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DEPARTAMENTO DE HISTORIA
ASIGNACIÓN 4
Hola, queridos hablantes, soy Alberto Bustos. La introducción es una parte fundamental de
todo trabajo académico. No puede haber trabajo académico sin su correspondiente
introducción. Y como siempre ocurre en el mundo académico, existe toda una serie de
convenciones que se tienen que respetar. De lo contrario, nuestro texto no cumplirá con lo
que se espera de él y tendremos un problema. La introducción es siempre el primer
apartado de un trabajo académico. Se tiene que titular “Introducción” (nada de títulos de
fantasía) y se numera con el 1. Si el cuerpo de tu trabajo no empieza con un apartado que
diga “1. Introducción”, es que algo estás haciendo mal. Muy importante: la introducción no
es lugar para ponerse a divagar o a contar generalidades que puedan estar más o menos
relacionadas con el tema del trabajo. Vamos a suponer que estás escribiendo sobre “La cría
del gusano de seda en la Capadocia”. Un fallo típico de principiantes consiste en ponerse a
explicar qué es un gusano de seda, para qué sirve la seda o cuál es la historia de la región de
Capadocia. ¡No señor! Para esto haría falta no una modesta introducción, sino un tratado en
varios volúmenes. En la introducción tampoco puedes dedicarte a contar la historia
particular de tu trabajo: qué fue lo que te llamó la atención sobre el tema, las dificultades
que te encontraste en la elaboración y cómo las fuiste resolviendo… Todo esto debes
reservarlo para explicárselo a tu familia y tus amigos. Ellos que te quieren te aguantarán eso
y más. En general, cualquier tipo de reflexión subjetiva debe quedar fuera no solo de la
introducción, sino de todo el texto. ¿Qué es, entonces, lo que tiene que tener una
introducción? Los tres puntos mínimos que debemos cubrir son tema, objetivos y
estructura. La introducción se abre siempre exponiendo el tema del trabajo de manera clara
y concisa. Es preferible evitar fórmulas introductorias del tipo “ESTE TRABAJO TRATA
SOBRE CÓMO se crían los gusanos de seda en la Capadocia…”. Esto es propio de
principantes. Quienes están más sueltos en el estilo académico lo hacen de forma directa.
Simplemente mencionan el tema insertándolo en una oración, por ejemplo: “La cría del
gusano de seda es una actividad que tiene una gran importancia en la región turca de
Capadocia”. ¡Ya está! Con esto va a quedar perfectamente claro que tu trabajo trata sobre
cómo se crían los gusanos de seda en cierta región de Turquía y no sobre la influencia de
las lenguas nativas americanas en el español de Guatemala. A continuación, ampliarás la
información hasta donde sea necesario para delimitar perfectamente el tema del que te vas a
ocupar. Por ejemplo, podrías continuar así: “Esto se ve favorecido por el clima de esta
región histórica y por las depuradas técnicas de sus sericultores”... etc., etc., etc. ¡Bien…!
¡Objetivos! Al describir los objetivos, vamos a aclarar a nuestro lector qué es lo que nos
proponemos con nuestro trabajo: adónde queremos llegar. Dentro de los objetivos podemos
establecer una jerarquía entre objetivos generales y objetivos específicos. Esto no es
imprescindible, pero se puede hacer, sobre todo si estamos ante un trabajo extenso. Cuando
introducimos esta división, cada objetivo general se debe desplegar en varios objetivos
específicos. Esto es importante. Tiene que haber varios objetivos específicos para cada
objetivo general. Si solo hay un objetivo específico, nos sobra el objetivo general. ¿Cómo
funciona esto en la práctica? Supongamos que nos fijamos como objetivo general
“Conseguir un mejor conocimiento de las técnicas tradicionales de sericultura en la región
histórica de Capadocia”. Este objetivo general se puede resolver, por ejemplo, en los
siguientes objetivos específicos: “Conocer las técnicas de alimentación del gusano”,
“Obtener datos sobre la temperatura óptima para criar los gusanos”, “Estudiar hasta qué
punto son aplicables estas técnicas tradicionales a la moderna industria de la sericultura”. Si
no hay jerarquización entre objetivos generales y objetivos específicos, simplemente
presentamos los objetivos concretos que nos hemos fijado. Cuanto más breve sea el trabajo,
más posibilidades hay de que esto sea así. Cuando exponemos nuestros objetivos, también
podemos y debemos aprovechar para dejar claro cuál es el ALCANCE del trabajo: adónde
queremos llegar... ¡y adónde no! Si hay aspectos del tema en los que no vamos a entrar, este
es el momento de advertirlo y —¡muy importante!— de justificarlo. Por ejemplo, puedo
explicar que no me voy a ocupar de las enfermedades a que están expuestos los gusanos
porque eso sería más bien un tema para un estudio veterinario. La introducción se cierra
siempre anunciando las diferentes partes de que consta nuestro texto. Por ejemplo:
“Nuestro estudio consta de cinco grandes bloques. En ellos tratamos la alimentación de los
gusanos (capítulo 2), los recipientes en que se guardan estos (capítulo 3)”, etc. El capítulo
1, que no he mencionado, es la introducción, claro. Una de las funciones de la introducción
consiste en anticipar al lector el contenido que va a ir encontrando a lo largo del texto. Esto
le facilita el trabajo porque así puede seleccionar los puntos que verdaderamente le
interesan (los trabajos académicos, por lo general, no se leen como si fueran una novela,
sino que más bien se hace una lectura selectiva, sobre todo si se trata de textos de una cierta
envergadura). Tema, objetivos y estructura son lo mínimo que debe contener una
introducción. Voy a hablar ahora de otros puntos que son opcionales. El que aparezcan o no
depende de la extensión y de la profundidad del trabajo. Porque no es lo mismo un trabajo
de diez páginas que te han encargado para una asignatura que una tesis doctoral. En
general, los puntos siguientes solo van a aparecer en textos que son propiamente trabajos de
investigación. Los voy a presentar muy por encima porque cada uno de ellos merece un
vídeo específico. Todo llegará, todo llegará... Primer punto opcional: estado de la cuestión.
El estado de la cuestión es un breve repaso de lo que se sabe hasta el momento sobre
nuestro tema de estudio. En el estado de la cuestión se presenta un panorama de la
bibliografía que hay publicada sobre el tema. Naturalmente, para ello hay que hacer la
debida atribución de autoría. Esto quiere decir que en todo momento debes ir mencionando
de dónde procede la información que estás exponiendo. De lo contrario, estaríamos ante un
caso de plagio. La atribución de autoría tampoco se puede hacer al buen tuntún. Hay
procedimientos reglados para ello que también tendrán su vídeo independiente. Si el estado
de la cuestión es muy extenso, a veces se puede convertir en un capítulo independiente.
Esto puede ocurrir en estudios amplios, como una tesis doctoral, pero no en un trabajo de
clase o en un artículo de diez o veinte páginas que estamos redactando para publicar en una
revista o en un volumen colectivo. El estado de la cuestión no es lugar para inflar el trabajo
con información que hemos ido recogiendo acá y allá. Solo tienen cabida en él las
publicaciones que son relevantes para nuestro estudio y solamente en la medida en que son
relevantes para él. Además, debemos demostrar que conocemos, como mínimo, todos los
trabajos básicos, o sea, aquellos que se consideran imprescindibles para enfrentarnos con
nuestro tema. Otro punto opcional es el marco teórico. Solamente va a aparecer en textos
que son propiamente trabajos de investigación. Dentro de cada disciplina hay teorías y
corrientes diversas. La introducción es la parte de nuestro texto donde vamos a dejar
sentadas las bases teóricas de nuestro estudio. Esto implica tomar decisiones sobre las
escuelas o corrientes con las que nos vamos a alinear y, llegado el caso, justificar estas
decisiones. A continuación llega el momento de hablar de los datos. Sí, señor, los datos
sobre los que se basa nuestro trabajo. Debemos dejar claro qué datos estamos manejando,
pero también cómo los hemos obtenido y hemos de justificar por qué son necesarios esos
datos para nuestro trabajo y no otros datos u otra cantidad de datos. Una vez que hemos
aclarado esta cuestión, podemos entrar en el punto dedicado a la metodología: qué método
o métodos vamos a utilizar para trabajar con esos datos y para, así, obtener generalizaciones
a partir de ellos. Como ves, una introducción puede llegar a ser verdaderamente compleja.
Muy a menudo, la introducción constituye un único apartado o capítulo sin divisiones
interiores. Pero si estamos ante un trabajo amplio (y estoy pensando nuevamente en una
tesis doctoral), podemos convertir cada uno de los puntos de la introducción en un
subapartado con su propio título y numeración. O sea, que podríamos tener “1.
Introducción” y, a continuación, “1.1. Tema, 1.2. Objetivos”... y así sucesivamente. Una
introducción bien redactada es útil para el autor y para el lector. Es útil para el autor porque
le ayuda a poner orden y a aclarar ideas. Es útil para el lector porque le permite enterarse de
lo que va a encontrar en ese texto sin necesidad de leerlo entero. Unos cuantos párrafos o
unas cuantas páginas le van a dar las claves de lo que viene a continuación. De esa forma
puede empezar a tomar decisiones: ¿Me interesa el texto? ¿No me interesa? ¿Qué partes me
pueden ser útiles? ¿Cuáles son prioritarias para mí? ¿Y cuándo es el momento de redactar
la introducción? ¿Al principio o al final? Las dos posibilidades son aceptables. Cada una
tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Redactarla al principio es lo más evidente porque,
al fin y al cabo, es el primer apartado del trabajo. Empezar por la introducción tiene la
ventaja de que nos obliga a plantearnos desde el principio todas las cuestiones básicas que
están relacionadas con nuestro trabajo, así que puede servir para sentar unas bases sólidas y
para evitar la dispersión, que es siempre un peligro cuando redactamos. Pero (y esto es un
gran pero) los textos académicos casi nunca se escriben de manera lineal. Por lo general, un
trabajo académico, sobre todo si es un trabajo de investigación, es una aventura en la que
no resulta fácil predecir dónde vamos a acabar. Nuestro plan, puede estar muy bien
pensado, pero por muy bien pensado que esté, se va a ver modificado una y otra vez. Por
eso hay quien prefiere dejar la introducción para el final porque es entonces cuando
sabemos de verdad adónde hemos llegado con nuestro trabajo, cuáles son sus limitaciones,
su estructura, etc. Yo suelo utilizar un planteamiento intermedio. Redacto al principio un
esquema de la introducción que me ayuda a fijarme una ruta y a centrarme. Al final, cuando
he terminado de redactar, reviso este esquema y elaboro la introducción definitiva a la vista
del trabajo que he completado. Una última advertencia: la introducción tiene que ser breve.
¿Qué quiere decir “breve”? “Breve” significa “breve en relación con el conjunto del
trabajo”. Si estamos hablando de un texto de diez páginas, “breve” querrá decir “unos
pocos párrafos”. Si nos vamos a una tesis de 400 páginas, “breve” será un capítulo con un
puñado de páginas. Además, normalmente, la introducción será más extensa que la
conclusión. Si te encuentras con que esto no se cumple, es que algo ha fallado. Tienes un
vídeo sobre cómo redactar la conclusión de un trabajo académico. Te dejo el enlace.
Gracias por ver este vídeo. Suscríbete al canal para seguir aprendiendo. Y nos vemos la
semana que viene. ¡Hasta pronto!
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