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En la historia colombiana se logró hacer del estudio de la música una profesión titulada,
con la creación de la Academia Nacional de Música en 1882 por parte de Jorge W. Price
(1853-1963). Durante el siglo XIX hubo varias iniciativas particulares, pero ninguna
alcanzó la representatividad, constancia y desarrollo de esa institución. En 1903, pasada la
Guerra de los Mil Días (1899-1902), durante la cual fueron suspendidas sus labores, la
Academia retomó el proceso que traía y en 1910, tras las reformas pertinentes, se convirtió
en el Conservatorio Nacional de Música.
Uno de los estudiantes de la Academia Nacional del que más información se tiene en la
actualidad es Santos Cifuentes (1870 – 1932). Una fuente importante es el conjunto de
“Notas biográficas” publicadas en 1947 por su hijo, Alfonso Cifuentes y Gutiérrez [1]. En
ese libro pueden encontrarse apartes de correspondencia, programas de concierto y
documentos relacionados con la vida del compositor. En relación con la actividad de su
padre en la Academia Nacional, Cifuentes y Gutiérrez menciona: “paso a paso puede
seguirse la actuación de Cifuentes, mediante la lectura de los informes que el Director de la
Academia presentaba anualmente al Ministerio de Instrucción Pública”.
Santos Cifuentes Ingresó a la Academia Nacional en 1885 u 86. El mismo año en que
obtuvo el grado como Profesor en Contrabajo, 1890, fue nombrado profesor de armonía. Se
orientó en la composición bajo la tutela del compositor y director de ópera italiano Augusto
Azzali (1853-1907), a quien dedicó su Sinfonía Albores Musicales. Esta obra, del año 1893,
fue publicada recientemente en edición crítica a cargo del musicólogo Egberto Bermúdez,
quien aporta además un estudio biográfico sobre el compositor y sobre su obra [2].
Según lo presenta Cifuentes y Gutiérrez, el “Programa de la Sesión Solemne de Grados”
del 31 de octubre de 1894, correspondiente a la graduación de Santos Cifuentes como
compositor, incluyó el Scherzo para orquesta, interpretado bajo la dirección del propio
compositor. La obra hizo parte de un conjunto de requerimientos hechos al estudiante para
probar su solvencia en las técnicas de composición musical. De manera recursiva, Santos
Cifuentes optó por dar cumplimiento al objetivo no solo con los requisitos de usar la
orquesta y el esquema formal del Scherzo, sino que además aprovechó para exponer su
concepción de la estética nacionalista.
Responder a las cuestiones planteadas por la búsqueda de una identidad nacional fue una
tarea común en América Latina durante las décadas finales del siglo XIX y las iniciales del
XX. Como herencia del romanticismo europeo, el foco se ubicó en las expresiones
culturales campesinas o lo que se imaginaba que era el contexto rural desde la perspectiva
de las élites dominantes (folklore). Para el caso colombiano, esa fue una época de
migraciones y reconfiguraciones del entorno social, luego de un siglo sumergido en
sucesivas guerras civiles y ad portas de otro no menos conflictivo.
En Bogotá ocuparon un lugar central incontables bambucos y pasillos, algunos concebidos
desde el piano y destinados ya fuera al entretenimiento hogareño o la presentación pública.
Desde la perspectiva que profesó la Academia Nacional de Música, representada en el caso
de Santos Cifuentes, estos géneros tradicionales/populares fueron usados como fuente para
obras enmarcadas en el uso de técnicas y procedimientos de composición europeos, cuya
asimilación, para finales de siglo XIX, alcanzaba poco a poco resultados cada vez más
convincentes. En correspondencia del año 1931 citada por su hijo, Santos Cifuentes se
refiere al Scherzo Sinfónico:
“El nombre de ‘Scherzo’ me daba la libertad necesaria para intentar algo nuevo, y hasta
exótico. Hice pues, la primera parte en aire de pasillo, con algún desarrollo y con el ánimo
de demostrar que el ritmo de ese aire nacional se presta para composiciones sinfónicas de
alto vuelo… Para la segunda parte del Scherzo adopté el ritmo de Torbellino, alegre y
bullicioso. Escribir en ese ritmo es bastante difícil, y darle carácter de composición clásica
era mi anhelo. Lo realicé, sin embargo, y hasta me adelanté un poco en la extensión de los
elementos orquestales, con la introducción de varios de los instrumentos que ahora figuran
en las grandes orquestas, y que más tarde hicieron parte del Jazz: la pandereta, el tambor,
los timbales, las castañuelas y un instrumento metálico llamado ‘triángulo’, ahora
suplantado por otro más perfecto.” (Cifuentes y Gutiérrez, p.54)
Con esta obra, conocida posteriormente como Scherzo sinfónico sobre aires tropicales,
Santos Cifuentes sentó un importante precedente para el desarrollo que tuvo en Colombia la
estética nacionalista llevada a la sonoridad sinfónica en particular, pero en general dentro
del entorno académico. Con una intención afín se produjeron obras contemporáneas
al Scherzo, como la Fantasía sobre dos temas nacionales de Pedro Morales Pino (1863-
1926), o posteriores, como la Rapsodia Colombiana de Andrés Martínez Montoya (1869-
1933), los Trozos en el sentimiento popular de Guillermo Uribe Holguín (1880-1971) o
la Fantasía sobre motivos colombianos de Oriol Rangel (1916-1976).
Una grabación del Scherzo de Santos Cifuentes se conserva en la Fonoteca de Señal
Memoria, interpretado probablemente por la Orquesta Sinfónica de Colombia. El código de
su digitalización es CD18050. Se presenta con este texto un clip de audio basado en ese
archivo.
El siglo XX
Entrado el siglo XX la Academia se transforma en el ya centenario Conservatorio Nacional
de Música, regentado desde su momento inaugural en 1910 por el compositor Guillermo
Uribe Holguín (1880-1971), quien a pesar de haber sido consciente, como se verá, de las
posibilidades de la guitarra como instrumento solista, tampoco le dio cabida en la
institución mientras estuvo al frente, primero hasta 1935, y luego en años centrales de la
década de 1940, cuando por ejemplo, el influyente guitarrista español Regino Sainz de la
Maza (1896-1981) alcanzó una plaza numeraria en el Conservatorio de Madrid, donde
ejercía labores desde una década atrás[4].
Ya desde los años finales del siglo XIX, con la destacada labor de Pedro Morales Pino
(1863-1926) y la generación de compositores activos en torno a la celebración del primer
centenario de la independencia, la guitarra e instrumentos afines en su historia como el tiple
y la bandola, fueron vinculados de lleno a la noción de músicas nacionales, como
instrumentos esenciales del canon instrumental de tríos y estudiantinas.
“En esos años [1880-1930], la sociedad y la cultura de las diferentes zonas del país
estuvieron sujetas a un traumático proceso de cambio entre las pautas de organización
social y cultural campesinas heredadas de la larga dominación colonial y la urbanización,
desarrollo de nuevos sistemas de producción y el establecimiento de mercados y la
construcción de una cultura urbana, todo lo cual era parte de un proceso global que tenía
como objetivo fundamental incorporar al país en el mercado, la economía y la cultura
internacionales.”[5]
La prosperidad económica y política que trajo consigo el siglo XX, fue el escenario para las
discusiones que en el terreno musical se dieron entre aquellos propulsores del sentir
nacionalista y la vertiente contraria, liderada por Uribe Holguín desde el Conservatorio. Los
análisis de las publicaciones periódicas del momento, vitrina principal de ese debate, dan
cuenta de los enfoques de lado y lado, además del contexto en el que se desarrollaron. Es el
caso de “Mundo al día”, periódico que “surgió en medio de la prosperidad de los años
veinte y cerró sus talleres al finalizar los años treinta en una situación notablemente menos
favorable. Sus páginas son un inventario de las profundas transformaciones de la sociedad
colombiana en dicho periodo”[6].
“Mundo al día” ofreció a sus lectores una serie de partituras que reflejan el conducto dado
al sentir popular y los desarrollos de la denominada “cultura de masas”. La música
publicada es escrita en su mayoría sobre géneros de baile y su arraigo se vio reflejado en la
grabación de algunas piezas, como parte de la promoción que en el mismo periodo tuvo la
naciente comercialización discográfica con su base en los Estados Unidos y poco después
en importantes ciudades del continente latinoamericano. Pero la guitarra, inherente en el
medio colombiano a la cultura popular, estuvo ausente de esta iniciativa tendiente a la
difusión por medio de la partitura.
La colección “Mundo al día” está enfocada primordialmente en la partitura para piano y la
funcionalidad de dicho instrumento[7]. En este conjunto de partituras del temprano siglo
XX la guitarra está ausente por completo. Y si bien muchas de las piezas allí publicadas
hoy son consideradas “clásicos” de la música popular, lo que sugiere su asimilación en
diversos conjuntos instrumentales y versiones que incluyeron la guitarra, en el medio
colombiano la exploración y desarrollo de partituras para guitarra y, a partir de allí, el
desarrollo de un lenguaje del instrumento concebido como solista, siguió comparativamente
ausente, ya fuera en el ámbito popular o en el académico, como se ha visto.
José Perilla
[1] Ellie Anne Duque, ‘La cultura musical en Colombia, siglos XIX y XX’, Gran
enciclopedia de Colombia, Vol.6, Bogotá, Círculo de Lectores, 1993, p. 220
[2] Melani Plesch, ‘Guitarra II. Argentina. 2’. Diccionario de la música española e
hispanoamericana, vol. VI. Ed. Sociedad General de Autores y Editores, 2000, p. 113
[3] Tanto Egberto Bermúdez como Ellie Anne Duque han tratado en detalle el tema de la
Academia Nacional de Música en las publicaciones citadas.
[4] Javier Suárez-Pajares, op.cit., p. 106. Allí se menciona también cómo en el
Conservatorio Municipal de Barcelona, la cátedra de guitarra se dictó desde 1894.
[5] Egberto Bermúdez, ‘La música campesina y popular en Colombia: 1880-1930’, Gaceta
32-33, Colcultura, abril de 1996, p.113
[6] Jaime Cortés Polanía, La música nacional popular colombiana en la colección Mundo
al día (1924-1938). Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Unibiblos, 2004, p.12
[7] Jaime Cortés Polanía, op.cit., p. 116
[8] Vicente Stamato, ‘Días de Radio’, Credencial Historia, ed. 186, Bogotá: junio 2005,
p.7
[9] Ver: Archivo Guillermo Uribe Holguín – Catálogo Descriptivo. Documento MSS 772.
Sala de Libros Raros y Manuscritos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. En el número 2
del contenido del archivo se registra una carta con membrete del Hotel Tequendama de
Bogotá, enviada por
Segovia http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/guillermo_uribe_holguin_.pdf
Hernando Caro Mendoza. ‘Los primeros conciertos’, Revista del Teatro Colón de Bogotá,
Año II, No. 14, Mayo de 1953, pp. 8-10
[10] Rodolfo Hozmann, ‘Música culta y radio’, Boletín de Programas. Radiotelevisora
Nacional de Colombia. Año XVIII, febrero de 1959, No. 175, pp. 46-47
[11] Egberto Bermúdez, ‘La música campesina…’ op.cit., p.114: “Un aspecto esencial en la
actividad de estos extranjeros quienes al menos parcialmente, sirvieron de promotores de la
actividad musical popular europea en nuestro país, era el convencimiento de parte suya de
la función educativa, moral y formativa que la música cumplía en la sociedad. Esta
convicción fue fundamental en el trabajo de Henry Price (1810-63)”.
[12] Julio Sánchez Reyes, ‘La radio como medio de divulgación musical’, Boletín de
Programas. Instituto Nacional de Radio y Televisión – Inravisión. Radio Nacional de
Colombia. Segunda Época, No.1, Nov. 1969, p.3