Está en la página 1de 36

COLORES LITURGICOS

Dentro del universo simbólico de la iconología y de la liturgia


cristiana juegan un papel fundamental los elementos que se
perciben por medio del sentido de la vista; forman parte de
ese lenguaje propedéutico y simbólico tan utilizado por el
hecho religioso. Los colores –hijos de la luz- insuflan alma y
plenitud a la forma. Despertando reacciones en la
sensibilidad del espectador, significan con un alto contenido
simbólico, elaborando un lenguaje propio, que se puede
rastrear, con una mayor o menor complejidad, en todas las
culturas.

Es fácil observar que el uso simbólico de los colores


constituye una costumbre cultural de la vida cotidiana: la
pertenencia a una nación o sociedad, los estados de ánimo -el
negro, luto-, indicaciones de comportamiento -el rojo,
prohibición-... pueden expresarse por medio de los distintos
colores. Incluso pueden rastrearse unos principios básicos de
interpretación interculturales con cierta base biológica, hacia
la que apuntan prácticas como la cromoterapia.

Para una correcta interpretación, hay que tener en cuenta


que los colores van adquiriendo distintas acepciones según el
objeto al que se apliquen partiendo de unas notas comunes:
el blanco es símbolo de la divinidad y del sacerdocio, de la
pureza, de la virginidad, de la inocencia, de la justicia, de la
resurrección, de la alegría
Es preciso situarse en el contexto de este lenguaje común, en
el que influyen una serie de factores de diverso orden
-naturales, psicológicos, culturales-. Como tantos otros
elementos del arte sagrado y de la liturgia, el código de los
colores se va desarrollando en la Edad Media, quedando
fijado en la era del gótico, que gustaba tanto de alegorías y
simbolismos. Como dice Durando, los paramentos litúrgicos
con sus colores son las insignias y blasones de las virtudes a
que amonestan los misterios de la fe celebrados o como
resume la actual Ordenación General del Misal Romano, “la
diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como
fin expresar con más eficacia, aun exteriormente, tanto las
características de los misterios de la fe que se celebran como
el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año
litúrgico”

En cuanto a su introducción en la liturgia cristiana, siempre


se mostró preferencia por el blanco, que en opinión de
muchos autores, como el Papa Benedicto XIV Lambertini
(1740-58), era el único color litúrgico en uso antes del siglo
IV; no olvidemos que el sacerdote representa a Dios en la
tierra, por lo que en una mayoría de religiones visten de
blanco, símbolo de la luz increada: así ocurría en la Ley
mosaica, en Egipto, en el zoroastrismo, en los sacerdotes de
Júpiter, en el druidismo. Posteriormente, según podemos
colegir de los mosaicos y frescos paleocristianos y de la Alta
Edad Media, los clérigos usaban en la liturgia ornamentos de
diversos colores –marrón, verde, rojo, morado, azul...-,
incluso los participantes de una misma celebración.

Poco a poco van surgiendo interpretaciones simbólicas en los


colores de los ornamentos, sobre todo en las Galias. En la
vida de San Livino, escrita hacia el año 600, se cuenta como
su maestro, San Agustín de Canterbury, el evangelizador de
Inglaterra, le donó el día de su ordenación una casulla
púrpura, como prenda de caridad y aviso de martirio,
recamada de oro y piedras preciosas, símbolo de las virtudes.
Mas en el periodo carolingio aun no existe regla general,
aunque sí gran variedad y riqueza.

Es en torno al siglo IX, junto con la fijación de los


paramentos litúrgicos, se reglamentó el uso de los colores,
asignándoles un significado inspirado ePn el simbolismo
imperante. En la liturgia romana el primer sistematizador
oficial del simbolismo de los colores, aunque con total
libertad en cuanto a las tonalidades posibles, casi tal como
hoy lo entendemos, es el Papa Inocencio III dei conti di Segni
(1198-1216). En su tratado sobre los ritos de la misa, aparece
bien definido el uso de los colores: el blanco es el color de las
fiestas gozosas; el rojo, para los mártires y Pentecostés; el
verde, para los días sin ningún carácter especial; el negro,
para Adviento, Cuaresma y difuntos.

Ya en el siglo XIII, es Durando de Mende quien señala el


morado para los tiempos penitenciales, porque afirma ser un
color sombrío, tétrico y como impregnado de sangre[7]. Un
Ordo Romanus del siglo XIV enumera ya estos cinco. San Pío
V Ghislieri, en las rúbricas generales del Misal Romano, que
reforma y unifica, fija definitivamente el uso litúrgico de los
colores, recogido actualmente en el nº 308 de la vigente
Ordenación General del Misal Romano.

El blanco es la suma de los tres colores primarios, por


lo que asume un valor de totalidad e atemporalidad que lo
hace apto para expresar la gloria y la eternidad, la misma
vida divina. Dios, no lo olvidemos, es la unidad absoluta, de
la que dimanan los mil tonos de la creación. Es el color
festivo por excelencia, el color de la luminosidad, atributo de
Dios: el profeta ve a Dios blanco como la nieve, y del mismo
color aparece revestido Jesús en su transfiguración, como
muestra de su divinidad. Por este carácter sintético de todos
los colores puede sustituir a cualquiera: así para las estolas
de las concelebraciones, por ejemplo, cuando no haya
bastantes del color de la celebración.

Es, por tanto, el color más apropiado para la Santísima


Trinidad, así como para Navidad y Pascua y el resto de las
celebraciones de misterios no pasionistas de Cristo
(Santísimo Nombre de Jesús, Presentación en el Templo,
Transfiguración, Sagrado Corazón...), que se revela como
“irradiación de la gloria [de Dios] e impronta de su sustancia”,
en conexión con la prefigura de la Sabiduría del Antiguo
Testamento, “resplandor de la luz eterna”, pues es el que
hace surgir el mundo de las tinieblas del caos y lo regenera
salvándolo del abismo del pecado y de la muerte.

El Pseudo Germán de París explica que el blanco es el color


pascual en recuerdo del ángel revestido de blanco del
Evangelio. El Señor asciende, comenta Inocencio III, sobre
una nube blanca, que es su escabel cuando se presenta
glorioso en el Apocalipsis

Aquí queda incluido el culto eucarístico (Jueves Santo,


Corpus Christi, Viático, comunión y adoración extra missam),
presencia perenne del Señor Resucitado en medio de su
pueblo, actualización permanente del misterio pascual del
Cordero Inmaculado. De la misma manera, era, según San
Jerónimo, el blanco usado para los sacrificios, por simbolizar
la luz, la gloria, la inocencia y la alegría, y es este Sacramento
el memorial del Sacrificio de la Cruz.

El mismo significado tiene el tisú de oro, que puede ser


empleado tradicionalmente por blanco, rojo y verde, pero no
por morado o negro, que son colores de tristeza y penitencia,
por ser color festivo. El tisú de plata, sin embargo, sólo
sustituye al blanco, al que se asimila.

Este color representa las vestiduras blancas de los justos del


Apocalipsis: “Después miré y vi una muchedumbre inmensa
[...] ataviados con vestiduras blancas y palmas en las manos”,
que “lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del
Cordero”; en las Lamentaciones se decía que los jóvenes
selectos de Israel eran “más limpios que la nieve y más
blancos que la leche”.

Es además símbolo de la victoria de la vida sobre las tinieblas


del pecado y de la muerte: “El que venciere, ése será vestido
de vestiduras blancas” ; ya en las culturas antiguas se
amortajaba con este significado a los muertos. Símbolo de la
victoria del bien, es el color propio de las celebraciones de
acción de gracias.

Es por tanto el color de la Solemnidad de Todos los Santos,


así como de los bienaventurados no mártires o de las
festividades que celebran misterios o milagros de santos
anteriores a sus martirios (Natividad de San Juan Bautista,
Cátedra de San Pedro, Conversión de San Pablo, etc.). De este
color es, también, la vestidura que se le impone al
catecúmeno en su Bautismo, que llevaba puesta, en la
disciplina antigua, desde la Vigilia Pascual hasta el siguiente
Domingo, II de Pascua, llamado in albis por este motivo. Todo
lo expuesto justifica su uso también en la administración de
los sacramentos del Bautismo, del Orden Sacerdotal y del
Matrimonio, así como de la consagración de iglesias y altares.

El rojo es el color de la sangre y del fuego, ligado por


tanto a la fecundidad de la vida, apto para simbolizar el
heroismo del sacrificio y el incendio de la caridad. En todas
las religiones antiguas el sacrificio, base del culto, se
consuma con las hostias abrasadas por el fuego, símbolo de
la aceptación de éstas por parte de la divinidad, por lo que
pasa a representar este elemento el amor divino. La ofrenda
del profeta Elías es consumida por el fuego de Yavé, a pesar
de estar deliberadamente mojada, como signo de la
aceptación de Éste, mientras que la de los profetas del dios
falso Baal permaneció intacta.

Es el color, según esto, del Espíritu Santo, “ignis, caritas” ,


que se manifestó en Pentecostés en forma de lenguas de
fuego, símbolo del ímpetu y de la fuerza amorosa de la
Tercera Persona de la Santísima Trinidad, pues es un color
ilimitado, de explosión exuberante, de resplandor poderoso,
irresistible, y, además, en sánscrito vahni significa fuego y
tres.

Ya Dios se había manifestado a Moisés en la zarza ardiente


una columna de fuego guió a los israelistas por el desierto, el
trono de Dios está inflamado y el propio Bautista anuncia a
Cristo como el que bautiza con fuego. De esta concepción
surge la cremación de los cadáveres, como símbolo de
purificación post mortem, y las hogueras de San Juan.

Así como el amor divino, también se vincula al amor humano,


por ser el color del corazón: una simple rosa roja puede ser
toda una declaración. El manto de San Juan Evangelista es
rojo porque fue el discípulo amado del Maestro. También
entre los musulmanes simboliza el amor del hombre a Dios y
la oración, el trato con Él: Mahoma llevaba ropas rojas los
viernes y en las fiestas del Beyram
También simboliza  el combate y el martirio de los que
derramaron su sangre, bautismo rojo, por la fe que habían
recibido. Por supuesto también la Pasión de Cristo, rey de los
mártires y el sacrificio de la Cruz: en el Apocalipsis aparece
vestido “un manto empapado en sangre”  Domingo de Ramos,
Viernes Santo, Preciosísima Sangre, Exaltación de la Santa
Cruz). No olvidemos que la sangre se considera el principio de
la vida, por lo que perder la sangre es perder la vida.

En cuanto a la tendencia de asignar el rojo a la Eucaristía,


que se observa entre nosotros, es acentuar su carácter
sacrificial: el vino, hijo del fuego, alegría del corazón, símbolo
de la verdad divina en el Antiguo Testamento, se convierte en
la sangre de Cristo en la Nueva Alianza. De ahí la cera roja
que se reserva para el culto eucarístico y para identificar a las
Hermandades Sacramentales, costumbre que parece
introdujo en el siglo XVI la del Sagrario.

El verde es un color complementario del rojo, como el


agua del fuego; el color de la fotosíntesis, efectuada entre la
verde clorofila y el rojo sol. Así mismo, está entre el ardiente
rojo y el frío azul, por lo que el verde puro simboliza el
equilibrio perfecto. Inocencio III destaca esta característica de
color intermedio entre el blanco, el negro y el encarnado, por
lo que lo cree muy adecuado para el tiempo ordinario, que
camina entre la alegría y la tristeza.

Es un mensaje de vida, por representar la savia y el regreso a


la vida del reino vegetal cada primavera y por su relación con
el agua, elemento al que representa; en la Antigüedad, las
tres esferas, que llenan los tres cielos, eran una, roja, la del
amor; otra, azul, la de la sabiduría, y la tercera, verde, la de
la creación. De regeneración, por traslación semántica, pasa
a simbolizar la esperanza y la victoria, por significar el triunfo
de la vida.

Se convierte en alegoría de la regeneración espiritual, del


renacimiento que exige Jesucristo. María y el Niño Jesús
aparecen con frecuencia con vestiduras verdes, como
esperanza de la Salvación anunciada que ya se está
realizando. Por lo mismo es, el color de los profetas y de San
Juan Evangelista, el apóstol que nunca abandonó a Jesús,
iniciadores de los sagrados misterios. Es también el color del
Islam, apóstol del Dios Único.  

Por esa significación salvífica aparece a menudo la Cruz de


Cristo policromada en verde y éste es el color de las Cofradías
de la Veracruz, pues es el árbol de la nueva creación,
simbolismo ya asumido por Jesús camino del Calvario:
“porque si esto se hace en el leño verde, en el seco ¿qué
será?” . En la iconografía medieval los instrumentos de la
Pasión y el sepulcro también se solían pintar de verde.

El Azul es el más profundo e inmaterial, a la vez que


frío, de los colores. Recuerda al agua, al aire, al cristal. Es un
color pasivo en el nivel material, por su débil resplandor, pero
activo en lo espiritual, al estar orientado hacia la
trascendencia por su transparencia. Por eso es el color del
pájaro de la felicidad, el ideal más absoluto. Por eso también
se usó en la liturgia cristiana medieval en el tiempo de
Pentecostés, simbolizando “el viento que sopla con ímpetu”
con el que se manifestó el Espíritu Santo en dicha fiesta,
pues el símbolo del Espíritu es el aire, el más inmaterial de
los elementos.

No olvidemos que Dios había dado la vida a Adán


inspirándole en el rostro su aliento, y que el propio Jesús
había argumentado a Nicodemo: “El viento sopla donde
quiere y oyes su voz, y no sabes de dónde viene ni a dónde
va; así ocurre con todo aquél que ha nacido del Espíritu”.

El azul intenso quiere simbolizar el desapego a los valores de


este mundo y el ascenso del alma que tiende hacia lo divino,
como expone Efrén el Sirio (+373): “Hoy María se ha hecho
cielo y ha traído a Dios, porque en Ella ha descendido la
excelsa divinidad y ha hecho morada. La divinidad se hizo en
Ella pequeña para hacernos grandes, dado que ésta por su
naturaleza no es pequeña”. De ahí que se constituya en
símbolo de la Salvación, por lo que la bola del mundo en las
iconografías de la Inmaculada, del Niño Jesús o del Salvador
se tiñe de ese color, y que en muchas representaciones
medievales Jesús, Ungido del Espíritu, va vestido de azul o
con un manto de este color durante los años de Su
predicación.

Por eso, junto al blanco virginal, es el color de la Inmaculada,


fijados por la visión de Santa Beatriz de Silva, fundadora de
la Orden de la Inmaculada Concepción. Representan el
encuentro del cielo con la tierra, las dos partes del eje
cósmico. Además, la lucha apocalíptica se simboliza por la
oposición del azul y el blanco frente al rojo y el verde,
encarnación de los poderes mundanos e infernales. De aquí el
uso del azul celeste para esta solemnidad, surgido según la
tradición en Sevilla, donde en el Convento de San Antonio de
Padua se guarda según la tradición el primer terno usado con
este color.

De salvación pasa a simbolizar inmortalidad, por lo que se


convierte en color fúnebre en la Edad Media, apuntando a la
esperanza en la vida futura.

El morado o violeta es un color oscuro; simboliza la


penitencia y la humildad. A este significado apoya su
concepción como un rojo y un negro amortiguados y su
característica de color oscuro y como impregnado de sangre.
En el Adviento simboliza la humillación de Dios en su obra
salvadora, y en la Cuaresma, el proceso kenótico de Cristo
que le lleva hasta la Cruz, lo   que nos invita a la oración, a
la mortificación y a la entrega. Por su carácter penitencial es
el color usado en las rogativas, cultos penitenciales, en los
Sacramentos de la Reconciliación y de la Unción de
Enfermos y también, junto al negro, en la liturgia funeral.

En este último uso, aparte de la connotación penitencial,


viene de su carácter de síntesis entre el rojo, color del amor
de Dios y del Espíritu que vivifica, y del azul, inmortalidad a
la que se ve elevada el alma por este misterio salvador. En
correspondencia con esto, Dios exige al hombre fidelidad, por
lo que el azul pasa a tener también este significado.

Durante su vida pública, Jesús, prototipo del hombre nuevo,


a menudo, aparece representado con túnica roja, símbolo del
amor, y manto azul, símbolo de la sabiduría y salvación. En
la túnica morada de Cristo en la Pasión se han fundido el rojo
y el azul al mostrarse como Hijo de Dios que se entrega por el
rescate de la humanidad, pues en Dios ambas virtudes
forman un solo atributo. A esto se une ser el morado la
representación en heráldica de la púrpura, atributo de la
realeza y del sacerdocio, como veremos más abajo, doble
carácter del mesianismo de Jesús.

Esa unión entre ambos colores tiene además otro simbolismo.


Frente al cielo, que es azul, se presenta la tierra, que es roja.
De aquí que ambos colores, azul y rojo, muy contrastados
espiritualmente, armonicen perfectamente en María, que ve
glorificada Su humanidad, y en Cristo, en quien se unen
hipostáticamente las dos naturalezas, la divina y la humana,
en una única persona divina.

El rosado se concibe no como un color independiente,


sino como un atemperamiento de la penitencia del morado
por la esperanza; es un violeta aclarado, como un alivio de
luto, una alegría efímera. En la liturgia se usa en los
domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV de
Cuaresma), que, al señalar ambos el punto medio de estos
tiempos penitenciales, atemperan sus rigores con el rayo de
esperanza de las próximas alegrías que ya se otean en el
horizonte.

La púrpura, representada en heráldica por el morado, ya


desde la Antigüedad era símbolo de alta dignidad, como se
atestigua en Homeroy en la parábola evangélica del rico
Epulón. También se presenta como distinción en la victoria:
el profeta Daniel la recibió como recompensa. Estos
contenidos hace que en Bizancio pase a significar la realeza
suprema. Junto a estos contenidos de distinción social se
unen en una sociedad teocrática como la del Antiguo
Testamento los sacerdotales, pues la púrpura está presente
en las vestiduras del Sumo Sacerdote, en la cortina del atrio
del Santuario y en el velo del Tabernáculo.

El negro, en nuestra tradición occidental, es el color del luto,


pues simboliza, además de tristeza por su oscuridad, término
o fin, por ser ausencia de color y negación de la luz: la nada,
el caos, la angustia y la muerte absorben la luz sin restituirla.
Por eso en la tradición medieval servía para representar a
Satanás y sus adoradores. Igualmente, Jesús, a veces, se
cubre de un manto negro cuando lucha contra las
tentaciones en el desierto, pues se reviste de los males de la
humanidad. Las Vírgenes negras quizás simbolicen el
combate de la Iglesia, de la que María es prototipo, contra las
tinieblas del mal.
Ya en el paganismo se representaba con este color a los
dioses benéficos que descendían al reino de las tinieblas para
rescatar a los hombres. Entre los musulmanes españoles
designaba el negro el dolor y la constancia ante los reveses, y
en heráldica simboliza prudencia, sabiduría y constancia en
la tristeza y adversidad..

En la liturgia funeraria es señal de lo transitorio de nuestra


estancia en la tierra, cuyo fin es un paso a la vida verdadera,
pues no olvidemos que el negro de la noche guarda la
promesa de la aurora, y fue la antesala de la Creación, pues
al principio “las tinieblas cubrían la superficie de la tierra”.
Aparece, por tanto, como símbolo de la germinación que da
paso a la renovación de la vida, por lo que se usó en la
liturgia tridentina para el Viernes Santo, cuando las tinieblas
se cernieron sobre la faz de la tierra en el misterio del Deus
absconditus. Este mismo significado hace que quede excluido
del culto eucarístico, celebración del triunfo de la vida.

El gris es una mezcla de negro y blanco, por lo que


representa el tránsito de la muerte terrestre a la vida eterna,
la resurrección, y, por eso, lo escogen muchos artistas para el
manto de Cristo, Juez Universal, en la Parusía, “Cristo ha
resucitado de los muertos como primicias de los que
duermen”; al ser la unión del color de la divinidad y el de la
materia es muy apropiado para simbolizar la resurrección de
la carne. No es color litúrgico.
El marrón es el color del suelo, de la arcilla, del
sembrado. Es, por consiguiente, símbolo de humildad, que
viene de humus, tierra, y de pobreza, al significar la
necesidad de una muerte lenta al mundo para llegar a ser
tierra abonada por Dios. Es por tanto elegido por muchas
congregaciones para su sayal religioso, como es el caso de los
carmelitas, que acaban vistiendo a su patrona, la Virgen del
Carmen, con su propio hábito. También es el color del otoño,
por la caída de las hojas caducas, por lo que en la Antigüedad
y en la Edad Media simbolizó también duelo. No es color
litúrgico.
SIGNOS Y SIMBOLOS DE LA CUARESMA

Ramos o palmas

Del latín: -palmae- que significa palma de la mano y hoja de


la palmera, que usan ya los romanos como símbolo de
victoria. Los pueblos que coinciden en asignarle altos valores
a este símbolo ya que han desarrollado en torno a ella
diversos ritos. Recordemos, empezando por lo más próximo,
cómo es tradición entre nosotros colgar en los balcones los
ramos bendecidos el Domingo de Ramos para que protegiesen
la casa durante todo el año.

El pan y el vino: Cuerpo y Sangre de Cristo

Son los elementos naturales que Jesús toma para que no sólo
simbolicen sino que se conviertan en su Cuerpo y su Sangre
y lo hagan presente en el sacramento de la Eucaristía.

Jesús los asume en el contexto de la cena pascual, donde el


pan ázimo de la pascua judía que celebraban con sus
apóstoles hacía referencia a esa noche en Egipto en que no
había tiempo para que la levadura hiciera su proceso en la
masa (Ex 12,8).

El vino es la nueva sangre del Cordero sin defectos que,


puesta en la puerta de las casas, había evitado a los israelitas
que sus hijos murieran al paso de Dios (Ex 12,5-7). Cristo, el
Cordero de Dios (Jn 1,29), al que tanto se refiere el
Apocalipsis, nos salva definitivamente de la muerte por su
sangre derramada en la cruz.
Los símbolos del pan y el vino son propios del Jueves Santo
en el que, durante la Misa vespertina de la Cena del Señor,
celebramos la institución de la Eucaristía, de la que
encontramos alusiones y alegorías a lo largo de toda la
Escritura.

Pero como esta celebración vespertina es el pórtico del Triduo


Pascual, que comienza e1 Viernes Santo, es necesario
destacar que la Eucaristía de ese Jueves Santo, celebrada por
Jesús sobre la mesa-altar del Cenáculo, era el anticipo de su
Cuerpo y su Sangre ofrecidos a la humanidad en el "cáliz" de
la cruz, sobre el "altar" del mundo.

El lavatorio de los pies


El Evangelio de San Juan es el único que nos relata este
gesto simbólico de Jesús en la Última Cena y anticipa el
sentido más profundo del "sinsentido" de la cruz.Un gesto
inusual para un Maestro, propio de los esclavos, se convierte
en la síntesis de su mensaje da a los apóstoles una clave de
lectura para enfrentar lo que vendrá.

En una sociedad donde las actitudes defensivas y las


expresiones de autonomia se multiplican, Jesús humilla
nuestra soberbia y nos dice que abrazar la cruz, su cruz, hoy,
es ponerse al servicio de los demás. Es la grandeza de los que
saben hacerse pequeños, la muerte que conduce a la vida.
El Jueves Santo

La Eucaristía con que se da inicio al Triduo Pascual es la


"Missa in Coena Domini", porque es la que más
entrañablemente recuerda la institución de este sacramento
por Jesús en su última cena, adelantado así
sacramentalmente su entrega de la Cruz.
Cena del Señor

Es el nombre que, junto al de "fracción del pan", le da por


ejemplo San Pablo en 1 C. 11,20 a lo que luego se llamó
"Eucaristía" o "Misa": "kyriakon deipnon", cena señorial, del
Señor Jesús. Es también el nombre que le da el Misal actual:
"Misa o Cena del Señor" ((IGMR. 2 y 7).

Abstinencia (del latín abstinentia, acción de privarse o


abstenerse de algo)
Gesto penitencial. Actualmente se pide que los fieles con uso
de razón y que no tengan algún impedimento se abstengan de
comer carne, realicen algún tipo de privación voluntaria o
hagan una obra caritativa los días viernes, que son llamados
días penitenciales.
Sólo el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de
ayuno y abstinencia.
Ayuno (del latín ieiunium, ayuno, abstinencia)

Privación voluntaria de comida por motivos religiosos. Es una


forma de vigilia, un signo que ayuda a tomar conciencia (ej.:
el ayuno del Miércoles de Ceniza recuerda el inicio del tiempo
penitencial) o que prepara (ej.: el ayuno eucarístico
predispone a la recepción que en breve se hará del Cuerpo de
Cristo).

La Iglesia lo prescribe por el espacio de un día para el


Miércoles de Ceniza, con carácter penitencial, y para el
Viernes Santo, extensivo al Sábado Santo, con carácter
pascual; y por una hora para quienes van a comulgar.

Cenizas

La ceniza que impone el sacerdote a los fieles el Miércoles de


Ceniza, procede de la quema de las palmas bendecidas
durante la Misa del Domingo de Ramos.
Semana Santa

A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran


Semana”. Ahora se le llama Semana Santa o Semana Mayor y
a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con
el Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.

Los símbolos de la Pasión


1. La cruz

La cruz fue, en la época de Jesús, el instrumento de muerte


más humillante. Por eso, la imagen del Cristo crucificado se
convierte en "escándalo para los judíos y locura para los
paganos" (1 Cor 1,23). Debió pasar mucho tiempo para que
los cristianos se identificaran con ese símbolo y lo asumieran
como instrumento de salvación, entronizado en los templos y
presidiendo las casas y habitaciones sólo, pendiendo del
cuello como expresión de fe.

Esto lo demuestran las pinturas catacumbales de los


primeros siglos, donde los cristianos, perseguidos por su fe,
representaron a Cristo como el Buen Pastor por el cual "no
temeré ningún mal" (Sal 22,4); o bien hacen referencia a la
resurrección en imágenes bíblicas como Jonás saliendo del
pez después de tres días; o bien ilustran los sacramentos del
Bautismo y la Eucaristía, anticipo y alimento de vida eterna.
La cruz aparece sólo velada, en los cortes de los panes
eucarísticos o en el ancla invertida.

Podríamos pensar que la cruz era ya la que ellos estaban


soportando, en los travesaños de la inseguridad y la
persecución. Sin embargo, Jesús nos invita a seguirlo
negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz cada
día (cf Mt 10,38; Mc 8,34; Lc 9,23).

Expresión de ese martirio cotidiano son las cosas que más


nos cuestan y nos duelen, pero que pueden ser iluminadas y
vividas de otra manera precisamente desde Su cruz.Sólo así
la cruz ya no es un instrumento de muerte sino de vida y al
"por qué a mi" expresado como protesta ante cada experiencia
dolorosa, lo reemplazamos por el "quién soy yo" de quien se
siente demasiado pequeño e indigno para poder participar de
la Cruz de Cristo, incluso en las pequeñas "astillas"
cotidianas.
2. La corona de espinas, el látigo, los clavos, la lanza, la caña
con vinagre...

Estos "accesorios" de la Pasión muchas veces aparecen


gráficamente apoyados o superpuestos a la cruz.

Son la expresión de todos los sufrimientos que, como piezas


de un rompecabezas, conformaron el mosaico de la Pasión de
Jesús.Ellos materialmente nos recuerdan otros signos o
elementos igualmente dolorosos: el abandono de los apóstoles
y discípulos, las burlas, los salivazos, la desnudez, los
empujones, el aparente silencio de Dios.

La Pasión revistió los tres niveles de dolor que todo ser


humano puede soportar: físico, psicológico y espiritual. A
todos ellos Jesús respondió perdonando y abandonándose en
las manos del Padre.
3. Conmemoración de la Pasión de Cristo

Una fiesta puesta el Martes luego de sexagésima (sexagésimo


día antes de las Pascuas). Su objeto es la remembranza
devota y el honor de los sufrimientos de Cristo para la
redención de la humanidad. Mientras la fiesta en honor de
los instrumentos de la Pasión de Cristo – la Santa Cruz, la
Lanza, Clavos, y la Corona de Espinas – llamados “Arma
Cristiana”, se origino durante la Edad Media, esta
conmemoración es de mas reciente origen. Aparece por
primera vez en el Breviario de Meissen (1517) como una fiesta
simple para el 15 de Noviembre. El mismo breviario tiene una
fiesta de la Cara Santa para el 15 de Enero y del Nombre
Sagrado para el 15 de Marzo. [Grotefend, "Zeitrechnung"
(Hanover, 1892), II, 118 sqq.]; estas fiestas desaparecieron
con la introducción del Luteranismo. Como se encuentra en
el apéndice del Breviario Romano, fue iniciado por San Pablo
de la Cruz (muerto en 1775). El Oficio fue compuesto por
Tomas Struzzieri, Obispo de Todi, y fiel asociado a San Pablo.

4. Pasión

Del latín patior, passus, que significa experimentar, soportar,


padecer, se forma el sustantivo passio (acus. pl. Passiones).
Es sintomático que nos hayamos decantado con preferencia
por los aspectos positivos de la palabra "pasión".

5. Ecce Homo

Imagen de Jesucristo tal como Pilato la presentó al pueblo


( del latín “ecce”, he aquí, y “homo”, el hombre).

6. Gólgota

Calvario. Colina de Jerusalén en Palestina, donde fue


crucificado Jesús.

7. Vía Crucis (en latín: El camino de la cruz)

Ejercicio piadoso que consiste en meditar el camino de la


cruz por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Esta
meditación se divide en 14 o 15 momentos o estaciones. San
Leopoldo de Porto Mauricio dio origen a esta devoción en el
siglo XIV en el Coliseo de Roma, pensando en los cristianos
que se veían imposibilitados de peregrinar a Tierra Santa
para visitar los santos lugares de la pasión y muerte de
Jesucristo. Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los
días viernes, sobre todo en Cuaresma. En muchos templos
están expuestos cuadros o bajorrelieves con ilustraciones que
ayudan a los fieles a realizar este ejercicio.

Los símbolos de la luz

1. La luz y el fuego

Desde siempre, la luz existe en estrecha relación con la


oscuridad: en la historia personal o social, una época
sombría va seguida de una época luminosa; en la naturaleza
es de las oscuridades de la tierra de donde brota a la luz la
nueva planta, así como a la noche le sucede el día.

La luz también se asocia al conocimiento, al tomar conciencia


de algo nuevo, frente a la oscuridad de la ignorancia. Y
porque sin luz no podríamos vivir, la luz, desde siempre, pero
sobre todo en las Escrituras, simboliza la vida, la salvación,
que es Él mismo (Sal 27,1; Is 60, 19-20).

La luz de Dios es una luz en el camino de los hombres (Sal


119, 105), así como su Palabra (Is 2,3-5). El Mesías trae
también la luz y Él mismo es luz (Is 42.6; Lc 2,32).

Las tinieblas, entonces. son símbolo del mal, la desgracia, el


castigo, la perdición y la muerte (Job 18, 6. 18; Am 5. 18).
Pero es Dios quien penetra y disipa las tinieblas (Is 60, 1-2) y
llama a los hombres a la luz (Is 42,7).

Jesús es la luz del mundo (Jn 8, 12; 9,5) y, por ello, sus
discípulos también deben serlo para los demás (Mt 5.14),
convirtiéndose en reflejos de la luz de Cristo (2 Cor 4,6). Una
conducta inspirada en el amor es el signo de que se está en la
luz (1 Jn 2,8-11).

Durante la primera parte de la Vigilia Pascual, llamada


"lucernario", la fuente de luz es el fuego. Este, además de
iluminar quema y, al quemar, purifica. Como el sol por sus
rayos, el fuego simboliza la acción fecundante, purificadora e
iluminadora. Por eso. en la liturgia, los simbolismos de la luz-
llama e iluminar-arder se encuentran casi siempre juntos.

2. El cirio pascual

Entre todos los simbolismos derivados de la luz y del fuego, el


cirio pascual es la expresión más fuerte, porque los reúne a
ambos.
El cirio pascual representa a Cristo resucitado, vencedor de
las tinieblas y de la muerte, sol que no tiene ocaso. Se
enciende con fuego nuevo, producido en completa oscuridad,
porque en Pascua todo se renueva: de él se encienden todas
las demás luces.

Las características de la luz son descritas en el exultet y


forman una unidad indisoluble con el anuncio de la
liberación pascual. El encender el cirio es, pues, un memorial
de la Pascua. Durante todo el tiempo pascual el cirio estará
encendido para indicar la presencia del Resucitado entre los
suyos. Toda otra luz que arda con luz natural tendrá un
simbolismo derivado, al menos en parte, del cirio pascual.

Los símbolos del Bautismo

1. El agua bautismal

Si bien el rito del Bautismo está todo él repleto de símbolos,


el agua es el elemento central, el símbolo por excelencia.
En casi todas las religiones y culturas, el agua posee un
doble significado: es fuente de vida y medio de purificación.

En las Escrituras, encontramos las aguas de la Creación


sobre las que se cernía el Espíritu de Dios (Gn 1,2). El agua
es vida en el riego, en la savia, en el liquido amniótico que
nos envuelve antes de nacer.

En el diluvio universal las aguas torrenciales purifican la faz


de 1a tierra y dan lugar a la nueva creación a partir de Noé.

En el desierto, los pozos y los manantiales se ofrecen a los


nómades como fuente de alegría y de asombro. Cerca de ellos
tienen lugar los encuentros sociales y sagrados, se preparan
los matrimonios, etc.

Los ríos son fuentes de fertilización de origen divino; las


lluvias y el rocío aportan su fecundidad como benevolencia de
Dios. Sin el agua el nómade sería inmediatamente condenado
a muerte y quemado por el sol palestino. Por eso se pide el
agua en la oración.

Yahvé se compara con una lluvia de primavera (Os 6,3), al


rocío que hace crecer las flores (Os 14.6). El justo es
semejante al árbol plantado a los bordes de las aguas que
corren (Nm 24,6); el agua es signo de bendición.

Según Jeremías (2, 13), el pueblo de Israel, al ser infiel, olvida


a Yahvé como fuente de agua viva, queriendo excavar sus
propias cisternas. El alma busca a Dios como el ciervo
sediento busca la presencia del agua viva (Sal 42,2-3). El
alma aparece así como una tierra seca y sedienta, orientada
hacia el agua.

Jesús emplea también este simbolismo en su conversación


con la samaritana (Jn 4.1-14), a quien se le revela como
"agua viva" que puede saciar su sed de Dios. Él mismo se
revela como la fuente de esa agua: "Si alguno tiene sed, que
venga a Mí y beba" (Jn 7,37-38). Como de la roca de Moisés,
el agua surge del costado traspasado por la lanza, símbolo de
su naturaleza divina y del Bautismo (cf Jn 19,34).

Por este motivo, el agua se convirtió en el elemento natural


del primer sacramento de la iniciación cristiana. Desde los
primeros siglos del cristianismo, los cristianos adultos eran
bautizados en una especie de pileta llena de agua que
contaba con dos escaleras: por una se descendía y por otra se
salía. La imagen de "bajar" a las aguas representaba el
momento de la purificación de los pecados y estaba asociada
a la muerte de Cristo.

La salida, subiendo por el lado opuesto, representaba el


renacer a la nueva vida, como saliendo del vientre materno,. y
era asociado a la resurrección. En el centro se hacía la
profesión de fe pública. Y esto significa que el agua del
bautismo no es algo "mágico" -como piensan muchos
creyentes- que protege o transforma por sí sola, sino la
expresión de este doble compromiso: el de cambiar de vida
muriendo al pecado y el de renovar la escala de valores,
iluminados por Cristo, resucitados con Él.
2. La vestidura blanca

El color blanco siempre fue identificado con la pureza, con lo


inocente. Parece lógico que, desde los primeros siglos del
cristianismo, los catecúmenos acudieran al Bautismo
vestidos con túnicas blancas. Podríamos considerarlo,
inclusive, como inspirado en la imagen reiterada del
Apocalipsis, en la que los seguidores fieles del Cordero han
merecido vestirse de blanco (cf 3,4-5.18; 4,4; 7,9.13-14;
19,14; 22,14).

Sin embargo, los textos bíblicos dependerían de lo que nos


dice la tradición cultural de los primeros siglos, anterior a los
mismos. En todo el Imperio Romano, sólo los miembros del
Senado se vestían con túnicas blancas. De allí que los
llamasen candídatus, del latín "candida", blanco. De esta
manera. manifestaba públicamente su dignidad, la de servir
al Emperador, quien se presentaba como el Hijo de Dios.

Los cristianos, entonces, al ir vestidos de blanco a recibir el


Bautismo, intentaron mostrar que la verdadera dignidad del
hombre no consiste en trabajar para ningún poder político
sino en servir a Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios. Por lo
tanto, más que símbolo de pureza, era símbolo de dignidad,
de vida nueva, de compromiso con un estilo de vida y con el
esfuerzo cotidiano por conservarla sin mancha, para ser
considerados dignos de participar en el banquete del Reino (cf
Mt 22, 12).
En una sociedad consumista como la nuestra, en la que la
dignidad de las personas depende de cómo van vestidas, de la
moda que siguen, de las marcas que usan, los cristianos
deberíamos preguntarnos qué hicimos de nuestra "vestidura
blanca" bautismal y verifìcar si, como dice San Pablo, "nos
hemos revestldo de Cristo" (cfr Gá1 3.27).

También podría gustarte