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Opinión del procurador general de la Nación A fs. 872 V.E. ha declarado procedente el
recurso extraordinario interpuesto a fs. 739. Toca, pues, examinar el fondo del asunto.
Descarto la consideración del agravio fundado en la inobservancia de la formalidad
prescripta por el art. 113 del Reglamento para la justicia nacional (LL t. 69, p. 270), que se
invoca a fs. 770 punto 4°, porque su reparación, a la fecha de deducirse el remedio
federal, debía intentarse por la vía establecida por el art. 28 del decreto-ley 1285/58
(Fallos, t. 241, p. 195 -LL t. 93, p. 317, fallo núm. 43.069-; t. 370 y otros).
En lo demás, pretende el apelante que el pronunciamiento del a quo, al declarar la
incompetencia de la justicia nacional para entender en el pleito, incurre en arbitrariedad
que lleva al desconocimiento de la garantía de los jueces naturales consagrada en el art.
18 de la Constitución Nacional. De dicho agravio me paso a ocupar.
1° - En términos generales, la determinación del domicilio, a los efectos de la
competencia, que es lo que en definitiva se ha resuelto en autos, no excede el marco
propio de una cuestión de hecho y de derecho común -el domicilio- cuya solución decidirá
a su vez otra cuestión de carácter procesal cual es la relativa a la competencia. Por tanto,
la revisión de lo que sobre el particular hayan decidido los tribunales ordinarios de la
causa, hállase, en principio, al margen de la jurisdicción extraordinaria de la Corte.
Ocurre, empero, que en la especie, las consecuencias de lo decidido por el a quo sobre el
punto, trascienden los límites a que podría considerarse ceñida la cuestión resuelta, si
tales límites dependieran exclusivamente de la sola naturaleza de la cuestión. En efecto,
la consecuencia inmediata de la sentencia en recurso -no obstante admitirse en el
pronunciamiento que el domicilio conyugal quedó fijado en 1941 en esta Capital, y no
obstante, también, la falta de constancias de que la esposa haya abandonado el territorio
nacional después de aquella oportunidad- es que el conocimiento de esta acción de
divorcio, viene a quedar sustraída de la jurisdicción de los jueces de la República.
Es esto, precisamente, lo que da contenido federal al pronunciamiento apelado, toda vez
que para que la garantía de los jueces naturales resulte ajena a las decisiones sobre
competencia es requisito que ésta se atribuya a tribunales del país (Fallos, t. 234, p. 146;
t. 238, p. 141 y t. 239, p. 438 entre otros) o a jueces permanentes del Poder Judicial de la
Nación o de las provincias (Fallos, t. 235, ps. 284 y 672).
Si, por el contrario, la declaración de incompetencia, comporta denegar la jurisdicción de
los jueces del país a un habitante que la reclama, y este habitante además ha
permanecido en territorio nacional desde que su domicilio quedó constituido en él, no
habiendo consentido "a posteriori" el trasladarlo, entonces hállase en juego la garantía de
los jueces naturales. Y en supuestos tales, aunque aparentemente sólo se haya resuelto
una cuestión de derecho común con fundamentos de igual naturaleza, la interpretación
de las normas y de la doctrina jurisprudencial y legal que sirven de sustento a la decisión,
es revisable por la Corte, dado que los extremos a que el pronunciamiento lleva, pueden
resultar frustráneos de una garantía federal.
También tornaría procedente el examen del fallo recurrido en la instancia de excepción,
la arbitrariedad que contra el mismo se invoca. Aparte de la doctrina que V.E. ha
elaborado con respecto a las sentencias arbitrarias, cabe destacar la que ha sentado con
especial referencia a la garantía de los jueces naturales al declarar (Fallos, t. 234, ps. 482 y
637 -LL t. 83, p. 71, fallo núm. 39.037-; t. 236, p. 528 -LL t. 87, p. 459, fallo núm. 40.884-; t.
237, p. 673 -LL t. 89, p. 307, fallo núm. 41.574- y t. 238, p. 141 entre otros) que la
expresada garantía prohíbe sustraer arbitrariamente una causa a la jurisdicción del juez
que continúa teniéndola para casos semejantes. Creo, sin embargo, innecesario
detenerme a considerar si, en orden a la arbitrariedad alegada, se cumplen los requisitos
que de ordinario exige V.E. para darla por configurada a los efectos de sustentar el
remedio federal. Al analizar, con apoyo en el criterio expuesto en el párrafo anterior, la
fundamentación en que se basa la sentencia del a quo, he arribado a la conclusión, por las
razones que a continuación expondré, de que las normas aplicadas y la doctrina de V.E. y
la de los autores que se citan, no han sido correctamente interpretadas. Y como el
desacierto en que se ha incurrido resulta frustráneo de la garantía de los jueces naturales,
al declinar erróneamente la jurisdicción nacional, y ello es suficiente para imponer la
revocatoria del fallo, es que estimo inoperante examinar el agravio relativo a la
arbitrariedad.
2° - Para resolver la cuestión de derecho suscitada, o sea determinar el juez competente
para conocer en este juicio de divorcio, el tribunal apelado ha tomado como puntos de
partida los dos siguientes:
a) Que de acuerdo con reiterada doctrina de la Corte Suprema, la competencia para
intervenir en el juicio de divorcios, corresponde al juez del último domicilio conyugal,
antes de producirse la separación de los esposos; y b) Que este domicilio -como principio
general- no puede ser otro que el que tenía el marido en la oportunidad referida.
Entiendo, por ello, que lo conducente para la solución del problema, es determinar:
1) Cuándo se produjo la separación de los esposos; y 2) Cuál era en ese momento el
domicilio de V.
Así planteada la cuestión, el a quo arriba a la conclusión de que al momento de
quebrantarse definitivamente la armonía conyugal, V. tenía su domicilio real en Italia; de
ahí deduce que ese era el domicilio conyugal; y, en definitiva, y como consecuencia de lo
precedentemente expuesto, declara la incompetencia de la jurisdicción nacional para
conocer en el presente juicio de divorcio.
3° - La afirmación contenida en a) es correcta. La constante y reiterada doctrina de la
Corte, que se cita en el párr. 1° de la sentencia de fs. 730, como la que se ha sentado en
casos posteriores, abonan el acierto de la afirmación; pero de ésta, es inseparable el
concepto que esa misma doctrina ha precisado de que "último domicilio conyugal antes
de la separación de los esposos" es distinto del domicilio del marido al momento de la
separación.
En efecto, tanto de acuerdo con la doctrina de V.E. como con la de los tratadistas que el
mismo fallo menciona, el domicilio conyugal al momento de la separación de los esposos
no es, precisamente, el del marido en tal ocasión, sino el que tenían los dos cónyuges
debiendo entenderse por tal, el último en el que ambos han convivido.
Basta compulsar los precedentes de Fallos, t. 235, p. 348 (LL t. 87, p. 465, fallo núm.
40.888); t. 237, p. 212 (LL t. 90, p. 93, fallo núm. 41.838); y la causa C. 352, fallada el 19 de
diciembre último, para encontrar, teniendo en cuenta las particularidades de hecho de los
respectivos casos sentenciados, el apoyo de esta tesis. Es más, de dichos precedentes se
desprende (v. en especial párr. II de la resolución recaída en la recién citada causa C. 352),
que a los efectos del juicio de divorcio, no puede considerarse domicilio conyugal, a aquel
en el que, aunque vivan permanentemente el marido y los hijos del matrimonio, no vivió
la esposa.
A igual conclusión llega la doctrina de los autores. Veamos:
Acuña Anzorena, en el artículo intitulado "El divorcio en la ley 2393" (LL t. 78, ps. 673 y
sigts.), al referirse al juez competente para conocer en la acción de divorcio (núm. 28, p.
689) expresa:
"Dispone el art. 104 de la ley 2393 que las acciones de divorcio y nulidad de matrimonio
deben intentarse en el domicilio de los cónyuges, debiéndose entender por éste el último
domicilio conyugal, es decir, el del marido, por aplicación de lo preceptuado por los arts.
90, inc. 9° del Cód. Civil y 51 y 53 de la ley antes citada.
"¿Qué decidir cuando los cónyuges se encuentran separados de hecho? Durante mucho
tiempo se aplicó aquella regla con rigidez inflexible, autorizando al marido a promover la
demanda ante los jueces del nuevo domicilio elegido por él y obligando a la mujer a
concurrir ante ellos.
"Criterio tal no se justifica, pues, como escribe Rébora, el art. 104 'no solamente protege
al matrimonio, sino que particularmente protege a la mujer, en cuanto la libera de la
obligación de seguir con su demanda a un marido errante y fugitivo'. Fue así que la
jurisprudencia empezó por admitir el carácter relativo del principio de que el domicilio
conyugal es el domicilio del marido, reconociéndole limitaciones.
"Si bien es exacto que la mujer tiene el domicilio del marido y que éste puede cambiar su
domicilio de un lugar a otro (arts. 90, inc. 9° y 97) -dijo la Corte Suprema nacional-, no es
menos cierto que las disposiciones citadas no pueden interpretarse con un criterio de
latitud extrema que permita al titular del derecho ejercitarlo a su arbitrio, hasta impedir o
menoscabar el ejercicio de derechos correlativos, como es el de la mujer de deducir
contra el marido una acción personal ante el juez del domicilio conyugal al tiempo de la
interposición de la demanda".
"Así, pues, aunque medie separación, la demanda debe promoverse en el último
domicilio conyugal, que es el en que vivían los esposos al producirse los hechos
constitutivos de la separación o abandono, y no el que fijó el marido, después de ella".
También Rébora ("El estatuto de la mujer y las relaciones emergentes del matrimonio",
número 54 c-, ps. 99 y sigts.) al desarrollar el punto relativo a cuál es el juez competente
para entender en el juicio de divorcio, arriba a conclusión análoga, compartiendo el
criterio que en igual sentido resulta de la jurisprudencia que cita y como consecuencia de
la cual "el traslado del marido de un punto a otro, aunque sea con ánimo de cambiar de
residencia, no significa un cambio del domicilio de los cónyuges". Además agrega (ps. 99
"in fine" y 100) que "la obligación que pesa sobre la mujer de habitar con su marido
donde quiera que éste fije su residencia (art. 53, ley de matr.) se limita instantáneamente
en el momento en que la mujer se rebela contra ella".. "Después de ese momento el
marido puede cambiar su residencia individual pero no la del matrimonio, su domicilio
personal pero no el domicilio de derecho de la esposa, que no podría ser variado sin que
para ello se reunieran los dos elementos que determinan en este caso el cambio de
domicilio, a saber: el desplazamiento y la intención".
Por último, Orgaz ("Personas individuales") participa de igual opinión, pues admite la
subsistencia del domicilio conyugal, que prevalece sobre el del marido, para determinar la
competencia judicial en caso de divorcio, tanto en el caso de abandono (p. 245, núm. 12,
párr. 2°), como en el de que el esposo haya mudado su domicilio (p. 257, núm. 19 a-).
De lo expuesto se desprende que a los efectos que se están considerando, "domicilio
conyugal" y "domicilio del marido" no son, a diferencia de lo que de ordinario sucede,
conceptos jurídicos coincidentes, sino distintos y que, en orden a la competencia, pueden
llevar a resultados opuestos, a menos que, por mera casualidad, el último domicilio
conyugal y el actual del marido, caigan bajo la misma jurisdicción.
Si de este supuesto se trata, es inoperante introducir en el planteamiento el punto b),
vinculado con el domicilio del marido, pues la averiguación al respecto, a nada útil
conducirá.
En cambio, si aquellos dos domicilios, no concuerdan, es patente la contradicción a que
llevarán las dos afirmaciones contenidas en los puntos a) y b); por la primera, la
competencia corresponderá al juez del último domicilio conyugal, por la segunda, al del
domicilio del marido.
En tales condiciones, resulta claro que las dos afirmaciones se excluyen, pues no pueden
coexistir al mismo tiempo, en el mismo sentido, y tomadas bajo la misma relación. Y
como la exacta, según se ha demostrado, es la primera, la segunda debe desaparecer del
planteamiento, para que éste no quede inicialmente deformado por falta manifiesta de
rigor lógico.
Admitido entonces que la competencia corresponde al juez del último domicilio conyugal,
y que éste no puede ser otro que aquel en que convivieron efectivamente ambos
cónyuges antes de la separación, la lógica consecuencia es que lo conducente para la
solución del problema sea, si, como lo expresa el a quo.
1) Cuándo se produjo la separación de los esposos; pero lo segundo no será ya "cuál era
en ese momento el domicilio de V.", sino;
2) Cuál era en ese momento el último domicilio conyugal.
4° - En el orden de los hechos, el tribunal apelado ha dado por establecido que, en el sub
júdice, el elemento fáctico y psicológico de la separación, no han coincidido
cronológicamente, conclusión, cuyo acierto, no creo necesario examinar, porque ello no
es decisivo para la correcta solución del caso. A este último efecto, basta con escoger de
los hechos que el a quo da por sentado, aquellos que son conducentes para contestar los
interrogantes contenidos en el planteamiento jurídico formulado, e interpretarlos con
subordinación al criterio jurisprudencial y doctrinario expuestos. Tales hechos son:
1) Que los esposos fijaron en 1941 su domicilio conyugal en esta Capital, 2) Que el esposo
realizó viajes periódicos, emprendiendo el último en 1952, para no regresar más a este
país sino, y por pocos días, después de promovido el presente juicio.
3) Que los esposos han compartido hasta fines de enero de 1952, el domicilio conyugal
que tenían establecido en el país; y 4) Que -y esto se desprende de la sentencia- no han
convivido después de enero de 1952, en otro domicilio común.
Tan es esto decisivo para resolver lo relativo a la competencia, que estimo
superabundante entrar a considerar como se desprende de la correspondencia cambiada
entre los cónyuges, el propósito de la esposa de no mudar su domicilio establecido en el
país. Y, supuesto que ello comporta negativa a seguir al marido, la responsabilidad en que
pueda incurrir será materia del fallo final, pero a los efectos de la competencia, sólo sirve
para comprobar que, precisamente, por obra de esa negativa, la mujer ha quedado en su
anterior domicilio, y el marido sin facultad ya para constituirle un nuevo domicilio
conyugal.
"En consecuencia, no interesa, en el sub lite, precisar si la separación quedó consumada a
fines de enero de 1952, cuando el marido emprendió el viaje del que no regresaría, sino
ocasionalmente, y por pocos días, después de iniciado el juicio de divorcio, o si aquélla
quedó consumada, más tarde, como consecuencia de un hecho posterior, que el a quo
sitúa en 1954, cuando el marido había adquirido un nuevo domicilio. Lo importante es
que, en este último, no convivió con su mujer; que desde fines de enero de 1952 no hay
domicilio compartido; y que el último, al que corresponde esta calificación, es el que
tenían establecido en esta Capital, desde 1941.
En mérito a lo expuesto considero que la sentencia apelada, al negar competencia a la
justicia del país para conocer en esta causa, viene a resultar frustánea de la garantía de
los jueces naturales y que, por tanto, corresponde revocarla declarando que el presente
juicio es de la competencia de la justicia de la Capital Federal.
Los escritos de fs. 854 y 875, contienen expresiones que pueden comportar
responsabilidad penal. Procedería, pues, remitir testimonio de los mismos al tribunal que
corresponda, a sus efectos.- Mayo 12 de 1959.- R. Lascano.