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Massimo Recalcati

EL HOMBRE SIN INCONCIENTE


Figuras de la nueva clínica psicoanalítica

Traducción: Héctor Pérez Barboza.

INTRODUCCIÓN

Es un error considerar al sujeto del inconciente como un dato de la naturaleza,


o peor como una esencia suprahistórica inmune a las transformaciones
sociales. Es un error también pensar que su existencia esté garantizada en
tanto expresión ontológica de la realidad humana. De acuerdo con ello, y, a mi
juicio, es un grave error no contemplar la posibilidad desastrosa de que el
sujeto del Inconciente pueda declnar, eclipsarse, incluso extinguirse. También
por esta razón, Jacques Lacan ha insistido siempre sobre la necesidad de
evitar atribuir al Inconciente un estatuto ontológico demostrando por el contrario
su valor eminentemente ético o, como expresó en la apertura del Seminario XI,
“preontológico”1. Para que el sujeto del Inconciente preserve su forma
específica de existencia es necesario que el psicoanálisis instale las
condiciones de su operatividad.
No hay sujeto posible del Inconciente si no a través de la experiencia del
psicoanálisis. Por esta razón Lacan podía afirmar, no sin un cierto gusto por la
paradoja, que el psicoanalista es parte integrante del concepto del
Inconciente2.
En este libro estudiaremos las condiciones clínicas y sociales que desactivan
(básicamente) el funcionamiento del sujeto del Inconciente. Las formas
actuales de la psicopatología (dependencias patológicas, anorexias,
depresiones, somatizaciones, ataques de pánico) parecen confirmar, con una
virulencia dramática, esta posibilidad de una extinción del sujeto del
Inconciente, de su progresiva abolición / abrogación.

1
Ver J. Lacan, El Seminario. Libro XI. Los cuatro conceptos funadmentales del psicoanálisis (1964), tr. it. Einaudi, Torino 1979,
p. 30.

2
“Los psicoanalistas son parte del concepto de Inconciente porque no constituyen la destinación”; ver J. Lacan, Posición del
Inconciente , tr. it. in Scritti, Einaudi, Torino 1976, p. 835.

1
La psicopatología tradicional ya había confrontado con formas radicales de
rechazo del sujeto del Inconciente: el trabajo de la paranoia y el de la
melancolía, son descriptos tanto por Freud como por Lacan, como trabajos
antagonistas al trabajo del sujeto del Inconciente. En la actualidad este
antagonismo al sujeto del Inconciente parece tomar todas las formas
prevalentes de la psicopatología. Si el gran paso que Freud ha dado fue el de
mostrar que el sujeto del Inconciente era artífice de todas aquellas
manifestaciones de la realidad humana que escapaban al dominio intencional
de la conciencia (sueños síntomas, lapsus, descuidos, olvidos, chistes,
compulsión a la repetición) y que tenían el poder de imprimir al sufrimiento
sintomático el carácter metafórico de un mensaje cifrado, de un discurso
singular, excéntrico a cualquier discurso común ya establecido, y que exigía ser
escuchado e interpretado, la actualidad de la clínica nos confronta cada vez
más frecuentemente con formas del sufrimiento que parecen haber
interrumpido cualquier contacto con el Inconciente, que, más radicalmente,
parecen decretar “in primis” (en primer lugar, sobre todo) no tanto y no sólo la
muerte del psicoanálisis, como se escucha decir a menudo, sino la muerte aún
más grave del sujeto mismo del Inconciente.
¿Qué enseñan las nuevas formas de síntoma de la clínica contemporánea?
Nos enseñan que en ellas no está más en juego primariamente el deseo del
sujeto como manifestación principal del sujeto del Inconciente, sino su
anulación nihilística. Y también enseñan que esta anulación/cancelación tiende
a manifestarse según dos directrices fundamentales: como reforzamiento
narcisístico del Yo que da lugar a identificaciones sólidas que rigidizan
estérilmente la identidad subjetiva o como una exigencia imperiosa de goce
que excede cualquier principio de mediación simbólica para establecerse como
un mandamiento tan absoluto como mortífero. Es así que en este libro
propongo diferenciar en dos grandes capítulos la nueva clínica psicoanalítica:
el Capítulo de la clínica de las identificaciones sólidas y el Capítulo de la clínica
del superpoder del Ello.

2
La “evaporación del Padre”, para usar una felíz expresión de Lacan 3, sobre la
cual retornaremos frecuentemente, constituye el trasfondo social de las
profundas transformaciones que han invertido la psicopatología. Sujetos
desorientados, a la deriva, vacíos, privados de puntos de referencia, ideales,
encorsetados en identificaciones conformistas, indiferentes, cerrados
monádicamente en sus nichos narcisistas, prisioneros de su propia práctica de
goce donde el Otro está ausente, lazos líquidos, debilitados por la potencia
idolátrica del objeto de goce ofrecido ilimitadamente en el sistema global del
mercado siempre a disposición, contiguo, adhesivo, prensado; lazos muertos,
ningún deseo, ascéticos, desmembrados, frágiles, inconsistentes, lazos que
reducen la dimensión del encuentro con el Otro a la reproducción monótona de
lo Mismo.

Este libro interroga la época hipermoderna como la época de la evaporación


del Padre intentando encuadrar a las denominadas nuevas formas de síntoma
dentro de esta transición histórica. La época hipermoderna es la época del
individualismo atomizado que se impone sobre la comunidad, es la época del
culto narcisístico del Yo y del empuje compulsivo al goce inmediato que
interrumpe el circuito sublimatorio de la pulsión imponiéndose en la forma de un
inédito principio de prestación (rendimiento) que sitúa al goce mismo como un
nuevo deber superyoico. Todas las formas contemporáneas del malestar en la
civilización, toda la nueva psicopatología con la cual los psicoanalistas hoy se
deben confrontar refleja esta tendencia doble: por una parte el individuo aislado
de la comunidad, atomizado, reducido a pura máscara social, producto de una
identificación sólida, desconectado de los lazos por un exceso de alienación a
los semblantes sociales; por otro lado, el empuje de la pulsión que rechaza la
castración simbólica y su necesaria canalización sublimatoria para establecerse
como un empuje sadiano al consumo del objeto, como exigencia imperativa de
obtener un goce sin pasar por el Otro. Se trata de una contradicción que
atraviesa nuestro tiempo: clausura monádica, retiro libidinal, compactación
narcisística, indiferencia, apatía, rechazo del Otro, adaptación pasiva y
conformista a las insignias sociales y desbordamiento del goce nocivo,
3
Ver J. Lacan, "Nota sobre el padre y el universalismo", tr. it. in La psicoanalisi, 33,2003, p. 9.

3
compulsión por lo nuevo, recambio febril del objeto, volatilización de la
experiencia.

El pasaje de lo postmoderno a lo hipermoderno, tal como viene teorizando


abiertamente Giles Lipovetsky4, pone en evidencia cómo la emancipación de
los modelos ideales rígidos de la modernidad no sólo acentúa más la
“gadgetización de la vida”, el culto frívolo y efímero del goce, la fluidez vacua
del placer, sino que genera fenómenos de inseguridad y de angustia difusa
donde está la vulnerabilidad del sujeto puesta en primer plano. Lo saben
perfectamente los psicoanalistas: sin el paraguas protector del Padre la
inseguridad de la existencia emerge sin esquemas defensivos.
La época hipermoderna no es entonces sólo la época del aligeramiento de la
vida de los complicados pesos del Ideal, sino también la época de la vida a la
deriva, caótica, desorientada, sin puntos de referencia, desestabilizada,
extraviada, vulnerable; de la vida que se refugia en identificaciones sólidas o
que se disipa en lazos líquidos con el objeto de goce.
Jacques Lacan, en una célebre conferencia milanesa de mayo de 1972, ha
probado formular el matema preciso de este Nuevo contexto social a través de
la figura conceptual del discurso del capitalista que constituye un polo teórico
relevante para mi reflexión5. La época dominada por el discurso del capitalista,
define el espacio de la hipermodernidad como el espacio que se genera por el
agotamiento / derrumbe de la función orientadora y estructurante de los
grandes ideales modernos sobre la despolitización, sobre la desacralización,
sobre la demistificación, sobre la afirmación incontrastable del poder
globalizante del mercado, sobre la hiperactividad fundamental del
individualismo hedonista, sobre la volatilización y sobre la aceleración maníaca
del tiempo. El tiempo hipermoderno es un tiempo en el cual la des -
sustancialización del sujeto y su liberación de la pesadez y de la rigidez de los

4
Ver G. Lipovetsky, Les temps hypermodernes, Grasset, Paris 2004, p. 60.

5
J. Lacan, "Del discurso psicoanalitico", tr, it. en Lacan in Italia (a cura di G. Contri), La Salamandra,
Milano 1978.

4
ideales de la tradición exponen al Sujeto mismo a un vacío insensato, a una
“apatía frívola” que paraliza su vida emotiva 6.
Y algo que encontramos en ciertos análisis de Lipovetsky: el “éxtasis de lo
nuevo”, la exaltación eufórica de la actualidad como tiempo del “hiperconsumo”,
la absolutización de un “presente perpetuo” como ha tenido modo de predecir
Orwell en 1984. “Consumir sin esperar, viajar, divertirse, no renunciar a nada: a
las políticas del futuro radiante sucede el consumir como promesa de un
presente eufórico” 7

La época hipermoderna es, en este sentido, la época del imperio del discurso
del capitalista en el cual la maquinaria del goce sustituye al mecanismo de la
represión. La caída de los ideales, de la tradición y de las formas disciplinarias
de la regulación de la pulsión – cuyo centro metapsicológico está constituído de
la actividad de la represión – ha dejado su puesto al culto desenfrenado de un
consumo que, como hace notar Lacan, se consume nihilísticamente a si mismo
en una circularidad diabólica. Pero aquí el análisis de Lacan difiere
notablemente del de Lipovetsky porque al sociólogo francés le falta la categoría
del goce y la de pulsión de muerte, sin los que el riesgo de enfatizar al éxtasis
lúdico y el real como puro semblante, está siempre al acecho.

Lacan comparte la idea de fondo de Lipovetsky de que el tiempo hipermoderno


ya no tiene nada de trágico, no es más el tiempo de Antígona. Pero para Lacan
el homo felix no es el protagonista de este tiempo, sino más bien el hombre del
goce promovido por el marqués de Sade. Por ésto él no descuida para nada el
factor mortífero que habita el goce cuando el Ello se desengancha
perversamente del deseo.

Y es lo que ocurre en los lazos sociales inspirados por el discurso del


capitalista. Este discurso se configura en efecto como una máquina de goce
que prescinde de la dialéctica de la represión: el goce disipado de la pulsión de

6
Ver G. Lipovetsky, L'ère du vide. Essais sur l'individualisme contemporain, Gallimard, Paris
1993, p. 74 e pp. 108-109,

7
G. Lipovetsky, Les temps hypermodernes, cit., p. 59.

5
muerte, estructuralmente antagonista y alternativo al deseo, arrastra al sujeto a
una deriva autística que lo separa del Otro.

Es esta una tesis metapsicológica del último Freud: la potencia del Todestrieb
es una potencia que rompe los diques de Eros, disuelve el lazo del sujeto con
el Otro, destruye y devasta la vida desconectándola del campo del Otro. En
este sentido este libro sostiene la tesis de que la clínica contemporánea es
siempre menos una clínica del deseo y más una clínica de la pulsión de
muerte. En el centro no está más la problemática, centralísima en las neurosis,
de las viscisitudes de la vida amorosa, y de sus interrogaciones subjetivas.
¿Puedo aceptar el riesgo del amor? ¿Puedo encontrar un amor que no genere
sólo insatisfacción? ¿Puedo unir el amor al goce? ¿Puedo querer un poco sin
quererlo todo? (Posso amarne una sola senza volerle tutte?) ¿Puedo encontrar
un partenaire que no abuse de mí? ¿Puedo amar como una mujer y no como
una madre? ¿Puedo evitar que cada amor mío se transforme en una mierda?
¿Puedo serle fiel? ¿Puedo serle infiel? ¿Puedo soportar su falta? ¿Puedo amar
su falta?

Estas preguntas constituyen aún hoy el corazón de la problemática amorosa de


las neurosis, pero no parecen ocupar más ningún lugar en el discurso del
sujeto hipermoderno. Y por esta razón definimos la nueva clínica como una
clínica antagonista al discurso amoroso, como una clínica del antiamor. Esto
significa que en nuestros nuevos pacientes no es más decisiva la dificultad
neurótica de asumir, subjetivándolo, el propio deseo – de levantar la represión,
en el lenguaje de Freud -, como la dificultad de darle un sentido a la propia
vida, de tener una pasión fecunda, de animar la propia existencia la cual en
cambio aparece como impulsada por un empuje acéfalo hacia un goce maldito,
nocivo para la vida, ruinoso, no encuadrado en el fantasma, no articulado al
sujeto del Inconciente, o bien atascada estérilmente en una retirada defensiva,
en una apatía indiferente. En una seudoidentidad que resulta de la alienación
pasiva a las insignias sociales.
El sujeto hipermoderno, a diferencia del sujeto neurótico, aparece como falto de
sentido de culpa y sin embargo máximamente culpable. Su culpa consiste en

6
no asumir con coraje adecuado la fatiga de la existencia y el programa
inconciente del propio deseo. No hay asunción ética del propio deseo,
No hay asunción ética del propio deseo, pero tampoco su delegación neurótica.
Se asiste sobre todo a su anulación, a su cancelación, a su elusión/evitación
(aggiramento), a su negación.Y lo que más me impresiona en nuestros nuevos
pacientes: la dimensión del deseo inconciente y de su marco fantasmático
parece simplemente no existir más.
El hombre sin Inconciente se vuelve así la figura inquietante que habita la
escena del malestar contemporáneo de la Civilización. Se trata de un sujeto
que tiende a liquidar la experiencia freudiana del Inconciente como experiencia
de la verdad, de la diferencia y del deseo. El consumo toxicómano de
sustancias, la hipnosis narcisística de la anorexia, el empuje a la devoración
compulsiva de la bulimia, la desorientación del sujeto en pánico, el retiro
libidinal del depresivo, la soledad apática del obeso, la lesión silenciosa de
ciertos fenómenos psicosomáticos, la identificación des-subjetivada y
conformista a los semblantes sociales dominantes, la fatiga creciente de existir,
de darle un sentido a la propia presencia en el mundo, la fuga hacia la
normalidad como máscara de una falsa adaptación definen el campo variado
de la clínica contemporánea donde no es más el sujeto del Inconciente el
protagonista sino un hombre que parece, justamente, como desconectado,
“desabonado” como decía Lacan, separado drásticamente del propio
Inconciente.

La tesis sostenida con vigor por Bauman y devenida con suceso una clave de
lectura de nuestra época considerada como la época de los lazos líquidos, a la
luz de las transformaciones recientes de la psicopatología, no es incorrecta
pero debe ser integrada. La liquidez, es, en efecto, sólo un aspecto de la
Civilización contemporánea. A través de ella se manifiestan los efectos de la
disolución de la función orientadora del Ideal edípico, que había cimentado a la
sociedad moderna. El otro aspecto del malestar contemporáneo de la
Civilización que debemos registrar es el de las identificaciones sólidas, tal
como se definen en este libro, es decir aquellas identificaciones que señalan la
tendencia del sujeto al cierre autístico, a la petrificación, a la solidificación
narcisística como respuesta extrema a la licuación generalizada de los lazos

7
sociales. En este sentido con la doble referencia al “extrapoder del Ello”
(fórmula con la cual originalmente Freud indicaba la condición del sujeto
psicótico) y a la “identificación sólida “ intento definir el campo de oscilación de
la nueva clínica, por una parte el aspecto incandescente, caótico, infernal,
disruptivo de la repetición pulsional, y por otra parte la tendencia del sujeto
contemporáneo a dar vida a identificaciones compactas, petrificadas, rígidas,
sin grietas, que parecen ser islas autistas en el medio de la licuación difusa de
los lazos sociales. Si el extrapoder del Ello arrastra al sujeto hacia la
devastación pulsional, las identificaciones sólidas le ofrecen la ilusión de una
consistencia imaginaria que promete falsamente salvar la vida de una deriva
mortífera.

Por una parte tenemos la clínica que se ocupa de la licuación del lazo con el
Otro a partir de una incandescencia de la dimensión del goce pulsional que
parece como no regulado por la castración y sin el marco del fantasma
inconciente; por otra tenemos una clínica que se ocupa de la patología de la
identificación, de las identificaciones sólidas, compactas, sin flexibilidad, rígidas
que tienden a ofrecer un dominio ilusorio al sujeto al precio de la cancelación
de su propia singularidad deseante.
La primera es una clínica del Ello sin Inconciente, es una clínica en la cual
domina la desregulación pulsional, el empuje a lograr la descarga inmediata, la
evacuación de las tensiones internas, la tendencia compulsiva a la repetición
de un goce que prescinde del intercambio con el otro sexo, la tendencia al acto,
al pasaje al acto, a la negación de toda mediación simbólica (palabra,
pensamiento), un deslizamiento hacia un gozo mortífero, narcotizante o
desolador la vida.
La segunda, en cambio es una clínica del Yo sin Inconciente, una clínica de la
hiperidentificación, de la identificación alienante y conformista a los semblantes
del Otro, una clínica de la armadura narcisística, del gobierno disciplinario del
cuerpo, de la negación de toda experiencia de alteridad, del refugio en la
máscara social, de la indiferencia y de la apatía, de la asimilación des-
subjetivada a la insignia sintomática.
Lo que reúne/aproxima a estas variaciones alternativas de la clínica
contemporánea (la primera hard, la segunda cool) es la común cancelación del

8
sujeto del Inconciente. Esta cancelación se evidencia sobre todo en el declive
de la problemática subjetiva del deseo y del discurso amoroso. La clínica del
Ello sin Inconciente o del Yo sin Inconciente, la clínica de la desregulación
pulsional o de las identificaciones sólidas, es una clínica que no se instituye
más – como ocurre en cambio todavía en la clínica freudiana de las neurosis –
sobre la dimensión singular e irreductible del deseo, sino sobre su supresión
nihilístico-conformista. Por esta razón una de las tesis de este libro es que la
matriz de la llamada nueva forma de síntoma debe ser referida a la clínica de
las psicosis, del narcisismo y de la perversión, en las cuales el centro no es la
instancia inconciente del deseo, sino su negación en la forma de una
prevalencia del acto pulsional sin articulación simbólica o en la de una evitación
de la castración – de la cual el deseo, como enseña Freud, proviene – que
suspende la diferencia sexual y la angustia del encuentro con el otro sexo. La
liquidez del goce y la solidez de la identificación anulan la potencia creativa del
deseo congelándolo en una mónada separada del Otro o dispersándola en una
búsqueda de lo nuevo que, en realidad, no es otra cosa sino la repetición
mortífera de lo Mismo.
¿Cómo debemos entonces entender este desabono del Inconciente del sujeto
hipermoderno? ¿Cómo debemos pensar esta tendencia a la extinción del
sujeto del Inconciente, a su liquidación social? ¿Cómo podemos articular esta
desinserción del sujeto del campo del Otro?
Este libro intenta responder a estas preguntas recorriendo la clínica
psicoanalítica de las nuevas formas del síntoma, como formas antagonistas al
trabajo del Inconciente.

La apuesta del psicoanálisis hoy no es más la de llevar la “peste” a la


civilización burguesa para alterar su falsa moral. El siglo del psicoanálisis ha
metabolizado ampliamente ese virus con el efecto imprevisto por su fundador,
de su parcial neutralización y de su domesticación. Suplantado por la difusión
de los psicofármacos y por las terapias cognitivo-comportamentales que
pretenden ofrecer soluciones terapéuticas más eficaces y en tiempos breves,
acusado de intelectualismo y de impotencia clínica, criticado en sus modelos
epistemológicos, juzgado, en la mejor de las hipótesis, como un capítulo
concluido de la historia de las ideas del Novecento, excluído del derecho de

9
ciudadanía de la comunidad de la llamada psicología científica, reducido a una
superstición ya arcaica, el psicoanálisis hoy está obligado a dar prueba de su
fuerza confrontándose con la nueva clínica. Este es un terreno privilegiado
donde podrá relanzar su proyecto ético: mostrar que la cura de la siempre
sombría pulsión de muerte y de su poder devastador no sucede en la forma de
una normalización psicológica, como una ortopedia disciplinaria del Yo, sino
que puede ocurrir sólo rehabilitando la alianza del sujeto con su deseo
inconciente.

El psicoanálisis está destinado a extinguirse si no reencuentra la razón ética


que funda su práctica: reanimar el sujeto del deseo, hacer al deseo capaz de
realizaciones creativas, promover la singularidad irreductible del sujeto como
objeción a cualquier asimilación conformista.

Noli, septiembre 2009

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