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El mambo surgió a finales de los años cuarenta del siglo pasado. La cristalización
musical de este género, a pesar de su origen netamente cubano debemos verla desde
la diáspora. Recuerden que por estos años ocurrió una importante migración hacia
países como México y Estados Unidos. Por tanto, estos pueden considerarse como
centros musicales.
En México Dámaso Pérez Prado grabó en 1949 para la disquera Víctor el disco “José
y Macané”. Después las obras “Mambo número 5” y “! ¡Qué rico el mambo!”, con las
cuales alcanzó el éxito. Posteriormente formó su propia orquesta, con la que trabajó
en espectáculos de reconocidos clubes mexicanos.
La sección rítmica […] se caracteriza por la presencia, junto a los bongoes, de dos
tumbadoras en vez de una -práctica luego extendida a otras orquestas y actualmente en
desuso-, y por el importantísimo papel de las pailas o timbales, a los cuales se adicionaban
algunos componentes de la batería (drums) de origen norteamericano, como los platillos
de aire. En este elemento se detecta la deuda de Pérez Prado con Arcaño y Orestes
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López, sobre todo en los <<cierres>> a cargo del timbalero, con efectos percutidos
característicos, como el ll amado <<abanico>>. (Acosta 2014, 62-63)
Para el año 1952 –según Radamés Giro- Pérez Prado llega a Nueva York. Sobre el
impacto del género en esta ciudad se dice en (Música Popular Cubana):
Los miércoles del Palladium se convirtieron en una fiesta para los gustadores del nuevo
ritmo, en los que participaron Pupi Campo, Eddi Carbiá con sus mamboleros, César
Concepción, Marcelino Guerra (Rapindey), Machito y sus Afro-Cubans, el pianista
puertorriqueño Noro Morales, los también boricuas Tito Puente (El Chico del Mambo), Y
Tito Rodríguez, y otro cubano: Gilberto Valdés; todos, de alguna manera, hacían mambo.
[…] en 1953 el pianista y orquestador cubano Joe Loco organizó una gira a la que llamó
Mambo-USA, que abarcó las principales ciudades de los Estados Unidos, la repitió en
1954, esta vez con un mayor número de músicos: Machito y sus Afro- Cuban, Tito
Rodríguez, Damirón, Facundo Rivero, y César Concepción. (Giro 2013, 67-68)
Tales criterios nos llevan a situar al mambo en espacios como el cabaret, clubes,
teatros y el cine.
El chachachá, género surgido por los años cincuenta, estuvo influido por los
mecanismos de la industria y los medios. Veamos lo que se dice en (Otra visión de la
música popular cubana) a partir del criterio de Dora Ileana Torres:
Por otra parte, la polémica desatada en torno a su paternidad constituyó una manera de
mantener al público a la expectativa, con lo cual aumentaron las ganancias de la industria
disquera y las de otros medios de difusión masiva. (Acosta 2004, 106)
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como la desaparición de vitrolas y las problemáticas de distribución sin resolver de la
industria discográfica nacional; que, bajo el apoyo oficial, el de los medios y de figuras
señeras de la cultura condicionaron al género
Respecto a las orquestaciones, armonía y melodías, donde había una influencia del jazz
y de la música sinfónica (sobre todo impresionista) en los hermanos López, aparece en
Jorrín la influencia española. Ya desde su etapa con Arcaño, Jorrín solía eliminar algunas
síncopas del montuno mambeado para –según él- facilitar los pasos de los bailadores.
(Acosta 2004, 103-104)
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Tomado de: Loyola Fernández. (2012). La charanga y sus maravillas. Orquesta Aragón. (p.63)
En cuanto a la función social del chachachá se ha dicho que fue más amplia que la
del danzón-mambo por la fácil coreografía que incorporó a más sectores de la
población cubana. Propició el acercamiento entre estilos de baile de blancos y negros
divididos por el prejuicio y la discriminación racial, que sintetizados en el período
revolucionario dieron paso a la forma de baile del pueblo cubano. Sin embargo,
Acosta advierte que dentro de este pensamiento aún trasciende un ideal racista:
Aquí se repite el error de que el ritmo sincopado del danzón impedía que se pudiera bailar
bien en las sociedades de blancos. […] los bailables cubanos han sido todos creados por
los negros; son esencialmente afrocubanos. Pero nada impide que un blanco pueda
aprenderlos, tocarlos, cantarlos o bailarlos, salvo la segregación de muchas (no todas) las
sociedades de blancos de entonces. No existen estilos bailables <<blancos>> y
<<negros>> en Cuba, y los cubanos negros y blancos bailaron juntos desde la época
colonial: en los famosos <<bailes de cuna>> del siglo XIX y en los carnavales; en las
academias de baile y los maratones de la cervecería; en los clubes nocturnos, en casa
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particulares, en los toques de santo y donde quiera lo desearon y pudieron hacerlo.
(Acosta 2004, 110-111)
Por último, no podemos pasar por alto que, mientras Jorrín y Mondéjar mantenían su
controversia en México entre 1954 y1958; en La Habana se destacan orquestas como
la Aragón (procedente de Cienfuegos) y Fajardo y sus Estrellas. El chachachá se
extendió a muchas orquestas de formato charanga de la época.
Bibliografía:
Acosta, Leonardo. 2014. Del tambor al sintetizador. editorial Letras Cubanas.
Loyola Fernández, José. 2012. La charanga y sus maravillas. Orquesta Aragón. La Habana:
Museo de la Música.