Está en la página 1de 16

2

SUMARIO
¤ P. Rodrigo Molina,
un enamorado de la Eucaristía
¡Qué importante no será! 3

¤ «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20, 28).


Acto de amor a Dios 4

¤ Mas oyendo Jesús... (Mt 9,12).


Las olas entraban en la barca 5

¤ «…Y María escuchaba la Palabra de Él»


(Lc 10,39).
Fe en la Eucaristía 7

¤ «Yo soy el Pan de Vida» (Jn 6, 48).


He visto a Dios en un hombre...
El Patrono de todos los párrocos 9

¤ «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios


a su Hijo, nacido de Mujer» (Ga 4, 4).
El Don de María 11

¤ «Esto es mi Cuerpo» (Mt 26, 26).


¿Con qué disposiciones debemos
comulgar? El Santo cura de Ars nos
enseñara cómo hacer una buena
Comunión. 1ª parte 13

¤ «El Maestro está aquí» (Lc 10,38).


“Jesús es mi fuerza. Yo comulgo todos
los días”. El milagro de la Comunión
frecuente 14
P. Rodrigo Molina
3

un enamorado de la Eucaristía
¡Qué importante no será!
La vida cristiana toda, pero aún más la
de perfección y santidad, es de continua
lucha de enemigos exteriores e interiores.
Unas veces hay que defenderse de sus
ataques, en ocasiones tan terribles y tan
tremendos; en otras, convendrá tomar la
defensiva y atacar y acometer al enemigo
para restarle fuerzas y prevenir sus ten-
taciones. En cualquiera de los dos casos
hay que vigilar continuamente para no ser
sorprendido.

¡Qué necesaria es, entonces, la pre-


sencia de Jesucristo que nos dé ánimos
y nos sostenga para sobrellevar todo lo
que Dios quiera enviarnos!

Tal vez, acostumbrados a comulgar


con frecuencia, no caemos en la cuenta
de lo que significa la presencia real de Je-
sucristo en nuestra alma.

Decía el P. Molina: "La presencia de


un personaje de altura confiere importan-
cia al acto que se va a desarrollar. Si a
una conferencia se dice que va a asistir el ¿Recibimos al Señor con devoción
Gobernador, ¡qué importante no será! y
si, en vez del Gobernador, asiste el Presi- y recogimiento? ¿Hablamos con
dente de la Nación o el Papa, ¡qué impor-
tante no será! Pues, de la misma manera, Él? ¿Dedicamos un tiempo largo a
¿qué importancia no tendrás tú cuando en
tu vida se hace presente Dios en la Euca-
ristía? ¿Lo captas?
la acción de gracias o somos, más bien,
¡Qué importante sería mi casa si a ella
de los que salimos rápidamente de la
viniera el Primer Ministro de la Nación
o el Papa a visitarla! Pues, ¡qué impor-
capilla al terminar la Santa Misa?
tancia la del hombre cuando expresa-
mente en la Eucaristía está Dios tan
presente, tan tangible como lo está en
el Cielo! ¿Ven qué riquezas perdemos por
Dios estará con nosotros cuando nos vea
no pensar en esto? ¡Qué importancia tiene centrados en aquellos a los que Él vino a
el hombre y qué poco caso hacemos de él,
sobre todo de los que sufren! recoger: los pobres y los machacados".
4

Cabuchet, Siglo XIX. (Ars, Francia)


«Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28)

Acto de amor a Dios


«Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte
hasta el último suspiro de mi vida.

Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero


morir amándote que vivir un solo instante sin amarte.

Te amo, Dios mío, y solo deseo ir al cielo para tener


la dicha de amarte eternamente.

Te amo, Dios mío, y solo temo el infierno porque en


él no existirá nunca el consuelo de amarte.

Dios mío, si mi lengua no puede decir en todo


momento que te amo, al menos quiero que mi corazón
te lo repita cada vez que respiro.

¡Ah! Dame la gracia de sufrir amándote y de amarte


en el sufrimiento, y de expirar un día amándote y
sintiendo que te amo.
A medida que me voy acercando al final de mi vida,
te pido que vayas aumentando y perfeccionando mi
amor a Ti. Amén»
(San Juan María Vianney)
5
Mas oyendo Jesús (Mt 9, 12)

Las olas entraban en


la barca
El Evangelio de San Marcos, en el capítulo cuarto, nos cuenta un día de la vida pública de Jesús. Ese
día, como muchos otros, el Señor se reunió con la multitud para enseñarles el camino del cielo. En aquella
ocasión, desde la barca, el Maestro expuso y explicó la parábola del sembrador.

Al atardecer, les indicó a sus apóstoles que despidieran a la gente y que en la misma barca pasaran a la
otra orilla. Jesús, cansado de un día agotador, se durmió en la barca. Nos dice el Evangelista:

Cristo duerme en la barca (Jules Meyner, Siglo XIX)

«En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ya se anegaba la
barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal. Le despiertan y le dicen: “Maestro, ¿no te importa
que perezcamos?”. Él, habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: “¡Calla, enmudece!”. El
viento se calmó y sobrevino una gran bonanza. Y les dijo: “¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no
tenéis fe?”. Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: “Pues, ¿quién es éste que hasta el
viento y el mar le obedecen?”».

La Madre María Luisa de Jesús y del Corazón Inmaculado, en su hermoso libro “Darse”, comenta este
pasaje del Evangelio:

«La agitación, la turbación invaden el alma en multitud de ocasiones y, como olas furiosas, amenazan
hundirla (…) penetran en la pobre barquilla como montañas de agua, que casi le hacen morir en lo pro-.
fundo por falta de vida interior.

(…) ¡Cuántas veces un pequeño acontecimiento deja a un alma imposibilitada un día entero para la
oración! ¡Cuántas veces una noticia nos roba la presencia de Dios!
Cristo calma la tempestad (William Hole, Siglo XIX)
6

Que todas las novedades, todos los casos y acontecimientos, por trascendentales y grandes que sean,
pasen rozando por tu espíritu.

No seas charco que retiene los productos que tiran a él todas las manos. Es mejor que seas canal limpio,
que a medida que entra el barro lo desaloja espontáneamente sin mancharse (…) Hay que situarse en Dios,
y desde allí, mirar con frente serena todos los casos y cosas.

(…) Al mundo le hacen falta hombres y mujeres llenos de Dios…desbordantes de Dios…contagiados de


Dios… No está la solución del problema actual en la técnica ni en el movimiento, sino en el desbordamien-
to de Dios…».

Si somos hombres y mujeres desbordantes de Dios, haremos palpable la presencia de Dios en el mundo.
Con solo acudir a Él, Jesús hará que las tormentas se calmen y vuelva a nuestro corazón la paz.

Qué consolador es saber que, en todas nuestras tribulaciones, dolores, gozos e ilusiones, Jesús siempre
está presente. Aunque parezca que Él duerme en la barquilla de nuestra vida, está presente. Y aunque sus
ojos parezcan dormir, su Corazón vela por nosotros, nos acompaña… Eso es la Eucaristía, Jesús presente
en la barquilla del hombre.

Acudamos siempre a Él. Dios nos dará la fuerza necesaria para salir victoriosos de todos los em-
bates y luchas de la vida.
7

FE en la Eucaristía

«y María escuchaba la palabra de Él»


(Reflexión de San Juan María Vianney)

«“Quien cree en Mí tiene la vida eterna” (Jn 6, 47). ¡Qué felices seríamos si tuviésemos una
fe muy viva en el Santísimo Sacramento! Porque la Eucaristía es la verdad principal de la fe, es la
virtud por excelencia, el acto supremo del amor, toda la religión en acción. ¡Oh, si conociésemos
el don de Dios!

No tener fe en el Santísimo Sacramento es la mayor de todas las desgracias. Ante todo, ¿es po-
sible perder completamente la fe en la Sagrada Eucaristía, después de haber creído en ella y haber
comulgado alguna vez? Yo no lo creo. Un hijo puede llegar hasta despreciar a su padre e insultar
a su madre, pero desconocerlos... imposible. De la misma manera un cristiano no puede negar que
ha comulgado ni olvidar que ha sido feliz alguna vez cuando ha comulgado.

La incredulidad, respecto de la Eucaristía, no proviene nunca de la evidencia de las razones que


se puedan aducir contra este misterio. Cuando uno se engolfa torpemente en sus negocios tempo-
rales, la fe se adormece y Dios es olvidado. Pero que la gracia le despierte, que le despierte una
simple gracia de arrepentimiento, y sus primeros pasos se dirigirán instintivamente a la Eucaristía.

Esa incredulidad puede provenir también de las pasiones que dominan el corazón. La pasión,
cuando quiere reinar, es cruel. Cuando ha satisfecho sus deseos, despreciada y combatida, niega.
Preguntad a uno de esos desgraciados desde cuándo no cree en la Eucaristía y, remontando hasta
el origen de su incredulidad, se verá, siempre una debilidad, una pasión mal reprimida, a las cuales
no se tuvo valor de resistir.

La fe en la Eucaristía es un gran tesoro, pero hay que


(Lc 10, 39)

buscarlo con sumisión, conservarlo por medio de la piedad y


defenderlo aun a costa de los mayores sacrificios.
8

Otras veces nace esa incredulidad de una fe vacilante, tibia, que permanece así mucho tiempo. Se ha
escandalizado de ver tantos indiferentes, tantos incrédulos prácticos. Se ha escandalizado de oír las artifi-
ciosas razones y los sofismas de una ciencia falsa, y exclama: “Si es verdad que Jesucristo está realmente
presente en la Sagrada Hostia, ¿cómo es que no impone castigos? ¿Por qué permite que le insulten? Por otra
parte, ¡hay tantos que no creen!, y, con todo, no dejan de ser personas honradas”.

He aquí uno de los efectos de la fe vacilante; tarde o temprano conduce a la negación del Dios de la Eu-
caristía. ¡Desdicha inmensa! Porque entonces uno se aleja de aquel que tiene palabras de verdad y de vida.

¡A qué consecuencias tan terribles se expone el que no cree en la Eucaristía! En primer lugar, se atreve
a negar el poder de Dios.

¿Cómo? ¿Puede Dios ponerse en forma tan despreciable? ¡Imposible, imposible! ¿Quién puede creerlo?
A Jesucristo le acusa de falsario porque Él ha dicho: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”.

Menosprecia la bondad de Jesús, como aquellos discípulos que oyendo la promesa de la Eucaristía le
abandonaron.

Aún más, una vez negada la Eucaristía, la fe en los demás misterios tiende a desaparecer, y se perderá
bien pronto. Si no se cree en este misterio vivo, que se afirma en un hecho presente, ¿en qué otro misterio
se podrá creer?

Sus virtudes muy pronto se volverán estériles, porque pierden su alimento natural y rompen los lazos de
unión con Jesucristo, del cual recibían todo su vigor, ya no hacen caso y olvidan a su modelo allí presente.

Tampoco tardará mucho en agotarse la piedad, pues queda incomunicada con este centro de vida y de
amor.

Entonces ya no hay que esperar consuelos sobrenaturales en las adversidades de la vida y, si la tribu-
lación es muy intensa, no queda más remedio que la desesperación. Cuando uno no puede desahogar sus
penas en un corazón amigo, terminan éstas por ahogarnos.

Creamos, pues, en la Eucaristía. Hay que decir a menudo: “Creo, Señor; ayuda mi fe vacilante”. Nada
hay más glorioso para nuestro Señor que este acto de fe en su presencia eucarística. De esta manera honra-
mos, cuanto es posible, su divina veracidad, porque, así como la mayor honra que podemos tributar a una
persona es creer de plano en sus palabras, así la mayor injuria sería tenerle por embustero o poner en duda
sus afirmaciones y exigirle pruebas y garantías de lo que dice. Y si el hijo cree a su padre bajo su palabra,
el criado a su señor y los súbditos a su rey, ¿por qué no hemos de creer a Jesucristo cuando nos afirma con
toda solemnidad que se halla presente en el Santísimo Sacramento del altar?

Este acto de fe tan sencillo y sin condiciones en la palabra de Jesucristo le es muy glorioso, porque con
él le reconocemos y adoramos en un estado oculto. Es más honroso para nuestro amigo el honor que le
tributamos, cuando le encontramos disfrazado y, para un rey, el que se le da cuando se presenta vestido con
toda sencillez, que cualquier otro honor recibido de nosotros en otras circunstancias. Entonces honramos
de veras la persona y no los vestidos que usa. Así sucede con nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

Sea éste nuestro apostolado y nuestra predicación, la más elocuente, por cierto, para los incrédulos y los
impíos».

Creamos, creamos en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. ¡Allí está Jesucristo! Que el respeto más
profundo se apodere de nosotros al entrar en la Iglesia; rindámosle el homenaje de la fe y del amor que le tributaríamos
si nos encontráramos con Él en persona. Porque, en verdad, nos encontramos con Jesucristo mismo.
Almas eucarísticas
9

He visto a Dios en un hombre... El Patrono de todos los párrocos

San Juan María Bautista Vianney, más conoci-


do como el Santo Cura de Ars, nace el 8 de mayo Despertó la fe de sus parroquianos con sus
de 1786 en Dardilly, cerca de Lyon (Francia), en una sermones, pero sobre todo con su oración y su
familia de agricultores. Desde muy niño aprendió a
cuidar los rebaños y, de sus padres, la fe. ejemplo de vida. Todos los días mucho antes de
rayar el alba, el Santo Cura se encaminaba a la
Le gustaba mucho la naturaleza, le hablaba de
Dios. Con frecuencia se iba bajo la sombra de un Iglesia y, de rodillas, oraba con fervor: «Dios
gran árbol y allí hacía un pequeño altar donde ponía mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto
la imagen de la Virgen, que siempre llevaba y lleva-
ría toda su vida junto a él, y a los pies de la Madre, sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida».
descargaba su corazón de niño. En otras ocasiones
enseñaba a los demás pastores las cosas del Señor
que aprendía de su madre. Tenía la costumbre de ha- oración del heroico peregrino, pues las dificultades
cer la señal de la cruz cada vez que sonaba el reloj. para aprender subsistirán. Pero le dará lo substan-
cial: llegará a ser sacerdote.
Siendo aún niño estalló la Revolución Francesa,
que ejercerá una fuerte influencia en Juan María: al El 28 de mayo de 1811 recibió la tonsura. En
frente de la parroquia ponen a un sacerdote constitu- octubre de 1813, ingresó en el Seminario Mayor
de Lyon. Después de muchas dificultades, el 13 de

«Yo soy el Pan de Vida» (Jn 6, 48)


cional y la familia Vianney deja de asistir a los cul-
tos. Muchas veces el pequeño oirá Misa en cualquier agosto de 1815, Juan María Vianney fue elevado al
rincón de la casa, celebrada por alguno de aquellos sacerdocio, a esa inefable dignidad de la que tan fre-
heroicos sacerdotes fieles al Papa y perseguidos con cuentemente hablaba diciendo: “El sacerdote solo
tanta rabia. Hará su primera confesión a los pies del será entendido en el cielo”; tenía 29 años de edad.
gran reloj, en el salón de la casa natal, con un sacer- Había acudido a Grenoble solo y solo también cele-
dote clandestino. Dos años más tarde, a los 13 años, bró su Primera Misa, al día siguiente en la capilla de
hace su Primera Comunión durante una Santa Misa Seminario de esa ciudad. Fue enviado a Ecully como
clandestina celebrada por un sacerdote perseguido. Vicario de su santo amigo y maestro, el Padre Balley
Las lágrimas corrieron por sus mejillas al recibir al quien el 17 de diciembre de 1817, moría en brazos
Señor. Durante toda su vida hablará siempre de este de su querido Juan María, quien lo lloró como a su
día con lágrimas en los ojos y mostrará a los niños padre.
el sencillo Rosario que llevaba aquel día, regalo de
su madre. Poco tiempo de la muerte del Padre Balley, Juan
María fue enviado a Ars, pequeña y aislada aldea de
A los 17 años, decide responder a la llamada de 230 habitantes, conocida por la vida licenciosa de
Dios y concibe el gran deseo de ser sacerdote. “Qui- sus habitantes y la falta de piedad y amor a Dios.
siera ganar almas al Buen Dios”, le dirá a su madre. Llegó a Ars advertido por el Obispo: “No hay mucho
Su padre, aunque buen cristiano, se opone por dos amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá”.
años, porque hacen falta brazos en la casa paterna. En el camino, al divisar la pequeña aldea, el Santo
Cura se arrodilló y rezó al Ángel de la Guarda del
A los 20 años empieza a prepararse para el sa- pueblo. Al llegar, su primera visita fue a la Iglesia.
cerdocio e inicia sus estudios. Pero el latín se hace
muy difícil. Llega un momento en que toda su tena- Se mortificaba voluntariamente, con vigilias y
cidad no basta, y empieza a sentir un gran desaliento. ayunos, en favor de las almas que le habían sido
Entonces hace una peregrinación, pidiendo limos- confiadas y para unirse a la expiación de tantos pe-
na, a pie, a la tumba de San Francisco de Regis, en cados oídos en confesión. A un hermano sacerdote
Louvesc. El Santo no escuchará, aparentemente, la que le preguntaba cómo hacía para que los grandes
10

pecadores quisieran confesarse, explicaba: “Le diré


cuál es mi receta: doy a los pecadores una pequeña
penitencia y el resto lo hago yo por ellos”.

Las predicaciones las preparaba por la noche, ante


el Santísimo Sacramento, las recitaba muchas veces
para aprenderlas de memoria, luego en el púlpito se
olvidaba de todo, pero las palabras salían llenas de
unción sobrenatural. Sus catequesis y homilías ha-
blaban sobre todo de la bondad y de la misericordia
de Dios.

Su reputación de confesor atrajo numerosos pe-


regrinos que, a través de él, buscaban el perdón de
Dios y la paz en el corazón. Pasaba entre 12 y 16
horas en el confesionario, del que llegó a decir que
era su “pequeña tumba”. A su llegada a Ars un solo hombre acudía
La vida del Cura de Ars fue totalmente eucarísti-
a Misa. Al finala deArssu unministerio,
A su llegada uno sólo
solo hombre no
acudía
ca. De noche y de día lo veían orar arrodillado ante el acudirá.
a Misa.A Al un abogado
final de desuLyon que volvía
ministerio, uno de
sóloArs,
no
Sagrario. Y la inicial curiosidad de sus parroquianos, lea Misa.
preguntaron qué había
Al final de su visto allí. Y
ministerio, uno contestó:
sólo no
que se preguntaban qué hacía su cura tanto tiempo
de rodillas en la Iglesia, se fue tornando en admira-
“He
acudirá.visto
A una Dios
abogadoen deunLyon
hombre”.que volvía de Ars,
ción. Comprendieron que todas las gracias que re- acudirá. A un abogado de Lyon que volvía de Ars,
San Juan Pablo II escribió de él, en la Carta diri-
cibían a diario de Dios en su pequeño pueblo, las
debían a ese hombre -también pequeño y enjuto- que
le preguntaron qué había visto allí. Y contestó:
gida a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1986:
las arrancaba a Jesús Eucaristía, cada día, durante “ElleCurapreguntaron
de Ars esquéun había
modelovisto allí.sacerdotal
de celo Y contestó:
muchas horas. Sus últimos treinta años de vida los para“He todos visto a Dios El
los pastores. en secreto
un hombre”.
de su generosi-
pasó en la Iglesia, junto al Sagrario. “Está allí aquél dad se encuentra sin duda alguna en su amor a Dios,
que nos ama tanto, ¿por qué no le hemos de amar “He
vivido visto a Dios
sin límites, en un hombre”.
en respuesta constante al Amor
nosotros igual?”. manifestado en Cristo crucificado. En ello funda su
deseo de hacer todas las cosas para salvar las almas
Cuando oficiaba la Santa Misa era palpable que rescatadas por Cristo a tan gran precio y encami-
lo hacía sabiendo que rememoraba el sacrificio de narlas hacia el Amor de Dios”.
Cristo. “¡Oh, qué cosa tan grande es el sacerdocio!
No se comprenderá bien más que en el cielo. Si se El Santo Cura de Ars murió el 4 de agosto de
entendiera en la tierra, se moriría, no de susto, sino 1859. Fue beatificado el 8 de enero de 1905 y el mis-
de amor”, decía. mo año, fue declarado “Patrono de los Sacerdotes
de Francia”. Canonizado en 1925 por Pío XI, fue
Su amor a Cristo Sacramentado era tanto que se proclamado en 1929 “Patrono de todos los Párro-
sentía irresistiblemente atraído hacia el tabernácu- cos del universo”.
lo. “No es necesario hablar mucho, se sabe que el
buen Dios está ahí en el Sagrario, se le abre el co- El ejemplo admirable del Cura de Ars conserva
razón, nos alegramos de su presencia. Y esta es la hoy todo su valor. Nada puede sustituir en la vida
mejor oración”. de un católico, y especialmente de un sacerdote, la
oración silenciosa y prolongada ante el Sagrario. En
No había ocasión en que no inculcase a los fieles el Sagrario se encuentra la luz, la compañía que ne-
el respeto y el amor a la divina presencia eucarísti- cesitamos, el consuelo, la fortaleza, la perseveran-
ca, invitándolos a aproximarse con frecuencia a la cia, la paciencia. El Sagrario es el lugar de descanso.
Comunión, y él mismo daba ejemplo de esta pro- El Sagrario es el punto de referencia para todo. Tan
funda piedad. “Para convencerse de ello - refieren sencillo, como lo explicaba ese viejecito en Ars a su
los testigos – bastaba verle celebrar la Santa Misa Santo Cura cuando le preguntó que hacía tanto tiem-
o hacer la genuflexión cuando pasaba ante el Sa- po frente al Sagrario: “Él me mira y yo le miro”.
grario”.
11

El Don de María
«La Eucaristía es el Don de
María por excelencia

«Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de Mujer» (Ga 4,4)
El hombre tiene necesidad absoluta de Dios. Por
un instinto natural, busca a Dios y cuando no lo en-
cuentra se lo fabrica con sus manos como hacen los
pobres paganos con sus ídolos. Dios nos concedió
a nosotros la gracia de satisfacer esta necesidad,
primero, por medio de la Encarnación, y luego, por
la Eucaristía.

Bajó del Cielo a la tierra a hacerse uno como no-


sotros y así poderle ver, conocer y amar. Era poco.
Él quería más, y quiso humillarse hasta el punto de
que pudiéramos tocarle, comerle y alimentarnos de
Él, y esto no unos días, o una temporada, sino siem-
pre.

Por la Encarnación, tomó un cuerpo humano


y vivió, entre los hombres, pero muy poco tiempo.
Solo vivió en Palestina y unos treinta y tres años.
¿Qué era esto para toda la humanidad?

Por eso inventó el modo de estar con todos y


cada uno realmente presente, íntimamente unido,
con la unión más perfecta que existe, que es la de la
alimentación, por la cual lo que comemos se hace
una sola cosa con nosotros y esto para siempre,
hasta el fin de los siglos.
12

Jesús se encarnó
y nació, pero por
María. Ella fue
la que dio al mundo
a Jesús. Luego
si la Eucaristía es
la continuación de
la Encarnación, es
bien claro que es la
continuación del don de
María.

Por tanto, la Eucaristía es una Encarnación con- nos alimentamos”. (Extracto de los Puntos breves
tinuada, es la aplicación práctica de la Encarna- de meditación sobre la vida, virtudes y advocacio-
ción a todos y cada uno de los hombres, es el modo nes litúrgica de la Santísima Virgen María, del P.
que Dios tiene de satisfacer la necesidad que todos Ildefonso Rodríguez Villar)
tenemos de Él.
Demos gracias a Dios por habernos dado a su
Ahora pregúntate: y ese don de la Encarnación, Hijo para que sea nuestro alimento. Y demos gracias
¿quién nos lo dio? El Padre Eterno, pero por medio a la Santísima Virgen, por habernos dado este don
de María. inmenso de haber permitido que el Hijo de Dios se
hiciera hombre en sus entrañas purísimas, para su-
Ella continúa dándonos diariamente a Jesús frir por nosotros y para quedarse en este Sacramento
como un día nos lo dio en el portal de Belén. Adán de Amor.
nos perdió por comer el fruto que le dio la mujer.
“La mujer que me diste por compañera me ha dado Sin la Virgen Inmaculada, nuestra Madre, sin su
el fruto y he comido”. Así pecó Adán. Nosotros po- “hágase” a Dios Padre, no tendríamos el consuelo
demos decir lo mismo: “Señor, la mujer que nos de la presencia real de Jesús en la Santísima Euca-
diste por Madre nos ha dado y nos está dando el ristía.
fruto bendito de su seno y por eso vivimos, de Él
13
«Esto es mi Cuerpo» (Mt 26, 26).
¿Con qué disposiciones debemos comulgar? El Santo cura de
Ars nos enseñara cómo hacer una buena Comunión. 1ª parte
«El pan que os voy a dar, es mi propia Carne
para la vida del mundo». Si no nos lo dijese el
mismo Jesucristo, ¿quién de nosotros podría llegar
a comprender el amor que Dios ha manifestado a sus
criaturas, dándoles su Cuerpo adorable y su Sangre
preciosa, para servir de alimento a sus almas? ¡Qué
felicidad la de un cristiano alimentarse con el pan de
los Ángeles! Pero ¡ay!, ¡cuán pocos lo comprenden!

La primera disposición para recibir dignamente


este gran sacramento, es la de confesar después los
pecados, con todas las circunstancias que puedan
agravarlos o cambiar de especie, declarándolos
tal como Dios los dará a conocer el día en que nos
juzgue. Hemos de concebir, además, un gran dolor
de haberlos cometido, y hemos de estar dispuestos
a sacrificarlo todo, antes que volverlos a cometer.

En lo que se refiere al cuerpo hay que estar


en ayunas (hoy la Iglesia pide no haber comido ni
bebido nada una hora antes de comulgar). Debemos
presentarnos con vestidos decentes, limpios y
aseados, bien peinados, con el rostro y las manos
limpias. Nunca debéis comparecer a la Sagrada
Mesa como esas jóvenes que no hacen diferencia
entre acudir a la Sagrada Mesa o concurrir a un
baile, no sé cómo se atreven a presentarse con tan
vanos y frívolos atavíos ante un Dios humillado y
despreciado.

Para hacer una buena Comunión, es preciso


tener una viva fe y creer con firmeza que Jesucristo Misa con decencia en los vestidos. Recordemos
está realmente presente en la Sagrada Eucaristía. que Santa Jacinta de Fátima, la pequeña niña
Santa Gertrudis preguntó un día a Jesús qué era que vio a la Virgen, dijo que vendrían modas
preciso hacer para recibirle de la manera más digna que ofenderían mucho a Dios. Quizás se refiera a
posible. Jesucristo le contestó que era necesario un escotes, transparencias, prendas cortas… eso que
amor igual al de todos los santos juntos, y que el hoy tanto abunda y que se quiere hacer pasar como
solo deseo de tenerlo sería ya recompensado». sinónimo de belleza, cuando en realidad la belleza
es sinónimo de pureza y de virtud.
El Santo Cura de Ars nos enseña que debemos
acercarnos a comulgar con el alma limpia de Y, por último, el Santo Cura nos recuerda que
pecados después de hacer una buena confesión. para comulgar debemos tener una fe viva en su
presencia eucarística. Por eso, quienes no creen en
También guardando el ayuno eucarístico sin la presencia real de Jesús en la Eucaristía no debería
comer ni beber nada una hora antes de comulgar acercarse a comulgar. Comulgar no es un derecho,
(excepto agua y medicinas). no se hace para cubrir una apariencia frente a los
demás… Comulgar es un privilegio y un don de
Además, debemos presentarnos en la Santa Dios que tiene como prerrequisito la fe.
14 «El Maestro está aquí» (Lc 10,38)

Jesús entre los leprosos (Carl Bloch, Siglo XIX)


“Jesús es mi fuerza”.
El milagro de la Comunión frecuente
Nos narra el P. José Julio Martínez en su libro so y, una vez curado, había querido quedarse para
“Estos dan con alegría” un hecho conmovedor, un ayudar a tantos leprosos que necesitaban ayuda.
verdadero milagro de Jesús Eucaristía en un joven
que comulgaba cada día. Un día, un cierto personaje chino visitó la le-
prosería, acompañado de la Madre Superiora, y se
«En una leprosería atendida por religiosas en el fijó en la sonrisa brillante de Marcos, que estaba
Extremo Oriente, había un joven enfermero que era curando las llagas purulentas y mal olientes de un
la admiración de todos por su alegría contagiosa y enfermo.
por su espíritu de servicio y de caridad para todos
sin excepción. El caballero comentó con la religiosa su
asombro al ver a un joven viviendo en un lugar
Se llamaba Marcos Vang. Él había sido lepro- tan desagradable y prestando sus servicios a los
153

“Yo comulgo todos los días”.


enfermos con tanta delicadeza y que irradiaba tanta y quién era Jesús, el Amigo que nunca falla y nos
felicidad. La religiosa le dijo al visitante: “Eso lo da la fuerza necesaria para seguir viviendo, aun en
hace todos los días y con una cara de alegría que medio de las mayores dificultades de la vida».
contagia a todos”.
Comulgar todos los días es fuente de paz, for-
Entonces, el personaje chino le pregunta a Mar- taleza y felicidad. Es el milagro que se obra en el
cos con gran curiosidad: corazón de aquellos católicos fieles que dejan que
Jesús entre en su corazón. Es el milagro de los sa-
- “Muchacho, ¿por qué estás siempre alegre en cerdotes y religiosos que entregan cada día su vida a
medio de tanto sufrimiento y de tantos leprosos, que Dios y al servicio del prójimo. Es el milagro de esos
tienen la carne medio podrida?” hombres y mujeres laicos, niños, jóvenes, adultos e
incluso ancianos, que viven su fe con coherencia,
Y Marcos, con gran convicción respondió: “Je- que hacen el bien silenciosamente, que soportan
sús es mi fuerza. Yo comulgo todos los días”. el dolor con una sonrisa, que viven sin engaños ni
mentiras, que trabajan con honradez y que aman in-
Y, mientras se retiraba del jardín, la religiosa le cluso a quienes les hacen el mal. “Jesús es mi fuer-
iba explicando al visitante qué era eso de comulgar za. Yo comulgo todos los días”.

También podría gustarte