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Como cada año, por estas fechas, la mente y el corazón de todos los Masones del
mundo están en disposición para la celebración de un acontecimiento que siempre
es alegre y esperanzador: El Solsticio de Invierno o el de Verano, según si se está
al norte o al sur del mundo.
Para conmemorar este evento, voy a tomar las palabras de un Maestro Masón,
que refirió el inicio de su discurso solsticial, de esta manera:
“Junto con irse las golondrinas a remotas y cálidas regiones, cuando las tierras grises se
han espolvoreado con el oro de las hojas otoñales, cuando el paisaje se ha decorado de
blanco y tamizado de neblinas, el sol también ha emprendido el viaje de siempre romperse
en otras tierras de áureas playas, en mares que se han bebido toda la luz de cielos
meridionales, en lagos de plateados espejos, en ríos azules, o en campos que despliegan la
sinfonía de sus colores; se ha ido para recostarse en las hojas de árboles rumorosos que
lanzan el viento, en las mañanas rosadas, las mil entonaciones de sus cantos, o para
tenderse en las lomas o en las hondonadas, o para clavar las flechas doradas de sus rayos
hasta el fondo mismo de los remansos cristalinos.
Y justamente celebramos ahora el momento en que la tierra se cubre con el albo manto de
las desposadas y entra en el sueño que ha menester para plasmar sus frutos ubérrimos que
dan vida a los hombres”.
Pero, junto con el evento astronómico del solsticio y todos los simbolismos
espirituales y esotéricos que representan para los Masones, en estas fechas se
conmemora también y en relación profunda, la personificación del Patrono de
todas las Logias Masónicas del mundo: San Juan.
Pero, ¿Por qué San Juan?; ¿Por qué el 24/25 de junio o diciembre y no el 21/22
de esos meses, que es cuando ocurren los eventos astronómicos?
Iré en primer lugar por la explicación del desplazamiento de las fechas y que tiene,
como todo lo que representan los solsticios, una lógica muy natural: Si no se
cuenta con instrumentos especializados, el ojo humano es capaz de distinguir el
cambio de posición del sol, cuando éste se ha movido un grado en la bóveda
celeste y para que se mueva un grado, deben transcurrir tres días terrestres. Por
tal motivo, los
antiguos observadores podían apreciar el regreso del sol cuando habían
transcurrido tres días del solsticio astronómico, en nuestro caso, el 24 de junio.
Es por ese motivo que celebraciones como La Fiesta del Sol de El Cuzco y el We
Tripantû Mapuche, tienen su momento cúlmine en la madrugada del 24 de junio.
¿Y por qué San Juan?. En realidad, su origen y significación están mucho antes y
mucho más allá del personaje bíblico.
Prácticamente en todas las civilizaciones, y en distintas épocas de la historia
antigua, se veneró a un dios bienhechor, indulgente y dulce. Este dios, con
diferentes nombres, les era familiar ya a los indúes y egipcios. Con el tiempo, se le
encuentra en el pueblo etrusco, que floreció en los inicios de Roma, pero que se
fundió con los latinos, perdiendo su personalidad. Este dios, tan especialmente
venerado es JANUS o JANO, que representaba al Sol y era quien presidía los
comienzos, las iniciaciones (en latín INITIUM, INITIARE) y en particular, el ingreso
del Sol en los dos hemisferios celestes. Era tan modesto que no exigía grandes
sacrificios y se contentaba con vino, incienso y algunos manjares. Jano era el
director del universo: creaba el genio, era la causa primera de todas las cosas y
tenía bajo su cetro el pasado y el porvenir. Se le consagraba las casas y edificios,
por lo cual su efigie o estatua presidía las entradas de todos ellos. Se le
representaba con una llave, simbolizando su atributo de abrir y cerrar, empezar y
concluirlo todo.
A Janus se dedicó el primer mes del año, Januarius, en homenaje a su cualidad
de iniciador. Se le atribuía distinta procedencia: Unos creían que era originario de
Tessalia, otros de Delfos. En su vida terrena realizó importantes obras sociales, en
las tribus del Lacio, en donde reinó y a las cuales organizó su vida social; les
enseñó las artes, las ciencias y la agricultura. Con todo aquello, se ganó su lugar
en el Olimpo.
Por otra parte, desde un aspecto temporal, la imagen de Jano se interpreta
habitualmente como símbolo del pasado (el perfil de un viejo) y el porvenir (el perfil
de un joven). Interpretación correcta, aunque incompleta, dado que entre el
pasado que ya no es y el porvenir que todavía no es, está un tercero y verdadero
rostro de Jano, invisible, que mira el presente, que en la manifestación temporal
no es sino un momento inasequible. No obstante, en la manifestación
trascendente del espacio-tiempo es eterno, contiene toda la realidad. Este tercer
rostro corresponde en la tradición hindú al tercer ojo de Shiva, invisible también y
simbólico del “sentido de la eternidad”, cuya mirada por un lado reduce todo a
cenizas, destruye todo lo manifestado, pero por otro, cuando la sucesión (línea) se
convierte en simultaneidad (círculo), ve todas las cosas que moran en el “eterno
presente”.