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Los 4 y ERNESTO
De Alfonso Paso
Reparto, por orden de aparición
Ernesto Martínez……………Marcelo Gálvez
Arturo Suarez…………………Fernando Gálvez
Patricia Suarez………………..Pamela Palacios
Bélgica Álvarez……………..Maricela Gómez
Carlos Álvarez ……………. Darío León
Época actual. Escenario único, salón de hotel propiedad de Arturo Suarez, en las afueras de
Buslow Hill, pequeña ciudad norteamericana a 42 km. De Canadá, al borde del lago Tubiki,
tributario del Superior. Lados, los del actor.
Acto primero
Salón en casa de Arturo Suarez en Buslow Hill, Minnesota. Este compro el hotel hace seis años,
cuando se caso con Patricia Nixer. Las primeras desavenencias del matrimonio se dieron por el
poco caso que ella hacia al hogar. El salón, es cómodo, confortable y hermoso, pero debe verse
descuidado y los muebles pasados de moda. Puerta corredera a foro izquierda que comunica con
pequeño hall. A ambos lados, estante con libros. A forillo, consola con pequeño cajón. Por
primera derecha arranca escalera, perpendicular a batería que remata en un arco que da paso a
habitaciones del segundo piso. En vano de escalera, bajo ella, una puerta que da acceso al resto
de las piezas del piso inferior. A la izquierda ventana doble en guillotina. Desde ella nos llega el
reflejo de la luna en el lago Tubiki. Diván cómodo, mueble bajo, mesita con bebidas, teléfono.
Mesa de secreter. Noche de primavera.
En escena Arturo y Ernesto (jefe de policía) despistado
ERNESTO: NO, no era el padre.
ARTURO: -¿No?
ERNESTO: Era el marido. Debí figurármelo, pero mientras tenia a la muchacha en los brazos no
se me ocurrió decir otra cosa que: “señor Moreno. Tiene Usted una hija estupenda”
¿querrá Usted creer que se enfado?
ARTURO: -¿ah sí?
ERNESTO: me cogió por las solapas y me dijo… ¿quién le manda a decirme viejo?
ARTURO: vaya
ERNESTO: luego nos hicimos muy amigos. Íbamos juntos al siquiatra. Porque yo he ido al
siquiatra como cualquier persona normal.
ARTURO: si, ya me dijo
ERNESTO: aquí en Cucay no hay siquiatras buenos. Todos quieren cobrar. Buenos todos a una.
Al doctor Lindao, ¿lo conoce?
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ARTURO: Patricia, acepta el divorcio, te lo suplico, acabemos con esto de una vez…
PATRICIA: no…
ARTURO: por qué no?
PATRICIA: demasiado sabes porque…
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ARTURO: (GOLPEA LA MESA) No, no sé porque diablos no quieres, ya son dos años de peleas
constantes
PATRICIA: tres
ARTURO: ya está bien de burlas, patricia…(EL TRATA DE ACERCARSE, ELLA TOMA UNA NAVAJA
RETRACTIL Y SE LA PONE EN EL PECHO)
PATRICIA: No voy a permitirte que me golpees una vez más. No hay divorcio. No lo habrá nunca.
Y si lo hay ya sabes cuánto te va a costar, doscientos mil en la mano y la pensión
mensual… te odio, te odio tanto como tú a mí. Pero estas aquí, bien agarrado, sin salida
posible (ARTURO RETROCEDE ELLA LO SIGUE) y si quieres salir tendrás que sacar tus
ahorritos de estos siete años de calvario, todos para mí. Me oyes?
(ARTURO LA MIRA CON ODIO, SUENA TIMBRE. ARTURO SALE A ABRIR. ELLA SE ASOMA A
VENTANA. APAGA LA LUZ. OYE PASOS Y VOCES. PRENDE LA LUZ DE NUEVO)
(TRAS ARTURO ENTRAN BÉLGICA Y CARLOS ÁLVAREZ. ELLE TIENE UNA BELLEZA UN
TANTO DESGARRADA.VISTE ELEGANTE Y PROVOCADORA. PERO CONTRASTA SU ACTITUD
DISCRETA Y SUAVE. CARLOS DE MEDIANA EDAD. ELEGANCIA UN TANTO CHILLONA PERO
AGRADABLE. PARECE AJENO A TODO Y MUY COMPLACIENTE. TIENE UN TIC NERVIOSO EN
EL PARPADO, PARECE QUE GUIÑARA EL OJO)
BÉLGICA: Patricia
PATRICIA: Querida Bélgica, que guapa estas!
BÉLGICA: ojala fuera así, son solo 6 Km. Pero el carro me fatiga tanto. Debo tener cara de
cansancio…
PATRICIA: te aseguro que no
BÉLGICA: (PRESENTA) Carlos, mi marido. Patricia Suarez. Ellos te conocen mucho, les he hablado
tanto de ti. (SE SALUDAN CARLOS Y PATY DE LA MANO SONRIENTES)
CARLOS: Siempre bien?
PATRICIA: siempre, es difícil encontrar una mujer tan enamorada de su marido. Y no debe dejarla
tanto tiempo sola.
CARLOS: Lo he arreglado, no sé si Belgi les ha dicho.
ARTURO: SI
CARLOS: Aquello es un desierto, la presa no se acaba de construir hasta dentro de un año y ya
llevamos siete meses trabajando en ella. Vida de campamento. Cuando tenía tiempo eran
más de doscientos kilómetros de viaje, un beso a Bélgica y de vuelta a la presa. Calculan
como volvería.
BÉLGICA: (ALEGRA Y SORPRENDIDA) no me has dicho nada, lo has arreglado de verdad?
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CARLOS: vamos a turnarnos el otro ingeniero y yo. Con uno basta para inspeccionar la obra, de
ese modo podría estar una semana en la presa y otro contigo.
BÉLGICA: amor mío! Han sido siete meses casi sin verte, no puedo resistirlo.
CARLOS: y yo tampoco mi amor, no va a volver a ocurrir…el amor es grande. Verdad señor
Suarez?
ARTURO: si
CARLOS: hay algo más hermosos que tener siempre a su mujercita al lado y no separarse de ella
nunca?
ARTURO: (CON DESGANA) me lo va a decir a mi… whisky?
CARLOS: gracias… (RECIBE DE ARTURO UN VASO) Hay un grand Vitara afuera…es suyo?
ARTURO: si
CARLOS: Es idéntico al mío!
ARTURO: No lo creo, este es del 2009
CARLOS: Bueno. el mío es 2010. A su salud señora Suárez (BEBE DE UN TRAGO Y TOMA BOTELLA
Y SUGIERE QUE LE SIRVAN MAS. BÉLGICA ADVIERTE)
BÉLGICA: Carlitos, recuerda que vivimos en el otro pueblo y queda a 7 kilómetros.
CARLOS: claro Belgiquita…a su salud! (BEBE DE NUEVO DE UN TRAGO Y MIRA FIJAMENTE A
ARTURO) Como conoció a mi esposa?
PATRICIA: Eh, Yo la conocía…fue en la última escasez de azúcar, ella vino a comprar acá, nos
encontramos en la fila y nos hicimos amiguitas!
CARLOS: Bélgica, siempre tan abierta y confiada. Conociste a la señora Suarez que es una
persona honrada. Tomaste el té en su casa, en el hogar de un matrimonio digno, sin
diferencias, pero… y si un día te encuentras con gente mala?
BÉLGICA: Carlos!
CARLOS: No todo el mundo es como estos señores. Desinteresados, generosos y felices. Hay
también indeseables. (SE SIRVE MAS WHISKY Y SIGUE)
PATRICIA: Esos son celos?
CARLOS: Puede ser! Pero mírela Usted Bélgica es una maravilla, no puedo ser yo el único que la
admire. (LA BESA. PATTY MIRA A ARTU EL BAJA LOS OJOS)
PATRICIA: (SEMI CABRINI) voy a preparar el café…
BÉLGICA: me necesitas? Estoy tan cansada!
PATRICIA: no te preocupes, vuelvo en seguida…
CARLOS: Me permite conocer su cocina?
PATRICIA: Pero el café lo hago yo sola.
CARLOS: (SONRIE) de acuerdo… (SALEN POR DERECHA. ARTURO CONSTATA DESDE LA PUERTA Y
BESA A BÉLGICA)
ARTURO: amor mío!
BÉLGICA: Arturo por Dios, ten cuidado, pueden salir!
ARTURO: te quiero, cada día te quiero más. No puedo soportar esta situación. Y esta maldita
farsa delante de la gente.
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BÉLGICA: Si he cantado en un cabaret es cosa mía, muchas chicas decentes lo han hecho. Y
Arturo lo sabe.
CARLOS: (Burlón) sabe usted mucho (se deja caer en el sofá y coloca los pies en cima de la
mesita). Sabrá entonces quien soy yo ¿No?
ARTURO: Carlos Álvarez ingeniero de servicio en la presa de South Statow.
CARLOS: (Riendo) Buen camino, buen camino (Y empieza a apretarse ruidosamente los nudillos.)
Pues pude haber sido ingeniero. Mi padre sabía dividir. Prefiero la filosofía Kant, Hegel,
Schopenhawer. Eso tiene belleza. No es sucio. Llamamé Chumi ¿Quiere? Nos entendemos
mejor.
ARTURO: Quite los pies (Carlos no se mueve). Le he dicho que quite los pies de ahí.
(Como Carlos no hace caso, Arturo le propina un puntapié a las piernas de Álvarez
obligándolo así a obedecer. Carlos se levanta con lentitud)
CARLOS: Oiga, usted es un señor. Si. Es valiente, tu novio es valiente Bigui ¿Qué le pasa en la
corbata?
(Arturo mira su corbata y esto lo aprovecha Carlos para darle un rodillazo y un golpe en el
mentón que lo derriba.)
(Patricia aparece por la derecha de espaldas pues ha abierto la puerta con la cadera. Trae una
bandeja con tazas. Azucarera, platos etc. Arturo a logrado ponerse de rodillas.)
PATRICIA: Ten.
ARTURO: No…
(Se levanta acariciándose el mentón. Bélgica se ha cogido de su brazo)
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CARLOS: Lo siento, no ha habido más remedio que hacerlo ¡Vaya Bigui! ¡Una estupenda pulsera,
sino es falsa! ¡en hora buena! Bueno muchacho cuénteme sus penas.
ARTURO: (Asqueado) Como propaganda ya está bien. Todo eso me parece repugnante. Álvarez,
tengo prisa.
CARLOS: Hay que pensarlo… pensar. El cerebro, ¿Sabe? (Se lleva la mano a la frente.) Oiga…
demasiado difícil. Yo me marcho. Explíquele usted a su mujer lo que quiera.
(Bélgica levanta el auricular. Carlos empieza a temblar con fuertes espasmos y tics
generales)
BÉLGICA: ¿Qué? (Carlos asiente. Bélgica cuelga. Carlos parece tranquilizarse. Bélgica le habla
con burla.) ¿Otra vez el ataque? ¿No sabes, Arturo? Cuando este imbécil siente miedo, le
da el ataque.
CARLOS: (Sudoroso, esbozando una leve sonrisa.) No es el ataque. (Se sirve whisky con la mano
temblorosa.) Algunos tics nerviosos, movimientos incontrolados. A los hombros les da por
subir y bajar y esta pierna se estira y se encoje. Miedo. Demasiada adrenalina. Mis padres
se preocupaban cuando me ocurría esto de pequeño. Papá sobre todo “Carlitos…
Carlitos… para ya, hijo” me decía. ¡Papá! No sé porque le dio un día por decir que era una
gallina. Nada de eso hubiera tenido importancia si a mi madre no le hubiesen entrado
unas ganas frenéticas de hacer una orden de captura. Quise buscar a mis abuelos
paternos. Una injusticia les había recluido en el manicomio de Conocoto. Y los maternos
estaban convencidos de que eran Velasco Ibarra y su mujer. Ignoro porque. (Sonríe) Bien,
Señor Suarez. Un fruto del momento, un arrojo de la existencia. Eso tiene delante. Pisa el
acelerador. Bigui. Estoy con ustedes.
(ARTURO ha acudido al secreter. Saca una llave con la que abre el mueble y de su interior
extrae un pequeño cofre que muestra a CARLOS)
CARLOS.- ¿Cuánto?
ARTURO.- Doscientos veinticinco mil.
CARLOS.- (Una Pausa) Le va a costar el pico, Suarez.
ARTURO.- (Furioso) Si cree que me va a estafar…
BÉLGICA: Dale esos veinticinco mil, ARTURO y acabemos
ARTURO.- (Tras una vacilación) De acuerdo
CARLOS.- Déjenme ver uno. (ARTURO mira a Bélgica. El asiente con la cabeza. ARTURO abre el
chavas entrega a CARLOS un billete. Este lo mira al trasluz. Lo golpea con el dedo. Lo
estira. Lo sopla.) Sí, es de verdad, una vez me dediqué a hacer billetes falsos puro
deporte, el gobierno venga de hacer billetes de verdad y yo venga de hacer billetes falsos,
hermosa competición. Ganó el gobierno.
(Se lo guarda)
(CARLOS sorbe el potrillo blanco por la nariz. Estornuda. Cierra los ojos empieza a hablar
con gran rapidez. Como súbitamente iluminado.)
CARLOS.- Esta es la realidad: Bucay, provincia del Chimborazo, a una hora de Guayaquil, por allá
Bolívar, por acá Guayas. Diga lo que diga la gente. Está claro como el agua. No hay que
matarla a ella, hay que matarle a usted.
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ARTURO.- ¡Oiga!
BÉLGICA: ¡Déjale!
CARLOS.- Exacto. Exacto ¡La lamiere pleon de vio! Conteste a lo que voy a preguntar. ¿Admite
que la frontera está a 12 Km?
ARTURO.- Si
CARLOS.- ¿Admite que si usted es asesinado por su mujer y ella inculpada del crimen no puede
contar un céntimo de sus bienes?
ARTURO.- Si
CARLOS.- (Con triunfante sencillez.) Pues vamos a fabricar su asesinato Señor Suarez.
ARTURO.- Estas bromitas me ponen la carne de gallina.
BÉLGICA: Déjale, cuando empieza a funcionar es un maestro. (Toma una pizca de polvillo blanco
y se lo mete a CARLOS por la nariz) Ten gasolina, Chumi. Adelante.
CARLOS.- Pregúnteme lo que no entienda, chiquillo. ¿Tienes una pistola?
ARTURO.- Si
CARLOS.- ¿Con balas?
ARTURO.- ¿Con que quiere que la tenga?
CARLOS.- Algunos caballeros compran pistolas recreativas que al apretar el gatillo tocan “El
Relicario”, esa canción francesa.
ARTURO.- (Mostrándole una pistola pequeña que ha sacado de la librería apartando algunos
tomos.) ¿Le sirve? La compre en Chimbo antes de la prohibición.
CARLOS.- (Tomándola.) Pequeña, brillante y puede acabar con un hombre, como una Vedette. Si.
Vale. Deme un pañuelo (Obedece ARTURO, CARLOS limpia concienzudamente el arma)
Guantes, todos con guantes Bigui…
(BÉLGICA acude a la puerta de la derecha)
BÉLGICA: (Alarmada) Sigue sin estar.
CARLOS.- Oiga… ¿Dónde se ha metido?
ARTURO.- Como quiere que lo sepa
CARLOS.- Debe estar haciendo café para toda la marina
ARTURO.- Habrá subido a su cuarto
CARLOS.- (Señala la escalera) ¿No es por ahí?
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ARTURO.- Desde el jardín, por la puerta de atrás ahí a otra escalera. Démonos prisa
(ARTURO ha sacado unos guantes de su abrigo colgado en una percha del pequeño hall.
BÉLGICA está calzando los suyos)
CARLOS.- Necesito unos guantes
ARTURO.- Yo puedo dejarles unos
(Acude al hall. Abre un cajoncito en la consola y toma un par de guantes. Se los da a
CARLOS)
CARLOS.- Perfecto. (Arroja la pistola sobre el sofá.) Se Habrá dado cuenta de por qué hago esto.
Es necesario que en esa pistola no haya más huellas que las de su mujer. (Divertido.)
Porque con esa pistola lo vamos a matar a usted, diablejo.
ARTURO.- (Furioso) ¡Quiere no decir eso!
CARLOS.- Bigui, convence a Romeo que ahora mando yo. Dile que no se altere.
BÉLGICA: Ten calma, ARTURO. El nos lo resolverá todo (CARLOS ha calzado los guantes que, por
cierto, le están muy grandes. BÉLGICA se abraza a ARTURO apasionadamente.) Unos
minutos más y volaremos hacia la libertad. Tu y yo juntos, juntos siempre.
(Se besan. Y ERNESTO baja la escalera. Atraviesa entre CARLOS que tiene la pistola en la
mano, aguarda a que ARTURO termine su beso)
ERNESTO.- Señor Suarez, ¿Usted tendría unos binoculares?
(ARTURO da un salto y se separa bruscamente de BÉLGICA. Pero ERNESTO no parece
haberse dado cuenta de nada)
ARTURO.- Disculpe. (Presentando con embarazo.) La señora Álvarez.
ERNESTO.- (Estrechando su mano.) Encantado.
ARTURO.- Su marido.
ERNESTO.- Tanto gusto.
(Tiende la mano a CARLOS que, atónito, le da la pistola)
CARLOS.- Encantado
ERNESTO.- (Devolviéndole la pistola.) Perdón, esto es suyo.
CARLOS.- ¡Ah, sí, gracias!
ERNESTO.- Ernesto Spencer Martínez, jefe de policía.
(Sobresalto de BÉLGICA. CARLOS empieza con sus tics y sus contracciones paroxísticas.)
BÉLGICA: (En voz baja) ¡Calma, Chumi! ¡Calma!
ARTURO.- (Frenético y en voz baja) Dile a ese imbécil que se pare. (A ERNESTO) ¿Un whisky,
Martínez?
ERNESTO.- No, gracias. Tengo un poco de ardor de estomago.
(CARLOS ha caído en el sofá, presa de convulsiones terribles, BÉLGICA le atiende.)
CARLOS.- (Aterrado con voz ronca) La ventana… abre la ventana Bigui que voy
ARTURO.- ¡Estese quieto de una vez! Escuche. (Señalando a ERNESTO) Es idiota. Podemos hacer
de Todo delante de él. No se da cuenta de nada. Se lo aseguro.
CARLOS.- ¿Pero a quien se le acorre invitar al jefe de policía a esta merienda?
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ERNESTO.- Sí
PATRICIA.- La señora Pasley está en su dormitorio.
ERNESTO.- Los otros
PATRICIA.- ¿Qué?
ERNESTO.- ¿Ha visto usted a alguien tomando el café con guantes?
(Como quiera que ARTURO, CARLOS y BÉLGICA están tomando café con los guantes
puestos, cunde el desconcierto entre el grupo. Los guiños de Carlos son frenéticos)
ARTURO.- ¡O deja quieto el ojo o lo estrangulo!
BÉLGICA: Chumi, serenidad. Pareces un principiante.
CARLOS.- No puedo controlarme
ARTURO.- Dale coca, Bigui.
(BÉLGICA toma una pizca de la caja que hay sobre una mesita de las bebidas y se la mete por la
nariz a CARLOS. Se han ido despojando de los guantes a toda velocidad.)
pantaloncillos en Ecuador”
CARLOS.- Exacto
ERNESTO.- (A ARTURO) Esto marcha ¿Eh?
(Se señala la frente)
ARTURO.- No lo sabe usted bien. (Ernesto sube la escalera acompañado de PATRICIA.
Desaparece por el arco. ARTURO comprueba que han desaparecido.) ¡Vamos! ¡Hay que
darse prisa!
CARLOS.- ¡Alto ahí, amigo mío!
ARTURO.- ¿Qué pasa?
CARLOS.- Ese policía es tonto. No cabe duda. Pero voy a decirle algo asombroso. ¡Atento! Es un
policía.
ARTURO.- Asombroso en efecto. Bigui, dale gasolina a ese tipo.
CARLOS.- Con él aquí, no, Suarez. No, Bélgica. Ríen de plus
BÉLGICA: Se está preparando para la huída. ¿Sabes Arturo? A Chumi le entran de pronto los
deseos de huir y lo deja todo en el momento crítico. Ya lo hizo en el Puyo. Planeó un golpe
en un banco y cuando sus compinches estaban metiendo los billetes en el saco, este
miserable salió pitando y los dejo en la estacada.
CARLOS.- Vi un búho. Los búhos me ponen nervioso. Cierran el ojo como yo. Son pobres pájaros
tratados cruelmente por su madre.
ARTURO.- ¿Pero qué dice?
CARLOS.- Si su madre les chistara con afecto no cerrarían el ojo. Son desamparados,
perseguidos. Como yo.
ARTURO.- (Enfurecido) ¡De una vez! ¿Por qué tiene que referirlo todo a su madre? Hay
sinvergüenzas con madres buenísimas.
CARLOS.- Me faltan besos, canciones de cuna. Ese es mi complejo.
ARTURO.- ¡Váyase a la ñoña!
BÉLGICA: ¡Chumi!...
CARLOS.- No insistas, Bigui.
(Pausa, BÉLGICA sonríe siniestramente)
BÉLGICA: Está bien, Chumi. No digas que no te avisé a tiempo. (Levanta el auricular del teléfono)
Voy a llamar a la policía.
CARLOS.- (Burlón) ¿Por qué no mejor le gritas? ¡Lo tienes arriba!
BÉLGICA: No es a ese policía a quien voy a llamar, sino al Súbito.
CARLOS.- (Aterrado) No, Bigui. ¡Al Súbito, no! Eso es juego sucio.
BÉLGICA: Claro que sí. Acuérdate en Esmeraldas. Saliste corriendo y, dejaste tres cadáveres. Eso
le costó el apuesto a Jefferson.
ARTURO.- (Inquieto) ¡De una vez, Bélgica!
BÉLGICA: ¡No! Este monstruo tiene que ayudarnos (Señala a ARTURO.) Es mi amor… ¿Sabes?
Quiero estar junto a él, quiero que nada nos separe. Hemos de ser felices cueste lo que
cueste. (En la cara de CARLOS) Oye… ¿No te acuerdas? Bigui salía con un vestido de
lentejuelas se encendía un foco blanco… y Bigui cantaba.
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(Con una voz ronca entona una melodía muy lenta, muy “hoy”, muy extraña)
Moulin des amours
Tu tournes tes ailes
Au ciel des beaux jours
Moulin des amours
Comme on a dans?
Sur tes ritournelles
Tous deux enlac?s
Comme on a dans? !
Un simple moulin
Qui tourne ses ailes
Un simple moulin
Rouge comme mon c?ur !
(Al efecto de este extraño salmo lleno de esotéricas inflexiones de voz, produce en CARLOS el
efecto que nos podemos figurar. Se desencaja, vacila, guiña el ojo varias veces. BÉLGICA lo ha
cogido por la chaqueta.)
¡Si, estúpido! Jefferson. Juró que viviría para siempre con su madre política si Dios le
concedía el don de tenerte a un tiro de pistola. Y voy a proporcionarle esa ocasión.
CARLOS.- (Horrorizado.) ¡Al Súbito, no…!
BÉLGICA: Sí, Jefferson. Lo llaman Súbito, porque tiene una técnica. Y nadie ha podido contar en
qué consiste esa técnica.
CARLOS.- ¡Deja el teléfono! (El mismo coloca el auricular sobre la horquilla. Jadea sudoroso)
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¡Coca! ¡Necesito Coca! Un toque de coca y planearé el asunto. (Se abalanza sobre la
mesita de las bebidas, toma una pizca de polvillo blanco y lo sorbe por la nariz. Estornuda
con toda su alma.) ¡Ay!
ARTURO.- ¿Qué ocurre ahora?
CARLOS.- ¡Que me acabo de dar un toque de bicarbonato!
(Estornuda convulsivamente)
ARTURO.- ¡Guarde su maldita coca de una vez!
(Toma la cajita de cocaína y se la mete a CARLOS en un bolsillo. Este no cesa de
estornudar. BÉLGICA le sirve un whisky y se lo hace beber.)
BÉLGICA: Esto te pondrá bien. ¡Vamos! (CARLOS parece serenarse.) ¿Estas mejor? ¡A trabajar!
CARLOS.- ¡Los guantes! ¡De prisa! (Calzan los guantes) Atento, Suarez. Es preciso que su mujer
toque como sea esa pistola. (Asiente ARTURO) Bélgica.
BÉLGICA: Sí.
CARLOS.- Cuando la policía te interrogue…
ARTURO.- Bigui se viene conmigo.
CARLOS.- ¡No!
ARTURO.- ¡Yo le digo que sí!
CARLOS.- Ahora mando yo, Suarez. Si quiere vivir con Bigui el resto de sus días obedézcame.
BÉLGICA: No hay más remedio, Arturo.
ARTURO.- (Tras una vacilación) De acuerdo.
CARLOS.- Cuando te interrogue la policía, declararás que la señora Suarez odiaba a tu Arturito,
que en cierta ocasión te aseguro que iba a cometer una locura. Puedes añadir que te dijo
algo sutil, que te hizo pensar que pretendía matar a su marido, por ejemplo: “El día menos
pensado le coloco a ese cerdo tres balas en el cuerpo.”
ARTURO.- Eso sobre todo sutil.
BÉLGICA: Ya te entiendo
CARLOS.- En cuanto la señora Suarez haya dejado sus huellas en la pistola, te la llevas de aquí
Bigui. La entretienes unos instantes (Asiente ella) Usted, muchacho, espera. Disparamos,
procurando hacer el menor ruido posible.
ARTURO.- Para no hacer ruido, lo mejor es no disparar.
CARLOS.- ¿No lo comprende? Esa pistola tiene que haber sido disparada. La policía lo
comprobará. Pero el proyectil estará en nuestros bolsillos, Suarez. Primera parte. Disparo
hecho. Usted corre hacía su coche… se mete dentro de él.
ARTURO.- Con el dinero.
CARLOS.- Por supuesto, mona mi. De eso se trata. Abandonar a su esposa sin soltar más que mis
veinticinco mil dólares.
ARTURO.- Que pueden ser veinte.
CARLOS.- ¿A que no sigo?
BÉLGICA: Déjale, Arturo. Se mete en el coche y cruza la frontera, ¿No es eso?
CARLOS.- Exacto, solo que no la cruza con el coche.
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ARTURO.- ¿Cómo?
CARLOS.- (Triunfante) Andando
ARTURO.- Vámonos.
CARLOS.- Digo que la cruza andando, porque su coche señor Suarez, va derechito al agua.
ARTURO.- ¿Que se propone?
CARLOS.- Un minuto aún. Voy a decirle lo que la policía va a encontrar. Aquí la pistola. Y en el rio
su coche con algún objeto personal. Su billetera metida en la guantera… cualquier cosa.
La portezuela abierta. El asunto está claro. La policía supondrá que su mujer le disparo
aquí matándolo. Lo arrastro hasta el coche, lo introdujo dentro y soltó los frenos. ¿Ha visto
usted la cuesta abajo que hay desde aquí hasta el rio?
ARTURO.- Sí. No es la primera vez que a un coche le fallan los frenos y se despeña.
CARLOS.- Usted, irá dentro del coche, vivo. A distancia prudente detiene el coche, sale y afloja
los frenos. El automóvil irá a parar al fondo del rio. Usted andará 42 Km a campo traviesa
y cruzará las rieles del tren llegara a la carretera y jalara dedo y entonces llegara a Duran.
Unas líneas mías bastarán para que una amiga mìa le proporcione casa y un perfecto
pasaporte falso.
ARTURO.- De acuerdo.
(CARLOS escribe apresuradamente en una tarjeta)
CARLOS.- ¿Se da cuenta, Suarez? La policía detendrá a su esposa por sospecha de asesinato.
Mas sospecha habrá cuando sepa que usted saco todo su dinero del banco y oiga a
Bélgica afirmar que además de las amenazas de muerte, su mujer profirió frases vagas
sobre el dinero, tales como: “He convencido al asno de mi marido para que saque todo su
dinero del banco. En cuanto lo mate esconderé los billetes en sitio seguro”.
ARTURO.- Eso frases vagas.
CARLOS.- La policía se pasará el tiempo buscando su cadáver y preguntando a su esposa donde
está el dinero. En cuanto se vea el caso. Bélgica volará a reunirse con usted. (CARLOS
entrega a ARTURO la tarjeta) Con esta tarjeta Conchita Miranda le atenderá en el acto.
ARTURO.- De acuerdo.
CARLOS.- ¡No está el completo!
ARTURO.- Quiero advertirle que no pienso dar un céntimo más por el trabajo.
CARLOS.- Ni yo se le voy a pedir. Necesitamos una carta. Siéntase y escriba. ¡Bigui!
(Le enseña lo alto de la escalera. BÉLGICA sube y ojea en el arco, mientras ARTURO abre
el secreter y se dispone a escribir. CARLOS toca el maletín con cariño. Y ARTURO le
sacude en la mano sin contemplaciones.)
ARTURO.- Ese dinero es mío y me lo voy a llevar. Procure no intentar ninguna jugarreta.
CARLOS.- Poseo un estricto sentido de la moral en lo que a mi trabajo se refiere. ¿Tiene usted
algún amigo?
ARTURO.- Pocos. Tengo dinero.
CARLOS.- Si, señor. Muy rápido y muy intelectual. ¿Alguno al que le haya abierto alguna vez el
corazón, mon petit bijoux?
ARTURO.- Tommy Delgado, en el circo.
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CARLOS.- Eso sirve. Escriba el sobre. (Obedece ARTURO, sentado ante el secreter.) ¿Que hay
Bigui?
BÉLGICA: Veo al policía. Está mirando a través de los binoculares.
CARLOS.- ¿Y ella?
BÉLGICA: No. (Un leve movimiento de inquietud en CARLOS.) Aguarda. Ahí está. Le trae una silla.
sigan sin miedo.
ARTURO.- Escrito el sobre.
CARLOS.- Fecha de hoy. (Dictando.) Querido Tommy, Unas líneas solo. Estoy muerto de miedo.
Las cosas han llegado a un punto terrible. Podría jurar que… ¿Cómo se llama el sidecar?
ARTURO.- ¿Qué sidecar?
CARLOS.- Su señora.
ARTURO.- Patricia.
CARLOS.- “Que Patricia quiere matarme. Hoy mismo me ha amenazado con una pistola. Yo te
ruego… ¡Oh… viene hacia aquí… es terrible… leo en sus ojos el crimen… avanza… ya
está cerca… muy cer…” Basta
ARTURO.- (Rascándose la coronilla con la pluma) ¿De verdad quiere que ponga eso?
CARLOS.- Claro.
ARTURO.- ¿Y va a quedarse el chico sin saber si me ha matado o no?
CARLOS.- Hijo mío. Esta carta inacabada la encontrará la policía ahí. Yo me encargo de todo.
(ARTURO escribe) Y me encargaré de justificar nuestra presencia en la casa. El sobre junto
a la carta. Así.
BÉLGICA: (Urgente) ¡Patricia!
(Se apresura a bajar las escaleras)
CARLOS.- Tiene que conseguir que toque la pistola. Por la culata, naturalmente. Serenidad,
naturalidad. Buena suerte.
BÉLGICA: ¡Animo! ¡Amor mío! Ya queda poco.
(PATRICIA en lo alto de la escalera. Mientras baja, dice.)
PATRICIA.- El pobre Martínez va a acabar muy mal. ¿Saben la historia que ha inventado? La visita
está de acuerdo con el señor Pasley y entre los tres piensan matar a la señora Pasley.
¡Que disparates! (Desconcierto en el grupo).) Naturalmente, lo he encerrado en la azotea.
Dice que tiene para rato. Al menos podremos charlar tranquilamente. ¡Dios mío… mi café!
Debe estar helado. ¿Qué les pasa?
(En efecto los tres se están mirando en silencio)
CARLOS.- ¡Nada, señora Suarez! Decía a Bélgica que debemos vernos con más frecuencia. Son
ustedes encantadores.
(Anima a ARTURO con el gesto y el ademán para que efectúe la “operación” pistola)
PATRICIA.- Claro que nos veremos más. Ahora que usted va a estar junto a Bélgica.
BÉLGICA: ¡Claro! No te dejaré marchar, amor mío.
CARLOS.- ¿Quien piensa en eso, muñeca? Ganaré días a la presa para volar a tu lado.
BÉLGICA: ¡Carlos!
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(Se abrazan. Ella intenta separarse. Pero CARLOS prolonga el abrazo con fuerza. ARTURO
está furioso)
CARLOS.- Parecemos unos novios. Una parejita que hace un cuarto de hora se acaba de conocer.
PATRICIA.- Por nosotros no se cohíba, Andrade. El amor es un espectáculo maravilloso.
CARLOS.- ¡Que me voy a cohibir!
(Y se abraza de nuevo a BÉLGICA. ARTURO interviene: destemplado, separándolos sin
contemplaciones)
ARTURO.- ¡Ya está bien, Chumi!
PATRICIA.- (Extrañadísima) ¿Qué haces?
ARTURO.- (Confuso, reaccionando) Nada una broma.
PATRICIA.- ¿Pero por qué?
ARTURO.- Una broma. ¿Usted se ha molestado, Andrade?
CARLOS.- ¡Claro que no!
ARTURO.- Es una vieja costumbre de Sucumbíos. Cuando una pareja se abraza, trae buena
suerte separarlos como sea.
CARLOS.- (Intencionado) Como sea no. Con dulzura.
ARTURO.- (Agresivo) ¡En Sucumbíos, como sea!
CARLOS.- Será en Aguas Verdes.
ARTURO.- (Furiosísimo) ¡En Aguas Verdes y donde a mí se me dé la gana!
PATRICIA.- ¿Pero qué estás diciendo?... ¿Y por qué empleas ese tono?
ARTURO.- (Apretando los puños) Ese maldito policía me ha puesto nervioso. Me parece que lo
voy a ver de un momento a otro metiendo las narices en nuestra conversación.
PATRICIA.- Lo he encerrado. ¿Cómo quieres verlo?
ARTURO.- (Serenándose) Claro, perdona.
PATRICIA.- (A CARLOS) Usted disculpará a mi marido. No suele tener buen carácter.
BÉLGICA: Tiene razón. La verdad… un policía en la azotea… y un policía que ve cosas terribles en
la casa de al lado.
(CARLOS y BÉLGICA, al tiempo, hacen ademanes a ARTURO, indicándole que obligue a
PATRICIA a tocar la pistola.)
PATRICIA.- No hay que hacerle caso. Son fantasías. Siempre está con eso.
(Contempla a CARLOS y BÉLGICA que, al verse sorprendidos, proceden a sacudirse el
polvo de los vestidos.)
CARLOS.- ¡Como se pone uno!
BÉLGICA: Tienes razón. Esa carretera está llena de polvo.
CARLOS.- Espera, espera que te quite una mota.
(Da una ligera toba en el hombro de Bélgica.)
PATRICIA.- (Sirviéndose un café.) Pues desde Pallatanga hasta aquí todavía puede pasarse. Lo
malo es la curva antes del puente. ¿Han visto la cuesta que empieza en la esquina?
(ARTURO le pone la pistola delante. Ella no repara y le aparta la enguantada mano,
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suavemente.) Hace 5 meses un bus se fue al barranco, lograron sacar el bus, pero ni se
halló a los viajeros. El barranco no suele devolver a los cadáveres. Dicen que hay un
monstruo en el fondo que devora los cadáveres que caen. (ARTURO opta por presentarle
de nuevo la pistola.) Supongo que existirá un remolino o cosa parecida que se traga a las
víctimas. (Vuelve a apartar la pistola. Toma una servilleta y se seca los labios con ella.)
Usted que es ingeniero, Álvarez… ¿Habría algún medio de desviar la carretera?...
ARTURO.- (Como un imbécil, poniéndole la pistola delante.) Mira…
PATRICIA.- ¿Qué?
ARTURO.- Una pistola.
PATRICIA.- Ya. ¿Tuya?
ARTURO.- Sí.
PATRICIA.- ¿La que compraste en Chimbo?
ARTURO.- Esa. Ponla ahí.
PATRICIA.- Sí
(Y toma la pistola con la servilleta, colocándola en el secreter. Naturalmente, cunde el
desconcierto entre los asesinos.)
CARLOS.- (A ARTURO, aparte.) Voy a expresar mi opinión sobre usted. Es un idiota.
ARTURO.- ¡Oiga!
CARLOS.- No podemos andarnos con tonterías. O su mujer toca la pistola o me voy a mi casa.
ARTURO.- ¿Y qué quiere que haga?
CARLOS.- Procedimientos expeditivos. Vitesse et surprise. Rapidez y sorpresa, en francés
(PATRICIA charla con BÉLGICA, que está atenta a la actuación de los 2 hombres.)
PATRICIA.- El secreto de la belleza está en el relax. Mucho relax. Un relax en condiciones, claro.
Los pies más altos que la cabeza. Esto es esencial. (ARTURO se acerca a PATRICIA y le
coge una mano. Ella observa extrañada. ARTURO se la besa.) Arturo. ¿Puede saberse que
te ocurre? ¿Por qué me besas la mano?
ARTURO.- Una cortesía.
PATRICIA.- ¡Pero qué absurdo!
(Retira la mano)
CARLOS.- (A ARTURO, aparte) ¿Qué tal si vuelvo la semana que viene a ver si la ha tocado ya?
ARTURO.- ¡Cállese de una vez! ¡No me conoce!
(Y furioso coge la mano de PATRICIA obligándola a poner los dedos en la culata. Ella
forcejea.)
PATRICIA.- Pero…
ARTURO.- Quiero que veas lo fría que está la culata.
PATRICIA.- ¡Arturo… tú estás loco!
ARTURO.- Cógela.
PATRICIA.- ¡Cuidado!
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BÉLGICA: (Firme) Arturo… hay que hacerlo esta noche. Como sea. En cuanto veas la
oportunidad, llévate a tu mujer. Hazme caso.
ARTURO.- Sí
CARLOS.- Y será conveniente que te enteres como diablos ha logrado bajar si la mujer de tu
novio le había encerrado en la terraza.
ARTURO.- ¡Este maldito tipo!
BÉLGICA: Me enteraré de todo. Déjenmelo a mí os digo.
ERNESTO.- No comprendo cómo pudo ocurrir. (Ha estado contemplando el arma y rascándose la
cabeza) En la mano izquierda. Es curioso. Sostenga así. (Le entrega el arma a CARLOS. A
PATRICIA) ¿Dónde estaba usted?
PATRICIA.- Aquí.
ERNESTO.- Deme la pistola. (Recobra la pistola de las manos de CARLOS, que se mira las yemas
con infinita tristeza.) Es imposible que haya ocurrido como me dicen. No queda sitio para
el disparo. (Mira la ventana. Mide cierta distancia con una ojeada a Suárez) Venga aquí,
colóquese donde estaba.
ARTURO.- (Destemplado) ¡Oiga, Martínez!
CARLOS.- ¿Pero que cuesta ser amable con don Ernesto?
(Lo empuja suavemente)
ARTURO.- (Obedeciendo) ¿Qué más?
ERNESTO.- (Observando la ventana.) Sí. Me parece que ha sido como yo he pensado. (Entrega a
ARTURO la pistola) Adelante. Imite la acción de antes. Forcejeen. ¡Adelante! (ARTURO
intenta poner la pistola en la mano de PATRICIA) ¡Como antes! Creo que el tiro partió de
otro sitio. ¡Vamos!
PATRICIA.- (Fastidiada, a ARTURO) ¡Me haces daño!
ARTURO.- (Forcejeando) Cumplo órdenes.
PATRICIA.- Pero no así.
ARTURO.- ¡Como antes!
(Y en tan bonito forcejeo se vuelve a disparar la pistola y ARTURO cae al suelo de nuevo.
BÉLGICA viene hacia él, pero CARLOS le modera la marcha. PATRICIA se inclina sobre su
marido)
CARLOS.- (A BÉLGICA) A ella no sé, pero a él lo cafeteamos… eso no te quepa la menor duda.
BÉLGICA: ¡Cállate de una vez!
PATRICIA.- Arturo… ¿Dónde ha sido? ¡Arturo, contesta por Dios!
ERNESTO.- (Confuso.) Lo siento Suárez. Se trataba de una prueba.
ARTURO.- (Pálido) ¿Por qué no hace las pruebas con un conejo?
ERNESTO.- Esta vez ni siquiera la ha rozado. Fue solo el susto. (Le ayuda a incorporarse) Sin
embargo, parecía tan claro… debían haber disparado desde casa del señor Pasley. Una
bala perdida.
ARTURO.- (Ahogándose de rabia) ¡De una vez Martínez! ¡En casa del señor Pasley hay solo una
reunión de familia y no intentan matar a nadie!
ERNESTO.- Le aseguro que…
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ARTURO.- Lo que yo le aseguro es que no ve más allá de sus narices, porque con mirar esa
pistola y olerla bastaba para saber de dónde había salido el disparo.
CARLOS.- Conténgase, señor Suárez.
ARTURO.- ¡No quiero! Estoy harto de jugar a policías y ladrones con usted. Estoy harto de sus
suposiciones y vigilancias. El hecho de que haya usted capturado algún asesino no
demuestra sino la decadencia nacional en el área del crimen.
PATRICIA.- ¡Arturo!
ARTURO.- ¡Al diablo con él! Le prohíbo que vuelva a usar mi azotea ni para colgar un pañuelo…
¿Estamos?
BÉLGICA: (A CARLOS, en voz baja) Llévatelo Chumi y a ella.
ARTURO.- Y ahora mismo…
CARLOS.- Enséñeme el jarrón, Suárez
ARTURO.- ¿Qué dice?
CARLOS.- (Tomándole del brazo) Es precioso. ¿Eh? Dejémonos de tonterías. Señora, ¿quiere abrir
camino? Por favor. Necesita un poco de agua en las sienes. (A BÉLGICA) O te das prisa o te
saco.
BÉLGICA: Cinco minutos.
CARLOS.- Usted le perdonará, don Ernesto. Pero como en broma, en broma, por poco no lo
matamos se ha puesto tirante.
ARTURO.- ¡Me va a oír!
CARLOS.- Seguro que no. ¡Vamos! Señora, conmigo. La necesito. Disculpa, cariño, es un instante.
(Mutis de CARLOS, empujando a ARTURO por la derecha, PATRICIA les sigue, BÉLGICA
observa a ERNESTO, que ha cogido la pistola.)
ERNESTO.- (Sacudiendo triste la cabeza.) Lo siento. No fue culpa mía. Esta pistola se dispara con
solo tocarla
(En efecto, se dispara. Desde dentro se oye la voz de ARTURO como un aullido.)
ARTURO.- ¡Echenloooooo!
(PATRICIA aparece en la derecha)
PATRICIA.- ¿Pero qué ha ocurrido ahora?
ERNESTO.- Esta pistola no está en condiciones. Se dispara nada más que mirándola.
PATRICIA.- Martínez, es suficiente por esta noche… ¡Déjenos en paz…!
CARLOS.- (Desde dentro) Señora Suárez… ¡una cuerda, rápido!
BÉLGICA: Ve con tu marido, Patricia. Yo despediré al Inspector Martínez.
PATRICIA.- Gracias.
(Hace mutis por la derecha. ERNESTO con una dulce cara de ingenuidad se guarda la
pistola)
ERNESTO.- Lo siento… Se lo juro. Quiero mucho al señor Suárez. Supongo que no le agradará
recibirme más. Lo siento.
BÉLGICA: Estoy seguro de que en cuanto se le pase la impresión lo abraza. Es muy
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¿Lo entiende?
ERNESTO.- Menos lo de Bula, uhh, ahh, sí, señora.
BÉLGICA: Soy una incomprendida, inspector. ¿Ha visto usted esas florecitas que crecen junto a
las carreteras aguardando al excursionista que quiera arrancarlas? (Tomándole de las
manos) Yo soy como una florecilla de esas.
ERNESTO.- ¿Quién es el excursionista?
BÉLGICA: ¡Oh… no resulta difícil adivinarlo!
ERNESTO.- Por lo que veo el excursionista es su marido.
BÉLGICA: Ingenioso, bajito y policía. Mi debilidad. Béseme Inspector.
ERNESTO.- Pero…
(Y BÉLGICA vuelve a besar al inspector, mientras CARLOS toma la botella del suelo, recoge
la pistola que Bélgica le tiene y que ha sacado del bolsillo de la chaqueta de Ernesto,
aprovechando el estupor de la policía, y desaparece por la derecha. Bélgica deshace el
abrazo. Ernesto se seca el sudor con un pañuelo.)
BÉLGICA: ¿Contento?
Ernesto.- Si. Muy contento. Encantado. ¡Muy bien! ¡Muy bien! (En otro tono.) A mí el bicarbonato
no me sienta bien.
BÉLGICA: Ahora márchate. Te espero ahí enfrente… (Señala la ventana) dentro de dos horas.
Ernesto.- Dentro de dos horas.
BÉLGICA: Tengo que resolver algunas cosas con mi marido.
Ernesto.- Ya. Va a venir él también.
BÉLGICA: De eso se trata. De que no venga. Tú y yo solos hacia la eternidad.
Ernesto.- Si es su gusto. (Se inclina para besarle la mano. Contempla la pulsera.) ¿Suya?
BÉLGICA: Y tuya. La venderemos para divertirnos. No me gustan las pulseras. Andando, amor
mío…
(ERNESTO está en el foro, se vuelve y dice.)
ERNESTO.- Con objeto de no darme el viaje al siquiatra. ¿Ha estado su marido y le ha preguntado
que donde está el coñac?
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BÉLGICA: Si.
ERNESTO.- Ya. ¿Francés?
BÉLGICA: Corto de vista.
ERNESTO.- Ciego total.
BÉLGICA: Grave, si. Debería andar con un perro. (Sinuosa) Dentro de dos horas.
ERNESTO.- Si, señora. No faltaba más.
(Desaparece por la puerta del foro. BÉLGICA acude a la derecha. Silba ruidosamente.
CARLOS entre-abre la puerta.)
CARLOS.- ¿Qué?
BÉLGICA: Dos horas por delante. ¡Y no vuelvas a interrumpirme así! Una cosa es que Martínez
sea idiota y otra es que mi marido me pregunte por el coñac cuando estoy besándome con otro.
CARLOS.- El mundo moderno ha desterrado los prejuicios. ¡Asegúrate de que se marche!
BÉLGICA: ¿Cómo esta Arturo?
CARLOS.- (Va reaccionando.) ¡De prisa!
(BÉLGICA hace mutis por el foro. Pausa. La puerta de la derecha se abre y aparece
CARLOS. Cierra tras de sí. Observa un instante por la ventana. Calza los guantes. Acude al
secreter e intenta abrirlo. PATRICIA aparece por la derecha. CARLOS cierra el secreter. Se
vuelve. PATRICIA ha avanzado hacia él. Se miran. PATRICIA se arroja en sus brazos.)
PATRICIA.- Carlos…. ¡amor mío!
CARLOS.- ¡Mi vida!
(Cae rápidamente el telón)
SEGUNDO ACTO
(El mismo decorado del acto anterior. La acción continúa sin pausa. Es decir encontramos a
CARLOS y a PATRICIA abrazados en idéntica actitud a la que observaron cuando cayó el telón del
acto primero)
PATRICIA.- ¡Carlos… por favor! No puedo soportar esta situación un solo instante más.
CARLOS.- No tendrás que soportarla mucho, amor mío.
PATRICIA.- Repítelo.
CARLOS.- Amor mío…
PATRICIA.- (Dejándose caer en el sofá.) Me parece mentira. No puedo creer que al fin vaya a
librarme de todo esto.
CARLOS.- Quedan apenas un par de cosas más. Y ¡volaremos!
PATRICIA.- De veras, cuando veía como la abrazabas… como la besabas… ¡Dios mío, he sentido
ganas de matarla!
CARLOS.- Compréndelo. Pat. He tenido que fingir delante de tu marido.
PATRICIA.- ¿Ella…?
CARLOS.- Descuida no sospecha de nada. Creen que van a ganarnos por la mano. Todo salió
como pensé. Me hice el encontradizo con Bigui, le saque los secretos y me ofrecí a
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ayudarla. Seré tu marido por una noche… el tiempo justo de liquidar a Patricia Suárez. Tú
podrás marcharte con el dinero y Arturo.
PATRICIA.- Fue una suerte conocer yo a Bélgica.
CARLOS.- No seas ingenua. Bigui es una pájara de cuenta. Ha cantado en todos los cabarets de
América y se sabe bien la lección. Se hizo también la encontradiza. Iba para dos meses
que salía con tu marido. Antes de la huelga de telégrafos en Perla City.
PATRICIA.- ¿No querrá…?
CARLOS.- Oye, Pat. El conejito peludo trabaja para ti. Haz lo que te digo y dentro de dos horas
serás la viuda de Suárez.
PATRICIA.- Hasta ahora he cumplido el programa.
CARLOS.- Tardaste demasiado en lo del coche. Ignoro como ese imbécil no sospechó nada
cuando te fuiste a hacer el café. Nos asomamos un par de veces y no estabas en la cocina.
PATRICIA.- Había que destensar el freno de mano y quitar el líquido al pie. No era fácil
CARLOS.- ¡Y ese condenado policía!
PATRICIA.- No me preocupa. Es absolutamente idiota. Cualquier persona con algo de talento
hubiera caído en lo que no sucedía en casa de los Pasleys estaba sucediendo aquí.
CARLOS.- (En la ventana) Bélgica lo está despidiendo en el jardín. ¡Y como lo está despidiendo!
Pobre muchacho… (PATRICIA acude a la derecha) No te preocupes por tu marido. Lo he
mandado al dormitorio. Estará allí diez minutos por lo menos. Cree que es necesario para
preparar nuestro plan. (Se retira de la ventana) Está bien. ¿La casa del doctor Lindsay esta
al final de la cuesta?
PATRICIA.- Frente a los acantilados.
CARLOS.- De acuerdo un poco de inspiración.
(Saca la caja que contiene la cocaína. Sorbe por la nariz.)
PATRICIA.- No quiero que hagas eso, Carlos. Te estás matando.
CARLOS.- Pero pequeña… un toque de coca entona.
PATRICIA.- ¡No! Te he oído delirar.
CARLOS.- ¡Delirar!
PATRICIA.- Si. Decías: “Voy a trabajar… voy a trabajar” Te sienta mal, te destroza los nervios.
CARLOS.- ¡Tu que sabes!
(Intenta darse otro toquecito, pero PATRICIA le derriba la caja al suelo de un manotazo)
PATRICIA.- ¡No quiero!
CARLOS.- (Guiñando el ojo frenéticamente) Te lo dije Pat. No debes imponerte entre la coca y yo.
(La abofetea)
PATRICIA.- ¡No!
CARLOS.- ¡Eres una niña mimada! Una niña mimada y tengo que enseñarte buenas maneras.
(La vuelve a abofetear con todas sus fuerzas. PATRICIA se arrodilla y se abraza a sus
piernas gimiendo y sollozando. ERNESTO ha penetrado por el foro, rascándose la cabeza y
se detiene frente a la pareja.)
ERNESTO.- Perdonen ustedes. Me he debido olvidar aquí la pistola. (CARLOS se queda petrificado
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y PATRICIA también, aunque cesa los sollozos) ¿No la vio señora Suárez?
PATRICIA.- (Aun de rodillas, aterrorizada) No, no…
ERNESTO.- (Por CARLOS) Usted no claro. Usted no ve tres en un burro.
CARLOS.- (Con voz ahogada intentando ser amable.) Ni siete.
(Mientras ERNESTO busca la pistola en la habitación, sobre el sofá o la mesita, PATRICIA se
levanta y se aleja de CARLOS. Por el foro, corriendo entre BÉLGICA, al ver a PATRICIA se modera.
Se acerca a CARLOS y dice.)
BÉLGICA: ¡Este maldito idiota! ¡Se me ha escapado y ha echado a correr hacia aquí! ¿Qué
quiere?
CARLOS.- La pistola. No se la podemos dar. Necesitamos que la toque esa.
BÉLGICA: ¿Y Arturo?
CARLOS.- Preferí alejarlo mientras tu resolvías eso. Se moría de celos.
(Señala al policía)
BÉLGICA: Dámela.
CARLOS.- Oye…
BÉLGICA: -Dámela y procura que esa se distraiga.
(ERNESTO contempla el suelo lleno de polvillo blanco de la coca. CARLOS le ha dado a
BÉLGICA la pistola y hace un signo a PATRICIA.)
CARLOS.- ¿De verdad no ha visto usted la pistola de don Ernesto, señora Suárez?
PATRICIA.- (Entendiendo la situación.) Como no está por aquí.
(Busca por la habitación de espaldas a las otras tres figuras.)
ERNESTO.- ¡Caramba se ha caído el bicarbonato!
(Coge puñaditos de coca y comienza a introducirlos en el recipiente del bicarbonato,
imprimiendo cierto vaivén para mezclarlo.)
batido de vainilla?
PATRICIA.- Perdóname, CARLOS. No quise hacerlo.
CARLOS.- ¡Y la necesito! Si no la tengo nada saldrá a derechas. No puedo pensar.
PATRICIA.- ¿Y con esta mezcla? (Señala al recipiente del bicarbonato.) No estará pura pero está.
CARLOS.- (Frente a ella.) Oye… Pongamos que coges una pulmonía y para quitártela alguien
sugiere que te pongas una inyección de penicilina, mezclada con caldo de pollo. (Frenético)
¡Idiota! ¿Cómo has hecho eso? ¿Cómo has podido hacerlo?
(Cae al sofá entre convulsiones y espasmos.)
PATRICIA.- Carlos, por Dios bendito. ¡No tiembles así! ¿Qué hago? ¿A quién llamo? ¿A mi marido?
¿Llamo a mi marido?
CARLOS.- (Con voz ronca) ¡Imbécil!
PATRICIA.- ¿Qué hago? No puedes estar así.
CARLOS.- (Con la respiración anhelante.) Se va pa-san-do. (Señala la mesita de las bebidas.) Ya
que no hay cocaína dame coca-cola.
PATRICIA.- ¿Con un poco de ron?
CARLOS.- Con lo que quieras… ¡Me abrasa la garganta!
(PATRICIA combina una bebida en la mesita y se la ofrece a CARLOS que tiene que tomar el vaso
con ambas manos. Bebe con avidez. Resopla.)
PATRICIA.- ¿Crees que podremos hacerlo?... ¿Te sientes capaz de pensar?
CARLOS.- Tabaco.
PATRICIA.- Sí.
(Le pone un cigarrillo en los labios.)
CARLOS.- Lumbre. (PATRICIA se lo enciende) Ca suffit. Es suficiente, en francés. (Aspira el humo,
calmándose. Breve pausa.) Ya pasó. Me ocurre a veces. No tengo la culpa. Eso le dije a un
profesor en el Prince College. Soy un fruto del momento, un miembro de la generación rota.
Angustia, sólo angustia viviente. Eso le dije.
PATRICIA.- ¿Y qué te contesto?
CARLOS.- Que era un sinvergüenza como una manta. Tenía cincuenta años, era Premio Nobel…
dos hijos. Un viejo. Esa clase de tipos no entienden.
PATRICIA.- (Abrazándola.) Amor mío… perdóname. Yo pediré coca para ti en la esquinas. Te
compraré un barril. Pero, perdóname.
CARLOS.- Claro. (Se incorpora. Se pasa una mano por la frente.) Escucha bien. Debes llamar al
Doctor Lindsay. Tienes jaqueca. Una jaqueca horrible. Has agotado todos los calmantes que hay
en casa. Te recetará algo. ¡Vamos!
PATRICIA.- Pero…
CARLOS.- Obedece.
PATRICIA.- Sí, Carlos. (Toma el teléfono.) Con el Doctor Lindsay. 71-75. Gracias. (CARLOS ha
acudido a la ventana. Mira a través de ella.) ¿Doctor Lindsay? Señora Suárez… (Pequeña pausa.)
Doctor, disculpe que le moleste. Tengo una jaqueca horrible. Sí. ¡De las de costumbre! He
tomada de todo cafiaspirina, cocaína… ¡No, no perdone!... Cibalgina… Sí, muy fuerte. En las
sienes, sí. ¿Cómo? Cergota… (CARLOS se acerca a ella y le murmura algo al oído. La infeliz se
equivoca como una paloma.) Dice que no lo entiende. ¡No! ¡No! Perdone. No es eso. Soy yo la
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BÉLGICA: Sí. Lo hace todos los días en su casa para acortar distancias. Se tira desde la terraza,
cae de pie, se peina un poco y a trabajar.
CARLOS.- (Incrédulo.) Oye…
ARTURO.- Es muy capaz.
BÉLGICA: Rematadamente tonto.
CARLOS.- Llevo una hora preguntándome si es tonto o se hace.
ARTURO.- ¿Qué?
CARLOS.- Sí. No está claro… Hace un momento me dijo que no sabía si me vio en el periódico
junto al bóxer en la fiesta benéfica…
ARTURO.- Bueno… no recordará donde fue.
CARLOS.- Mi foto salió en primera plana del Kentucky Mirror con un pie que decía: “Incendiario,
loco y feo”. Ya sabe. Cuando lo de la granja.
ARTURO.- Oiga… es tonto de nacimiento, no tiene reflejos.
CARLOS.- Puede estar fingiendo. Todo lo de los Pasley ha podido ser un maldito pretexto para
quedarse en esta casa y vigilarnos de cerca. ¡Ver tantas cosas en un hogar respetable y no
extrañarse por nada de lo que ocurre aquí!
BÉLGICA: Ya lo ha visto.
ARTURO.- ¿Qué ha visto?
BÉLGICA: Al despedirse me ha cogido fuertemente de las muñecas y me ha dicho: “Algo no
funciona ahí dentro”.
CARLOS.- Y se refería a la televisión.
BÉLGICA: No sé. Señaló esta casa.
CARLOS.- (Inquieto.) ¿Qué quieres? ¿Asustarme? Sabes que soy muy sensible a la policía. ¡Y no
tengo coca!
BÉLGICA: Digo sólo que no se a que se refería.
ARTURO.- ¡Ya tenemos bastante con mis nervios!
CARLOS.- Por cierto… ¿Se encuentra usted mejor?
ARTURO.- Me encontraría perfectamente si no hubiera usted hecho lo que ha hecho…
CARLOS.- Me había dado un ataque, Suárez.
ARTURO.- ¡Y pide una cuerda!
CARLOS.- Lo lógico.
ARTURO.- Para atarme, bueno. Pero es que la ha enrollado y se ha puesto a darme cuerdazos
que casi me deja sin sentido.
CARLOS.- No exagere. ¿Qué opinas de Don Ernesto? Bélgica?
BÉLGICA: Tenemos dos horas por delante.
CARLOS.- De acuerdo.
ARTURO.- ¿Y mi mujer?
CARLOS.- La he mandado a la cocina.
ARTURO.- Oiga. ¿Cómo se las arregla para que no salga de la cocina? En siete años yo no he
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ha tenido tiempo de sobra para llegar. (Al teléfono) Desde luego. Piensa usted matarlo. Muy
bien. Disculpe, señora Martínez. Tengo mucho que hacer. (Cuelga. Mirada entre los dos) Ese
condenado…
BÉLGICA: (Inquieta) Te digo que sospecha algo.
ARTURO.- Pero si lo hemos hecho todo delante de sus narices y ni se ha dado cuenta.
BÉLGICA: ¡Hay que advertírselo a Chumi! (Inician ambos un movimiento hacia la derecha. En Ese
instante suena en la derecha una explosión. Los dos se detienen aterrados) ¡Por Dios! Estamos
perdidos.
ARTURO.- ¿A quién se habrá cargado la pistolita?
(En la derecha aparece Carlos. Tiene la pistola sostenida por los dedos, los ojos fuera de las
orbitas y el cabello de punta)
BÉLGICA: (Atemorizada) ¿Chumi, la has matado?
ARTURO.- (Igual) ¿La ha matado usted Chumi?
(Carlos se deja caer en una silla, deposita la pistola sobre el sofá y dice con voz ronca)
CARLOS.- Sifón soil vous plait
(Bélgica toma el sifón de la mesita de las bebidas)
BÉLGICA: ¡Dame un vaso. Arturo!
CARLOS.- No. No. Uso externo. En la cara. (Bélgica aprieta el sifón y baña la cara de Carlos que
la ordena cesar con un ademán) Suficiente. (se seca el rostro con un pañuelo) La ha tocado. Sí.
Estaba vaciando unas bolsas de patatas fritas. Logré que tocara la culata. Y cuando me vuelvo
de espaldas… ¿Qué dirá que hace su esposa? Llena una bolsa de aire, le da así… ¡puf! Y la
revienta…
ARTURO.- No. Si tiene muy mala idea.
CARLOS.- Eso no es mala idea. Eso es técnica de campo de concentración.
BÉLGICA: Chumi, el inspector Martínez no ha llegado a la Comisaría.
ARTURO.- Acaba de telefonear su mujer desde allí preguntando por él.
CARLOS.- Eso significa que ha olido algo.
BÉLGICA: Estoy casi segura.
CARLOS.- Entonces tenemos que darnos prisa. (Gesto de BÉLGICA para que vigile la derecha.
Acude allí.) En cuanto hagamos el disparo salta usted por la ventana. Bien agachadito. Coja el
maletín. (Arturo obedece) Déme esos cojines. (Arturo le alarga un par de ellos que hay en el
sofá) Voy a disparar sobre ellos. Ponga usted cuatro o cinco libros debajo. Tenemos que recobrar
el proyectil.
BÉLGICA: ¡Dense prisa!
(Arturo acondiciona el blanco)
ARTURO.- ¿Es bastante?
CARLOS.- De sobra. Trataremos que suene lo menos posible. (A Bélgica) ¿Qué?
BÉLGICA: Sin novedad. Esta vaciando las bolsas de papas fritas.
CARLOS.- ¿Preparado? (Asiente Arturo tapándose los oídos) Una, dos… (Bélgica se tapa los oídos
también. Arturo se encoge. Carlos está apuntando desde muy cerca de los cojines) y… tres…
(Aprieta el gatillo. Pero la pistola no dispara. Carlos insiste) …y… tres (Nada, insiste) y… tres
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CARLOS.- Malgre moi., porque los polizontes tiene peritos que saben cuándo se ha disparado o
no.
BÉLGICA: Pero solo queda ese camino.
CARLOS.- ¡Me estas poniendo nervioso!
ARTURO.- Saquen el cargador de una vez.
CARLOS.- Está bien. (Intenta hacerlo. Forcejea) ¡Anda salero!
BÉLGICA: ¿Qué ocurre?
CARLOS.- Que no sale.
ARTURO.- ¿El cargador tampoco?
CARLOS.- Nada, inténtelo, hijo.
ARTURO.- (Fracasando) ¡Maldita sea!
CARLOS.- Mire Suárez, yo que usted dejaba que su mujer se muriera de vieja.
BÉLGICA: (Cogiendo la pistola) Tienes que disparar, asquerosa ¡Dispara! ¡Dispara! (y lanza la
pistola contra el suelo sin ningún resultado) ¡Claro que dis-pa-ra-rá!
(Bélgica se une a él y entre los dos machucan la pistola contra el suelo)
BÉLGICA: ¡De una vez condenada!
ARTURO.- ¡Ahora es cuando lo necesitamos!
BÉLGICA: ¡Venga ya!
ARTURO.- ¡Vamos!
(Se detienen sudorosos)
CARLOS.- Con esa no hay nada que hacer (la toma en la mano)
ARTURO.- (Furioso) Pues hay que hacerlo como sea.
CARLOS.- Como sea no.
ARTURO.- Ahora mismo
CARLOS.- Yo he mandado mis buques a luchar contra los hombres, no contra los elementos.
ARTURO.- Déjese de versos. ¡Mis veinticinco mil dólares!
CARLOS.- ¡No!
ARTURO.- (Cogiéndole de las solapas) ¡Mis veinticinco mil dólares!
CARLOS.- ¡Quítame las manos de encima Suárez! No puedo soportar que me zarandeen.
ARTURO.- ¡Devuélveme mi dinero!
BÉLGICA: ¿Están locos?
CARLOS.- (A Arturo) ¡No!
BÉLGICA: Baja la voz. Nos oirá todo el mundo.
ARTURO.- ¡Voy a matarle Chumi!
CARLOS.- Cuidadito Suárez (Apuntándole) Tengo una pistola en la mano.
ARTURO.- Como si tuviera un plátano. (Le coge del cuello) ¡Mis veinticinco mil dólares!
CARLOS.- ¡Quieto!
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ARTURO.- ¡No!
(Y suena un disparo, Arturo se viene al suelo)
BÉLGICA: ¡Arturo mi vida! ¿Qué has hecho imbécil?
CARLOS.- Si no he apretado el gatillo. ¡Te lo juro!
BÉLGICA: (Arrodillada junto a él) ¡Arturo!
CARLOS.- ¡Arturo, venga!
(Tira la pistola al suelo y suena otro disparo)
CARLOS.- ¡Que se ha lanzado Bigui!... ¡Que se ha lanzado! (En efecto, la pistola solita conecta
nuevo disparo. Bélgica corre tras el sofá. Arturo se arrastra tras el sillón u Carlos se afloja por la
ventana, aterrado. Pausa. Bélgica asoma la cabeza. Arturo sudoroso, despeinado, también.
Carlos deja ver la cabeza con cuidado. Y la pistola vuelve a dispararse. Los tres retiran las
cabezas y se esconden. Pausa. Carlos anuncia desde la ventana, sin aparecer) No acercarse que
le falta una.
BÉLGICA: (Sin que la veamos) ¿Estas herido. Arturo?
ARTURO.- (Igual) Por ahora, no.
CARLOS.- ¿Y por qué se tira al suelo, alarmista?
ARTURO.- Porque me mareo de miedo.
(Bélgica asoma primera. Contempla la pistola)
BÉLGICA: Parece que se ha cansado
(Carlos salta a escena)
CARLOS.- ¡De prisa! Coja el maletín y márchese
ARTURO.- ¿Pero cómo no ha entrado mi mujer con esta salsa?
BÉLGICA: Oye. Eso es cierto. Creo que…
CARLOS.- ¡No hay tiempo! ¡Vamos!
ARTURO.- (Abrazando a Bélgica) ¡Hasta pronto, amor mío!
BÉLGICA: ¡Hasta pronto! ¡Buena suerte! (Se besan cerca de la ventana. Arturo ha tomado el
maletín C, porque el A está en el jardin arrojado por Carlos –recordémoslo- y desaparece por la
ventana. Bélgica le aconseja.) De prisa amor mío. Así, agáchate ¡Cuidado! ¡Ya está en el coche!
(Carlos sonríe siniestramente) ¡Fuera! Lo empuja como tú lo ordenaste. ¡Fuera, Arturo! ¡El coche
comienza a rodar. Se ha sentado al volante. (Carlos enciende un cigarrillo con aire de triunfo)
¡Cuesta abajo! ¡Adelante Arturo! Primera curva. ¡Ah, ahí están los acantilados! Ahora frenará. Se
acerca, se acerca… (Resplandor difuso en la ventana y empieza una explosión desde lejos
seguida de un tremendo ruido metálico. Bélgica se vuelve a Carlos) ¡Abrazame Chumi! ¡El coche
se ha caído al lago! (Carlos y Bélgica se abrazan. Luego se besan con amor) Eres un genio
Chumi. Tal como tú lo planeaste.
CARLOS.- Aún faltan algunos detalles.
BÉLGICA: ¿Qué detalles? Marchémonos despacio y eso es todo. La policía encontrará el coche y
el cadáver de Arturo. Aquí la pistola con las huellas de Patricia, la carta de él a un amigo
temiendo que su mujer lo mate. ¿Te digo lo que pensarán? Patricia asesinó a su marido de
cuatro tiros, lo metió en el coche despeñó el vehículo. Por mucho que niegue con la declaración
se convencerán de que le obligó a sacar dinero del banco y que lo esconde para el caso de salir
absuelta. ¡Estupendo!
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CARLOS.- Falta un detalle. Si llego a saber que no me da el maletín antes de marcharse nos
ahorramos el dinero que hay que darle a Dupont por los dólares falsos.
BÉLGICA: No te preocupes. Un poco más a repartir que importa. Tenemos los verdaderos.
CARLOS.- ¡Ese francés!... Está siempre borracho. Es incapaz de pedirnos más dinero.
BÉLGICA: No lo hará. Con doce mil dólares para whisky se dará por contento. Créeme. Dupont se
lo merece. Es un artista de la falsificación. Y un billete de mil dólares falso tiene mucho trabajo.
El retrato de Jorge Washington, la orla, los números…
CARLOS.- Te digo que falta algo.
BÉLGICA: ¡Chumi! (Intenta abrazarlo pero él la rechaza)
CARLOS.- Deja el amor para cuando estemos en Canadá… ¿quieres? Falta un detalle y no puedo
fijar cuál es.
BÉLGICA: (Alargándole el recipiente del bicarbonato) ¿Un poquito?
CARLOS.- No. Me huele la nariz a sobremesa. Tengo todo el bicarbonato del mundo en el
cerebro. ¡Déjame! ¡Vamos a ver! El cambio de los maletines.
BÉLGICA: Perfecto. Compré los dos en Perla City.
CARLOS.- De acuerdo. La pistola.
BÉLGICA: Da lo mismo un tiro que cuatro.
CARLOS.- Sí. El inspector…
BÉLGICA: Salimos inmediatamente detrás de él.
CARLOS.- Parece que todo está en orden. Sin embargo.
BÉLGICA: ¿Por qué no me das un beso y te dejas de recapacitar?
CARLOS.- Tengo los labios cortados. Nada de amor, por ahora.
BÉLGICA: (Sonriente) Confiesa que me quiere un poco.
CARLOS.- Si alguna vez me enamoro será de una hija de familia, rubia, suave, cristiana. Que
sepa varios idiomas. Te lo he dicho mil veces
BÉLGICA: (quemada) No soy digna de ti ¿eh?
CARLOS.- Busco la pureza. El cielo infinito.
BÉLGICA: Oye, mirándolo desde cierto ángulo yo soy pura.
CARLOS.- Si, será desde el ángulo obtuso.
BÉLGICA: (Digna) ¡Menos bromas! ¿Qué tengo yo de malo? No conocí a mi padre ¿Y qué?
Tampoco lo conoció mi madre con seguridad. ¿Tuve tiempo de ir a la escuela? A los 8 años me
emplee. Había que robar carteras en los ómnibus.
CARLOS.- Bigui… todo eso…
BÉLGICA: y he cantado en los cabarets. Pero…
CARLOS.- Sin ropa
BÉLGICA: No señor. Con un manguito. Y tu sabes bien que un dia ayude a un ciego a cruzar la
calle.
CARLOS.- Y le quitaste el bastón.
BÉLGICA: Eso son tonterías. Decente lo que se llama decente, soy la que mas… y…
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CARLOS.- Si. Vi donde cayo. Cerca del árbol grande. A unos diez metros. Entre el árbol y aquel
rosal. ¡No esta!
BÉLGICA: ¿Pero quien puede…?
CARLOS.- (Temeroso, perdiendo el control) ¿Cómo quieres que lo sepa? Arturo, al salir…
BÉLGICA: Si lo he vigilado yo hasta que llego al carro.
CARLOS.- Este asunto no me gusta. ¡Vámonos!
BÉLGICA: ¿Marcharnos dejando doscientos mil dólares?... ¿Para eso hemos matado a Arturo y
vamos a meter en la cárcel a su mujer? Cinco meses planeando el golpe… ¡No Chumi,
estas loco!
CARLOS.- Tenemos los veinticinco mil que me dio Arturo.
BÉLGICA: A los que hay que descontar los doce mil que nos costaran todos esos billetes falsos
que hemos metido en el maletín que se llevo Arturo. El dinero de Dupont.
CARLOS.- Te digo que me voy.
BÉLGICA: Como quieras. Yo me quedo. No salgo de aquí sin el maletín.
CARLOS.- ¡Adiós entonces!
(Bélgica se le atraviesa en la puerta)
BÉLGICA: ¡No! Estas terribles huidas tuyas… siempre huyendo ¿de que? ¿De quien?
CARLOS.- ¿Por qué no te callas?
BÉLGICA: Huyes de ti mismo. Solo de eso.
CARLOS.- ¡Calla! (Se retuerce las manos nerviosamente) Me hicieron sufrir de niño. ¡Corre,
Chumi, me decía papa, que viene tu madre! Y prono, la madre fue el símbolo de mi huida
ante los hechos. Huir, si. Siento una angustiosa necesidad de huir a secas. De las cosas
más absurdas. Un ruido, un color, la policía, un señor al que he robado. ¡Huidas extrañas!
¡Apártate!
BÉLGICA: ¡No! Comenzamos este asunto los dos y los dos terminamos.
CARLOS.- ¡Apártate digo!
BÉLGICA: ¡No! (Carlos le da un golpe científico en el hombro. Luego otro en el cogote. Bélgica se
cae al suelo. Carlos desaparece por el foro. Bélgica se incorpora, doliéndose, al tiempo que le
grita.) ¡Cobarde! ¡Canalla! ¡Eres un tarado! ¡Un psicópata! ¡Cobarde! (Con tan buena fortuna
grita que Carlos aparece de nuevo, con los ojos fuera de orbitas y pasa ante ella, procediendo a
servirse whisky, que bebe con manos temblorosas. Bélgica de frente a el. De espaldas a la
puerta le increpa) ¡Miedo! Tienes miedo de verte solo. Eres un pingajo. (En el foto esta Ernesto…
Carlos se lo señala a Bélgica, pero esta no se da cuenta. Prosigue) ¿Quién te dijo que podías
pegarme? ¿Qué crees que soy, una de tus zangolotinas románticas? Yo no. Yo te devuelvo los
golpes… (Y le sacude otro zambombazo científico. Cuando se dispone a hacerle una llave,
cambia de postura y tropieza la vista con Ernesto que los contempla extrañadísimo. Bélgica
disimula como puede, sonríe.) Pero, Nesto… que alegría…
ERNESTO.- Hombre, en cima hacerle una llave…
BÉLGICA: Discutíamos. Carlos se ha empeñado en que la doble Nelson se hace en el brazo. Y yo
le decía que en el cuello.
ERNESTO.- ¿Y donde se hace?
BÉLGICA: En la cabeza.
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ERNESTO.- (Muy pensativo) Ya… (Ha apartado los cojines y libros que hay en el sofá. Bélgica se
apresura a echar sobre la pistola su bolso.) ¡Vaya! (Coge un libro) Han estado leyendo
¿Eh? (Lee el titulo) Como deshacerse de los objetos usados. (Bélgica y Carlos se miran con
temor) Este me lo voy a llevar. Hay cosas en mi casa, bastante usadas por cierto, de la
que no sé cómo deshacerme. Mi mujer por ejemplo.
CARLOS.- (Intentando una infame pelotilla) ¡Ja, ja, ja! ¡Muy gracioso, muy gracioso! ¡De mucho
ingenio!
ERNESTO.- (Pensativo) No pretenderían matarla a ella. (Estupor e inquietud en los dos.) En todo
caso a el. He encontrado a la señora Pasley besándose en el jardín con el recién llegado.
Sin embargo, todos los indicios eran clarísimos. Habrá que investigar más a fondo.
CARLOS.- (Viendo el cielo abierto) Claro que si. Para lo cual ponemos a su disposición, de nuevo,
la cómoda azotea de esta casa. Bigui, acompaña a don Ernesto.
ERNESTO.- (negando con la cabeza) He decidido abandonar el asunto Pasley. No hay crimen.
Todo lo mas juerga, bacanal y marido tonto.
CARLOS.- ¡Vaya!
ERNESTO.- En cambio existe un asunto que empieza a interesarme. (Mira a Carlos) Ya se donde
le vi, Álvarez.
CARLOS.- (Guiñando los ojos) ¿Dónde?
ERNESTO.- Fue en el Kentucky Mirror, desde liego. Pero no al lado del bóxer, ni en la fiesta
benéfica. ¿Por qué me lo ha ocultado?
CARLOS.- ¿Yo…?
ERNESTO.- ¿Por qué se hace llamar Álvarez? (Bélgica camina lentamente hacia la puerta.
Pretende, sin duda huir en silencio) ¿Por qué, Willy Birthday? Compañero…
(Se ha levantado y extiende la mano a Carlos, que lo contempla atónito. Bélgica se detiene.)
CARLOS.- ¿Willy que…?
ERNESTO.- Bien, bien. No lo diga si no quiere, compañero… (Sonríe) Compañero…
BÉLGICA: (A Carlos) ¿Por qué te llama compañero?
ERNESTO.- A que este es también un ladrón disfrazado.
ERNESTO.- Ha llegado a Kentucky el popular detective neoyokin Willy Birthday. Y encima su foto.
CARLOS.- ¡Ah. Si! Siento defraudarle, don Ernesto. Pero la verdad es que yo no soy Birthday.
ERNESTO.- (Con cierto aplomo) Entonces es usted Carlos Boloni, mas conocido por Chumi,
incendiario, loco y feo.
CARLOS.- ¿Qué?
ERNESTO.- Que he recordado perfectamente su rostro, Chumi. En el Mirror, primera plana. Pero,
no sabía si era usted Birthday o Boloni. Ahora esta claro que es Boloni.
CARLOS.- (Temblando de arriba a abajo) Creo que…
ERNESTO.- Y lo que es mejor. La policía de Kenucky ofrece diez mil dólares por su captura.
CARLOS.- ¡Espere! Se trata de una equivocación.
ERNESTO.- ¡No, no! Es usted Boloni.
CARLOS.- No me he llamado Boloni ni de pequeño, don Ernesto. Le juro que se equivoca. Debe
aclarar esto, porque…
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ERNESTO.- No le hubiera reconocido en diez años, Chumi. Pero tengo el testimonio de alguien.
De alguien que le ha denunciado a mi, que esta dispuesta a actuar en su cargo como
testigo.
CARLOS.- ¿Quién?
(Patricia en la derecha)
ERNESTO.- La señora Suárez
CARLOS.- (Asombrado) ¡Pat!… Pat… ¿Qué significa esto?
(Patricia se ha echado a llorar.)
PATRICIA.- Lo he oído. Chumi. Tu me dijiste que no saliera oyese lo que oyese y había mucho
que oír, Chumi. Peque el oído a la puerta, cuando ella te beso, cuando… ¡Dios mío… que
horror!
CARLOS.- ¡Supongo que no va a hacerle caso, Martínez! ¡Es una adultera! (Ernesto se encoge de
hombros.) Me esta calumniando, Martínez. Si me detiene a mi, tendrá que detenerla a
ella. Había pensado asesinar a su marido.
ERNESTO.- Eso no es cierto.
CARLOS.- Me lo va a decir a mí. Yo…
ERNESTO.- Déjeme en paz, Boloni. ¿Quiere que se lo cuente? No estaba claro. ¿Sabe? Aquí había
algo que no estaba claro.
CARLOS.- Por supuesto. Todos los abrazos y besos que vio y las palizas que nos dábamos cuando
usted entraba por esa puerta.
ERNESTO.- No he visto nada. Solo la pulsera… La suya, Bélgica. Cuando se la vi quise acordarme
de donde la había contemplado por última vez. Fue fácil. En la joyería esta mañana,
cuando compre el reloj para Guendolina. Si el señor Suárez había comprado esa pulsera,
su mujer no la llevaba y, en cambio, la llevaba usted… Era lógico pensar que de algún
modo usted se entendía muy bien con el señor Suárez.
BÉLGICA: ¡Y esta pájara se entendía con Chumi!
ERNESTO.- Claro. Un buen coladero. Pero usted con Suárez. Entre los tres proyectaron asesinarla
a ella. (Señala a Patricia) Esta feo, Chumi. A las mujeres no se las engaña. Haga como yo.
Siempre digo que estoy cansado. Las hay que no se enfadan.
CARLOS.- (Desesperado) Pat… tienes que hablar. O comemos barrotes todos o no lo come
ninguno. ¡Pat… confiesa!
PATRICIA.- (Tras una pausa) Confeso que te he querido como una loca.
CARLOS.- Y que planeamos matar a tu marido.
PATRICIA.- Jamás he planeado eso. No podría hacerlo.
BÉLGICA: Oye, hermana. Tú eres una caradura.
PATRICIA.- Martínez… usted me conoce de sobra… sabe que soy incapaz de una cosa tan
abyecta.
ERNESTO.- No hace falta que me lo diga, señora Suárez.
CARLOS.- (Enfurecido) ¡Te mato…! ¿Me oyes? ¡Voy a retorcerte el pescuezo!
ERNESTO.- (Deteniéndolo) ¡Quieto!
CARLOS.- Estábamos en complicidad. Destenso los frenos del chevrolet de su marido y Suárez se
ha matado hace un cuarto de hora en los acantilados.
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PATRICIA.- (Aterrada) ¡Arturo! ¡Arturo muerto! (Rompe en un llanto convulso) ¡Dios mío! ¡Lo
siento! ¡Lo siento a pesar de todo! ¡Arturo!
CARLOS.- ¡Y yo que me creía un tio atravesado!
ERNESTO.- Retírese, señora Suárez, por favor.
PATRICIA.- (Tomándole de las solapas) ¡Quiero verlo Martínez! ¡Quiero pedir perdón al cadáver!
ERNESTO.- Esta en el fondo del lago. El Tubiki rara vez devuelve los cuerpos, ya lo sabe.
PATRICIA.- ¡Martínez, por favor!
ERNESTO.- La acompaño en el sentimiento.
(Patricia se aparta de el llorando amargamente)
BÉLGICA: ¡Ah, no! Esto si que no. ¡Chumi, cantemos de plano! Vamos a avisar a la policía.
ERNESTO.- (Deteniéndola) Esta aquí señorita.
BÉLGICA: ¿Qué clase de policía es usted que se lo camela una con una canción y diez y ocho
besos? Yo digo policía de verdad de los que pegan puñetazos. ¡Chumi, hay que avisar a al
Súbdito!
CARLOS.- (Con una risa histórica) ¡El súbdito no me deja decir ni pio!
BÉLGICA: Declaras ante el.
CARLOS.- Declaro post morten, Bigui.
ERNESTO.- ¿Quieren callarse un poco? Señora Suárez, por favor. En seguida la llamo.
PATRICIA.- Si, es mejor. (Se detiene ante Carlos) Nunca pensé que fueras así. Creí que me
querías. Ha sido un desengaño horrible. ¡Horrible!
ERNESTO.- (Entre indignado y estupefacto) Ya ni guiño el ojo.
(Patricia sube la escalera. Se detiene en el último peldaño)
PATRICIA.- Dime el numero de la celda. Carlos. Supongo que te meterán en la cárcel de
Brockville. No te faltara tabaco. Has jugado conmigo, pero yo se lo que es no fumar. (y
desaparece)
BÉLGICA: ¡Pécora condenada!
ERNESTO.- Es suficiente, Bélgica. Bueno… (Levanta el teléfono) Con la comisaria. (Pausa)
¿Juanito? Tengo un asunto. (De pronto)! Cariño! ¿Tu por ahi? (Tapa el auricular con expresión de
cansancio. Vuelve a ponerse.) Tengo aquí varios asesinos. No, no es un pretexto, mi vida. De
verdad. Han matado al señor Suárez. ¿Qué te hablo hace un rato? Te aseguro mi vida, que se ha
muerto. Esta vez si. Le despenaron el carro por los acantilados. Seria antes de que lo mataran.
Si, media hora lo mas. Ni asesinos ni nada. Claro cielo mío. (Pausa) Juanito. Dile a la patrulla que
se acerque a los acantilados. Y vente tu por aquí con dos números. ¿Qué números? ¡Dos agentes
imbécil! Bueno, no hace falta que corras. Voy a ver su consigo que confiesen por su propia
voluntad. ¿Qué hay de la bañista? ¿Mi mujer? ¿Se ha hecho mucho daño? En el botiquín hay
vendas. Hasta ahora (cuelga). Bueno Chumi ¿tienes algo que decir?
CARLOS.- Si, (con aplomo) Veinticinco mil dólares, don Ernesto, uno se hace cargo de lo que es la
vida del policía. Por si fuera poco la que hay en casa le dan un par de esposas más. ¡Ah…
cherchez la femme! Buscad la mujer, en francés.
ERNESTO.- No le entiendo ni palabra.
BÉLGICA: (Sonriendo melosa) Quiere decir que hay veinticinco de los grandes para ti Nesto. Tu
como policía estas sonado, pero metido en juerga tienes que ser divino… ¡A juergarse y
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nada mas!
CARLOS.- (Cordial, sonriente.) Queda ella, Bigui…
BÉLGICA: (Igual) ¿Pero que harías tu con ella… eh?
CARLOS.- (Sutil) le daría tanta pena la muerte de su esposo que se caería de la azotea.
ERNESTO.- (Sin expresión) Deme esos billetes Chumi.
CARLOS.- ¡Eso es pensar don Ernesto! Así me gustan los hombres decididos. En la línea social
de nuestro tiempo. En esta mano me ponen el dinero y yo cierro la boca. (Abraza a Martínez y
le entrega unos billetes que el inspector se guarda en el bolsillo de la americana.) Bigui, te lo
suplico. Abraza a don Ernesto, nuestro protector… así, fuerte, bien fuerte. (Bélgica Ernesto y
emprende la fatigosa tarea de quitarle los billetes que acaba de guardarse) Mas… como si
quisieras quitarle la respiración. (Bélgica le tiende los billetes. Carlos se para unos cuantos.
Devuelve el resto a Bigui y ella los vuelve a introducir en el bolsillo de Ernesto) Es una noche de
jubilo para nosotros. Bigui. También los policías tienen horizontes y sabes que veinticinco mil
dólares los convierten en triunfadores… ¡Ea Bigui! Don Ernesto… subamos a la azotea con esa
Sara Bernard domestica y acabemos el asunto.
(Pero el asunto no se acaba tan fácilmente, porque ha entrado por el foro Arturo, chorreando
agua, los brazos ensangrentados, el pantalón lleno de desgarrones, la chaqueta sin mangas y el
siniestro maletín con el dinero falso en la mano. Se detiene detrás de Carlos. El agua forma
charcos a sus pies. De tan enfurecido como esta parece sin expresión, se nos antoja una bomba
inerte que va ha hacer explosión de un momento a otro.)
ARTURO.- ¿Qué asunto?
CARLOS.- (como un imbécil sin reparar en quien le habla) Vamos a tirar a Patricia desde la
azotea.
ARTURO.- ¿Ah, si?
CARLOS.- Como se lo digo Suárez. (Se vuelve sonriente a Ernesto y ahora cae en que ha dicho
Suárez quien esta frente a el.) ¡Ayyy!
BÉLGICA: ¡Dios mío!
ERNESTO.- ¡Suárez!
ARTURO.- Ya se lo que es el infierno. Chumi. El infierno es un carro por una cuesta y uno que
aprieta el pedal del freno y mete el pie hasta el tobillo.
BÉLGICA: Pero creímos…
ARTURO.- (Indignado) Cretinos… ¿De acuerdo, eh? En un segundo lo vi todo claro. Estaban de
acuerdo miserablemente de acuerdo. (Toma a Carlos por el cuello.) Querías liquidarme y
huir bonitamente. ¿Quién estropeo el freno? ¿Quién fue? ¿Por qué no hablas, rata
asquerosa?
ERNESTO.- (Intentando librar a Carlos.) Porque tiene la lengua afuera. Sueltelo.
BÉLGICA: Fue Tu mujer.
(Arturo suelta a Carlos que va a caer en el sofá, acariciándose la dolorida garganta)
ARTURO: Patricia?
BÉLGICA: Estaba de acuerdo con chumi (Patricia en el marco superior, al termino de la escalera,
ha aparecido y escucha sin ser vista.) y Chumi parecia estar de acuerdo contigo pero no
estaba de acuerdo ni contigo ni con ella estaba de acuerdo contigo y con chumi, ¿de
acuerdo? esa es la verdad y si quieren llevarnos a la carcel , tendran que hacerlo a los
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cuatro.
ERNESTO.- Lo de ustedes tres esta claro. pero la señora Suárez me parece una victima.
BÉLGICA: No es ninguna victima , de una vez!
ARTURO: ¿Y tú? ¿que eres tu , Bélgica?
BÉLGICA: (Tras una pausa) Ademas canto canciones .
ARTURO: (zarancandola) ¿ por que me mentiste? ¿como has podido hacer eso? ¿sabes que si no
salto del coche un segundo antes de que se estrellara me habrias asesinado? ¡tu!
ERNESTO.- (Apartandolo) Dejela , Suárez. lo siento por usted. no merecia la pena .
ARTURO: (en el limite de la indignacion) ¡ y para colmo esto! caigo del agua con el maletin bien
agarradito. ¡ mis doscientos mil dolares ! gano las rocas, abro el maletin… ¿ y que me
encuentro?
ERNESTO.- Un pez.
ARTURO: ¡esto! (ha abierto el maletin y saca un monton de billetes, los estruja en sus manos
con rabia.) ¡billetes, billetes!
ERNESTO.- Bueno, de eso se trataba.
ARTURO: (Frenético) Se trataba de que fueran billetes de mil dolares. ¿ pero cuando ha visto
usted billetes de mil doscientos dolares?
CARLOS: (Poniendose en pie) Mil doscientos???
ARTURO: Si, ¡maldita sea ! y en lugar de llevar el retrato de washington, llevan el del general de
gaulle. que no se que pito toca en este asunto.
CARLOS: ¡No es posible!
ARTURO: ¡ah si lo es! ¡claro que lo es! billetes falsos.
(Y le arroja a la cara un puñado. Carlos toma un billete.)
CARLOS: ¡Dios mio! este dupont! debia estar borracho perdido… ¿ pero como me ha hecho
este?
BÉLGICA: ¿Y a ti no s e te ocurrio comprobarlo?
CARLOS: Ha hecho mil falsificaciones estupendas… ¡demonio! si parece mentira.
ARTURO: (tomandole de las solapas ) ¡mi dinero!
ERNESTO.- Le va a servir de poco la carcel, Suárez.
ARTURO: ¡quiero mis dolares!
ERNESTO.- Pasan automaticamente a su esposa.
ARTURO: Ah no! eso si que no! de mi dinero no se beneficia nadie! el otro maletin, canalla..!!
ERNESTO.- Sueltelo!
ARTURO: No quiero . tengo mis metodos.
CARLOS: (Desasiéndose) Ya tenemos bastante Suárez. Se lo diré cuando nos toquen diana en
la carcel.
ARTURO: (rechinando los dientes) Me es lo mismo ir a la camara de gas por un homicidio
frustrado que por uno con éxito.
(avanza hacia Carlos)
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( tose)
Ni en el broadway, ni en el wall street….
ta pa, ta pa… uhh ohh la
buscame en el cementerio de
arizona center bill
buscame en el cementerio de
arizona center bill.
(La última estrofa en el foro, ha sido casi un susurro. desaparece. los dos hombres bajan la
cabeza, y se oye el estruendo de un cuerpo a caer sobre un mueble que arrastra consigo.)
ERNESTO.- Al contrario, con sus equivocaciones nos lo han dado todo servido. No hemos
necesitado detener a chumi. (Asiente Patricia) Ni a Bélgica…
(Patricia desde el umbral de la puerta del foro contempla el cadaver de Bélgica.)
PATRICIA: Estas mujeres malas suelen ser tan ingenuas. pobrecilla!!! (Ernesto esta en la
ventana.) Bueno, tenemos el dinero y estamos solos. como nos propusimos hace medio
ano. ¿No ha llegado la hora de huir?
ERNESTO.- ¿Sabes? Creo que el senor Pasley no es feliz con su esposa. Si tu vistie ras el papel
de mujer sola con el marido en la carcel, hay dinerito a sacar… mañana tendrás un cable.
Y yo… a seguir haciéndome el tonto como de costumbre.
(En los ojos de los dos hay una sonrisa maligna y terrible)
(Cae rápidamente el telón.)