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La Mujer en el mundo Antiguo

Entre Diosas, Hechiceras y descendientes de Pandora

Para el mundo antiguo las mujeres son testigos de escaso valor, sus vidas
transcurren en espacios alejados de los terrenos donde se enfrentan los héroes
y desde allí su papel es aclamar las victorias o llorar las derrotas desde sus muy
elaborados coros de tragedia. Son casi espectadoras de lo que sucede en la
historia, parecieran no tomar parte en su desarrollo pero hoy tenemos que
aclarar que sin ellas, cualquier historia sería imposible.

La segunda pregunta que se presenta como pertinente es que considerando que


nos sacaron de la historia contada, ¿qué sabemos de las mujeres? Sus huellas
son casi nulas, nos borraron de los templos y lo que se filtró a la historia fue
siempre contado por la voz masculina que lidera, que es la oficial, que gobierna
y construye memoria. Los censos no las tenían en cuenta, hacían parte de las
dinámicas de las polis y el crecimiento de las casas familiares se lograba
mediante el matrimonio, pero no fueron consideradas ciudadanas. Se hace
evidente pues que la relación entre los sexos va a ser la condición permanente
de la desigualdad de la mujer en la Historia.

En el mundo antiguo se presenta un fenómeno muy interesante, los documentos


en los que se puede rastrear a la mujer son escasos pero las representaciones
de lo femenino son múltiples y dan cuenta de los arquetipos construidos con
respecto a la mujer y a su rol en la sociedad. Según Duby y Perrot (1993) “ A la
mujer se le representa antes que describirla… Las Diosas pueblan el Olimpo de
ciudades sin ciudadanas ... La virgen reina en altares donde ofician sacerdotes”
(Georges Duby, 1993, p. 22). Así pues, en el mundo antiguo la mujer imaginada,
representada lo llena todo, pero la mujer real, la del día a día pareciera no
existir.

Cristiana o Pagana, Roma que siempre fue a la vanguardia sigue pareciendo


conservadora al exigir virginidad a sus mujeres jóvenes, castidad a las mayores
y sabiduría recatada a las viejas. Modelo que se adaptará a la concepción de la
naturaleza de lo femenino construyéndola alrededor de lo delicado, frágil y hasta
enfermizo; pero que tiene también un envés que la relaciona con lo salvaje,
impulsivo, oscuro, inexplicable y que la convierte en un ser peligroso y una
amenaza para el orden de lo masculino que debe ser siempre sometida al poder
del mismo. Con el paso de los años, la educación de la mujer va a aparecer
elntamente en el recuadro de la historia y va a dar paso a la creación de la
doncella y posteriormente a la extraña niña que será siempre una desconocida
para el mundo del renacimiento, la edad moderna y que vendrá a reclamar su
espacio en la historia para ya entrado el siglo XIX. Vemos entonces que el correr
del tiempo es lento para que la mujer logre ser considerada como persona y
como personaje digno de protagonismo en la historia.

Es importante también evaluar la narrativa usada para hablar de la mujer, de ella


se habla en tercera persona. Es ella o ellas y la historia la contamos nosotros,
desde esta orilla un tanto alejada y así llegamos a la tercera pregunta: ¿y ellas
qué dicen?
La historia de la mujer tiene que ser también la historia de su acceso al lenguaje,
el proceso de reclamar una voz propia que les permita contar, opinar y ser parte
de su historia, esa voz que les permite ser y hacer parte de lo público, tener
acceso al poder y en últimas ser consideradas persona y ciudadanas. El sonido
de la voz de la mujer crece con el paso de los siglos y desde las primeras cartas
escritas por las pitagóricas hasta las modernas youtubers e influencers, la
voluntad que la mueve es siempre la misma, el acceso al saber, el conocer y el
hacer parte de manera activa de su propia historia, que finalmente es la historia
de todos, la Historia de la Humanidad que hasta el día de hoy está en deuda de
su inclusión en los capítulos anteriores.
1. Mundo Antiguo:

a. Introducción:
“La mejor de las mujeres es aquella de la que menos
se habla entre la gente de afuera”
Tucídides
El mundo clásico niega a la mujer todo derecho de particularidad, pero
también es necesario decir que dicho mundo, o por lo menos lo que
creemos conocer de él, es un hervidero de contradicciones. Es un mundo
estructurado esencialmente en el ámbito de lo rural del que conocemos
ampliamente lo que ocurrió en las ciudades, un mundo compuesto en su
mayoría por esclavos y extranjeros pero del que conocemos a profundidad
la historia de los ciudadanos; es pues un mundo amplio y complejo del que
nos hicieron un zoom que dejó por fuera del cuento a medio mundo, entre
ellos a la mujer como la gran damnificada.
En este curso, no pretendemos abarcar por completo todo lo que se
sabe o no se sabe sobre la mujer en la antigüedad, se han escogido
algunos elementos que considero esenciales para trazar esos rasgos que
definen a la mujer, al concepto de lo femenino y sus representaciones en
dicho período histórico, que es basto y que además solo nos dedicaremos
a trabajar sobre Occidente, dejando de lado un Oriente que es interesante,
místico y que también sería una delicia explorar.

b. Diosas:
En el mundo Griego, que es la fuente de lo mitológico, hay diosas y
muchas, pero lo divino no se enuncia en femenino. Desde el lenguaje
mismo, se enuncia que entre los dioses hay un asunto de genero que vale
la pena evaluar y que nos lleva a analizar la narrativa usada, es decir, la
manera en cómo lo ponemos en palabras. Las formas para referirse a lo
divino, los vocablos empleados para referirse a las diosas y posteriormente
los artículos designados a la mujer y a lo femenino, tienen origen en la
antigua Grecia y desde allí van a permear todo Occidente.

Las Diosas son un sistema de lo Femenino:

Los historiadores de la religión han pensado en la posibilidad de que


en el panteón del Olimpo cada Diosa sea en sí misma un arquetipo, una
idea de lo femenino o de un rasgo de lo femenino. Así, Hera sería la
representación de la esposa, Afrodita la mujer seductora, Atenea la
ambiciosa y asexuada, Hécate la furiosa y así entre todas construirían lo
que podríamos llamar el universo de lo femenino. Pero nos encontramos
con un inconveniente para esta hipótesis que en principio suena tan lógica
y es que Afrodita por ejemplo no es solo la seductora y diosa del deseo, si
no que también está ligada a la Noche como encarnación de lo oscuro y su
asociación con Ares el asesino la define como una representación que va
más allá del deseo o la seducción y posteriormente nos encontramos con
que también se le otorga el título de Pándemos como protectora de lo
político. Entonces Afrodita en este caso nos demuestra que la
representación del arquetipo de lo femenino es también la representación
de la multiplicidad de facetas de la mujer.
Las diosas no son solo una representación de lo que los hombres vieron en
lo femenino, son también la representación de aquello que la mujer mortal
no alcanza, no puede lograr o nunca será. Entran en escena las diosas
vírgenes por voluntad propia, esas que escogieron la virginidad absoluta
como atributo de sí mismas. Hestía, Artemisa y Atenea, las tres vírgenes,
las tres representando una faceta muy distinta de dicha decisión
inalcanzable para las mortales. Atenea, una virgen guerrera, toda hecha de
magia e inteligencia plena; Artemisa casta, virgen pero protectora de los
partos, cazadora y de personalidad salvaje. Por último Hestía, figura
enigmática y que a mi parecer aún no terminamos de comprender; es la
guardiana del hogar tanto en lo público como en lo privado, se le levantan
templos en los que sólo los hombres son bienvenidos y se construye a su
alrededor un ideal de mujer inalcanzable.

Las diosas son también una representación de las edades de lo femenino,


de su curso biológico y de su rol en la sociedad. En este caso debemos
usar como ejemplo a Hera, diosa que obtiene su poder, es decir su
relevancia entre los dioses, bien sea del hecho de que Zeus es su esposo o
de que es ella quien lo escoge para que la acompañe en su lecho; Además,
Hera recupera su virginidad cada año gracias a un baño proporcionado por
las ninfas y otras deidades lo que permite que sea adorada en todas sus
facetas. Se le adora como joven (Pais), como mujer en plenitud (Teleia) y
como viuda (Khera), recordándonos así la teoría hermosa de Robert
Graves en La Diosa Blanca, donde compara a la mujer con las fases de la
luna, hablando de una mujer joven promesa de vida y futuro, la luna
creciente; una mujer plena, en capacidad de dar vida, la luna llena; y una
mujer vieja, viuda y sabia, la luna nueva en donde la oscuridad reina en la
noche. Pero sin duda la narrativa de lo femenino en las diosas y su relación
con las mujeres mortales va más allá, en el día a día se compara a las
jóvenes doncellas con las diosas del Olimpo, atribuyéndoles así la
quintaesencia de la belleza divina que es pura e incorrupta; belleza que por
demás es inalcanzable a las mujeres mortales. Pero si a las diosas
pertenece la belleza pura, a las mujeres perteneces la voz.

En este último asunto me quiero detener para hacer hincapié en el mito de


la llegada de la mujer mortal al mundo. Recordemos pues que es Pandora
el regalo de Zeus a los hombres, pero recordemos también que ella es un
castigo divino, un castigo tan perfecto que los hombres puedan amarlo.
Prometeo roba el fuego para entregarlo a los hombres y como castigo
Zeus, temiendo el conocimiento y la técnica que los hombres puedan
obtener de dicho elemento, encarga a Hefestos crear con barro una
criatura inspirada en la belleza de las diosas, así que Pandora es hermosa.
De la misma manera, invita a los dioses a que la colmen de dones, todos
ellos destinados al sufrimiento de los hombres y a las diosas que la
instruyan en las artes de la seducción y el telar.

“Habló así y rio el Padre de los hombres y de los Dioses, y ordenó al ilustre
Hefestos que mezclara enseguida la tierra con el agua y de la pasta
formara una bella virgen semejante a las diosas inmortales, y a la cual
daría voz humana y fuerza. Y ordenó a Atenea que le enseñara las labores
de las mujeres y a tejer la tela; y que Afrodita de oro esparciera la gracia
sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan
los miembros. Y ordenó al mensajero Hermes, matador de Argos, que le
inspirara la impudicia y un ánimo embustero. Ordenó así, y los ludidos
obedecieron al rey Zeus Cronión. Al punto, el ilustre cojo de ambos pies,
por orden de Zeus, modeló con tierra una imagen semejante a una virgen
venerable; la Diosa Atenea, la de los ojos claros, la vistió y la adornó; las
Diosas Cárites y la venerable Pito colgaron a su cuello collares de oro; las
Horas de hermosos cabellos la coronaron de flores primaverales; Palas
Atenea le adornó todo el cuerpo; y el Mensajero matador de Argos, por
orden de Zeus retumbante, le inspiró mentiras, los halagos y las perfidias; y
finalmente el Mensajero de los Dioses puso en ella la voz. Y Zeus llamó a
esta mujer Pandora, porque todos los dioses de las moradas olímpicas le
dieron don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de
pan” (Hesíodo, 1964)

Como consecuencia de los dones otorgados por los Dioses del Olimpo, la
mujer será causa de dolor y aflicción para los hombres. “Pandora fue el
precio que pagaron los hombres por acceder al conocimiento que otorga el
uso del fuego. Ella, al igual que el candente elemento, es ambivalente y
trae consigo dichas y desgracias. Si bien Pandora no es ni una diosa ni una
bruja, su creación permite entrever la forma como ha sido imaginado el
corazón de la mujer y los peligros que acarrea el acercarse a ella”
(Castellanos, 2009, p. 39). Los peligros que acarrea Pandora se resumen
también en la posibilidad del uso de la voz, voz que es humana, que habla,
miente y confunde. Es paradójico, que como mencionamos antes, la lucha

de la mujer en la historia, una constante búsqueda de su voz, cuando ésta


le fue otorgada como don por los Dioses desde el momento de su creación.

Por último, y para cerrar el capítulo que habla de las diosas, abordaremos
el mito de la Gran Madre. A parte de las primeras mujeres y de las diosas
en plural, nos encontramos a lo largo y ancho de la historia con la figura de
la “Diosa Madre”, identificada con la Tierra y con miles de variaciones de su
nombre pero miles de coincidencias sobre su aspecto materno, su papel en
el origen de todo, su carácter indescifrable y su presencia generalizada en
todas las culturas. La Diosa Madres es pues el principio de todo, de todos,
es la humedad y la oscuridad, es el vientre del que todo proviene, es ese
antes de todo que lo antecede, precede y origina la existencia.
“La Gran Madre es ante todo un arquetipo … Una imagen interior,
eternizada en la psyché; y para la organización psíquica, a la vez un centro
y un fermento de unificación. Algo inmutable” (Georges Duby, 1993, p. 72).
Nos refiere a ese origen que reina más allá de lo humano, es el reinado del
símbolo sobre toda realidad. Estamos ante la realidad de lo femenino
incluido y englobado en una personificación superior al entendimiento, es lo
singular que se convierte en genérico.

c. Las Hechiceras, entre diosas y humanas.

“Las Hechiceras están emparentadas con las diosas, son las portadoras de
su sabiduría y sus conocimientos. Por lo tanto se les atribuyó la capacidad
de predecir el futuro, de manipular el destino y metamorfosearse; el ayudar
a traer al mundo a los niños o el placer de comérselos, la capacidad de
elaborar filtros para seducir o enloquecer, el poder de curar o envenenar,
en fin, la capacidad de manipular el destino y la de comunicarse con los
muertos” (Castellanos, 2009, p. 109)

Estas mujeres aparecen en el mundo clásico de la epopeya, al mismo nivel


de los héroes pero de manera marginal, son pasionales y se recubren de
un halo trágico que define lo femenino.
Podemos dividirlas en dos categorías, las que hacen parte activa de los
relatos épicos siendo personajes que se relacionan con lo héroes y las que
son de cierta manera humanas y viven entre los hombres. Las primeras
están representadas por Circe, Calipso y Medea. Tres personajes
femeninos que representan la altivez, que son caprichosas, sensuales y
seductoras; capaces de hacer conjuros para atraer a sus hombres y hasta
para convertirlos en animales, todas ellas hermosas y viviendo en lugares
alejados del mundo. Estas tres seductoras hechiceras tienen otra cosa en
común, obedecen al dicho de que “el que se enamora pierde” pues las tres
fueron víctimas de sus seducciones y al enamorarse perdieron su poder y
encontraron la muerte.
Hablemos ahora de las hechiceras que habitan entre los mortales, eran
ellas a quienes se recurría para que predijeran el futuro, para que hablaran
con los muertos y entre ellas el conocimiento de las hierbas y las prácticas
para traer los niños al mundo son las más útiles para la sociedad del
mundo antiguo. Su conocimiento es heredado por generaciones y su
elemento es la tierra, conocen cómo manejar las hierbas, los minerales y
las plantas, de ellos obtendrán el poder para preparar alimentos y
medicinas pero también venenos, pócimas y elixires. Hacen parte de esa
mujer que antes de ser descrita y objeto del conocimiento es imaginada
dentro de el misterio de su espacio nocturno, de aquello que racionalmente
no se puede comprender, de lo peligroso y ajeno .
Las hechiceras viven al margen de la sociedad, sin embargo son
consultadas por jefes de casas, por mujeres castas y enamoradas, por
gobernantes que desean hablar con los comandantes de sus ejércitos
muertos en batalla. Per su carácter de personajes al margen las mantiene
alejadas de las leyes, de la religión y de la sociedad.

d. Mujeres humanas, las hijas de Pandora


Para comprender la manera en cómo las mujeres habitan el mundo
antiguo, debemos empezar por visitar los momentos en los que son tenidas
en cuenta como parte de dicho mundo. La vida religiosa de las ciudades
será un momento que marca la posibilidad de que las mujeres abandonen
el espacio de lo privado al que han sido confinadas para explorar el mundo
de lo público, de lo cívico. “… Las grandes manifestaciones religiosas son
la ocasión de participar en la vida social del exterior, de “salir” a la calle”
(Georges Duby, 1993, p. 395).

Hay que hacer una distinción y no seguir hablando de la s mujeres en


general porque su rol en lo social, igual que en las festividades religiosas
depende de diferentes elementos de lo femenino, su papel se va a definir
por el rol de esposas y de madres. Su vida se divide en lo que hoy
llamaríamos una adolescencia, que se puede considerar como un pre-
matrimonio y posteriormente la vida como esposa de un ciudadano en la
que prima su papel reproductivo.

e. La Mujer para la Filosofía Clásica:


Hablar del mundo antiguo, requiere que pasemos obligatoriamente por su
producción de conocimiento y en este caso lo que nos compete es la
Filosofía. Con respecto al conocimiento, la mujer tiene en Grecia un doble
rol, se presenta como objeto apasionante del conocimiento, es decir de
quien se conoce y a la vez un muy discreto, por no decir lejano sujeto de
conocimiento, es decir quien conoce. Como objeto de conocimiento, la
mujer es antes que descrita por los médicos o teorizada por los filósofos o
matemáticos, imaginada y representada como vimos anteriormente como
ser mitológico. Del otro lado, como sujeto su aparición es escasa,
esporádica y siempre ocupando un lugar en la periferia. No hace parte

activa del ejercicio filosófico o literario y mucho menos tiene entrada en el


mundo de la medicina o la ciencia.
Para la filosofía clásica, la distinción entre intelecto masculino y sensibilidad
femenina se establece desde el principio y actúa como pilar indiscutible de
todo lo que de allí en adelante se teorice. Diferencia ésta que es bien
interesante puesto que si analizamos nuestra narrativa actual, dicha
caracterización sigue manteniéndose vigente y definiendo la manera en
como la mayoría de los roles de nuestra sociedad se asignan hoy a
hombres y mujeres. Desde Homero, pasando por Galeno e incluyendo a
los célebres Platón y Aristóteles, todos los filósofos del mundo clásico
definen a la mujer en tanto objeto como pasiva, inferior en su anatomía,
fisiología y obviamente psicología. Sin embargo encontramos una
contradicción interesante en “La República” de Platón, donde dice que las
mujeres de la ciudad deben ser educadas igual que los hombres.
“[…] la costumbre que se ha seguido hasta ahora en nuestro país, de
apartar a las mujeres de la práctica de los mismos ejercicios que los
hombres, es una insensatez; pues de esto se deriva que un Estado queda
reducido a la mitad de lo que realmente debiera ser si todos, hombres y
mujeres, tuviesen a su cargo los mismos trabajos e iguales
responsabilidades en la cosa pública [...]” (Platón, 1994., p. 44).

Sin embargo, la mujer para la generalidad de los pensadores del mundo


antiguo, estará en condición de inferioridad y debido a ella, su educación
no es relevante, pues su papel es el de reproductora y observadora.
Demos un somero repaso de las concepciones Aristotélicas sobre la mujer.
El pensador observa que el cuerpo femenino parece marcado por un
conjunto de rasgos que demuestran su naturaleza defectuosa, inacabada y
débil. Considera que el cuerpo de la mujer está inacabado, casi como el de
un niño al que le falta madurar y crecer. “Enfermo por naturaleza, se
constituye más lentamente en la matriz, a causa de su debilidad térmica,
pero envejece más rápidamente porque todo lo que es pequeño llega más

rápido a su fin, tanto en las obras artificiales como en los organismos


naturales. Todo esto porque las hembras son por naturaleza más débiles y
más frías, y hay que considerar su naturaleza como un defecto natural”
(Georges Duby, 1993, p. 115). Podemos entonces concluir que para
Aristóteles, la mujer es en sí misma un defecto.

Es entonces comprensible, que quien define de la maneara anterior a la


mujer en cuanto objeto del conocimiento, no pretenda en ningún momento
permitirle hacer parte como sujeto activo del mismo. De esta manera fue
retirada la mujer del desarrollo de la filosofía y con muy pocas excepciones
de todo aquello que fuese considerado para intelectos os psyches elevadas
como la masculina.

Bibliografía
Castellanos, S. (2009). Diosas, brujas y vampiresas. Bogotá: Editorial Norma.
Georges Duby, M. P. (1993). Historia de las Mujeres (Vol. 1). Madrid: Grupo Santillana
Editores.
Hesíodo. (1964). Los Trabajos y los Días.
Platón. (1994.). La república o el Estado. . Edicomunicación, S.A.

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