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ESTACIONES

SOLSTICIO DE EMOCIONES

La Historia de Julián

Autores: Rolón - de Llanes


CONTRATAPA

Para Julián ser homosexual no es nada fácil, con un padre alcohólico que no lo acepta y
una madre que falleció cuando él tenía tan solo 17 años, su 17fríodeinvierno, como él la llama;
y además su hermano mayor que se fue de casa a los 20 años.
En un momento crucial de su vida, Julián decide escaparse a Buenos Aires a probar suerte
con lo único que llevaba encima: su mochila de batalla.
En medio de la gran ciudad metropolitana conoce a Hernán quién le brindará toda su ayuda
y apoyo. Los sentimientos de Julián comenzarán a salir a flote de a poco y su vida dará grandes
giros. Por otro lado, Hernán es el ángel que todos deseamos tener a nuestro lado para siempre y
por siempre.

Estaciones, es una historia juvenil cargada de emociones y de cómo, poco a poco, se puede
salir adelante sin perder hasta la última pizca de esperanza. Todo pasa y esto también pasará.

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A ese ser humano que fue un extraño,
que estableciendo lazos sociales
se convirtió en un amigo y
con el tiempo, lo llamé hermano.
A ese ser humano que se hace llamar
El Lord.
El Lord de la amistad.
Lord de Llanes.

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A toda mi familia,
luchadora de sueños
y superadora de dolores.

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PRIMERA PARTE
Autumnus - La caída

“Cuando el cariño de las personas que más amas y ellas son nuestro verano;
se debilita, se marchita y cae…
de la misma forma sucede con las hojas de los árboles en otoño…
esa caída estacional puede ser muy dolorosa”

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Capítulo I
Ascenso de Aire Inestable

Recuerdo ese día con lujos y detalles, la noche del 24 de enero de 2020 a las 22:25 hs para
ser más exactos, íbamos con mi viejo en el auto por autopista para hacer más rápido y obviamente
no pasar por los pueblos que son muy aburridos. Shakira sonaba de fondo, aunque pensaba que
lo ideal hubiese sido algo como Coldplay, no sé, algo bien Power.
Mientras la melodía corría mi padre me preguntaba:
-¿Qué fue lo qué pasó con Francisco? Simplemente hice silencio mirando hacia la ruta.
-¿Me podés decir qué fue lo qué pasó con Francisco? - Volvió a preguntar, era demasiado
insistente.
-¡No pasó nada! Respondí un poco inseguro, sin quitar la vista de las luces que se veían a
lo lejos; en realidad las había tomado como punto fijo para no mirarlo mientras él conducía. A
mi mente volvía una y otra vez la misma escena, la misma imagen, recordaba “el beso”, ese
primer beso.
-¿Cómo que no pasó nada?... ¿Te crees que no los vi?... ¡dos vagos besándose! -mi padre
sonaba un poco irritado o quizás molesto por lo que le había tocado ver; yo solo me llamé al
silencio, ¿qué le iba a explicar? No había nada que decir.
¿Por qué tenía que rendir cuenta sobre un sentimiento? ¿Un momento, un instante? Me
sentía bien a causa de ese beso y mal por tener que justificarlo... ¿Cuál era la necesidad?
-A ver Julián… ¡Decime la verdad! ¡Decime la verdad!
Con una mano apretaba el volante y con la otra golpeaba su pierna derecha apretando el
acelerador, de reojo vi el velocímetro a 140 km/h, estaba pasando el límite permitido y su estado
me estaba empezando a dar un poco de miedo.
-¿Decirte que papá? -La formalidad y el respeto, ante todo, para no empeorar la situación,
aunque por dentro se me retorcía el estómago del susto. Él aceleraba el Duna y se acercaba tan
rápido hacia otro auto, aunque fuésemos siempre en la misma dirección.
-¡QUE SOS PUTO! ¡QUE SOS PUTO, JULIÁN! -De su boca salieron esas palabras, él no
tenía filtros, nunca había sido suave al momento de tratar ciertos temas que para su edad eran
tabúes.
Sólo respiré profundo, no había tiempo para responder y dar explicación alguna; nos
acercamos por demás al vehículo y dio un volantazo haciéndonos salir de carril. Todo fue muy
rápido y confuso, solo escuché muchos sonidos, aunque ya no sentía nada, ni siquiera el dolor

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que mi padre me había causado antes de que el auto empezara a dar volteretas en la autopista
dejándonos en medio de la banquina derecha.
Después de un rato todo se calmó, solo se oían grillos y alguna que otra rana a lo lejos. Mi
celular tenía la pantalla partida, solo pude divisar la hora y marcó las 23:15 hs.
Con tan solo 25 años, mi cuerpo me decía basta, hasta acá llegaste, bandera blanca, te
vencieron, no vas a poder… Respiré y cerré los ojos.

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Capítulo II
Convección

Desperté en el hospital, enseguida me di cuenta de todo lo que había a mi alrededor, un


suero que goteaba poco a poco dentro de mi vaya a saber que medicamento, el pitar de la máquina
que marcaba el pulso, una cama bastante ordenada con sábanas blancas y ese olor característico
de sanatorio, un aroma séptico de desinfección como cualquier clínica y voces de fondo que
llegaban a través de la puerta arrimada de mi habitación en penumbras.
Apenas abrí mis ojos, en ese primer instante, me sentí golpeado y muy adolorido, de la
misma forma en que la vida me abofeteó cuando me arrebató a mi madre de mis brazos, mi
17fríodeinvierno. Un dolor como de mil escombros aplastándome no solo el pecho sino todo el
cuerpo, microsegundos me llevó recordar, era de no creerlo.
Luego sentí más dolor, aunque no de manera física, me dolía todo el cuerpo desde la cabeza
hasta las puntas de los pies, me encontraba aturdido con un zumbido molesto en mis oídos, la
tablilla en mi antebrazo que sostenía la aguja de canalización pegada con una cinta como de tela
y por si fuera poco la única mosca, que vaya a saber por dónde entró, revoloteaba en mi nariz,
que bichos de mierda.
Y por último… la soledad, no había nadie y siempre fue así, distinto hubiese sido si mi
madre estuviese viva hasta que escuché el chirrido de las bisagras de la puerta de la habitación
abriéndose suavemente. En la entrada se presentó una señora de unos 50 años aproximadamente
vestida con chaquetilla blanca, con una carpeta entre sus brazos y encima de ella una bandejita
de acero inoxidable con elementos típicos de las enfermeras. Me saludó muy cordialmente y
sonrió. Me sentí acompañado y mi soledad desapareció en aquel instante.
-¡Hola! ¿cómo te sentís? -me trataba muy suavemente y su voz era de un tono tan dulce y
cálido que, aunque me insultara, sería tierno.
-Bien, tengo mucho frío y me duele el pecho -respondí… me callé en ese instante, no
necesitaba que una extraña indagara en mi vida, por más dulce y tierna que sea, por el solo hecho
de seguir diciendo que ese dolor, el gran dolor, provenía de aquel 17fríodeinvierno.
-Entiendo que te duelan varias partes, pero ya sabes, todo es temporal, circunstancial.
¿Sabes qué? Mientras hago tus chequeos de rutina y te coloco este antibiótico en el suero, me
gustaría poder contarte una pequeña historia… ¿Querés?
Yo solo miraba sus tiernos ojos, quizás ella se había dado cuenta de mi gran soledad, mi
vacío y esa pena que me carcomía el alma, pero mi mirada decía “Sí, no te vayas, necesito
compañía, una mano que estrechar…”

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-La historia se llama “Esto también pasará”.

“Cuenta la leyenda, que un rey pidió a los sabios de su corte un anillo


especial: –Quiero que fabriquéis un anillo precioso y para ocultar en él un
mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación. Ese mensaje
ha de ser muy breve para poder inscribirlo.
Aquellos eruditos habían escrito grandes tratados, pero no sabían
cómo darle un mensaje de dos o tres palabras que pudiera ayudar al rey en
esos momentos en los que consideraba que esa ayuda podría marcar la
diferencia.
El monarca tenía un anciano sirviente, que le dijo: –No soy un sabio,
ni un erudito, pero conozco el mensaje que buscas, porque lo compartió
conmigo un sabio hace tiempo-. El anciano escribió tres palabras en un
pequeño papel, lo dobló y se lo entregó al rey con la advertencia: “No lo
leas, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo solo cuando sientas que todo
ha fracasado y no encuentres salida a tu situación”.
Cuando hayas fracasado, esto también pasará. El momento llegó
cuando el país fue invadido y el rey tuvo que huir a caballo para salvar la
vida mientras sus enemigos le perseguían. Llegó a un lugar donde el camino
se acababa al borde de un precipicio. Y entonces se acordó del anillo. Lo
abrió, sacó el papel y allí encontró el siguiente mensaje: “Esto también
pasará”. Mientras leía aquella frase, los enemigos que le perseguían se
perdieron en el bosque al errar el camino, y pronto dejó de oír el trote de
los caballos.
Tras aquel sobresalto, el rey logró reunir a su ejército y reconquistar
el reino. Cuando estés de celebración: esto también pasará. En la capital
hubo una gran celebración que se prolongó durante varios días.
El monarca quiso compartir la alegría con el anciano, a quien
agradeció aquella providencial perla de sabiduría. Le contó cómo aquellas
palabras le habían ayudado a no descubrir su posición o a no tirarse por
aquel precipicio cuando todo parecía perdido.
El anciano, mientras sonreía porque entendía la alegría del rey, le
pidió: –Ahora vuelve a mirar el mensaje. Al ver la cara de sorpresa del rey,
que le costó ver la idoneidad de aquel momento para aquel mensaje,

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explicó: “No es solo para situaciones desesperadas, sino también para las
placenteras. No es solo para cuando estás derrotado, también sirve cuando
te sientes victorioso. No es solo para cuando eres el último, también para
cuando eres el primero”.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “Esto también pasará”.
Entonces, y solo entonces, comprendió la profundidad de aquellas palabras.
–Recuerda que todo lo circunstancial pasa, ya sea porque se queda atrás o
porque te habitúas –le recordó el viejo sirviente–. Solo quedas tú, que
permaneces por siempre. Solo queda el cambio.1”.

Cuando terminó el relato, me sonrió, acarició mi frente como quien acomoda el flequillo y
salió de la habitación. Me quedé muy pensativo, muy reflexivo y hasta llegué a tener una gran
duda sobre las enfermeras… si todo lo que hacen es por vocación o tienen alguna asignatura en
su carrera que les enseñé a ser mejores personas, seres cálidos; solo pensaba.
Pasaron unas horas y entendí todo.
El momento de mi madre… pasó.
El accidente… también pasó.
Pero el enojo de mi padre… eso sí que estaba en una gran duda. ¿Pasará?
Además, estaba Francisco… no podía dejar de pensarlo y no sé si lo que sentía por él
también, de alguna manera… ¿iba a pasar con el tiempo?
Me sentía cansado, no sé si era la medicación, pero los párpados se me cerraban y el sueño
me invadía. Sin darme cuenta de la hora me quedé dormido.

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Autor/a: Anónimo.

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Capítulo III
Madurez

Luego de varios días en aquel hospital que, por cierto, me hicieron rememorar varios
sucesos que habían tocado mi vida y me habían herido, lastimado; después de todo lo aprendido
sobre el dolor firmé mi alta médico para poder irme de esa extraña habitación. Aunque ya le
había agarrado cariño, necesitaba irme a casa, respirar otro aire… realmente no sé si es lo que
quería o necesitaba. No había visto a papá desde aquel último grito de mi verdad.
Me pare encima del cordón de la vereda de una avenida atestada por el tráfico, supuse que
el motivo principal era que muchas personas asistían al médico de guardia o a la sala de
emergencias.
Levanté mi mano para poder hacerle seña a un taxi que me ignoró y siguió su curso. En la
mochila, todavía llena de tierra y pedacitos de vidrios; en varios lugares rasgada, busqué mis
auriculares, los enchufé al celular o lo que quedaba de él y puse un poco de música para aliviar
mis pensamientos y el dolor.
Pasaron algunos minutos y aunque varios taxis me ignoraron solo uno con mucha
amabilidad o quizás un poco de empatía se detuvo; el chofer se dio cuenta de mi condición y se
apiadó ya que con el dolor que tenía en la pierna derecha no podía dar un paso más para irme a
casa caminando. Cuando me subí saludé al señor muy cortésmente y solo le dije el nombre de la
calle y la altura a la que quería ir. El taxista, un hombre de unos 60 y tantos años, bigotes anchos
y cejas pobladas simplemente asintió. No emití sonido alguno más que el de mi respiración.
Llegando a casa, el vehículo se detuvo en la entrada, pague y agradecí por la amabilidad
de su trabajo, su cortesía y su silencio; cabe aclarar que los taxistas suelen ser muy charlatanes
y, además, preguntan de todo, pero en cambio este señor no lo hizo, solamente comentó algo
sobre el clima a lo que no respondí nada en absoluto y se quedó con la palabra en la boca…
quizás hubiese sido ameno el viaje si hubiese hablado de algo, pero simplemente no tuve ganas.
Afuera el sol estaba espléndido, pero dentro de mi pecho había un atisbo de frío y nubes, se
escuchaban sonidos de tormenta; el taxista quizás escuchó eso y él mismo se llamó al silencio
por respeto.
Baje del móvil, cerré la puerta y se fue; me quedé parado mirando a la nada por unos
segundos, tomé una bocanada de aire fresco antes de entrar a casa imaginando que mi
17fríodeinvierno estuviese allí esperándome con el mate y su bizcochuelo casero de color
amarillo, ella los hacía con huevos de gallinas que criábamos en el patio, de solo pensar el olor
a vainilla recién salida del horno me hacía erizar la piel… pero solo es otro recuerdo que también

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pasó y pasó y pasó ¡la puta madre como amé a esa enfermera y su leyenda!; juro que si la vuelvo
a ver la abrazo tan fuerte que me dolerían hasta los bíceps… quizás debería volver, uno nunca
sabe.
Entrar en casa era lo que seguía y aunque no fue instantáneo quería que pasara. Cerré la
puerta tan suave como si hubiese alguien durmiendo y bajé mi mochila de batalla. Recorrí el
pequeño hogar con tantas añoranzas… y como siempre, el hombre que me generaba los inviernos
en el alma, estaba allí sentado, con los ojos cerrados pegándose una linda siesta ¡sabrá Dios
soñando que! Sobre la mesa había una botella de vino vacía acompañada del vaso; además estaba
marcado el recorrido que debe haber hecho, las estaciones por las que paraba y los accidentes
que tuvo, parece que le costó bastante llenarse el último, había bastante vino derramado en la
mesa haciendo un caminito hacia el borde y goteando de a poco lo que quedaba de él lo delataba.
En el ambiente rondaba un aroma dulzón y picante, sabía bien que el vino no era de clase, aunque
eso no le importaba, solo se dejaba llevar por el momento y quizás en su delirium tremens y a
tientas lograba servirse vaya a saber qué.
Me fui directo hasta mi habitación, quería hacer el menor ruido posible, en eso soy bastante
precavido. Estaba fría, deshabitada, apagada. Lo primero que hice fue llegar hacia mi mesa de
luz y busqué a tientas mi riñonera que utilizo como tabaquera. Saqué una seda y me armé un
cigarro, abrí la ventana para sentarme en el borde y poder fumar, no me importaba el dolor, solo
quería mancharme los dedos de nicotina y opacar el miedo, el dolor y la soledad.
Al terminarlo me quedé un rato mirando a la nada escuchando el trinar de los pájaros,
disfrutando del aire que me pegaba en la cara, del instante, del momento… pero después de unos
quince minutos unos pasos se acercaron a mi puerta. Me quedé ahí expectante, momento seguido
se abre y alguien entra. Era mi padre.
-Llegaste… ¿Qué haces ahí? -Me lo dijo, aunque no fue de la manera más clara, era obvio
que todavía estaba borracho, su aliento etílico me llegó hasta la ventana, era tan repulsivo que
apestaba.
-Nada… recién llego, por si no lo sabías estuve en el hospital internado por ¡NUESTRO
ACCIDENTE! -Alce mi tono de voz para recordarle que habíamos estado juntos en el momento
del choque y tan separados en la recuperación. Me miró y no se sorprendió, ni se inmutó, parecía
un ente que solo largaba palabras sin pensar el contenido del mensaje.
-¿Cómo estás? -Le pregunté, es mi padre y por más que pasaran estas cosas realmente me
preocupé, aunque no me importaba como estaba por dentro, sino cómo se encontraba físicamente
después de semejante volteretas que dimos con el auto.

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-Bien, solo tuve unos raspones. -Solo me respondió algo sin sentido. Lo miré y no dije nada
más, el silencio era sepulcral y bastante incómodo.
-JULIÁN ¿SOS PUTO? -me volvió a preguntar y la historia volvía a repetirse.
-SI, SOY PUTO, MARICÓN, TROLO… COMO QUIERAS LLAMARLO -Le dije con el
mismo tono que él había utilizado y con el mismo énfasis que tanto quería oír, pero realmente no
sé si entendió mis eufemismos.
Sólo hizo dos pasos y me agarró de la campera, dos segundos después sentía como su mano,
la que alguna vez me empujó la bicicleta para que aprendiera andar, impactaba sobre mi cuerpo
adolorido.
-¡YOOOO TE VOOOY A ENSSSSEÑARRRRR AAA SERRR UN MACCCHHHO
DEEE VERDA, VASSSS A APRENDERRRRR LO QUE ESSSS SERRR UN HOMBBBRE
HECHHHHO Y DEREEEECHOOOO! -Su estado no le permitía hilar una oración, así que no
sabía si me estaba gritando o balbuceando. Me escapé de sus dedos gigantes como pude y fui
hasta la puerta de entrada, busqué mi mochila de batalla, la de siempre, y salí corriendo de ese
infierno; una locura… Estaba viviendo una locura y dando un portazo que casi me agarro los
dedos, sentía como poco a poco todo ese dolor corporal se me vino al pecho en cuestión de
segundos.
Corrí como pude sin dirección, no tenía sentido de la orientación y hasta me había olvidado
el nombre de las calles, ni siquiera recordaba donde vivía Francisco, solo sé que hui.
Me detuve a respirar un poco y a recuperar el sentido. Cuando me di cuenta que estaba
cerca de la terminal de ómnibus, busqué mi flaca billetera en la mochila de batalla, por suerte me
había sobrado algo de plata (no llevaba mucha), simplemente unos pocos ahorros que logré
agarrar en esa escapada era lo que tenía, a parte los analgésicos terminaron de sacarme hasta el
último peso.
Compré un pasaje y me dirigí hacia afuera, me apoye contra una pared en un rincón a
observar si había algún fumador que me regale un cigarrillo, la ansiedad y los nervios hacían el
dolor aún más intenso. La espera se me hizo eterna, miedos, dudas, incertidumbre… digan cómo
le digan y el viajar a esa ciudad monstruosa era el plan que tenía para comenzar una nueva vida,
un nuevo rumbo… nuevas decisiones.

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SEGUNDA PARTE
Hibernus - Adormecimiento

“Muchas veces el frío de las personas y aún las más cercanas,


nos lastiman de tal forma que ya no volvemos a ser los mismos.
Pero a veces necesitamos de ese frío…
simplemente para crecer”.

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Capítulo IV
Disipación

-¡ESTACIÓN DE RETIRO, ÚLTIMA PARADA!- dijo el chofer por los altavoces del
micro.
Me desperté sobresaltado, no sabía la hora que era y afuera estaba cayendo el sol. Llegué
a la ciudad monstruosa, la famosa Buenos aires, la gran ciudad metropolitana de Argentina…
ciudad de tantas cosas, tanto buenas como malas. Bien se sabe que “las ciudades grandes y
monstruosas pueden arrastrarte al paraíso o al mismo infierno”, pero eso ya es una cuestión de
gustos y decisiones propias.
Bajé del micro y ahí me encontraba parado en la plataforma 35 sin rumbo alguno,
mirando para todos lados, con mi mochila agarrada bien fuerte sobre mi pecho, lo único que
faltaría es que me robasen lo poco que traía. Me mandé a buscar la salida de aquel loquero
atestado de gente por todos lados. El partido de Retiro se caracteriza por tener a muchos
indigentes durmiendo y vendiendo cualquier chuchería que le den la moneda del día, pero si te
descuidas te sacan hasta el aliento; ver muchos niños pidiendo, todos sucios y raídos, me partió
el alma… pero yo ya venía con mi alma rota como para hacerme de un problema ajeno, un
problema social cuyo responsable es el Estado… sin palabras.
Me paré sobre la cinta mecánica que lleva hacia la entrada, y como era de esperar estaba
rota, así que caminé a la salida. Las calles eran enormes, no había un punto final, muy transitadas
para mi gusto y las veredas repletas, gente de todas las clases sociales iban y venía, te empujaban
si era necesario, debido al horario de cierre de los comercios, como dice el dicho: en Buenos
Aires sobrevive el más fuerte; es como si viviera un momento de la historia de Darwin, la famosa
Selección Natural.
No recuerdo cuantas cuadras caminé, pero calculo que fueron unas cinco hasta llegar a
la entrada del Subte, el cartel citaba: Línea C - Estación Retiro. Bajé por la escalera hasta el
andén que decía: “de Retiro a Constitución”; estaba muy asustado, pero debía llegar a algún lado
y salir de esa zona lleno de caras bastante raras, no soy quién para juzgar, pero en un lugar así
uno es presa fácil para los robos y golpizas, a lo lejos se me podía ver la cara como de campesino
perdido en semejante urbe. Compré el boleto, pasé el molinete y entré al Subte, ¿cuál era mi
destino? ni yo lo sabía. ¿Constitución? Quizás me baje antes… no sé.
Allí no se puede preguntar demasiado, la gente no responde, salvo alguna alma caritativa
en el momento, pero no me tocó ninguna. Cuando el altavoz anunció: “Diagonal Norte”, me bajé

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y empecé a buscar alguna forma para salir de aquel laberinto porque si agarrás mal uno de los
pasillos terminas en vaya a saber cuál andén.
Al fin encontré la escalera que me llevó a la superficie de la tremenda ciudad
metropolitana y para mi asombro ahí estaba el Obelisco, impoluto, majestuoso. Cuando el
semáforo de peatones dio luz blanca cruce hasta la plaza que se sitúa paralela a la Avenida 9 de
Julio, me senté a observar. La gente, acostumbrada al alboroto, iba y venía en masa. Extrañaba
los mates y un buen cigarro, tampoco tenía el dinero suficiente para satisfacer eso, solo las básicas
como comer algún pancho barato de algún carribar.
Pasaron algunas horas y estaba analizando que iba a hacer cuando el sol cayera…
cuando realmente fuese de noche… no es bueno estar solo y más en ese punto de semejante
monstruo.
El sol se ocultó y seguía ahí sentado, no encontraba una solución, donde dormir o
simplemente darme una buena ducha. En un momento se acercó un chico de unos 28 años, medio
flacucho, colorado con anteojos de marco negro. Estaba vestido con ropa deportiva como si
hubiese salido a correr, pero su olor a comida me pegó de frente. Se paró frente mío y me dijo:
-Tantas horas y no te has ido a ningún lado… ¿Todo bien? -preguntó.
-Sí, todo bien. -Le respondí, aunque realmente mentí, sentía ese perigeo de familia, de
casa, mates, bizcochuelo, de mi sol.
-¿Sos de acá?- me preguntó con su acento muy particular, bien característico de los
bonaerenses.
-No, me vine a probar suerte. -Le dije.
-Me di cuenta porque nosotros, “los porteños” como ustedes dicen, no tenemos tiempo
que perder, no caminamos, corremos todo el tiempo de un lado a otro y vos estuviste demasiadas
horas quieto acá, como una estatua que respira… -y largando una suave carcajada me dijo -me
hiciste acordar a esas personas que se gana el pan de cada día con su show en la peatonal de
Florida, poniendo plata y se mueven con el sonido de alguna moneda. -¿Cómo supo el tiempo
que llevaba allí? ¿quién era?
-¿Vivís cerca? -Me preguntó.
-No, ni siquiera tengo en donde dormir. -Le respondí y sonreí.
-¿Cómo vas a hacer esta noche? ¿Estás bien?... tu mochila parece que no. -Me pregunto
en el momento que la señalaba.
-Si estoy bien ¿la mochila? ¡Ah! son solo marcas del pasado. -Respondí.

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-¿Querés venir a casa por unos mates? ¿o me esperas a que busque el equipo y nos
quedamos sentados hasta que amanezca? Te digo que la segunda opción es medio complicada y
más en esta ciudad.
-Si no te molesta vamos, realmente necesito que me prestes el baño. -Respondí pensando
dónde me metía, si al paraíso o al mismo infierno, mi cabeza me estaba jugando una mala pasada
y no paraba de carburar.
-Dale, genial y de paso me saco este olor a papas fritas que traigo por el trabajo.
Puso sus manos en los bolsillos de su campera deportiva y empezó a caminar. Lo seguí
pegado a su lado, porque sinceramente no tenía idea en donde estaba y él fue la única persona
que se apiadó de mi situación. Por dentro me venían miles de preguntas… ¿Quién sos? ¿Por qué
me ayudas? ¿Qué tan mal me veo? ¿De verdad parecía un vagabundo o un artista callejero?...
¡Dios, si tan solo supiera! ¿Podré confiar en un extraño? Otra no tenía y me aventuré a lo
desconocido, si algo me pasaba iba a ser uno más devorado por esa monstruosa ciudad, otra
víctima de la gran metrópoli.
Llegamos a su departamento que quedaba a unas tres cuadras del Obelisco, para ser más
específico en Corrientes y Maipú. el edificio hacía esquina. Subimos por el ascensor y nos
detuvimos en el 8° piso. Salimos y giramos hacia la derecha hasta el departamento F. Cuando
entramos observé que no era gran cosa, aunque tenía todas las comodidades necesarias y para mí
era un lujo repleto de tranquilidad. Se sacó la campera y se acercó a la estufa para calentarse las
manos; seguro que ahora vienen las baterías de preguntas, estaba muy nervioso y tiritaba, quizás
era el frío o el miedo.
-Bueno… contame… no sé… ¿Cómo te llamas? ¿Qué haces de tu vida? ¿Cuántos años
tenés? ¿Tenés familia? -Perdón, soy muy arrebatado y te llené de preguntas. No te asustes, es que
a veces hablo tanto sin parar que no me doy cuenta… es el trabajo, los gajes del oficio; así que…
perdón… perdón… hablá tranquilo si querés.
-Realmente no sé qué estoy haciendo de mi vida, te soy sincero… -Me crucé de brazos
y mirando un punto fijo en el piso le dije:
-Me llamo Julián Martínez y tengo 25 años -Le respondí. En mi interior, como un
repiqueteo de mil bombos golpeándome el pecho recordaba la voz de mi padre nombrándome
con un grito arrastrado, trajo de nuevo esa tormenta, la misma que había partido mi alma y la
había hecho añicos como el cristal del auto, como el resto de polvo que cargaba mi mochila de
guerra.
-¿Y vos? ¿Cómo te llamas? -Fueron microsegundos cuando le salté con la pregunta.

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Sonrió, como quien hace una mueca hacia un costado y se fue a la cocina. De allá trajo
el mate y nos sentamos en el sillón.
-Me llamo Hernán Cortés. No sientas vergüenza, sentate… no todas las personas en esta
ciudad son malas y oportunistas, ahí tenés el control remoto por si querés ver o escuchar algo,
aguantame unos minutos así puedo ducharme y sacarme este olor que ni yo me lo aguanto. -
Dicho eso, se fue hacia el interior del departamento, habrán pasado unos veinte minutos cuando
volvió y se sentó. Ahora sí, puedo decir, que no tenía olor a papas fritas, pero sí podía reconocer
a km de distancia que usaba el Black XS de Paco Rabanne, amaba ese perfume. Tomó el control
y puso algo de música suave para poder hablar mejor, de fondo sonaba Sam Smith con Fire on
Fire.
El celular marcaba las 23:00 hs y las conversaciones ya no tenían casi sentido, hablamos
un poco de todo, nos reímos un rato y, paso seguido, Hernán se levantó y se dirigió al dormitorio,
me trajo un toallón y un outfit deportista parecido al que tenía.
-Tomá, bañate y ponete ropa cómoda. -Me dijo.
-¿Tengo olor? -le pregunté y largué una pequeña carcajada. Lo tomé porque realmente
necesitaba una buena ducha y estar cómodo. Cuando entré al baño, que de paso lo tenía muy
limpio y pulcro que hasta me daba pena abrir la ducha para ensuciar de nuevo el lugar con mis
restos del viaje, observé cada detalle… toallas y toallones bien doblados, un cesto con la ropa
sucia al lado del bidet, un espejo que hacía esquina en el lavabo y por ende todos sus objetos de
aseo personal como cepillo de dientes, afeitadora, pasta dental, todo en su lugar, me daba un poco
de pudor ser tan observador, tampoco soy de las tías chusmas que meten sus narices para saber
si todavía tenés aquella crema que te compraste hace tres meses. Lo primero que distinguí es que
olía a cítrico, algo obvio, los aromas cítricos fueron creados para ese tipo de ambiente. No demoré
más de 15 minutos en la ducha, pero fueron los mejores y más relajantes 15 minutos de mi vida.
Terminé, limpié y dejé cada cosa en su lugar, colgué el toallón para que se secara en
uno de los ganchos de la pared del baño, salí y fui directo al comedor. Hernán estaba sentado en
la mesa con la Notebook abierta.
-Estaba pensando en que podemos armar un Curriculum, no sé, ¿qué te parece? Así
mañana salís y repartís en algunos locales, mientras tanto, te podés quedar acá hasta que consigas
algún trabajo, simplemente es darte una mano en este nuevo empezar y no es fácil probar suerte
y conseguirla. -No sé si me estaba hablando de verdad o solamente pensaba en voz alta.
No dije nada, solo atiné a quedarme parado. No entendía como un ser extraño, una
persona desconocida, que solamente habían hablado unas tres horas y aún faltaba conocerse más,
podía darlo todo por alguien que ni siquiera sabe que trae dentro de su mochila batallera.

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-Dale, realmente estoy muy agradecido por tu hospitalidad -respondí mientras me
acercaba a la mesa sentándome a su lado. En 10 minutos quedó el Curriculum listo, imprimió un
par y me los dio.
-Guardalo, te van a traer suerte. -Me lo dijo y él se quedó con uno, no sabía si decirle
que se olvidó de dármelo, a lo mejor lo hizo por distraído, no lo sé. Simplemente lo miré y me
callé la boca.
Nos sentamos un rato más en el sillón, se quitó los anteojos y la verdad se veía más
ojeroso de lo normal, pero igual le quedaban muy lindos, se refregó un rato cada ojo, se puso
unas gotitas de colirio y se los volvió a colocar. Me entretuve con una serie, cuando lo miré de
reojo parecía que estaba viendo su propia serie por dentro ¡con los ojos cerrados! Lo sacudí
suavemente y lo desperté con miedo.
-¡HEY! te quedaste dormido… me llevo la ropa cuando pueda te la traigo. -Me iba a
sentir muy culpable si gastaba sus pocas horas de descanso a causa mía.
Sonrió y en medio del bostezo me dijo:
-Si querés te podés quedar a dormir, no tengo mucho lugar y vos no tenés a donde ir. Lo
único es que no tengo otra cama, vamos a tener que dormir juntos… y encogiéndose de hombros
me dijo:
-¿O te molesta compartir la cama? No quiero que lo tomes a mal, por favor.
-Duermo en el sillón. -Le dije
-¡Ni loco! Es super chiquito y por más que seas petiso vas a dormir incómodo.
-¿Por qué te preocupas tanto por los demás? -No me aguanté, debía preguntárselo.
-Simplemente hago lo que en algún momento me gustaría que hicieran por mí si
estuviese en esa situación y lo aplico a todo, es mi filosofía de vida, es más, para tu tranquilidad
y seguridad voy a dormir en el piso, no te preocupes que cuando caigo duermo en cualquier sitio.
-Me respondió.
Nos dirigimos a la cama, aunque no era tan grande, simplemente de dos plazas, había
espacio suficiente como para no pegar nuestros cuerpos. Creo que fue el momento más
vergonzoso de mi vida… acostado en una cama, con un pibe que había conocido hace 4 horas,
le había usado el baño… tantas cosas… Hernán se quedó dormido a los dos minutos. Con la poca
luz que entraba por la ventana pude ver detalladamente su rostro y se me grabó en la retina la
comisura de su boca y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas.
Cerré mis ojos, BASTA DE PENSAR me dije a mi mismo y me forcé a dormir.

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Capítulo V
Conexión

El primer rayo de sol me dio justo en la cara desde la ventana que tenía las cortinas entre
abiertas. Cuando la claridad invadió la habitación, pude verlo mejor. No digo que era perfecto,
aunque había cosas que lo hacían como tal. Él todavía dormía.
Pude observar con detalle cómo era físicamente, porque anoche entre la vergüenza que
tenía me daba un poco de nervios mirarlo constantemente; su pelo crespo colorado, su nariz
respingadita y algunas pecas en torno a ella... Lo que me llamó la atención fue una serie de lunares
en su torso, dibujaban una especie de constelación, si bien estaba durmiendo en bóxer, pude
distinguir que no era tan flacucho como a primera vista me lo había imaginado. No era atlético
cien por ciento, pero tenía bien marcado el abdomen, los pectorales y la espalda. Me quedé quieto
por miedo a que se despertara sobresaltado, así que dejé que el tiempo corriera.
-Buenos días. -Me dijo entre el bostezo.
-Buen día. -Le respondí mirando al techo, no quería que sospechara que lo estuve
observando mientras dormía, yo y mis ideas locas, como si se fuera a dar cuenta de mi
observación tan detallada.
-¿Dormiste bien? -me preguntó.
-Si, de verdad, me hacía falta descansar. -Le respondí.
Nos quedamos haciendo fiaca un rato más mirando a la nada misma y a la vez
quejándonos por volver a la rutina, mejor dicho, él debía volver a su rutina… ¿y yo? bue…
Hernán fue el primero en pegar el salto de la cama. Caminó hasta la cocina y después
entró al baño. Sinceramente despertó mi incertidumbre de su adicción al mate, pero no dije nada.
Salió del baño y volvió a la cocina, parecía una pelota de ping pong, yendo y viniendo al mismo
lado una y otra vez.
Yo demoré un rato más en levantarme, cuando al fin tomé el coraje y en medio de un
suspiro, me puse la misma ropa que me había prestado la noche anterior, entré al baño y en 5
minutos ya estaba listo. Me senté en la silla bastante alejado de la mesa, Hernán apareció con el
termo y el mate, ahí acababa de confirmarme su sana adicción, era uno de los míos.
-¿Querés uno? Sino tengo café, té, leche… aunque voy a quedar debiéndote el jugo de
naranjas exprimido -lo dijo en medio de una risa suspicaz.
-Obvio que sí. -me acomodé más cerca de la mesa para recibir ese bendito mate. Me
cebó uno y se fue de nuevo hasta la cocina. ¡Qué manera de ir a ese lugar… era constante! Trajo
unas galletas y un pedazo de bizcochuelo de vainilla, se sentó y se volvió a levantar.

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¡Qué enérgico que era! ¡Dios mío! Si así arranca el día… con razón a la noche está tan
agotado, me desesperaba que no se tome un tiempito para el desayuno, aunque cada mate que
tomaba lo disfrutaba de una manera celestial, se le notaba en la mirada y pude darme cuenta
como nuestras miradas se conectaron en unos milisegundos, me sonreían sus ojos color miel; yo
me ruboricé y rompí la conexión al instante; no quería quedar como un idiota después de tanta
cordialidad… ¡por favor! ¡trágame tierra!
Él disfrutaba cada uno de sus mates a su manera. En un momento se arrimó a mirar por
la ventana, juro que fue una foto de postal, o una de esas para subir al feed de tus redes, se veía
lindo, debo admitirlo. Miró hacia afuera y comentó sobre algo del clima… dejó el mate sobre la
mesa y se fue a la habitación, a buscar su mochila. A los 5 segundos apareció con ella ya lista,
más que “de batalla” parecía una mochila de moda, por lo linda y elegante que era, dejándola
sobre el sillón.
Se volvió a sentar y continuó con el mate, agarró una masita y se volvió a levantar, algo
le faltaba, se había olvidado de ponerse los lentes que lo hacía más lindo aún. Tomó el control y
prendiendo la tele puso música.
-¿Querés escuchar algo en especial? -me preguntó.
Nos quedamos en silencio, aunque no era absoluto, de fondo se escuchaba el ruido de
la bolsa de galletas, cuando la masticaba y también el rezongo del mate cada vez que se
terminaba.
Nuevamente se levantó y se dirigió hasta la habitación, andaba con el torso desnudo y
un short negro, se vistió con la misma ropa deportiva con el mismo olor a papas que tenía la
noche anterior.
-Me tengo que ir a trabajar, si querés vamos juntos y de paso repartís algunos
currículums y a las 00:00 horas paso por vos, en la plaza de ayer, ¿te parece?
-¡Dale, hacemos así! -Le contesté.
Nos levantamos y salimos en plena esquina Corrientes y Maipú.
Esta vez la urbe no iba a devorarme, al menos me sentía protegido, acompañado.

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Capítulo VI
Encuentro

Si bien estábamos a pocas cuadras del Obelisco, aún era demasiado temprano cuando
llegamos al mismo lugar donde lo conocí.
-Bueno, éxitos en tu trabajo. -Le dije y me alejé sin mirarlo porque tanta amabilidad de
su parte me hizo sentir una pequeña primavera, un destello de calorcito, pero recordé que en mi
interior estaba este maldito invierno, un alma dura y cristalina, sin vida.
-¡Gracias… pero al menos saludame! -Me contestó de forma imperativa.
Me volví en mi propio eje y le pasé la mano, mirando al suelo, como un pequeño perrito
que se acurruca en el suelo para que le hagan mimos. No quería que me viera así, ¿Qué podía
llegar a pensar? Mi cara hervía y sentía como la sangre me latía en las sienes de la vergüenza. Él
me pasó su mano y me aferró fuerte por un instante, mis nervios siempre me jugaban una mala
pasada y mi mano sudaba a cántaros.
-¿Creés que voy a dejar que te vayas así nomás? ¡ni siquiera conoces el barrio, la ciudad,
las calles… y mucho menos tengo tu número de celular!
-¡Tenés razón! si me pierdo no sé ni cómo se llama tu edificio y ni hablar del número
del departamento, pero lo que sí sé es que estamos a tres cuadras del Obelisco… algo es algo -le
dije entre risas. De todas maneras, si llego a perder a Hernán, me tocará vivir otro invierno,
aunque ya sabría cómo enfrentarlo, o eso creo, vivo en el invierno hace años.
Sacó su celular y comencé a dictar mi número. Hernán hizo sonar el mío para poder
agendar su número, al menos aún quedaban los dígitos enteros luego que se me rompiera la
pantalla debido a los giros del accidente. Cuando terminé de agendarlo, me animé y lo miré
directo a sus ojos. ¡Era increíble cómo brillaban! es como si en su interior hubiese una vela
infinita, una llama de empatía o algo así. Estoy convencido que no era el reflejo de sus lentes,
para nada en lo absoluto. Di dos pasos para atrás sin perder la conexión, de no querer mirarlo a
querer hacerlo y romper ese hilo invisible… una línea muy delgada, flexible y quebradiza.
-Espero que esta noche esa mirada venga con un poco más de esperanza. -Me dijo.
-How can you see into my eyes, like open doors? -Le respondí dando media vuelta y
cantando “Bring me to life''. Yo sé que él me seguía viendo, uno se da cuenta cuando alguien
posa sus ojos por un tiempo, era como si un penetrante rayo estuviese tocando mi espalda. Solo
atiné a darme vuelta rápido sin que él sospeche para ver si seguía ahí, y para mi sorpresa, aún
estaba mirándome con su sonrisita suspicaz y una mano levantada.

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Comencé a sentirme un poco turista por esas calles eternas de largas de Buenos Aires,
aunque a su vez me sentía un analizador de oportunidades, observando donde dejar los
currículums que Hernán me había dado.
Pasado el mediodía, los locales empezaban a cerrar y ya me había quedado sin copias
de mi CV para repartir, además me quedé sin la noción de cómo volver, no sabía si estaba en
Avenida de Mayo o en la misma General Paz. Me vi tan entretenido entre la canción, el cruzar
las calles, ver el arte que ofrece la ciudad y ubicar en donde puedo tener la dichosa oportunidad
de un trabajo nuevo que sinceramente me perdí, no sabía cómo volver o que rumbo tomar. Le
pregunté a varias personas por la supuesta plaza que ni yo sabía cómo describirla, pero todos me
preguntaban cuál de todas, en Buenos Aires debe haber unas doscientas plazas al menos. Un
señor muy amable y bien vestido de unos 55 años aproximadamente, si mis cálculos no fallan,
recién salía de alguna oficina, me dijo:
-Mira, Buenos Aires puede ser una gran ciudad, así como de bella también es desastrosa
y caótica… te recomiendo que pases por un local de revistas y te compres la famosa “Guía T” -
lo dijo haciendo con los dedos de ambas manos unas comillas en el aire y continuó:
-Esta Guía, el famoso librito, te va a ayudar a justamente ubicarte en la ciudad, a parte
es re fácil de usar. Qué tengas una linda tarde. -Me saludó muy cortés y se alejó. No tenía tiempo
de comprarla, ni mucho menos contaba con plata encima. Pensé en llamar a Hernán para que me
indicara cómo volver, pero me daba mucha vergüenza interrumpirlo en su trabajo, sólo quedaba
esperar que llamara y me rescatara.
Seguí caminando, dando vueltas por las manzanas para no irme tan lejos y, obviamente,
a la expectativa de que sonara mi teléfono, o lo poco que quedaba de él. El día estaba bellísimo
a pesar del crudo invierno. Qué sensación de mierda.
Después de horas de caminata, encontré una plaza bastante descuidada, me senté en una
especie de banco de piedra lleno de garabatos y grafitis esperando que pase el tiempo, observaba
a la gente correr gritando con el celular; aunque parezca monótono para alguien que vive en un
pueblo es entretenido. Pasaron las horas, no sé cuántas y Hernán llamó.
-¿En dónde estás? No te veo. -Me dijo.
-Ni yo sé en dónde estoy, creo que me perdí. -Le contesté
-¿Por qué no me avisaste antes? ¡Por favor decime que no estás del otro lado de la ciudad
ni que cruzaste el río y tenga que ir a Montevideo a buscarte! -Su voz sonaba con una risa del
otro lado del celular.
-No te avisé antes, porque no quería interrumpirte en tu trabajo. -Lo dije algo
vergonzoso.

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- ¡Julián! No me molesta para nada, pasame la ubicación que ya salgo para allá, lo único
que te pido es que no te muevas de ahí.
-Bueno dale, ahí te la paso. -Corte la llamada y le mande la ubicación por un mensaje
de WhatsApp. Como mi celular estaba roto y la mala racha me venía acechando, justo en ese
momento mi querido aparato decide no funcionar más, se quedó sin batería y se apagó al instante.
Solo queda esperar que la ayuda venga por mí.
Habrán pasado unos 20 minutos y a una cuadra de distancia pude ver su silueta, igual
que ayer con su ropa deportiva, juro que lo imaginaba con el mismo olor, y con su mochila bonita.
-¡Uff! ¡Al fin te encontré! ¿Por qué caminaste tanto? Estamos en la Plaza Vicente López,
al menos decime que te quedaste sin currículums y pudiste repartirlos a todos. -Me gritaba
mientras se acercaba.
-No me quedan más, lo juro, entregué en cada lugar que veía. Por casualidad… ¿Te
queda alguna copia? -Se lo pregunté tratando de sacarle la información de mentira por verdad.
Sólo atinó a sonreír, mientras se acercaba y me abrazó a modo de saludo.
-Vamos a casa, seguro tenés hambre y frío. -Me dijo. En mi cabeza retumbaba
constantemente “al hambre no estoy acostumbrado, pero al frío sí”.
Cuando llegamos repitió la escena de manera automática, se sacó la campera, se acercó
a la estufa a calentarse las manos, aunque esta vez no se fue hasta la cocina, pero sí agarró la
mochila y sacó dos bolsas.
-Mira lo que te compré. -Me lo dijo con una sonrisa de felicidad en la que pude ver sus
hoyuelos bien marcados en sus mejillas. Me dio la bolsa, miré lo que había dentro; otro outfit,
pero esta vez no era deportiva sino de jean y remera.
-¿Y esto? -Le pregunté.
-Es para que tengas tus cosas propias y puedas cambiarte. -Me respondió. Me sentía tan
raro que ni siquiera emití sonido como para agradecerle. ¿Por qué él hacía esto? Luego, sacó otra
bolsa que tenía el mismo olor que su ropa.
-Vamos a la mesa así comemos algo, estoy famélico del hambre.
Fueron dos lomitos completos, fríos… pero no voy a negar que estaban bastante ricos.
Después de cenar, cada uno se duchó y de nuevo a la cama.
-Hasta mañana y tratá de descansar un poco más. -Me dijo.
No le respondí… el invierno estaba ahí de nuevo sobre mí, dentro de mí. Se me quebró
la voz y el nudo en la garganta se desató en un llanto silencioso. Extrañaba todo, en especial mi
17fríodeinvierno, mi antigua vida, mis amigos… y estaba eso otro, su cariño me hacía sentir
extraño.

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Me hacía falta llorar, pero no quería que se diera cuenta. El llorar te limpia, te desahoga,
te libera… Luego de unos 15 minutos, y con la última lágrima silenciosa rodando sobre mí
mejilla, me quedé dormido.

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Capitulo VII
Zona de Promesas

Y así fueron pasando todos los días, el calendario lo demostraba con sus cruces rojas
que le había marcado cada día que me acercaba a la heladera, lo extraño es que todo se había
convertido en rutina, Hernán se iba a trabajar, yo repartía CV, luego lo esperaba en la plaza y nos
volvíamos a su departamento.
Lo que quedaba de mi celular… bueno, nunca sonaba ni sanaba, y no porque no
funcionara con la pantalla partida, sino que, lo poco que me quedaba, ya sea mi familia, mis
amigos o algún pariente lejano, lo hacía sonar; me hubiese gustado escuchar del otro lado un: -
Hola Julián… ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo? -Pero sé y doy fe de ello que no iba a ser así. Era
un perigeo literal… años luz de mi familia, de todo el mundo… pero no de Hernán, sinceramente
ni sé cómo catalogarlo.
Siempre tenía y sentía ese sabor a frustración, de la misma forma en que los ancianos,
la gente del campo, saben y se dan cuenta que una tormenta está por venir. Pasadas unas horas
mi tormenta llegó, la misma de siempre, sinceramente extrañaba demasiado a mi
17fríodeinvierno; en momentos así, era ella quien me abrazaba y me decía que todo iría bien y
tenía razón ¡todo iba bien! Ni siquiera podía estar sobre el lugar donde descansa desde ese día
nefasto; como el “Ángel de la Pena” que el escultor William Wetmore Story hizo a su mujer, por
más que quisiera estar así, acurrucado sobre su lápida o leyendo por vigésimo cuarta vez su
epitafio… Distaba mucho ese momento y las cartas ya estaban dadas, aceptar lo que me toque,
para ganar o perder, el azar es así y cada vez que cantaba o recordaba la letra de “Zona de
Promesas” de Cerati, rompía en llanto.
Hernán, siempre atento y predispuesto, me dio un poco de plata para sobrellevar las
necesidades cotidianas y básicas, pero la malgasté en cigarros porque realmente los necesitaba.
Necesitaba anestesiar, adormecer, aplacar mis ansias y esperar que la tormenta pase, aunque el
invierno estuviera allí, dentro mío, acompañándome cual lobo acecha a su presa.
En ese preciso instante suena mi celular y con las manos temblorosas por los nervios lo
busque revolviendo toda la mochila de batalla, atiendo obviamente por respeto a quién esté del
otro lado y también esperando a que la suerte me favorezca. No presté atención a quién podría
ser.
-¡Hola! ¿Qué haces Julián? -Era la voz de Hernán, la reconocí en ese preciso instante a
pesar del tumulto de ollas, gritos, risas y un extractor de aire que debe haber sido de la cocina

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donde trabaja. Llevábamos demasiado tiempo juntos, no lo suficiente, aunque su aroma, su
mirada y su voz los podía reconocer a kilómetros.
-Estoy acá en Suipacha y Tucumán, viendo algunos locales… ¡Hay de todo en esta
ciudad! -Ya empezaba a moverme con soltura por sus calles, eran varias cuadras, pero debía tener
cuidado de no perderme como la vez anterior.
-Prestá atención a lo que te voy a decir… -carraspeó un poco en su garganta y continuó-
en mi trabajo están buscando personal, yo sé bien que no es el mejor puesto, pero es lo suficiente
para que te ganes unos pesos y puedas arrancar y hacerte de a poco.
Respire hondo y mi cabeza colapsó. ¿What's?
-¿A dónde llevo el CV? -le pregunté. Él solo atinó a reírse y eso también lo podía
reconocer, siempre largaba esa sonrisita suspicaz.
-Vos no te preocupes por nada, solo te aviso a que estés atento al llamado y lo hagas de
manera cordial, predispuesto. -Me lo remarcó como adelantándose a algo que él ya sabía.
-Pero… ¿cómo van a saber mi numero? Nunca se los di…
-Julián, Julián… no te preocupes, está todo en el horno listo, a punto para que salga en
breve, sólo estate muy atento. -Cuando corté la llamada lo primero que se me vino a la mente fue
el aroma de vainilla del bizcochuelo recién horneado de mi 17fríodeinvierno; cuando ella los
hacía era como un augurio, porque sabía que se venían cosas lindas por las cuales festejar, que
no dejaban de ser mates y la vida misma al desnudo. Eso era lo lindo o en su momento lo fue,
ahora simplemente queda en el recuerdo. Creo que la peor muerte es el olvido, ella era mi raíz,
mi sostén. En mi alma y memoria siempre va a estar, así sea en forma de aroma, siempre me digo
lo mismo… El aroma es la forma más intensa del recuerdo.
-Bueno, dale espero ese llamado. -Cuando corté, sinceramente, de los nervios, caminaba
de un lado a otro, oriné cuatro veces y la verdad que me daba más ansiedad seguir hablando con
él, si bien estaba todo casi listo, la incertidumbre me carcomía de a poco. Recurrí a prenderme
un cigarro y luego otro… y luego otro… Me fumé tres para poder opacar mis nervios. Pasaron
15 minutos, que fueron E T E R N O S… y nada. Encendí el cuarto y quedé a la espera
nuevamente. El olor a nicotina que cargaba era terrible, sentía que me salía un olor a Bar de
barrio, esos antros donde uno va y se toma un vinito acompañado de una buena partida de Truco
con la muchachada.
Luego de unos 20 minutos, suena mi teléfono, el número obviamente de Buenos Aires.
Respiré hondo y exhalé, como aquella vez antes de entrar a casa, antes de que la vida se me
cambiara por completo.

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-¡Hola! Muy buenas tardes. ¿El Señor Julián Martínez se encontrará? -Su voz sonaba
como de mujer adulta, grande.
-Buenas tardes, sí, con él está hablando. -Sabían mi nombre y apellido, seguro fue
Hernán, él se lo dijo… pero ¿mi apellido? Nunca se lo dije o no recuerdo haberlo hecho, a veces
soy un poco distraído y hablo siempre de más. -La señora continuó.
-¡Un placer encontrarlo en este momento! Paso a comentarle lo siguiente: lo llamo en
nombre de una empresa gastronómica, vimos su currículum y su perfil nos pareció interesante.
Usted… ¿Sigue interesado en conseguir trabajo o ya consiguió? -Me preguntó la señora, creo
que debe haber rondado los 50 y tantos años, aunque ni ahí de dulce como la enfermera.
- ¡Por supuesto! -le dije apenas terminó de hablar.
-¿Le parece si coordinamos un horario para una entrevista personal? ¿A qué hora le
parece oportuno y cómodo, así puede venir hasta nuestra empresa? -Me daba la posibilidad de
acomodar los horarios… Para mí esto era un sueño.
-Si a usted le parece, tengo tiempo disponible ahora, en unos minutos podría estar allí.
-Le respondí.
-¡Perfecto entonces! La dirección es Montevideo 383, a media cuadra de Avenida
Corrientes. -Cuando me pasó la ubicación quedaba a unas 6 cuadras de la plaza donde conocí a
Hernán. Por dentro mío pensaba… -¡este pelirrojo metió sus manos!
Caminé muy rápido, pero antes de salir, recordé que Hernán me dio su perfume
importado para que lo tuviera en la mochila por las dudas. Juro que este colorado era un brujo o
ya sabía de antemano que me iban a llamar de ahí… Estas coincidencias son raras ¿no?
Me preparé bien antes de llegar, me puse un poco, no mucho, sino lo suficiente para oler
bien y no vaciar el frasco, que vergüenza devolver algo tan valioso pero vacío, a parte no era
mío, hay que ser respetuoso en ese tema… Y como dice la Señora de los famosos almuerzos
oriunda de Villa Cañás: “Como te ven, te tratan; si te ven mal te maltratan y si te ven bien te
contratan”.
Vestía y olía muy perfecto para la ocasión gracias al Colorado, me daba cuenta porque
las personas se daban vuelta como oliendo la estela de aroma que dejaba cuando pasaba por su
lado; ¿y con la cara?... Bueno, ese es otro tema, siempre tuve que lidiar con mi heterocromía, el
ojo derecho color verde y el izquierdo marrón claro, también un mechón blanco de pelo justo al
costado derecho de mi frente, flacucho y nariz ganchuda… se hacía lo que se podía, siempre
llamé la atención de muchas personas en lugares públicos dónde solo giraban sus cabezas para
mirarme con cara extraña, como idiotas. Siempre lidié y no me molestaba, podía sobrevivir. Iba
a sobrevivir, total… ¿Qué le hace una mancha más al tigre?

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Llegué al lugar y me paré en la vereda mirando hacia adentro del local. Era un
restaurante hermoso, aunque de mi parte cero cocinas; ni siquiera cuando escapé de casa tomé o
recuerdo la receta del bizcochuelo de mi 17fríodeinvierno, pero eso realmente no importaba en
este momento. Los ruidos de tormentas y el frío me abrazaban, pero ya estaba acostumbrado,
estaba hecho carne en mí. Inspiré profundamente y exhalé, tiré del picaporte de la puerta antes
de empujar, siempre el cerebro dando la nota de torpeza en momentos críticos. Arreglé el
pequeño defecto empujando e ingresando como si nada sucediera.
El local estaba lleno de gente que vestía muy bien, los clientes emanaban aromas
perfectos… cada cual con su aroma particular. De reojo busqué a Hernán, pero no estaba y me
dirigí hacia el lugar que sería la caja. Allí me atendió una mujer entrada de edad demasiado flaca,
algo así como larguirucha, como si algún problema-tormenta la consumiera: sus ojos revelaban
inundaciones secretas y, por fuera, aparte de sus arrugas era chiquita como yo, su pelo teñido de
castaño, me di cuenta porque se notaba alguna raíz de su cabellera con canas y una raya al
costado, me pareció que su tintura quedó a medio terminar, cortado a las apuradas porque no se
veía un carré parejo. ¡Sabrá Dios qué caos le produjo terrible accidente capilar! a pesar de ser un
lugar elegante, su corte no la favorecía, y si le agregamos los dos culos de sifón que tenía por
anteojos… juraría que su miopía estaba bastante avanzada.
-Buenas tardes mi nombre es Julián Martínez, hace unos minutos me llamaron para una
entrevista de trabajo por una posible vacante -Le dije.
Me miró con cara sería, cara de lunes por la mañana, y lo hizo de arriba hacia abajo se
podría decir una radiografía.
-¡Ah sí! -Dijo levantando la mano hacia la moza. La joven se hizo presente al instante,
bastante bonita puedo decir, aunque no era de mi estilo, yo pateaba para el otro lado, como quién
dice, o sea, no me gustaban las mujeres; pero al estar en esta ciudad grande se podía pasar
desapercibido en mis gustos y nadie podía juzgarme por ello.
-Preparate dos cafés y llevalo a la mesa 13 -con su índice apuntó el sector que daba justo
a la ventana de la calle -Perdón… no pregunté… ¿Café negro, cortado o café con leche? ¿Qué
preferís?
-Un Café negro por favor -le dije mientras pensaba si me lo iba a cobrar, pero ella se
adelantó: -No te preocupes, es una entrevista y la casa invita -Seguro vio mi cara ¡qué vergüenza!
Nos sentamos en la mesa 13, sacó su cuaderno, buscó mi currículum que nunca lo había
llevado, no recuerdo haber entregado en este lugar, y empezamos a hablar.
La Señora seguía siendo fría y dura, del mismo material del Ángel de la Pena, un mármol
muerto, un granito sin vida… ¡sabrá Dios qué pena carga sobre sus hombros!¡Sólo Él sabe que

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tormenta o que invierno lleva encima! pero eso ahora no importaba. Luego de unos cuantos
minutos de diálogo, creo que perdí la noción del tiempo cuando me pasa la mano y me dice:
-Julián Martínez, está usted contratado tu perfil es lo que estamos buscando por el
momento, lo invito a que pase y vea cual va a ser su lugar de trabajo y qué tareas va a realizar. -
Nos adentramos a la cocina, mientras yo seguía buscando al Colorado, pero había muchos
empleados, todos vestidos de blanco con ese olor peculiar que el mismo Hernán llevaba a casa.
Luego nos dirigimos al final del recinto, que sería la cocina y pasamos por una puerta abierta,
allí había una bacha gigante adaptada de lavado rápido y despachar los platos ya limpios,
pareciera que toda la vajilla iba y venía a cada rato al mismo lugar. La Señora, de manera cordial
al estilo profesora de secundaria, me enseñó como se hacía el procedimiento y a qué ritmo debía
hacerlo.
-Bueno, Julián esto es todo, no hay ninguna ciencia detrás. Una vez más “bienvenido a
nuestra empresa” espero que sea de tu agrado y cualquier duda o consulta házmela saber, no
tengas miedo… ¡Y ojo! Acá hay muchos Caciques y pocos indios -la doña era astuta, me estaba
marcando un territorio de trabajo… ya lo presentía, continuó diciendo -mañana te espero a las
10:00 hs. -Era un poco más temprano al horario de Hernán.
-Perfecto Ana María, a esa hora estaré aquí. -Le dije.
-Acompáñeme por acá. -Salimos por otra puerta donde había una sala de vestuario,
como si fuese de jugadores de fútbol, pero acá eran jugadores de comida. Abrió un locker
metálico que no tenía nombre, sacó un uniforme y me lo entregó. Tenía demasiado lujo el lugar,
pero esa ropa apestaba igual a ella, olor a viejo, a rancio. Se lo recibí y lo sostuve para después
guardarlo. Con el uniforme en mis manos me acompañó hasta la entrada y nos despedimos.
Cuando salí caminé una cuadra, metí el uniforme en la mochila y saqué el celular. Miré
y tenía un mensaje de Hernán que decía: -¡Éxitos Juli!- y entre tanto alboroto no logré escucharlo
bien.
-¡Gracias compañero! -le respondí, dándole entender la buena nueva. Aunque no sé si
realmente trabajaba allí porque no lo vi. Seguí caminando, pero esta vez, más liviano, empezaba
a notar un destello de sol en mi ser, el frío se estaba desvaneciendo de a poco.
Luego de unas horas, esperé a Hernán sentado en el mismo lugar de siempre. Nos
saludamos y esta vez lo primero que hice al verlo fue mirarlo a los ojos, él venía caminando tan
elegante y serio, podía notar una mirada de felicidad, de triunfo.
-¿Viste que lo lograste? solo era cuestión de que pasara la tormenta, nada dura para
siempre, todo pasa. -Me dijo. Y en esa frase metió toda mi vida como si me conociera desde
siempre. Tormenta, todo pasa. No dije nada, solo me levanté y caminé apresurado para saludarlo,

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pero esta vez no le pase la mano, fui directo a darle un abrazo, necesitaba colgarme de sus
hombros, necesitaba que alguien posara su pecho junto al mío y notara que mi corazón iba a mil
por horas. Hernán quedó parado, no me abrazó, simplemente fue una palmadita en mi espalda.
Me descolgué al instante, porque realmente no era un abrazo. Mi teoría dice que el
abrazo es: enlazarse uno con el otro y acercar los corazones para sincronizar latidos, se conjugan
en uno solo y realmente sentirnos que estamos vivos, con fuerza, pero eso no sucedió.
-Vamos a casa. -Me dijo. Yo mudo, sin articular palabra lo comencé a “seguir”, no era
mi casa, no podía tomarme la atribución de irme hasta allá por sí solo. Entramos y fue la misma
rutina de siempre… calentó sus manos sobre el calefactor.
-Tengo una pregunta para hacerte. -Le dije y aproveché que en el ambiente vivía un frío
glacial, el invierno de siempre. Se giró y me miró arqueando una ceja.
-¿Qué pasa? -Me respondió con otra pregunta.
-Ana María, la señora de la entrevista, sacó mi CV ¿Vos se lo diste? Porque no recuerdo
haber entrado ahí nunca, ni mucho menos haber tratado con ella. -No me respondió nada.
-Ese día te quedaste con una hoja… ¿Por qué lo hiciste? ¿Por eso me diste tu perfume
importado favorito para opacar el olor a nicotina? -Se lo escupí sin respirar.
-Si fui yo, eso hice, fue esa hoja y no me arrepiento de ello -Me respondió con el mismo
tono. En mi cara ya se veían mis ojos brillosos, en cualquier momento largaba el llanto.
-¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué haces tantas cosas por mí? ¿Sos igual con todos los
extraños? -Aproveché la oportunidad para tirarle las mil y una preguntas que me planteaba las
mil y una noches en su cama. Hernán se acercó muy dulcemente, yo estaba sentado en el sillón,
puso su mano en mi rodilla derecha, con la otra me tomó del hombro y mirándome a los ojos me
dijo:
-Lo hice, es verdad… ¿Y sabés por qué? Ese día, cuando pase caminando, me llamaste
mucho la atención y no por cómo eres físicamente ni mucho menos por tus ojos raros y tu mechón
blanco; sino por tu soledad, por esa tormenta, por ese invierno que cargabas en tu mirada… pasé,
te observé y le pedí a Dios que te ayudara de alguna manera. Volví varias veces, no te habías
movido de ese sitio, parecías una estatua de piedra, fría, muerta en vida… con un huracán que te
estaba arrebatando el alma; entonces le prometí al de “arriba” -lo dijo señalando con su dedo
índice hacia el cielo- que te iba ayudar y lo iba a hacer, porque los bonaerenses o porteños, como
quieras llamarlos, no son solidarios, salvo excepciones, ni mucho menos son de notar estas cosas.
Y sí lo hice y no me arrepiento porque como te dije antes… hago lo que me gustaría que hicieran
conmigo. Y si, tuve empatía y compasión por tu dolor, aunque compasión… esa palabra no me
gusta, digamos que me puse en tus zapatos, me imaginé tú historia… todo eso lo vi en tus ojos…

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-Suspiró y miró al piso. Fue bastante sincero y más duro que el hielo, pero tenía razón. El aire
estaba precipitado, listo para una tormenta de lágrimas, de hecho, empezó a caer una llovizna de
esas finitas que dan ganas de poner música y salir a correr.
-Solo tengo para decirte, desde lo más profundo de mi corazón, que estoy eternamente
agradecido, venía escapando de un invierno, un tifón y me siguió, me acechó hasta acá. No tenía
a donde ir y, no sé… debería ir a la iglesia a rezarle a ese Dios para agradecerle por vos, por tu
vida y por tu cordialidad y bondad, y que, además, te llueva el alma de bendiciones, porque
realmente te lo mereces, no conocí a nadie igual.
Claramente se notaba que era creyente, por suerte no sabe que soy gay, porque si no ahí
sí que no me brindaría su cariño.
-Tranquilo Juli… a ver… no hace falta ir a un templo, es más yo hace mucho tiempo
que dejé de ir, pero aun así hablo con Él. -Se me acercó, me miró muy fijamente y me dijo:
-¿Sabes qué? Las buenas noticias te transforman. -Me dijo mientras estaba parado como
una estatua y un segundo después me dio el más cálido y largo de los abrazos. Cuando nos
separamos del abrazo, tomó mis manos muy fuertes, me volvió a mirar y afirmó:
-No hace falta que lo preguntes porque ambos tenemos las mismas condiciones. Yo
también soy gay y además creo en Dios.
Fueron momentos fugaces donde mi cuerpo cobraba vida, color… mi alma desprendía
una luz de paz. La tormenta se desvaneció y el calor de mi sol interno hizo que el invierno muriera
en ese instante. El adormecimiento, terminó; y allí con lágrimas de felicidad y mirándonos cara
a cara, me juré a mí mismo, que la sonrisa iba a ser la dueña de mi vida.

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TERCERA PARTE
Primum, prima - Primera y ver camino o círculo.

“Es la estación preferidas para muchos y para mí;


además, las plantas florecen y el amor también”

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Capítulo VIII
Cambios

El tiempo siguió su curso desde que comenzó la primavera y aún no terminaba. Podía
oler y sentir que algunos cambios se iban a dar en el transcurso de la semana o del mes. Desde
que Hernán me brindó su gran ayuda y conseguí trabajo, pude ahorrar y entre ello, cambié la
mochila de batalla, mochila de historias, historias del pasado, de mi vida. Simplemente la arrojé
a la basura, ya que mirarla me traería recuerdos más de una vez. La nueva de cuero negro me la
colgué sobre un hombro, olía igual que él, además de las papas fritas, guardaba mi perfume
importado, no me separaba nunca de ese frasco, ese aroma era mi marca oficial y me reconocían
a lo lejos por el solo hecho de usarlo. En una de las noches en las que llegamos al departamento,
miré a Hernán y le dije:
-Hernán, tenemos que hablar.
-¿Qué pasó? -me preguntó con cara sorprendida y dubitativa.
-Ya es momento para que me vaya de aquí, pero no irme de desaparecer o marchar de
marchitar, para nada, sino de germinar para echar raíces y comenzar esta nueva vida que vos me
ayudaste a construir…. podemos seguir siendo grandes amigos. -Aclarando que nunca pasó nada
entre nosotros.
-¿Ahora me venís a decir eso? -Me preguntó metiendo su mano al bolsillo y sacando
una copia fiel de la llave del departamento, estiró su mano hacia mí y me la entregó. Pude notar
la suavidad de sus dedos. Cómo siempre el colorado… un paso adelante, me sorprendía siempre.
Mi cara de bobo me delataba a cada instante y con cada palabra que él decía me ruborizaba de la
nada. ¡Qué tonto y chiquilín! ¡Espero que no se dé cuenta!
-Juli… llevamos mucho tiempo juntos, la soledad se esfumó, se disipó y además estamos
cómodos así… ¿O no te sentís cómodo? ¿Hice algo que no te haya gustado o te puse en alguna
situación incómoda? Decime así lo corrijo, a veces soy muy arrebatado y hago cosas sin pensar
si los demás estarían de acuerdo o no. -Y agregó- Esto es tuyo quedate conmigo. -Mire nuestras
manos unidas por un simple pedacito de bronce con forma de llave y no la acepte.
-¿Qué estás diciendo? -le pregunté.
-Que te quedes a vivir conmigo.
-Lo voy a pensar… -y mirando al piso sentía que estaba cómodo, el lugar era fantástico
y él era maravilloso, pero no quería interrumpir su vida con mis temores, dudas, desconsuelos,
ni tampoco alterar sus estaciones.

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-Dale rarito -me dijo riendo con tono de broma- Tomá, agarrala… si querés quedarte
podés hacerlo -me miró nuevamente, pero parecía más a una súplica:
-Quedate, dale… -Me contestó. A veces es medio insistente, pero la forma en que me lo
pedía hacía que me derritiera por dentro. ¿Cómo puedo decirle que no a una persona así?
Entonces tomé la llave, le agradecí y lo abracé. Esta vez sentía que el abrazo era bien
correspondido, ambos nos enlazamos y nuestros corazones latieron juntos, sístole y diástole al
unísono, en segundos. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué cada vez que lo abrazo sucede esto? ¿Era
casualidad? Obviamente que no, la casualidad es el dios de los tontos. Nada es casual.
-¡Ay Hernán! Me quedo porque sos maravilloso, tomaste mi nostalgia y mis dudas y las
convertiste en alegría y oportunidades; cuando estoy con vos me siento bien, germino cuando en
las noches me abrazas, siento que completas de a poco. -Hernán agregó:
-Ya sé… te falta tu 17fríodeinvierno. -Interrumpió.
-Eso va a faltar siempre, pero creo que en algún momento sanaré esa parte, además de
eso, a veces me pregunto por mi papá. -Le contesté.
Él sabía de todo, no podía ocultarle nada más, sabía hasta cuantas vueltas di y, para ser
exacto, eran las 23:15 hs.
-Tranquilo. A veces la vida es así. -me contestó y lo abracé aún más fuerte y él me
devolvió ese abrazo como si quisiera, de forma implícita, decirme que no me escapara.
-Aunque sea feo… ¿me querés igual? -Le pregunté con mi cara toda roja de la
vergüenza… ¿Qué pavada acababa de decir? Me estaba traicionando el subconsciente.
-Te quiero como sos así simple, humano, sencillo y por lo que sos. -Me respondió.
-La verdad me quería ir para no molestarte, pero también quiero compartir todo esto,
una vida con vos. -Le dije y una lágrima beso mi mentón.
-¿Sabes qué? Lo tomo como un sí y me pone muy feliz, BIENVENIDO A MI VIDA,
BIENVENIDO A NUESTRA NUEVA VIDA. Te propongo algo… ¿Qué te parece si hacemos
un viaje juntos? obviamente llevamos el mate. -Por dentro me dije que no era de extrañar que el
mate estuviera en todo lo que hacíamos.
-Bueno, dale, me gusta la idea. -Acepté sin saber el rumbo.
-Te cuento que partimos el sábado, después del trabajo- Y marcó en el calendario que
estaba en la heladera. Por cierto, es jueves, faltaba un día y medio.

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Capítulo IX
Estación de Retiro: Plataforma 24

Llegó el gran día, ese sábado tan esperado. Fuimos a trabajar, luego de finalizar la
jornada volvimos y desarmamos las mochilas de batallas, las cargamos con ropa y cosas
esenciales para dos días.
Tomamos el Subte en la Diagonal Norte, el andén donde hace combinación con la Línea
C que lleva directo a la Estación de Retiro y cuando llegamos a destino nos dirigimos caminando
hacia la terminal de ómnibus que dista a unas cuatro o cinco cuadras. Entramos y la terminal
estaba abarrotada de gente, antes de llegar a la boletería, que se encuentra en el piso superior me
dijo: -Quedate acá, ya vuelvo.
Se fue caminando de manera elegante y subió por la escalera mecánica al piso de las
boleterías. Le hice caso. No sentía esas ansias de fumar lo había dejado, porque pude
reemplazarlo por sus abrazos.
Hernán trajo consigo los pasajes, yo solo lo observaba porque tenía la libertad de
mirarlo, me había encariñado con él de alguna manera… ¿Cómo no encariñarse con ese ser tan
dulce que transforma tormentas en soles radiantes?
-Listo, solo queda esperar en la plataforma 24 para irnos a… -Largó la carcajada
suspicaz de suspenso. A veces es serio y otro tanto medio gracioso y eso me atraía aún más. ¿Qué
me estaba pasando?
El micro llegó y en el parasol del lado interno del parabrisas había un cartel luminoso
que decía: Córdoba. Observé el cartel y luego a Hernán, no podía creerlo.
-Vamos a visitar a tu viejo, pero no para que te lleve de nuevo al invierno, a parte se
viene el verano. -Sonreía- además quiero conocerlo, algo bueno debe tener, por más historias que
tengamos y carguemos, siempre hay algo bueno en nosotros que nos hace mejores, nos
transforma, nos hace importantes… vamos a buscar esa parte de tú papá.
-¡Estás completamente loco! -le dije y me puse serio.
-De verdad, hagamos las cosas bien. -Me dijo, luego agregó- por cierto… ¿Nosotros
qué?
-¿Nosotros qué? -le pregunté, no entendía o mejor dicho trataba de desviar la pregunta.
-¿Qué somos? -Me dijo.
-¿Amigos? -le respondí con otra pregunta. Sinceramente no sabía qué responder.
-No quiero eso Julián, no me sirve. -Me respondió como jugándose todas las cartas que
le quedaban en el mazo. Acto seguido sacó su celular con los auriculares conectados. Yo lo

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miraba atento… ¿Qué hacía ahora? Y puso uno de ellos en mi oído y otro en el suyo, estábamos
unidos por un simple cable y una melodía… me dijo:
-Escucha esta parte del tema, creo que resume todo… resume todo lo que siento en este
tiempo que nos hemos conocido. -Acto seguido puso la Playlist de Spotify y buscando la canción
me dijo: -Ahí está…
Fue como si el tiempo se detuviese, la muchedumbre pasaba de forma lenta y borrosa…
nosotros éramos el centro de aquella maravillosa oportunidad, solo miraba sus ojos mientras
escuchaba a Soledad. La letra, marcaría un antes y un después en ese momento:

Quién dijo que el amor


Era solo cuestión de decir te quiero
Quién dijo que olvidar
Era solo cuestión de dejar
Que el tiempo cure todas las heridas

Y quién dijo que los dos


Íbamos a cruzar este mar de miedos
Y que en tus ojos hoy, encontraría el refugio para ser
La palabra justa en tu poesía
Mi mejor versión de cada día

Quiero, Quiero darlo todo a cada instante


Puede que mañana sea tarde
Para recordarte lo que siento por ti
Cuento Cada hora que perdí en silencio
Cada atardecer estando lejos
El camino es largo pero es nuestro
Como la ilusión que guardo dentro
Laralalalalala eh

Cómo decir que no


Que no voy a pelear un amor sincero
Cómo decir adiós
Si muero por quedarme junto a ti
Todo lo que soy yo te daría
Y solo un beso tuyo bastaría (y solo un beso tuyo bastaría)

Quiero, Quiero darlo todo a cada instante


Puede que mañana sea tarde
Para recordarte lo que siento por ti

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Cuento, Cada hora que perdí en silencio
Cada atardecer estando lejos
El camino es largo, pero es nuestro
Como la ilusión que guardo dentro
Y será mejor Será un sueño esta vida
Seguiré a mi voz Yo seguiré a mi voz
Si algún día estoy perdida
Cuando me siento perdida

Quiero, Quiero darlo todo a cada instante


Puede que mañana sea tarde
Para recordarte lo que siento por ti
Cuento, Cada hora que perdí en silencio
Cada beso que olvidé en el viento
El camino es largo pero es nuestro, Es tan nuestro

Como la ilusión que guardo dentro de mí


Como la ilusión que guardo dentro de mí

Ese instante duró solo 3:55 minutos, aunque para mí fue eterno. La gente pasaba y nos
miraba sin hacer caso a lo que se estaba viviendo en ese momento. Mis ojos, llenos de esperanza,
solo tenían un punto fijo y era él parado frente a mí, dócil, frágil y a la vez tierno y dulce.
-Gracias por esto, gracias por todo, gracias por todo lo que haces por mí y en mí. Me
devolviste a la vida, me mostraste que más allá de nuestras historias siempre hay algo de
esperanza… ¿Qué querés que seamos? -le pregunté.
-Quiero que seamos algo. -Me dijo con voz entrecortada y por primera vez le vi temblar
el mentón mientras me lo decía.
-¿Querés que seamos novios? -le pregunté. Y de la forma más rápida e imperativa, antes
de que me arrepintiera, aunque distaba mucho de eso, me dijo:
-Acepto, quiero ser tu novio, tu compañero de vida. Quiero poder despertarte en las
mañanas con un mate, quiero sellarte cada parte de tu rostro con un beso, quiero poder acariciarte
sin pedir permiso, quiero mirar pelis o escuchar música tirados en el sillón, quiero ser tu refugio
y que vos seas el mío… quiero tantas cosas que no te podés imaginar, quiero compartir cada
instante y que cada uno de esos instantes sea memorable… quiero que me des el permiso de
quererte y amarte, de a poco, paso a paso… -Quedó en silencio mirándome. Yo en el fondo de
mi alma quería lo mismo. Entonces le retruque con:
-Yo te acepto como mi novio, quiero todo eso y mucho más. -Lo abracé como si nada
importara y sellamos el momento con el más delicioso de los besos, pude sentir sus labios dulces

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como rozaban los míos de forma delicada y suave. Sus besos sabían a nácar, me acababa de
regalar una perla preciosa, mi primera perla, el más importante y desinteresado de los regalos, un
instante celestial. Sacó su celular y nos tomamos una selfie. Quizás sea para el recuerdo, quién
sabe ¿no?
-Te quiero mucho, quizás en algunos meses te ame. -Se largó a reír porque era obvio,
no podíamos amarnos tan rápido, pero si disfrutarnos y germinar despacio. El olor a la Estación
de Retiro era una mezcla de basura, sudor y comida… pero después de este momento sentía el
aroma de narcisos, fresias y rosas… la primavera era real.
-Hagamos la fila antes de que se nos vaya el micro. -Dijo.
Nos subimos y aunque estábamos en primavera, también hay tormentas, fuertes
ráfagas... Los truenos y relámpagos comenzaron a resonar en mi pecho.
Ahí estaba yo sentado en la butaca mirando por la ventanilla del micro como un niño al
que recién le compraban su algodón de azúcar, y con su mano sobre la mía, me quedé dormido.
Mi rostro dibujaba una sonrisa y mi alma estaba feliz. Era todo lo que quería, todo lo que
necesitaba y me daba fuerzas, estabilidad y vitalidad.

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Capítulo X
Reencuentros

Aún seguíamos en viaje cuando desperté. Hernán estaba haciendo malabares para cebar
un mate y sostener la kindle en su falda, lo miraba de reojo para saber que leía y eran recetas de
cocina, como siempre, si no son libros son videos tutoriales de la misma temática.
-¿Sabes qué? estaba pensando en algo. -Me dijo, como si fuese poco, el colorado podía
con todo, hasta en darse cuenta cuando despegan mis ojos, o quizás estaba expectante a que
despertara porque no se aguantaba la buena nueva.
-¿Ahora con qué locura vas a salir? -Le pregunté poniendo los ojos en blanco en tono
de broma.
-Deberías estudiar gastronomía o, mejor dicho, tenés que estudiar gastronomía. Cuando
cocinamos juntos, te observé y tienes detalles, pero lo más importante es la magia que se necesita
y esa sazón de una señora de 50 años. -Me dijo.
-¿Vos crees? -Le pregunté.
-Esa sazón la has heredado de tú 17fríodeinvierno eso te lo aseguro, aprovecha el don
que te dejó. -Me replicó.
Quedé muy pensativo en silencio no solo porque me inmovilizo sino porque, además,
me di cuenta que no sabía nada de él, nada en cuanto a su historia, familia, amores… asique me
atreví y se lo pregunté, después de todo ya éramos novios y debíamos empezar a compartir
historias propias de vida, si queríamos que esto perdure y no se marchite tan pronto.
-Hernán… ¿Y vos? ¿noseque de noseque? ni se cómo se llama… no sé absolutamente
nada de tú historia. ¿Tenés ganas de compartirla conmigo? Si no es el momento, lo respeto. -Le
dije.
Un momento de silencio incómodo inundó el colectivo que, hasta los pasajeros se dieron
cuenta que, con esa pregunta, generé una tormenta eléctrica.
-Perdón si te incomodé solo quería saber más de vos… somos novios y siento que me
falta conocerte más. -Le dije.
-No pasa nada. -Me dijo sonriendo pasándome un mate recién cebado. Mientras yo
tomaba, él me miró y comenzó a contarme su historia, o quizás algo de ella.
-¿La verdad? No conozco a mis padres. Me crie en un orfanato, se llama Hogar de Niños
de Quilmes son una UDI, Unidad de Desarrollo Infantil o algo así, no lo recuerdo, pero lo que
nunca me voy a olvidar es su lema: "El Hogar de mis Sueños" -lo dijo con un suspiro disfrazado
de sonrisita y prosiguió- supuestamente mis padres fallecieron en un accidente, yo fui el único

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que sobrevivió. Crecí allí… te crían y enseñan muchas cosas hasta la edad de 18 años, porque en
esos lugares de acogida te contienen hasta la mayoría de edad y después empecé a ganarme la
vida. Me costó horrores acomodarme, pero hubo personas buenas en mi camino que, claramente
me tendieron una mano gigante… entonces ¿cómo no devolver esos favores desinteresados a
Dios o al universo mismo? porque sinceramente sé que ambos metieron mano en esto… entonces
estudié, obviamente probé varias carreras hasta que di con la que realmente iba a darme la
satisfacción que necesitaba… y fue la Gastronomía y así salí adelante. Encontré trabajo, me
emancipé, empecé a comprar mis cosas de a poco y gracias a Dios acá estoy. -¿Claramente era
así por todo su pasado? ¿Habrá sido una tormenta su historia de vida o un invierno infinito de 18
años consecutivos? Puede que dure hasta el día de hoy, uno nunca sabe… pero se veía claramente
el poder de resiliencia que tenía o, mejor dicho, lo que la vida le regaló… hasta el día de hoy.
-¿Por eso das todo cuando alguien se siente solo? -Le respondí. No sabía qué decir o
agregar. Lo abracé con un beso en la mejilla. Me giré y miré por la ventanilla, entonces para
cambiar de tema le dije: -Estamos llegando.
-Genial -Me dijo, me paso el mate y guardo su kindle.
-Ahora que me lo hiciste saber… ¡Si quiero estudiar! -Le respondí la conversación del
principio y le pegué un sorbo tan grande que el rezongo del mate hizo que todos miraran.
-Cuando lleguemos tramitemos eso así arrancas ¿te parece? -Me dijo y sonrió. Se acercó
y me besó, de paso se cercioró que tuviésemos espectadores o testigos del momento. El colorado
me podía, más que cualquier otra cosa.
El colectivo paró en la plataforma 12 de la Estación de Córdoba Capital, cuando bajamos
nos dirigimos a otra boletería, para comprar otro pasaje y llegar al pueblo, si o si debíamos hacer
escala allí, ya que no había un micro directo.

Llegamos al pueblo cuando una sombra gris y agria me envolvió por completo, como si
un fantasma hubiera hurgado en todo lo que había enterrado, todo aquello que había vivido y
justo hoy me lo entregara en sus manos a modo de regalo. El ruido de la tormenta interna era
fuerte, pero esta vez lo podía sobrellevar, Hernán me había enseñado lo que necesitaba para esos
momentos; entonces nos fuimos caminando hasta casa, mi vieja casa, pero más tranquilo.
Llegamos a la entrada, inspiré aire fresco hondo y exhalé, como en los viejos tiempos.
-Esperame acá un ratito. -Le dije y entré. Hice unos pasos, con “El Jesús en la Boca''
(dirían las viejas del barrio), no sabía con qué me podía encontrar. Para mi sorpresa estaba todo
bastante limpio a comparación de la última vez. En los pueblos se acostumbra a dejar las puertas
sin llave, nadie tiene intención de entrar a robar, aunque esta vez no bajé la mochila ni cerré por

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si debía salir corriendo. La casa estaba vacía, pero se escuchaban ruidos como una radio mal
sintonizada.
Pude ver que había alguien en el patio entonces fui directo allí. El hombre que me
generaba los inviernos no estaba solo, esta vez estaba acompañado de varias personas. Me quedé
parado inmóvil sin decir nada, él se percató de mi presencia, me miró y en ese instante, no sé si
el tiempo corría, que hasta me había olvidado que Hernán estaba afuera.
-¡HIJO! -Grito.
Los demás se dieron vuelta y pude verlos, se trataba de mi hermano con su familia.
Había pasado muchísimo tiempo que él había huido de ese hombre y del 17fríodeinvierno. Corrí
a su encuentro para abrazarlo, me resultaba difícil calcular la distancia, ambos nos movíamos
con el mismo sentido y si no frenábamos iba a ser un desastre. Chocamos nuestros cuerpos y sus
brazos me envolvieron muy fuerte a lo que yo respondí de la misma manera, no sé si fue producto
de la inercia o de la ausencia, pero en cuestión de segundos otro par de abrazos se posaron sobre
mi flaco y pequeño cuerpo. Cuando sentí unas manos grandes me di cuenta al instante, era aquel
hombre creador de hielos y chaparrones… aunque esta vez abrazándome. Hernán no se aguantó
la ansiedad y estaba parado en la puerta, había seguido mis pasos.
Cuando nos separamos del fuerte y largo apretujeo, el hombre de los inviernos, miró a
Hernán y se fue hasta él. Sentí pánico porque realmente no sabía que podía llegar a ocurrir.
-Hola mucho gusto, soy Ramón. -Le dijo y le pasó la mano a modo de saludo.
-Hola Ramón, un placer en conocerlo. -Dijo Hernán con su voz cordial, firme y gruesa.
Todo era un remolino de emociones: se nublaba, tronaba, llovía, salía el sol, caían las hojas y las
plantas florecían. Yo solo observaba todo y a mi lado mi hermano me tenía abrazado, los dos
mirábamos la situación. Mientras Hernán y el hombre de los inviernos cruzaban algunas palabras,
mi hermano se giró me tomo por los hombros y me dijo:
-Ya lo sé todo y quiero que sepas que te amo como sos. Cuando me enteré lo sucedido,
me volví urgente. Doña Hilda me avisó un poco tarde -Sus ojos estaban empañados en lágrimas,
de una tristeza de no haber estado en ese momento para mí. Doña Hilda… La Doña que no se
perdía de nada, ni hasta del mínimo detalle. Lo abracé de nuevo muy fuerte, sentía que este abrazo
sellaba una nueva etapa… no había más nada que decir.
-Siempre voy a estar para vos por más que estemos lejos. Sos mi hermano, seas como
seas, porque yo soy como soy a mi manera, y simplemente por esa diferencia es por la que TE
AMO, NUNCA PERO NUNCA LO OLVIDES. -Me dijo mientras apoyaba su frente sobre la
mía. Luego nos soltamos y pude terminar de saludar a todos y ver cuán grande estaba mi sobrino

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que lo acababa de conocer. Al momento siguiente les presenté a Hernán y mis manos sudaban a
cántaros.
-¿Vos tenés algo que ver con todo esto? -Le pregunté a Hernán mirándolo fijo de manera
desafiante, porque ya no sabía qué pensar, todo me daba vueltas.
-¡No! sinceramente quería que cierres una etapa, es la verdad, pero la vida quiso que
fuese de este modo, así. -Me lo dijo encogiéndose de hombros y en su mirada había tranquilidad,
lo que me dio la paz que necesitaba para ese momento, entre lágrimas y el vacío del
17fríodeinvierno que no estaba con nosotros. Cambiamos las caras y fuimos a comprar unos
buenos cortes de carne para asar, se notaba que había muchos estómagos crujientes de hambre
en el ambiente.
Camino a la carnicería de Cacho, el carnicero del barrio el de los más exquisitos cortes,
Ramón se me acercó y tuvimos miedo, digo en plural, porque el Colorado se puso bastante cerca
como para defenderme. Me cuesta mucho reconocerlo como mi Papá y solamente me abstengo
de llamarlo por su nombre de pila.
-¡PERDONAME HIJO, NO SABÍA LO QUE HACÍA… PERDÓN!. -Me dijo
mirándome a los ojos, en ellos ya no se observaba ira, ni dolor… solo pude distinguir
arrepentimiento y súplica como llamada de auxilio para conmigo, para que lo aceptara tal cual
es… mi papá, ese otro diferente. Notaba que había desaparecido la persona que me generaba el
invierno, esta persona en cambio me daba calma y calor como verano tropical. Me abrazó y pude
distinguir que ya no olía a alcohol.
-Deje de tomar y hace 8 meses que llevo sobrio, de verdad quiero cambiar mi vida. -
agregó. Mis brazos estaban como esa vez que abracé a Hernán, aunque él no hizo nada, yo
plantado en modo momia.
-Todo bien… de verdad solo te pido que me des tiempo para asimilar y procesar todo. -
Solo le dije eso y seguí caminando mirando a la nada misma. Las estaciones no pueden cambiarse
de un día para el otro. Todo tiene un ciclo, su tiempo y a mí me había costado noches enteras de
lágrimas sanar esa parte. Esta primavera había traído colores, aromas y caminos nuevos.
Pasamos toda la tarde juntos hablando y reconociéndonos, re - conociéndonos, porque
todo había cambiado y para todos con sus respectivas situaciones diferentes. Hernán estaba
bastante cómodo, le hice una seña con la mano para que se acercara y le dije que me acompañe.
Fuimos al kiosco de Doña Elsa, al lado de Doña Irma, otra que es bastante chusma como Doña
Hilda; las Doñas pueblerinas son así, saben vida y obra de cada uno de los residentes del lugar.
-Hola doña Elsa. -La saludé con amabilidad.

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-Hola m’ijo. -no me sacaba la mirada de encima- ¿Vos sos el más chiquito del Ramón?
-Su mirada dejaba un atisbo de asombro.
-¡Si Doña Elsa! -Le respondí.
-¡Que grande estas m’ijo! -expresó llevándose las manos a la cabeza, luego lo miraba
fijo a Hernán, como si su cerebro hubiese entrado en corto porque se había olvidado que tenía un
kiosco y debía preguntarme que quería llevar o comprar.
-¿Y ese amigo? -Me preguntó la Doña Chusma, yo sabía que no iba a dejar pasar la
oportunidad de sacar su lengua bífida y acotar alguna pavada de mal gusto.
-Elsa… ¿me vende un Fernet y una Coca Cola de 2 litros por favor? -Le corte el
momento, su oportunidad, simplemente no tenía ganas de dar explicación alguna; a la media hora
todos sabrían y mirarían al Colorado-Fachero-Hernán y como el raro (gay) porque las Doñas
tienen miedo de pronunciar esa palabra… GAY. Entonces utilizan esos eufemismos baratos
como: raro, rarito, amanerado, medio pa’l otro l’ao; o si están enojadas usan el término maricón
o mariconcito. Pero nada de eso importaba, me dio lo que pedí, pagué y nos fuimos de ahí.
Sinceramente esta vez dejé a la vieja con sed, esa sed de chusmerío barato.
-¡Ahora preparate porque vas a saber lo que es Córdoba papá! -Lo grité asentando bien
la tonada que había perdido y me reía mientras caminábamos con nuestros hombros pegados. Me
di la vuelta y Doña Irma estaba en la vereda, barriendo y mirando ¡Como le gusta la limpieza en
el pueblo!
Había varias Doñas haciendo lo mismo y sus descendientes afuera, levantando piedritas
o no sé qué; yo me preguntaba si todas habrían salido del mismo nido de Yararás… de todas
formas a mí ya hacía caso omiso a todo y lo abracé mientras caminábamos, nos paramos en la
esquina antes de llegar a casa y le di un beso en la frente.
-Sos mi gran suerte. -Le dije de nuevo exagerando de nuevo mi acento y los dos nos
echamos a reír. Como estábamos cerca, toda mi familia nos estaba mirando.
Nos sentamos a la sombra del limonero, hacía bastante calor para la estación en la
estábamos, entonces paso seguido el ritual, corté una botella de plástico vacía por la mitad y
preparé el bendito Fernet con Coca. Me dio cosa porque, en el momento que empezó la ronda,
había olvidado que Ramón estaba en rehabilitación por su maldita adicción al alcohol y que creo
que había dejado de tomar, no sabe bien hasta qué punto y con qué exactitud lo cumplen. Ramón
me miró y dijo:
-No te preocupes Julián. -Se dio cuenta que lo miré y miré mi mano que sostenía el
fernet… y lo volví a mirar.

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-No me llama la atención, por no cuidarme con esas cosas perdí todo, especialmente
perdí mi familia lo que más amo… ya no me dan ganas de volver a lo mismo.
Suspiré y me relajé un poco, pero igual era una acción en proceso.
Hernán ya había probado lo bueno de Córdoba, así que me levanté y fui a la cocina,
vacié el vaso y la botella. Que no se entere ningún cordobés porque me van a odiar de por vida;
pero sí que se enteren lo que están luchando con el vicio por mi osadía.
¡En esta primavera número 25, por primera vez, pude ver cómo se abrían los capullos!

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Capítulo XI
Sueños Gastronómicos

Las minis vacaciones habían terminado, ese fin de semana había sido bastante intenso
en cuanto a emociones, encuentros, palabras, confesiones y todo lo que se puedan imaginar.
Conmigo me traje algo de ese calor que se coló por sorpresa en mi alma… esta vez lo iba a dejar,
no iba a deshacerme de él, me sentía mucho mejor y el Colorado… ¡Dios Santo! ese chico me
completaba no necesitaba fingir delante de él, me hacía auténtico. ¿Qué más podía pedir?
Ya de nuevo en casa, ahora sí puedo decirlo porque mi documento tiene la dirección de
Maipú y Corrientes, se leía lindo en mi nuevo DNI. Cuando entramos desarmamos las mochilas,
cada uno se duchó para después tener una buena y apetitosa cena, ambos habíamos regresado
con hambre, esos viajes te abren el estómago de tal forma que uno se podría tragar hasta un
elefante. Listo todo y en medio de la cena dijo:
-Mañana, antes de irnos al trabajo, vamos a ir al Instituto donde yo estudié para que te
inscribas… si todavía querés obvio, no te voy a obligar, fue solamente una idea que se me había
ocurrido.
-¡Si quiero, me encanta! A parte te soy sincero… no cualquiera tiene a su Master Chef
propio en casa -y solté una carcajada tan fuerte que Hernán se largó a reír de tal forma que escupió
parte de lo que estaba tomando. Simplemente pido a Dios y al Universo que este momento sea
eterno. Yo contemplaba cada uno de sus gestos, miradas, sonrisas, su pelo crespo y los hoyuelos
de sus mejillas. Cada momento era único y especial y los grababa, cual cincel y piedra, en lo más
profundo de mi retina, memoria y corazón.
Al día siguiente nos fuimos hasta el Instituto Nacional de Gastronomía, una de las sedes
en el partido de Recoleta y con Ariel Rodríguez Palacios como Director ¡ufff! no podía creerlo;
a parte me quedaba más cerca, no solo del trabajo, sino también de casa. Llevamos todo lo
necesario, la papelería burocrática que te piden en todo lugar… Inclusive pude conseguir una
media beca por estudiante con Régimen de Trabajo ya que presenté un certificado laboral con
sello y firma que avala mi actual situación de estudiante trabajador. Obviamente, en la oferta del
plan de estudios, elegí la de 2 años. Sabía bien que entre el trabajo y descansar, hay prioridades
como prestar atención y concentración que si o si se requieren para no abandonar en el primer
intento. Me tenía fe y me prometí, no solo a mí mismo sino también a Hernán y al de “Arriba”,
que lo iba a lograr y más teniendo a mi lado a mi gran compañero de vida, el que cambió mi
historia… sí, él, mi novio.

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Comenzó a rodar mi primer año de Gastronomía, tenía tantos nervios que ya no
recordaba ni cómo se agarra una lapicera para tomar apuntes. Las clases eran virtuales para la
parte teórica y presenciales cuando debíamos preparar los platos de acuerdo a la asignatura. Ya
habían pasado varios meses de carrera y entre el trajín de estudiar, leer, trabajar, descansar…
creo que lo había incorporado a mi plan de vida, además, tenía la compañía y ayuda del Colorado,
sin él pienso que hubiese sacado bandera blanca al mes de haber empezado.
La dueña del Restaurante, que hasta el momento siempre me apoyó en todo, me había
dado flexibilidad en los horarios, conocía del tema y principalmente del esfuerzo que acarrea a
parte estaba estudiando algo que podía llegar a dar frutos en su negocio, entonces también
apostaba por mí. Es realmente hermoso cuando las personas, aunque no te conozcan, te apoyan
en tus sueños. Por otra parte, todas las mañanas, Hernán me despertaba con un mate sentado al
borde de la cama y me daba ese empujoncito diario, esa dosis ternura para comenzar mi día L-
A-R-G-O de eterno y me decía:
-Arriba dormilón… que se te va a pasar el día y si mal no recuerdo hoy tenés
“Pastelería”, a mí en lo personal no me gustó, quizás haya sido el profe que la dictó, no lo sé…
pero es importante… “El merengue tiene sus secretos” -lo dijo con voz gruesa y con un
movimiento de manos como si un brujo estuviera revolviendo en su caldero, lo que me sacó una
carcajada al instante. Me alisté en poco tiempo, porque sabía que él en breves se iba a trabajar,
entonces el poco rato que teníamos lo disfruté al máximo.
Al llegar al instituto, ya estábamos casi listos para nuestra primera práctica de pastelería,
la noche anterior ya había leído algo y había llevado mis dudas anotadas por si me surgía alguna
cuestión, siempre hay que ser precavido.
-¡Buenos días futuros colegas! -Dijo el profe cuando ingresó a la cocina y prosiguió- en
esta primera clase de hoy vamos a aprender a preparar lo básico, algo tan sencillo que luego se
transforma en la “base” de la repostería, cada uno debemos saber bien y hacerlo carne el cómo
preparar un bizcochuelo simple de vainilla… -mi corazón comenzó a latir fuerte y sabía bien el
porqué de ello.
La cocina de práctica se inundó con un aroma que me era muy familiar, veía a mis
compañeros muy concentrados y el profe caminando por cada una de las mesadas individuales.
Cuando llegó el momento de desmoldar pude distinguir que me había salido bastante bien, se
veía alto y esponjoso, entonces haciendo caso omiso de quienes estaban allí presentes, arrimé mi
nariz e inspiré profundamente simplemente para saborearlo con el olfato. Cuando exhalé no me
percaté que estaba con lágrimas en mis ojos y con el profesor parado al lado mío.

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-¿Qué sucede Julián? ¿te sentís bien? -Me dijo con su mano izquierda apoyada en mi
hombro.
-Si profe, me encuentro bien, solamente que hacer este simple bizcochuelo me trae a mi
recuerdo a mi madre que falleció cuando yo tenía 17 años. Ella siempre me preparaba esto y
compartimos mates, risas, la vida misma… y hoy poder hacerlo yo… -lo dije con más lágrimas
que antes.
-Mira Julián… Existe un condimento que es único, no solo en repostería o en cocina,
sino en la vida: el AMOR. Cuando uno no le pone amor a las cosas que hace en lo cotidiano, en
lo ordinario de su vida es como una crema agria, algo insípido, sin luz, sin ese juego de colores
y aromas. Nosotros como chef y pasteleros debemos conectar con el cliente, el comensal debe
conquistar sus recuerdos mediante el sabor y esa es nuestra ardua tarea, nada fácil. -Terminó de
decir esto, cortó una porción y la probó. Masticó suavemente con sus ojos cerrados, el
bizcochuelo estaba tibio; luego los abrió, me miró y prosiguió: -Acabo de revivir mis tardes con
mi Tata, mi abuela… Gracias por traerla a mi corazón. -Terminado esto dio media vuelta y se
fue con una pequeña sonrisa en su rostro. Cada uno de nosotros limpió su mesada de trabajo y
nos retiramos. La clase se había dado por terminado y yo me había llevado una de las mejores
experiencias y uno de los mejores consejos.
El primer año se pasó en un abrir y cerrar de ojos, un parpadeo. Hernán, mi gran mentor
y compañero, siempre feliz de mis logros. Aprobé todas las materias sin dificultad. El trajín
cotidiano de mi vida había mermado, ya no tenía tantas obligaciones como antes, simplemente
trabajar y recuperar el tiempo que estuve ausente, mimarlo un poco más; se lo merecía, él había
sido un gran sostén y todavía lo seguía siendo, a veces necesitamos que nos digan lo que
significamos para alguien o lo importante que somos en la vida del otro. Ahora era mi turno.
Quería de alguna manera agradecer con gestos, acciones, comidas, paseos, charlas, mates,
música, pelis, series… algo de lo que me había dado.

Una noche, mientras mirábamos una peli, apoyó su cabeza en mis piernas y se quedó
completamente dormido. Una vez más lo contemplé, ese ser maravilloso, su pelo crespo
colorado, nariz respingadita con algunas pecas a su alrededor, la comisura de sus labios perfectos
y sus hoyuelos… me fascinaban. Me acerqué a su oído y en susurro le dije: -TE AMO -a lo que
él respondió: -YO MÁS. -Este colorado estaba en todas, no se le escapaba ni una. Le di un beso
suave en la mejilla y nos fuimos a dormir. Era una noche estrellada y la luz de la luna se filtraba
por la ventana regalándonos su resplandor en la penumbra de la habitación.

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Una mañana de marzo, casi a mediados de mes, Hernán se levanta y me despierta con
un mate sentado en la orilla de la cama, me miró y me dijo: -¡Vamos vagoneta… empezás
segundo… tu último año… estás en el último tramo… no te queda nada! -Me desperté
sobresaltado pensando que me había quedado dormido, pero para mí fortuna eran recién las 07:00
hs. Entre mates y tostadas de pan con semillas que él había horneado, me dio un leve panorama
de lo que era segundo año… No lo vi demasiado complicado, salvo por una materia que se
llamaba “costos”, yo sabía muy bien que no era bueno para las matemáticas, pero me dijo: -No
te preocupes, a todos nos resultó un tanto complicada, a parte yo te voy a dar una mano. Hoy se
hace todo con Excel, aunque la profe te lo pida en papel con puño y letra; la calculadora va a
pasar a ser la extensión de tu brazo, hasta una prótesis diría yo -lo dijo haciendo un gesto de
zombi que ambos soltamos tal risa que nos dolía la panza.
La carga horaria de segundo fue bastante ardua y pesada. Si bien pude aprender platos
nacionales e internacionales, las clases de francés, italiano y costos fueron un suplicio. Estar
horas sentado para que me cierre una oración o para tratar de hilar alguna idea. Hernán por su
parte y con toda su paciencia y dedicación, se sentaba a mi lado y entre los dos calculábamos
costos, él era muy hábil en el tema, quizás fuese porque en su trabajo lo lleva a la práctica a
diario, o quizás simplemente porque es muy inteligente; yo me juego por la segunda opción.
-Y así, con este total, es el costo de la porción… suponiendo que tenés una rentabilidad
de un 15 % -buscó la calculadora para hacerlo más rápido- el costo final es este valor de acá
abajo. ¿Se entiende Juli? ¿O te di tantas vueltas que te mareaste? Digo… porque me estás
mirando como un bobito -y largó una carcajada.
-Entendí todo. Entiendo todo. Lo que sucede es que te miro y… -soltando un suspiro
dije- me enamoras cada día más. Yo sé que te lo digo siempre, pero es más fuerte que yo. Hoy te
confieso que mi vida no sé si tendría algún sentido si no estás. -De costos saltamos a nostalgia,
revelaciones, amor… mi cara toda sonrojada por el solo hecho de mirarlo y él simplemente atinó
a levantarse, tomarme de los hombros, acercar su cara y regalarme otra perla en mis labios. -
Siempre voy a estar, mientras el de “arriba” me deje cuidarte y mimarte como te lo mereces. Mi
vida también cambió, pero con vos a mi lado, eso nunca lo olvides y además tengo que
agradecerte mucho… yo creía que esto del “amor” era pura cursilería, ñoñadas, que nunca iba a
estar a la altura de las circunstancias… pero hubo algo que me despertó el deseo y las ganas de
preguntarme: ¿y por qué no? Te aseguro que no te me ibas a escapar -Me abrazó fuerte, me dio
otra perla y se fue al baño. Sus perlas eran suaves y sabían a nácar.

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Ya finalizando segundo, y entre exámenes finales, presentaciones de platos, el trabajo y
la vida diaria, mi cuerpo me estaba pidiendo un “año sabático”. Mis ojeras bien pronunciadas
delataban mi falta de descanso, pero siempre tenía el apoyo no sólo de Hernán, sino también de
la dueña del restaurante y mis compañeros; siempre pienso que sin esos sostenes todo hubiese
sido en vano, aunque a veces seamos egoístas y digamos: -yo puedo solo con esto- es
simplemente tratar de tapar el sol con el pulgar, sabemos que por más que se tape el sol sigue
estando, simplemente se corre el dedo… ¡es todo tan relativo!

-¡Dale que llegamos tarde! -Hernán me gritaba desde el comedor para que terminara de
alistarme. El gran momento había llegado, hoy cerraba otra etapa, me entregarían el Certificado
de Chef Profesional… era de no creerlo. Miraba el espejo del placar y en 20 segundos pasaron
por mis ojos la película de mi vida… ¡y qué película!
La ceremonia de colación la realizaron en los salones de una cadena de hoteles de
Buenos Aires: Sheraton Hotels & Resorts, quedaba sobre Av. del Libertador y San Martín. Para
ello la institución preparó un Lunch Internacional para degustar y además postres de todos los
sabores inimaginables, para mayor fortuna, salí seleccionado como estudiante destacado en
pastelería con un promedio de 9.33. La cara de felicidad de Hernán no había cómo esconderla
emanaba por los poros y como broche de oro, obviamente obra de él, mi hermano y su familia
habían viajado de Córdoba simplemente para estar presente en el momento haciendo valor a lo
que en su momento me dijo: -Siempre voy a estar, aunque estemos lejos- Me hubiese gustado
que también hubiese venido Ramón, mi papá… pero bueno, son cosas de la vida, suficiente debe
lidiar con su adicción… pero habría sido el momento perfecto.
Regresamos al departamento bien entrada la tarde, mi hermano ya había partido hacia
Córdoba. Nos desplomamos en el sillón con una suave música de fondo. Qué rápido se había
pasado todo… ya era Chef… tengo trabajo… mi novio que me mira sonriente siempre y yo le
correspondo con otra sonrisa… no había razón para estar mal por nada, todo era perfecto.
Algunos pensarán que son los típicos amores e historias de novelas… yo simplemente les
respondo: -tómalo como quieras, lo dejo a tu criterio. -Simplemente ERA FELIZ.

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Capítulo XII
Risitti Di Vini Tinti

El paso del tiempo hizo que todo cambiara, ya no estaba de lavaplatos, sino que ayudaba
a Hernán, él como encargado y jefe y por supuesto, yo era el chef del restaurante. En cada plato
que salía hacia el comedor, contenía la misma magia que hacíamos brotar cuando cocinábamos
juntos.
Nuestra relación era linda, no tan pegajosa y melosa como antes, simplemente nos
entendíamos, ya sea en nuestras tormentas y locuras, como así también, en nuestros días soleados.
La primavera continuaba, más allá de que se aproximaba el verano, fue extraño porque perduró
bastante y eso, a veces, me hacía pensar demasiadas sonseras.
-¡Marcha un Solomillo de Cerdo relleno con Papas Noisette y Salsa de Miel, un plato
de Salmón Grillado con Vegetales de Estación, un plato de Ravioles con Salsa de Cuatro Quesos!
-Gritaba el colorado Hernán, tenía una voz hermosa para anunciar las comandas, por más que me
dieran dolor de cabeza.
A veces la gastronomía es así, se puede hacer arte y por otra parte es hartante. Con ella
se puede expresar sentimientos, estaciones, colores, olores… y otras tantas, aunque lo único que
se puede hacer de verdad es auto consolarse para seguir y no demorar. El cocinero a veces es un
artista y otra un verdadero combatiente del tiempo, todos dicen lo mismo: el tiempo es tirano y a
veces lo experimentaba.
-¡Marcha dos platos de Risotto con Vino Tinto y Verduras Flambeadas, un plato de
Ravioles de Cuatro Quesos! -Volvió a gritar ese Colorado Jefe de cocina demasiado lindo. Yo
por dentro me derretía con solo escucharlo. A veces se daba cuenta que lo miraba demasiado…
es que le quedaba tan bien su uniforme que no podía hacer caso omiso a semejante bombón
dándome una orden.
-¡La puta madre, porque no piden todo lo mismo y listo! -Dije en un tono despacito, sin
que Hernán se diera cuenta. En ese instante me observó, pero esta vez su mirada estaba cansada.
-¿Qué pasa Julián? ¡Necesito esos platos lo antes posible! -Me lo hizo saber con un tono
de voz bastante duro, su papel de jefe le sale bien y no distingue, por más que yo fuese su novio
o pareja. Él hacía su trabajo como correspondía solo que el quejoso era yo; entonces me puse a
marchar los platos y continuar con la rutina. El tiempo es tirano y la cocina no espera. A los dos
minutos se vuelve a acercar con una servilleta de papel y se me para al lado.
-Dejame verte Juli -y pasándome la servilleta por mi rostro me seca la frente, él sabía
que dentro de la cocina hacía mucho calor y tenía esos detalles, que después de ser tan duro,

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enamoraba aún más, o quizás yo estaba tan enamorado que buscaba excusas sobre su
personalidad para enamorarme siempre un poquito.
Pasado casi el cuarto de hora y a punto de culminar la tarea, se hacía tarde y era momento
de cerrar el local, Hernán se asoma y me dice:
-Un plato de Risotto con Verduras Flambeadas sin sal. -Me quedé mirándolo como si
me estuviera jugando alguna broma, porque de él se podía esperar esas pasadas… pero ¡NO!
porque de verdad me hacía señas que había entrado una persona más al lugar. Me dio una bronca
en el momento capaz de tirarle con alguna olla o utensilio que tuviera cerca… -colorado maldito-
me decía a mis adentros… -¿Por qué me lo hace justo antes de cerrar la cocina? ¡Encima tengo
calor y estoy agotado!... me tengo que poner a hacer el Risitti Di Vini Tinti para esta vieja
estúpida…- me detuve un instante mientras hacía nacarar el arroz, tomé aire y exhalé para
tranquilizarme. Es un plato uno de unidad. Mi enojo se transformó en empatía, es una sola mesa,
una sola comanda, una sola persona y, por lo tanto, un solo plato. No creo que coman dos
personas del mismo… ¿o sí? Ya no sabía ni que pensar, así que me puse manos a la obra con
todo el amor que se requiere.
-¡Dale Julián tirale el vino al arroz! -Hernán me lo decía mientras este apoyaba las
manos sobre la mesada con una lapicera y se reía; yo por dentro -Colorado Maligno- el único
insulto que se me ocurría en la cabeza.
-¿De nuevo pensando? Metele, ambos estamos cansados, así podemos cerrar la cocina -
se enderezó y dio una palmada en la mesada con la lapicera que tenía entrelazada en sus dedos
mientras hacía un cuarto de giro y un paso. Me apresuré lo más que pude, pero quería que saliera
bien, juro que le puse mucho amor simplemente porque recordé la empatía que sentí de la soledad
que viví aquella vez. Cuando terminé todo, Hernán se acercó y me dijo:
-Dame todo, yo emplato, también quiero ponerle ese amor, no te olvides que la magia
la hacemos entre los dos. -Me dijo guiñándome un ojo y salió de la cocina con el plato armado
listo para ser disfrutado por vaya a saber quién. Es verdad, me conocía hasta los pensamientos,
de arriba a abajo; y como era de esperarse, del resto de los cocineros ni señales de vida, solo
sonidos guturales para gritar lo necesario del servicio. Éramos nosotros quienes le dábamos vida
a la monotonía, lo ordinario lo hacíamos extraordinario y de eso estaba orgulloso, porque le
poníamos nuestra pizca de amor a todo.
Pasaron unos 20 minutos cuando de repente volvió la moza, tuve miedo, real. Fernanda
se acercó y dijo:
-Dice la Señora que muchas gracias por la cortesía de no agregar la sal y, además que
estaba muy sabroso. -Fernanda, la moza, lo dijo desde la puerta hacia Hernán y se marchó. La

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verdad me había concentrado tanto en ponerle amor que se me olvidó del tiempo; pero bueno la
clienta estaba contenta y satisfecha eso era lo importante… moraleja: El amor vence cualquier
obstáculo. Acto seguido vuelve a entrar Fernanda:
-La clienta quiere conocer al chef. -Y se alejó nuevamente. Es muy raro que pasen estas
cosas, por lo general son personas de gran prestigio, importantes, que andan de silla en silla para
buscar a los mejores cocineros… Pero ¿qué tenía yo de especial?
-Hernán anda vos por favor. -Y me aferré a los fuegos de la cocina justo a los que me
quería desprender hace un instante atrás.
-No señor, vos lo hiciste, vos vas. -Me lo dijo con tono imperativo el jefe, otra no me
quedaba. Ya estaba tan acostumbrado a estas cosas, no a que me llamen, sino a la incertidumbre,
pero aun en invierno me fue bien, en primavera ¿Que podía fallar?
-Dame unos segundos me pongo la chaquetilla limpia y salgo. Le respondo a Hernán y
a la moza, que nos miraba como nos tirábamos la bola de responsabilidades uno a otro, pero
parecía que no le molestaba, más bien nos miraba con cara de Gatito de Shrek.
Me puse la chaquetilla limpia y salí al comedor. Era casi la hora de cierre y estaba todo
vacío menos una mesa; allí una señora de unos 60 y tantos años, saque la edad a priori porque
podía ver sus canas desde la puerta y, a parte, me daba la espalda. Me fui acercando y me di la
vuelta por la mesa para ponerme en frente de ella, la verdad que estaba seguro, pero no miraba
su rostro.
-Buenas noches Señora. -Le dije cordialmente y bien parado. Cuando nuestras miradas
se encontraron pude reconocer a ese ser tan amable que me enseñó, aquella vez en el hospital,
que todo pasaba… todo pasaba…
-Buenas noches Señor Chef. -Me dijo con su dulce voz, una voz que hasta el día de hoy
recordaba cómo era su timbre y en verdad que eso no cambió, aunque el paso del tiempo le
delataba un rostro más arrugado, flaco y con el cabello más canoso que antes. Realmente mi
mirada de alegría y felicidad por verla de nuevo me trajo a mi mente esas palabras dulces que me
había dicho en mis momentos más grises, cuando más lo necesitaba.
-Qué alegría verla por aquí y que placer que haya podido comer una de nuestras
especialidades… ¡Qué coincidencia de la vida! y ¡Qué pequeño es el mundo! -Le dije y por
dentro pensaba, si hubiese sabido que era para ella hacía dos cosas: la primera ponerle mucho
más amor hasta exprimir la última gota de lo poquito que me quedara y segundo hacer dos platos,
justamente para sentarnos a conversar y agradecerle por su amabilidad.
-No es coincidencia, la vida no se trata de coincidir, sino de buscar y encontrar el
momento oportuno. Hace unos días vi a tu padre andar en bicicleta y lo frené. le pregunté por

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vos y me contó todo. Entonces por cuestiones laborales, vine a una capacitación del trabajo y no
podía irme sin saludarte y probar tu plato. -Me dijo sonriendo.
-Yo tengo una deuda muy grande con usted. -Le dije. Ella se me quedó mirando como
para que siguiera y le dije:
-Me prometí que cuando volviera a verla le daría un abrazo fuerte, porque usted de
alguna forma, en ese momento supo de qué manera abrazarme, sostenerme…. -sonrió y se puso
de pie. Caminé hacia ella y la abracé muy fuerte. Juro que el tiempo del abrazo fue el mismo
tiempo que duró su historia, la que alguna vez me contó.
Hernán andaba sin la chaquetilla por la caja viendo que pasaba. Lo llame y los presente
como corresponde, ya que él era el Jefe de Cocina y Encargado del lugar.
Cerramos y nos fuimos, al llegar nos destapamos un vino bueno y nos quedamos hasta
altas horas de la noche hablando de todo, como pasó y todo lo que podría llegar a pasar. Mi
corazón volvía a sentir ese fulgor… lo mismo que me producía Hernán con sus hoyuelos.

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Capítulo XIII
Amor Ausente

La primavera seguía su curso y el tiempo no se detenía, ni para mí ni para la cocina…


el tiempo es tirano; pero el ambiente olía a humedad, a como una precipitación se acercaba, como
un puma agazapado por acechar a su presa, parecido a un huracán que, estando en el ojo del
mismo, podés ver cómo te arrebata la vida de las manos, como va destruyendo todo a su paso.
Todo se desencadenó en un día que teníamos de franco, estábamos en casa y Hernán
tenía una actitud extraña y no sabía el por qué. Le pregunté varias veces, pero omitió mis
interrogatorios y no pude sacar información alguna sobre su tormenta, o bien, que le estaba
pasando. A veces debemos respetar el silencio de los demás, darles su espacio… El silencio
también tiene respuestas, simplemente hay que saber encontrarlas. ¿Mi cabeza? Ufff… una
máquina de crear tempestades donde no hay… quizás fueron celos, o bien, yo los llame celos, y
mi mente fantasmagórica comenzó con la sospecha que seguro conoció a otro “vagabundo”, sin
desmerecer a nadie porque yo también lo fui, otro “Julián” escapando de inviernos. Me acerqué
y me senté en el sillón a su lado esperando algún contacto, visual o auditivo, algo me tenía que
responder.
-Hernán… ¿Qué es lo que te pasa? -Le pregunté.
-Nada Julián, de verdad. -Me respondía mientras seguía leyendo su kindle y su celular
que no paraba de soñar.
-¿Seguro? -Le retruque.
-Sí seguro. -Me respondió cortante, como si una navaja de aire cortara el canal de
comunicación… el sabor amargo de la situación me hacía pensar en cualquier cursilería. Me
llame al silencio, dentro había mucho ruido y no podía escucharme. La incertidumbre me mataba
entonces mientras limpiaba sobre lo limpio trataba de no pensar. En ese momento se puso de pie
de un salto y dijo:
-Juli voy a salir… -Se guardó el teléfono en el bolsillo y salió disparado por la puerta
dando trancos demasiados largos.
-Bueno, cuídate -Le respondí en el momento que él cerraba la puerta.
La situación era normal, o no… es habitual que sucedan estas cosas porque ninguno de
los dos estábamos atados a nada, entonces dentro de mi pecho empezó a llover y los celos
levantaron vientos descontrolados, ráfagas que se llevaban hasta el último atisbo de vida. Me
preguntaba si se estaría conociendo con alguien más lindo que yo… cualquiera podría ser la
razón. No dije nada más y aproveché que mis amigos me invitaron a salir, acepté para despejarme

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un poco sino me iba a volver loco. Me vestí como pude, con lo primero que encontré y me fui
del departamento.
Cuando regresé, alrededor de la 01:00 hs, el colorado ya estaba dormido. Me acosté a
su lado sin besarlo, sin siquiera tocarlo por miedo a lo que pasara; y en el mar de dudas cerré los
ojos tratando de conciliar algún tipo de descanso. Algo sucedía, era muy raro que Hernán no me
despertara con el mate, sentía todo extraño, todo distante. Había un precipicio entre nosotros
dónde únicamente se podía oír el eco de mi grito de auxilio para con él. Nos quedamos acostados,
no volaba ni una mosca, aunque desearía que en ese momento hubiese alguna, por lo menos el
batir de sus alas hubiese roto semejante silencio.
La mañana pasó y llegando al mediodía nos levantamos, nos preparamos como
corresponde y nos fuimos directo al trabajo. El sonido del trayecto eran tormentas que se
aproximaban, bueno, en realidad ya estaban sobre nosotros.
El pastelero del local, un muchacho morocho bastante parecido a mí, excepto su panza
y sus ojos normales. Tenía mi sospecha que le molestaba nuestra forma de amar “rara”. Él, tan
observador y chusma como los demás, miraba con atención nuestro silencio y sonreía después
de decirme: -¿qué les pasa a ustedes? ¿Ya se dejaron? -su mirada denotaba sorpresa.
-¡Nada que ver estamos bien! -Le respondí y no pronuncié ninguna palabra más, ese
boludo me caía mal, me hacía daño y constantemente cruzábamos indirectas, el típico querer
saberlo todo de todo y de todos.
La soledad y mi 17fríodeinvierno volvían a mi mente otra vez. Me acerqué despacio
hasta Hernán y le dije: -Hernán, creo que tenemos que hablar, no me evites por favor- la tormenta
estaba bastante pronunciada, me asustaba, no quería perderlo.
-Dale, sí… pero después. -Me dijo y se fue.
¡Oh soledad qué haces acá! No había remedio… ¿amor ausente?... ¡WTF! ¿Qué estaba
pasando? y entre las dudas y la rutina empecé a tararear un tema:
-“…Este nuevo amanecer…” -canté.
-¿Y esa canción? -Me preguntó con una mirada de soslayo.
-Es un tema que me gusta, una canción de folklore… -La que tarareaba era una versión
de Eruca Sativa. Todo quedó en silencio, ya me molestaba el silencio. ¡Maldito otoño que se
aproxima!
Dimos por terminada la jornada y volvimos a casa “en silencio”, maldito silencio y como
si una espina se me atravesara en la garganta me imaginé la situación de no aguantar más y
escupirle las mil y un preguntas en la cara:

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-Hernán… ¿Qué te está pasando? ¿Ya no te gusto? Por favor contame… decime algo...
¿Lo poquito de belleza que tengo se esfumó? -Obviamente no se lo dije, solo confabulaba una
posible situación. Cuando entramos no había más rutina que dejar la mochila de batalla arriba
del sillón. Me acerqué a solo dos metros de él y mi cara ya mostraba un dejo de melancolía
mezclada con tristeza.
-Hernán… ¿Hay alguien más en tu vida? Necesito saber… no sé qué hacer o cómo poder
ayudarte. Decime, no me dejes con esta duda ¿Qué necesitas? Sabes que estoy para lo que sea…
pedilo… -Solamente me miró a los ojos. En su mirada se notaba una soledad inmensa, pero él no
respondió nada. Luego de unos segundos me dijo:
-No me pasa nada Julián. de verdad.
-Entonces hay algo que te aleja y no sé qué es, te aíslas... Confiá en mí, sea lo que sea
podés decirlo, para eso estoy. - Ya no sabía de qué forma hurgar en la conversación para que me
contase qué le estaba pasando.
-Nada te dije Julián. -Simplemente me miraba con ojos vidriosos como si estuviera a
punto de largar el llanto. Mi boca quedó completamente cerrada y mis brazos a la par de mi
cuerpo, pedían a gritos que me colgara de su cuello y contenerlo, rodearlo fuerte para que no se
escape y descanse su pena en mi hombro.
-¿Te puedo abrazar? -Le pregunté, como pidiéndole permiso.
Él no dijo nada solo vino a rodear mi cuerpo con sus brazos y nos quedamos varios
minutos así, con los corazones al unísono, su respiración estaba acelerada y yo trataba de
transmitirle paz, esa paz que él una vez supo regalarme sin vanagloriarse. Entonces, en forma de
susurro y muy cerca de mi oído me dijo:
-Esta vez, el que necesita los abrazos, soy yo -Sus latidos retumbaban en mi pecho y su
perfume me acariciaba el alma.
-Ya es tarde, es hora de dormir… -me dijo con una pequeña mueca de sonrisa solitaria
y me soltó. Con un silencio sepulcral, “maldito silencio”, nos fuimos a la cama.
El clima de la noche vestía un traje muy gris… lo único que podía hacer en ese momento
era estar, como él lo hizo conmigo y sin que me dijera algo, lo envolví con mi brazo y apretando
fuerte nuestras manos nos sumergimos en un sueño profundo.

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Capítulo XIV
El Tren de la Vida

El ambiente en el restaurante pendía de un hilo. En la mañana, mientras hacíamos


producción con el único ruido, el rezongo del mate, Ana María se descompensó cayendo
desvanecida en el comedor. A nosotros no nos daban las manos para llamar a alguna ambulancia
y poder trasladarla al hospital más cercano. Hernán es bueno, es generoso, es simplemente
Hernán y de su corazón siempre brota ese Ángel Protector que socorre a quien le urja necesidad,
porque fui uno de ellos.
Aprovechamos el franco por unas horas y fuimos a verla, queríamos saber cuál es su
cuadro, su diagnóstico… Ana María estaba muy sola y su entrada edad hacía que estemos aún
más a su lado. Cuando entramos al nosocomio, se me vino a la memoria cuando estuve internado,
si a Hernán lo hubiese conocido antes, seguro estaría ahí para mí.
Después de una hora de visita me fui al departamento, Hernán siguió a su lado. En este
tipo de situaciones tan amargas no hay nada mejor que te esperen con algo dulce y rico para
comer asique, me senté en el sillón, tomé su kindle y leí buscando algún tipo de inspiración,
alguna musa que me ayudara… y juro que invente un postre. El tiempo se fue dando de a poco
hasta que me sobraron minutos para guardarlo listo en la heladera. Cuando llegó Hernán, lo único
que hizo fue ducharse y salir de nuevo hacia el local. Al término del servicio, de nuestra jornada,
se me acerca y me dice:
-Esta noche me quedo acá, voy a regresar tarde. -Simplemente lo miré, porque entendía
la situación y a parte no quería desatar otra tormenta fantasma.
-Dale. -Le respondí y no dije más nada.
Mientras caminaba de regreso a casa pensaba en que me iba a comer los dos postres, el
de él y el mío, que se convirtió en parami parami. El día había sido bastante largo y cargado,
cuando llegué me bañé y me quedé en el sillón mirando a la nada, pensando en todo, cayendo en
un sueño profundo y relajado. Habrán pasado algunas horas, estaba desconcertado, miraba para
todos lados, mis ojos desorbitados buscaban algo que sonaba… no sabía si era lunes, martes, o
si estaba en China… el celular no paraba de sonar. Lo encontré medio caído en el respaldo y
atendí sin mirar.
-Juli venite urgente al restaurante. -Era la voz de Hernán.
-Salgo para allá, en diez minutos estoy. -En silencio me puse la campera y salí rápido,
los pies ni se veían de lo ligero que iba. Cuando llegué, Hernán estaba ahí en el lugar de Ana
María, igual que mi primera vez en la entrevista.

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-Tenemos que hablar -Me dijo.
-Dale, hablemos -le respondí esperando que largara rápido su buena nueva o su mala
nueva. No sabía ni de qué se venía la cosa. Hernán, todo calmo como siempre, comenzó:
-Mira… todo esto… -él hacía señas al lugar en general- es en donde pude apoyarme por
primera vez que salí del dolor, el invierno como decís vos. Acá fue donde confiaron en mí y
también en vos. Llevo años trabajando acá, pude conocer a Ana María y a quererla como una
amiga, o como una mamá; yo creo que es el de una madre, una mujer grande que tranquilamente
podría serlo. Ana María se enteró de mis penas, mis dolores, mis tormentos, mi sufrimiento y
ella me compartió los suyos. Hoy, cuando fui a verla, me contó aún más de sus penares y
cansancio y entre varias horas de compañía llegó un abogado con muchos papeles en la mano y
un maletín. Sinceramente no sabía que se traía bajo la manga. Los abogados son buenos, aunque
algunos sean carroñeros, pero éste parecía conocer a Ana, como de la familia. -Hernán continuaba
su relato y yo atento a todo lo que me contaba…
-Adelante Rubén, él es mi abogado. -Expresó Ana María señalándole.
-Permiso… buen día… ¡Qué día! -Comentó el profesional dejando su maletín encima
de la mesita de la habitación del hospital.
-¿Cómo están? -Rubén volvió a preguntar.
-Acá andamos… -Ana María dejó escapar un suspiro de cansancio y pena.
-Bien -dijo Rubén y abriendo su maletín prosiguió- vamos a iniciar con los trámites si
les parece, creo que es el momento… -Los ojos de Rubén se depositaron en Ana y luego en mí.
Yo seguía sin entender de qué se trataba, quizás una leve sospecha
-Esperá un minuto -Expresó Ana María, luego me miró y dijo:
-Hernán, vos sabes lo mucho que te quiero y cuando te vi supe que ibas a dar todo para
salir adelante… y no solo eso, sino que mi restaurante se movió hacia vos. Ya estoy muy cansada
y no tengo a nadie, vos conoces mi historia, nunca forme familia, no tengo hijos y lo poco que
tengo me fue heredado de mis padres… pero yo siempre te vi como de mi propia sangre, por eso
las oportunidades en la vida son únicas…
-Yo siempre te vi como mi mamá, aquella que no tuve en mis momentos buenos y
malos… en cambio vos, Anita de mi alma, me has dado todo el amor y la dulzura que yo
necesitaba… -le respondí.
-Entonces te dejo mi restaurante, ahora es tuyo. -Me estiré hacia sus brazos y entre
lágrimas le acariciaba su mejilla a modo de agradecimiento… -Me respondió. Toda la odisea
culminó en el abrazo de Hernán con Ana y la firma de las actas del local.
-Y bueno… ¡Ahora esto es nuestro! -Hernán me miró con cara de asombro.

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-¿Nuestro? -Volví a preguntar.
-¡Si! porque compartimos la soledad, el dolor, el amor… Ya estamos siendo uno solo. -
Me respondió.
-Este último tiempo me viste demasiado distante y pendiente del teléfono, me
preocupaba por ella y no quería arrastrarte conmigo. -Agregó… y yo no dejé escapar la
oportunidad a que mis celos me jugaran una mala pasada.
-¿No hay otro? ¿No estás con otro chico? -Pregunté mirándolo con ojos entrecerrados.
-¡Pero no Julián!. Sabes bien que TE AMO y sos incambiable en mi vida… ¡por más
que digas todo el tiempo que te ves como bla bla bla! Qué tenés un ojo de cada color y un mechón
blanco hermoso que cae por el lado derecho de tu frente... Todas esas cosas te hacen único… sos
único, por eso y por mucho más TE AMO, así como tal, simple y genuino. -Me dijo y me abrazó
muy fuerte depositando una de sus tantas perlas en mis labios.
A veces la vida nos vuelve a sorprender una y otra vez. Otros dicen que el tren de la
vida pasa una sola vez y que, si no subiste, ya fue lo perdiste… en cambio yo digo que no es así.
El tren de la vida pasa siempre uno decide en qué momento subirse y este era mi momento,
nuestro momento.

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Capítulo XV
Ocaso Primaveral

Es increíble como el tiempo ordena y consagra. Pareciera que uno se subiera a una cinta
transportadora y girando levemente la cabeza hacia atrás puede ver de reojo todo aquello que fue
marcando la vida y dio giros inesperados, esos plot twist que sorprenden en lo cotidiano.
Hernán como dueño del restaurante le puso su arte, yo simplemente lo contemplaba, me
gustaba mirarlo en silencio… observarlo me enamoraba todos los días aún más, puedo decir que
modificó todo, menos al pastelero estúpido. Hernán, siempre tan gentil y con ese corazón tan
puro, hacía preparar una vianda para llevarle a Ana María y una vez por semana la visitábamos
y compartíamos el rato con ella, hablando de menús y cosas de la vida. Se podría decir que todo
marchaba a la perfección, no solo en el servicio del local, sino que también en nuestra vida.
-Julián necesito que te quedes después del servicio. -Me ordenó el “Jefe”, mi Jefe
favorito.
-¡Comprendido Chef! -Le respondí haciendo un ademán de militar llevándome la mano
a la frente a modo de saludo.
Cuando la jornada culminó y todos se fueron, Hernán se dirigió hasta su cofre, por más
que fuera dueño, él seguía trabajando como si fuese su primer día de prueba. Mientras yo estaba
ahí, sacó varios elementos para cocinar y yo sentado en la cocina mirando como tiraba esa magia
gastronómica.
-Necesito cambiar el Menú -Me dijo de manera que me agarró de sorpresa.
-La verdad que podríamos hacer algo relacionado a la estación… no sé, qué se yo. Es
bueno renovar. -Le comenté. Él sonreía mientras iba y venía.
-¿Qué onda con el pastelero? -Me escupió la pregunta de manera tal que realmente pude
descargar todo mi descontento.
-Nada, es un imbécil, se hace el bueno con todos y varias veces me hace meter la pata
para culparme. Realmente no tengo ganas de ser “como un nene” peleando ni culpando, entonces
me hago cargo de su error. En síntesis, lo detesto. -Mi cara denotaba enojo.
-A mí también me está cansando. A veces es demasiado malo y habla a nuestras espaldas
sobre nosotros, nuestro amor, nuestra forma de vida… realmente ya me molesta. -Me dijo.
-¿Qué hacemos? -Me dijo Hernán haciendo señas con las cejas porque sus manos
estaban ocupadas.

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-¿Me estás preguntado qué hacer con ese sujeto? -No quería ni nombrarlo porque me
daba asco.
-¡No! ¡Con vos! -Me tomó de sorpresa aún más porque no entendía a qué se refería.
-¿Yo qué Hernán? -A veces me desconcertaba…
-¡Ay Julián! Vi ese postre en la heladera y me comí las dos porciones una noche mientras
vos dormías. Estaba exquisito. Espero que tengas esa receta anotada en algún lado. -Me dijo.
-Si esta anotada, a parte sé que te gusta mucho el higo por eso me inspire. -Le contesté.
-Me imaginé que era para mí y por eso mismo, a partir de ahora vas a ser el pastelero
oficial. -Me dijo riéndose.
-¿O sea que tendría que compartir más cosas con ese sujeto? -Pregunté.
-No Señor… Hoy me avisó que no quería trabajar más para la firma. Así que ya podemos
descansar. -Me comentó dando por terminada la charla del pastelero idiota.
-Ahora necesito que me esperes en el comedor, no quiero que veas el menú. -Comentó.
-Bueno dale. -Me fui al salón, aunque ya había visto algunos ingredientes que me hacían
sentir en casa, pero no entendía mucho a donde quería llegar o mejor dicho llevarme con el viaje
gastronómico. Cuando terminó se acercó como un mozo cargando la entrada. Había cocinado
mucho, pero él estaba siempre impecable de limpio y apareció con un armar menús.
-Cuando viajamos a Córdoba, que por cierto no conocía, tome sus olores y colores.
Quise recrear algo para vos para que estés en tu casa, regalarte un poquito de mi don para
demostrarte que “te amo”.
Terminó de decir esto y se levantó para ir por el plato principal. De nuevo parecía una
pelotita de Ping Pong yendo y viniendo de acá para allá mientras comíamos. Yo ya estaba
acostumbrado, aunque esta vez me tomó por sorpresa. Apareció un poco nervioso y se sentó.
Sirvió lo que quedaba en la botella dividiendo equitativamente para las dos copas, se lo veía un
poco torpe, había derramado un poco de vino sobre el mantel impecable. Nos reímos un rato y
arreglamos el desastre.
-Te debo el postre. -Me dice.
-No Señor, el postre se lo debo yo. -Le contesté.
Se formó un bache de silencio, él seguía algo incómodo y nervioso. Levantó sus ojos y
mirándome fuerte y consistente me dijo:
-Juli… Pasó mucho tiempo desde que “casualmente” nos conocimos, pasamos por mil
situaciones buenas y malas, siempre estuvimos unidos. -Su voz le temblaba, su mentón le
temblaba.

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-Gracias por estar y existir. -Lo interrumpí, el pobre colorado estaba transpirando y
dándole vueltas a la copa de vino con el dedo a lo loco.
-Julián… ¿Vos tenés ganas de que sigamos compartiendo la vida juntos? -Me preguntó
tomando una bocanada de aire.
-Ya la estamos compartiendo, Hernán. -Le respondí.
-Pero quiero que sea de esta manera. -Se levantó y se acercó con un anillo en la mano,
mis ojos no paraban de llorar, como si hubiese abierto el grifo de los lagrimales.
-¿Que nos casemos? -Respondí con otra pregunta y era obvio, pero quería escuchar esa
hermosa palabra que tanto esperé y con una rodilla doblada en el piso, Hernán estiró su mano
derecha y me dijo:
-¿Julián te casarías conmigo? ¿Querés ser mi esposo? -El calor de su mirada y los
hoyuelos de sus mejillas hizo que me bajara hasta donde estaba él y, a su altura, los dos con la
rodilla en el piso dije:
-Si acepto. -Mi rotundo SÍ se escuchó como a 10 km a la redonda.
No hizo falta postre porque sus besos ocuparon ese momento.
La primavera estaba llegando a su fin. Las buenas nuevas y los caminos ya habían hecho
lo suyo, quedaba solamente otra estación y permanecer allí, o por lo menos tratar.
El perigeo era con Hernán y con la vida nueva. De a poco se empezaba a sentir los rayos
del sol calentando corazones… nuestros corazones.

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CUARTA PARTE
Veranus - Aestivum… Caluroso

“Las personas necesitan muchas cosas para sentirse vivos…


familia, amor, amigos y especialmente un corazón sano.
Creer en el amor es creer en sol,
no hace falta verlo… más bien, sentirlo”.

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Capítulo XVI
Estrellas de Vida

Pasaron diez años de aquella noche maravillosa en la que decidimos unificar nuestras
vidas, se conmemoraba nuestro Aniversario de Bodas… “Bodas de Aluminio” dirían algunos
expertos ya que había pasado una década y yo recordaba ese instante con la misma intensidad de
esa noche, noche en la unificamos nuestros corazones con un Sí.
Hernán alcanzó una fama impresionante en el restaurante que Ana María le había dado,
le había heredado. Ella después de aquella descompensación y al poco tiempo, entró en una
demencia senil que la llevó de a poco a un Alzheimer cada vez más profundo. Pasó sus últimos
años en un Hogar especializado para atención de personas con ese tipo de enfermedades. Nunca
dejamos de ir a verla, aunque visitarla implicaba un esfuerzo muy grande, Hernán se conmovía
cada vez que Ana María posaba su mirada perdida en sus ojos y solamente atinaba a acariciarle
la mejilla sin emitir sonido. Doy fe que el cerebro es un misterio, pero en esos momentos chispas
de recuerdos volvían a Ana con una simple mirada hacia su hijo del corazón. Ambos sabíamos
bien que su condición empeoraba día a día, noche a noche. Un jueves, luego del servicio,
estábamos sentados en la famosa “mesa 13”, lugar donde comenzó todo. Hernán recibió un
llamado del Hogar avisando que Ana María había partido a su mejor vida, él no pudo contener
tanto dolor y lágrimas que se desplomó sobre la mesa. Lo único que hice fue levantarme e ir
hacia su lugar. Me arrodillé y lloré junto con él con mi cabeza sobre su regazo. En mi mente
había solamente una frase: “todo pasa… esto también pasará”.

Ser homosexual, formar una familia y la paternidad es algo que nos marca por no ser,
de alguna forma, “natural” como dicen las personas; vivir en Argentina y adoptar es lo más
burocrático y dificultoso del mundo. Iba contra los pensamientos y principios de Hernán, él
conocía perfectamente a flor de piel el frío-invierno-de-soledad. Es muy triste no poder dar amor
a alguien y ayudarlos a crecer, acompañarlos en su camino; ese día decidimos no ser padres,
nuestra solidaridad y empatía se cruzaría con algún otro “Julián”, o no… uno nunca sabe qué nos
depara el destino.
A veces amaba mi país por lo hermoso que tiene y, por otro lado, me enoja demasiado
la casta política, no colabora nunca con los inviernos de miles de criaturas sin hogar, sin familia,
sin un par de brazos que los arrope en sus noches grises… para esos niños dudo mucho que exista
alguna primavera o verano, espero estar equivocado.

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Una noche alrededor de las 21:30 hs entraron cuatro personas muy bien vestidas de
manera formal, demasiado elegantes. Pidieron los mejores platos que, obviamente, los había
elaborado mi amadísimo colorado. Salieron cuatro comandas iguales para estas personas.
Realmente nos esforzamos mucho para que saliera lo mejor posible y después me dediqué al
postre, le puse nuestro ingrediente secreto, el amor. Ya finalizando el servicio, todos limpiando
para poder irnos a casa temprano, entra Fernanda a la cocina refunfuñando:
-¡Cómo puede ser que dejen un tenedor tirado y no lo levanten, que falta de educación…
menos mal que estaban trajeados…! Aunque les digo la verdad, no hace falta estar bien vestido
y tener dinero ¡la educación no pasa de moda! -Fernanda seguía renegando con el tenedor en la
mano y suspiraba.
-¿Qué dijiste? -Le pregunta Hernán mirándola con ojos grandes como platos por el
asombro.
-Nada… me dejaron un tenedor en el piso, no le costaba levantarlo y dejarlo en el plato,
a parte mete ruido al caer ¿o no? ¿parezco una loca?
-Bueno Fer, a lo mejor no se han dado cuenta. -Replique para que se calmara, estábamos
todos muy agotados. Hernán salió disparado hacia el salón y desde la mesa número 13 pegó el
más grande de los gritos:
-¡HEY! ¡NOS VISITARON! -Pero sus gritos eran de pura felicidad dando saltitos de un
lado al otro del recinto.
-¿Quienes? -Me metí y pregunté, realmente no entendía qué estaba sucediendo. Hernán
se da vuelta y en medio de sus gritos de felicidad nos dice:
-¡INSPECTORES NACIONALES QUE OTORGAN LOS PREMIOS MICHELÍN!
¡Estuvieron acá! ¡Buscan a los mejores cocineros! -Gritaba Hernán de felicidad. En un momento
de calma, nos explicó en qué consistían los premios, las estrellas doradas pegadas en el piso, el
tenedor en el suelo… Todos quedamos anonadados de la noticia, sin dudas Hernán estaba
logrando un éxito muy grande, y la felicidad cuando se comparte es doble felicidad. No hice más
que abrazarlo y disfrutar de su momento, porque ese era su momento.
Pasaron los meses y la situación se repitió cuatro veces, las mismas personas, platos
distintos, postres variados. Una mañana llega una carta dirigida al dueño del establecimiento.
Hernán la abrió y vio que en su contenido decía que estaba nominado a recibir una “Estrella
Michelin'', esto implicaba que el restaurante era bueno en su categoría y que ya tenía fama
nacional. ¡El colorado iba a ser famoso! ¡El colorado ya era famoso!

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Él logró su Estrella, el tiempo da frutos, el tiempo consagra. Muchos cocineros
decapitan cabezas para llegar ahí y otros hacen lo imposible, no duermen buscando recetas
extraordinarias para que estas personas los visiten. En cambio, Hernán solo se la paso dando y
poniendo amor, ayudando y siendo él mismo, simple y genuino.
Todo lo bueno que había dado a lo largo de su vida y la resiliencia a su invierno,
colaboraron para que su mundo florezca de éxito, porque cuando uno desea algo de corazón y de
manera desinteresada, todo el universo conspira para lograrlo, en uno está en creer o no.

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Capítulo XVII
Petricor y Arcoíris

El tiempo es tirano pasa muy rápido y es muy loco.


El colorado tenía una Estrella Michelin, era FAMOSO en Buenos Aires, una persona
importante en todos lados y yo, su marido, que por cierto también continuamos cocinando juntos,
me llevaba a todos los eventos. Tantas horas de kindle le dio el puntapié para escribir su primer
libro y publicarlo, ahora iba camino al segundo. La lectura abre mentes, abre espacios y
oportunidades que nadie se imagina y Hernán estaba logrando todas aquellas cosas que una vez
fueron meramente sueños.
Un día de verano mientras caminábamos por la peatonal de Florida lo miré y le pregunté:
-¿Te parece si pasamos por el departamento a buscar el mate y nos sentamos a mirar las
estrellas y aprovechamos que esta algo despejado? -Él me había dado mucho… ¿Cómo iba a
dejar de no invitarlo a algo tan simple? Aparte yo también quería contribuir con sus adicciones,
digo acciones.
-¡Obvio que sí! -me respondió. Fuimos rápido hasta casa, pusimos la pava y armamos
el equipo. Por más que Hernán fuera famoso seguía siendo él, igual de sencillo.
Las tormentas de verano son las que se arman de la forma más rápida e inesperada y de
la misma manera se esfuman, en tan solo un instante… es increíble. Estábamos acostumbrados a
que esto pasara y no solo por vivir en Buenos Aires, sino que en nuestro interior siempre vivíamos
alguna que otra tormenta. Una vez qué pasó, miró por la ventana y me dijo:
-¡Vamos rápido, agarra una campera! -Dijo mientras se iba a la puerta.
-¡Ah y el mate me estoy olvidando! -Parecía muy apurado, pero no entendía. Nos
subimos al auto y nos fuimos bastante lejos de la zona céntrica, lo detuvo y bajamos en una plaza
bellísima, llena de árboles con un césped muy verde. En el centro se izaba una glorieta de tipo
colonial.
-¡Petricor! -Gritó.
-Petri… ¿Qué? -Le pregunté sosteniendo el equipo de mate.
-Así se llama este olor. Inhalá, sentilo. -Hernán en cada bocanada de aire cerraba sus
ojos disfrutando de ese momento cómo único.
-Es el olor a tierra mojada. -Los dos respiramos un rato sin emitir ningún sonido,
solamente se podía ver como subían y bajaban nuestros tórax con cada bocanada.
Para llegar a sentir ese olor tan particular, se tiene que soportar una tormenta y al
finalizar, el arcoíris. Puedo afirmar que nuestro amor es Petricor y Arcoíris y dependemos mucho

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de los nubarrones y esas tormentas aisladas… necesitamos que pasen, aguantarlas para después
disfrutar de los mimos que el cielo nos regala, por ser valientes.
-Ser gay no es fácil, pero cuando conseguís a la persona indicada, alguien como vos Juli,
es hermoso ser gay. -Dijo claramente “el colorado Hernán”, estaba enamorado y yo aún más.
-Lo más lindo de todo, lo mejor que me pasó en esta vida, fue conocerte y este arcoíris
de hoy… este “petrinoseque” nos pertenece. -Agregué.
Estuvimos largas horas tomamos mates respirando hondo y sin decir nada, sólo
contemplamos la belleza de ese instante, un instante que el verano nos estaba regalando, un
verano distinto, lleno de amor, estrellas, colores y sabores.

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Capítulo XVIII
Anochecer Estival

Pasaron varias estaciones desde aquel día en que descubrí que la palabra Petricor
significaba “olor a tierra mojada por el agua de lluvia”. Yo me encontraba en el perigeo solar
cuando estaba con Hernán, pero como bien se sabe, todo tiene un fin y era momento de despedirse
del verano.
Una mañana, nos despertamos con el colorado y como de costumbre solía mirarlo con
el primer rayo de sol que entraba por la ventana, siempre lo veía igual de bello, hermoso, perfecto,
aunque esta vez me descubrió como lo observaba como dormía.
-¿Qué estás haciendo? -me pregunto en medio de un bostezo.
-Te miraba, simplemente te observo y afirmo todos los días lo hermoso que sos. -Le
respondí acercándome para darle el beso de buenos días. Nos quedamos haciendo un rato de
fiaca, ese día tuve la necesidad de quedarme cerquita de él, sentir sus latidos, escuchar su
respiración, sentir su perfume…
-Perdón por interrumpir, pero nos tenemos que levantar, cada uno tiene su rutina que
cumplir, si fuera por mí me quedaría, pero ya sabes cómo es esto. -Dijo el colorado y en dos
suspiros estábamos vestidos para que cada uno vuelva a su labor habitual. Como de costumbre,
el colorado ping-pong iba y venía, solo se oía el rezongo del mate una y otra y otra vez. Para mi
desencanto siempre entraba más temprano que él, así que lo saludé y me fui volando al
restaurante porque se me hacía tarde. Hernán se iba al mercado, debía hacer la compra habitual
de la semana.
-Nos vemos en un rato… -le dije dándole un beso ruidoso en la mejilla- ¡Te Amo! -le
susurré.
-Nos vemos Juli. -Me dice y luego agregó- ¡Yo Más!... ¡Esperá, tomate uno antes de
irte! -Dijo mientras venía acercándose con el mate cebado en la mano derecha- ¿Necesitas algo?
-Me preguntó mientras disfrutaba de ese bendito mate.
-Sí, un par de rodillas nuevas -y me largué a reír. Me había quedado una pequeña secuela
después de aquel accidente… pero nada que me pare, hice rezongar el mate bien fuerte, me
acerque a dárselo, lo besé y me fui.
Al cerrar la puerta giré sobre mi eje para tomar el ascensor… corría una brisa fresca y
me acariciaba la cara… ese aire que se aproxima es el otoño. Fui caminando por la ciudad de
Buenos Aires hasta el restaurante, mientras escuchaba con los auriculares un tema en Spotify, la
canción era “My inmortal” de Evanescence… mientras oía y la tarareaba por lo bajo, observaba

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la urbe como si fuera un videoclip moderno. Luego de una cuadra puse mis ojos en un árbol,
aquel que fue testigo de nuestro amor. Sabrá ese bendito árbol y Dios de cuántos amores y
desamores habría sido testigo. Había una hoja teñida de color amarillo pálido y triste, se
desprendió cayendo lentamente sobre mi cabeza. -¡Ay de mí!- pensé.
Luego de unos 15 minutos de caminata, llegué y me dirigí al vestuario, me puse el
uniforme y fui hasta la cocina para comenzar a realizar mis tareas pendientes para el servicio del
día. Esta vez necesité ayuda y el mate iba a cumplir ese rol. Me puse a calentar agua y agitar la
yerba dentro para después introducir la bombilla. Era todo un ritual… vertí el agua a 85 °C y
disfruté de ese momento, realmente lo necesitaba. La verdad que el colorado era un gran maestro,
pero no bastaba con eso, necesitaba algo más, así que fui hasta mi locker busque mi celular y
volví a abrir la app, la reproducción seguía, puse play y empezó a sonar… Pasaron un par de
horas, yo con mis labores hasta que un llamado de un número extraño de capital me cortó la
música, así que refunfuñando tomé aire y atendí, solo por educación porque me habían cortado
el mejor momento del tema.
-Buenos días… ¿Se encontrará el Señor Julián Martínez? -Era una voz gruesa y calma,
cálculo aproximado de unos 35 años.
-Sí con el habla. -Respondí de manera cordial.
-Un placer. Mi nombre es Roberto Andrades, un funcionario público y me temo que
tengo que darle una noticia no muy grata…
Mi corazón palpitaba a 10000 km, en cualquier momento me iba a dar un ataque… traté
de calmarme.
-Dígame Señor Andrades, por favor…
-Su esposo Hernán, fue asaltado por unos malvivientes y éstos lo atacaron dándole
varios disparos, le robaron el dinero que llevaba y otras cosas más, pero se dieron a la fuga…
creemos que fueron cuatro… Un vecino de la cuadra vio el cuerpo de su esposo malherido y
llamó a emergencias, por lo tanto fue trasladado al Hospital de Clínicas José de San Martín,
creemos que fue ingresado al nosocomio hace aproximadamente unos 10 minutos… por las
au…..tori….dades co…mpe…te…nte…s……. Me alejaba el celular y la voz de fondo aún
continuaba hablando, yo sin entender nada y mi mirada perdida buscando no sé qué, una mirada
vacía. Mis corazón comenzaban romperse lentamente.
Se me nubló la visión y en mis oídos los sonidos se arrastraban… solo escuchaba ruidos
guturales y metálicos acompañado de un pitido aturdidor. No podía respirar, no quería entender
qué había pasado, pero en ese momento tenía que ser fuerte, debía sacar alguna fuerza de donde
sea. Corrí hasta el armario agarré mi campera, las llaves, con el celular en la mano, que por cierto

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no había colgado, me abrigué mientras me dirigía a la salida, lo hice tan rápido que olvidé cerrar
el local, en momentos así uno pierde la cabeza y la noción del tiempo y aún más cuando se trata
de un ser querido. No era un runner profesional, aunque lo hice tan rápido que llegué al hospital
muy agitado y con un vacío en el pecho. No respiré y entré enceguecido hasta donde estaban las
recepcionistas.
-Buen día soy Julián Martínez, me llamaron porque mi marido entró de urgencia, fue
asaltado. -Mis palabras se arrastraban, no había tiempo ni ganas para formular bien la oración,
mucho menos para bajar las pulsaciones, el corazón se me había subido a la garganta, eran tantas
las ganas de verlo bien al colorado que no podía aguantarme las ansias; necesitaba fumar, tenía
ganas de fumar.
-Buen día aguarde un momento en sala de espera, los doctores lo están asistiendo y en
breves le pasamos el parte médico. -Me dijo la secretaria.
Me dirigí hasta la salida, solo queda esperar… el tiempo es tirano, solo quedaba esperar.
Sin darle vuelta al asunto me fui hasta el kiosco de la esquina, ¡ese sí que debe saber de todas las
penas, dolores y tormentas que atraviesan a las personas! está en un punto clave, un lugar
demasiado doloroso. Compré una etiqueta y me volví hasta la vereda, me quedé sentado
fumando, el horario no existía y los cigarros iban uno tras otro, debo haber fumado siete. El parte
médico nunca llegaba, mis dedos estaban manchados de nicotina y la soledad me abrazaba
necesitaba sobrevivir al frío.
Como era de esperar la tormenta anunciada llegó, fría, oscura… así que, entre a la sala
de espera; como si fuera poco había un dispenser de café y para pasar el rato me quedé ahí
prendido a la máquina. Me acerqué varias veces a las recepcionistas y no sabían absolutamente
nada del colorado ¡Gente estúpida y poco empática! Estoy muriendo de miedo, nervios y
tabaquismo.
Pasaron dos horas reloj y yo seguía firme, haciendo guardia como si fuera un policía,
pero el sueño y el cansancio me venció. Me quedé dormido un instante en las sillas poco cómodas
de la sala hasta que me tocaron el hombro, abrí los ojos y vi un hombre de unos 50 años, con
chaquetilla blanca, anteojos y un bigote blanco. Me puse de pie al instante.
-Disculpe… ¿Usted es Sr. Martínez? -Me dijo.
-Si soy yo. -Respondí rápidamente mirándolo a los ojos, teníamos la misma altura.
-Su esposo Hernán ingresó al hospital con un cuadro muy grave, recibió varios disparos
en zonas muy complicadas, perdió mucha sangre debido a las hemorragias internas, su ingreso
fue muy inestable. El equipo médico logró estabilizarlo, se necesitaron realizar cirugías de
urgencia. Estuvimos varias horas en el quirófano tratando de…

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-¡¡¡TRATANDO QUE!!! -Grité. A veces tantas vueltas no me sirven, pero esta vez
necesitaba terminar con el miedo que me carcomía la cabeza y el alma.
-Tratamos de salvarlo… pero lamentablemente… -dijo el doctor con el mismo tono con
el que comenzó.
No pude escuchar lo que seguía diciendo, solo veía como se movía su boca y él se iba
haciendo más grande, mis rodillas se vencieron y me hicieron caer, el dolor que sentía en el pecho
era muy fuerte, todo se nublo por completo y comenzó a llover, nada podía detener la tempestad,
estaba en el suelo en posición fetal, tratando de agarrar a mi corazón con todo mi cuerpo para
que no se me escapase del pecho, para abrigarlo un poco del frío que estaba sintiendo. El médico
se arrodilló y me giró, pude ver como las luces eran cada vez más blancas y gigantes. Mi
17fríodeinvierno se había convertido en: Dos-veces-frío-de-invierno. Respiré hondo y cerré los
ojos. Se escuchaban gritos a lo lejos, personas corriendo, puertas abriéndose, camillas y un viaje
que sabrá Dios cuál era el destino.

Me desperté en una cama con sábanas blancas y olor a séptico, la historia se repetía.
Estuve un par de horas acostado sin ganas de nada, hasta que me dieron el alta. Pedí verlo,
necesitaba verlo y entre papeleo burocrático accedieron. ¿Era un sueño? ¿Era real? ¿Qué es lo
real?
Me paré al lado de la camilla y ahí estaba el colorado, mi colorado. Solamente acaricié
su frente fría y pálida y caí llorando a gritos en su pecho inmóvil, ese día me robaron el alma. Le
di un último beso en los labios y le susurré al oído como siempre lo hacía: -TE AMO, TE AMO,
TE AMO, TE AMO… esperando el “Yo Más” de siempre que nunca vino. Mis piernas se
vencieron cayendo de rodillas, el dolor del llanto me producía que no entrara el suficiente aire a
mis pulmones y zamarreando a gritos la camilla cae una de sus manos en mi cabeza, fría y pesada
como plomo. Mi dolor era inconmensurable. Me levanté como pude y acomodando como pude
su brazo al lado del cuerpo lo volví a cubrir con la sábana blanca mientras mis lágrimas mojaban
su rostro inerte. ¿Así son los finales?

Caminé hasta la puerta del hospital y empecé a correr a casa sin mirar atrás, sin que
nada me importara. El huracán de emociones me acompañó, destrozó todo lo que vio en el
camino. Todo lo que había logrado en esta nueva vida fue por Él, vio mis tormentas encima y se
preocupó por mí, pudo sentir mi invierno y me abrazó, me ayudó a continuar con el ciclo de la
vida, pasamos estaciones, me compartió todo lo que logró, sin mezquinar nada. Sobre todo, tan
hermoso y elegante, Él puso sus ojos en mí, descansó su corazón en mí.

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Estaba tan destrozado que otra vez no podía respirar, solo preguntaba a la nada: -¿Por
qué ese día coincidimos? ¿Por qué te me acercaste? ¿Por qué me brindaste todo? ¿Por qué me
amaste así? El llanto desgarrador me hacía doler la cabeza. ¿Cómo olvidar tú forma de amar?
¡Me abrazaste tan fuerte, cuando menos me lo esperaba, que me hiciste parte de vos! mientras
todos me usaban y me arrojaban a la soledad. Pudiste ver un poco de luz dentro mío, me hiciste
brillar… y brillamos juntos… ¡Mi amor… solo éramos vos y yo! -Mis ojos rojos e hinchados de
tanto llanto miraban un punto perdido de la pared… la vida me volvía a la realidad con una
cachetada cada vez que rompía en lágrimas.
Encontré un libro casi a terminar con el título: El amor es el Secreto, lo que contenía
eran todas nuestras recetas. En medio de las páginas había una nota con unos garabatos en forma
de dibujos. El ciclo de la lluvia desde una nube hasta el arco iris y abajo, con puño y letra de él
rezaba lo siguiente: “Juli este es nuestro amor, primero tenemos que pasar por las tormentas y
luego los rayos del sol refractan en las pequeñas gotas y creará un hermoso arcoíris. Te amo,
nunca lo olvides”.
No entendí lo que hacía o por qué lo hacía. Mi casa estaba revuelta como si un tornado
hubiera entrado a destrozarlo todo. Solo quedaban recuerdos, recuerdos de Él. En ese preciso
instante un viento sopló sobre los árboles de hojas amarillas, me perdí entre la lluvia de hojas y
agua. El otoño comenzó y terminó… solo restaba esperar el frío invierno… mis
Dosvecesfríodeinvierno.

Llegué al lugar y lo único que atiné fue mirar el cartel que había afuera de la sala
velatoria. El mismo rezaba lo siguiente:
† CORTÉS, HERNÁN.
A los 38 años de edad.
Sepelio 12:00 hs.
Cementerio de La Recoleta.
Me quedé mirándolo fijo por un tiempo bastante prolongado. No quería entrar, pero
debía hacerlo. La sala estaba abarrotada de gente; amigos, algunas personas que yo desconocía
que eran del ambiente del Colorado, él era famoso. Para mayor fortuna vinieron a mi encuentro
Ramón, mi viejo y mi hermano. En momentos así la familia es un gran sostén más allá de la
historia que uno acarrea, pero ¿quién les había avisado? lo más probable es que se hayan enterado
por los medios televisivos o por Fernanda, eso no importaba, nos unimos en un abrazo
interminable. Mis lágrimas aún brotaban de la nada, no podía con tanto dolor, aunque mi cuerpo
mostrara lo contrario.

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Me abrí paso entre la muchedumbre acercándome lentamente al cajón. Allí estaba,
habían traído su cuerpo en la mañana. Me paré al lado y acariciando su frente fría como mármol
le preguntaba en silencio: - ¿por qué te me fuiste? ¿por qué me dejaste? ¿por qué? - No había
respuesta. No había ningún tipo de respuesta que pudiese consolarme. Estaba reviviendo mis 17
otra vez, aunque aquí no estaba mi madre, estaba el amor de mi vida y mi preticor se esfumaba
lentamente
Tiempo tirano, tiempo de mierda, sentía frío y tiritaba. No dejaba de llorar y de pensar
que iba a ser de mi sin él, cómo debía seguir. No existe ningún tipo de manual donde diga
“cuando un ser querido ya no está físicamente entre nosotros… y bla bla bla” simplemente se
enfrenta este tipo de realidad que te golpea una y otra y otra vez.
Mi duelo había comenzado en el momento en que lo vi inmóvil sobre la camilla del
hospital. ¿Cómo se transita un duelo? ¿qué se hace en estos casos? Si mi madre estuviese creo
que tendría las palabras justas, aunque mi corazón este roto de dolor, ella daría en la tecla.
Necesitaba que esto terminara. Personas de la “ALTA COCINA” estaban presente y se
acercaban a darme sus condolencias. Sentía que no podía con todo, pero mi hermano me tenía
aferrado a su mano de una manera tan fuerte que de manera implícita en su gesto me decía: Acá
estoy y no me voy a ir. Ambos compartíamos la misma mirada, triste y húmeda. En llantos me
abrazaba aún más fuerte. ¿Puede una persona en tan poco tiempo hacerse querer tanto? EL
Colorado si lo hizo.
Llegó el momento, iban a cerrarlo completamente. Solo pedí 5 minutos más. Lo miré
por última vez. Su pelo colorado crespo, su nariz respingadita, la comisura de sus labios y los
hoyuelos de sus mejillas. Ahí estaba, mi Hernán, mi Colorado, en paz. Una persona que dio todo
por mí y por muchos, que me sacó del dolor y la angustia devolviéndome a la vida; una persona
que transformó mis tormentas en rayos de esperanza, una persona que me enseño como de a poco
todo pasa… y esto también.
Agarré bien fuerte uno de los herrajes del féretro y en procesión nos fuimos hasta el
lugar donde iban a ser depositados sus restos. Un sacerdote del lugar dio un responso breve. Ya
no sabía en qué creer porque en éstos momentos más duros es donde se pone en juego nuestra fe,
cualquiera fuese el credo; pero de lo que, si estaba convencido de su alma, sé que estaba en un
lugar mejor. No podía dejar de llorar.
Todos se fueron, ya no quería ver a nadie más. Me quedé solo parado mirando la realidad
que estaba viviendo hasta que mis piernas se vencieron y caí de rodillas llorando a gritos con mis
manos sobre el pecho, sentía como parte de mi alma se desgarraba y se iba con él.

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Todo pasa y esto también. Rememoro cada uno de los acontecimientos que marcaron
mi vida… mi madre, Francisco, el accidente, mi padre, mi huida, mi nueva vida, mi carrera, mi
matrimonio, mi colorado, mi Hernán. Fue una película de solo segundos, aunque para mi duró
una eternidad. Destrozado en llantos me puse de pie, besé su lápida y grité bien fuente -¡TE
AMO!- que hizo eco en toda la galería, di media vuelta y me fui caminando solo a casa a enfrentar
cara a cara al duelo, al dolor y a la soledad.

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Epílogo

Otro verano estaba llegando a su fin y hoy se conmemoran nuestras Bodas de Cristal,
quince años habían pasado de aquel SÍ, pero la vida me lo arrebató de la forma más nefasta y
dura. Ya han pasado cinco años de su muerte y todavía lo recuerdo, lo lloro. ¿Cómo se sigue?
¿De qué manera?
En este atardecer me preparé mi preciado Bizcochuelo de Vainilla acompañado con
mate y, sentado en la mesa 13 donde todo comenzó, miro por la ventana el trajín de la ciudad…
su calle, su gente, los autos, el ruido, los árboles… y pienso… pienso con una mirada perdida al
exterior.
Mi madre, en nuestras grandes charlas, solía decirme:
-¡Ay Juli, mi vida! ¿Por qué estás así? No puedo verte siempre triste. A veces el dolor
de ciertas situaciones de la vida viene en diferentes formas: punzadas, vacíos, tormentas, nubes
y hasta rayos. Nosotros simplemente lo tomamos, lo aceptamos, lo anestesiamos o lo ignoramos.
A veces queremos que pase y sane por sí solo, queremos que desaparezca… pero no hay
soluciones ni respuestas fáciles, no hay; sólo nos queda respirar y esperar a que siga su curso.
No se puede huir de él… Por otra parte, la vida siempre nos va a traer más… en vez de huir hay
que aprender a convivir… En el amor y en la vida siempre debemos tomar decisiones, nos guste
o no.
Hoy siento que sus palabras están vivas, latentes y no dejo de pensar cuánta verdad y
razón contienen porque entre todo lo malo siempre hay algunas cosas y personas a la que vale la
pena aferrarse, más allá de que nos sintamos desvanecer y que el mundo se desmorone a nuestro
alrededor, la esperanza está latente.
Es increíble cómo el peso del tiempo, tiempo tirano, puede de un momento a otro
cambiar la forma, la estructura y el deseo, porque ese tiempo que pasé junto a él hizo de mí una
nueva vida, una persona íntegra de cero. “Todo pasa y esto también” me repetía Hernán cuando
me veía cabizbajo o sin ganas de nada… “todo pasa”. Pero… ¿cómo sanar la ausencia? ¿se
puede sanar la ausencia? Siempre se me viene esa pregunta a mi mente, como tratando de
encontrar una lógica a la pérdida. La ausencia no se sana, se acepta tal cual es, la abrazamos y
lloramos… y la aceptamos. Aceptar ¡qué palabra!
Hernán me dio muchas cosas que yo no conocía… amor, tiempo, detalles, formas y
especialmente ganas de vivir. Él me transformó en lo que soy hoy y el que no esté de manera
física, no significa que lo haya olvidado, porque las personas que dejan huella en el corazón de
otras jamás se olvidan. No hay peor muerte que el olvido… ¡y cuánta razón hay en ello!

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Continúo mirando hacia afuera… mientras me cebo un mate y me como una porción de
bizcochuelo en la mesa 13. ¿Las heridas?... Pienso que cualquier situación nos va a dejar una
herida y a veces son mucho más profundas de lo que imaginamos y hasta nos toman por sorpresa;
entonces lo que resta es llegar al fondo, al origen de la lesión y cuando la encontramos hay que
hacer un esfuerzo enorme para sanar, esfuerzo que hago todos los días para emparchar la
ausencia; porque cuando el único escenario de la vida te falla, aferrarse a la esperanza es lo único
que nos queda.
Hoy siento calma, mi corazón está sereno… Aún recuerdo el sonido de su carcajada, la
comisura de sus labios y los hoyuelos de sus mejillas, sé que está conmigo, sé que me
acompaña… aún siento su perfume.
-¡Te amo! -Dije en forma de susurro al aire y juro que en ese momento llegaron desde
lejos: -¡Yo más!.
Sigo mirando afuera y sonrío de felicidad con una lágrima cayendo sobre mi mejilla.
Con el último rezongo del mate veo caer una hoja teñida de un amarillo pálido. Otro otoño
comenzaba a surgir, aunque esta vez va a ser diferente.

FIN

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Bizcochuelo de Vainilla

Ingredientes:
 7 huevos.
 210 g de azúcar.
 210 g de harina tipo 0000
 Esencia de vainilla 1 cdta

Para la mezcla utilizar un bol. Colocar los huevos, la esencia de vainilla, el azúcar y
batir por 8 minutos con batidora eléctrica hasta cremar.

Luego integrar la harina en 3 etapas tamizada y de manera envolvente para no perder


aire.
Colocar la mezcla en un molde desmontable de 24 cm de diámetro (previamente
enmantecado y enharinado).

Para la cocción, llevarlo a horno medio (170 - 180 °C) precalentado por 50 minutos,
hasta que introduciendo un cuchillo o un palillo de brochette en el medio, éste salga seco.

Desmoldar sobre una fuente y disfrutarlo en familia, con amigos/as o con el amor de tu
vida.

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Agradecimientos

Jorge Rolón
Mi gratitud de corazón es para mis padres por regalarme el don de la vida, el gestarme
y cuidarme todo el tiempo que permanecí bajo sus alas. En especial a mi madre por aceptar mi
condición de amar diferente, apoyándome y amándome de igual manera.
A mi hermana de sangre Fernanda, que es representada en su tierna forma de ser de la
enfermera; a mi hermano del alma, Matías de Llanes, que ambos son representados por el
hermano de Julián, seres que a pesar de la distancia están presente apoyando, el estilo de vida y
los proyectos. siendo mis “mentores” en este libro, en edición y corrección. ¡Gracias! ¡Cuánto
los amo!
A todos esos “amores ausentes” que me regalaron un poco de ellos para armar el
personaje de Hernán. La historia es producto de muchos amores que nunca pude vivir, pero que
imaginé algunas cosas con cada uno de ellos, allí están plasmados mis deseos de ese amor. La
muerte de Hernán es la representación del entierro de esos deseos, la muerte de lo nunca vivido.
A mi tía Beatriz, mi 17fríodeinvierno, que me regaló el don de la cocina, me enseñó el
amar y que el tiempo pasa, a ella que es mi segunda madre, mi gratitud hasta el cielo. Mi gratitud
hacia la familia que ella formó, mis primos, que son parte de mi vida. Agradezco y abrazo a mi
abuela, por el simple hecho de ser abuela y amar un montón, alegrarse por mis emprendimientos,
por mi vida, por ser lo que soy.
Agradezco a todos los que creyeron en mí, me ayudaron a que las tormentas pasen.
Agradezco a la vida por enseñarme, a través de las estaciones internas, el poder germinar para
echar raíces.

Matías de Llanes - El Lord


Muchas veces esta es la parte más aburrida de los libros, pero queridos/as lectores/as,
detrás hay mucho en juego y mucho esfuerzo para poder lograr un pequeño proyecto que para
nosotros es un gran salto.
Quiero agradecer en primer lugar a Jorge Rolón. Creo que sin su empujoncito no nos
hubiésemos animado a esta aventura, por eso en cada mate y charla con mi gran amigo y ahijado,
siempre hablamos y pensamos de cómo esta historia pueda tocar corazones de muchos jóvenes.
El tiempo da frutos.
Quiero agradecer a Dios que me regaló el don de la lectura y escritura y que aún cultivo
de manera progresiva. A mi familia por el apoyo constante e incondicional. A nuestros primeros

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lectores/as que se animaron a aventurarse con Estaciones: Guadalupe Carraro, Jimena Gortari,
Paula Morini, Jorgelina Bettiol “La Diosa”, Rodrigo Chiarani, Julián Díaz, Matías Ferreyra,
Valentina Villalobos, Gabriela Villalobos, Fernanda Rolón, a mi gran querido amigo venezolano
Dionel Gutierrez Landaeta y Paula Cepeda.
También extender este agradecimiento a tres Escritores Argentinos que se animaron a
darnos su apoyo, por tomarse ese ratito sumergiéndose en la vida de Julián. Ellos son:
Maximiliano Gómez (Autor de: “Nuevo Mundo” y “El Pintado”), Emir Ibáñez (Autor de: “Los
Años Rotos”) y Nicolás Manzur (Autor de: “Trilogía El Renacer” y “Tabú, El Juego Prohibido”),
mi más cálido abrazo para cada uno de ellos.
En lo personal quiero dedicar este arte a mi Yaya y a mi Madre, LAS AMO.
También a todos aquellos jóvenes que están en esa búsqueda constante de vivir una
hermosa historia de amor. Todo pasa… esto también pasará.

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