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LA POSITIVA TRANSFERENCIA NEGATIVA

SOFÍA B. WINITZKY

El término transferencia aparece por primera vez en la obra freudiana en un artículo de


1895, “Sobre la psicoterapia de la histeria”, artículo que constituye el aporte teórico
original de Freud a los Estudios sobre la histeria, escritos en colaboración con Josef
Breuer.

Es notable ya en este texto el modo cómo Freud considera el procedimiento terapéutico: se


trata para él, sin lugar a dudas, de una aventura epistémica para la cual cuenta con un
aliado, el “interés intelectual del enfermo”, estimulado por las “comunicaciones sobre el
maravilloso mundo de los procesos psíquicos” que haría el analista y que llevarían al
paciente a “considerarse a sí mismo con el interés objetivo del investigador”. Por el
contrario, las resistencias descansan sobre bases “afectivas” y sobre alteraciones acaecidas
en el vínculo con “la persona del médico”.

Así aparece, entonces, por vez primera, el término transferencia como enlace falso y como
un obstáculo sorprendente a lo que debería haber sido una alianza para el saber. Las
representaciones penosas, es decir sexuales, que afloran desde el contenido del análisis son
transferidas, desplazadas al analista para espanto de la paciente... y del propio analista
también. La compulsión a asociar enlaza el deseo actualizado a la persona del médico y
esta mésalliance, este mal casamiento, se convierte de este modo en el principal obstáculo,
en la más importante fuente de resistencias a la prosecución del análisis.

Pero el Conquistador no era un hombre llamado a acobardarse frente a las dificultades. Por
el contrario, fue su rasgo de enfrentar los obstáculos, más aún, de servirse de los obstáculos
y convertirlos en instrumento, lo que hizo de Sigmund Freud el inventor del psicoanálisis.
Podríamos aseverar que sin la aparición de los efectos negativos de la transferencia y el
modo en que Freud los enfrentó, no existiría el psicoanálisis como tal, sino tan sólo terapias
hipnóticas y sugestivas.

En una carta fechada el 2-6-1932, Freud le escribe a Stefan Zweig a raíz de haber
encontrado un error en el libro de este último La curación por el espíritu. Zweig asevera en
un pasaje que la enferma de Breuer (se refiere a Anna O.) había confesado bajo hipnosis
haber experimentado, a la cabecera de su padre enfermo, ciertos sentimientos ilícitos, por lo
tanto sexuales, y haberlos rechazado. Freud corrige: la enferma no habría dicho nada
semejante, sólo habría dejado entender que deseaba ocultarle al padre enfermo su propio
abatimiento. Si las cosas hubieran ocurrido como relata Zweig, ni el mismo Freud hubiera
sido sorprendido por el descubrimiento de la etiología sexual de las neurosis ni a Breuer le
hubiera resultado sencillo poner este descubrimiento en duda. Más aún, en ese caso, Freud
jamás, son sus palabras, habría abandonado la hipnosis con la que se podían obtener
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confesiones tan sinceras. Lo que realmente había ocurrido era que la enferma, delirante y
contorsionándose con dolores abdominales, había expresado: “Es el hijo que espero del Dr.
Breuer, que viene”. Freud concluye: “En ese momento, él tenía en sus manos las llaves que
le hubieran abierto el camino que conduce hasta las Madres, pero las dejó caer” y sentencia:
“A pesar de sus grandes facultades intelectuales, no había nada de Fausto en él. Presa de
un espanto totalmente conformista, emprendió la fuga y abandonó la enferma a un colega”

“Las Madres” es una alusión al Fausto de Goethe. En su segunda parte, en el apartado


titulado “Una galería oscura”, Fausto pide ayuda a Mefistófeles para poder cumplir una
tarea aparentemente imposible que le había sido encomendada por el Emperador: traer a
Helena y Paris, para poder contemplar el modelo de los hombres y el de las mujeres. Ante
la insistencia de Fausto, Mefistófeles termina por revelar que hay un solo medio para lograr
esto: llegar hasta las Madres, diosas desconocidas para los mortales, que habitan en el
vacío, donde nadie ha sentado el pie ni podría hacerlo, donde nada se ve ni se oye y donde
es imposible hallar siquiera un punto firme para reposar. Fausto no se amedrenta y logra
convencer a Mefistófeles, quien, resignado, le entrega las llaves que conducen a las
Madres. Son estas las llaves que Breuer dejó caer y Freud recogió.

Ya en el historial de Dora, la transferencia destinada a ser el mayor obstáculo del


psicoanálisis, se convierte en su más poderoso auxiliar, cuando el médico consigue
adivinarla y traducírsela al enfermo.

En 1912, Dinámica de la transferencia, aparece por primera vez la expresión transferencia


negativa como respuesta a la pregunta por los obstáculos: ¿Por qué la transferencia que
debería facilitar la confesión del paciente, la obstaculiza?. En este texto Freud propone
separar la transferencia positiva de la negativa basándose en los sentimientos, tiernos en el
primer caso, hostiles en el segundo.

Sin embargo, la transferencia positiva se descompone en la de sentimientos amistosos


susceptibles de conciencia y la de sus prosecuciones en lo inconciente, que se remontan a
fuentes eróticas. Freud concluye que la transferencia opera como resistencia cuando es, o
bien negativa o bien positiva de mociones eróticas reprimidas.

Sostengo que la conclusión freudiana es, como mínimo, paradojal. Si extremamos la


descripción, toda transferencia sería resistencial, incluída la tierna o amistosa que sólo se
trataría de un retoño de fuentes eróticas reprimidas. La transferencia entonces es siempre a
la vez positiva y negativa, motor y obstáculo, en tanto es el terreno en el que se actualizan
los impulsos eróticos reprimidos, y Freud advierte con claridad que nada puede ser
destruido en ausencia o en efigie.

Se dice que cuando le preguntaron a Jacques Lacan acerca de su relación con Sigmund
Freud, respondió que era una relación de transferencia negativa. En el seminario El deseo
de Lacan, Miller comenta esta respuesta afirmando que, en tanto la relación es de
transferencia, esto implica que Freud era para Lacan un sujeto supuesto saber, lo que hizo
que Lacan jamás se separara de la vía trazada por Freud. Pero además es una transferencia
calificada, es negativa, y esto implica que Lacan estaba atento, que no creía en el Otro sólo
por su palabra, sino que se ocupó sin descanso en poner esta palabra a prueba. Lacan ha
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vigilado el texto de Freud porque no ha tenido una confianza ciega en él. Miller generaliza
afirmando que todo progreso en el saber se produce a partir de un rechazo de la
dependencia al Otro, de una cierta desuposición de saber. Pero, dice, hay que hacerlo de la
buena manera.

Un caso paradigmático de transferencia negativa con Freud que no transcurrió de la buena


manera es el de Sándor Ferenczi. El psiquiatra húngaro, diecisiete años menor que Freud,
ya había leído La interpretación de los sueños y visitado el instituto Burghölzli, donde se
familiarizó con los experimentos de asociación de palabras de Jung, cuando decidió
conocer a Freud personalmente. En la primera carta de lo que sería un intenso y duradero
intercambio epistolar, Ferenczi le agradece a Freud haber aceptado recibirlo en su casa, le
dice sin vueltas “necesito saber”, menciona la Causa (psicoanalítica) que parece ya haber
asumido como propia y desliza una alusión a Goethe, el poeta preferido de Sigmund Freud.

Los primeros años de esta relación transcurren en lo que Freud llamaría “una íntima
comunidad de vida, de pensamiento y de intereses”. Trabajan juntos e intercambian ideas,
comparten viajes y Freud llega a fantasear con un posible casamiento entre su hija
Mathilde y su colega-discípulo.

Sin embargo, en 1910, durante unas vacaciones compartidas en la ciudad de Palermo,


ocurre un incidente al que Ferenczi jamás dejaría de referirse. Freud le propone escribir el
caso Schreber en colaboración , Ferenczi acepta feliz pero cuando Freud comienza a
dictarle (literalmente) el caso, se niega a lo que consideraba, era perder su independencia
intelectual y afectiva. Si bien a lo largo de los años Ferenczi fue encontrando diferentes
motivaciones para explicar su negativa a la propuesta de Freud, lo cierto es que este
incidente marcó para Ferenczi el tono, el estilo, los matices de su siempre conflictiva
relación con el padre del Psicoanálisis.

El análisis de Ferenczi con Freud se desarrolló en tres breves períodos, de dos o tres
semanas cada uno; el primero en octubre de 1914 interrumpido cuando Ferenczi es llamado
al servicio militar al inicio de la primera gran guerra, los otros dos en junio-julio de 1916 y
en setiembre-octubre del mismo año. Quizá no resulte excesivo considerar la
correspondencia entre ambos, al menos una parte de ella, como “sesiones” de ese mismo
análisis.

Lo que Ferenczi dio en llamar su “campo de batalla interior” tuvo siempre dos temas
principales. En primer lugar la conflictiva relación que sostuvo con Gizella Pálos, su
amante desde hacía ya varios años, mujer casada , mayor que él y madre de dos hijas, una
de ellas casada con un hermano de Sándor y la otra, Elma, paciente de Ferenczi y de quien
él se enamoraría durante el tratamiento. Sándor Ferenczi era un hombre enamorado de la
Verdad, creía firmemente que el psicoanálisis mejoraría las relaciones entre las personas al
hacerlas absolutamente sinceras y despojadas de toda hipocresía. Es así que Gizella y él
debatían abiertamente acerca de la conveniencia o no de un casamiento entre Sándor y
Elma, o si era mejor que lo hiciera con Gizella, o si lograban encontrar algún de tipo de
arreglo que involucrara a los tres, y también ambos pedían consejo a Freud acerca de estos
asuntos. El segundo tema del campo de batalla fue sin duda alguna su relación con
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Sigmund Freud, con quien también quiso establecer un vínculo completamente sincero y
recíproco, a lo que Freud le responde que la sinceridad total está muy bien en el análisis
pero que en la vida real no resulta muy conveniente.

Ferenczi expresó siempre su deseo de ser considerado por Freud como un par, un colega
con quien intercambiar ideas y opiniones en un plano de total igualdad; sin embargo jamás
dejó de referirse a Freud como a un padre poderoso de quien se espera amor y
reconocimiento. En 1921, en una carta dirigida a su amigo Groddeck, Ferenczi le confiesa
que Freud había sido demasiado grande para él y que tenía demasiado de un padre.

Concluido el primer periodo de su análisis, Ferenczi escribe que el mayor beneficio que
obtuvo del tratamiento fue haber reconocido la violencia de las pulsiones homosexuales en
él, pero que lo que no había logrado era solucionar sus dificultades en su relación con las
mujeres.

A la espera de poder continuar su análisis, Ferenczi decide emprender un “autoanálisis”, de


cuyos progresos informa por carta y permanentemente a Freud, quien después de un
tiempo desaconseja esta práctica diciéndole que sería conveniente que analizara menos y
actuara más. De estas palabras Ferenczi interpreta que lo que Freud le quiere decir es que se
case con Gizella de una vez por todas y se debate para aclarar si el ahora sobrevenido deseo
de casarse con ella se debe a que realmente la ama o a que se siente obligado a obedecer a
su analista. De este modo considera que él padece de una obediencia ciega consciente y
una inconsciente revuelta contra la autoridad, que adjudica a su relación con su padre ahora
transferida a Freud.

Pero, además, desde su regreso a Budapest, Ferenczi sufre de lo que él llama una total
inhibición intelectual que se acompaña de síntomas corporales, como adelgazamiento,
taquicardias, sudores, debilidad muscular y una completa anorexia libidinal. Como tantas
otras veces, relaciona esta “angustia” con el incidente de Palermo y el temor a quedar
sometido al poder de sugestión de Freud. Estos síntomas, considerados psicosomáticos
tanto por él mismo como por Freud se aclararían en 1917, cuando le diagnosticaran una
tuberculosis pulmonar y una enfermedad de Basedow (hipertiroidismo). Sin embargo,
Ferenczi continuará atribuyendo estos síntomas a un posible envenenamiento del organismo
psicosomático por el veneno libidinal acumulado a causa de sus periodos de inhibición
sexual.

En 1916, debido a un recrudecimiento de unos síntomas nasales obstructivos que padecía


hacía ya años, Ferenczi decide viajar a Berlín para consultar con un famoso especialista,
postergando de este modo su viaje a Viena ya proyectado para continuar su análisis. Así se
lo hace saber a Freud, quien le responde que el temor de Ferenczi al padre es bien evidente
en su carta, pero que si se ama o no a una mujer, eso se tendría que poder decidir incluso
con la nariz tapada, pero que , en fin, él (Freud) sabe muy bien lo difícil que es diferenciar
lo psíquico de lo somático cuando se trata de la propia persona.

Sándor, el terapeuta incorregible, renuncia a su viaje a Berlín y se dirige a Viena a


analizarse durante tres semanas a razón de dos sesiones diarias. El 10 de julio de 1916 le
escribirá a Freud para decirle cuan decisivas han sido para él esas tres semanas que lo han
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transformado en otro hombre, un hombre más normal pero a la vez menos interesante,
menos pasional, y que, por ese motivo, a veces extraña a ese hombre que él fue: un poco
inestable, es cierto, pero también capaz de grandes entusiasmos.

De todos modos ni Ferenczi ni Freud consideran el análisis terminado. En una carta


conmovedora, Ferenczi le vuelve a pedir un par de semanas más de análisis, esta vez a
razón de tres sesiones diarias: “no me atrevo a pedirle cuatro”.

Una vez concluido lo que sería el último tramo de este análisis, Freud escribe una carta
sorprendente, considerando que hasta ese momento siempre se había mostrado partidario de
una unión duradera entre Gizella y Sándor. Esta vez le escribe a Ferenczi para aseverar
que ahora puede decirle claramente que nada bueno saldrá de la relación de éste con
Gizella, como se ve confirmado por sus permanentes vacilaciones y por el empeoramiento
de sus enfermedades. Ferenczi interpreta estas palabras como un truco de Freud destinado
a que él pueda liberarse de la sugestión de su analista y decidir, entonces, libremente. Así
se lo comunica a Gizella quien, profundamente preocupada por la enfermedad de Sándor, le
propone conservar la amistad con ella, con la libertad de satisfacer su sexualidad con otras
mujeres. Ferenczi le escribe a Freud para informarle del enorme alivio que esta propuesta
le produjo, de la disminución de sus síntomas, en especial la taquicardia, y de cómo la
relación con Gizella se ha normalizado al haberse liberado de la coacción a amarla, a la que
lo sometían tanto Gizella como Freud. La respuesta de Freud no se hace esperar: “No
comprendo cómo la liberación de una coacción a casarse con la señora G. ha podido actuar
sobre Ud. de modo tan benéfico. No percibo ninguna coacción así, ni de un lado ni del
otro. Quizá hable Ud. de la coacción al coito”.

Ferenczi contesta: recibí su carta, se agravó mi estado. Expresa sus deseos de liberarse de
la influencia de Freud y anuncia que espaciará las cartas de allí en más y que también
renunciará a su autoanálisis. En la postdata suaviza su declaración, afirmando que todo
esto le recuerda el incidente de Palermo y que su reacción debe considerarse transferencial
a consecuencia de sus tendencias hostiles en relación al padre. Esta es la primera mención
que hace Ferenczi de tener conciencia de una transferencia negativa y jamás dejará de
reprocharle a Freud el no haberla analizado lo suficiente.

En enero de 1917, Freud le escribe una carta a Gizella, en la que admite que desde que la
conoció y supo de sus relaciones con Ferenczi, deseó ardientemente que ellos se unieran y
trabajó para la realización de ese deseo, tanto directa como indirectamente, en la relación
amistosa con Ferenczi así como en el análisis, prudentemente para no provocar su
oposición pero insistiendo para hacer valer su influencia. Freud no podía desconocer que
Gizella le mostraría a Ferenczi esta carta, tal como efectivamente sucedió, ya que estaba
absolutamente advertido de que Frau G. compartía con Sándor, así como también con
Elma, ese amor por la verdad y la ilusión de decirlo todo que signaron desde un inicio y
hasta el final los avatares de este triángulo amoroso.

¿Otro truco de Freud, una nueva maniobra para sacudir a Ferenczi y su inveterada
costumbre de dudar? ¿O una vacilación no tan calculada de la neutralidad del analista?
Como fuera, el resultado es que Ferenczi decide proponerle matrimonio a Gizella, pero
como temía que ésta se negase aduciendo, como otras veces, que Ferenczi podría
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enmorarse nuevamente de Elma, le pide a Freud que lo haga en su nombre y le explique a


Gizella las ahora confiables motivaciones inconscientes de su paciente-colega-discípulo-
hijo. Freud, resignado shadján (el típico casamentero judío protagonista de tantos chistes y
su relación con el inconsciente) accede: “Querido amigo, hágase su voluntad”. Pero
Gizella no era tan sensible a los poderes sugestivos de Freud, por lo que el casamiento sólo
se realiza en 1919.

Sin embargo, recién casado, Ferenczi le escribe a Freud: “Desde el momento en que Ud.
desaconsejó mi casamiento con Elma, experimenté una resistencia contra vuestra persona
que ni siquiera la tentativa de una cura psicoanalítica ha podido superar y que fue la
responsable de todas mis susceptibilidades”. Es así que Ferenczi jamás se reconciliaría
completamente con Freud y que su relación con Gizella se vería siempre perturbada por la
aparición de sus deseos por Elma. En una carta a Groddeck, se queja del manejo de Freud
y confiesa: “Yo quería ... algo real, una mujer joven, un hijo”

En 1930, en la carta del 17 de enero, Ferenczi retoma sus reclamos a Freud. Después de
reconocer que Freud había sido su maestro adorado y su modelo inalcanzable, le reprocha
no haber descubierto en él y abreaccionado los sentimientos y fantasmas negativos
transferenciales, por lo que el análisis no pudo ser llevado a su fin. Otra vez Palermo,
nuestro terapeuta activo se queja de la severidad con que Freud castigó su comportamiento
y se pregunta si la indulgencia y la ternura por parte de quien detentaba la autoridad no
hubieran sido una respuesta más justa. Por otra parte, le critica a Freud su despreocupación
por lo propiamente terapéutico, asunto que, para Ferenczi, es de absoluta prioridad.

Freud trata de componer la relación recordándole a su viejo paciente que ese análisis había
tenido lugar hacía ya mucho tiempo y que él, Freud, no estaba tan seguro en aquella época
de que las reacciones transferenciales negativas fueran previsibles en todos los casos. Por
otra parte le recuerda a su “querido amigo” que su antiguo complejo fraterno ya había sido
superado como lo demostró su brillante conducción del grupo de Budapest y que,
seguramente, su malestar actual se debía, simplemente, a una reactivación de su vieja
neurosis debido a los conflictos (con Jones y Brill) en la conducción de la Internacional.

El malentendido es total. Freud no quiere ser el analista de su amigo y Ferenczi desea


fervientemente ser el amigo de su analista. Freud intenta dejar estas historias en el pasado
y mantener con Ferenczi una relación de colegas con un proyecto común: la Causa y la
Internacional. Ferenczi se desgarra entre el amor al maestro idolatrado y el odio y el deseo
de muerte a ese padre potente que se le rehusa.

El “análisis mutuo” que Ferenczi practicaba, las muestras de empatía y cariño hacia sus
pacientes y otras técnicas destinadas a mejorarles su autoestima son, probablemente, el
modo en que Ferenczi mantuvo hasta el final la ilusión de la existencia del Otro, y también,
por qué no, una estrategia, al modo de la de la joven homosexual, para mostrarle al padre-
Freud cómo se es un verdadero analista.

La respuesta teórica de Freud se encuentra en un célebre pasaje de Análisis terminable e


interminable, de 1937, en el que se refiere a Ferenczi como alguien que logró, a través de
su análisis, casarse con la mujer amada y convertirse en amigo y maestro de sus presuntos
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rivales, y responde a su reproche de no haberle proporcionado un análisis integral diciendo


que los “complejos” no pueden ser activados por un mero señalamiento del analista y que
sólo se puede analizar lo que es actual en el paciente mismo.

Sándor Ferenczi muere en 1933 aquejado de una gravísima anemia perniciosa y Freud
escribe una elogiosa nota en su memoria, aunque no se priva de señalar que la necesidad de
curar y asistir se habían vuelto hiperpotentes en Ferenczi, lo que lo llevó a proponerse
metas inalcanzables, al menos con “nuestros actuales medios terapéuticos”.

En una carta a Jones, de mayo de 1933, Freud se permite ser menos reservado. Afirma que
la pérdida de Ferenczi en realidad ya se había producido años antes de su muerte. “Hace
años que Ferenczi ya no estaba con nosotros, de hecho ni siquiera consigo mismo”.
Atribuye esto a la destrucción orgánica y también mental que la enfermedad le habría
provocado. “La degeneración mental bajo forma de paranoia avanzó con una siniestra
coherencia lógica. En todo ello era esencial su convicción de que yo no lo quería lo
suficiente, de que no quería reconocer su trabajo, y también de que lo había analizado mal”.
Sostiene que por esta regresión a sus complejos infantiles y a su queja de que su madre no
lo había querido, Ferenczi se transformó en una madre para sus pacientes y que incluso
encontró los hijos que necesitaba, como, por ejemplo, una paciente americana con quien,
según afirmaban paciente y analista, se comunicaba por medio de vibraciones a través del
océano. Así, concluye Freud, “su inteligencia en su día tan brillante se extinguió. Pero
mantengamos este triste final como un secreto entre nosotros”.

Bibliografía consultada

-S. Freud, Obras completas, Amorrortu editores.


-S. Freud- S. Ferenczi, Correspondance, Calmann-Lévy, 2000. (Hay edición parcial en
español, publicada por editorial Síntesis)
-S. Freud- E. Jones, Correspondencia completa, Síntesis, 2001.
-S. Freud- S. Zweig, Correspondance, Payot & Rivages, 1995.
-J. Forrester, Sigmund Freud, partes de guerra, Gedisa, 2000.
-P. Gay, Freud, una vida de nuestro tiempo, Paidós, 1989.
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