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Espiritualidad para el siglo XXI.

1. Siete, el número de la totalidad. 

Los pecados capitales son siete: soberbia, ira, envidia, avaricia, gula,
lujuria y pereza. Se llaman capitales porque generan a su vez otros
muchos pecados, son como “cabecillas” de una muchedumbre de otros
pecados.  El número de siete se ha ido determinando con el paso de los
siglos y puede interpretarse también simbólicamente como una totalidad
en la que se describe la gama, más o menos completa, del lado más
oscuro y sombrío de las pulsiones del alma. La lista de pecados también
se ha ido modificando a lo largo del tiempo hasta que quedó en esta
clásica división que hemos presentado. 

Las tentaciones de los diversos pecados las experimentamos a lo largo


del camino. Las siete pecados fundamentales, al menos como
tentaciones, las toleramos todos alguna vez, las hayamos o no
consentido. Todos estamos hechos del mismo barro, con la misma
debilidad, fragilidad y vulnerabilidad. Todos podemos cometer todos
los pecados. Todos los seres humanos somos capaces de todos los
pecados. Basta ver la historia y los hechos para comprobarlo. Nadie está
exento. Nadie es impecable, ni incorruptible. Esto nos hace veraces y
humildes, más comprensivos y compasivos. Menos prejuicios. 

¿Cuál de los siete pecados capitales te parece aquél que siempre te


amenaza y te asecha?; ¿Qué tentación es la que a menudo te vence y te
desesperanza?; ¿Cómo el mundo puede salvarse del pecado si no cree
en la redención?; ¿Cómo dejar de ser esclavos de nosotros mismos si
buscamos solo nuestra libertad? 

1. Monólogo de la soberbia. 
Primero yo, Después Yo y por ultimo pero no menos importante YO. Me
presento soy la soberbia. Uno de los siete espíritus malditos, errantes y sin
paz. De los siete, yo soy el más capital de los capitales. Todos los corazones
me sienten. Todos los mortales me conocen. Soy una especie de orgullo pero
de orgullo malo. Es cierto que se puede sentir un sano orgullo por cosas
buenas, yo -en cambio- soy una autosuficiencia muy creída de sí misma. Me
basto sólo conmigo. Los demás -aunque estén- no me interesan realmente.

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Hay quienes también dicen que soy el pecado cometido en el origen del
paraíso. Es muy probable que sea yo, no lo sé con certeza, pero eso es lo que
digo sólo para que crean que soy el más importante. Después de todo, que el
paraíso se haya cerrado por mi causa, no es poca cosa. Tal vez a alguno no le
parezca demasiado, pero debido a esa expulsión, se acarrearon muchos otros
males: La angustia, la tristeza, el sufrimiento, la agonía y -sobre todo- la
muerte.

Algunos me dicen que compito hasta con el mismo Dios diciendo que fui la
inventora de aquella mentira de la primera tentación en el paraíso en el cual
los seres humanos serían como dioses. ¡Pobrecitos, se la creyeron! Tanto la
mentira que compito con Dios como la que serían como dioses. Ninguna de
las dos es verdad. Pero dejo que las crean. A veces yo los veo llorar en
soledad, cuando nadie los ve, se sacan las máscaras y los disfraces y muestran
quienes son verdaderamente. Sin embargo, yo sí los contemplo tal cual son y –
ciertamente- me dan pena. Todos son iguales, ¡Ay, qué sería de ustedes si no
me tuvieran, si no recibieran una pequeña ayuda de mis manos!!! 

3. Monólogo de la ira. 
A menudo estallo como un trueno, ardo como un fuego. Soy muy expansiva,
demostrativa y expresiva. A veces por demás: Doy gritos y alaridos, rabias y
llantos. Mis hijos son la furia, el furor, el enojo, el exacerbamiento, el
arrebato, el rencor, el resentimiento, la irritación, la venganza, la violencia y la
agresión. 

Puedo estar camuflada en gestos, palabras y silencios. No siempre soy tan


fogosa como la pólvora. A veces empiezo como un suave movimiento que va
calentando la sangre en las venas, luego el ritmo de la respiración se
acrecienta y -por último- los latidos se transforman en agitación. 

Puedo parecer una loca con mis reacciones desmedidas pero algunas causas
justas precisan de firmeza y límites sin tolerancia. Grandes personajes de la
historia me han sentido en el burbujeo de su sangre: El Dios del Antiguo
Testamento, los grandes guerreros, las cruzadas y la inquisición, hasta el
mismo Jesús me hizo látigo para expulsar a los comerciantes del templo. En
fin, los valientes y héroes siempre me han llevado consigo. Les soy fiel, ¡les
hago estallar la cabeza!. Allí por donde paso dejo la devastación. Soy la Ira. Si
me contradicen, estallo en frenesí y en locura.

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4. Monólogo de la envidia. 
Yo soy un espíritu sutil y perspicaz. Los demás, casi nunca se dan cuenta que
estoy. Sólo le aviso con ciertas cosquillas a quien me tiene en su interior. Mi
nombre es la envidia. 

Nunca estoy satisfecha, nunca me conformo, ni me quedo quieta.


Continuamente estoy mirando a mi alrededor. Más precisamente a los demás:
Lo que son, lo que tienen, lo que sueñan, lo que consiguen. Tal vez puedo
parecer un espíritu inferior -ya que siempre me estoy comparando- pero, en
verdad, soy yo la que provoco las miradas de los seres humanos para que
siempre aspiren a más. Sin mí no progresarían, ni adelantarían. Se estancarían.
Se quedarían dónde están. 

Los sueños, los anhelos, los ideales, las aspiraciones, los deseos, nacen de mi
sentimiento de grandiosidad y superioridad. Nada grande se haría sin mí.
Todos saben que la envidia es el motor del progreso, del crecimiento y de la
superación de sí mismo. 

No soy tan materialista como suponen. No sólo me fijo en las cosas materiales
y caducas sino también en los valores espirituales e intangibles. ¡No hay como
la envidia de las cosas espirituales! Esto siempre se los recalco a mis hijas: La
comparación, la insatisfacción y la rivalidad. Cuando se envidia lo espiritual
se envidia lo mejor, lo de mayor calidad, lo más excelente. 

Me resulta curioso comprobar que la mayoría de las veces estoy arraigada en


los corazones de quienes más tienen en la vida o los que han legado más lejos;
los que menos tienen, los menos relevantes socialmente resultan. Hay una
cierta fiebre de competencia con la cual nunca le doy descanso al alma. ¡Qué
le voy a hacer: No me gusta ningún tipo de pobreza! Me llevo muy bien, en
cambio, con el afán consumista de este tiempo. En fin, no puedo desmentir
que soy un poquito vanidosa…. pero qué le voy a hacer… Me gusta… 

5. Monólogo de la gula. 

Me presento: Me llamo la Gula. Por mi parte, disfruto del gusto en el placer


del comer y beber. No veo por qué hay que ser moderada habiendo tantos
gustos, aromas y sabores. Hay que probarlo todo para saber qué es lo que nos
gusta y qué no. Soy un apetito voraz que todo lo consume. También tengo mis

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hijos: La glotonería, la avidez, la voracidad, el hambre y La ansia.

Los apetitos son buenos porque nos revelan las necesidades que tienen los
seres humanos –las físicas, emocionales y espirituales- para todas ellas existe
una gula grande o pequeña, un apetito siempre insatisfecho, nunca colmado, ni
calmado, voraz, vigilante, siempre atento para tragar y consumir lo que
pueda. 

Ni siquiera son agradecidos. Aún hoy el hambre es un flagelo que no se puede


erradicar del mundo. Es un roedor insaciable que excava túneles en el
estómago de millones de personas. Hay un mundo hambriento por la
desproporción de las riquezas. Sin embargo, los que están saciados se
preocupan solamente por sus figuras y por la gula. Sólo se fijan en su imagen
y en el miedo de engordar o de padecer obesidad. Una vez más son necios. El
problema no está en el apetito sino en quien no lo puede moderar. No importa,
cada vez que tengan hambre yo estaré allí, como ese gusano que se despierta y
se mueve, haciéndoles cosquillas. Siempre los poderosos están satisfechos, el
hambre lo padecen los otros, el pueblo sufrido: Los desocupados, las familias
y los niños desnutridos, los que revuelven en la basura para comer; los que
viven en situación de calle… Mientras tanto, hay poderosos y políticos que
-por la ceguera de su satisfacción- ni sospechan lo que es tener hambre. 

6. Monólogo de la lujuria. 

Yo soy la lujuria, pariente cercana de la gula pero un poco más sofisticada.


También soy un apetito voraz e inconformista pero mis gustos son otros. No
me seduce un buen plato o un vino añejado, mis apetencias son más
exquisitas, a veces hasta extravagantes pero, no importa, no me permito
medirme. Lo que me gusta, lo consigo y lo práctico. Tengo muchas
preferencias pero no discrimino porque todos pueden sentirme: jóvenes y
viejos, pobres y ricos, virtuosos y defectuosos, grandes y pequeños, reyes y
mendigos, hombres y mujeres. 

No tengo muchos hijos porque no me interesa la vida sino el placer, aunque


puedo reconocer a la intensidad y al desenfreno como mis hijos más directos.
Algunos me acusan de dejar siempre el sabor de un cierto vacío y una
continua insatisfacción. Yo no tengo la culpa de que los amores y los
encuentros humanos sean tan efímeros, tan rápidos. Quieren amar como si eso

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fuera a durar para siempre (se rie). No saben que eso sólo le corresponde a
Dios. Los amores humanos son pequeños. Yo que soy la lujuria, les digo que
ni siquiera yo puedo alcanzar eso. Creo que ningún amor puede jactarse de
eterno. Además la lujuria no tiene nada que ver con el amor, aunque a veces
trate de imitarlo sólo para engañar un poco. 

Hay quienes se creen con el mérito suficiente como para juzgarme y decir que
mancillo y mancho el amor y su pureza pero yo simplemente juego. El amor
es un juego. Todos se escandalizan pero -ya sea en privado y también en
público- en la televisión, en los teatros y en la literatura, me usan. ¡Yo soy la
que tendría que demandarlos a ellos: por sus dobleces hipócritas, por sus
mentiras y engaños!  Todos me critican, pero cada vez más me consumen,
cada vez tengo más éxito. 

7. Monólogo de la pereza. 

Yo soy la pereza y quiero denunciar a los que me hacen mala prensa.


Todos me dicen que soy una vagancia inactiva, que dejo todo por hacer o
que lo dejo de hacer, cuando lo he empezado, pero no se dan cuenta que
todo lleva su fatiga y su cansancio. La vida y sus recovecos van
desgastando las fuerzas durante el camino. 

También yo tengo mis hijos: La apatía, la desidia, la negligencia, la


acedía, la desesperanza, la torpeza, la depresión, la flojera, la comodidad,
la holgazanería, el hastío, el vacío de la vida, el sin sentido, el tedio, el
desánimo, el desgano y el descuido, Además tengo hijas de otros
matrimonios que son menos conocidos pero que también son mías. Se
llaman: La molicie, la desaplicación, la dejadez, la indigencia, la
irresolución y la abulia. ¡Cómo podrán ver no soy tan perezosa a la hora
de tener hijos; ¡Quién dijo que la pereza es improductiva y que no hace
nada! 

Yo me considero muy activa. También he aprendido que hay distintas


formas de acción. Hay algunas exteriores y hay otras interiores, que no se
ven, que son imperceptibles pero que, sin embargo, por dentro se mueven
y ponen en agitación muchas cosas. Muchos de los seres humanos halagan
las vacaciones, el descanso, el ocio, el no hacer nada. Estas situaciones son
una especie de pereza permitida socialmente. 

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Los seres humanos se creen perfectos e invencibles pero la pereza conoce
su secreto. Cada día necesitan reponer fuerzas y parar la máquina que
llevan dentro porque es frágil y se descompone fácilmente. Si no para, se
gasta y ya no sirve para nada. El sueño reparador es mi pariente cercano
y -sin embargo- a él no lo critican. 

No todas las cosas tienen el mismo ritmo. Hay algunas que requieren más
lentitud y sosiego. ¡Estamos tan acelerados!; ¡todo es tan rápido y veloz!
Hasta el tiempo últimamente se ha olvidado del peso de la pereza y se ha
vuelto liviano y escurridizo. 

Si los seres humanos fueran más perezosos, durarían más, envejecerían


menos, no tendrían tantas arrugas, se tomarían la vida con más calma.
¡Después de todo nadie puede agregar un segundo más a su vida! Todos
corren y ninguno sabe a qué parte va. Están acelerados sin mayor
motivo. 

Sin embargo, hay un momento en la vida en que todos quieren ser


sumamente perezosos. Cuando llega el momento de la muerte, todos
quieren retrasarlo. Ahí sí, se acuerdan de mí y me llaman pero, a esa
altura, ya casi no puedo hacer nada. Si no me han dejado estar en sus
vidas antes -en la muerte- ya no puedo nada. 

Tendrían que aprender a valorarme más: Vivirían menos nerviosos y


contracturados, más relajados y pausados, más distendidos y sosegados.
Sin embargo, ellos persisten de desalojarme. Quieren parecer ante los
demás siempre activos y ocupados. Se creen que los otros, al verlos así, se
creerán que son más importantes. 

Hay seres humanos que se sienten importantes mientras menos tiempo


tienen en sus vidas y en sus agendas. Se olvidan hasta de sus familias y de
sus afectos. Se despersonalizan. Deberían tenerme más en cuenta. Pero es
así de paradójico, los seres humanos son perezosos hasta con la pereza.
Sin embargo, yo estoy junto a ellos más de lo que suponen. En estos
tiempos, en que muchos están caídos, cabizbajos, sombríos, sin aliento de
esperanzas, mustios, desinflados; no se dan cuenta que esos estados de
ánimo, a veces, son frutos de una cierta pereza. ¿Nadie les dijo que la
desilusión es pariente cercana de la pereza? 

En este mundo todo pasa tan rápido y veloz que nadie disfruta de nada.

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Yo quisiera que todo fuera más despacio, que todo se moviera más
lentamente, me gusta mecerme en el aire pesado como un soplo tranquilo
sin que nada se agite, ni se despierte… 

8. Monólogo de la avaricia. 

Yo soy la avaricia, pariente cercana de la envidia pero a diferencia de


ésta, que muchas veces se queda solo en comparaciones y lamentaciones,
yo –en cambio- pongo manos a la obra y atesoro y acreciento mi capital,
mis ahorros, los bienes materiales y –también- los espirituales. No quiero
dejar nada afuera. Nada. Todo me interesa. 

Algunos me atacan porque dicen que sólo los guardo y no los disfruto y ni
siquiera los comparto. Lo que sucede es que me da pena gastarlos después
de todo el esfuerzo que me costó conseguirlos. No es poco el tiempo y la
dedicación que se requiere. Me basta sólo con tenerlos, con verlos, con
acumularlos. Quiero que estén y permanezcan. No quiero despilfarrar. 

Mis hijos son la tacañería, la sordidez, la miseria, la mezquindad, la


ruindad, la codicia, la ambición y el egoísmo, 

Confieso que tengo muchos ideales y aspiro siempre a conseguir más pero
-una vez que lo conseguí- ya no pretendo más, se termina mi interés y
pongo los ojos y el corazón en otra cosa. Algunos me dicen que en vez de
ser dueña y señora de todo lo que tengo, soy su sierva y esclava. Puede
que sea así pero las cosas no me tiranizan, ni me demandan. Ellas sólo
están ahí, acumuladas. 

Si yo no existiera, no habría ricos en la tierra. Todos sabemos que la


riqueza da poder y que son los ricos los que mueven el mundo. Además yo
creo que todo se puede conseguir. Ahora casi todo se puede vender y
comprar, hasta en los diarios y por Internet. Este tiempo se lleva muy
bien conmigo, el consumismo es mi aliado. Sobre todo el de aquellos que
son adictos y consumen sólo para llenar huecos y vacíos que nada, ni
nadie puede tapar. Algunos dicen que Dios puede colmar. ¿Me pregunto
cómo poder ser avara de Dios?; ¿Cómo tenerlo y acumularlo?; ¿Cómo
guardarlo sin gastarlo, ni disfrutarlo? Porque sino es así, Dios no me
interesa. Me afirman que es el Bien de los Bienes pero si no se consume,

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no creo que pueda seducirme. 

Hay también quienes me dicen que teniendo todo, no tengo nada porque
la insatisfacción siempre se presenta. También hay quienes sostienen que
no todo se compra, que hay cosas que son gratuitas, que tienen mucho
valor y que, sin embargo, no tienen precio alguno. 

Para mí el dinero y todos sus sustitutos me otorgan una sensación de


seguridad y de cierta felicidad que no quisiera cambiar por nada. Hay
quienes afirman que soy una señora rica con alma de pobre, que detrás de
todo lo que acumulo, se esconde la mueca de la miseria y de la desgracia y
que a la muerte nadie, ni nada. la ataja. Yo creo que hasta ella tiene su
propia mortaja y me han dicho que ahora hasta han hecho un negocio de
ella. Allí donde hay un negocio, puedo estar yo. Tal vez hasta con la
muerte me entienda. Al menos he logrado casi comprar y vender todo. En
fin, hasta ahora creo que me entendido bastante bien con la vida,
podemos empezar a probar también con la muerte. Después de todo, los
seres humanos también consumen abundante muerte. 

9. Muchas combinaciones posibles. 

Hemos dejado hablar a cada pecado capital. Se han personificado con voz
propia para que -con cierta ironía- cada pecado pudiera hacer su
descargo y su defensa. Detrás de cada pecado hay una motivación, una
búsqueda, una razón, un sentido. 

El pecado en sí mismo no existe, no es una abstracción. Existen los


pecadores, los corazones que pecan por debilidad, por malicia o por la
razón que fuere. Así como no existen las enfermedades sino los enfermos,
ni existen las virtudes sino los virtuosos; de igual manera, no existen los
pecados sino los seres humanos que pecan. 

Cada uno de estos pecados tiene su consistencia en el corazón humano, en


sus raíces más recónditas y escondidas. Aparecen en nuestro cotidiano
actuar. Son pecados capitales porque multiplican sus hijos por doquier,
llenando con su telaraña toda la superficie y la profundidad del alma
humana. 

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Las combinaciones de los pecados capitales pueden ser variadas pero, a
menudo, se los encuentra juntos por pares o tríos. Por ejemplo, a la
soberbia le gusta la compañía de la avaricia porque ambas son altivas y
orgullosas, la primera por sí misma y su propia imagen y la segunda por
el deseo de las cosas. A la soberbia, además, le agrada asociarse con la ira
porque ambas son exageradas y ampulosas, las dos siempre se hacen
notar. A la gula y a la lujuria también les gusta encontrarse, ya que
ambas son desmesuras de distintos apetitos pero son apetencias y
tendencias, al fin. A las dos les tienta estar -de vez en cuando- con la
avaricia, ya que también es un deseo desordenado y desenfrenado de
acumular. La gula se inclina por la comida y la bebida; la lujuria por las
personas y la avaricia por las cosas materiales o inmateriales. Las tres son
ansias desaforadas y descontroladas por consumir. La pereza, en cambio,
no se lleva bien con la ira ya que le parece demasiado explosiva y muy
activa. 

En fin, hay muchas combinaciones posibles entre las siete raíces. Ninguna
de estas mezclas es matemática y exacta. El que padece una no
necesariamente tiene que estar bajo el dominio de las otras. 

¿Vos te has dado cuenta que la soberbia te pone en un lugar en que los
demás no te han puesto?; ¿Qué la ira hace que los demás te teman?; ¿Qué
la envidia te lleva a competir inútilmente?; ¿Qué la avaricia te recluye en
tus cosas sin poder disfrutar de ellas y que las cosas no están a tu servicio
sino que terminás siendo esclavo de ellas?; ¿Te das cuenta que la lujuria
puede impregnarlo todo, hasta lo más santo y espiritual, con su melosa
sustancia que se apega a todo?; ¿Advertís que la pereza te desinfla, te
achica, te disminuye y te hace pactar con la mediocridad, conformándote
con poco, nivelando todo para abajo?; ¿Percibís que la gula atenta contra
la salud y que el apetito desmedido sólo esconde otras insatisfacciones y
vacíos que nunca se llenan por el estómago? 

Todos tenemos alguno de los siete pecados capitales y así como todos nos
justificamos cuando los cometemos, así también los pecados
personificados han tomado voz y vida y nos han hablado con sus propias
razones y acusaciones, curiosamente se han defendido con los mismos
argumentos que empleamos nosotros. Después de todo, hablar de los
pecados capitales es otra forma de hablar de nuestras propias sombras.
¿Qué nos pasará después que nos miremos tal cual somos, bajemos a
nuestro interior y nos aceptemos?; ¿Y cuando los otros nos miren así, tal

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cuál somos, sin máscaras, ni disfraces? 

Tal vez, entre otras, la lección de los pecados capitales sea la aceptación
humilde y humillada de nuestra propia verdad, con sus luces y también
con el contraste de sus propias sombras. 

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