
si la vela está en una posición errada. La buena posición que necesita la
vela, la da la Palabra de Dios, la Biblia, correctamente interpretada.
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Efesios 4:23 dice “y renovaos en el espíritu de vuestra mente”, Romanos
12:2 dice también “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por
medio de la renovación de vuestro entendimiento, …. Esto también nos
revela la importancia de la mente en el proceso de santificación. El espíritu
del creyente ha sido vivificado en el nuevo nacimiento mediante la Palabra:
“El de su voluntad nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago
1:18).
El espíritu del hombre es la morada del Espíritu Santo, pero ésta se amplía,
se restaura, se perfecciona por medio del trabajo de asimilación de la
Palabra de Dios hecho en la mente.
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Por lo cual bien se puede entender esta expresión “espíritu de vuestra
mente” como que lo que moldea, nuestro espíritu es nuestra mente. Y la
forma en que lo moldea depende de lo que absorbe, asimila esta mente. Y el
único alimento que le conviene es la pura Palabra de Dios y sus derivados
que son comentarios, estudios y análisis de esta misma Palabra por los
maestros que Dios ha instituido.
Por ende, uno puede ser santo sin usar mucho su entendimiento, porque el
asunto es esencialmente espiritual y no mental. Pero, para ser útil al Señor,
y crecer en su conocimiento, la mente es el órgano esencial. “porque los
que son de la carne piensan en las cosas de la carne y los que son del
Espíritu, en las cosas del Espíritu”, Rom 8:5. Tal como las obras no salvan
de ninguna manera, pero son la señal más segura de esta salvación sin obras,
así es el pensamiento que mantenemos (es decir, el espíritu de nuestra mente);
es un testimonio del Espíritu Santo a nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios si este pensamiento se halla en Jesucristo.
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El pensamiento cristo- céntrico confirma nuestra salvación y adelanta
nuestro proceso de santificación. Sin embargo, este pensamiento no es mío
originalmente, me ha sido dado por el Espíritu Santo que iluminó mi
espíritu, (mi conciencia, intuición, voluntad espontánea), el cual, a su vez,
despertó el pensamiento en Jesucristo y allí empieza la salvación y el
proceso de santificación.
Ahora bien, ¿Qué significa ser llenos del Espíritu? ¿Cuáles son las
realidades manifiestas que marcan la vida cristiana llena del Espíritu
Santo? ¿Qué es andar en el Espíritu? ¿Qué es ser semejantes a la imagen de
Cristo? ¿En qué consiste la obra santificadora del Espíritu Santo?.
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A continuación, consideraremos las respuestas a estas preguntas analizando
la obra del Espíritu Santo en la santificación de sus santos al conformarlos a
la imagen del Salvador. Veamos:
El pasaje específico del Nuevo Testimonio sobre la llenura del Espíritu es Efe
5:18 No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed
llenos del Espíritu.
Antes bien, sed llenos del Espíritu. Véase Hch 2:4; 4:8, 31; 6:3. La
verdadera comunión con Dios no se induce por la embriaguez, sino por el
Espíritu Santo. Pablo no está hablando de la morada del Espíritu Santo (Rom
8:9) o del bautismo por Cristo con el Espíritu Santo (1 Cor 12:13; Gál 3:27),
porque todo cristiano es habitado y bautizado por el Espíritu en el momento
de la salvación. El apóstol presente más bien un mandato para que los
creyentes vivan todo el tiempo bajo la influencia del Espíritu al permitir que
la Palabra de Dios los controle (Col 3:16) y al llevar una vida pura, confesar
todos sus pecados, morir a sí mismos, rendirse a la voluntad de Dios, y
depender de su poder en todas las cosas.
Ser llenos del Espíritu significa vivir en la presencia consciente del Señor
Jesucristo, y permitir que su mente, por medio de la Palabra, domine todo lo
que se piensa y se hace. Ser llenos del Espíritu es lo mismo que andar en el
Espíritu (Gál 5:16-23). Cristo ejemplificó a perfección esta manera de vivir
(Luc 4:1).
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Cabe resaltar que la orden “sean llenos” está en tiempo presente, lo que
indica que debe ser una experiencia continua en la vida de todo cristiano.
Como ya hemos visto, todos los creyentes son bautizados por el Espíritu (1
Cor 12:13; Gál 3:27), que viene a morar en ellos (Rom 8:9), y, por medio del
cual son sellados (Efe 1:13) en el momento de la salvación. Los creyentes han
sido bautizados en el cuerpo de Cristo por medio del Espíritu, como dice
claramente Pablo en 1 Cor 12:13. No hay una segunda obra de gracia. No
hay una experiencia adicional. Estas realidades se producen una sola vez. No
obstante, si los creyentes deben crecer en la semejanza de Cristo, deben ser
llenados de continuo con el Espíritu Santo, lo que permite que su poder
impregne sus vidas para que todo lo que piensen, digan y hagan, refleje su
divina presencia.
El apóstol Pablo fue lleno del Espíritu en Hechos 9:17, poco después de su
conversión; y otra vez en Hechos 13:9, cuando se enfrentó con valentía al
falso profeta Elimas. Una vez que fueron llenos del Espíritu Santo, los
apóstoles y sus colegas quedaron facultados para edificar a los creyentes en
la iglesia (Hch 11:22-24) y proclamar sin temor el evangelio, incluso en
medio de la severa persecución del mundo (Hch 13:52).
El tema del apóstol Pablo es que los que están llenos del Espíritu buscan
agradar a Dios mediante la aplicación de la santidad práctica (2 Cor 3:18; 2
Pdr 3:18). Aquellos cuya conducta se caracteriza por las obras de la carne
(Gál 5:19-21) no están llenos del Espíritu.
Después de ordenar a los creyentes que sean llenos del Espíritu en Efe 5:18,
Pablo continúa en los siguientes versículos dando ejemplos concretos de lo
que esto significa. Los que están llenos del Espíritu se caracterizan por cantos
de júbilo en adoración (5:19), corazones llenos de acción de gracias (5:20) y
la sumisión de unos a otros (5:21). Si están casados, su matrimonio honra a
Dios (5:22-23). Si tiene hijos, su crianza se desarrolla con paciencia en el
evangelio (6:1-4). Si trabajan para un amo terrenal, trabajan duro para
honrar al Señor (6:5-8). Si tiene personas que trabajan para ellos, tratan a
sus subordinados con benevolencia y justicia (6:9). Esto es lo que un cristiano
lleno del Espíritu Santo manifiesta. Su influencia en nuestras vidas nos hace
relacionarnos rectamente con Dios y los demás.
De modo que ser lleno del Espíritu es entregar nuestro corazón a la autoridad
de Cristo, permitiendo que su Palabra domine nuestras actitudes y acciones.
Sus pensamientos se convierten en el objeto de nuestra intercesión, sus
normas se convierten en nuestra búsqueda más excelsa, y su voluntad se
convierte en nuestro mayor deseo. Cuando nos sometemos a la verdad de
Dios, el Espíritu nos lleva a vivir de una manera que honra al Señor.
Siempre que las epístolas del Nuevo Testamento hablan de los dones
espirituales, el énfasis está en mostrarse amor los unos a los otros, nunca en
la gratificación propia o la autopromoción (Rom 12, 1 Cor 13). Como Pablo
dijo a los corintios de manera precisa: “A cada uno le es dada la
manifestación del Espíritu para provecho de los demás” (1 Cor 12:7). A
pesar de que la señal de los dones espectaculares no continuó más allá de la
época fundacional de la iglesia, los creyentes hoy están siendo dotados por el
Espíritu Santo con el propósito de edificar el cuerpo de Cristo mediante los
dones de la enseñanza, el liderazgo, la administración, y otros. Al ministrar a
los demás, utilizando sus dones para edificar a la iglesia mediante el poder
del Espíritu, los creyentes se convierten en una influencia santificadora en la
vida de sus hermanos en Cristo (Efe 4:11-13; Hbr 10: 24-25).
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Andar En El Espíritu
Los creyentes deben andar en novedad de vida (Rom 6: 3-5), en pureza (Rom
13:13), en contentamiento (1 Cor 7:17), en fe (2 Cor 5:7), en las buenas obras
(Efe 2:10), como es digno del Evangelio (Efe 4:1), en amor (Efe 5:2), en luz
(Efe 5: 8-9), en sabiduría (Efe 5: 15-16), de manera semejante a Cristo (1 Jn
2:6) y en verdad (3Jn 1: 3-4).
Debido a que el poder del pecado ha sido roto para los creyentes, ellos tienen
la capacidad de cumplir con la Ley de Dios mediante el poder del Espíritu
Santo. Los que andan según el Espíritu son capaces de hacer las cosas que
agradan a Dios. El irredento, aquél que aún no ha venido a Cristo, está
enemistado con Dios, y dominado por las obras de la carne (Rom 8: 5-9).
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El Señor se deleita en la excelencia moral y espiritual de los que le pertenecen
(Tito 2:14). Como dijo Pablo a los efesios: “Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de
antemano para que anduviésemos en ellas”. Pedro reiteró esta verdad
también: 1Pdr 1: 15 “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: Sed santos,
porque yo soy santo”.
Después de haber sido regenerados por la gracia aparte de las obras, los
creyentes procuran seguir a Cristo (1 Tes 1: 6), y el Espíritu Santo les permite
precisamente hacerlo. Por lo tanto, es la profunda alegría de ellos que,
mediante el poder del Espíritu, “renunciando a la impiedad y a los deseos
mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tit 2:12).
Por supuesto que esto no significa que los cristianos ya no lucharán más
contra el pecado y la tentación. Aunque hemos sido hechos nuevas criaturas
en Cristo (2 Cor 5:17), todos los creyentes todavía batallamos contra la carne
pecadora, esa parte aún no redimida de nuestra humanidad caída que nos
tienta a pecar.
Por el contrario, si los creyentes precisan obtener la victoria sobre los deseos
de su carne, y crecer en santidad, deben actuar en el poder del Espíritu Santo.
Resulta imperativo vestirse “de toda la Armadura de Dios” (Efe 6:11),
incluyendo la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (v. 17), con el
fin de defenderse de los fieros ataques del maligno y mortificar la carne.
Como explica Pablo en Romanos 8: 13-14: “Si por el Espíritu hacéis morir
las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.
28
Por otro lado, el poder individual del creyente para el crecimiento espiritual
está en la obra santificadora del Espíritu Santo, mientras él hace crecer y
fortalece a su pueblo mediante la leche pura de la Palabra (1 Pdr 2: 1-3; Efe
3: 16). Aunque la vida cristiana requiere disciplina espiritual personal (1 Tim
4:7), es vital recordar que no podemos santificarnos a través de nuestros
propios esfuerzos (Gál 3:3; Fil 2: 12-13). Fue el Espíritu Santo quien nos
apartó del pecado en el momento de la salvación (2 Tes 2: 13). Y a medida
que nos sometemos a su influencia cada día, nos da poder para lograr nuestra
victoria sobre la carne.
Si queremos saber cómo es una vida llena del Espíritu, no necesitamos mirar
más allá de Nuestro Señor Jesucristo. Él se destaca como el principal ejemplo
de alguien que actuó plena y perfectamente bajo el control del Espíritu Santo.
Durante el ministerio terrenal de Jesús, el Espíritu Santo fue su inseparable
compañero. En su encarnación, el Hijo de Dios se despojó voluntariamente,
poniendo a un lado el uso independiente de sus atributos divinos (Fil 2: 7-8).
Él se hizo carne y se sometió por completo a la voluntad de Su Padre y al
poder del Espíritu Santo (Jn 4: 34). Como les dijo a los líderes religiosos en
Mateo 12:28: “Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios”. Sin
embargo, ellos negaron la verdadera fuente de su poder, insistiendo en que,
en realidad, era Satanás el que estaba obrando por medio de Él.
En todo momento, la vida de Nuestro Señor estuvo bajo el poder del Espíritu
Santo. Jesucristo fue perfectamente lleno del Espíritu Santo, actuando
siempre bajo el control total del Espíritu. Su vida de absoluta obediencia y
perfecta conformidad a la voluntad del Padre es un testimonio del hecho de
que nunca hubo un tiempo en que no anduviera por el Espíritu. Por lo tanto,
el Señor Jesús es el prototipo perfecto de lo que significa vivir una vida llena
del Espíritu: en plena obediencia y en completa conformidad a la voluntad de
Dios.
2 Corintios 3:18
30
Aun cuando como creyentes somos expuestos a la gloria de Cristo según se
revela en su Palabra-reflejando su vida perfecta de obediencia y descansando
en su sacrificio perfecto por el pecado-el Espíritu nos transforma cada vez
más a la imagen de nuestro Salvador.
Romanos 8:28-29
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Más que vencedores
28
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,
esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
29
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos.
31
El propósito de todo esto es hacernos semejantes a la imagen de Jesucristo.
Esta semejanza solo se realizará plenamente en la vida venidera (Fil 3: 21; 1
Jn 3: 2). Sin embargo, en este lado del cielo, el Espíritu nos ayuda a crecer en
la semejanza de Cristo, llegando a ser más y más como el Señor al que
amamos (Gál 4: 19).
Por lo tanto, para los que se preguntan si están en realidad llenos del Espíritu
Santo, la pregunta no es: ¿He tenido una experiencia de éxtasis?, sino:
¿Estoy volviéndome cada vez más como Cristo?
En todo esto, el propósito de Dios es hacer que los creyentes sean como su
Hijo, a fin de crear una gran multitud de la humanidad redimida y glorificada
sobre la cual el Señor Jesucristo reinará con preeminencia eterna.
Apocalipsis 5:12-13
En el Nuevo Testamento queda claro que ser un cristiano “lleno del Espíritu”
no tiene nada que ver con hablar galimatías sin sentido, caer al suelo en un
trance hipnótico, o cualquier otro encuentro místico de supuesto poder
extático. Más bien, se relaciona con la sumisión de nuestro corazón y mente a
la Palabra de Cristo, andando en el Espíritu, y no en la carne, creciendo día a
día en amor y afecto por el Señor Jesús en el servicio de todo su cuerpo, que
es la iglesia.
32
En verdad, la vida cristiana en toda su plenitud es una vida que desea ser
vivida en el poder del Espíritu Santo. Él debe ser la influencia dominante en
nuestro corazón y vida. Sólo Él nos capacita para vivir victoriosamente sobre
el pecado, satisfacer las justas demandas de Su Voluntad, y agradar a nuestro
Padre celestial.
Es el Espíritu Santo el que nos lleva a una mayor intimidad con Dios. Él
ilumina las Escrituras, glorifica a Cristo en nosotros, y para nosotros, nos
guía a la voluntad de Dios, nos fortalece, y también nos ministra por medio de
otros creyentes.
“Lo que viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante de nosotros
(….). La adoración es pura o fundada cuando el adorador recrea pensamientos elevados
o no de Dios. Por esta razón, la cuestión más grave ante la iglesia es siempre Dios
mismo, y el hecho más portentoso acerca de cualquier hombre no es lo que en un
momento dado pueda decir o hacer, sino lo que en la profundidad de su corazón concibe
que es Dios. Tendemos, por una ley secreta del alma, a avanzar hacia nuestra imagen
mental de Dios.
33
Esto es cierto no solo para el creyente cristiano individual, sino para la comunidad de
cristianos que compone la iglesia. Siempre lo más revelador acerca de la iglesia es su
idea de Dios”
Conocemos que la principal obra del Espíritu Santo es guiar a las personas a
Jesucristo (Jn 15: 26; 16: 14), trayendo a los pecadores a un conocimiento
verdadero del Salvador por medio del Evangelio, y conformándolos mediante
las Escrituras a la gloriosa imagen del Hijo de Dios (2 Cor 3: 17-18). Por lo
tanto, el enfoque de su ministerio es el Señor Jesús, y los que son guiados por
el Espíritu, y llenos de Él, se centrarán igualmente en Cristo. Sin embargo,
esto no significa que debamos ignorar lo que las Escrituras nos enseñan
acerca del Espíritu, o permanecer de brazos cruzados mientras su santo
nombre es manchado por los estafadores espirituales. Representarlo mal
significa denigrar a Dios.
Es hora, ahora, que los que aman al Espíritu Santo asuman una valiente
posición, y enfrenten cualquier error que descaradamente deshonra y
blasfema al Espíritu Santo.
34
El espíritu De Dios nos dice:
1 Timoteo 4:1, 6
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Predicción de la apostasía
1 Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de
demonios;
Un buen ministro de Jesucristo
6
Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido
con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido.
1 Timoteo 6:10-12
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
10
porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando
algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.
La buena batalla de la fe
11
Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.
12
Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual
asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de
muchos testigos.
2 Timoteo 3:15
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
15
y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te
pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.
Tito 1:13
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
13
Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que
sean sanos en la fe,
Hebreos 6:12
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
12
a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la
fe y la paciencia heredan las promesas.
35
El Espíritu Santo es igual en esencia, majestad y poder tanto al Padre, como
al Hijo. No obstante, la corriente principal del movimiento carismático se
burla de su verdadera naturaleza, como si no hubiera consecuencias para
semejante blasfemia. Tristemente muchos dentro del evangelicalismo han
observado en silencia tal profanación. Si Dios el Padre, o Dios el Hijo fueran
objeto de la burla d esta manera, los evangélicos cristianos seguramente
protestarían. ¿Por qué debemos estar menos apasionados por la gloria y el
honor del Espíritu Santo?
Parece ser que gran parte del problema es que la iglesia moderna ha perdido
de vista la divina majestad del Espíritu Santo. Mientras los carismáticos lo
tratan como una fuerza impersonal de energía extática, los evangélicos
cristianos, por lo general, lo han reducido a la caricatura de una pacífica
paloma, a menudo representada en las portadas de la Biblia y las
calcomanías para los parachoques de sus autos. Como si el Espíritu del
Todopoderoso fuera un ave blanca, inofensiva, aleteando en silencio en la
brisa. Cualquiera que piense de esta manera tiene que arrepentirse y volver a
leer, estudiar, la Biblia.
Jueces 15: 14-15 relata que fue el Espíritu del Señor quien vino sobre Sansón
cuando éste mató a mil filisteos con la quijada de un burro.
Isaías 63: 10 nos muestra las graves consecuencias del enojo del Espíritu
Santo, hablando de los hijos de Israel:
Isaías 63:10
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
10
Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su santo espíritu; por lo cual se
les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos.
36
No podría ser más claro: tratar al Espíritu Santo de manera irreverente es
hacerse enemigo de Dios. ¿Realmente creen las personas que pueden
menospreciar al Espíritu Santo y salirse con la suya?
El Espíritu Santo es el poder de Dios en una persona divina que actúa desde
la creación hasta la consumación, y en todo el período intermedio (Gén 1:2;
Apo 22: 17).
37
La misma fuente de poder explosivo que hizo al mundo existir de la nada está
hoy en acción en los corazones y las vidas de los redimidos.
Las personas que quieren ver milagros hoy deben dejar de seguir a los falsos
sanadores, y comenzar a participar en el evangelismo bíblico. Ver a un
pecador volverse a Cristo, y confiar en Él para la salvación, es ser testigo de
un real milagro de Dios.
38
Por último, la recepción del cuerpo resucitado del creyente ocurre en el rapto
de la iglesia. En cada uno de estos aspectos de la salvación, el Espíritu Santo
es quien hace la obra.
El Señor continuó explicando la vital obra que el Espíritu Santo haría: darle
poder a la proclamación del Evangelio de los apóstoles cuando salieran a
predicar la verdad de la salvación a un mundo hostil. El Espíritu iría delante
de ellos, impulsando la predicación en los corazones de los que escucharan, y
creyeran su mensaje. El Señor lo explicó de esta manera: “Y cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado
por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no meréis
más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”
(Jn 16: 8-11).
39
La obra de convicción del Espíritu Santo no consiste en hacer que los
pecadores impenitentes se sientan mal, sino en pronunciar un veredicto legal
en contra de ellos. Incluye una acusación completa de los delitos de un
corazón endurecido, con pruebas irrefutables y una sentencia de muerte.
40
Como el escritor de Hebreos explica, la persona que pisotea la sangre de
Jesús al hacer caso omiso de la oferta de la gracia del Evangelio “afrenta al
Espíritu de gracia” y le aguarda un severo castigo (Hbr 10: 29). Por lo tanto,
“Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (Hbr 10: 31). Advertir a los
incrédulos sobre la realidad del juicio futuro es a la vez una obra
atemorizante y clemente del Espíritu, alertándolos de las graves
consecuencias que les esperan a todos los que no se arrepientan.
Tal como las palabras de Jesús lo demuestran, era esencial que los discípulos
comprendieran el ministerio del Espíritu Santo. ¿Por qué? Debido a que se
les había encargado alcanzar a los pecadores con un mensaje que el mundo
rechazaría con violencia (Jn 15: 18-25), los apóstoles tenían que saber que el
Espíritu Santo los acompañaría en su predicación con su poder. Aunque se
enfrentaban a la incredulidad de los pecadores, exaltaban la justicia de
Cristo, y advertían acerca del juicio de Dios, el Espíritu Santo convencería
los corazones de los que escuchara, y convertiría a los elegidos.
Dos mil años más tarde, nuestro mensaje al mundo perdido debe reflejar esos
mismos temas, con énfasis en la muerte espiritual, la verdadera justicia, y el
juicio divino. Es cierto que predicar sobre la depravación humana, la
santidad de Dios, y el castigo eterno, no es muy popular, especialmente en
una sociedad postmoderna que alaba la tolerancia. No obstante, es el único
ministerio que recibe poder del Espíritu Santo. Él es el poder detrás de la
predicación del Evangelio (1 Pdr 1: 12), usando su Palabra para llamar a los
pecadores al Salvador y regenerarlos.
41
Arthur Pink lo expresa de esta manera en su obra titulada The Holy Spirit:
“Nadie será atraído nunca a la salvación en Cristo con la mera predicación
[…] primero el Espíritu tiene que obrar de manera sobrenatural a fin de
abrir el corazón del pecador para recibir el mensaje”. Al proclamar la
verdad de las Escrituras, el Espíritu de Dios la usa para penetrar los
corazones de los no redimidos, convenciéndolos de la verdad y
convirtiéndolos de hijos de la ira en hijos de Dios (Hbr 4: 12; 1 Jn 5: 6).
Tal como Pablo explica en Tito 3: 4-7: “Pero cuando se manifestó la bondad
de Dios Nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no
por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por Su
misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el
Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo
Nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser
herederos conforma a la esperanza de la vida eterna”.
En Juan 3, el Señor Jesús explicó este aspecto del ministerio del Espíritu
Santo al decirle a Nicodemo que, para ser salvo, el pecador tiene que nacer
de nuevo. Desconcertado por las implicaciones de esa verdad, Nicodemo le
pregunta: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso
entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (v:4). Jesús le
respondió con estas palabras: “De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que
es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento
sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu” (Vs 5-8).
42
Las palabras del Señor ponen de manifiesto que la obra de regeneración es
prerrogativa soberana del Espíritu Santo. En el plano físico, los bebés no se
conciben a sí mismos. Del mismo modo, en el ámbito espiritual, no es
iniciativa de los pecadores nacer de nuevo, ni tampoco pueden lograrlo por
ellos mismos. La regeneración es la obra completa del Espíritu Santo.
Juan 2:23-25
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Jesús conoce a todos los hombres
23
Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su
nombre, viendo las señales que hacía.
24
Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos,
25
y no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él
sabía lo que había en el hombre.
43
Juan 3: 1-21
No puede ver el reino de Dios. En contexto, esta es, ante todo, una referencia
a la participación en el reino milenario al final de los tiempos, algo que los
fariseos y otros judíos anticipaban con fervor. Puesto que los fariseos creían
en lo sobrenatural, resulta comprensible que esperaran con mucho anhelo la
venida de la resurrección profetizada de los santos y la institución del reino
mesiánico (Isa 11: 1-16; Dan 12: 2). Su problema era que estaban
convencidos que el simple hecho de poseer cierto linaje físico, y guardar una
serie de mandamientos religiosos externos, los calificaba para tener entrada
al reino sin la transformación espiritual que necesitaban, y que Jesús tanto les
recalcó (Jn 8: 33-39; Gál 6: 15). La venida del reino al final de los tiempos
puede describirse como la “regeneración” del mundo creado (Mat 19: 28),
pero, la regeneración del individuo se requiere antes del fin del mundo para
que sea posible la entrada al reino del Mesías.
44
La frase “nacer de nuevo” también puede traducirse como “nacer de arriba”,
y ambas ideas expresan la verdad de lo que Jesús decía. Para ser salvos, los
pecadores deben experimentar un nuevo comienzo de origen celestial, en el
que son transformados de forma radical por el Espíritu de Dios. Después de
todo, es Dios el que “según su propia misericordia nos hizo renacer para
una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pdr
1: 3).
Juan 3: 8 El viento sopla de donde quiere. Jesús quiso dar a entender que así
como el viento no puede ser controlado ni entendido por los seres humanos
aunque ellos puedan ser testigos de sus efectos, lo mismo sucede con el
Espíritu Santo. Él no puede ser controlado o entendido, pero la prueba de su
obra es evidente. Allí donde obra el Espíritu, existen evidencias innegables e
inequívocas.
45
Juan 3: 11-21 El enfoque de estos versículos se aparta de Nicodemo para
centrarse en el discurso de Jesús acerca del significado verdadero de la
salvación. La palabra clave es “creer”, y se conjuga siete veces en estos
versículos.
El nuevo nacimiento debe ser apropiado por un acto de fe. En tanto que los
vs: 1-10 están centrados en la iniciativa divina en la salvación, los vs: 11-21
recalcan la importancia de la reacción humana a la obra de Dios en
regeneración. La porción de los vs: 11-21 puede dividirse en tres partes: 1) el
problema de la incredulidad (vs: 11-12); 2) la respuesta a la incredulidad (vs:
13-17), y 3) los resultados de la incredulidad (vs: 18-21). Veamos:
vs: 13-17
V: 14 así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado (Jn 8: 28; 12:
32, 34; 18: 31-32). Esta es una velada predicción de la muerte de Jesús en la
cruz. Jesús se refirió a la historia de Núm 21: 5-9 en la que los Israelitas que
fijaron su mirada en la serpiente levantada por Moisés fueron sanados. El
punto de esta ilustración o analogía radica en el hecho de ser “levantado”.
Así como Moisés levantó la serpiente sobre el asta para que todos los que la
vieran pudieran preservar su vida física, quienes fijan su mirada en Cristo,
quien fue “levantado” en la cruz, vivirán tanto espiritual como eternamente.
46
V: 15 vida eterna. Esta es la primera de diez referencias a “vida eterna” en el
Evangelio de Juan, y este concepto aparece unas cincuenta veces en el NT.
Vida eterna no se refiere solo a cantidad eterna de tiempo, sino a cualidad
divina de vida. El significado literal es “vida del mundo venidero” y, por
ende, se refiere a la resurrección y la existencia celestial en gloria y santidad
perfectas.
Lucas 8:9-15
Los “misterios” son todas aquellas verdades que han sido escondidas a lo
largo de los tiempos y reveladas en el NT.
Luc 8: 10 para que viendo no vean. Esta es una cita de Isa 6: 9 que describe
el acto judicial de Dios por medio del cual ciega a los incrédulos.
Luc 8: 13 creen por algún tiempo. Esto es, con una fe nominal que no
conduce a la salvación. (Mat 13: 20). Algunas personas hacen un
compromiso emocional, superficial, de salvación con Cristo, pero este no es
real. Mantienen su interés hasta que hay un sacrificio que pagar, y entonces
abandonan a Cristo. (1 Jn 2: 19).
2 Tesalonicenses 2:1-15
48
9
inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales
y prodigios mentirosos,
10
y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no
recibieron el amor de la verdad para ser salvos.
11
Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira,
12
a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino
que se complacieron en la injusticia.
Escogidos para salvación
13
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en
la verdad,
14
a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de
nuestro Señor Jesucristo.
15
Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis
aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.
49
El aspecto de su venida que se considera aquí no es el arrebatamiento de la
Iglesia, sino la venida del Señor para juzgar el día en el que conquiste todas
las fuerzas de Satanás y establezca su reino milenario (Apo 19: 11-21).
9
inicuo. Realizará actos portentosos que usará como evidencia del poder
sobrenatural que posee. Todos los aspectos de su operación serán engañosos
y su estrategia será seducir al mundo para que lo adore y sea así condenado.
A carrera del anticristo inicuo se describe con mayores detalles en Apo 13: 1-
18.
poder engañoso. Las personas que prefieren amar el pecado y las mentiras
11
en lugar del evangelio serán recompensadas con severidad por medio del
castigo divino, como sucede a todos los pecadores. Dios mismo enviará juicio
que asegurará su destino a través de la influencia engañosa para que
continúen creyendo en lo que es falso.
Aceptan el mal como algo bueno y las mentiras como la verdad. De este
modo, Dios utiliza a Satanás y al anticristo como sus instrumentos de juicio (1
Rey 22:19-23).
50
El objetivo principal de Pablo en esta sección fue recordar a los
Tesalonicenses que no era necesario angustiarse o inquietarse (v:2) con la
noción equivocada de que se habían perdido el arrebatamiento y que ya
estaban en el juicio del día del Señor. Lo cierto es que estaban destinados
para la gloria y no para el juicio, por eso no quedarían incluidos entre los
engañados y juzgados en aquél día.
Todo lo que el pecador puede hacer es clamar a Dios por misericordia, como
el publicano de Lucas 18:13-14. Él no podía salvarse a sí mismo, por lo que
debía descansar por completo en la gracia y en la compasión del Salvador. La
promesa de las Escrituras es que todos los que viene a Cristo con fe genuina,
apartándose del pecado, serán salvos (Rom 10:9-10). El mismo Señor
prometió en Juan 6:37: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a
mí viene, no le echo fuera”.
Hechos 11:15-18
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
15
Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también,
como sobre nosotros al principio.
16
Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente
bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo.
17
Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos
creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?
18
Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo: !!De
manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!
52
Pedro y los demás se dieron cuenta que la prueba irrefutable de que Cornelio
y su familia verdaderamente se habían arrepentido era que habían recibido el
Espíritu Santo. Ellos fueron convencidos de sus pecados, sus corazones
resultaron regenerados, sus ojos se abrieron a la verdad de la predicación de
Pedro, y recibieron el don de la fe para arrepentimiento (Efe 2:8; 2 Tim
2:25), todo lo cual fue obra del Espíritu Santo.
Romanos 8 se erige como una de las revelaciones bíblicas más valiosas del
ministerio del Espíritu Santo en la vida del creyente. Este poderoso capítulo
comienza con profundas palabras acerca de la verdadera salvación: “ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que
no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la
muerte” Rom 8:1-2.
Es el Espíritu de vida quien libera a los redimidos del principio del pecado y
la muerte, transformando a los que eran esclavos del pecado en amantes de la
justicia.
Pablo, en Romanos 8:3-4, explica que el Espíritu Santo no solo libera a los
creyentes del poder del pecado, sino que también les permite vivir de una
manera que agrada a Dios. Como resultado, son capaces de exhibir frutos de
arrepentimiento (Mat 3:8), y el fruto del Espíritu Santo (Gál5:21-22).
Es de considerar, entonces, el papel del Espíritu Santo en nuestra
santificación. Sin embargo, es importante destacar, en el contexto de la
salvación, que el Espíritu Santo convierte a los pecadores al traer convicción
a sus corazones, dándoles vida, lo que les permite arrepentirse y creer en el
evangelio.
53
La comunión con Dios a través de Cristo es la esencia de la salvación, y es el
Espíritu Santo quien capacita a los creyentes para disfrutar de esa íntima
comunión.
Por lo tanto, no solo somos ciudadanos de un nuevo reino (Fil3:20), sino que
somos miembros de una nueva familia. Por medio del Espíritu de adopción,
hemos recibido el inmenso privilegio de ser parte de la familia de Dios.
Incluso, podemos acercarnos al omnipotente Creador del universo con una
expresión familiar de cariño: ¡Abba Padre! El espíritu nos libera del miedo y
el temor que un pecador tendría naturalmente al acercarse al Dios santo.
Como niños pequeños, podemos, sin temor, entrar en la presencia del
Todopoderoso, y hablar íntimamente con Él, nuestro Padre.
54
El Espíritu Santo también capacita a los creyentes para disfrutar de la
comunión con todos los demás creyentes. Cada hijo de Dios es bautizado
inmediatamente por el Espíritu en el cuerpo de Cristo en el momento de la
salvación (1 Cor 12:13). Y es en ese cuerpo de la iglesia que el Espíritu, de
manera soberana, dota a cada creyente con todo lo necesario para permitirle
ministrar a otros (12:7). Aunque los dones extraordinarios (tales como la
profecía, las lenguas y las sanidades) se limitaron a la época apostólica de la
historia de la iglesia, el Espíritu todavía concede a su pueblo los dones de
enseñanza y servicio para la edificación de la iglesia (Rom 12:3-8; 1 Cor 12-
14). La rica relación de comunión interpersonal de los creyentes en la iglesia
solo es posible a causa de la profunda comunión que tienen en el Señor
Jesucristo. El Espíritu Santo posibilita ambas cosas, permitiendo que aquellos
que disfrutan de la comunión con Dios disfruten de “la unidad del Espíritu”
unos con otros (Efe 4:3).
55
En 1 Corintios 3:16, Pablo pregunta a los creyentes de Corinto: ¿No sabéis
que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Unos
capítulos más adelante, mientras los exhorta a evitar la inmoralidad sexual,
nuevamente les recuerda: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios
en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, lo cuales son de Dios” (1 Cor 6:19-
20). La realidad de la presencia interior del Espíritu tenía implicaciones
transformadoras en la manera en que vivían (1 Cor 12:13).
Es importante destacar que no hay tal cosa como un creyente genuino que no
posea el Espíritu Santo. Es un terrible error, promocionado de manera
trágica por muchos en el pentecostalismo, afirmar que una persona pudiera
ser salva de alguna manera y no recibir el Espíritu Santo. Sin la obra del
Espíritu nadie podría ser otra cosa que un miserable pecador. La declaración
de Pablo en Romanos 8:9 reitera: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de Él.”
Las Escrituras son claras en que los pecadores que son redimidos no pueden
perder su salvación. La inquebrantable cadena de Romanos 8:30 indica que a
todos los que Dios justifica, los glorificará. Como dijo Nuestro Señor
Jesucristo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les
doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
Mi padre que me las dio es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de
la mano de mi Padre” (Jn 10:27-29).
Por desdicha, muchos grupos carismáticos pasan por alto completamente este
verdadero ministerio del Espíritu Santo. En lugar de descansar en la
seguridad del Espíritu Santo, enseñan que los creyentes pueden perder su
salvación. Como resultado, su gente vive con el constante temor de un futuro
incierto, y no le dan honor al Espíritu Santo, que mantiene seguros a los
creyentes.
57
¡Qué libertad y gozo hay en el descubrimiento del verdadero ministerio del
Espíritu de sellar a los que le pertenecen! Después de todo, la realidad de la
vida en un mundo caído es que todos vamos a morir algún día. No obstante, el
día de nuestra muerte será mejor que el día de nuestro nacimiento, porque la
primera vez nacimos en pecado, pero cuando muramos, vamos a despertar en
la presencia gloriosa de Cristo (2 Cor 5:8). Y en la final resurrección, el
Espíritu Santo levantará a los creyentes de entre los muertos, dándoles nuevos
cuerpos glorificados con los que habitarán para siempre en la nueva tierra,
de la que nos hablan las Escrituras en 2 Pdr 3:13; Apo 21:1, 22-27.
Es de ocuparnos en hacer énfasis en lo que llama Pablo en su carta a los
Filipenses: “cuidar de la salvación con temor y temblor”. Veamos:
Filipenses 2:12-13
Reina-Valera 1960 (RVR1960)
Luminares en el mundo
12
Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi
presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor,
13
porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por
su buena voluntad.
2:12
obedecido. Su respuesta fiel (la de los Filipenses) a los mandatos divinos que
Pablo les había enseñado (Rom 1:5; 15:18; 2 Cor 10:5-6).
así el querer como el hacer. Dios infunde energía tanto a los deseos, como a
las acciones del creyente. La palabra griega que se traduce “querer” indica
que Dios, no solo se enfoca en simples deseos o emociones antojadizas, sino a
la intención metódica de cumplir un propósito planificado. El poder de Dios
hace que su iglesia se disponga todos los días a llevar vidas piadosas (Sal
110:3).
buena voluntad. Dios quiere que los cristianos hagan lo que a Él le satisface
(Rom 12:1-2; Efe 1:5, 9; 2 Tes 1:11).
59
Es justo adorar al Hijo por su perfecto sacrificio, el cual proporcionó los
medios para que los hombres y las mujeres caídos puedan ser reconciliados
con Dios.
Referencias
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