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El tábano de Sócrates y el topo de


Nietzsche (Animales losó cos – Parte
I) 

Por Columnista Invitado - enero 20, 2020  6835  0

8 min. de lectura Más Artículos


Por César Zapata *

En este escrito reflexionaremos acerca de dos representaciones que han servido para
expresar lo propio de la actividad que debería realizar un humano que aspire a filosofar: el
tábano de Sócrates y el topo de Nietzsche.

Acerca del famoso búho de minerva, cuya imagen y sus respectivas variantes adornan el 99 Metáforas visuales: aprenderemos a
hacer cómics cientí cos de la mano
% de las carreras y facultades de filosofía en el mundo, no nos referiremos, pues sobre eso
de Miriam Rivera
ya se ha dicho demasiado.
Dra. Alejandra Recalde Carballo - enero 22, 2021

Recalquemos que un símbolo o representación de la filosofía es la visibilización de una


Desde Facebook a TikTok, Lydia Gil
perspectiva acerca de cómo debe asumirse el ejercicio de la actividad filosofante. En este nos enseñará cómo comunicar ciencia
sentido, los símbolos que analizaremos, tienen en primera línea la intencionalidad de en redes sociales
enero 20, 2021
apuntar al terreno de lo ético, en cuanto que son un modelo de “lo que tiene que hacer”
alguien que a sí mismo se considere filósofo.
Dra. Mereles: El despegue de la
ciencia vendrá cuando dialoguemos
seriamente sobre qué podemos hacer
Antes de entrar en materia, es necesario decir que proyectamos una segunda y tercera
en Paraguay
parte, en donde nos ocuparemos del colibrí como símbolo del filosofar en América Latina, enero 18, 2021
del pitufo filósofo, creado en 1958 como parte de la serie infantil Los Pitufos, y por último
especularemos acerca de una nueva representación animal de la filosofía, nos referimos a Embajada de EEUU en Paraguay
extiende plazo para postular a las
la cigarra. Becas Hayes
enero 15, 2021

1- El tábano de Atenas
Subdesarrollo en Paraguay: Una
condena por falta de lenguaje
Sócrates, el ateniense con una materia corporal abultada y poseedor de un rostro en cuyo matemático y profesionales en ciencia
centro reposaba una ancha nariz poco sofisticada, no podía ser demasiado agradable a los enero 13, 2021

ojos helenos, no obstante, resultaba muy atractivo para la juventud de la polis dedicada a
 
la diosa Atenea.

Poseía un punzante aguijón verbal, una lanceta disciplinada en la rigurosidad de una


increíble gimnasia mental; la dialéctica, una manera de dialogar que a decir de sus
detractores tenía el poder de convertir lo malo en bueno y viceversa.

La dialéctica socrática era una suerte de proyectil, que se escenificaba como una dualidad
compuesta de la mayéutica y la ironía, la primera se encargaba de hacer parir en el otro la
“verdad” a través de una flota implacable de preguntas que negaban lo afirmado y
afirmaban lo negado en busca de la codiciada verdad.

Mientras que la segunda era una sinfonía elegante de solapadas (y a veces manifiestas)
burlas, destinadas a socavar la confianza fácil y descuidada de sus interlocutores,
acostumbrados a persuadir con engaños y argucias.

Sócrates tuvo discípulos notables, pero otros resultaron unos verdaderos cretinos, que no
dudaron en sacar provecho de un entorno político complicado para una Atenas ebria de
hegemonía, que en su borrachera acabó sucumbiendo frente a sus otrora compañeros de
armas contra lo medos: los disciplinados espartanos y sus aliados, que vencieron en la
guerra del Peloponeso e instauraron la tiranía de los 30.

Sin embargo antes y después del dominio espartano a Sócrates no le parecía esta
democracia de la habas negras y blancas, del azar que no escogía a los más idóneos, de
echo había dejado el pritaneo (el lugar donde decidían los senadores) por estimar injusta la
condena a muerte dictada contra los 10 generales que ganaron el combate naval contra los
lacedemonios en las Arginusas.

Pues bien, sobre Sócrates se pueden escribir libros y libros, de hecho eso ha sucedido,
pero, vamos a lo que nos interesa. El primer filósofo ateniense compara la actividad
propia de su filosofar con la de un insecto hematófago: el tábano, este fue el
análogo animal que usó en su discurso de apología cuando fue acusado en los tribunales
por sus conciudadanos Anitos, Melitos y Lacón.

Mapa de la Antigua Grecia. (WikiCommons)

El tábano, más específicamente la hembra de la especie se alimenta de sangre, pica al


caballo y aunque eso parezca perverso para el caballo, tiene un buen resultado pues lo
despereza y le ayuda a cumplir su trabajo. Tal y como el descalzo lo hace con lo políticos,
los poetas y los sofistas que habitaban Atenas.

El trabajo de cada uno de estos personajes es realizar con virtud (areté) aquello a
lo que se dedican.

Para ello, Sócrates, interroga a los atenienses que como jamelgos domesticados se vuelven
perezosos en el acto de pensar y servir a la polis. Actividad que, según él, reposaba sobre
el imperativo de los dioses helenos, pues en el fondo seguía el designio del oráculo de
Delphos, que su buen amigo Querofonte consultó con la siguiente interrogante: ¿Quién es
el humano más sabio de Atenas?, y que después de muerto, su hermano testificara en el
juicio contra Sócrates, que la respuesta de la pitonisa fue «el hombre más sabio de Atenas
es Sócrates».

Afirmación que el notable calvo duda, y que buscando su real sentido interroga,
molestando, picando a sus conciudadanos, incapaces de dar respuesta a sus preguntas,
sobre todo a los ojos del joven y genial Platón. El hijo de Atenea, llega a la conclusión de
que es sabio, porque por lo menos sabe que no sabe, mientras que sus interlocutores creen
saber lo que no saben.

Su solidez moral es tal que acepta su condena a muerte, pues “sabe” que es imposible
sostener un juicio respecto de algo que no se conoce, justamente este es el error de los
sofistas y los atenienses en general, edificar sobre algo que no conocen.

Efectivamente, nadie estando vivo conoce a la muerte, pero todos en su ignorancia creen
que es el peor de los males, sin tener en cuenta que lo contrario. Es decir pensar que es el
mejor de los bienes perfectamente puede ser la “verdadera” verdad.

Pues bien, la filosofía o más exactamente el filosofar queda representado por un insecto: el
tábano, una molesta mosca o díptero que asedia a sus víctimas, preferentemente a los
caballos, y que aprovechándose de sus habilidades aéreas, los circunda con un zumbido
molesto y una dolorosa picadura.

El filosofar es una invitación obligada a salir de la comodidad. ¿Cuál comodidad? La de


creer alcohólicamente que la verdad es un animal que hemos cazado y cocinado en nuestro
presuroso pensamiento.

No es así queridos atenienses, la vanidad de vuestra comodidad es falsa como el azar de


las habas negras y blancas. Existe una verdad y develarla no es cosa de ingenios verbales.

¡Oh! Magnifico humano, la filosofía nunca te dejará tranquilo, a cada verdad ganada le
espera un aguijón envenenado de duda, si eres capaz de sacártelo con los dientes del
cráneo, puedes estar tranquilo, pero, cuidado, el tábano siempre vigilará tu seguridad
con su lanceta de dolorosa picada.

La seguridad del ignorante es la sangre con que se alimenta el filósofo, él, es un


expurgador pica para purificar, para que los demás (con el filósofo incluido) alcancen la
virtud.

A modo de conclusión, se puede ver claramente que para Sócrates, el filosofar es con y
para los demás, lo social, lo comunitario, la polis, sus amigos, Xantipa, sus tres hijos,
Critón, Apolodoro, su amigo Eurípides. Todas las relaciones que conformaban a la
polis constituyen el tejido donde el furioso tábano pica al caballo.

De hecho el tábano no ejerce su virtud si no pica al caballo. La virtud es siempre en


relación a los demás. Filosofar indica mejorar la comunidad, la ciudad donde nos
domiciliamos.

Esta característica social, es al mismo tiempo moral, pues el objetivo de mejorar a los
ciudadanos es la norma con la cual debe actuar un filósofo.

Los tabánidos (Tabanidae) forman una familia de dípteros conocidos como tábanos. Hay más de 4.000 especies.
(Pixabay)

Por último, nos atreveremos a especular que en cierto sentido el demonio interior de
Sócrates (recuérdese que para los griegos un demonio era un intermediario entre los
humanos y los dioses) se manifestaba de manera análoga a un aguijón. En cuanto que le
indicaba mediante una incomodad interna, que no debía aceptar como verdaderas ciertas
opiniones, sino que, por el contrario, tenía que seguir barruntando en su interlocutor, o en
el mismo -si fuese necesario- para continuar buscando la verdad.

Se debe agregar a lo anterior, que el supuesto primordial de Sócrates, es que la razón,


vista desde su máxima virtud, es decir como conocimiento, es la que puede engendrar
verdad y virtud en los ciudadanos. Esto lo observó y lo criticó fuertemente uno de sus
detractores más agudos, Friedrich Nietzsche, poco más de 2000 años después.

2. El topo

Friedrich, el niño despierto, equipado con una inquietud cultural desbordada, a


poco andar, exactamente en su adolescencia, hizo un acto de alquimia poco
común, trasformó su vivencia, su percepción, su pensamiento en escritura. Y
aunque se quejaba de haber quedado solo cuando rompió con Wagner, en realidad siempre
estuvo acompañado de sí mismo en el desdoblamiento que significa escribir lo que se es.

A primera vista, Nietzsche tiene bastantes similitudes con Sócrates, y esto muy a pesar del
primero. Ambos fueron absolutamente consecuentes con su filosofar, el ateniense nunca
acató una orden que le pareciese injusta y siempre se alejó de la tentación de recibir dinero
por ejercer su filosofar con sus discípulos.

Nietzsche, por su parte, guiado por una especie de exigencia o voluntad de


desenmascaramiento, enfrentó radicalmente a la confianza moderna en la razón, aunque
para eso tuviese que enemistarse con la mayoría de sus contemporáneos.

Pero hay una similitud más importante que hermana a ambos filósofos, es lo que
podríamos calificar como una “intención moral”. Sócrates quería hacer de los atenienses
ciudadanos virtuosos, porque estimaba que en ellos operaba un proceso de decadencia,
que era imprescindible revertir.

Friedrich, por su parte, con un martillo y sin compasión intenta destruir el devenir de una
forma de pensar que ha construido las fantasmagorías de los absolutos, en formatos
racionales y religiosos, que han vuelto al humano una criatura débil y alejado la vida, un
decadente, cuya salvación es aniquilarse para dar paso a un humano superado, a un
Übermensch.

El ciudadano virtuoso y el superhombre son equivalentes, en el sentido que


constituyen una apuesta por redefinir al ser humano, a la luz de una ética, esto es
de una manera de actuar, valorar y pensar la realidad, desde la exigencia de mejorar al ser
humano. El ateniense apostaba por el conocimiento y la verdad, el bigote prusiano, por la
revolución axiológica, es decir por la creación de nuevos valores.

Pues bien, en Nietzsche, podemos encontrar por lo menos dos representaciones de la


filosofía: el martillo y el topo. Del primero no hablaremos en este escrito, pero si nos
haremos cargo del tálpido.

El topo es ante todo un animal subterráneo, con ojos


pequeños, casi ciegos, de garras poderosas para
escarbar. Bajo tierra el topo fabrica túneles y construye
su madriguera. El tacto y el olfato son los sentidos que
lo guían. Es un animal solitario, no vive en grandes
comunidades, su dieta principal son los gusanos de
tierra.

Lo que sin duda sedujo la imaginación de


Nietzsche es lo subterráneo de este animal, pues
él mismo, vivía contemplando el devenir de las
ideas que poblaban la modernidad. Nietzsche no
estaba mirando el presente, su lectura no se agotaba en El filósofo Friedrich Nietzsche, pintura
de 1906, del artista Edvard Munch.
la contingencia de los hechos, olfateaba su pasado, (Flickr)
construía túneles, filosofaba a través de un método
genealógico.

En pocas palabras su domicilio era bajo tierra, por debajo del presente.

El tacto y el olfato del topo son los sentidos privilegiados de una especie de pensar
corporal, al que N. agregaría el oído. Pues bien, cómo debe actuar el filósofo, que por cierto
es la aurora del Übermensch. Cuál es el camino del topo que deben seguir los aspirantes a
filósofos.

Primero, como el topo, el filósofo debe ser solitario, la soledad es la voluntad de


marginación del rebaño [1], entiéndase en términos simbólicos como físicos. En segundo
lugar tiene que intentar pensar más allá de un formato racional, un pensar que piense
como hemos venido pensando y asumiendo lo racional y lo real.

Nietzsche como todo filósofo siempre busca lo que está por debajo (lo subterráneo) de la
pregunta, no exactamente la pregunta misma, en este sentido, el topo es un símbolo
universal de la actividad filosofante.

Así es decadente animal humano, debes ser un topo, hacer túneles en la contingencia,
guiándote por tu olfato, tu tacto y tu oído, pues tu camino es domiciliarte bajo el suelo de
lo manifiesto, de lo evidente.

Es imposible no terminar estás breves palabras, sobre uno de los humanos que ha
aportado tanto al filosofar occidental, sin citar el prólogo de su libro Aurora escrito por N.
en 1886, pues es ahí donde queda magistralmente escriturado la actividad del filósofo topo.

“Este libro es obra de un hombre subterráneo, de un hombre que


taladra, que socava y que roe. Quien tenga los ojos acostumbrados
a estas actividades subterráneas podrá ver con qué delicada
inflexibilidad va avanzando lentamente el autor, sin que parezca
afectarle el inconveniente que supone estar largo tiempo privado
de aire y de luz. Hasta se podría pensar que le satisface este
oscuro trabajo suyo. Cualquiera diría que le guía una determinada
fe, que un cierto consuelo le compensa de su dura labor. Pero ¿no
será que quiere rodearse de una densa oscuridad que sea suya y
nada más que suya, que trata de adueñarse de cosas
incomprensibles, ocultas y enigmáticas, con la conciencia de que de
ello surgirá su mañana, su propia redención, su propia aurora?”

El tábano y el topo, la lanceta y el domicilio subterráneo, son las representaciones


de la actividad propia del filósofo. En ningún caso son excluyentes, marcan sólo
distintos acentos, sobre la faena propia de un humano que se quiera considerar filósofo.

Como el topo, el filósofo debe ser solitario, tanto en términos simbólicos como físicos. (Wikimedia)

* César Zapata Cerezo es filósofo, magíster en filosofía y profesor del Instituto Superior
de Estudios Humanísticos y Filosóficos (ISEHF). Además, es integrante de la comisión
académica de la Sociedad Paraguaya de Filosofía. Su libro «El principio de irrealidad. La
realidad existe pero no es» (Arandurá) se publicó en 2019.

Bibliografía de referencia

-Mondolfo Rodolfo, Sócrates. Eudeba. Buenos Aires, 1960.

-Platón. Apología de Sócrates. Eudeba. Buenos Aires, 1966.

-Platón. Critón. Eudeba. Buenos Aires, 1966.

-Platón. Obras Completas. Editorial Aguilar. Madrid, 1981.

-Nietzsche Friedrich. Aurora. Andrómeda. Buenos Aires, 2004.

-Nietzsche Friedrich. El crepúsculo de los ídolos o como se filosofa a martillazos. Edaf.


Madrid, 1972.

-Zapata César: El principio de irrealidad. Lo real existe pero no es. Editorial Arandura.
Asunción, 2019.

[1] Véase, Zapata César; El principio de irrealidad, La realidad existe pero no es. 4 ensayo.
Editorial Arandura. Asunción 2019.

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