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INSTITUTO DE NEUROCIENCIAS APLICADAS INEA

Resolución No 2756 expedida por la Secretaría de Educación - Habilitada como institución prestadora de salud IPS No.
110012207201 de la Secretaría Distrital de Salud

INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN Y DETECCIÓN DEL ACOSO ESCOLAR

Eduardo Alvarado Nieto

A MANERA DE INICIO

El “acoso escolar” (Bullying en inglés), se constituye en una práctica que cada vez más

generalizada a nivel mundial. Hace parte de las preocupaciones de padres, docentes,

psicólogos y otros especialistas que intentan encontrar una respuesta que permita la

intervención y orientación. En el medio colombiano, la problemática se ve particularizada

por situaciones específicas del contexto y de la idiosincrasia, las que hacen que el

abordaje requiera de la consideración de otros aspectos relevantes, más allá de los

abordados tradicionalmente.

OPERACIONALIZACIÓN

Olweus (1983; 1998, citado por Estévez López, 2005), define el acoso escolar como “una

conducta de persecución física y/o psicológica que realiza un alumno hacia otro, al que

elige como víctima de repetidos ataques. Esta acción, negativa e intencionada, sitúa a las

víctimas en posiciones de las que difícilmente pueden salir por sus propios medios” Anota,

además, que “un alumno es agredido o se convierte en víctima cuando está expuesto, de

forma repetida y durante un tiempo, a acciones negativas que lleva a cabo otro alumno o

varios de ellos”. Trianes (2000, citado por Estévez López, 2005), indica que “el bullying es

un comportamiento prolongado de insulto, rechazo social, intimidación y/o agresividad

física de unos alumnos contra otros, que se convierten en víctimas de sus compañeros”.

El Bullying permite ubicar dos lugares claramente definidos. El del agresor (o victimario) y

el del agredido (o víctima), y se caracteriza, entre otras cosas (Díaz-Aguado, 2002;

Greene, 2000, citados por Estévez López, 2005), por la pretensión del victimario de
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propinar miedo o de lastimar al agredido; por las diversas formas de agresión, ya sean

verbales, físicas o psicológicas; por la forma persistente y prolongada en que se

presentan las agresiones; por la percepción del victimario como poderoso, en contraste

con la víctima, que es percibida como vulnerable y débil; por el respaldo de un grupo al

agresor, lo que aumenta la situación de indefensión de la víctima, haciendo que sea aún

más difícil sobreponerse a la situación que se le presenta; y por la relación jerárquica de

dominación-sumisión entre el agresor y la víctima.

Teniendo como base lo anterior, se pueden establecer claras diferencias entre el bullying

y otras formas de violencia escolar. Para Anderson y Bushman (2002), “la agresión

humana es un comportamiento dirigido hacia otra persona, que se realiza con la intención

de causar daño”, así, “el daño que se puede propinar a otro de manera accidental no es

agresivo, porque no está presente la intencionalidad”. Por otra parte, la violencia, “es todo

acto agresivo que tiene como objetivo causar un daño extremo (por ejemplo, la muerte).

Para estos autores, “todo tipo de violencia es una agresión, pero muchos casos de

agresión no son violentos”. Según lo anterior, una agresión ocasional o una riña entre

estudiantes en un colegio, no puede ser considerada como bullying, aunque sea agresiva,

pues no cumple con las características antes descritas, y no todo acto de bullying es

necesariamente violento. Se hace la anterior aclaración, teniendo en cuenta que es

corriente que, incluso, los mismos estudiantes al interior de los colegios confundan los

términos, confusión que en ocasiones está auspiciada por el desconocimiento del cuerpo

docente. Así mismo, la violencia tiene diferentes formas de manifestación. Para Little y

colaboradores (2003), la violencia reactiva, hace referencia a los comportamientos que

son una respuesta defensiva ante una provocación, mientras que la agresión proactiva

implica una actitud deliberada y depende de la posibilidad de gratificación externa.

Estableciendo lo anterior, en algunos casos, cuando el bullying implica un acto violento,


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se podría ubicar en un tipo de violencia proactiva, en especial cuando se existe la

gratificación de otros que validan la acción del victimario.

Teniendo las anteriores consideraciones y diferenciaciones, surge la pregunta por la

ubicación histórica del fenómeno del maltrato escolar. Dicha ubicación permitirá

establecer puntos en común y diferencias con la situación particular del contexto

colombiano.

UBICACIÓN HISTÓRICA E INTENTO DE TEORIZACIÓN

Se considera a Dan Olweus, como el pionero en la investigación en torno al bullying.

Durante muchas décadas, estudió el efecto del acoso escolar en niños y adolescentes a

nivel escolar. En los inicios de la década de los 70s, fue el primero en realizar la

sistematización de los estudios en bullying, cuyos resultados fueron publicados en Suiza

en 1973 y en Estados Unidos en 1978, bajo el título “Aggression in the Schools: Bullies

and Whipping Boys”. Así mismo, tiene el mérito original de ser uno de los primeros en

dirigir la intervención hacia programas preventivos a nivel mundial. Sin embargo, aunque

es Olweus uno de los primeros en sistematizar los estudios y conceptualizar la materia, la

situación del acoso escolar no puede ser vista de la misma m anera en todos los

contextos. Es decir, si bien existen aspectos generalizables que permiten realizar una

conceptualización y teorización sobre el acoso escolar, existen particularidades que hacen

que la situación que se presenta en países del llamado “primer mundo”, sea muy diferente

a la que presenta en países como Colombia. ¿Cuáles son los aspectos similares? ¿En

qué radica la diferencia?

Para hacer referencia a los aspectos similares, es decir los que son generalizables a las

diversas culturas, es importante hacer alusión a lo que está implicado en el acto de acoso

escolar. Freud (1930) indica algo que, después de casi un siglo de aparición, cobra

vigencia día a día. Es el concepto de “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Para este
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autor, existen tendencias agresivas que son inherentes al ser humano. Es algo que no se

puede desconocer. La teorización acerca de estas tendencias, fue realizada por Freud a

partir de diferentes experiencias y hallazgos clínicos y es justamente en el texto del

“Malestar en la Cultura” (1930), que Freud plantea que la renuncia a satisfacer esas

tendencias agresivas no se realiza de manera sencilla, y una manera para conseguir

dicha satisfacción es a través de la vinculación del individuo a un núcleo cultural

restringido, que permita la satisfacción mediante la hostilidad ejercida a los individuos

excluidos del núcleo. Según lo anterior, siempre hay la posibili dad de descargar los

afectos hostiles, manteniendo la vinculación con otros semejantes. Así lo expresa:

“Podemos considerarlo como un medio para satisfacer, cómoda y más o menos

inofensivamente, las tendencias agresivas, facilitándose así la cohesión entre los

miembros de la comunidad” (Freud, 1930).

Si bien Freud planteaba la anterior idea en el marco de la segregación racial y en el

contexto político y cultural, esta apreciación se extrapola al ámbito educativo, donde lo

que se genera en la relación víctima y victimarios, es igualmente una relación de

segregación y expresión de esa tendencia agresiva, donde se obtiene como ganancia, la

validación de los otros victimarios, a partir de la identificación al grupo. El límite a esta

posibilidad la aporta la regulación por medio de la ley, es decir, por medio de la autoridad

ejercida por sus representantes en diversos contextos, entre los que se encuentra el

escolar. Sin embargo, como lo anota Ubieto: “Una primera transformación social es la

sustitución del concepto de autoridad como vector social y relacional por el de seguridad

como metavalor. La violencia se sitúa, pues, como respuesta a un cierto declive de la

imagen social del amo (maestro), que da paso a una lógica de red y a una victimización

horizontal. Ante el riesgo de convertirse en víctima, hay que situarse en el otro bando

(acosador y espectadores mudos)”. (Ubieto, 2006). Esta teorización del declive de la


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imagen social del amo en el ámbito escolar se extrapola fácilmente a otros contextos. No

son gratuitos los cuestionamientos permanentes en campos tan diversos como la política

y la religión. Sus representantes son duramente criticados, pero en el lugar de la ausencia

o inoperancia de la función reguladora erigida en una ley, debe advenir algo que la

sustituya. En su lugar viene, por ejemplo, el contrato (como forma de garantizar el

cumplimiento de un acuerdo), o la exigencia imperiosa, en los diversos contextos, de un

garante de seguridad, que permita poner un límite a eso que otrora era regulado por la

ley. La representación de esa ley, históricamente ha sido encarnada en ciertos “modelos”

de padres reguladores. El primero de estos padres, es el padre descrito por Sófocles en

su obra Edipo Rey. Este autor describe en Layo a un padre que ostenta el poder, a un

padre que, sin embargo teme las retaliaciones de su hijo Edipo y por eso busca

deshacerse de él. Y esta situación no era nueva. Los mitos griegos, por ejemplo,

muestran a Cronos que devora a sus hijos, evitando su derrocamiento. Pero con la

complicidad de Rea, Zeus consigue escapar a la voracidad de su padre y se erige como

soberano de los dioses del Olimpo al derrocar a su padre. Y en el relato de Sófocles,

sucede algo similar. Edipo asesina a su padre y lo sustituye. Este es el primer padre

histórico, el padre asesinado. El segundo padre del que tenemos historia lo representa

Shakespeare en su obra Hamlet. El padre de Hamlet, es un padre que reclama venganza

y su hijo es el encargado de perpetrarla, aún a costa de su propia vida. Es un padre que

requiere del sacrificio de su hijo para relevar su lugar. Y en este sentido, el padre que

Shakespeare muestra, es un padre vengado. Pero aún hay otro padre y es el padre de la

contemporaneidad. Este padre representado por las series de televisión, entre otras, los

Simpsons y Padre de Familia (Family Guy). Es un padre inoperante y estupidizado, que

requiere de otros que lo sostengan en el momento de desempeñar su función. Es el padre

relatado por Paul Claudel en su obra “El Padre Humillado”. Y la misma imagen se
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reproduce en diferentes contextos de la sociedad, en sus diversas instituciones. Requiere

de otros, encarnados o no, que soporten esa función que entr a en desuso.

Y como se planteaba anteriormente. En ausencia de la ley, emerge la violencia. Y

conviene estar del lado de los que ejecutan el acoso y no del otro lado. Pero por otra

parte, el ideal de una sociedad equivalente, donde su imperativo se traduce en una

supuesta igualdad, curiosamente genera el efecto contrario. La pretensión globalizante

amenaza la singularidad, y los sujetos -niños y adolescentes en el ámbito escolar-, cada

vez más, buscan defenderse del “para todos”, ratificando su lugar en la identificación al

grupo, acrecentando los actos violentos y agresivos.

Habiendo expuesto lo que podría considerarse como una generalidad de la presencia del

Bullying, surge el interrogante por la singularidad en el contexto colombiano. En este

sentido, es evidente que la situación de Colombia es diferente a la de otros países del

mundo y la principal diferencia radica en experiencias históricas y culturales. Según lo

anterior, el primer aspecto a ser considerado tiene que ver con la historia de violencia que

caracteriza al contexto nacional. La misma inicia incluso desde antes de la constitución

del país como nación. Son conocidos los relatos del exterminio al que los nativos fueron

expuestos en el momento de la conquista de nuestro continente. También lo son los del

momento de la Independencia. Y la secuencia continúa cuando el Estado se ha

constituido, con las guerras civiles y los conflictos partidistas, hasta un punto que se

pierde en la memoria, que parece no tener ni inicio ni final y que día a día se re-edita. Y

este aspecto hace mella en la imagen construida por los niños y los adolescentes. Es

innegable. Pese a los diversos esfuerzos y a las buenas intenciones, Colombia es un país

de tradición violenta y también lo son sus habitantes. Por otra parte, el fenómeno del

acoso escolar está atravesado por aspectos que dan cuenta de la profunda inequidad

social. Al respecto, “la violencia en la escuela es, en efecto, reflejo de la sociedad. Y esto
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se hace patente de forma más clara en el mundo no desarrollado. UNICEF señala que,

entre las causas más importantes de esa violencia, se encuentran la pobreza, el trabajo

infantil, la trata de menores, el SIDA, la ubicación en lugares geográficos remotos, una

infraestructura deficiente, el origen étnico, la escasa categoría social de las mujeres y la

falta de educación de las madres, los conflictos civiles y los desastres naturales ”

(Monclús, 2005). Esta perspectiva muestra que, en Colombia, la situación es particular y,

por lo mismo, es importante en el momento de evaluar y detectar el acoso escolar, hacer

uso de herramientas que posibiliten un mayor entendimiento, más próximo a la situación

que se vive en el contexto colombiano, más allá de la importación de modelos de

detección e intervención, descontextualizados de realidad colombiana. Es pues, una

invitación a profundizar en este sentido.

UNA APROXIMACIÓN AL PERFIL DE LOS AGRESORES Y DE LAS VÍCTIMAS

Teniendo presente lo anterior, se intentará hacer una construcción del perfil de los

agresores en el contexto escolar (bullies) y de sus víctimas. Cabe anotar que la

pretensión en este sentido, no busca generalizar y encasillar y por lo mismo, no pretende

estigmatizar uno y otro lugar.

La primera característica que puede ser anotada con respecto a la los agresores es que,

generalmente, pertenecen al género masculino. Esta apreciación es parcial, pues en

términos generales, es más frecuente que la violencia masculina sea ejercida de manera

física, por lo que son más evidentes sus efectos. Sin embargo, es conocido en nuestro

medio el aumento de las agresiones de las niñas y de las adolescentes y que en general

no son tan llamativas como las del género masculino. Otra característica tiene que ver

con que en muchas ocasiones, los agresores son repitentes de curso y esto hace que –en

general- su edad sea superior a la del promedio del curso al que pertenecen. Así mismo,

se indica que el rendimiento escolar de los implicados sea bajo, mostrando además, una
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actitud negativa hacia el contexto escolar. Por otra parte, existe una superioridad física

con respecto a sus víctimas, mostrándose poco empáticos con respecto a sus

necesidades. De la misma manera, son impulsivos y muestran una baja tolerancia a las

frustraciones. En este sentido, son inmediatistas y evidencian una necesidad marcada de

dominar a los otros mediante el poder y la amenaza. También son individuos que

mantienen una actitud hostil y desafiante con las figuras que le representan autoridad, por

lo que se les dificulta asumir normas y límites. Sumado a esto, son individuos con un

escaso apoyo y supervisión por parte de su núcleo parental, evidenciando incluso,

conflictos a este nivel. Finalmente, tienen una opinión relativamente positiva de sí mismos,

a la que se suma el impacto social que tienen entre sus compañeros, el cual es más

elevado que el de sus víctimas (Estévez López, 2005). Muestran además, la necesidad de

ser vistos y aceptados por otros (necesidad de protagonismo), el deseo de ser más

poderosos que los demás (necesidad de superioridad), la pretensión de ser diferentes a

partir de la creación de una identidad particular (necesidad de ser diferentes) y la

necesidad de perseguir nuevas vivencias y sensaciones (necesidad de llenar vacíos

emocionales).

Por su parte, las llamadas víctimas pueden ser clasificadas en dos grupos, aquellas que

poseen características pasivas y aquellas que tienen características provocativas. Ambas

clases comparten como característica, la impopularidad entre sus compañeros y la

situación social de aislamiento.

Las víctimas pasivas, en general, llaman la atención por su apariencia física, al presentar

algún tipo de debilidad o de característica particular que sea motivo de agresión (por

ejemplo, obesidad). En nuestro contexto es frecuente la agresión vinculada a motivos

raciales, étnicos, de género y de condición social. Muestran un rendimiento académico

superior al de sus agresores. Son tímidos, inseguros, ansiosos y poco asertivos en el trato
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con los demás. Son dependientes de figuras y ambientes que le brindan protección y

seguridad, entre otros, los padres y el ambiente familiar en general. Muestran dificultades

para ser escuchados por sus compañeros, a lo que se suma la tendencia a ser ignorados

y rechazados por sus compañeros.

Por otra parte, las llamadas víctimas provocativas se caracterizan por ser ansiosos e

inquietos. Muestran marcadas dificultades en el momento de establecer vínculos con los

demás, evidenciando un déficit importante en sus habilidades sociales. Por otra parte,

muestran dificultades para seguir los lineamientos y normas sociales. Además, son

impulsivos e impacientes, situación que es difícilmente tolerada por el entorno, lo que los

lleva a ser rechazados por los demás. Finalmente, son individuos que poseen un

ambiente familiar hostil y represivo en extremo.

Sumado a lo anterior, tanto agresores como víctimas se encuentran inmersos en un

contexto que invita a la reproducción de modelos de violencia y de dominación, la cual es

validada a nivel de los medios masivos de comunicación y de las instituciones en general.

Esto hace que la situación de acoso escolar en nuestro medio, sea un problema también

relacionado con la inequidad y la desigualdad social que, a futuro, es necesario

conceptualizar de manera más profunda.

INSTRUMENTOS ESPECÍFICOS DE DETECCIÓN DEL ACOSO ESCOLAR

Teniendo en cuenta lo planteado anteriormente con respecto al perfil de las víctimas y de

los agresores, se pueden considerar los siguientes instrumentos. Se hace la salvedad que

la aplicación e interpretación de los mismos debe estar contextualizada, pues la mayoría

de los instrumentos han sido creados y validados en contextos diferentes al colombiano.

El primero de estos instrumentos es el la Escala de Agresión entre Pares y la adaptación

uruguaya de la misma, realizada por Nelda Cajigas de Segredo y colaboradores. (Cajidas,

Kahan, Luzardo, Najson, & Zamalvide, 2004). La escala se compone de cuatro sub-
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escalas. Las dos primeras se relacionan con factores de riesgo: La Sub-Escala

“Influencias Externas” (Conductas Transgresoras de Amigos y Actitud de Adultos sobre

Violencia) y la Sub-Escala “Actitud Personal hacia la Violencia” (Actitud Facilitadora y

Falta de Manejo de la Agresión). La Sub-Escala “Conductas Prosociales”, amplía la

comprensión del fenómeno, aportando conductas positivas. En la cuarta sub-escala,

“Conductas Agresivas”, se plantean tres dimensiones: Pelea, Intimidación y Burla. Esta

escala permite la diferenciación por género y por edad.

Sumados a este instrumento, existen otros que están enmarcados dentro de las

características particulares de las víctimas. El primero de ellos es el Inventario de

Ansiedad Estado- Rasgo (State-Trait Anxiety Inventory, STAI), considerando que la

ansiedad es uno de los aspectos generalizables en las víctimas. Dicha escala permite

diferenciar la ansiedad estado (A/E) de la ansiedad rasgo (A/R). La primera es descrita

como “un estado o condición emocional transitoria del ser humano que se caracteriza por

sentimientos subjetivos de tensión y aprensión, así como hiperactividad del Sistema

Nervioso Autónomo. Puede variar con el tiempo y fluctuar en intensidad” (Spielberger,

Gorsuch, & Lushore, 1964). La segunda consiste en “una propensión ansiosa

relativamente estable que diferencia a los individuos en su tendencia a percibir las

situaciones como amenazadoras y a elevar, consecuentemente, su ansiedad estado

(A/E). La ansiedad rasgo es similar a los constructos llamados “motivos” o “disposiciones

que permanecen latentes hasta que son activadas por algunos estímulos de la situación”,

o bien “disposiciones comportamentales adquiridas” (Spielberger, Gorsuch, & Lushore,

1964).

El segundo grupo de instrumentos permite establecer parámetros relacionados con la

presencia de depresión en niños y adolescentes. El primer instrumento en este sentido, es

el Inventario de Depresión de Beck (BDI), que posibilita evaluar los componentes


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cognitivos, comportamentales, afectivos y somáticos de la depresión. Es un instrumento

de aplicación breve y permite realizar una apropiada discriminación con respecto a

sintomatologías de características ansiosas. El segundo instrumento es la Escala de

Depresión Adolescente (RADS) y la Escala de Depresión Infantil (RCDS) de Reynolds.

Estas escalas están basadas en los criterios del DSM-IV, permitiendo examinar los

fenómenos asociados a la depresión, suicidio, aflicción y violencia. Así mismo, se

encuentra el Inventario de Depresión en Niños (CDI) de Kovacs. El mismo brinda cinco

dimensiones de depresión en niños y adolescentes. A saber, humor disfórico, conducta

acting-out, pérdida de intereses personales y sociales, menosprecio y síntomas

vegetativos. Finalmente se puede considerar la Escala de Depresión de Niños (CDS) de

Lang y Tisher, siendo la escala más utilizada actualmente. La misma consta de ocho sub-

escalas: Respuesta afectiva, problemas sociales, autoestima, preocupación por la muerte,

sentimientos de culpa, depresivos varios, ánimo-alegría y positivos varios.

A MANERA DE CIERRE, MAS NO DE CONCLUSIÓN

La problemática del bullying se caracteriza por su complejidad, haciendo que re quiera de

un estudio profundo. Por este motivo, se deben considerar aspectos históricos, culturales

y de idiosincrasia en general. La evidencia muestra que la agresividad en el ser humano

es algo inherente. La labor está en orientar la misma hacia fines socialmente relevantes,

que no vayan en contravía de la evolución del ser humano y de su supervivencia. En este

sentido, es importante considerar los diversos factores, tanto protectores como de riesgo,

y orientarlos en pro de una prevención efectiva, que no genere la estigmatización y

reforzamiento de lugares socialmente anquilosados, es decir, ir más allá de la

victimización de la agredido y la satanización del agresor, viendo la responsabilidad real

en cada parte y ofreciendo alternativas ajustadas cada vez más al contexto colombiano.
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Referencias

Bushman, B., & Anderson, C. (2002). Human Aggression. Annual Review of


Psychology(53), 27-51.

Cajidas, N., Kahan, E., Luzardo, M., Najson, S., & Zamalvide, G. (2004). Escala de
agresión entre pares para adolescentes y principales resultados. Montevideo:
Facultad de Psicología, Universidad del Uruguay.

Estévez López, E. (2005). Violencia, victimización y rechazo escolar en la adolescencia.


Valencia: Universitat de Valencia. Servei de Publicacions.

Freud, S. (1930). El Malestar en la Cultura. Buenos Aires: Amorrortu.

Little, T., Jones, S., Nock, N., & P., H. (2003). Rethinking Aggression: A Typological
examination of the functions of aggression. Merrill - Palmer Quarterly, 49(3), 343-
368.

Monclús, A. (2005). La Violencia Escolar: Perspectivas desde Naciones Unidas. Revista


Iberoamericana de Educación(38), 13-32.

Spielberger, C. D., Gorsuch, R. L., & Lushore, r. E. (1964). State-Trait Anxiety


Inventory/Self Evaluation Questionnair. Palo Alto, California: Counseling
Psychologist Presss.

Ubieto, J. R. (7 de Noviembre de 2006). "Bullying", el acoso del sujeto. La Vanguardia,


pág. 44.

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