Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
JUAN VERA
PERSONAJES
ANTONIA
GERARDO
PAJARRACO
REMOLINO
MÚSICO
(Una habitación clara y limpia. En escena hay un oboe, un atril con partituras, una cama
cubierta por un edredón de plumas. Una mesita donde está una botella de vino, un vaso a
medio servir y un lápiz a mina)
GERARDO.- Antonia…
GERARDO.- ¿Y dónde?
ANTONIA.- Esperar.
GERARDO.- Tú sabes. Yo te puedo tener aquí, pero esta sería la primera puerta en caer…
antes que todas las demás.
GERARDO.- Es que aquí, en la orquesta, cada instrumento está… por decirlo… vigilado…
vigilado por los ojos de la oscuridad.
GERARDO.- Me costó.
ANTONIA.- Me imagino.
(Silencio)
GERARDO.- (Avanza furioso hacia Antonia) ¿Por mi boca? ¿Por mis manos?
ANTONIA.- Yo sé…
GERARDO.- Yo no sé…
GERARDO.- Hubiera tenido más cuidado. ¿Quién te defiende ahora? ¿Para qué lo hiciste?
ANTONIA.- Casi nunca conocí a mis pacientes… salvo a una carcelera. Le entablille un
brazo antes que la llevaron al hospital.
GERARDO.- Y después…
ANTONIA.- Ya no volviste.
ANTONIA.- ¿Te acuerdas cuando nos dio esa locura y nos casamos?
ANTONIA.- ¿Y de todas las fechorías? Esas cosas, pequeñas cosas diarias: el centro de
alumnos, la federación…
ANTONIA.- (Riendo)… la verdad es que todo eso lo hacemos por acompañar un poco más
a la vida en su camino.
ANTONIA.- La verdad es que no puedo entenderte. (Ríe) A lo mejor nunca pude. Te estoy
pidiendo algo más que puros sentimientos conyugales, es mejor así; así podemos
entender… es mejor.
ANTONIA.- No me verán.
ANTONIA.- Gerardo…
GERARDO.- ¿Cómo?
ANTONIA.- Con tus manos. Igual que con las mías. Con tu boca.
GERARDO.- Shttt. (Habla solo, modulando las palabras para que nadie escuche) Hay
alguien afuera.
GERARDO.- (Asustado) Algo fue. (Pausa) Antonia, nadie esperará que tu inocencia llegue
antes que una bala… nadie.
ANTONIA.- (Alegremente) Con música. Una cueca entre dos movimientos de Brahms.
ANTONIA.- No sé. No sé lo que hemos cambiado en tantos años. ¿Cinco, diez, noventa…?
GERARDO.- Ha sido difícil para mí. Tú sabes, tuve que esconder que… eras mi mujer.
GERARDO.- Y la verdad es que esto lo hice por nosotros dos. Para tener algo seguro…
cuando te dieran la libertad.
GERARDO.- Y entonces… yo pensaba que cuando estuvieras libre nos podríamos ir.
ANTONIA.- ¿Dónde?
GERARDO.- No sé. A trabajar a otra parte. A Inglaterra, o donde te hubiera gustado… o
quedarnos aquí, en esta casa
ANTONIA.- Hice mucho más. Se quedaron colgando de una reja. (Pausa) ¡Qué increíble!
Me parece haber vivido mucho tiempo antes esta conversación. Mucho tiempo. Como
cuando el hombre llegó a la luna. Falsa memoria la llaman. Como pisar un suelo de papel.
La imaginación, ¿sabes? La imaginación funciona muy veloz en esos lugares. Casi siempre
nos adelantamos a lo que puede pasar. Y así se vive dos veces la calle, a través de las
sombras. Así no se muere. Nunca. (Pausa) ¿Dormimos, bebemos o…?
GERARDO.- Estamos frente a las murallas más altas. Y antes de dar el salto, el gran salto,
se nos acaban las fuerzas. Dime tú por qué.
PÁJARO.- Y me pongo a contemplar los vientos que pasan frente a mí. No sé si mirarlos
toda la vida o irme con ellos por el mar.
(Ambos se ríen.
Se recuestan en la cama.
Se ríen.)
GERARDO.- Antonia.
GERARDO.- Una noche… una sola… soñé contigo. Estabas desnuda. Agachada, mirando
el mar. Y yo… me acercaba con un cuaderno, un lápiz y una enorme partitura en blanco.
Acercaba el ojo izquierdo a tu ano. Lo acomodaba, así, como a un telescopio. Y empezaba
a mirar. Y yo te decía: abre la boca. Ábrela muy bien. Y tú la abrías. Entonces… la luz
llegaba a mi ojo izquierdo… y podía ver el mar, sus profundidades, sus peces, las ciudades
y los pueblos al amanecer. Fue lo más hermoso que vi. El mar por ti misma.
ANTONIA.- Yo me quedaba sentada, en una silla, en una silla. Golpeando un pie contra las
baldosas de una gran sala vacía. Había un ruido. Ese que se siente cuando hay silencio.
Zumbidos de tubos de neón. Y tú hablándome de Beethoven… a mi espalda. Te sentía, no
te veía. Corrías por mi espalda con tu viento. Me reía. Con la risa todo cambiaba. Y pasaba
un tren. El alacrán, en un enojo, picó con su aguijón al tren. Y el tren empezó a retorcerse, a
gritar, a chuparse la picadura y su veneno. Y un gusanito me despertó. Un gusanito que
salía por mi ojo derecho. (Pausa) Raros son los sueños. Son más que la realidad. En los
sueños uno cambia de lágrimas de cemento, de leche a flores. Y al final, los caballos negros
ponen el punto a cada sueño.
GERARDO.- En la India alguien me dijo que los sueños son la base de nuestra conducta.
ANTONIA.- Toda nuestra vida sería una fatiga sin soñar. Es una droga. Muchas veces soñé
que mis pacientes se acercaban a mí y me hablaban. Me decían el dolor que sentían, que les
operara el estómago, que mejor buscara en el oído. A veces me despertaba de un sobresalto
y decidía no llevarlos al quirófano. En ese justo momento había un cambio en su salud.
Bastaba con mirarlos y sanaban. No es milagro. Es ciencia. La más pura de las ciencias.
ANTONIA.- Todos somos iguales. ¿Quién puede darle la magia que tú le das a tu oboe?
GERARDO.- El artista no siente su arte. Lo dirige con tal precisión que es el público quien
lo siente.
ANTONIA.- Verdad. (Ambos ríen) Tal vez por eso los remolinos me quedaron tan
chuecos… el remolino azul…
ANTONIA.- El loro.
ANTONIA.- Buena memoria. ¿Y cuántos pájaros y remolinos se han hecho en todo el país?
ANTONIA.- Un cardenal.
GERARDO.- Una locura. ¿Qué estamos haciendo aquí, debajo de estos pájaros… mirando
remolinos?
ANTONIA.- Tocándonos.
GERARDO.- Aquí no hay nadie. Aquí no te conoce nadie. Aquí no ha pasado nada. Claro,
uno se siente atraído… y después, nadie sabe lo que puede pasar. Y mañana… mañana
tengo concierto y puedo ir contigo.
(Antonia aprieta el cuello de Gerardo con una prenda de ropa. Lo aprieta como lo hacen los
médicos para calmar el ataque de ansiedad violenta de un paciente. Gerardo cae al suelo.)
(Silencio.)
ANTONIA.- Yo sé que no es fácil convencer a los miedos.. aunque nada los justifique… se
quedan. Yo te puedo decir… te puedo contar lo que pasará. Y entonces… estarás conmigo.
ANTONIA.- Ni lo pienses.
GERARDO.- ¿Quién te lo asegura?
GERARDO.- De la vereda.
GERARDO.- La que ahora no está. Antes había una veredita entre el roquerío.
GERARDO.- Yo los miro, los escucho. Todos suenan como ollas viejas. No entiendo lo
que hablan.
GERARDO.- No sé qué ha pasado. Me acuerdo cuando venía aquí. Por los inviernos. Había
gente; vecinos que se me asomaban a la ventana. A esta ventana. Me llamaban para que les
tocara un Bach, un Piazzolla. (Aparecen muchas manos aplaudiendo por la ventana). Algo
que los hiciera volar. Me aprendí, en mi oboe, a Violeta Parra completa. Así pasábamos las
tardes, las noches. Entre vinos y música. Sin preocuparnos del frío, del trabajo, de nada. La
tierra lo daba todo. Como en los comienzos de la humanidad.
GERARDO.- Al que le sacaste las balas lo partieron a cuchilladas. Y tú, perdida en estas
nieblas.
ANTONIA.- Lo hice sola. Tú estabas en una gira en España. ¿Te acuerdas? Una bala en el
glúteo derecho, otra, en el antebrazo derecho. Dos en el abdomen. Se infectó. No sé cómo
se recobró. Lo tuve aquí, en esta misma cama. Creo que tenía cuarenta años. Hasta que
comenzamos a tocarnos, todas las tardes. Muchas veces quise que tú no volvieras. Y no
volviste.
GERARDO.- Yo volví.
ANTONIA.- Cuando llegaron estábamos amándonos con el sonido de una campana. Y las
ollas… pasos por la arena. Él no era poeta ni yo una artista. (Pausa) No me mires así. No te
olvido. A veces creo que todo se me borra. Y no quiero que se me vaya ese sabor en la
piel…
GERARDO.- No me hables de eso. ¿Para qué? Ahora los tiempos son distintos.
ANTONIA.- Muy bien. Si así lo dices, entonces sigue con tu vida. Vida común y corriente.
Y cuando quieras contar algo, tienes tu oboe… así como yo que pasé los días con los
´pájaros de mimbre y los de pluma… y con los secretos de los remolinos de papel.
ANTONIA.- Para nada lo estamos. Para nada lo estamos. Y aunque lo quisiera, el recuerdo
nos espera en cualquier calle. Nos atrapa.
(Les entrega la pelota. Se escuchan voces que se burlan de él. El ruido de afuera es
ensordecedor. Antonia se ríe a carcajadas.)
(Silencio.)
GERARDO.- Nunca.
ANTONIA.- ¿Y si te lo quitaran?
GERARDO.- Cantaría.
(Silencio.)
ANTONIA.- Y los tiempos se juntan con los días… y así nos vamos encontrando.
GERARDO.- Miércoles.
ANTONIA.- Quiero caminar con los vientos, con las lluvias, comer duraznos… tomar vino
amable.
ANTONIA.- ¿Y qué quieres? Dejar que esta maldita epidemia se nos suba por las piernas.
GERARDO.- A veces, me siento sin fuerzas. Ni siquiera me levanto. Me lo paso días y días
vagando dentro de la cama.
GERARDO.- ¿Qué?
GERARDO.- A vivir.
ANTONIA.- Aquí, en esta tierra, morir también es vida. ¿No lo has notado?
GERARDO.- Antonia…
ANTONIA.- Y la verdad es que nos hemos dicho bastante sin llegar a ningún acuerdo.
ANTONIA.- No. Para mirarlas. Solo para mirarlas. (Se resbala de la cama y le da risa)
GERARDO.- Antonia.
ANTONIA.- Shttt.
ANTONIA.- Déjalas aquí, un rato conmigo. Hacía mucho que no las tocaba así. (Pausa)
Estás temblando, pajarito. ¿Qué tienes? Conmigo no andarás en peligro.
ANTONIA.- Nadie sabe, Gerardo. Nadie sabe lo que se nos puede venir desde la esquina.
GERARDO.- La música tiene un solo sentido. Lo trae desde que fue compuesta.
ANTONIA.- Un sonido que pasa por arriba de la gente y no camina con ella por la calle.
ANTONIA.- No sé cómo era yo antes; ni puedo imaginármelo ya. Hay jardines que se han
borrado del pensamiento. Y ahora, tengo otras… otras latitudes que no conozco muy bien.
Demasiado tiempo borrado. Borrando besos… manzanas… mares; no sabes lo que es… lo
que es… lo que es mirar a alguien y olvidarlo. Y ahora que te veo, que te toco, tengo que
borrarte. Entonces así… no tendré recuerdos tuyos. Ni siquiera del minuto anterior que
hemos estado aquí. Y mientras más vea, más tendré que olvidar. Y olvidar también lo
olvidado, Gerardo.
ANTONIA.- Yo te quiero… y…
GERARDO.- Muchas veces… fui hasta el mar… y quise mirarte entre los pinos. Muchas
veces recorrí ese hospital, el tuyo. Tu consulta y… quise verte; sabía dónde estabas pero
yo… te busqué en otra parte. Una manera de encontrarte de verdad.
(Silencio.)
(Aparecen los demás actores y músicos. Arman un árbol con sus cuerpos.)
GERARDO.- ven. Aquí lo tienes.
GERARDO.- En verano.
GERARDO.- Un zorzal.
GERARDO.- Cantábamos…
ANTONIA.- A tropezones. Por eso, los que saben caminar, nos dejan atrás. Y lo único que
nos queda, un poquito de tierra.
GERARDO.- ¿Qué?
ANTONIA.- Un hijo.
ANTONIA.- Es mi voz.
GERARDO.- Y en estos días pensaba en ti. Quise ir a verte otra vez… y ya… el viento.
Culpa mía.
GERARDO.- Yo sé, Antonia, que te busqué mucho y, al final, te hago cantar con mi
instrumento. Entonces me acuerdo de tu voz.
ANTONIA.- Gerardo, Gerardo querido. Sigue con todo lo que te gusta. No. No esperes
nada a cambio ni tampoco lo dejes. Arriésgate. Un instrumento roto sigue sonando.
(Silencio.)
GERARDO.- No te vayas.
ANTONIA.- Tú tampoco.
(Cantan el pájaro y el remolino mientras iluminan con linternas a Gerardo que ha quedado
solo sentado en un columpio.)