Atrapado en El Umbral Por Luciano de La Torre

ATRAPADO EN EL UMBRAL
LUCIANO DE LA TORRE
ATRAPADO EN EL
UMBRAL
http://www.eldespertardelaconsciencia.jimdo.com 2
Querido lector no olvide dejar un comentario al finalizar la lectura de este

libro. Recuerde que la página web en donde puede dejar su comentario es:
http://www.eldespertardelaconsciencia.jimdo.com
Agradecemos sinceramente el que haya descargado de forma gratuita este

libro y deseamos que sea de su agrado.
Sugerencias o reclamos pueden hacerlos en el correo: doctrinaespiritista@hotmail.com
Advertencia: la imagen de la portada de este libro no tiene Copyright. Por lo tanto

puede ser utilizada para fines públicos o comerciales.
Este libro no podrá ser plajeado con la intención de hacerlo lucrativo.

Para ese fin todos los derechos del mismo están expresamente reservados.
© LUCIANO DE LA TORRE, 2018
Portada: imagen de libre uso, libre de derechos de autor.
Número de registro de derechos de autores: 10-702-335
Bogotá - Colombia
A todas aquellas personas que

luchan por la vida y por la de los
demás.
INTRODUCCIÓN
Querido lector es importante tener en cuenta que una

existencia terrenal, es decir una reencarnación, cuesta
mucho esfuerzo cumplirla como para desperdiciarla en
errores que pueden costar hasta siglos enteros para
repararlas.
Dediquemos nuestra existencia aquí en la Tierra en el
cumplimiento de aquella misión que se nos encomendó
para luego saborear los triunfos y la gloria que Dios nos
tiene preparados.
No nos desanimemos porque la dificultad es una escuela
que pule y fortalece nuestra alma.
Tenemos un deber y un compromiso aquí en la Tierra.
Cumplir con tales obligaciones es nuestro mayor logro.
No podemos evadir los compromisos que Dios colocó en
nuestros destinos porque aunque la mitad de uno mismo
pertenece a uno mismo por el libre albedrío la otra mitad
pertenece al servicio Divino por las responsabilidades que
conlleva nuestra propia existencia. Desmarcarse de las
obligaciones implicaría siglos de atraso y por tanto de
muchos sufrimientos.
Esta obra no tiene en absoluto finalidad comercial.
LUCIANO DE LA TORRE
PREFACIO
Quedaré eternamente agradecido a una entidad espiritual

por permitir y hacer posible que su historia esté plasmada
en estas páginas.
Con su historia, ciertamente desdichada y triste,
aprenderemos más sobre el umbral o valles tenebrosos (1)
y también sobre los habitantes de este sombrío lugar.
Dediqué poco más de un año para recopilar la información
de este habitante del mundo espiritual y escribir esta
historia trágica pero valiosa.
Curiosamente mis comunicaciones, casi a diarias, con
esta entidad, que es el protagonista de esta obra, eran
siempre claras y extensas, lo que no ocurre normalmente
con otras entidades, que en su mayoría se hacen difíciles,
cortas y en ocasiones confusas.
A este habitante espiritual lo llamaremos Federico

Urbino. No usaremos su verdadero nombre para proteger
su identidad. Así como también protegeremos a los demás
personajes.
Los lugares y todos los hechos relatados en esta historia
son reales.
Los acontecimientos ocurrieron entre mediados del 2015 y
principios del 2017 en la región andina de Colombia.
Al igual como en otras obras que hemos publicado,

utilizaremos en este libro un lenguaje sencillo y ameno para
que la lectura no se haga tediosa ni aburrida.
Esta obra está escrita basándose en los testimonios del

protagonista; Federico Urbino.
(1)Ver el libro “La Tercera Revelación de la ley de Dios”; página número

135 para ver el tema de Los Valles Tenebrosos.
CAPÍTULO I
LA CAÍDA
Justo el día de la celebración de la independencia

de Colombia, desperté de forma abrupta con la
sensación de haber dormido durante días enteros.
El despertar que tuve ese día fue angustioso y fuera
de lo común, pues no desperté en mi cama, sino en el
suelo completamente lleno de barro.
Traté de recordar qué había sucedido la noche anterior
para estar en las circunstancias que me encontraba.
Mi ropa al igual que mi cara y mi pelo estaban
impregnados de un lodo fétido y pegajoso. Por su
contextura y color parecía alquitrán. El olor que
expelía era peor que el de las alcantarillas de las
ciudades.
Tuve que esforzarme para recordar qué había
sucedido la noche anterior para hallarme tirado a
campo abierto.
Por un momento llegué a pensar en la posibilidad de
que en la noche anterior me hubieran dado una
sustancia psicoactiva con el fin de robar mis
pertenencias y luego me habrían dejado tirado como si
fuera un trapo sucio e inservible en aquel paraje
desolador.
Pero enseguida recordé el desagradable y terrible
acontecimiento de la noche anterior. Lo recordé con
mucha claridad, y por instinto entendí, por qué estaba
en aquellos momentos en tan lamentable situación.
Relataré lo sucedido con mucho dolor y vergüenza.
Eran las nueve de la noche y estaba en el salón de mi

casa sentado en un sillón esperando a mi esposa.
Tenía una copa de coñac en mis manos. Con paciencia
y suavidad, deslizaba con ambas manos, hacia
adelante y hacia atrás la copa del delicioso licor.
Al rato de haber terminado de tomar la que sería mi
última copa, llegó Claudia, mi esposa; quien al entrar
al salón, me miró sorprendida. Luego se sentó en el

sillón que estaba justo enfrente de mí y con una
sonrisa fingida me saludó.
Ella era una mujer hermosa, de esas que luchan
contra la acción del pasar de los años.
Su pelo abundante y su moderno corte resaltaban su
belleza.
El estilo de vestir lo mantenía siempre a la moda.
Su delgadez era propia de un maniquí. Se notaba que
siempre estaba a dieta para mantenerse esbelta.
Sin preguntarle nada, me explicó que había ido a casa
de una amiga y que estaban celebrando un supuesto
cumpleaños.
Noté inmediatamente que me estaba mintiendo.
La veía satisfecha, como si hubiera estado gozando de
una maravillosa tarde con algún apuesto y
complaciente amante. El brillo de su mirada reflejaba
una satisfacción consumada.
Me miró fijamente y se dio cuenta que no la estaba
creyendo. Mi cara de incredulidad me delató.
Aparentemente tranquila ante la incómoda situación,
sonrió con amabilidad, pero tenía la preocupación del
contrabandista que trata de pasar la frontera con una
carga clandestina.
Buscó una excusa para disfrazar su nerviosismo y dijo
que le dolía la cabeza, que estaba agotada y que se
iba a costar, que al día siguiente hablaríamos sobre
ciertos detalles de la hipoteca de la casa.
Quiso preocuparme con problemas de la casa para
desviar el rumbo de aquella situación tensa e
incómoda. El propósito era bien claro, quería que fijara
mi atención en un problema doméstico y que olvidara
por completo su sospechosa salida vespertina.
Le sonreí con simpatía fingida, y me comporté como el
aduanero dispuesto en aceptar un soborno.
Quería intimar con ella para despejar mi mente y

alejar el mal humor. No quería tener una
confrontación y avivar la rabia y la frustración.
Tuve que esmerarme para que no notara el malestar

que tenía por haberme dado cuenta que me había
engañado una vez más.
Ambos nos dirigimos hacia la habitación, y cuando la

tuve cerca, la agarré por sorpresa de la cintura y la
eché en la cama como si fuera un adolescente
atrevido.
Me miró con miedo y nerviosismo.
Para que accediera sin resistencia a una relación
íntima le dije que yo era su esposo y que hacía mucho
tiempo no cumplía con sus deberes de esposa. Con
voz firme y autoritaria le advertí que iba a ser mía y
que debía respetar y satisfacer mi incondicional
decisión.
Me dijo que no me soportaba. Que yo era un
alcohólico fracasado y que mi aliento era peor que el
de un animal. Finalmente en un ataque de histeria me
confesó que esa misma tarde estuvo con alguien que
tenía manos complacientes y labios frescos que la
dejaron completamente satisfecha.
Me lancé hacia ella con rabia y dispuesto a abusar de
su cuerpo y satisfacer mi deseo.
Con sus puños me golpeaba con fuerza y rapidez.
Gritaba desesperada que la dejara tranquila y repetía
una y otra vez que yo era una bestia sin corazón.
Estaba dispuesto a ser para ella el segundo plato de
ese día aunque fuera por la fuerza. Pero por un
momento, un frenesí de locura y de rabia hizo que la
agarrara con ambas manos por el cuello, y sin medir
mis fuerzas, en cuestión de minutos, la asfixié.
Al darme cuenta de mi brutal acción, me aparté de
forma repentina de la cama hacia la puerta de la
habitación. Estaba aturdido y paralizado de miedo.
No podía creer lo que acababa de hacer.
Me dirigí tambaleándome y con los ojos desencajados

hacia la despensa. Busqué una caja que tenía
escondida en uno de los cajones y la abrí.
Saqué un arma, era una calibre 39. Temblando de
miedo le quité el seguro. Introduje el arma en mi boca
y apunté hacia el paladar. Cerré con fuerza los ojos y
disparé.
Una vez que hube disparado me vi fuera de mi

cuerpo físico, ahí descubrí que estaba muerto. El
destino me colocó en un paraje oscuro y desolador.
Oscuro como el acto que cometí al asesinar a mi
esposa y al quitarme cobardemente la vida.
Gracias a la formación religiosa que tenía y al instinto
innato, supe que me encontraba en el infierno.
Había caído en lo más bajo de las zonas espirituales.
Después de todo, la caída era entendible y justa.
CAPÍTULO II
EL UMBRAL
Miré hacia arriba, y el cielo, si es que allí existía, estaba

completamente nublado.
Empecé a caminar sin rumbo fijo. Tenía mucho frío y la
angustia que sentía era indescriptible.
No veía vegetación y los pocos árboles que había, estaban
sin hojas y resecos por la falta de agua y el exceso de
barro.
El olor era nauseabundo. Me daban náuseas y de vez en
cuando no podía evitar vomitar. Al mirar mis vómitos veía
que eran masas oscuras y pegajosas, muy parecidas al
lodazal que había en el suelo.
Lloraba desconsolado. Sentía mucho miedo y tristeza.
Mi ropa estaba húmeda y mis zapatos completamente
llenos de barro negro como el hollín y resbaloso como el
hielo.
Me sentía una basura arrojada en un basurero.
Todo era gris. El aire era pesado, asfixiante y frío.
Las nubes que siempre estaban presentes en aquél paraje
desolador, eran negras y estaban cargadas de ruidosos
relámpagos. Pero rara vez llovía. Y cuando llovía caía
apenas agua para medio abastecer los sucios charcos.
La sed que sentía era desesperante y el hambre me
obligaba a arrastrarme por el suelo para arrancar los sucios
abrojos y comer sus tallos.
Siempre tenía que beber de los repugnantes charcos que
muchos otros habitantes de aquél lugar ya habían pisado, y
a cada sorbo de agua sucia que bebía, me daban terribles y
prolongadas náuseas.
En las desoladas y áridas montañas había cavernas
profundas y oscuras y de su interior salían lamentos y
gritos de horror.
Cualquier valle de leprosos que había antiguamente en la
Tierra era mil veces mejor que el lugar que trato de
describir; porque al menos en los valles de los leprosos
había agua limpia para beber, aire fresco para respirar y un
sol que calentaba todos los días.
Ni siquiera podía dormir un sólo instante porque el

remordimiento, siempre presente en mi conciencia, no me
lo permitía.
Para aquellos que carecían de remordimientos de
conciencia, entonces el frío, el hedor, la sed y el hambre
siempre presentes, se encargaban de mantener al huésped
de aquél lugar constantemente despierto.
Pasaba todo el tiempo caminando y buscaba algún

pasaje o camino que pudiera conducirme a un buen
destino; pero dichos caminos sólo me llevaban a
precipicios, los cuales siempre obligaban a retornar al punto
de partida.
El lugar estaba diseñado para que sus habitantes
permanecieran en el enorme valle con sus montañas áridas
y llenas de cavernas.
Aquél presidio creado para el martirio y consagrado para la
corrección era lo que las religiones denominan infierno.
Todos los que van a parar temporalmente a tal lugar, son

aquéllos que han cometido faltas muy graves a las leyes del
universo.
Dejo mi testimonio con el fin que quienes aún habitan el
mundo material conozcan esta realidad y renuncien a
conocerlo con la propia experiencia. Para que desistan de
ser los futuros presidiarios de ese antro del horror!
Sepamos que con buenas acciones y dejando cometer
karmas condenatorios se evitará conocer personalmente
ese destino aterrador.
El Valle Tenebroso, el cual describo, está exactamente

situado a más de ocho metros por debajo del suelo en una
zona específica de Colombia.
Colombia como el resto de países de todo el mundo,
dispone de Valles Tenebrosos.
Según la información que obtuve, Colombia tiene bajo sus
pies más de cien Valles Tenebrosos esparcidos por todo su
extenso territorio. Y en el que yo estaba había muchos
espíritus, los cuales habían cometido faltas muy graves a
las leyes Divinas, por lo que al morir fueron imantados a
ese desdichado destino.
Eran de las regiones de Colombia, Perú, Ecuador, Bolivia,
España y Venezuela.
***
En los callejones lodosos donde se alineaban las

cavernas que servían a muchos de domicilio, casi a diario
había peleas brutales.
Cuando trataba de buscar a alguien que pudiera servirme
de amigo o de compañero, recibía con frecuencia insultos y
comentarios que me ridiculizaban de tal manera que salía
corriendo hacia los lugares más desolados.
Los sarcásticos comentarios que recibía eran acerca del
despiadado acto que cometí justo antes de abandonar mi
existencia en la Tierra.
No entendía cómo aquellos infelices sabían hasta el más
mínimo detalle sobre las reprochables acciones que cometí
antes de dejar mi cuerpo material.
En ocasiones era apedreado y golpeado de tal manera que
me invadía la misma furia por la que era maltratado y
respondía con golpes e insultos.
Cuando respondía de la misma manera a como me
trataban, luego de que la pelea terminaba, me sentía peor
que de costumbre y me echaba a llorar de forma
inconsolable.
Nunca se sabía cuándo era de día o cuándo era de noche

porque las densas y negras nubes no permitían de ningún
modo desvelar las horas del día.
Había momentos que me sobrevenían estados de locura y
de terribles desespero al pensar que la situación en la que
me encontraba iba a durar toda la eternidad.
A veces me metía en parajes que eran extremadamente
lodosos con el fin de encontrar una salida hacia un mejor
destino.
Una vez, mientras buscaba la dichosa salida, vi un agujero
grande y oscuro que estaba curiosamente sostenido en el
aire a menos de medio metro de mi cabeza. Mi instinto, el
cual lo tenía más desarrollado que cuando estaba en el
cuerpo físico, me decía que aquél agujero era un portal
dimensional que conducía hacia otros lugares.
Cogí un tronco seco que estaba cerca del agujero y lo

arrastré hasta colocarlo justo debajo. Cuando me subí al
tronco metí mi cabeza y luego ambos brazos dentro de
aquél agujero. Ocurrió entonces que cuando introduje
medio cuerpo, como si de una aspiradora muy potente se
tratase, aquél agujero me absorbió con violenta rapidez
hacia otro portal dimensional que conducía a una casa
grande y envejecida por el tiempo.
En el interior de la casa había un matrimonio de

avanzada edad que venía de la cocina con platos en las
manos dispuestos a servir la mesa.
La conversación del matrimonio se desarrollaba sobre

temas familiares.
Cuando la señora se acercó a la mesa pude leer su mente y
me percaté que estaba muy extrañada por haber percibido
un olor desagradable en el ambiente.
Cuando el señor se acercó a la mesa, la señora le comentó
acerca del desagradable y fuerte olor que estaba
percibiendo.
Supe enseguida que el mal olor provenía de mí, pues yo

estaba impregnado de aquél barro pestilente del Valle
Tenebroso de donde había acabo de salir.
Avergonzado por aquella situación me dispuse a salir de
aquella casa hacia la calle con la sensación de ser una
escoria del mundo espiritual.
Una vez que logré salir por una de las ventanas del
comedor hacia la calle, emprendí mi huida hacia un mejor
destino.
Recorrí muchas calles hasta llegar a mi casa. Pensé que al
llegar a aquél que fue mi hogar encontraría paz y bienestar.
Pero me equivoqué. Un sinfín de tormentos por los vivos
recuerdos que azotaban mi memoria me martirizaba la
conciencia.
Aquella casa, que tanto abrigo me dio durante muchos
años, me estaba recibiendo con una frialdad indescriptible
por los graves errores que cometí.
Sentía que ya no era el dueño de aquel lugar porque la
había abandonado con la peor de las traiciones al quitarme
la vida.
Al permanecer un rato en la que fue mi casa, las escenas
de horror del crimen cometido y mi suicidio se recreaban en
mi mente una y otra vez. Se volvió tan insoportable que
tuve que salir corriendo en busca de otros destinos que me
acogieran con más piedad.
Empecé a recorrer casi todas las calles de los barrios que
conocía e iba entrando en la mayoría de puertas que
encontraba abiertas con el fin de buscar cobijo. Pero en
todos los lugares que conseguía entrar ya estaban
habitados por otras entidades o espíritus. Cuando me veían
entrar, me sacaban inmediatamente a la calle con insultos.
Muchos me decían que era un gusano mal oliente y que si
regresaba me arrepentiría.
Los que habitaban esos hogares, de los que era echado sin
miramientos, no provenían de los Valles Tenebrosos si no
de destinos muy distintos al mío.
Muchos habitaban sus antiguos y respectivos hogares por

apegos. Otros porque creían que seguían con vida. Otros
tantos porque querían quedarse en donde permanecían
aquellos que fueron sus familiares.
Empecé a vagar por las calles con la sensación de que
seguía en otro Valle Tenebroso. Afín de cuentas el infierno
está en nuestro interior, por tanto, si no seguimos el
camino de la prudencia y de la rectitud ese infierno nos
perseguirá vayamos donde vayamos.
Me dirigí hacia lo que parecía una pequeña discoteca. Al

ver la puerta abierta entré. El que custodiaba la entrada no
me percibió debido a mi naturaleza de desencarnado.
El lugar era un antro nocturno consagrado al vicio y al
desenfreno de las pasiones mundanas.
Eran pasadas las doce de la noche y casi todos los
presentes estaban embriagados.
Unos gritaban de euforia cuando bailaban mientras que
otros pedían con autoridad y arrogancia más bebidas
embriagantes.
El ambiente estaba cargado de una atmosfera pesada pero
adecuada para ciertos espíritus a los que se denominan
asediadores(2).
Los asediadores son espíritus desencarnados que por una
serie de circunstancias quedaron atrapados en la Tierra y
debido a su naturaleza dedican el tiempo en absorber las
emanaciones y energías de aquellas personas que están
entregadas a un determinado vicio.
Dediqué gran parte de la noche a observar con horror
cómo actuaban aquellos vampiros nocturnos.
Mientras hombres y mujeres bailaban ebrios, algunos
espíritus asediadores los seguían muy de cerca para
imitarlos con fingidos movimientos torpes con el propósito
de ridiculizarlos. Aquellos espíritus de la noche se reían
entre ellos al ver que la burla era realizada desde una
posición en la que nadie los podía ver por ser entidades
desencarnadas.
Al rato me dirigí hacia unas mesas que quedaban cerca de
la barra de donde se servían las copas y botellas de licor.
Pude ver un señor que estaba sentado en una mesa
ubicada en un rincón. El señor tendría unos cincuenta años.
Estaba en evidente estado de embriaguez. Pedía a gritos a
un joven empleado que retirara de inmediato unas botellas
vacías de cerveza que había encima de la mesa y que le
trajera una copa del mejor licor.
(2)Ver el libro “La Tercera Revelación de la Ley de Dios”; tema número 19,
para ver el tema de los asediadores.
Cuando el joven empleado trajo con prisa la fina copa de

licor, un desencarnado se acercó de inmediato a la mesa.
A pesar de que el señor pidió a gritos y con urgencia que le
trajeran la mejor copa que hubiera, la dejó sin apenas
tocarla en donde la había servido el joven empleado.
Visiblemente cansado empezó a agachar la cabeza como si
fuera a rendirse de sueño.
El espíritu asediador tocó los hombros del agotado señor
que ya estaba dando indicios de dar una tregua a la bebida.
Luego le gritó en el oído:
-Bebe, debes continuar bebiendo, porque yo quiero beber.
El señor, de mediana edad, no escuchó nada. Quedó

inalterable y parecía que estaba sucumbiendo a un sueño
profundo.
El desencarnado, repitió su deseo de que siguiera bebiendo
de la misma manera que un hipnotizador da una orden.
De repente, el señor levantó con brusquedad la cabeza
como si hubiera escuchado un fuerte campanazo.
Al recibir la sugerencia de que debía tomar más licor,
agarró la copa dispuesto a tomársela. Él mismo estaba
convencido de que se tomaba el trago del fino coñac por su
propia voluntad.
La mente del espíritu asediador se sintonizaba con la mente
del señor de mediana edad.
-¡¡Debes beber más!! ¡¡Bebe más!! –insistía.
Cuando tenía la copa rozando los labios, el sagaz espíritu

asediador se acomodó para poderse fundir con la victima
asediada.
Ambos se integraron en un extraño acontecimiento de

encaje fluídico.
El señor de mediana edad absorbía al desencarnado, como

el papel absorbe la tinta negra.
Una vez ya fundidos, los movimientos eran sincronizados.
Ambos bebían de la misma copa.
Era difícil descifrar, por mi parte, a quien atribuir el gesto
de inclinar la copa de coñac para ser injerida, si al señor de
mediana edad que admitía la instigación o al asediador que
la proponía.
Razoné sobre aquella situación. El señor era un esclavo
momentáneo de aquel asediador, pero era libre en lo
íntimo, pues no parecía torturado con el fin de rendirse.
Hospedaba simplemente al asediador, aceptando sin
saberlo sus directrices. Se entregaba por propia decisión,
había libre albedrio y lucidez suficiente para razonar, por
tanto la decisión final era de él.
El desencarnado propone, el encarnado acepta encantado;
petición de uno y concesión del otro.
Cuando el señor de mediana edad terminó de tomar la copa

de coñac, quedó libre. El espíritu asediador se retiró
riéndose satisfecho por su victoria consumada.
Salí de aquel lugar con la sensación de que fuera a

donde fuera el infierno sería mi destino.
Empecé a sentir una extraña sensación de mal estar, como
si una fiebre por tener algún tipo de infección invadiera
todo mi cuerpo. Pero yo estaba desencarnado, no podía
tener ningún tipo de gripe. De todas formas la sentía muy
viva, y a medida que pasaban las horas, empeoraba.
Fui hacia un hospital para ver si encontraba algún tipo de
alivio y al ver la puerta de entrada medio abierta entré.
El panorama en el hospital no era menos lamentable que el
antro nocturno que acababa de dejar. Unos desencarnados
corrían por los pasillos y gritaban auxilio creyéndose aún
vivos. Otros desencarnados trataban de consolar a sus
respectivos familiares que los lloraban por la triste noticia
que recibían del médico de turno al anunciar que acababan
de fallecer. Algunos desencarnados, estaban sentados

esperando alguna noticia que nunca llegaría.
Empecé a sentir un terrible dolor de cabeza debido al

disparo que me ocasioné para quitarme la vida. El estado
febril iba en aumento y un terrible escalofrío se hizo
presente. Temblaba y mis movimientos eran cada vez más
difíciles de coordinar. Si estuviera encarnado atribuiría tales
síntomas a un contagio viral. Pero estaba desencarnado!!
No entendía porque me sentía en tal estado.
Busqué desesperado algún sitio para encontrar alguna
mejoría. Me asomaba por las puertas que encontraba
abiertas. Sólo había habitaciones llenas de pacientes que
las compartían con desencarnados.
Cuando los desencarnados veían que me asomaba por la
puerta, me sacaban empujándome hacia el pasillo con
gritos e insultos.
Buscaba por todo el hospital alguna estancia tranquila para
descansar. También buscaba alguna cosa que pudiera
aliviar mi mal estar pero no conseguía encontrar nada, sólo
gritos y malos tratos que me herían aún más de lo que
estaba.
Caminé por un pasillo estrecho flanqueado por cuatro

puertas. Una de ellas estaba completamente abierta y de
su interior salía una intensa luz.
***
Me acerqué y entré. Vi a dos guías espirituales vestidos

completamente de blanco inmaculado esperando con
paciencia a que el enfermo que yacía en la cama moribundo
desencarnara.
Cuando ambos guías me vieron, me miraron con lástima.
Les pedí suplicando que me ayudaran pero aquellas
suplicas fueron en vano.
Me dijeron con la amabilidad que caracteriza a quien es
bueno y honesto que no estaba preparado para ser
socorrido de una situación que yo mismo propicié. Que
debía seguir limpiándome de residuos densos, tóxicos,
adheridos a mi periespiritu por causa de mis acciones al
asesinar a mi esposa y luego quitarme la propia vida.
-Querido hermano, la limpieza lleva su tiempo –dijo uno
de ellos con voz triste pero dulce.
-Pero me siento muy enfermo, necesito ayuda. Por favor

ayúdenme!! –dije suplicando con voz temblorosa y cargada
de lástima.
Uno de ellos se acercó a mí y me dijo con voz paternal

que debía esperar un cierto tiempo para poder ir a los
puestos de socorro que están ubicados en las colonias
espirituales. Que tuviera paciencia, fortaleza y fe.
Luego proyectó su mano hacia mí y me envío una intensa
luz que me sirvió de bálsamo. Me arrodillé para recibir con
humildad aquél poderoso y bendito rayo de luz.
Cuando el guía espiritual terminó de proyectar aquella luz

cargada de bendiciones, salí de la habitación con una
sensación de bienestar. Ya no me dolía la cabeza por causa
del disparo que me ocasioné y tampoco temblaba de
escalofrío. La fiebre pareció desaparecer casi por completo
y la angustia que se había vuelto mi fiel compañera se
había alejado.
Me dirigí hacia la salida del hospital con el ánimo repuesto y
el corazón palpitando de gratitud.
Al dirigirme hacia la salida, me encontré en uno de los
pasillos una puerta entre abierta de la que procedían voces
de cierta alarma. Entré sigiloso.
Era una sala de operaciones y habían médicos luchando en
salvar la vida de una joven recién accidentada.
-La perdemos!!! La perdemos!!! –decía un médico con tono

grave pero con la calma de quien ya está acostumbrado a
verse envuelto en repetidas ocasiones por los mismos
acontecimientos.
Al rato uno de los médicos al ver que la operación

resultó fallida y que la paciente sucumbió a la muerte
autorizó y ordenó con cierta displicencia que se hiciera de
inmediato el registro oficial del fallecimiento.
Le colocaron una sábana para cubrirle todo el cuerpo,
incluida la cabeza.
Al cabo de un rato llegó un enfermero dispuesto a llevar el
cuerpo sin vida de la joven hacia el sótano del hospital en
donde queda ubicada la morgue.
Al sentirme mucho mejor empecé a despertar mi
curiosidad por las cosas que sucedían a mi alrededor. Quise
aprovechar para ver cómo se procedía la salida al mundo
espiritual de un recién desencarnado y seguí al enfermero
hasta el sótano.
El enfermero una vez que dejó la camilla con el cuerpo de
la joven en un rincón de la morgue, le quitó la sabana que
cubría todo su cuerpo y se fue dejando la puerta abierta y
todas las luces encendidas.
Supuse que no demoraría en regresar o que vendría al poco
rato otro operario del hospital.
Observé con detenimiento a la joven por un buen rato. No
tendría más de veinticinco años. Era rubia y de pelo
ondulado. Me recordó a mi esposa y me eché a llorar de
forma inconsolable. Me decía a mí mismo que yo no la
había matado, que sólo había sido un desgraciado
accidente. La culpa volvió con fuerza y de nuevo empecé a
sentir malestar.
Al rato llegó una entidad desencarnada. Era un joven
apuesto. Llevaba un elegante traje como si aquel día fuera
a casarse.
Me miró con lástima y también con cierto recelo y luego se
concentró en la joven muchacha que acababa de fallecer.
Se colocó a su lado en posición protectora.
Al cabo de unos minutos pude ver el espíritu de la joven

unida al que hasta hace poco era su cuerpo físico.
Estaba bajo una fuerte impresión de terror. Cerraba los
párpados intencionadamente, recelosa de mirar a su
alrededor.
El joven apuesto le dijo que abriera los ojos, que todo había
terminado y que venía a buscarla.
-¡Vamos Ana! ¡El proceso de desligamiento de los lazos

fisiológicos ya terminó! –decía el joven empuñando las
manos en señal de que una gran hazaña había sido
lograda.
La pobre joven estaba dominada por un terrible miedo.
-¡Ana! ¡Ana! Mi amor, es hora de irnos. Abandona ese traje

inservible. ¡Vamos hacia la colonia espiritual! –decía el
joven con vehemencia mientras me dirigía alguna que otra
mirada recelosa, creyendo que quizá podría hacerle algún
tipo de daño a su novia.
La joven muchacha seguía con los ojos cerrados gimiendo

de terror. Se notaba perfectamente que su cuerpo espiritual
estaba totalmente desligado del cuerpo físico, pero la
pobrecita continuaba extendida, copiando la posición del
cuerpo yerto.
Al rato llegó una entidad espiritual de mucha luz y se

acercó al muchacho que estaba inquieto por no poder
lograr el objetivo de llevarse a su novia hacia alguna
colonia espiritual.
La entidad que acaba de llegar era un maestro de las altas
esferas espirituales. Tenía un cierto parecido al guía
espiritual que me había enviado aquellos rayos de luz que
por unos instantes me habían dado un placentero
bienestar.
-Es necesario que yo la atienda –dijo el maestro solícito.
-Llevo un buen rato intentándolo y no quiere abrir los ojos.

Está recogida en el cuerpo físico como si aún le
perteneciera. Le hablo pero está aterrorizada y no me hace
ningún caso. ¡No sé qué le pasa! –dijo el muchacho con voz
temblorosa por la angustia y la preocupación.
-Lo que ocurre es que la pobrecita no estaba preparada

para morir tan rápido y se encuentra asustada por la falta
de una adecuada preparación espiritual. No es conveniente
que te presentes a ella tan pronto –dijo el maestro
espiritual con ternura paternal.
-Pero yo soy su novio, debería estar tranquila –dijo el joven
-Ella aún cree que está viva, por eso no es conveniente que
se la moleste. Debido a su poca preparación espiritual
deberemos tener cuidado a la hora de anunciarle que ya no
pertenece al mundo de los encarnados. Podría provocarle
una terrible conmoción –explicó el maestro con paciencia.
El maestro espiritual aconsejó al joven que se hiciera a un

lado. Luego se acercó a la muchacha que permanecía
petrificada por el miedo y le dijo:
-Vamos Ana, abre los ojos, soy el médico, la operación ya

terminó. Todo salió bien.
La joven abrió los ojos y algo más tranquila dijo:
-¡Gracias a Dios doctor! ¡Fue horrible! ¡Sentí por un

momento que estaba muerta! ¡Imagínese que oía a mi
novio, fallecido hace dos años, que me llamaba para
llevarme al mundo de los muertos!
-La muerte no existe Ana –dijo el maestro espiritual

bondadoso-. La vida es eterna para todos.
-¿Usted es el médico que me operó? –preguntó la joven

confortada.
-Sí. Todo ya ha pasado. En pocas horas podrás levantarte.

Pero ahora debes dormir para que descanses. Te aplicaré
algo que te hará sentir muy bien y dormirás como un
angelito.
-Sí doctor, estoy agotada y después de esa terrible

pesadilla me siento exhausta, debo dormir para
recuperarme y sentirme fuerte –dijo con voz agotada.
El maestro espiritual hizo en silencio una oración mientras

colocaba sus manos sobre la cabeza de la joven. Le aplicó
fluidos magnéticos que hicieron que la pobrecita se
durmiera de forma casi instantánea.
Luego la alzó con el cuidado amoroso de un padre
separándola del cuerpo carnal ya inservible y se la entregó
cariñosamente al joven que estaba ansioso por llevársela.
El joven visiblemente extasiado de alegría agradeció con

ternura la ayuda prestada. Antes de que se marchara con
su novia en los brazos, el maestro espiritual le dijo:
-Por la bondad natural de Ana y por el cultivo de buenas

obras realizadas en la Tierra, ella no necesitó pasar por los
Valles Tenebrosos. Sin embargo hay que lamentar que no
se hubiese preparado en la educación espiritual, por ello ha
pasado un mal rato en el momento de desencarnar. De
todas formas, en poco tiempo ella se adaptará a la nueva
vida en la colonia espiritual. Las personas que obran bien
no encuentran grandes obstáculos.
Me sentí aludido al escuchar aquellas palabras aunque el

maestro espiritual en ningún momento me hubiera dirigido
alguna mirada de reproche. Precisamente fue lo que más
me hizo sentir mal, que me ignorase por completo, como si
allí yo no estuviera. Hubiera preferido que me mirara y me
reprochara todas mis malas acciones. Al menos de esa
forma sentiría que yo le daba una cierta importancia.
Sentí mucha vergüenza y traté de recogerme como si
quisiera desaparecer en el rincón de donde estaba sentado
contemplándolo todo.
Quería nuevamente morir, pero ya estaba muerto. Muerto
en vida, porque no podía de ninguna manera dejar de
existir. Qué triste destino busqué para la vida eterna.
Viendo el caso del joven llevándose a su amada en los
brazos hacia un maravilloso destino me conmocionó de tal
manera que hizo sentirme el ser más desheredado del
universo entero.
Salí del hospital con el corazón encogido. Pensaba en mi
amada esposa. Repetía su nombre una y otra vez, lo
deletreaba y reconstruía minuciosamente su imagen.
La echaba de menos. La nostalgia me estaba matando de
dolor. Pero era imposible morir dos veces, si al menos
aquella nostalgia pudiera aniquilarme llegaría a bendecirla,
pero sólo me causaba dolor y sufrimiento permanente.
La fiebre, el escalofrío, el mal estar general y el dolor de

cabeza debido al disparo que me hice colocándome el arma
en el paladar volvieron de nuevo para atormentarme.
Me retorcía de dolor por las calles oscuras de la ciudad y
todo por culpa de mis inconsecuentes infracciones contra la
Ley de Dios(3).
Caminé hasta llegar al cementerio en donde habían
enterrado aquél que fue mi cuerpo y al que desprecié
aniquilándolo con un disparo. Fui hasta allí para ver si de
alguna manera tenía la fortuna de tener una cita con una
segunda muerte. Pero la muerte en realidad no es mas que
la verdadera forma de existir.
Era de noche y el cementerio estaba lleno de espíritus que
deambulaban de un lado para el otro. Aquella escena
parecía sacada de una película de terror.
Había espíritus que reproducían de forma inconsciente el
mismo estado en el que estaba el cuerpo físico enterrado
bajo tierra; el estado de descomposición del cuerpo físico
se reflejaba con la misma exactitud al cuerpo astral del
espíritu sufriente.
Muchos de ellos, sin saber exactamente lo que estaba
sucediendo, gritaban con angustia que los gusanos los
estaban carcomiendo. Otros decían que estaban siendo
afectados por una terrible lepra y corrían desesperados en
bandadas de un lado para el otro en busca de personal
médico para ser tratados.
Vine a saber con el tiempo que muchos de esos espíritus
estaban en tal condición por causa de la excesiva vanidad y
del excesivo culto al cuerpo cuando estaban vivos en la
Tierra. Esas personas al morir no consiguen desvincularse
en su totalidad del cuerpo físico por el excesivo amor que
le tuvieron y se crea una repercusión que hace que un
cuerpo imite las mismas condiciones del otro.
En aquel entonces llegué a entender por qué la vanidad es
uno de los siete pecados capitales.
Nota del autor: Este tipo de circunstancias se dan cuando se ha llegado a los extremos de
vanidad como el de los narcisistas, porque la vanidad siempre y cuando se maneje en su
justa medida no es mala y no conlleva un severo perjuicio al desencarnar.
(3). Para conocer mejor sobre las leyes de Dios se recomienda leer el libro
“La Tercera Revelación de la Ley de Dios” por el autor Luciano de la Torre.
El libro podrán descargarlo gratis en formato PDF por Internet, así como
también el libro “Entendiendo a Dios” por el mismo autor.
Por un momento miré hacia mi triste tumba. Era la

tumba del cementerio más descuidada de todas. Se notaba
que nadie iba a visitarla.
Vi mi cuerpo tendido en el ataúd siendo devorado por
cientos de gusanos. Aquella imagen me impactó y salí
corriendo del cementerio para alejarme de aquella terrible
escena pero la imagen de mí mismo siendo devorado por
los gusanos y en estado avanzado de descomposición me

perseguía como una sombra.
***
Vagué por mucho tiempo por las calles de la ciudad hasta

que una noche encontré unos espíritus guardianes
montados en un carruaje tirado por tres imponentes
caballos.
Cuando me vieron, dos de ellos se bajaron del carruaje y a
toda prisa me apresaron. Me subieron al vehículo y
marchamos hacia un destino incierto para mí.
Protesté durante todo el trayecto por haber sido

injustamente apresado y pedí ciertos derechos que no me
concedieron. Los guardianes permanecieron silenciosos y
mudos a pesar de que oían mis quejas y lamentos.
Durante el trayecto iban recogiendo espíritus de la misma o
parecida condición a la mía y dependiendo de la agresividad
del apresado los encadenaban con grilletes en los asientos
del vehículo.
Los guardianes tenían una fuerza descomunal y por muy
fuerte y feroz que fuera el capturado conseguían reducirlo
con una increíble facilidad.
Finalmente después de muchas horas de viaje llegamos
hasta el Valle Tenebroso de donde conseguí escapar hace
unos meses atrás.
Cuando nos bajaron a todos del vehículo los guardianes se
fueron en silencio y a toda prisa por el mismo camino por
donde habíamos llegado.
Nosotros, los recién capturados corrimos siguiendo el rastro
del carruaje que marchó a gran velocidad. Pero fue en
vano. Los callejones, las cavernas y los caminos de los
bosques pantanosos se barajaban en un laberinto en que
nos perdíamos haciendo de nuestro seguimiento una
amarga frustración.
Empuñé las manos hacia arriba manifestando una rabia y
una frustración imposible de describir con simples palabras,
porque de nuevo, me hallaba atrapado en el umbral.
CAPÍTULO III
EL RESCATE
Busqué por mucho tiempo la salida de aquel lugar

tenebroso y nunca conseguía el resultado. Los agujeros
dimensionales que nos transportaban de un lugar a otro
parecían haber desaparecido para siempre. Nunca más
volví a encontrar un portal como el que me sirvió de acceso
a la corteza terrestre. La búsqueda obsesiva hacia el
exterior me causaba una excesiva fatiga por lo que en
muchas ocasiones me veía obligado a resguardarme en una
de las cavernas que encontraba desocupada para poder
descansar un poco. A veces no conseguía llegar hacia la
caverna deseada y me desmayaba. El estado febril que
sentía no daba tregua y la angustia formaba parte de mi
estado emocional.
A veces caminaba hacia la plaza grande y barrosa para ver
si había alguna novedad pero siempre estaba desolada.
Todos allí permanecían guarecidos en las deprimentes
cavernas.
Una tarde me dispuse a buscar agua para beber de los

sucios charcos. Al encontrar uno que tenía más cantidad de
agua que el resto, me agaché para beber. Justo después de
mi primer sorbo un señor de mediana edad y con aspecto
de orangután se me abalanzó con brusquedad y empezó a
propinarme golpes por haberme acercado a aquel charco
que él suponía que era de su entera propiedad. No contento
con los golpes que me propinó con sus fuertes puños me
persiguió durante un buen rato mientras me lanzaba
patadas e insultos hasta que por fin me dejó tranquilo.
Aquél monstruo salido de las zonas más oscuras del Valle
Tenebroso pudo haber estado golpeándome durante horas,
días, semanas, meses y años enteros pues nuestro cuerpo
astral no muere y la rabia de un demente puede
permanecer en su grado más alto durante mucho tiempo.
Si al menos esos golpes pudieran aniquilarme y hacer que
todo mi ser desapareciera propiciaría entonces peleas
salvajes para que acabaran conmigo, pero no era el caso y
debíamos tratar de evitar toda posible agresión física pues
causaba dolor más no el fallecimiento porque una segunda
muerte(4) es imposible de provocar.
Adolorido me arrastré hasta una gran caverna que había
por los alrededores. En el interior se hallaban tres hombres.
Cuando me vieron se esmeraron en agarrarme con
delicadeza y me ayudaron para que me acomodara en un
rincón de la caverna.
***
(4)Ver el libro “Entendiendo a Dios” a partir de la página 76 del autor

Luciano de la Torre para ver sobre la constitución del cuerpo astral o peri-
espíritu. El libro es gratis al igual que la obra “La tercera revelación de la ley
de Dios” escrito por el mismo autor. Ambos libros se encuentran disponibles
en Internet para todo el público.
Pasado poco rato empecé a ver como las heridas(5)

causadas por la terrible paliza que recibí desaparecían de
forma sorprendente. La única herida que permanecía
intacta con un acuciante dolor era la que me produje en el
paladar y en la cabeza al dispararme para quitarme la vida.
Uno de los huéspedes de la caverna en la que me refugié

me miró y al notar que estaba algo más repuesto se sentó
a mi lado dispuesto a hablarme. Los otros dos hombres
permanecían sentados en el suelo. Estaban retirados desde
donde yo estaba acostado y mantenían una conversación
en voz baja.
–Me llamo Gustavo Olivera, soy de Colombia y llevo aquí

unos 4 años –dijo con el tono de aquél que también espera
una respuesta.
–Yo me llamo Federico Urbino, también soy de Colombia y

llevo aquí más tiempo del que quisiera pero no sé si del que
mereciera –contesté dando señal de mi inconformidad con
la situación.
–Debemos tener paciencia –dijo con voz pausada y con la

resignación de un sabio–, todo a su debido tiempo.
Además, quién va a cuestionar a Dios o a sus divinas leyes?
Adopté expresión de estar algo impresionado por lo que

acababa de escuchar y dije:
–Dios se ha olvidado de este lugar y de todos aquellos que

lo habitan. La gloria es sólo para aquellos que ven la vida
como Dios quiere que se vea –dije con la amargura de
quien se siente decepcionado de sí mismo.
(5)Ver a partir de la página número 76 en adelante del libro “Entendiendo a

Dios” para ver el tema de las heridas causadas al cuerpo físico y al cuerpo
astral.
El señor Gustavo tenía la apariencia de unos setenta años.

Su mirada era profunda y reflejaba que la vida había sido
injusta con él, o quizá, él había sido injusto con ella.
Me sonrió con una inteligencia que supuse la había

adquirido por las duras pruebas de la vida y dijo:
–Dios es un ser que siempre nos comprende y cuando no

logra ayudarnos al menos llora con nosotros.
Reflexioné por un momento sobre aquellas palabras que

parecieron venir de alguien que sabía mucho sobre Dios.
Quise saber más acerca de aquel hombre de mirada
profunda y llena de amarga desilusión y le iba a preguntar
el por qué de su estadía en el Valle Tenebroso pero pensé
que sería más conveniente ceder a la prudencia que a un
impulso de curiosidad.
El señor Gustavo pareció leer mi mente que estaba picada

por la curiosidad y empezó a relatarme con toda confianza
la vida que tuvo en la Tierra.
Escuché toda la triste historia del señor Gustavo con

especial interés. De vez en cuando no podía evitar poner
ciertas expresiones de horror en mi rostro al escuchar
algunas anécdotas en el flujo del relato, que me iban
impactando.
Su vida, como la de la mayoría de todas aquellas personas
que están en la Tierra fue realmente difícil. Desengaños,
deseos frustrados, caídas y un sinfín de ilusiones que se
desvanecen por la falta de compromiso del prójimo aparen-
temente comprometido, amargaron considerablemente la
existencia en el mundo de aquel pobre señor.
Por otro lado era curioso observar cómo alguien como el
señor Gustavo, que denotaba una sobresaliente inteligencia
y una admirable cultura, cayó en las calles haciendo de
éstas su hogar por causa del consumo de drogas.
Una sobredosis le produjo una muerte repentina que lo

condujo directo al valle de las tinieblas.
Al término de su historia empecé a contar de inmediato la
mía.
El señor Gustavo escuchó todo el relato sin apenas
inmutarse. Luego me dijo con bondad y buen ánimo que
nadie en el mundo estaba exento de cometer faltas y que
sólo aprende aquél que después de cometer errores
recapacita y se arrepiente.
Comprendí entonces que los gestos y expresiones que

realizamos al escuchar ciertos asuntos delicados pueden
afectar y agravar de alguna manera el estado emocional de
aquél que los relata y que debemos tener un considerable
respeto en cuanto nos están aportando una cierta
confianza.
El señor Gustavo no había matado a nadie ni tampoco se

había suicidado, no al menos de forma directa, pero más
tarde vine a saber que él había caído en el Valle Tenebroso
una vez que murió porque dedicó gran parte de su vida al
consumo de drogas por lo que al tener la vestimenta sucia
no podía participar en el banquete celestial(6).
Iba a agradecerle al bondadoso y gentil señor por la

hospitalidad ofrecida en la caverna cuando ciertos gritos
que procedían de la calle nos alarmaron. Salimos
inmediatamente para ver lo que sucedía.
–¡Llegaron, llegaron! –gritaban algunos con cierta alegría y

emoción en la plaza barrosa.
Eran varios carruajes y soldados vestidos curiosamente

con uniformes que reflejaban diferentes épocas.
(6)Vera partir de la página número 68 del libro “Entendiendo a Dios” para
ver con más detenimiento sobre el por qué se cae al morir a un Valle
Tenebroso cuando se ha tenido una vida desordenada con las drogas.
El señor Gustavo al verme sorprendido me dijo:
–Son los rescatadores de las colonias espirituales. Vienen a

rescatar a aquellos que ya cumplieron con su condena en
este valle de tinieblas.
–Y por qué van vestidos con uniformes de diferentes

épocas? –pregunté al tiempo que los señalaba.
El señor Gustavo sonrió como quien sabe con certeza que

aquella pregunta se la iba a realizar.
De forma afectuosa me respondió:
–No debe extrañarse querido amigo, en la villa del Señor

hay de todo. Las costumbres y el uso de instrumentos así
como el de la indumentaria que han marcado diferentes
épocas en la Tierra no tienen tiempo de caducidad en el
mundo espiritual –dijo atentamente mientras miraba con
atención desde la distancia hacia la plaza barrosa–. Ahora
van a empezar a llamar uno por uno para que se suban a
los carruajes. Es la llamada de la salvación, la llamada de
Nuestro Señor dispuesto a dar, gracias a su infinita bondad,
una oportunidad más para redimirnos.
Un señor que parecía ser el jefe de la expedición se bajó

de su caballo y empezó a llamar con coz firme y paciente a
aquellos que debían acudir a la caravana de socorro.
La llamada de aquellos que debían ser recogidos, al oír sus
propios nombres, se presentaban por sí mismos.
Aquellos que no acudían al llamado imponían a los
socorristas la necesidad de buscarlos.
Varias esferas de colores verdes y luminiscentes
sobrevolaban nuestras cabezas. Buscaban con
extraordinaria rapidez al personal que no acudía por algún
motivo al llamado, y cuando eran encontrados señalaban
con una voz imponente el lugar exacto en el que se
encontraban.
Se diría que las esferas eran manejadas desde algún lugar
determinado así como los hombres de la Tierra manejan los
modernos drones a distancia.
De las esferas salía una voz que vibraba en el aire y cuando
encontraban al sujeto que no acudía al llamado decían:
–Aurelio Jaramillo se encuentra en el callejón número 23 y
está inconsciente…
–Sebastián Gómez se encuentra en la caverna número 98 y
se encuentra impedido…
–Daniel Sarmiento se encuentra en la calle 47 número 7D y
cree que lo van a llevar a otro lugar peor del que ahora
está…
Cuando el sujeto no aparecía porque se encontraba fuera

del Valle Tenebroso por el motivo de que había logrado
escapar, la esfera anunciaba inmediatamente la noticia,
obligando a desplegar un pequeño convoy para ir a su
encuentro.
Los socorristas seguían a las esferas, pues éstas movidas o
dirigidas desde la distancia por alguien se posicionaban
sobre el objetivo que se quería alcanzar.
Los que no podían apenas caminar o aquellos que estaban
inconscientes eran traídos hacia la caravana con camillas
por enfermeros de las colonias espirituales.
De forma imprevista mi nombre fue llamado para acudir

a la caravana de la salvación. Fue un momento mágico,
porque además, justo después de que me nombraran,
llamaron también al señor Gustavo.
Ambos nos miramos y por un rato lloramos juntos de
emoción mientras nos abrazábamos por la alegría que nos
invadía.
Los guardias se acercaron inmediatamente a nosotros para
guiarnos hasta la caravana y de esa forma evitar que
alguien pudiera impedir nuestra partida de aquel lugar
tenebroso.
Cuando llegamos a la caravana un enfermero nos indicó

con mucha amabilidad a qué carruaje debíamos subir cada
uno de nosotros.
Ocurrió que a mí me llamaron para que me subiera a una
caravana distinta que la del señor Gustavo y tuvimos que
despedirnos en aquel mismo momento.
Entre lágrimas de tristeza y de alegría nos despedimos
pues cada quien partía hacia diferentes colonias.
Me quedé observando cómo el señor Gustavo subía al
carruaje que le habían asignado mientras yo estaba
inmerso en una indescriptible alegría.
Yo estaba más contento por la partida del señor Gustavo
hacia un lugar mejor que de mi propio rescate.
Una vez que el señor Gustavo se subió al carruaje se
asomó por la ventanilla y me dijo con voz firme:
–Recuerde querido amigo, la vida está llena de difíciles

pruebas, lo más importante es aprender de aquellos errores
que cometemos para nunca más repetirlos. Dios nos da la
fortaleza para superar las dificultades que hay en el
camino. Sepamos aprovechar su infinita misericordia y
bondad.
Estaba impresionado por aquel optimismo que venía de

alguien que acababa de salir de tan complicada situación.
Entonces supe que podíamos aprender mucho de quien
menos uno espera.
Vi partir al señor Gustavo con una sonrisa melancólica pero

acogedora mientras se despedía de mí extendiendo la mano
para despedirse.
Por un momento me pregunté si algún día volvería a ver a
aquel señor que impresionaba por su fortaleza y su
increíble capacidad de resignación.
Entré al vagón, eran amplios y muy confortables. Los

sillones eran acolchados. Me senté y suspiré de alegría.
Al rato subieron más rescatados y cinco enfermeros.
Los enfermeros cerraron todas las persianas del vagón

para que no pudiéramos ver las típicas escenas
bochornosas que se producían en la calle y que siempre
sucedían cuando un convoy de rescate con liberados a
bordo partía del Valle Tenebroso hacia un mejor destino.
El vehículo se iba alejando de aquel lugar de tinieblas

apresurando la marcha. De la calle se escuchaban gritos de
insultos y maldiciones de aquellos que se quedaron por no
estar aún preparados para el rescate.
El movimiento lento de subida de puentes y luego la

bajada precipitada de éstos me hacían concebir imágenes
mentales de cuán grandes o pequeños eran.
El convoy se mecía mientras recorría calles llenas de
baches que hacían que nos moviéramos de forma
involuntaria de un lado a otro con pequeñas sacudidas. Los
enfermeros nos hablaban con delicadeza y con aquella
amabilidad que les caracterizaba dándonos una sensación
indescriptible de bien estar.
Estuvimos un par de horas recorriendo caminos
desnivelados y con curvas muy estrechas. Aquellos caminos
que conducían desde el Valle Tenebroso hasta la libertad
estaban tan deformados como la mente de aquellos que
vivían aprisionados por los alrededores.
Uno de los enfermeros iba abriendo las cortinas mientras
que los otros nos ofrecían agua limpia para beber. Era el
agua más cristalina que jamás había visto.
Observamos que poco a poco la neblina iba quedando atrás
como la pesadilla que se desvanece al despertar. Fuimos
alcanzando parajes con la atmosfera cada vez más limpia y
fresca. Los caminos se iban haciendo más anchos y rectos.
Me sentí tan alegre que elevé mis pensamientos hacia el

Creador para agradecerle con humildad por aquél destino
maravilloso.
CAPÍTULO IV
LA COLONIA
Después de algún tiempo de marcha, vimos por la ventana

en el horizonte, aun alejado, un enorme conjunto de
murallas fortificadas.
No se distinguían señales de habitantes en los alrededores
del enorme muro que protegía la colonia espiritual. Aquellos
muros eran un modelo de las viejas fortificaciones
medievales.
Finalmente el convoy paró ante un gran portón, que era

la entrada principal. Esperamos por un rato a que la puerta
se abriera para darnos el acceso.
Al entrar vimos en las inmediaciones un ejército bien
armado con lanzas y arcos. Había una mezcla entre
soldados del siglo XV y del siglo XVIII. Los soldados que
nos custodiaron durante todo el camino se bajaron de la
caravana y fuimos desde ese momento conducidos sólo por
los enfermeros por la colonia espiritual.
Nos dirigimos hacia el oeste y llegamos hasta una ciudad
llena de individuos ataviados con largos delantales blancos.
Los edificios eran altos e imponentes, me recordaron a las
antiguas edificaciones de Europa. Cuando recorrimos una
gran parte de la ciudad nos dirigimos hacia el este de la
colonia espiritual hasta llegar a una zona en donde se
divisaban a lo lejos unas casas residenciales perfectamente
alineadas. Finalmente cuando llegamos a un edificio alto y

de color blanco perlado el carruaje paró. Bajamos y fuimos
amablemente conducidos hasta el portón.
Al entrar al edificio nos explicaron que íbamos a ser

registrados como residentes de la colonia espiritual de
Colombia.
Nos dirigimos hasta el departamento de registro y cuando
entramos, cinco funcionarios nos esperaban para
atendernos con la amabilidad que caracterizaba a los
trabajadores de aquella colonia espiritual.
Nos registramos los cinco que íbamos en el carruaje y luego
de forma inmediata salimos del edificio. Nos subimos a un
tranvía acompañados por los guías enfermeros.
Recorrimos gran parte de la ciudad. Vi semáforos,
automóviles eléctricos, bicicletas y anuncios publicitarios
sobre la reencarnación.
Uno de los enfermeros al ver la perplejidad con que

mirábamos todo nos dijo con exquisita atención:
–No deben extrañarse, aquí en el plano espiritual las cosas

no son tan diferentes como en el plano terrenal o físico. De
hecho es el plano terrenal quien copia las cosas del plano
espiritual.
Extremadamente sorprendido empecé a mirar todo con

más detalle. Me impresioné por el perfecto orden que había
en aquella colonia espiritual a la que muchos denominan
-por falta de un profundo conocimiento- “el cielo”.
El cambio de luces de los semáforos era adecuadamente
respetado. Todos se movilizaban en sus vehículos sin prisas
y sin apresurar al otro. Había vehículos de todo tipo. Unos
eran antiguos mientras que otros eran tan modernos que
en la Tierra aún no los habían copiado.
Los peatones caminaban en armonía, sin las prisas típicas
de las ciudades de la Tierra. De vez en cuando se veía volar
algún que otro guía en el cielo azulado para acortar
distancias por la urgencia que requerían ciertas
circunstancias.
Parecía que estaba en un sueño y no viviendo una realidad.
El tranvía después de recorrer gran parte de la ciudad

paró en uno de los paraderos y nos bajamos. De inmediato
fuimos conducidos por los amables enfermeros hacia un
hospital que quedaba muy cerca del paradero.
Cuando entramos en el hospital el grupo que
conformábamos hasta entonces se separó por indicación de
un médico que se nos acercó en cuanto llegamos a la
recepción.
Todo estaba muy limpio, organizado y no se veía tumultos
de pacientes en los pasillos.
Uno de los enfermeros al notar nuestra perplejidad por el
perfecto orden en el que se desarrollaba el hospital nos
dijo:
–Las independencias hospitalarias de las colonias no

siempre se encuentran en tan perfecto orden. Por ejemplo
en la segunda guerra mundial este hospital era un
auténtico caos. Nosotros fuimos una de tantas colonias
espirituales que hay en la Tierra que se vio desbordada por
la fatídica guerra.
Jamás hubiera pensado que en el mundo espiritual, al
menos en las zonas elevadas como son las colonias
espirituales pudieran sufrir algún tipo de caos o desorden.
Otro de los enfermeros al percibir nuestra sorpresa añadió:
–Como ven, un plano puede afectar seriamente al otro.
El médico nos pidió amablemente que lo siguiéramos

hasta las habitaciones donde debíamos permanecer por un
tiempo para ser atendidos. El grupo de rescatados que
conformábamos se había reducido a tres personas. Los
enfermeros que nos condujeron hasta la colonia se
despidieron de nosotros con singular atención, dándonos
un cálido apretón de manos.
Cuando llegamos al dormitorio un enfermero y una
enfermera nos esperaban con una sonrisa afectuosa que
anunciaba una cálida bienvenida y una excelente atención.
El médico con la dedicación propia de un anfitrión nos
presentó a los nuevos enfermeros y se despidió
momentáneamente de nosotros.
La habitación tenía tres camas confortables con sábanas
blancas. Amplias ventanas que daban a un hermoso parque
verde y una pequeña mesa redonda para comer.
Los enfermeros nos dejaron ropa limpia de hospital encima
de la cama y salieron de la habitación para que pudiéramos
descansar un rato.
Estábamos somnolientos, hambrientos, adoloridos y
fatigados.
Nos dimos una ducha caliente. Me envolví en una toalla
grande para secarme y al sentir su suavidad sobre mi piel
me reí de puro placer.
Al rato, llegaron los dos enfermeros con bandejas de

comida en un carrito. La alimentación se componía de sopa
de verduras y hortalizas, pan tierno de centeno y fruta
fresca. El sabor de la sopa era delicioso. No podría describir
con palabras a qué sabía exactamente. Era un sabor
desconocido hasta entonces para mí.
Al terminar de comer, el médico entró en la habitación. Nos
ordenó en un tono amable pero firme que nos acostáramos.
Fue pasando uno por uno colocando sus manos sobre
nuestras cabezas para proyectarnos fluidos magnéticos.
Tales fluidos hacían que poco a poco entráramos en un
sueño profundo y reparador.
***
No sé cuántas horas dormimos pero en lo personal sentí
que había dormido días enteros. Sin embargo, a pesar de
sentirme algo más repuesto persistía el dolor de cabeza, el
escalofrío y el mal estar en general. Lo mismo les sucedía a
mis compañeros de habitación. A uno de ellos le seguía
doliendo el estómago a causa del veneno que tomó para
suicidarse y el otro compañero continuaba con los dolores
por todo el cuerpo por haberse lanzado al vacío para acabar
con su vida.
A la mañana siguiente cuando íbamos a levantarnos de la
cama, el médico entró en la habitación con cuatro doctores
especializados en la manipulación de equipos y máquinas
creadas para sanar el cuerpo astral de dolencias producidas
al cuerpo físico cuando éste estaba con vida(7).
Los cuatro doctores eran altos, todos hombres.
Aparentaban tener entre unos cuarenta y cinco años y
cincuenta. Sus uniformes eran de un azul claro y parecían
científicos de una época mucho más avanzada que en la
que estábamos.
(7)Ver en el libro “Entendiendo a Dios” en la página 77 a cerca del daño
causado al cuerpo astral por causa del mal cuidado que se le tenga al
cuerpo físico.
Los ojos de aquellos doctores parecían líquidos de tan

azules.
Nos miraron con serenidad y anunciaron en un tono
animado que en ese mismo instante empezaríamos el
tratamiento para el restablecimiento de nuestros cuerpos
astrales afectados.
Mis compañeros de habitación y yo fuimos dirigidos por el
médico facultativo y los cuatro doctores al gabinete de
cirugía.
Deseábamos ponernos de inmediato en el tratamiento
médico para que los dolores y el mal estar general
desaparecieran de una vez por todas, así que hacíamos
caso a todo lo que nos indicaban aquellos profesionales de
la medicina astral.
El gabinete de cirugía era enorme. Estaba equipado por
instrumentos y máquinas de una sofisticación desconocida
por la medicina terrenal.
Hileras de pacientes estaban acostados en camillas.
Aquellos pacientes se contaban por decenas y estaban
siendo analizados con extraños dispositivos por los
médicos. La mayoría de aquellos pacientes eran suicidas
como yo y que acababan de ser rescatados de los valles
tenebrosos. Otros eran víctimas de accidentes mortales
causados en la Tierra y producidos por alguna atrevida
imprudencia.
Las enormes máquinas que servían para sanar el cuerpo
astral eran manipuladas con rapidez y eficacia por los
médicos científicos.
Uno de los médicos me ordenó en tono fraterno que me
acostara en una de las camillas de aquel enorme gabinete
de cirugía. Cuando me acosté llegaron dos enfermeros para
ayudar en lo que fuera necesario al médico especialista en
el tratamiento del cuerpo astral.
El médico me examinó la zona afectada por el proyectil del
arma de fuego que utilicé para el suicidio de mi cuerpo
físico. Es decir; paladar y cerebro.
Mientras el médico me analizaba minuciosamente toda la

zona afectada por el proyectil con un extraño y sofisticado
aparato iba describiendo al enfermero aspectos que eran de
importancia anotar para la posterior sanación. El enfermero
apuntaba todo lo que el médico le decía en un cuaderno.
Después del minucioso análisis me aplicaban por toda la
zona afectada sondas de luz, con un instrumento que
parecía ser una linterna y fluidos magnéticos dirigidos por
las manos del médico, tales fluidos eran quintaesenciados,
es decir, de la quinta dimensión.
Luego pasábamos por máquinas especiales y muy grandes
que escaneaban todo nuestro cuerpo astral al tiempo que
reparaba toda nuestra constitución periespiritual.
Dependiendo de la máquina a la que nos sometían
debíamos estar de pie o acostados.
Las maquinas emitían ruidos extraños pero agradables que
me adormecían. También proyectaban rayos con
tonalidades de colores realmente hermosos. De vez en
cuando exhalaban fragancias dulces y exquisitas que
elevaban el pensamiento hacia zonas y lugares
paradisíacos. Alcanzaba tales estados de ánimo y bien estar
que hacía que llorara de alegría. Por momentos me llenaba
de entusiasmo y me recogía con humildad para agradecer
inmensamente al Creador Universal por su magnánima
piedad y bondad.
Cada vez que terminábamos una sesión nos sentíamos
mucho mejor.
Pasamos más de cuatro meses en el tratamiento de
sanación con los médicos.
Una vez que completamos todo el tratamiento nos
sentíamos como nuevos, revitalizados y llenos de energía.
Para ese entonces la visión era mucho más nítida y el oído
más agudo. Veíamos todo más bonito. Nuestras
percepciones se habían agudizado.
Al estar nuestra razón mucho más esclarecida
empezábamos a tener muchas ganas en redimir nuestras
faltas para avanzar en la escala evolutiva espiritual.
Una tarde, mientras los tres hablábamos de forma animada

en nuestra habitación recibimos una notificación de parte
de la dirección del hospital para que asistiéramos a unas
charlas obligatorias que eran de suma importancia para el
tratamiento al que estábamos siendo sometidos.
A la mañana siguiente de haber recibido la notificación
sobre la charla que debíamos asistir, dos enfermeros con
excelente ánimo nos vinieron a buscar a la habitación para
llevarnos al gran salón en donde se daría la necesaria
charla que serviría para nuestro adelanto moral.
Recorrimos algunos pasillos del hospital antes de que nos
encontráramos con el director de aquél centro de salud, el
cual al vernos nos invitó con mucha amabilidad a que
pasáramos unos instantes, antes de ir a la charla, a la
biblioteca espiritual o también denominada archivos
akashicos para el registro formal de una casa en la colonia
que se nos daría una vez que saliéramos de aquellas
instalaciones.
Entramos en la biblioteca espiritual. Era una gran sala
circular. Miré hacia arriba y la cúpula dejaba pasar haces de
luz que iluminaba aquel enorme recinto. Un laberinto de
corredores y estanterías repletas de libros ascendía desde
la base hasta la cúspide, dibujando una colmena tramada
de túneles, escalinatas, plataformas y puentes que dejaban
adivinar una gigantesca biblioteca de una compleja pero
hermosa geometría.
Mientras uno de los funcionarios de aquella increíble
biblioteca registraba nuestros nombres para la futura
entrega de una casa, recorrí sigiloso por los pasillos y
galerías de aquel maravilloso lugar que estaba poblado por
miles de libros que supuse que sabían más de mí que yo de
ellos.
Vi un libro que sobresalía en el extremo de la estantería y
me llamó la atención. Lo cogí con suma delicadeza y lo
acaricié como si tuviera vida propia y como si quisiera
pedirle que me dijera qué secretos contenía en su interior.
Lo abrí y lo ojeé. Había mucha información acerca del
universo y de nuestro planeta.
Cómo se creó la Tierra. Cuántos años pasaron desde que

los dinosaurios desaparecieron hasta la llegada de los
primeros hombres al planeta. En aquel maravilloso libro
también estaba registrado acerca del eslabón perdido. Pero
lo que más me llamó la atención fue una imagen que tenía
por título: “Universos paralelos en expansión”.
Iba a leer sobre la explicación de aquella imagen cuando el
director del hospital me alertó con paciencia y amabilidad
que debía dejar el libro en su sitio y que la curiosidad era
buena cuando ésta no infringiera alguna norma establecida.
Me exhortó a volver con el pequeño grupo para asistir a la
charla programada de ese día.
Deduje que aquella imagen hacía referencia a que existen

diversos universos y que están en constante expansión
hasta que unos se encuentran con otros fusionándose como
lo hacen las galaxias cuando se encuentran las unas con las
otras.
Había universos de diferentes tamaños. Y entre un universo
y el otro había enormes espacios que eran de un negro
brillante por lo que me di cuenta que tales espacios estaban
constituidos por una textura distinta al espacio propiamente
sideral. Supuse que entre tales espacios no habría la
posibilidad de que hubiera absolutamente nada pues como
tal era un relleno de algo. Como cuando un vaso lleno de
gelatina no se le puede introducir agua por estar lleno de
tal sustancia que no acepta ninguno otro más elemento.
Pero tal relleno debía ser flexible para permitir que los
universos puedan luego expandirse.
Pude ver que entre un universo y el otro había distancias
que eran calculadas con complejas operaciones
matemáticas debido a las enormes distancias que tenían
entre sí.
Me hice varias preguntas a lo largo de aquel día, como qué
tipo de vida habría en aquellos universos paralelos. Como si
no fuera suficiente con preguntarse qué tipo de vida hay en
otro planeta que está en nuestra propia galaxia.
Más tarde vine a saber gracias a un instructor de la colonia
que en las bibliotecas espirituales están registrados todos
aquellos aspectos de nuestras vidas y los grandes misterios
del universo. Por ejemplo, en determinados libros estaban
los registros de todas nuestras reencarnaciones con todos
los detalles más precisos.
Otros libros sin embargo tenían la información sobre mucho
de los aspectos de la venida de Jesús de Nazaret al planeta
Tierra.
Sobre tal cuestión pregunté en aquél entonces sobre ciertos
aspectos inquietantes al instructor, porque supuse que
sabría muchos secretos por tener acceso directo a aquellos
maravillosos libros.
Me contó que el maestro Jesús no murió en la cruz sino que

cuando lo crucificaron, pasado un determinado tiempo, bajó
sus constantes vitales al mínimo y quedó en un estado
letárgico hasta que lo llevaron al santo sepulcro. Una vez
dentro del sepulcro, el maestro Jesús salió para aparecerse
a los apóstoles. Cuando hubo finalizado todas las
apariciones que debía realizar desagregó luego su cuerpo
para volver al estado espiritual.
También me contó que no murió a los 33 años sino a los 39
años de edad.
La información que hay en los archivos akáshicos o
bibliotecas espirituales está muy protegida y sólo se puede
divulgar aquella información que está preparada para salir
a la luz y de eso depende que la humanidad esté lo
suficientemente despierta para recibir tales secretos.
***
La charla a la que asistimos aquél día fue muy instructiva.
No sólo permanecimos en un recinto escuchando al orador
sobre las leyes del Creador(8) sino que nosotros como
pacientes tuvimos que pasar por recintos del mismo
hospital para ver e instruirnos sobre otros pacientes que
estaban en peores condiciones que las nuestras.
Tales pacientes estaban acostados en largas filas de camas.
Provenían de diversos países de Latinoamérica además de
España. Los enfermeros colocaban a los pacientes
cuidadosamente en las camas una vez que éstos eran
rescatados por los guardianes de la misericordiosa colonia
espiritual. Muchos de ellos provenían de los Valles
Tenebrosos. Otros venían de hospitales terrenales, que
habiendo acabado de desencarnar y que por diversas
circunstancias no tuvieron la necesidad de pasar por los
Valles Tenebrosos una vez que dejaron el envoltorio carnal.
(8)Ver el libro “La Tercera Revelación de la ley de Dios” por el autor Luciano
de la Torre para saber más acerca de las leyes de Dios. El libro podrán
descargarlo gratis de Internet.
Recorrimos lentamente las filas de camas observando a

cada uno de los pacientes que estaban acostados mientras
que el instructor explicaba a todo el grupo las
circunstancias generales de aquellos desdichados pacientes.
Observé con cierto horror que sufrían de terribles
pesadillas. Se sobresaltaban sin que a pesar de ello
consiguieran despertar. Apenas emitían gemidos que
delataban el sufrimiento al que estaban siendo sometidos.
La mayoría de aquellos pacientes habían sido violadores,
asesinos y suicidas. Otros habían acudido a prácticas
despiadadas como el descuartizamiento de personas por
pura diversión y que luego habían muerto por causas
naturales en las cárceles a las que habían sido confinados
por la justicia terrenal.
Estaban en un exhaustivo tratamiento que requería de
mucha dedicación por parte del experto equipo médico para
poder salir de tan lamentable circunstancias. Luego serían
llevados a una nueva reencarnación para expiar aquellas
faltas que cometieron por causa de las aberrantes aficiones
a las que se entregaron. Todos y cada uno de ellos serán
victimas de su propio invento. Es decir, si fueron violadores
deberán pasar por una reencarnación en la que tendrán que

ser víctimas de una violación. De esa forma ajustarán sus
cuentas karmicas a las leyes divinas. La víctima remide
karma mientras que el verdugo, por el contrario, se lo
acarrea. Tal es la Ley. Nadie puede burlarla ni modificarla.
Y bien si se cree o no en ella todos estamos
irremediablemente sujetos a la misma.
Una vez finalizada las clases de aquél día fui advertido
por el personal de educación que debía asistir a una charla
personal con el ministerio de reencarnación.
Fui al pabellón de reencarnación y por fin después de tanto
tiempo me revelaron cómo sería mi próxima existencia en
la Tierra. Después de que el comité karmico estudiara mi
caso determinó que debía ser el padre de la esposa a la que
le quité la vida para cuidarla y atenderla, entonces de esa
forma repararía el daño que cometí con ella.
Al haber un fuerte impacto en mi periespiritu por el disparo
que me realicé en el paladar nacería entonces con el labio
leporino y el paladar partido.
No todos corren con la misma suerte después de haber
cometido un asesinato y de haberse suicidado, y no es que
haya arbitrariedad en las decisiones del comité karmico
sino que ellos basan las decisiones en los acontecimientos y
en las circunstancias dependiendo de cómo y por qué han
sido movidos o ejecutados.
Conocí casos de asesinos que debían expiar sus faltas en
una próxima reencarnación siendo asesinados. Y muchos
otros casos de suicidas que debían reparar tal falta
reencarnando en personas con graves discapacidades
físicas y mentales.
Después de haber sido informado sobre mi próxima
reencarnación fui llamado por el personal del departamento
de comunicación para que asistiera a una peculiar visita
que movería todas las fibras de mi cuerpo. Mi esposa!!
Salí del pabellón de reencarnación con el corazón

encogido hacia la sala de visitas por un pasillo largo y
ancho que conducía a diferentes departamentos. Busqué
con ansiedad la sala de visitas en la que me esperaba mi
esposa. No sabía cómo me iba a recibir!! Me habría
perdonado? Me preocupaba en gran medida tal
incertidumbre porque de eso dependía mucho qué tan difícil
sería nuestra relación de padre e hija en la próxima
reencarnación.
Finalmente llegué a la sala de visitas, la puerta estaba
cerrada y posé, nervioso, mis dedos en ella. La puerta se
abrió bajo la presión de mi mano y miré con cierta
aprensión y curiosidad dentro de aquél recinto. Mi esposa
estaba de pie en una esquina de la sala esperándome. La
miré con temor de ser rechazado. Ella me observó con
detenimiento y me dijo…
Continuará…
RECOMENDAMOS LEER:
“LA TERCERA REVELACIÓN DE LA LEY DE DIOS”

POR
LUCIANO DE LA TORRE
Descargar gratis esta obra en la siguiente página web:

www.eldespertardelaconsciencia.jimdo.com
“ENTENDIENDO A DIOS”
POR
LUCIANO DE LA TORRE
Descargar gratis esta obra en la siguiente página web: www.lucianodelatorre.jimdo.com

“EN LOS DOMINIOS DEL PARAÍSO”
POR
LUCIANO DE LA TORRE
Descargar gratis esta obra en la siguiente página web: www.lucianodelatorre.jimdo.com

Atrapado en El Umbral Por Luciano de La Torre

Cargado por

Información del documento

Título original

Derechos de autor

Formatos disponibles

Compartir este documento

Compartir o incrustar documentos

Opciones para compartir

¿Le pareció útil este documento?

¿Este contenido es inapropiado?

Copyright:

Formatos disponibles

Atrapado en El Umbral Por Luciano de La Torre

Cargado por

Copyright:

Formatos disponibles

ATRAPADO EN EL UMBRAL

Querido lector no olvide dejar un comentario al finalizar la lectura de este

Agradecemos sinceramente el que haya descargado de forma gratuita este

Sugerencias o reclamos pueden hacerlos en el correo: doctrinaespiritista@hotmail.com

Advertencia: la imagen de la portada de este libro no tiene Copyright. Por lo tanto

Este libro no podrá ser plajeado con la intención de hacerlo lucrativo.

© LUCIANO DE LA TORRE, 2018

Portada: imagen de libre uso, libre de derechos de autor.

Número de registro de derechos de autores: 10-702-335

A todas aquellas personas que

Querido lector es importante tener en cuenta que una

Esta obra no tiene en absoluto finalidad comercial.

Quedaré eternamente agradecido a una entidad espiritual

A este habitante espiritual lo llamaremos Federico

Al igual como en otras obras que hemos publicado,

Esta obra está escrita basándose en los testimonios del

(1)Ver el libro “La Tercera Revelación de la ley de Dios”; página número

Justo el día de la celebración de la independencia

Relataré lo sucedido con mucho dolor y vergüenza.

Eran las nueve de la noche y estaba en el salón de mi

al salón, me miró sorprendida. Luego se sentó en el

Quería intimar con ella para despejar mi mente y

Tuve que esmerarme para que no notara el malestar

Ambos nos dirigimos hacia la habitación, y cuando la

Me dirigí tambaleándome y con los ojos desencajados

Una vez que hube disparado me vi fuera de mi

Miré hacia arriba, y el cielo, si es que allí existía, estaba

Ni siquiera podía dormir un sólo instante porque el

Pasaba todo el tiempo caminando y buscaba algún

Todos los que van a parar temporalmente a tal lugar, son

El Valle Tenebroso, el cual describo, está exactamente

En los callejones lodosos donde se alineaban las

Nunca se sabía cuándo era de día o cuándo era de noche

Cogí un tronco seco que estaba cerca del agujero y lo

En el interior de la casa había un matrimonio de

La conversación del matrimonio se desarrollaba sobre

Supe enseguida que el mal olor provenía de mí, pues yo

Muchos habitaban sus antiguos y respectivos hogares por

Me dirigí hacia lo que parecía una pequeña discoteca. Al

Cuando el joven empleado trajo con prisa la fina copa de

-Bebe, debes continuar bebiendo, porque yo quiero beber.

El señor, de mediana edad, no escuchó nada. Quedó

-¡¡Debes beber más!! ¡¡Bebe más!! –insistía.

Cuando tenía la copa rozando los labios, el sagaz espíritu

Ambos se integraron en un extraño acontecimiento de

El señor de mediana edad absorbía al desencarnado, como

Cuando el señor de mediana edad terminó de tomar la copa

Salí de aquel lugar con la sensación de que fuera a

de fallecer. Algunos desencarnados, estaban sentados

Empecé a sentir un terrible dolor de cabeza debido al

Caminé por un pasillo estrecho flanqueado por cuatro

Me acerqué y entré. Vi a dos guías espirituales vestidos

-Pero me siento muy enfermo, necesito ayuda. Por favor

Uno de ellos se acercó a mí y me dijo con voz paternal

Cuando el guía espiritual terminó de proyectar aquella luz

-La perdemos!!! La perdemos!!! –decía un médico con tono

Al rato uno de los médicos al ver que la operación

Al cabo de unos minutos pude ver el espíritu de la joven

-¡Vamos Ana! ¡El proceso de desligamiento de los lazos

La pobre joven estaba dominada por un terrible miedo.

-¡Ana! ¡Ana! Mi amor, es hora de irnos. Abandona ese traje

La joven muchacha seguía con los ojos cerrados gimiendo

Al rato llegó una entidad espiritual de mucha luz y se