Está en la página 1de 19

La penitencia y la conversión

LA PENITENCIA

AA.VV., La conversione, «Sacra Dottrina» 11 (1966) 173-270; J. P. AUDET, La penitencia cristiana primitiva, ib. 12
(1967) 153177; J. BEHM, metanoeo-metanoia, kittel IV,994-1002/ VII,1169-1188; F. J. J. BUYTENDIJK, El dolor: psicología,
fenomenología, metafísica, Madrid, Rev. Occidente 1958; C. JEAN NESMY, La alegría de la penitencia, Madrid, Rialp
1970; H. KARPP, La pénitence, París, Delachaux-Niestlé 1970; J. H. NICOLAS, L’amour de Dieu et la peine des hommes,
París, Beauchesne 1969; C. VOGEL, Le pécheur et la pénitence dans l’Eglise ancienne, París, Cerf 1966; y… vau Moyen
àge, ib. 1969; E. WÜRTHWEIN, metanoeo-metanoia, kittel IV, 976-985 / VII, 1121-1143.
Véase también PABLO VI, const. apost. Poenitemini 17-II-1966; Nuevo Ritual de la Penitencia (=NRP), Madrid 1975;
JUAN PABLO II, cta. apost. Salvifici doloris 11-II-1984, 39: DP 1984,39; exhort. apost. Reconciliatio et pænitentia 2-
XII-1984: DP 1984,335.
El CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (CIC), actos que integran la penitencia (1422-1460, 1471-1479); días peniten-
ciales (1438).

La penitencia en la Biblia culpas no pasan de padres a hijos como una


herencia fatal (Ez 18). Por otra parte, si el pe-
En las religiones naturales primitivas el cado fue alejarse de Dios, la conversión será
hombre intenta purificarse de su pecado apla- regresar a Yavé (Is 58,5-7; Joel 2,12s; Am
cando a los dioses con ritos exteriores –ablu- 4,6-11; Zac 7,9-12), escucharle, atendiendo
ciones, sangre, transferencia del pecado a un sus normas, recibiendo sus enviados (Jer 25,2-
animal expiatorio–; y experimenta su pecado 7; Os 6,1-3), fiarse de él, apartando otros dio-
como un mal social, que afecta a la salud de ses y ayudas (Is 10,20s; Jer 3,22s; Os 14,4);
la comunidad. En las religiones más avanza- será, en fin, alejarse del mal, que es lo contra-
das, crecen juntamente el sentido personal de rio de Dios (Jer 4,1; 25,5).
culpa y la condición fundamentalmente inte-
rior de la penitencia. En todo caso, como dice Pero ¿es posible realmente la conversión?
Pablo VI, la penitencia ha sido siempre una ¿Podrá el hombre cambiar de verdad por la
«exigencia de la vida interior confirmada por penitencia? «¿Mudará por ventura su tez el
la experiencia religiosa de la humanidad», etíope, o el tigre su piel rayada? ¿Podréis voso-
(Poenitemini 32). tros obrar el bien, tan avezados como estáis al
mal?» (Jer 13,23)... La Biblia revela que con la
En la historia espiritual de Israel se aprecia gracia santificadora del Señor la penitencia es
también un importante desarrollo en la idea y posible (Is 44,22; Jer 4,1; 26,3; 31,33; 36,3; Ez
en la práctica de la penitencia. Esta aparece 11,19; 18,13; 36,26; Sal 50,12). Es posible
pronto ritualizada en días y celebraciones pe- con la gracia de Dios –suplicada, recibida– y
culiares (Neh 9; Bar 1,5-3,8), y siempre los con el esfuerzo del hombre: «Conviérteme y
actos principales de la penitencia son oración yo me convertiré, pues tú eres Yavé, mi
y ayuno (1 Sam 7,6; Job 2,8; Is 22,12; Lam Dios» (Jer 31,18; +17,14; 29,12-14; Lam 5,21;
3,16; Ez 27,3031; Dan 9,3; Os 7,14; Joel 1,13- Is 65,24; Tob 13,6; Mal 3,7; Sant 4,8).
14; Jon 3,6). Los profetas acentúan en la peni-
tencia la interioridad y la individualidad. Las
La predicación del Evangelio comienza En la Iglesia antigua
por llamar a la penitencia. La plenitud de los
tiempos implica una plenitud de metanoia (Mc En la predicación de los Apóstoles hay una
1,4), palabra equivalente a penitencia, conver- clara conciencia de que evangelizar es anun-
sión, arrepentimiento. «Juan el Bautista apare- ciar a Jesús y la conversión de los pecados. En
ció en el desierto, predicando el bautismo de este sentido puede decirse que una predica-
penitencia para remisión de los pecados» (ib.). ción es evangélica en la medida en que suscita
Jesús «fue levantado por Dios a su diestra la fe en Cristo y la verdadera conversión del
como príncipe y Salvador, para dar a Israel pecado. Así San Pablo resume su obra apostó-
penitencia y remisión de los pecados» (Hch lica: «Anuncié la penitencia y la conversión a
5,31). La predicación del Bautista y la de Jesús Dios por obras dignas de penitencia» (Hch
comienza, pues, con el mismo envite: «Arre- 26,20; +2,38; 14,22; 17,30; 20,21; Mc 6,12;
pentíos, porque el reino de los cielos está cer- Lc 24,47).
ca» (Mt 3,2; =Mc 1,15). Hay que apartarse del mal (Hch 8,22; Ap
La penitencia es igualmente el núcleo cen- 2,22; 9,2021;16,11) y volverse incondicio-
tral de la predicación apostólica. Los apóstoles nalmente a Dios (Hch 20,21; 26,20) por la fe
fueron enviados por Cristo en la ascensión en Cristo (20,21; Heb 6,1), abriéndose así a la
«para que se predicase en su nombre la peni- gracia de Dios (Hch 11,18). La conversión es
tencia para la remisión de los pecados a todas ante todo un acto del amor de Dios al hom-
las naciones» (Lc 24,47). San Pablo, por ejem- bre: «Yo reprendo y corrijo a cuantos amo: sé,
plo, recibe de Jesús la misión apostólica en pues, ferviente y arrepiéntete» (Ap 3,19). Pero
estos términos: «Yo te envío para que les abras el que rechace este amor, esta gracia, y rehuse
los ojos, se conviertan de las tinieblas a la luz, hacer penitencia, será castigado (2,21s; 9,20s;
y del poder de Satanás a Dios, y reciban el 16,9. 11).
perdón de los pecados y parte en la herencia En los Padres apostólicos la penitencia de-
de los consagrados» (Hch 26,18). signa con frecuencia toda la vida cristiana. El
La penitencia es presentada como absolu- pecador no puede acercarse al Santo y vivir de
tamente necesaria y urgente: «Si no hiciéreis Él, si no es por la penitencia. «Dios habita
penitencia, todos moriréis igualmente» (Lc verdaderamente en nosotros, en la morada de
13,3. 5); ya la conversión no puede postergar- nuestro corazón; dándonos la penitencia, nos
se (19,41s; 23,28s; Mt 11,20-24). La peniten- introduce a nosotros, que estábamos esclavi-
cia evangélica va a ser a un tiempo don de zados por la muerte, en el templo incorrupti-
Dios y esfuerzo humano (Mc 10,27; Hch 2,38; ble» (Bernabé 16,8-9).
3,19.25; 8,22; 17,30; 26,20; Ap 2,21); va a ser Así que «el que sea santo, que se acerque;
principalmente interior, pero también exterior el que no lo sea, que haga penitencia» (Dída-
(Mt 6,1-18; 23,26); individual, interior y mo- que 10,6). Y que sepa que «no hay otra peni-
ral, pero también social, exterior y sacramental tencia fuera de aquella en que bajamos al
(Mt 18,18; Mc 16,16; Jn 3,5; 20, 22-23). No agua y recibimos la remisión de nuestros pe-
va a ser asunto exclusivo de la conciencia con cados pasados» (Hermas, Mandato 4,3,1). Je-
Dios, sino algo verdaderamente eclesial, pues sucristo bendito es quien nos ha traído la ver-
la Iglesia convierte a los pecadores no sólo por dadera penitencia; él es quien ha quitado
los sacramentos, sino también por las exhorta- realmente el pecado del mundo (Jn 1,29); por
ciones y correcciones fraternas, y sobre todo eso «fijemos nuestra mirada en la sangre de
por las oraciones de súplica ante el Señor (Mt Cristo, y conozcamos qué preciosa es a los
18,15s; 2 Cor 2,8; Gál 6,1; 1 Tim 5,20; 2 Tim ojos de Dios y Padre suyo, pues, derramada
2,25-26; 1 Jn 1,9; 5,16; Sant 5,16). por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la
penitencia para todo el mundo» (1 Clemente
7,4).

2
En la doctrina católica todo cristiano es pecador, y en el ejercicio de
cualquier virtud hallará una dimensión peni-
«Cristo es el modelo supremo de peniten- tencial, ya que le hace volverse a Dios. Y tam-
tes; él quiso padecer la pena por pecados que bién en este sentido, todas las virtudes cristia-
no eran suyos, sino de los demás» (Poenitemi- nas son penitenciales, pues todas tienen fuerza
ni 35). Y a los que sí somos pecadores, él qui- y eficacia de conversión.
so participarnos su espíritu de penitencia: él
nos da conocimiento de nuestros pecados y de Examen de conciencia
la misericordia de Dios, dolor por nuestras
culpas, capacidad de expiación, y gracia para El examen de conciencia hay que hacerlo
cambiar de vida. Él no quiso hacer penitencia en la fe, mirando a Dios. «Cada uno debe so-
solo, sino con nosotros, que somos su cuerpo. meter su vida a examen a la luz de la palabra
En Cristo, con Él y por Él hacemos penitencia. de Dios» (NRP 384). El hombre –avaro, sober-
bio, murmurador, prepotente, perezoso–,
Y por otra parte, la penitencia cristiana es cuanto más pecador es, menos conciencia
en la Iglesia, ella misma «a un tiempo santa y suele tener de su pecado. Si mirase más a Dios
necesitada de purificación» (LG 8c). Es la Igle- y a su enviado Jesucristo, si recibiera más la
sia la que llama a los pecadores, la que –como luz de su palabra, si leyera más el evangelio y
la viuda de Naim, que lloraba su hijo muerto– la vida de los santos, se daría mejor cuenta de
intercede ante el Señor por los pecadores. Ella su miserable situación, y la vería en relación a
es la que realiza sacramentalmente la reconci- la misericordia divina. Por eso la liturgia del
liación de los pecadores con Dios, y la que, sacramento de la penitencia pide: «Dios, que
con los ángeles, se alegra de su conversión (Lc ha iluminado nuestros corazones, te conceda
15,10). Ella es la que llama siempre y a todos un verdadero conocimiento de tus pecados y
a la penitencia: «La Iglesia proclama a los no de su misericordia» (NRP 84).
creyentes el mensaje de salvación, para que
todos los hombres conozcan al único Dios Santa Teresa explica esto muy bien. «A mi
verdadero y a su enviado Jesucristo y se con- parecer, jamás nos acabamos de conocer, si
viertan de sus caminos haciendo penitencia. Y no procuramos conocer a Dios; mirando su
a los creyentes les debe predicar continua- grandeza, acudamos a nuestra bajeza, y mi-
mente la fe y la penitencia» (SC 9b). rando su limpieza, veremos nuestra suciedad;
considerando su humildad, veremos cuán le-
La virtud de la penitencia jos estamos de ser humildes. Hay dos ganan-
cias en esto: la primera, está claro que una
Existe la virtud específica de la penitencia, cosa parece blanca muy blanca junto a la ne-
que como dice San Alfonso María de Ligorio, gra, y al contrario, la negra junto a la blanca;
«tiende a destruir el pecado, en cuanto es la segunda es porque nuestro entendimiento y
ofensa de Dios, por medio del dolor y de la voluntad se hace más noble y dispuesto para
satisfacción» (Theologia moralis VI,434; +STh todo bien, tratando a vueltas de sí con Dios, y
III,85). Y esta virtud implica varios actos dis- si nunca salimos de nuestro cieno de miserias
tintos, que iremos estudiando uno a uno: es mucho inconveniente. Pongamos los ojos
La virtud de la penitencia, por tanto, cons- en Cristo, nuestro bien, y allí aprenderemos la
tituye una virtud especial, con una serie de verdadera humildad, y en sus santos, y se ha
actos propios que la integran, y es una de las de ennoblecer el entendimiento, y el propio
principales de la vida espiritual. En efecto, conocimiento no hará [al hombre] ratero y
aunque el bautismo perdona los pecados, per- cobarde» (1 Moradas 2,9-11).
siste en el cristiano esa inclinación al mal que Cuando el alma llega a verse iluminada en
se llama concupiscencia, la cual no es peca- la alta oración contemplativa, «se ve clara-
do, pero «procede del pecado y al pecado in- mente indignísima, porque en habitación a
clina» (Trento 1546: Dz 1515). En este sentido, donde entra mucho sol no hay telaraña escon-

3
dida; ve su miseria... Se le representa su vida en llanto y en gemido; rasgad vuestros cora-
pasada y la gran misericordia de Dios» (Vida zones» (Joel 2,12-13). Es absolutamente nece-
19,2). «Es como el agua que está en un vaso, saria la contrición para la conversión del pe-
que si no le da el sol está muy clara; si da en cador. Si Cristo llora por el pecado de Jerusa-
él, se ve que está todo lleno de motas. Al pie lén (Lc 19,41-44), ¿cómo no habremos de llo-
de la letra es esta comparación: antes de estar rar los pecadores nuestros propios pecados?
el alma en este éxtasis le parece que trae cui-
dado de no ofender a Dios y que, conforme a El corazón de la penitencia es la contri-
sus fuerzas, hace lo que puede; pero llegada ción, y con ella la atrición. El concilio de Tren-
aquí, que le da este Sol de Justicia que la hace to las define así:
abrir los ojos, ve tantas motas que los querría
volver a cerrar... se ve toda turbia. Se acuerda «La contrición ocupa el primer lugar entre
del verso que dice: “¿Quién será justo delante los actos del penitente, y es un dolor del alma
de ti?” (Sal 142,2)» (20,28-29). y detestación del pecado cometido, con pro-
Cuando el examen de conciencia se hace pósito de no pecar en adelante. Esta contrición
mirando a Dios el pecador ve su pecado no no sólo contiene en sí el cese del pecado y el
simplemente como falla personal, sino como propósito e iniciación de una nueva vida, sino
ofensa contra Dios. Y ve siempre su negrura en también el aborrecimiento de la vieja. Y aun
el fondo luminoso de la misericordia divina. cuando alguna vez suceda que esta contrición
sea perfecta y reconcilie al hombre con Dios
El examen, también, ha de hacerse en la antes de que de hecho se reciba este sacra-
caridad, actualizándola intensamente, pues mento [de la penitencia], no debe, sin embar-
sólo amando mucho al Señor, podrá ser adver- go, atribuirse la reconciliación a la misma con-
tida una falta, por mínima que sea; en la ab- trición sin deseo del sacramento, que en ella
negación de la propia voluntad, pues ésta in- se incluye».
fluye en el juicio, y en tanto permanezca asida
a su mal, no nos dejará verlo como malo; en La atrición, por su parte, «se concibe co-
la humildad, ya que el soberbio o vanidoso es múnmente por la consideración de la fealdad
incapaz de reconocer sus pecados, es incorre- del pecado y por el temor del infierno y de sus
gible, mientras que sólo el humilde, en la me- penas, y si excluye la voluntad de pecar y va
dida en que lo es, está abierto a la verdad, sea junto con la esperanza del perdón, no sólo no
cual fuere; y en la profundidad, no limitando hace al hombre más hipócrita y más pecador
el examen a un recuento superficial de actos [como decía Lutero], sino que es un don de
malos, sino tratando de descubrir sus malas Dios e impulso del Espíritu Santo, que todavía
raíces, esas resistencias a la gracia que son ya no inhabita, sino que sólamente mueve, y con
habituales. Así realizado, el examen de con- cuya ayuda se prepara el penitente el camino
ciencia hecho diariamente o con otra periodi- para la justicia. Y aunque sin el sacramento de
cidad, sobre un punto particular o en general, la penitencia no pueda por sí misma llevar al
ayuda mucho al crecimiento espiritual. pecador a la justificación, sin embargo, le dis-
pone para impetrar la gracia de Dios en el sa-
Contrición cramento de la penitencia» (Trento 1551: Dz
1676-1678).
La contrición hay que procurarla en la ca-
ridad, mirando a Dios. Cuanto más encendido [Es un gran error considerar inútil la for-
el amor a Dios, más profundo el dolor de mación del dolor espiritual por el pecado. O,
ofenderle. Pedro, que tanto amaba a Jesús, por ejemplo, en la preparación de la peniten-
después de ofenderle tres veces, «lloró amar- cia sacramental, darlo por supuesto, y centrar
gamente» (Lc 22,61-62). Es voluntad clara de la atención casi exclusivamente en el examen
Dios que los pecadores lloremos nuestras cul- de conciencia. El dolor de corazón es sin duda
pas: «Convertíos a mí –nos dice–, en ayuno, lo más precioso que el penitente trae al sa-

4
cramento, y en modo alguno debe omitir su [Gran tentación para el hombre es verse
actualización intensa, distraído quizá en hacer pecador y considerarse irremediable. Tras una
sólo el recuento de sus faltas, y discurriendo el larga experiencia de pecados, de impotencia
modo y las palabras con que habrá de acusar- para el bien, al menos para el bien más perfec-
las. Pero el mayor error es que no duela el to, tras no pocos años de mediocridad aparen-
pecado como ofensa contra Dios, sino sim- temente inevitable, va posándose en el fondo
plemente como falla personal, como fracaso del alma, calladamente, el convencimiento de
social, como ocasión de perjuicios y compli- que «no hay nada que hacer», «lo mío no tie-
caciones. Esto es lo que más falsea la verdad ne remedio». De este lamentable abatimiento
del arrepentimiento]. –falta fe en la fuerza de la gracia de Dios, falta
fe en la fuerza de la propia libertad asistida
La contrición es el acto más importante de por la gracia– sólo puede sacarnos la virtud
la penitencia, y por eso debemos pedirla — de la esperanza: «Lo que es imposible para los
pedir, con la liturgia, «la gracia de llorar nues- hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27; Jer
tros pecados» (orac. Santa Mónica 27-VIII)—, 32,27). Muchos propósitos no se cumplen,
y debemos procurarla mirando a Dios. Miran- pero son muchos más los que ni se hacen].
do al Padre, comprendemos que por el pecado
Los propósitos han de ser firmes, pruden-
le abandonamos, como el hijo pródigo, y bus-
tes, bien pensados, sinceros, bien apoyados en
camos la felicidad lejos de Él (Lc 15,11s). Mi-
Dios, y no en las propias fuerzas. Han de ser
rando a Cristo, contemplándole sobre todo en
altos, audaces: «Aspirad a los más altos do-
la cruz, destrozado por nuestras culpas, cono-
nes» (1 Cor 12,31). Toda otra meta sería
cemos qué hacemos al pecar. Mirando al Espí-
inadecuada para el cristiano, para el hijo de
ritu Santo vemos que pecar es resistirle y des-
Dios, que no está hecho para andar, sino para
preciarle. El verdadero dolor nace de ver
volar.
nuestro pecado mirando a Dios.
«La vida entera de un buen cristiano se
Conviene señalar que en los buenos cris- reduce a un santo deseo», dice San Agustín:
tianos la contrición es mayor que el pecado. «Imagínate que quieres llenar un recipiente y
El pecado fue un breve tiempo demoníaco, sabes que la cantidad que vas a recibir es
apasionado, oscuro, falso. Pero, en cambio, el abundante; extiendes el saco o el odre o cual-
arrepentimiento es tiempo largo y consciente, quier otro recipiente, piensas en lo que vas a
personal y profundo, donde más verídicamen- verter y ves que resulta insuficiente; entonces
te se expresa la personalidad del cristiano. Y tratas de aumentar su capacidad estirándole.
cuando la contrición es muy intensa, no sóla- Así obra Dios: haciendo esperar, amplía el de-
mente destruye totalmente el pecado, sino que seo; al desear más, aumenta la capacidad del
deja acrecentada la unión con Dios. Como en alma y, al aumentar su capacidad, le hace ca-
una pelea entre novios: tras la ofensa, si en la paz de recibir más. Deseemos, pues, herma-
reconciliación hubo dolor y amor sinceros, nos, porque seremos colmados. En esto con-
quedan más unidos que antes. siste nuestra vida: en ejercitarnos a fuerza de
deseos. Pero los santos deseos se activarán en
nosotros en la medida en que cortemos nues-
Propósito de enmienda tro deseo del amor del mundo. Lo que ha de
El propósito penitencial es un acto de es- llenarse, ha de empezar por estar vacío» (SChr
peranza, que se hace mirando a Dios. El es 75 ,230-232) .
quien nos dice: «Vete y no peques más» (Jn
8,11), él es quien nos levanta de nuestra pos- Los propósitos no deben ser excesivamen-
tración, y quien nos da su gracia para em- te vagos y generales, que en el fondo a nada
prender una vida nueva. concreto comprometen. A ciertas personas les
cuesta mucho dar forma a su vida, asumir

5
unos compromisos concretos. Les gusta andar piación? El hijo pródigo, cuando vuelve con
por la vida sin un plan, sin orden ni concierto, su padre, quiere ser tratado como un jornalero
a lo que salga, según el capricho, la gana o la más (Lc 15,18-19), y Zaqueo, al convertirse,
circunstancia ocasional. Y esto es muy malo da la mitad de su bienes a los pobres, y de-
para la vida espiritual. Pero tampoco conviene vuelve el cuádruplo de lo que a algunos hu-
hacer propósitos excesivamente determina- biera defraudado (19,8). Está claro: hay espíri-
dos, pues «el viento sopla donde quiere, y tu de expiación en la medida en que hay dolor
oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni por el pecado cometido. Hay deseo de suplir
adónde va: así es todo nacido del Espíritu» (Jn en la propia carne «lo que falta a las tribula-
3,8). ciones de Cristo por su cuerpo, que es la Igle-
sia» (Col 1,24) en la medida en que hay amor
El propósito, como acto intelectivo («pro-
a Jesús crucificado.
poner» una obra mentalmente, según la fe),
responde a la naturaleza inteligente del hom- Por eso la devoción al Corazón de Jesús,
bre, y es conforme a su modo natural de obrar. al centrarse en la contemplación del amor que
Pero el propósito, entendido como acto voliti- nos ha tenido el Crucificado, y en la respuesta
vo («decidir»: «Hoy o mañana iremos a tal de amor que le debemos, necesariamente se
ciudad y pasaremos allí el año, y negociare- centra también en la espiritualidad de la ex-
mos y lograremos buenas ganancias», Sant piación, de la reparación y el desagravio. No
4,13), aunque intente obras espirituales, en sí se trata, pues, de una moda espiritual piadosa,
mismas muy buenas, puede presentar resisten- que pueda ser olvidada por la Iglesia Esposa,
cias a los planes de Dios, que muchas veces ya que ésta encuentra en ella el cumplimiento
no coinciden con los nuestros («no sabéis cuál perfecto de su propia vocación.
será vuestra vida de mañana, pues sois humo,
Es un gran honor poder expiar por el pe-
que aparece un momento y al punto se
cado. Un niño, un loco, no pueden satisfacer
disipa», 4,14). Otra cosa es si el propósito,
(satisfacere, hacer lo bastante, reparar, expiar)
aun siendo volitivo, es claramente hipotético,
por sus culpas: a éstos se les perdona sin más.
condicionado absolutamente a lo que Dios
Pero la maravilla del amor de Dios hacia noso-
quiera y disponga («En vez de esto debíais de-
tros es que nos ha concedido la gracia de po-
cir: Si el Señor quiere y vivimos, haremos esto
der expiar con Cristo por nuestros pecados y
o aquello», 4,15).
por los de toda la humanidad. Por supuesto
que nuestra expiación de nada valdría si no se
Y es que el cristiano carnal quiere vivir diera en conexión con la de Cristo. Pero hecha
apoyándose en sí mismo, controlando su vida en unión a éste, tiene valor cierto, y nos confi-
espiritual, andando con mapa, por un camino gura a él en su pasión. Como dice Trento: «Al
claro y previsible. Y muchas veces Dios dispo- padecer en satisfacción por nuestros pecados,
ne que sus hijos vayan de su mano sin un ca- nos hacemos conformes a Cristo Jesús, que
mino bien trazado, en completa disponibili- por ellos satisfizo» (Rm 5,10; 1 Jn 2,1s), «y de
dad a su gracia, lo que implica un no pequeño quien viene toda nuestra suficiencia» (2 Cor
despojamiento personal. 3,5). Verdaderamente, no es esta satisfacción
que pagamos por nuestros pecados tal que no
Expiación sea por medio de Cristo Jesús, en el que satis-
facemos «haciendo frutos dignos de peniten-
La necesidad de expiar por el pecado ha cia» (Lc 3,8), que de él tienen su fuerza, por él
sido siempre comprendida por la conciencia son ofrecidos al Padre, y por medio de él son
religiosa de la humanidad. Pero aún ha sido aceptados por el Padre» (Dz 1692).
mejor comprendida por los cristianos, con só-
lamente mirar a Cristo en la cruz. ¿Dejaremos — LA EXPIACIÓN ES CASTIGO. En todo peca-
que él solo, siendo inocente, expíe por nues- do hay una culpa que le hace merecer al pe-
tros pecados o nos uniremos con él por la ex- cador dos penalidades: una pena ontológica

6
(se emborrachó, y al día siguiente se sintió en- y ocasiones exteriores proclives al mal que en
fermo), y una pena jurídica (se emborrachó, y la vida del pecador se fueron cristalizando
al día siguiente perdió su empleo). Los cristia- como efecto de sus culpas. En una palabra, la
nos al pecar contraemos muchas culpas, nos expiación ataca las raíces mismas que produ-
atraemos muchas penalidades ontológicas, y cen el amargo fruto del pecado (STh Sppl.
nos hacemos deudores de no pocas penas ju- 12,3 ad 1m; +III,86, 4 ad 3m). Y adviértase
rídicas o castigos, que nos vendrán impuestas aquí que la misma contrición tiene virtud de
por Dios, por el confesor, por el prójimo o por expiar, pues rompe dolorosamente el corazón
nosotros mismos. culpable.
El bautismo quita del hombre toda culpa y La perfecta conversión del hombre requie-
toda pena temporal o eterna. Quita también la re todos los actos propios de la penitencia. No
pena jurídica por completo, pero no necesa- basta, por ejemplo, que el borracho reconozca
riamente la pena ontológica (un borracho, su culpa, tenga dolor de corazón por ella, y
bautizado, sigue con su dolencia hepática). propósito de no emborracharse otra vez. La
Ahora bien, la penitencia, incluso la sacra- conversión (la liberación) completa de su pe-
mental, borra del cristiano toda culpa, pero no cado exige además que expíe por él con ade-
necesariamente toda pena, ontológica o jurí- cuadas obras buenas y penales (por ejemplo,
dica (STh III,67, 3 ad 3m; 69,10 ad 3m; 86,4 dejando en absoluto de beber en Cuaresma),
in c.et ad 3m). Por eso el ministro de la peni- que le sirvan de castigo y también de medici-
tencia debe imponer al penitente una expia- na. Sólo así podrá destruir en sí mismo el pe-
ción, un castigo. Y por eso es bueno también cado y las consecuencias dejadas por el peca-
que el mismo cristiano expíe, imponiéndose do. Dicho de otro modo: Cristo salva a los pe-
penas por sus pecados y los del mundo. cadores de sus pecados no sólamente por el
reconocimiento del mismo, por la contrición y
Santo Tomás enseña que «aunque a Dios,
el propósito, sino también dándoles la gracia
por parte suya, nada podemos quitarle, sin
de la expiación penitencial. Por lo demás, no-
embargo el pecador, en cuanto está de su par-
temos que en cualquier vicio arraigado, por
te, algo le sustrajo al pecar. Por eso, para llevar
ejemplo, en el que bebe en exceso, no es po-
a cabo la compensación, conviene que la sa-
sible pasar del abuso al uso, sino a través de
tisfacción quite al pecador algo que ceda en
una abstinencia más o menos completa.
honor de Dios. Ahora bien, la obra buena, por
serlo, nada quita al sujeto que la hace, sino El cristiano es sacerdote en Cristo, y por
que más bien le perfecciona. Por tanto no serlo está destinado a expiar por los pecados,
puede realizarse tal substracción por medio de no sólamente por los suyos, sino por los de
una obra buena a no ser que sea penal. Y por todo el mundo. En efecto, Jesucristo es a un
consiguiente para que una obra sea satisfacto- tiempo sacerdote y víctima, y en la cruz ofre-
ria, es preciso que sea buena, para que honre ció su vida «por todos para el perdón de los
a Dios, y que sea penal, para que algo se le pecados» (Mt 26,28). Y el cristiano, al partici-
quite al pecador» (STh Sppl. 15,1). par de Cristo en todo, participa ciertamente de
este sacerdocio victimal (LG 10,34), «comple-
—LA EXPIACIÓN ES MEDICINA. La contrición
tando» con la expiación de su propia sangre
quita la culpa, pero la satisfacción expiatoria
lo que falta a la pasión de Cristo para la salva-
ha de sanar las huellas morbosas que el peca-
ción de su cuerpo, que es la Iglesia (Cf. Col
do dejó en la persona. Esta función de la peni-
1,24).
tencia tiene una gran importancia para la vida
espiritual. En efecto, por medio de actos bue- Pío XII decía: Es preciso que «todos los
nos penales la expiación tiene un doble efecto fieles se den cuenta de que su principal deber
medicinal: 1°– sana el hábito malo, con su y su mayor dignidad consiste en la participa-
mala inclinación, que se vio reforzado por los ción en el Sacrificio Eucarístico; y eso de un
pecados, y 2°– corrige aquellas circunstancias modo tan intenso y activo, que estrechísima-

7
mente se unan con el Sumo Sacerdote, y Penas de la vida
ofrezcan con Él aquel sacrificio juntamente
con Él y por Él, y con Él se ofrezcan también a El cristiano participa de la cruz de Cristo
sí mismos. Jesucristo, en verdad, es sacer- aceptando las penas de la vida, enfermedad,
dote… y es víctima... Pues bien, aquello del sufrimientos morales, decadencia psíquica y
Apóstol, «tened en vuestros corazones los física, problemas económicos, fatiga, prisa,
mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el trabajo duro, convivencia difícil, inseguridad,
suyo» (Flp 2,5), exige a todos los cristianos ignorancia, impotencia, muerte. Las penas de
que reproduzcan en sí, en cuanto al hombre la vida son las más permanentes, desde la
es posible, aquel sentimiento que tenía el di- cuna hasta el sepulcro; las más dolorosas, ma-
vino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio, yores sin duda que cualquier penalidad asu-
es decir, que imiten su humildad y eleven a la mida por iniciativa propia; las más humillan-
suma majestad de Dios la adoración, el honor, tes, las que con elocuencia más implacable
la alabanza y la acción de gracias; exige, nos muestran nuestra condición inerme de
además, que de alguna manera adopten la criaturas; las más providenciales, pues son in-
condición de víctima, abnegándose a sí mis- mediatamente regidas por el amor de Dios; las
mos según los preceptos del Evangelio, entre- más voluntarias, aunque pueda parecer otra
gándose voluntaria y gustosamente a la peni- cosa, pues su aceptación las hace realmente
tencia, detestando y expiando cada uno sus nuestras, y requiere actos muy intensos de la
propios pecados. Exige, en fin, que todos nos voluntad; y en fin, las más universales, ya que
ofrezcamos a la muerte mística en la Cruz jun- todos los hombres, conozcan o no a Jesucris-
to con Jesucristo, de modo que podamos decir to, todos las llevan de uno u otro modo sobre
como S.Pablo: «Estoy clavado en la cruz jun- sus hombros.
tamente con Cristo» (Gál 2,19)» (enc. Media-
tor Dei 20-XI-1947, 22). Hay grados muy diversos en la aceptación
¿Cuáles son los modos fundamentales de de la cruz. Pues bien, dice el Vaticano II, «re-
participar de la pasión de Cristo, y de expiar cuerden todos que con el culto público y con
con Él por los pecados? El modo fundamental, la oración, con la penitencia y la libre acepta-
desde luego, es la participación en la EUCARIS- ción de los trabajos y desgracias de la vida,
TÍA. Pero, además, hay tres vías fundamenta- con la que se asemejan a Cristo paciente (2
les: las penas de la vida, las penas sacramenta- Cor 4,10; Col 1,24), pueden llegarse a todos
les impuestas por el confesor, y las penas pro- los hombres y ayudar a la salvación del mun-
curadas por la mortificación. Así lo enseña do» (AG 16g).
Trento: «Es tan grande la largueza de la muni- Así como veneramos la cruz de Cristo, la
ficencia divina que podemos satisfacer ante besamos y ponemos en ella la esperanza de
Dios Padre por medio de Jesucristo no sólo nuestra salvación, veneremos nuestra cruz, y
con las penas espontáneamente tomadas por conozcamos bien la virtualidad santificante
nosotros para castigar el pecado [penas de que tiene para nosotros y para el mundo. Se-
mortificación] o por las penas impuestas a jui- pamos que la cruz nuestra es cruz de Cristo,
cio del sacerdote según la medida de la culpa pues somos sus miembros. Veamos en cada
[penas sacramentales], sino que también –lo sufrimiento un peldaño en la escala ascenden-
que es máxima prueba de su amor– por los te hacia el cielo. Oremos y esforcémonos por
azotes temporales que Dios nos inflige y noso- aceptar y ofrecer todos y cada uno de nuestros
tros sufrimos pacientemente [penas de la sufrimientos.
vida]» (Dz 1693; +1713).
La fe nos da aceptación y paciencia ante el
dolor, nos hace ver que tendríamos que sufrir
mucho más, y que el Señor «no nos trata
como merecen nuestros pecados, ni nos paga

8
según nuestras culpas» (Sal 102,10). La espe- ticias, calumnias, egoísmos–. Así, el mismo
ranza nos hace sufrir con buen ánimo (Rm que puede dormir con el ruido de la calle,
8,18; 2 Cor 4,17-18). Y la caridad nos da a queda insomne por el ruido de la casa, aun-
conocer la alegría de compartir la cruz con que sea menor, porque éste le indigna y le su-
Cristo (Hch 5,41; Gál 6,14; Col 1,24; 1 Tes bleva, aquél no. La misma mujer que sufre con
1,6; 1 Pe 4,13). paciencia que su hermana no pueda ayudarle
porque se ha puesto enferma, se desespera si
[Algunos piensan que las penas impuestas,
ésta no le ayuda por pereza e irresponsabili-
no pueden ser voluntarias ni meritorias. Ven,
dad. Pues bien, todos los sufrimientos de la
por ejemplo, el mérito de un ayuno voluntario,
vida deben ser cristianamente aceptados
pero no ven el posible valor de cruz de una
como cruz que son de Cristo –nuestra cruz es
pobreza obligada. Es un error muy grave. Iden-
su cruz (Mt 25,42-45; Hch 9,15)–. Toda cruz,
tifican la acción libre, voluntaria, con la ac-
limpia o sucia, debe ser tomada cada día, para
ción espontánea, realizada por propia iniciati-
seguir a Jesús (Lc 9,23; 14,27), cuya cruz fue
va. Dejan así sin explotar la mina preciosísima
la más sucia de todas. Ninguna cruz, como
de los sufrimientos diarios, como si fueran ma-
aquella del Calvario, procede de tantas y tan
teria sin valor. Olvidan que la cruz de Cristo
terribles culpas].
fue una pena de la vida, una pena impuesta,
no espontáneamente decidida por él, sino
Penas sacramentales
aceptada con un acto absoluta y máximamen-
te voluntario (Jn 10,17-18; 14,31)]. El acto penitencial impuesto a cada uno en
el sacramento «hace participar de forma espe-
Algunos temen que la aceptación del do-
cial de la infinita expiación de Cristo, al paso
lor les lleve a una pasividad cobarde y estéril,
que, por una disposición general de la Iglesia,
y así justifican indirectamente la rebeldía con-
el penitente puede íntimamente unir a la satis-
tra la providencia de Dios, como si los males
facción sacramental todas sus demás acciones,
se vencieran mejor desde la amargura. El cris-
padecimientos y sufrimientos» (Poenitemini
tiano tiene en las penas la paz de la acepta-
42).
ción, y con paz y buen ánimo trabaja por su-
perarlas. No hay en ello contradicción alguna: Por eso el confesor, al imponer la peniten-
un enfermo, por ejemplo, con el buen ánimo cia, añade: «La pasión de nuestro Señor Jesu-
de la aceptación, debe tratar de curarse. Y con cristo, la intercesión de la bienaventurada Vir-
buen ánimo se curará antes. gen María y de todos los santos, el bien que
hagas y el mal que puedas sufrir, te sirvan
Otros, más o menos conscientemente, ven
como remedio de tus pecados y premio de
el sufrimiento como un mal absoluto, contra
vida eterna» (NRP 104). Todo ello nos indica
el cual todo es lícito: cualquier medio –el
que las penitencias sacramentales, bien apli-
aborto o el divorcio, el terrorismo, la guerra o
cadas, pueden tener un influjo sumamente
la huelga salvaje– todo es lícito si, al menos a
benéfico sobre la vida espiritual del cristiano.
corto plazo, muestra alguna eficacia para neu-
tralizar la cruz. Esta es una atroz negación del En efecto, «el objeto y la cuantía de la sa-
Evangelio. «Nunca hagamos el mal para que tisfacción deben acomodarse a cada peniten-
venga el bien», aunque venga sobre nosotros te, para que así cada uno repare el orden que
ignominia, ruina o muerte, sino venzamos el destruyó y sea curado con una medicina
mal con el bien» (Rm 3,8; 12,21). opuesta a la enfermedad que le afligió. Con-
viene, pues, que la pena impuesta sea real-
En fin, otros hay que aceptan las penas
mente remedio del pecado cometido y, de al-
limpias, pero no las sucias; es decir, están dis-
gún modo renueve la vida» (NRP 6; +Trento
puestos a aceptar aquellas penas que no pro-
1551: Dz 1692). En la práctica, la aplicación
ceden de culpa humana –una sequía, un te-
de esta norma resulta difícil, sobre todo cuan-
rremoto–, pero se sienten autorizados a rebe-
do el confesor no conoce personalmente a los
larse contra las que vienen de pecados, injus-

9
penitentes, que es lo más frecuente: teme que las penalidades que sobrevinieren» lleva en sí
una penitencia severa, enérgicamente medici- la penitencia fundamental; pero es preciso
nal, pueda resultar inconveniente o suscitar además «castigarse espontáneamente» (Pío XI,
una reacción negativa. Por otra parte, los que Enc. Miserentissimus Redemptor: AAS 20,1928,
necesitarían penitencias más graves suelen ser 176). Y esa multiforme expiación espontánea
los menos capaces de asumirlas, y los que es- implicará por ejemplo, entre otras cosas,
tán más dispuestos, los que menos las mere- «mortificaciones externas del cuerpo», «abste-
cen. Por eso el Episcopado Español propone nerse, aunque cueste, de cosas agradables»,
que la obra penitencial expiatoria, «sin quitar «de los espectáculos, de los juegos públicos y
nada al valor de ser impuesta por el ministro, de las delicias del cuerpo, aun de las
pueda ser sugerida por el penitente o conside- lícitas» (enc. Caritate Christi: AAS 24,1932,
rada por ambos» (Orientaciones 65, anexas a 189-193).
NRP). De este modo, además, las mortifica-
Ésta ha sido siempre, por otra parte, la
ciones privadas pueden ser elevadas a la dig-
doctrina de la Iglesia. San Agustín decía: «El
nidad y eficacia de las penas sacramentales,
pecado no puede quedar impune, no debe
que tienen especial fuerza para unir a la pa-
quedar impune, no conviene, no es justo. Por
sión de Cristo.
tanto, si no debe quedar impune, castígalo tú,
[A veces las penas sacramentales son me- no seas tú castigado por él» (ML 38,139). Es la
ramente simbólicas, no hay proporción alguna doctrina de Trento (Dz 1713), la de Juan XXIII
entre la culpa y la pena, ni ésta tiene especial en la encíclica Pænitentiam agere (1 VII,1962),
condición medicinal, todo lo cual contraría la la del concilio Vaticano II sobre los laicos (SC
voluntad de la Iglesia. Esta deficiencia está 105; 110; OT 2e; AG 36c) y especialmente
justificada cuando median circunstancias pas- sobre sacerdotes y religiosos (CO 33b; PO 12,
torales como las que aludíamos; pero es injus- 13, 16, 17; PC 7, 12b; AG 24, 40b). Y es tam-
tificable cuando procede de una falta de fe en bién la enseñanza espiritual de la Liturgia de
el valor espiritual de la expiación. En este sen- la Iglesia, cuando, por ejemplo, en los prefa-
tido, las levísimas, casi inexistentes, penas que cios cuaresmales, nos habla del «ayuno corpo-
en nuestra época se imponen en el sacramento ral» o de las «privaciones voluntarias».
de la penitencia, contrastan notablemente con
[La impugnación doctrinal de la mortifi-
el peso y la fuerza medicinal de las peniten-
cación voluntaria, hoy no infrecuente, apenas
cias aplicadas en la antigüedad. Esto hace
fue conocida en la antigüedad, puede decirse
pensar que la espiritualidad cristiana actual
que comenzó en Lutero, y en el s.XVII la con-
padece un déficit grave en la captación del
tinuó también, bajo otras premisas muy diver-
misterio de la cruz y de la expiación cristiana
sas, Miguel de Molinos: «La cruz voluntaria de
por el pecado].
las mortificaciones es una carga pesada e in-
fructuosa, y por tanto hay que abandonar-
Penas procuradas (mortificación) la» (Dz 2238). Trento condenó el error de los
Finalmente, el cristiano expía con Cristo que dicen que «en manera alguna se satisface
por los pecados asumiendo por iniciativa pro- a Dios por los pecados en cuanto a la pena
pia ciertas penalidades, que afligen alma o temporal por los merecimientos de Cristo con
cuerpo, es decir, «con algún acto voluntario, los castigos espontáneamente tomados, como
además de las renuncias impuestas por el peso ayunos, oraciones, limosnas y también otras
de la vida diaria» (Poenitemini 59). El Magiste- obras de piedad, y que por lo tanto la mejor
rio eclesial sobre el culto al Corazón de Jesús penitencia es sólamente la nueva vida» (1713).
ha expresado en nuestro tiempo con especial
Otros hay que sólamente impugnan la
fuerza esta necesidad de la mortificación vo-
mortificación corporal, como si ésta implicara
luntaria. Sin duda, «entregarse por completo a
un dualismo antropológico hostil al cuerpo.
la voluntad de Dios» y «tolerar con paciencia
Quienes así piensan son, precisamente, los

10
que en realidad se ven afectados de una mala están obligados por ley divina a hacer peni-
antropología dualista, como si el hombre fuera tencia; sin embargo, para que todos se unan
el alma, y el cuerpo algo ajeno y accidental, en alguna práctica común de penitencia, se
que no se hubiera visto implicado en el peca- han fijado unos días penitenciales, en los que
do ni en sus consecuencias. «La verdadera se dediquen los fieles de manera especial a la
penitencia –dice Pablo VI con más verdad– no oración, realicen obras de piedad y de cari-
puede prescindir en ninguna época de la asce- dad, y se nieguen a sí mismos, cumpliendo
sis física; todo nuestro ser, cuerpo y alma, con mayor fidelidad sus propias obligaciones
debe participar activamente en este acto reli- y, sobre todo, observando el ayuno y la absti-
gioso. Este ejercicio de mortificación del cuer- nencia» (c. 1249).
po –ajeno a cualquier forma de estoicismo–
La Conferencia Episcopal Española (7-
no implica una condena de la carne, que el
VII-1984) precisó: «A tenor del canon 1253, se
Hijo de Dios se dignó asumir; al contrario»,
retiene la práctica penitencial tradicional de
considera al cuerpo unido al alma, y no como
los viernes del año, consistente en la abstinen-
objeto extraño a ésta (Poenitemini 46-48)].
cia de carnes; pero puede ser sustituida, según
Por otra parte, Jesucristo y todos los santos la libre voluntad de los fieles, por cualquiera
se han mortificado con penas voluntarias. de las siguientes prácticas recomendadas por
Cristo, al comienzo de su vida pública, se reti- la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, li-
ró al desierto cuarenta días, en oración y mosna (en la cuantía que cada uno estime en
ayuno total (Mt 4,1-2; como lo hizo Moisés, conciencia), otras obras de caridad (visita de
Dt 9,18). Y el Espíritu de Jesús ha iluminado y enfermos o atribulados), obras de piedad (par-
movido a todos los santos para que hicieran ticipación en la Santa Misa, rezo del rosario,
mortificaciones voluntarias, a veces durísimas. etc.) y mortificaciones corporales. En cuanto al
Santa Teresa comenzó a mortificarse con mu- ayuno, que ha de guardarse el miércoles de
cho miedo, pensando que «todo nos ha de Ceniza y el Viernes Santo, consiste en no ha-
matar y quitar la salud. Como soy tan enferma, cer sino una sola comida al día; pero no se
hasta que me determiné en no hacer caso del prohibe tomar algo de alimento a la mañana y
cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada y a la noche, guardando las legítimas costum-
sin valer nada. Vi claro que en muchas [cosas], bres respecto a la cantidad y calidad de los
aunque yo de hecho soy harto enferma, era alimentos» (DP 1984, 219).
tentación del demonio o flojedad mía; y que
después que no estoy tan mirada y regalada, Oración, ayuno y limosna
tengo mucha más salud» (Vida 13,7). Así, con
La Iglesia ha visto siempre «en la tríada
grandes expiaciones penitenciales, han queri-
tradicional oración-ayuno-caridad la formas
do siempre vivir los santos, bien unidos a la
fundamental para cumplir con el precepto di-
cruz de Cristo. Y así han querido morir: San
vino de la penitencia» (Poenitemini 60). Es
Pedro de Alcántara murió de rodillas, según
doctrina clásica, enseñada en el Catecismo de
nos cuenta la misma Santa (27,16-20), como
la Iglesia (1434-1435; +2443-2449).
también San Juan de Dios. Y San Francisco de
Asís quiso morir desnudo, postrado en tierra Y es una convicción expresada bellamente
(Celano, II Vida 217). En fin, no acabaríamos si en la oración de la liturgia: «Señor, Padre de
hiciéramos memoria de las penitencias de los misericordia y origen de todo bien, que nos
santos cristianos. Y probablemente nuestros otorgas remedio para nuestros pecados por
relatos no serían suficientes para persuadir a medio del ayuno, la oración y la limosna, mira
quienes se atreven a pensar que todos los san- con amor a tu pueblo penitente, y restaura
tos estaban equivocados. con tu misericordia a los que estamos hundi-
dos bajo el peso de las culpas» (or. 3 dom.
El Código de Derecho Canónico afirma
cuaresma). Nuestro Señor Jesucristo enseñó en
que «todos los fieles, cada uno a su modo,
el sermón del monte, corazón de su evangelio,

11
cómo hay que orar, ayunar y hacer limosna Padres y concilios organizaron la vida del
(Mt 6,1-18). pueblo cristiano con oraciones (las Horas),
ayunos (días penitenciales) y limosnas (diez-
La sagrada Escritura siempre enseñó el va-
mos y primicias), considerando que ese triple
lor penitencial de la ascética triada: «Buena es
ejercicio establece el espacio espiritual más
la oración con el ayuno, y la limosna con la
favorable para el crecimiento de la vida en
justicia» (Tob 12,8; Jdt 8,5-6; Dan 10,3; Lc
Cristo. Juan Pablo II hace notar que «oración,
2,37; 3,11). Jesucristo, en el desierto, confirma
limosna y ayuno han de ser comprendidos
esta tradición ascética (Mc 1,13; +Ex 24,18), y
profundamente. No se trata aquí sólo de prác-
la enseñó, como hemos visto, en el sermón
ticas momentáneas, sino de actitudes constan-
del monte. En la Iglesia antigua, de hecho,
tes, que imprimen a nuestra conversión a Dios
oraciones, ayunos y limosnas vienen a formar
una forma permanente» (14-III-1979; +21-
el marco fundamental de la vida evangélica
III-1979).
(Hch 2,44; 4,32-37; 10,2. 4. 31; 13,2-3;
14,23; 1 Cor 9,25-27; 2 Cor 6,5; 11,27).
El ayuno es restricción del consumo del
Los Padres apostólicos exhortan igualmen- mundo, es privación del mal, y también priva-
te a los fieles para que desarrollen sus vidas en ción del bien, en honor de Dios. Hay que
esa tríada penitencial que hace posible al ayunar de comida, de gastos, de viajes, de ves-
hombre la verdadera metanoia (Dídaque tidos, lecturas, noticias, relaciones, espectácu-
1,5-6; 7,4; 8; 15,4; Pastor de Hermas, compa- los, actividad sexual (1 Cor 7,5), de todo lo
ración 5,3; San Justino, I Apología 61,2). que es ávido consumo del mundo visible, mo-
La enseñanza de los Padres de la Iglesia se derando, reduciendo, simplificando, seleccio-
muestra de modo excelente en este texto de nando bien. La vida cristiana es, en el más es-
San León Magno: «Tres cosas pertenecen prin- tricto sentido de la palabra, una vida elegante,
cipalmente a las acciones religiosas: la ora- es decir, que elige siempre y en todo: lo con-
ción, el ayuno y la limosna, que se han de rea- trario, justamente, de una vida masificada y
lizar en todo tiempo, pero especialmente en el automática, en la que las necesidades, muchas
tiempo consagrado por las tradiciones apostó- veces falsas, y las pautas conductuales, mu-
licas, según hemos recibido. Pues por la ora- chas veces malas, son impuestas por el am-
ción se busca la propiciación de Dios, por el biente. Es únicamente en esta vida elegante
ayuno se apaga la concupiscencia de la carne, del ayuno donde puede desarrollarse en pleni-
por las limosnas se perdonan los pecados (Dan tud la pobreza evangélica.
4,24). Al mismo tiempo, por todas estas cosas La oración hace que el hombre, liberado
se restaura en nosotros la imagen de Dios, si por el ayuno de una inmersión excesiva en el
estamos siempre preparados para la alabanza mundo, se vuelva a Dios, le mire y contemple,
divina, si somos incesantemente solícitos para le escuche y le hable, lea sus palabras y las
nuestra purificación, y si constantemente pro- medite, se una con Él sacramentalmente. Pero
curamos la sustentación del prójimo. Esta triple sin ayuno no es posible la oración; es el ayuno
observancia, amadísimos, sintetiza los afectos del mundo lo que hace posible el vuelo de la
de todas las virtudes, nos hace llegar a la ima- oración. Y sin oración, sin amistad con el Invi-
gen y semejanza de Dios y nos hace insepara- sible, no es psicológica ni moralmente posible
bles del Espíritu Santo. Porque en las oraciones reducir el consumo de lo visible. Es la oración
permanece la fe recta; en los ayunos, la vida la que posibilita el ayuno y lo hace fácil.
inocente, y en las limosnas, la benignidad»:
La limosna, finalmente, hace que el cris-
(Hom. 1ª sobre el ayuno, Diciembre 4: BAC
tiano se vuelva al prójimo, le conozca, le ame,
291, 1969, 48; 4ª,1; Hom. 10ª cuaresma; San
le escuche, y le preste ayuda, consejo, presen-
Juan Crisóstomo: PG 51, 300).
cia, dinero, casa, compañía, afecto. Pero difí-
cilmente está el hombre disponible para el

12
pues constituye un castigo, algo que nos hace
prójimo si no está libre del mundo y encendi-
inclinar la cabeza, nuestro ánimo, y aflige
do en Dios. El cristiano sin oración, cebado en
nuestras fuerzas, ya sea porque en general fal-
el consumo de criaturas, no está libre ni para
ta la persuasión [de su necesidad]. ¿Por qué
Dios por el ayuno, ni para los hombres por la
razón hemos de entristecer nuestra vida cuan-
limosna. Está preso, está perdido, está muerto.
do ya está llena de desventuras y dificultades?
¿Por qué, pues, hemos de imponernos algún
Así, oración, ayuno y limosna se posibili- sufrimiento voluntario añadiéndolo a los mu-
tan y exigen mutuamente, forman un triángu- chos ya existentes?... Acaso inconscientemente
lo perfecto, que abarca la vida del cristiano vive uno tan inmerso en un naturalismo, en
en todas sus dimensiones. Estos son los tres una simpatía con la vida material, que hacer
consejos evangélicos más adecuados para fo- penitencia resulta incomprensible, además de
mentar la vida de perfección en los laicos molesto» (28-II-1968. El diagnóstico es muy
consagrados sólamente por el bautismo. grave, porque sin la penitencia queda distor-
Por la triada penitencial se produce la sionada gravemente toda la espiritualidad
conversión perfecta del hombre a Dios y la cristiana, hasta quedar irreconocible. ¿No es-
completa expiación por los pecados. San Pe- tará aquí la enfermedad más grave del cristia-
dro Crisólogo decía: «Tres son, hermanos, tres nismo actual?
las cosas por las cuales dura la fe, subsiste la López Ibor, analizando el dolor en el
devoción, permanece la virtud: oración, ayuno mundo moderno, en su obra El descubrimien-
y misericordia. Oración, misericordia y ayuno to de la intimidad, afirma que «la apetencia
son tres en uno, y se dan vida mutuamen- del hombre moderno es la de ser dichoso,
te» (ML 52,320). Con razones profundas ex- buscando la dicha en la evitación del dolor y
plica Santo Tomás la conversión del pecador a no en la profundización de su existen-
Dios por esta triple vía: «La satisfacción por el cia» (Madrid, Aguilar 1958, 260). Y en la mis-
pecado debe ser tal que por ella nos privemos ma línea, Buytendijk observa que «el hombre
de algo en honor de Dios. Ahora bien, noso- moderno se irrita contra muchas cosas que
tros no tenemos sino tres clases de bienes: antes admitía serenamente. Se indigna contra
bienes de alma, bienes de cuerpo, y bienes de la vejez, contra la enfermedad larga, contra la
fortuna o exteriores. Nos privamos de los bie- muerte, pero desde luego contra el dolor. El
nes de fortuna por la limosna; de los bienes dolor no debe existir... Se ha originado una
del cuerpo por el ayuno; en cuanto a los bie- algofobia1 que en su desmesura se ha conver-
nes del alma no conviene que nos privemos tido incluso en una plaga y tiene por conse-
de ellos ni en cuanto a su esencia, ni disminu- cuencia una pusilanimidad que acaba por im-
yéndolos en cantidad, ya que por ellos nos primir su sello a toda la vida».
hacemos gratos a Dios; lo que debemos hacer
es entregarlos totalmente a Dios, y esto se
Por lo que se refiere a nuestra sagrada tría-
hace por la oración» (STh Sppl 15,3).
da, bien sabemos hasta qué punto la sociedad
actual dificulta el ayuno, estimulando sin cesar
La penitencia hoy al hombre a un consumo de criaturas cada vez
En una alocución notable, Pablo VI, co- más ávido y cuantioso; cómo dificulta la ora-
mentando la ley renovada de la penitencia, ción, alejando de Dios el mundo secular, cap-
decía: «No podremos menos de confesar que tando la atención del hombre de mil maneras,
esa ley [de la penitencia] no nos encuentra distrayéndole de Dios, y haciéndole gastarse
bien dispuestos ni simpatizantes, ya sea por- en un activismo vacío; y cómo dificulta la li-
que la penitencia es por naturaleza molesta,

1 La algofobia es una fobia al dolor, un miedo al dolor anormal y persistente, mucho más poderoso que el miedo expe-
rimentado por una persona normal.

13
No ha cambiado el Señor de idea. La libe-
mosna, al haber cegado sus fuentes, que son
ración de los cristianos quiere hacerla hoy
la oración y el ayuno.
Jesucristo, como siempre, por el camino de la
penitencia, en oración, ayuno y caridad. No
Pues bien, «si alguno tiene oídos, que hay otro camino para salir de Egipto, atravesar
oiga» (Mc 4,23). Esta es la palabra de Jesús: el Desierto, y llegar a la Tierra Prometida. No
«Entrad por la puerta angosta, porque ancha hay otra salida para los cristianos empantana-
es la puerta y amplio el camino que llevan a la dos en el mundo. Es la de siempre: «Si no hi-
perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué ciéreis penitencia, todos igualmente moriréis»,
angosta es la puerta y que estrecho el camino (Lc 13,3. 5).
que llevan a la vida! Y qué pocos dan con
ellos» (Mt 7,13-14).

14
OBJETIVO DE LA FASE PURIFICATIVA DE LA VÍA ESPIRITUAL:
NO PECAR (Primer grado — Primera conversión)

La vida cristiana pasa por fases sucesivas, bien caracterizadas. Pues bien, como enseña Santo
Tomás siguiendo la tradición de los maestros espirituales, «en el primer grado [purificación] la
dedicación fundamental del hombre es la de apartarse del pecado y resistir sus concupiscencias,
que se mueven contra la caridad. Este grado corresponde a los principiantes, en los que la caridad
ha de ser alimentada y fomentada para que no se corrompa. En el segundo grado [iluminación], el
adelantado ha de procurar crecer en el bien, aumentando y fortaleciendo la caridad. En el tercer
grado [unión], el perfecto ha de unirse plenamente a Dios y gozar de Él, y ahí se consuma la cari-
dad. Sucede aquí como en el movimiento físico: lo primero es salir del término original; lo segun-
do es acercarse al otro término; y lo tercero es descansar en la meta pretendida» (STh II-II,24,9).
Salir de Egipto (pecado), atravesar el Desierto (penitencia), y llegar a la Tierra Prometida (santidad).

Según esto, el principiante ha de vencer el «Los apetitos naturales [desordenados: de-


pecado mortal, el adelantado centra su lucha seos de saber, de ser feliz, de no enfermarse,
contra el pecado venial, y el perfecto llega a de tener compañía, etc.] poco a nada impiden
una relativa impecabilidad (Cf. San Ignacio, para la unión del alma [con Dios] cuando no
Los grados de humildad, Ejercicios). son consentidos; ni pasan de primeros movi-
mientos todos aquellos en que la voluntad ra-
Lo primero de todo es la victoria sobre el cional ni antes ni después tuvo parte. Porque
pecado. Sería, pues, un grave error no cultivar quitar éstos —que es mortificación del todo en
seriamente esta firme determinación en el cris- esta vida— es imposible, y éstos no impiden
tiano principiante. Sería igualmente una insen- de manera que no se pueda llegar a la divina
satez, mientras ande enredado en pecados, unión, aunque del todo no estén mortificados,
impulsarle con insistencia a la acción apostó- porque bien los puede tener el natural, y estar
lica, en la que sólo podrá tener frustraciones. el alma según el espíritu racional [y la volun-
tad] muy libre de ellos» (1 Subida 11,2). Eso sí,
al serles negada la complicidad de la volun-
Veamos, con ayuda de San Juan de la Cruz tad, irán desapareciendo con el tiempo, sana-
(1 Subida 11) algunos aspectos de esta victoria dos por la gracia de Cristo. Por eso, si una
progresiva sobre el pecado. tendencia natural desordenada (por ejemplo,
una antipatía hacia alguien que nos dañó gra-
1.– Tendencias naturales. La perfecta
vemente) no va desapareciendo, si perdura
unión con Dios es imposible mientras tenden-
obstinadamente, es clara señal de que tal sen-
cias voluntarias se opongan más o menos a la
timiento halla un consentimiento mayor o me-
gracia. Pero esa unión con Dios no se ve im-
nor en la voluntad. Pero, por el contrario,
posibilitada porque todavía ciertas desordena-
mientras subsiste, si tiene la voluntad en con-
das inclinaciones naturales subsistan en sus
tra, no es señal de pecado, sino sólo de inma-
primeros movimientos, siempre que no sean
durez espiritual.
consentidas y hechas así voluntarias.

15
2.– Tendencias voluntarias. Estas, si son cuanto hábitos. Es cosa evidente que quien
desordenadas, son las que frenan la obra de la incurre en pecados habituales y deliberados,
santificación e impiden la unión plena con aunque sean muy leves, no puede ir adelante
Dios, por mínimas que sean. en la perfección.
«Todos los apetitos voluntarios [desorde- Tratándose de personas con vida espiritual
nados], ahora sean de pecado mortal, que son no suele ser cuestión de graves pecados, sin
los más graves, ahora de pecado venial, que más bien de pequeños apegos. Concretamen-
son menos graves, ahora sean sólamente de te, «estas imperfecciones son: como una co-
imperfecciones, que son los menores, todos se mún costumbre de hablar mucho, un asimien-
han de vaciar y de todos ha de carecer el alma tillo a alguna cosa que nunca acaba de querer
para venir a esta total unión con Dios, por mí- vencer, así como a persona, a vestido, a libro,
nimos que sean. Y la razón es porque el estado habitación, tal manera de comida y otras con-
de esta divina unión consiste en tener el alma versacioncillas y gustillos en querer gustar de
según la voluntad con tal transformación en la las cosas, saber y oír, y otras semejantes».
voluntad de Dios, de manera que no haya en Como se ve, cosas nimias; pero «cualquiera de
ella cosa contraria a la voluntad de Dios, sino estas imperfecciones en que el alma tenga
que en todo y por todo su movimiento sea vo- asimiento y hábito hace tanto daño para poder
luntad sólamente de Dios; pues si esta alma crecer e ir adelante en virtud que, si cayese
quisiere alguna imperfección que no quiere cada día en otras muchas imperfecciones y
Dios, no estaría hecha una voluntad con Dios, pecados veniales sueltos, que no proceden de
pues el alma tenía voluntad de lo que no la ordinaria costumbre de alguna mala propie-
tenía Dios; luego claro está que, para venir el dad ordinaria, no le impedirá tanto cuanto te-
alma a unirse a Dios perfectamente por amor y ner el alma asimiento en alguna cosa, porque,
voluntad, ha de carecer primero de todo apeti- en tanto que le tuviera, excusado es que pue-
to [desordenado] de voluntad por mínimo que da ir el alma adelante en perfección, aunque
sea, esto es, que advertida y conocidamente la imperfección sea muy mínima. Porque lo
no consienta con la voluntad en imperfección, mismo me da que un ave esté asida a un hilo
y venga a tener poder y libertad para poderlo delgado que a uno grueso, porque, aunque
hacer en advirtiendo» (1 Subida 11,2-3). sea delgado, tan asida se estará a él como al
grueso en tanto que no lo quebrare para volar.
Nótese la última observación. La santidad
Verdad es que el delgado es más fácil de que-
se ve impedida por el pecado que era conoci-
brar, pero, por fácil que sea, si no le quiebra,
do (a veces una persona, por ejemplo, habla
no volará. Y así es el alma que tiene asimiento
demasiado, pero no se da cuenta) y que era
en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga,
evitable (o quizá se da cuenta, pero no puede
no llegará a la libertad de la divina unión» (1
evitarlo). «Digo conocidamente, porque sin
Subida 11,4).
advertirlo o conocerlo, o sin estar en su mano
[evitarlo], bien caerá en imperfecciones y pe- Adviértase, sin embargo, que la mera reite-
cados veniales y en los apetitos naturales que ración de un pecado no arguye necesariamen-
hemos dicho; porque de estos tales pecados te que haya en la persona hábito consentido
no tan voluntarios y subrepticios [ocultos] está en cuanto tal. Una persona, siempre la misma,
escrito que «el justo caerá siete veces en el día viviendo en las mismas circunstancias, es pre-
y se levantará» (Prov 24,16)» (1 Subida 11,3). visible que incurra más o menos en los mis-
mos pecados, aunque esté en lucha sincera
3.– Pecados actuales y habituales. A veces
contra ellos, y no esté por tanto asida a su mal
un cristiano incurre en actos malos, aunque
hábito.
está en lucha para matar el hábito malo del
cual proceden. Es comprensible. Lo más grave
y alarmante es que todavía tenga hábitos ma-
los no mortificados, es decir, consentidos en

16
4.– No adelantar, es retroceder. Éste es un 5.– Impecabilidad de los perfectos. El san-
axioma repetido por los maestros espirituales. to se une tanto al Señor, con un amor tan fuer-
Si un cristiano no adelanta, es esto signo claro te, que apenas puede ya pecar, y puede decir-
de que está limitando de un modo consciente, le como el salmista: Dios mío, «en esto co-
voluntario y habitual su entrega a Dios. No nozco que me amas, en que mi enemigo no
quiere amar a Dios con todo el corazón. Le triunfa sobre mí» (Sal 40,12).
ofrece su vida, pero como una hostia mellada,
Santa Teresa confesaba con humildad y
no circular. Guarda escondida en su mano una
verdad: «Guárdame tanto Dios en no ofender-
monedita, muy poca cosa, pero que se la re-
le, que ciertamente algunas veces me espanto,
serva, sin querer darla al Señor. Las conse-
que me parece veo el gran cuidado que trae
cuencias de esto son desastrosas.
de mí, sin poner yo en ello casi nada» (Cuenta
«Es lástima de ver algunas almas como conciencia 3,12). El cristiano adulto en Cristo
unas ricas naves cargadas de riquezas y obras está ya decidido a no ofender a Dios por nada
y ejercicios espirituales y virtudes y gracias del mundo, «por poquito que sea, ni hacer
que Dios les hace [nótese que es gente, según una imperfección si pudiese» (6 Moradas 6,3).
suele decirse, «muy buena»], y que por no
6.– En la victoria sobre el pecado se da la
tener ánimo para acabar con algún gustillo o
plena potencia apostólica. Antes no, porque
asimiento o afición –que todo es uno–, nunca
los pecados, aunque sean veniales, oscurecen
van adelante, ni llegan al puerto de la perfec-
en el cristiano el resplandor de la gracia divi-
ción... Harto es de dolerse que les haya hecho
na, y el testimonio así dado sobre Dios apenas
Dios quebrar otros cordeles más gruesos de
resulta inteligible y conmovedor. Ya nos dijo
aficiones de pecados y vanidades y, por no
Cristo: «Así ha de lucir vuestra luz ante los
desasirse de una niñería que les dijo Dios que
hombres, para que viendo vuestras buenas
venciesen por amor de Él, que no es más que
obras glorifiquen al Padre, que está en los cie-
un hilo y que un pelo, dejen de ir a tanto bien.
los» (Mt 5,16).
Y lo peor es que no sólamente no van adelan-
te, sino que por aquel asimiento vuelven atrás,
Es normal que apenas dé fruto apostólico
perdiendo lo que en tanto tiempo con tanto
la persona que aún peca deliberada y habi-
trabajo han caminado y ganado; porque ya se
tualmente, aunque sea en cosas mínimas. En
sabe que en este camino el no ir adelante es
esa falta de santidad personal y comunitaria
volver atrás, y el no ir ganando es ir perdien-
radica sin duda la causa principal de la inefi-
do... El que no tiene cuidado de remediar el
cacia apostólica que la Iglesia sufre en algunos
vaso, por un pequeño resquicio que tenga bas-
lugares. Cuando un sacerdote, por ejemplo,
ta para que se venga a derramar todo el licor
que está lejos de la perfección y no tiende ha-
que está dentro. Y así, una imperfección basta
cia ella seriamente, dice con desánimo: «Yo
para traer otras, y éstas otras; y así casi nunca
he hecho todo lo que he podido en mi trabajo
se verá un alma que sea negligente en vencer
pastoral, pero esta gente no ha respondido»,
un apetito, que no tenga otros muchos que
se está engañando lamentablemente. Cuando
salen de la misma flaqueza e imperfección
fue ordenado, ejerció quizá el apostolado con
que tiene en aquél, y así siempre van cayendo.
cierto entusiasmo —aunque junto a la caridad
Y ya hemos visto muchas personas a quien
hubiera no pocas motivaciones más bien car-
Dios hacía gracia de llevar muy adelante en
nales—. Todavía no se habían formado en su
gran desasimiento y libertad, y por sólo co-
vida hábitos negativos que inhibieran el ejer-
menzar a tomar un asimientillo de afección y
cicio de la acción pastoral. Pero pasaron los
(so color de bien) de conversación y amistad,
años, y después de tantas misas, oraciones,
írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de
sacramentos y trabajos, aunque es posible que
Dios, y caer de la alegría y entereza en los
el grado real de su celo apostólico sea mayor,
ejercicios espirituales, y no parar hasta perder-
sin embargo, como en su vida se han ido for-
lo todo» (1 Subida 11,4-5).

17
noticia de tanta felicidad y embriaguez espiri-
mando muchos pequeños malos hábitos que
tual... A veces está [el alma] tan llena de com-
él no ha combatido suficientemente (comodi-
punción y dolor, que sólo las lágrimas pueden
dad, seguridad, respeto humano, etc.), resulta
aliviarla» (Colaciones 9,27).
que el ejercicio concreto de ese celo apostóli-
co se ha ido viendo cada vez más inhibido por «El pecado del siglo es la pérdida del sen-
trabas diversas, y de hecho cada vez trabaja tido del pecado». Esta afirmación de Pío XII
menos por el Reino de Dios. No se ha decidi- (Radiomensaje 26-X-1946) es recogida por
do a morir del todo al pecado, y el resultado Juan Pablo II, que señala varias causas: —«Os-
es patente. «Si el grano de trigo no cae en la curecido el sentido de Dios, perdido este deci-
tierra y muere, quedará solo; pero si muere, sivo punto de referencia interior, se pierde el
llevará mucho fruto» (Jn 12,24). sentido del pecado». —El secularismo, «que se
concentra totalmente en el culto del hacer y
del producir, embriagado por el consumo y el
La compunción
placer, sin preocuparse por el peligro de «per-
Uno de los rasgos fundamentales de la es- der la propia alma», no puede menos de mi-
piritualidad del cristiano es esa conciencia nar el sentido del pecado. Este último se redu-
habitual de ser pecador, que los latinos llama- cirá a lo sumo a aquello que ofende al hom-
ban «compunctio» y los griegos «penthos». Es bre». Pero «es vano esperar que tenga consis-
la compunción una tristeza por el pecado, no tencia un sentido del pecado respecto al hom-
una tristeza amarga, sino en la paz de la hu- bre y a los valores humanos, si falta el sentido
mildad, y en lágrimas, que a veces son de de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el
gozo, cuando en la propia miseria se alcanza verdadero sentido del pecado». También están
a contemplar la misericordia abismal del Se- los equívocos de la ciencia humana mal en-
ñor. «La tristeza conforme a Dios origina una tendida: —La psicología, cuando se preocupa
conversión salvadora, de la que nunca ten- «por no culpar o por no poner frenos a la li-
dremos que lamentarnos; en cambio, la triste- bertad, lleva a no reconocer jamás una falta».
za producida por el mundo ocasiona la muer- —La sociología conduce a lo mismo, si tiende
te» (2 Cor 7,10). a «cargar sobre la sociedad todas las culpas de
En la tradición cristiana la compunción de las que el individuo es declarado inocente».
corazón ha sido un rasgo muy profundo. En —Un cierta antropología cultural, «a fuerza de
los Apotegmas de los padres del desierto, lee- agrandar los innegables condicionamientos e
mos que uno de ellos confesaba: «Si pudiera influjos ambientales e históricos que actúan
ver todos mis pecados, tres o cuatro hombres en el hombre, limita tanto su responsabilidad
no serían bastantes para lamentarlos con sus [su libertad] que no le reconoce la capacidad
lágrimas» (MG 65,161). Y otro explica la causa de ejecutar verdaderos actos humanos y, por
de esa actitud: «Cuanto más el hombre se lo tanto, la posibilidad de pecar». –Una ética
acerca a Dios, tanto más se ve pecador», afectada de historicismo «relativiza la norma
(65,289). Pero ese acercamiento a Dios, a su moral, negando su valor absoluto e incondi-
bondad, a su hermosura, explica a su vez por cional, y niega, consecuentemente, que pue-
qué la compunción no es sólo tristeza, sino dan existir actos intrínsecamente ilícitos».
también gozo inmenso y pacífico, un júbilo «Incluso en el terreno del pensamiento y
que a veces conmueve el corazón hasta las de la vida eclesial —sigue diciendo el Papa—
lágrimas. Así lo describe Casiano: en el monje algunas tendencias favorecen inevitablemente
«a menudo se revela el fruto de la compun- la decadencia del sentido del pecado. Algu-
ción salvadora por un gozo inefable y por la nos, por ejemplo, tienden a sustituir actitudes
alegría de espíritu. Prorrumpe, entonces, en exageradas del pasado con otras exageracio-
gritos por la inmensidad de una alegría incon- nes: pasan de ver pecado en todo, a no verlo
tenible, y llega así hasta la celda del vecino la en ninguna parte... ¿Y por qué no añadir que

18
la confusión, creada en la conciencia de nu- Entre el don y el perdón de Dios
merosos fieles por la divergencia de opiniones
Dios siempre dona o perdona a los hom-
y enseñanzas en la teología, en la predicación,
bres que quieren vivir en su amistad. Si obra-
en la catequesis, en la dirección espiritual,
mos el bien, es porque recibimos el don de la
sobre cuestiones graves y delicadas de la mo-
gracia divina. Y si obramos mal, es porque re-
ral cristiana», por ejemplo, en lo referente a la
chazamos el don de Dios; pero entonces, si
moral conyugal, «termina por hacer disminuir,
nos arrepentimos, Dios nos concede su per-
hasta casi borrarlo, el verdadero sentido del
dón, es decir, nos da de nuevo el don intensi-
pecado. Ni tampoco deben ser silenciados
vo, reiterado, sobreabundante. Por eso siem-
algunos defectos en la praxis de la Penitencia
pre vivimos del don o del perdón de Dios, y
sacramental». El Papa quiere que «florezca de
«donde abundó el pecado [un abismo], sobre-
nuevo un sentido saludable del pecado. Ayu-
abundó la gracia» (otro abismo) (Rm 5,20).
darán a ello una buena catequesis, iluminada
San Agustín, como San Pablo, contempla con
por la TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ALIANZA, una
frecuencia estos dos abismos: «En la tierra
escucha atenta y una acogida fiel del Magiste-
abunda la miseria del hombre y sobreabunda
rio de la Iglesia, que no cesa de iluminar las
la misericordia de Dios. Llena está la tierra de
conciencias, y una praxis cada vez más cuida-
la miseria humana, y llena está la tierra de la
da del sacramento de la Penitencia» (Reconci-
misericordia de Dios» (ML 36,287).
liatio et pænitentia, 18).

19

También podría gustarte