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Loarre
Este artículo está dedicado a los seis dibujos del castillo de Loarre, de la primera mitad
del siglo XVII, que presenté hace pocos días en el Instituto de Estudios Altoaragoneses
(IEA). Dichos dibujos están incluidos en un manuscrito que estuvo en Huesca en el
siglo XVII, formando parte de la famosa Biblioteca de Vincencio Juan de Lastanosa. En
la actualidad se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid, con el número 3.610.
Los dibujos, que tienen pues más de 350 años, son importantes al menos por dos
motivos. En primer lugar, porque muy pocos monumentos cuentan con vistas o planos
tan antiguos. En Huesca, por ejemplo, no los tiene prácticamente ninguno, incluida la
Catedral. Ni siquiera de la propia ciudad, a diferencia de Zaragoza, existen vistas o
panorámicas fidedignas de esa época. Los dibujos del castillo de Loarre son interesantes
también por otra razón: en ellos aparecen elementos constructivos que han
desaparecido, por lo que constituyen documentos de primer orden para conocer mejor la
historia de la fortaleza.
Los historiadores que se han ocupado del castillo de Loarre, así, no han podido utilizar
hasta ahora los dibujos, a pesar de la publicación del libro de Helena Gimeno, ya que su
existencia seguía siendo prácticamente desconocida. No aparecen mencionados, por
ejemplo, en el magnífico libro de José Antonio Martínez Prades (se trata de su tesis
doctoral), que ha publicado en las últimas semanas el IEA con el título: El castillo de
Loarre. Historia constructiva y valoración artística. Me ha parecido interesante, por
todo ello, dar a conocer estos seis dibujos del siglo XVII; y en ese sentido, tanto los
dibujos como información detallada sobre los mismos estarán disponibles en los
próximos días en la página web del Instituto de Estudios Altoaragoneses.
El manuscrito de la Biblioteca Nacional tiene más de 300 folios, y lleva por título:
Inscripciones de memorias romanas y españolas antiguas y modernas, recogidas de
varios autores. Fue compilado por Gaspar Galcerán de Pinós y Castro, Conde de
Guimerá, un erudito y humanista de la primera mitad del siglo XVII (falleció en 1638).
Precisamente, fue el Conde de Guimerá quien, según todas las apariencias, encargó la
realización de los dibujos del castillo de Loarre. Se conocen, en efecto, dos cartas del
Conde, escritas a Lastanosa en los años 1631 y 1636, en los que manifiesta su interés
por obtener un “diseño” o “planta” del castillo, “para demostración de la grandeza de
nuestros reyes”.
La historia del manuscrito es tan interesante como la de los propios dibujos. Se trata de
una recopilación de inscripciones, esencialmente romanas, de toda la Península,
realizada por varios estudiosos del siglo XVI, entre los que sobresale Jerónimo Zurita,
el gran historiador aragonés. Más tarde, el Conde de Guimerá le dió forma definitiva, a
comienzos del siglo XVII. A la muerte de éste, el manuscrito pasó a poder, según
parece, de Juan Francisco Andrés de Uztarroz, un historiador y cronista zaragozano
muy relacionado con Lastanosa. De mano de Andrés de Uztarroz se incorporaron
entonces materiales muy notables: por ejemplo, copias de inscripciones medievales de
San Juan de la Peña, San Pedro el Viejo o la ermita de Salas.
Juan Francisco Andrés de Uztarroz murió en 1653. El manuscrito debió ingresar, en
torno a esa fecha, en la Biblioteca de Vincencio Juan de Lastanosa. En él, de hecho,
figuran también noticias curiosas sobre el mecenas y coleccionista oscense. Hay, así, un
dibujo del pequeño toro romano de bronce aparecido en Huesca en 1639, al iniciar las
obras del colegio de los jesuitas, que pasó a formar parte del Museo lastanosino. En
1681, el año de su muerte, Vincencio Juan de Lastanosa donó al Archivo del Reino, en
Zaragoza, las monedas aragonesas (unas 1.100) y los papeles y documentos
relacionados con Aragón que poseía. Entre ellos se encontraba el manuscrito del Conde
de Guimerá, que de esta forma abandonó Huesca para siempre.
La siguiente pista nos lleva a 1860. En ese año, Hübner, un historiador europeo que
estudiaba las inscripciones romanas de Hispania, consultó el manuscrito en Valencia.
Por esa razón, lo llamó “codex valentinus” (códice valenciano), que es, curiosamente, el
nombre con el que los especialistas en historia antigua conocen aún hoy este manuscrito
de origen aragonés. Las vicisitudes seguidas por el mismo no terminan aquí, de todas
formas. En 1893 se encontraba en París, a punto de ser subastado. La obra, finalmente,
ingresó en la Biblioteca Nacional de Madrid, donde sigue en la actualidad, en fecha
desconocida (anterior, en todo caso, a 1949, porque en este año ya estaba allí).
Los dibujos del castillo de Loarre que incluye el manuscrito 3.610 de la Biblioteca
Nacional son seis: una vista general del castillo; sendos dibujos de su portada principal
y de la zona situada junto a la Torre de la Reina; y las plantas de las tres iglesias
presentes en la fortaleza. El primero de ellos es, en efecto, una vista del castillo, tal y
como se ve desde el sur. En este dibujo, enormemente fiel, como todos los demás,
encontramos ya la primera sorpresa: el gran ventanal que se encuentra en la parte más
alta del castillo, conocido como “mirador de la Reina”, aparece aquí con una columna
central, que soporta dos pequeños arcos de medio punto. Todo ello ha desaparecido.
En la planta de la iglesia de San Pedro se lee esta curiosa advertencia: “enfrente desta
puerta devajo de un arco grande estava un sepulcro que dezian ser del Conde Don
Julian”. ¿Quién era este Conde, que según se creía en el siglo XVII estaba enterrado en
el castillo de Loarre? Se trata, nada menos, del mayor “traidor” de la historia de España,
tal y como se entendía ésta en siglos pasados, ya que abrió las puertas de la Península a
la invasión árabe del año 711. El Conde don Julián era un poderoso noble visigodo, que
dominaba, entre otros territorios, la ciudad de Ceuta. Había sufrido una terrible afrenta
a manos de don Rodrigo, el último rey visigodo, pues éste había violado a su hija, la
Cava (según otras versiones, se trataba de su mujer). Despechado, don Julián se
confabuló con los musulmanes y preparó la ruina de su país, participando incluso, junto
a los árabes, en la batalla de Guadalete, que provocó la destrucción del Estado visigodo.
Dejando a un lado el carácter más o menos legendario de esta historia, está claro que el
Conde don Julián es un personaje del siglo VIII. En cuanto al castillo de Loarre, se
construyó a lo largo del siglo XI. En estas circunstancias, ¿cómo se podía afirmar que
un Conde visigodo estaba enterrado en una fortaleza varios siglos posterior? La razón
es muy sencilla: en los siglos XVI, XVII y XVIII se pensaba que el castillo de Loarre
era mucho más antiguo, y que sus orígenes remontaban hasta época romana. Se
identificaba Loarre, de hecho, con una de las dos Calagurris (la otra era Calahorra, en
tierras riojanas) que se mencionan en las obras de autores antiguos tan importantes
como Plinio el Viejo o Julio César. En la actualidad, los historiadores y arqueólogos
tienden a situar la segunda Calagurris en el entorno de Bolea, antes que en Loarre.
De este modo, una singular leyenda cultural, que puede rastrearse en las páginas de
autores aragoneses de los siglos XVI al XVIII como Blancas, Aynsa o el Padre Huesca,
acabó por relacionar a Loarre con el Conde don Julián. Según dicha leyenda, los
conquistadores musulmanes encerraron en el castillo al noble visigodo, y allí murió y
fue enterrado. Francisco Diego de Aynsa, por ejemplo, nos cuenta que si alguien
visitaba el castillo de Loarre en el siglo XVII, “los vecinos de aquella villa” le
mostraban, entre otras cosas, “el sepulcro de dicho Conde”. El sepulcro, tal y como
señalaba el dibujo de la Biblioteca Nacional, estaba situado frente a la puerta de la
iglesia de San Pedro (allí, por supuesto, debió existir un sepulcro, pero no era,
lógicamente, el de don Julián). En dicho emplazamiento pudo verlo todavía, a fines del
siglo XVIII, el Padre Huesca. No obstante, el fraile capuchino fue testigo también de su
saqueo y destrucción: “años pasados lo abrieron ciertos hombres, que hicieron varias
excavaciones en el castillo buscando tesoros y no antigüedades, y según me han
informado hallaron dentro los huesos de un cadáver, una espada y un pergamino, el que
destrozaron sin llegar a las manos de quien pudiera leerlo”...
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