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San Agustín: La educación


Desde un cierto punto de vista, la filosofía entera de San Agustín es una filosofía
educativa. Dudar y resolver las dudas, iluminar la fe con la razón y la razón con la
fe, haciendo hablar al que San Agustín llamaba "Maestro interior", es decir, la
Verdad misma que es Dios, ya es un proceso de formación humana y por lo tanto de
educación en el significado más amplio y profundo del término. En la educación, e
n este sentido el verdadero y único maestro es la Verdad, o sea Dios en la persona de
su Verbo, es decir, Cristo. El escrito de San Agustín titulado El Maestro parte de
este concepto. El saber no pasa del maestro al discípulo como si éste aprendiera lo
que antes ignoraba; la verdad se halla presente por igual tanto en el alma del
discípulo como en la del maestro; la palabra de éste no hace más que volverla
explícita, hacer que resuene con mayor claridad. Así, pues, solo hay un maestro, el
maestro interior que es la Verdad misma, o sea Dios, Cristo. En efecto, San Agustín,
no puede aceptar la teoría platónica de la reminiscencia porque, como cristiano no
puede admitir que el alma preexista al cuerpo y haya contemplado las ideas en su
vida anterior. La suya es una teoría de la Iluminación, por la cual, el conocimiento
de toda verdad nueva no sólo implica determinados signos o palabras que la
ocasionan, sino también una efectiva y directa intervención divina que se realiza en
nosotros como "iluminación" íntima.

En Del Orden, San Agustín evalúa desde el punto de vista cristiano las disciplinas
paganas de enseñanza, y lo que se dice a tal propósito equivale en lo sustancial a una
justificación y defensa de éstas. Las disciplinas que examina son: la gramática, es
decir, el estudio de la lengua; la dialéctica, "en la cual la misma razón nos da a
conocer lo que es ella misma, lo que quiere, lo que puede hacer"; la retórica, que
sirve para conmover a los hombres con objeto de persuadirlos de la verdad y del
bien; la música, como arte de la armonía, y, en fin, la aritmética, la geometría y la
astronomía. Este curriculum, que luego culminaría en el estudio de problemas
teológicos y filosóficos, es considerado por San Agustín como un proceso de
formación y purificación merced al cual, el alma se hace capaz de captar la Unidad
divina del mundo y el trasmundo. Sin embargo, para el cristiano lo indispensable es
conocer las verdades religiosas, no poseer las disciplinas liberales, cuya importancia,
antes bien, San Agustín disminuye un tanto en las Retractaciones. Indudablemente
son bienes debidos a Dios, y si el pagano los ha utilizado mal, con fines egoístas e
idólatras, el cristiano se halla en perfecto derecho de servirse de ellos aplicándolos a
su justa función. Sin embargo, ¡cuántos ignorantes son purísimos y heroicos
cristianos y cuántos sabios, por el contrario, carecen de fe! Verdad es que la doctrina
cristiana que se enseña a los ignorantes debe simplificarse al máximo para que la
puedan comprender, ¿acaso por ello el catequizar de ese modo es una tarea inferior o
casi humillante para quien debe efectuarla?.

A esta pregunta (que le dirigió efectivamente un diácono instructor de catecúmenos)


responde San Agustín en el escrito De la catequización de incultos. Alegría y no
tedio debe experimentar quien enseña para que su enseñanza sea eficaz. Que en
apariencia tenga que repetirse, que deba usar palabras llanas e imágenes sencillas,
que deba descender al nivel del inculto, todo ello no obsta para que su enseñanza sea
viva y jocunda: piense que Cristo con la Encarnación se rebajó al nivel del hombre,
pero que su acto fue un acto de amor y por lo tanto una realización de su excelsa
naturaleza.

De la misma forma, el maestro se realiza en el amor con que se adapta al educando,


con que desciende al nivel de su comprensión. Y en verdad al hacerlo así se educa y
perfecciona a sí mismo, porque las nociones viejas se renuevan en quien las enseña
con auténtico empeño, con sincera dedicación. Así como alguien que mostrando a
un forastero una ciudad o un paisaje que le es familiar acaba por descubrir también
él algo nuevo, así, cuando al enseñar algo logramos despertar en nuestros discípulos
interés y admiración, el interés y admiración vuelven a encenderse también en
nosotros y nos sentimos renovados y descubrimos cosas nuevas. Y casi podría
decirse que quien enseña, aprende del que aprende, que "quienes escuchan casi
hablan en nosotros, y que en cierto modo, y que en cierto modo nosotros
aprendemos en ellos lo que les enseñamos": verdad educativa altísima, válida para
cualquier enseñamiento digno del nombre

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