Desmitificacion Neurosicopedagogia

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Revista Electrónica de Educación y psicología

Numero 4, diciembre del 2006

DESMITIFICACIÓN DE LA NEUROPSICOPEDAGOGÍA

Jennifer Delgado Suárez

Resumen

Los vertiginosos cambios sociales y científico-técnicos han impactado de manera decisiva en la forma

de concebir la pedagogía actual, propiciando la aparición de campos multidisciplinares novedosos

que pueden brindar una perspectiva más integral sobre su objeto de estudio, tal es el caso de la

Neuropsicopedagogía. Sin embargo, las resistencias ante estos cambios proliferan, sobre todo

porque los educadores se enfrentan a una teoría amalgamada producto de la extrapolación

parcializada de los resultados de las neurociencias y la neuropsicología a la pedagogía. Sería vital, en

este sentido, un análisis pormenorizado acerca de cómo debe perfilarse la Neuropsicopedagogía

desde una teoría histórico-culturalista para lograr la potenciación del estudiante desde un

conocimiento más personalizado y acorde a las exigencias de la sociedad.

Palabras Claves: Neuropsicopedagogía, aprendizaje, funcionamiento nervioso

Summary

Vertiginous social, scientific and technical changes have a huge impact in pedagogical conceptions,

that's why new disciplines appear to offer an integral perspective above its objective of study.

Neuropsychopedagogy is an original area of knowledge, however resistances proliferate because

various professors confront an amalgam of results applied to pedagogy from neuropsychology and

neurosciences. So, a detailed analysis about Neuropsycopedagogy based in an historical-cultural

theory could contribute to develop an individual education.

Key words: Neuropsycopedagogy, learning, nervous functioning

El surgimiento de la Neuropsicopedagogía

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La pedagogía como ciencia que dirige la formación, educación, instrucción y desarrollo de los

ciudadanos de una sociedad no puede desenvolverse ajena a los cambios socio-económicos y

científico-técnicos que tienen lugar en el contexto histórico-cultural en el cual se inserta; en aras de

responder y propiciar los mismos y en consonancia con las crecientes demandas sociales, la

pedagogía necesita una imbricación cada vez mayor con las distintas disciplinas del conocimiento

científico, sobre todo si las mismas le proporcionan una visión más integral del ser humano que

facilite su abordaje desde una teoría heurística. De hecho, actualmente se plantea la necesidad y a

la vez el advenimiento de una Nueva Pedagogía concebida por Barroso como una “disciplina en que

confluyen aportaciones diversas sobre su objeto de estudio: educación” (1987, citado en Barrios &

Marjal, 2000).

Un ejemplo ineludible de esta integración lo constituye la unión de la pedagogía y la psicología

acaecida en la década de los años '20 del siglo anterior, dando lugar al nacimiento y desarrollo de

nuevos campos del conocimiento que redundan en un enriquecimiento tanto a nivel empírico como

teórico para ambas disciplinas. Sin embargo, la relación con la Neuropsicología data apenas de los

años '80 del pasado siglo, aunque debe señalarse que la idea de una educación basada en las

propiedades de la cognición y el cerebro humano como órgano de conocimiento se remonta a las

últimas décadas del siglo XIX:

“El único modo de conseguir que la enseñanza sea eficaz es el que consigue hacer pensar

al educando; el objeto de la enseñanza no es tanto proveer de conocimiento, cuanto en

poner en actividad los órganos capaces de adquirir conocimiento. Es necesario saber que

la naturaleza racional del hombre tiene leyes y órganos y funciones propias, se desarrolla

paulatinamente en periodos bien determinados que harían que el ser humano llegara al

más alto grado de racionalidad si se respetarán escrupulosamente.” (Hostos,1890 citado

en Villarini, 2004).

Independientemente de la existencia previa de estas ideas, el carácter eminentemente clínico que

adquirió la Neuropsicología en sus inicios al centrar sus esfuerzos en establecer relaciones entre las

zonas dañadas y las funciones psíquicas superiores (véase Cárdenas, 2004) constituyó una de las

múltiples razones que condujeron a una tardía unión “legitima”. Sin embargo, posteriormente al ser

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reconocida como ocupación de trabajo y con el avance de la neuroimagenología, se amplia su campo

de acción estudiando el dinamismo entre los procesos psíquicos y su funcionalidad apareciendo de

manera casi inmediata, en 1996, el término Neuroeducación que sugirere “(…) una forma de

intersección entre las ciencias de la educación y las neurociencias.” (Bator, 2005). No obstante, debe

acotarse que este vocablo tal y como es concebido en la actualidad, amplía el campo de acción de la

pedagogía hasta llegar a difuminarlo y restringe a su vez los resultados de las investigaciones sobre

el sistema nervioso humano a el área de las neurociencias. De esta forma, el término

Neuropsicopedagogía es más explícito, enmarcado e integrador al concebirse como “(…) el ejercicio-

trabajo interdisciplinario acerca del procesamiento de la información y la modularidad de la mente en

términos de Neurociencia cognitiva, Psicología, Pedagogía y Educación, que lleva a cabo el profesional

de formación multi-interdisciplinaria y con fines educacionales.” (Montes de Oca, 2006).

“La Neuropsicopedagogía integraría el efecto sinérgico del conjunto de conocimientos

propios de la Neuropsicología y la Psicopedagogía, potenciando la resultante del concepto

“psico” en sus más heterogéneos ámbitos de estudio. Esta Neuropsicopedagogía, a través

de los comprensión del funcionamiento de los procesos mentales superiores (atención,

memoria, función ejecutiva…), de las explicaciones psicológicas y de las instrucciones

pedagógicas, pretende ofrecer un marco de conocimiento y acción íntegro para la

descripción, explicación, tratamiento y potenciación de los procesos de enseñanza-

aprendizaje que acontecen a lo largo de la vida del alumno, promoviendo una formación

integral con repercusiones más allá de la institución educativa y del período temporal y tipo

de aprendizaje que establece como válido.” (De la Peña, 2005). 1

Por supuesto, estas ideas constituyen aproximaciones a lo que puede ser una nueva rama

multidisciplinar impulsada por las primeras aplicaciones en el campo pedagógico de los

descubrimientos neuropsicológicos en relación con los trastornos de aprendizaje en niños. Sin

embargo, aunque el cerebro lesionado continua siendo centro de atención para la Neuropsicología,

1Si bien es cierto que la proliferación de los neologismos terminológicos se presenta como una pandemia
moderna que generalmente conduce a una yuxtaposición de los vocablos que se desarrollan como categorías
ambiguas y polisémicas; en ocasiones es imprescindible una redefinición terminológica en aras de obtener una
mayor identificación de los nuevos espacios multidisciplinarios, tal es el caso de la neuropsicopedagogía.

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al ampliar sus investigaciones hacia la actividad nerviosa normal abarcando las diferentes etapas

evolutivas del ser humano, se desarrollan una serie de teorías acerca del funcionamiento

neuropsicológico sano que han impactado en el ámbito educativo promoviendo numerosas

reflexiones, y en algunos casos, reconceptualizaciones en torno a los resultados de la educación.

La teoría del cerebro Trino propuesta por Maclean (1983, citado en Barrios & Marjal, 2000)

constituye un indudable ejemplo de lo antes expuesto al develar la existencia de tres estructuras

diferentes que conforman la totalidad del cerebro: el sistema neocortical, el sistema límbico y el

sistema reticular que, aunque son distintos en estructura, trabajan interconectados constituyendo

una jerarquía de tres cerebros en uno. Estos resultados han sido incorporados en los trabajos de

Sternberg con la teoría triárquica de la inteligencia, la teoría de las inteligencias múltiples de

Gardner y la inteligencia emocional de Goleman que si bien han propiciado una nueva mirada de la

pedagogía hacia la necesaria dirección de los procesos afectivos de los estudiantes y la ampliación o

flexibilización hacia la potenciación de sus capacidades individuales, persiste aún la dicotomía

cognitivo-afectivo y la parcelación en la forma de concebir la psiquis, haciendo que los profesores, e

incluso el currículo, se centren en aquellos tipos de inteligencia que son requeridos e

imprescindibles para lograr el desarrollo exitoso de la profesión excluyendo otros prototipos de

inteligencia igualmente válidos para el desempeño en otros contextos. Debe acotarse en este punto

que, indudablemente cada profesión va a desarrollar unas habilidades más que otras, unas

capacidades más que otras; sin embargo, debe tenerse especial prudencia con aquellas habilidades y

capacidades que se están potenciando porque:

“En este momento estamos formando a nuestros alumnos para profesiones que en dos o

tres décadas puede que no existan o sean una refundición de otras (…) los expertos en

prospectiva social estiman que cerca de la mitad de las profesiones actuales

desaparecerán, al menos tal como se conciben en la actualidad, y que habrá otras tantas

nuevas.” (Saiz, 2002, 6-7).

De esta forma, intentando desarrollar una pedagogía más integradora, se ha incursionado en el

modelo del Cerebro Total propuesto por Hermann (1989, citado en Barrios & Marjal, 2000) quien

integra la teoría del Cerebro Trino y de la Especialización Hemisférica de Sperry postulando la

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existencia de cuatro formas diferentes de procesar la información en el cerebro humano en

correspondencia con el funcionamiento de los cuatro cuadrantes cerebrales derivados de la división

entre hemisferio izquierdo y derecho y las mitades límbica y cerebral. La clásica interpretación

pedagogica de esta teoría lo constituyen los estilos de aprendizaje basados en el funcionamiento de

los diferentes cuadrantes cerebrales: a partir de estos descubrimientos el profesor debe presentar los

contenidos de diferentes maneras de forma que el conocimiento se haga más accesible al estudiante

a partir de sus peculiaridades en el funcionamiento cerebral; sin embargo, un punto vital producto

de la comprensión parcelada de estas teorías lo constituye la necesidad no sólo de hacer más

accesible la información sino de desarrollar a su vez aquellas zonas menos utilizadas por cada

estudiante. El cerebro posee sin duda alguna plasticidad, pero requiere de la problematización y el

ejercicio para elaborar nuevas conexiones que le permitan un funcionamiento más eficiente.

Más cercana en el tiempo aparecen las ideas de Beauport y Díaz que, estando más cercanos a las

neurociencias y basándose en estudios sobre los neurotransmisores, afirman que el pensamiento es

la conexión resultante entre axón y dendrita, la sinapsis; y que por lo tanto, al aumentar las

conexiones se aumenta el intelecto. Estas ideas resultan una comprensión reduccionista ya que,

entre la multiplicidad de objeciones que pueden realizarse, salta a la vista que toda conexión

establecida no necesariamente debe tributar al buen desarrollo del intelecto sino incluso que su

exceso puede ser índice de pensamientos rumiativos que menguan los recursos cognitivos del sujeto

estableciéndose puntos de excitación corticales demasiado fuertes. Además, no puede olvidarse ni

por un momento que no es el cerebro aislado quien piensa o aprende sino la persona como totalidad,

portadora de ese sistema nervioso y en constante interrelación con su medio.

La programación neurolingüística, surgida a principios de los años '70 del siglo pasado, puede

decirse que constituye un intento de integrar los avances de la neuropsicología y la pedagogía

haciendo énfasis en los procesos comunicativos. Esta teoría, sin duda alguna, constituye una visión

optimista que varía el rol del profesor y el estudiante; sin embargo, poco a poco ha ido perdiendo su

fundamento neuropsicológico adscribiéndose a enfoques positivistas que la han desligado de la base

material y de las potencialidades reales del cerebro.

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En sentido general, estas investigaciones no logran captar el funcionamiento integrado del Sistema

Nervioso Central aportando datos aislados que generalmente conllevan a un reduccionismo químico

encerrado en la existencia de los neurotransmisores o a un biologicismo centrado en la estructura.

A su vez, resulta interesante la dicotomía subyacente a la aparente unidad cognitivo-afectiva

promulgada.

No obstante, estas teorías han abierto el camino hacia la integración neuropsicología y pedagogía

enfatizando en los resultados limitados de la educación contemporánea basada sólo en la mitad de la

neocorteza, según términos de Hermann, dejando a un lado el resto de las potencialidades del

cerebro. La pedagogía cuanto más, se ha basado en las investigaciones sobre la mente de los sujetos

pero no en los conocimientos sobre sus procesos neuropsicológicos. De esta manera, no puede

aspirarse a una educación totalmente desarrolladora de las potencialidades del sujeto hasta tanto no

se hayan superado una serie de deficiencias en el orden teórico-metodológico entre las que se

encuentra: la dirección indirecta, y en algunas lamentables ocasiones inadecuada, de los procesos

psíquicos superiores que sienta una de sus múltiples bases en la incomprensión pedagógica acerca

del funcionamiento de las funciones corticales superiores de los estudiantes, así como en el

desconocimiento de los cambios internos que se producen a partir del aprendizaje.

Debe acotarse en este punto que, extender los resultados de la Neuropsicología a la pedagogía no

constituye un "neurologismo"; lo que por supuesto, sería un despropósito inconmensurable sino una

herramienta teórico-práctica para la evaluación del proceso de enseñanza-aprendizaje, el diagnóstico

del estudiante y por supuesto, a la vez, facilitaría y encauzaría el proceso de dirección de la

enseñanza a través de un conocimiento más profundo del ser humano.

Una neuropsicología desde la pedagogía: hacia un enfoque potenciador del ser humano

“Aún cuando la pedagogía tiene sólo razón de ser, gracias a las peculiaridades del Sistema Nervioso

humano, el estudio de éste desde un perspectiva pedagógica es prácticamente inexistente” (Barrios &

Marjal, 2000, 7) La pedagogía ha carecido de una aplicación contextualizada de la neuropsicología,

los estudios del cerebro para la pedagogía han de partir del análisis del proceso de enseñanza-

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aprendizaje y contemplar las peculiaridades del currículo de manera que desde un conocimiento

situado se puedan propiciar cambios certeros que realmente conduzcan a un desarrollo del sujeto

desde un basamento científico. Sin embargo, el principal error no ha sido estudiar al ser humano

extraído de su verdadero contexto educativo sino aplicar de manera aislada desde una teoría

amalgamada y poco coherente los resultados de la neuropsicología; en este punto sería más acertado

hacer referencia a la extensión de los resultados obtenidos predominantemente en el área de las

neurociencias que, aunque entronca con la neuropsicología, no es ella en sí misma acercándose más

a las ciencias biológicas que a la psicología propiamente dicha. Al respecto Andrews (1997) alerta

sobre el verdadero problema de la aplicación de la neuropsicología o neurociencias para la

pedagogía:

“(…) la aplicación prematura o selectiva de las investigaciones del cerebro puede ser

peligrosa o contraproducente. Si encontramos que existen diferencias en los cerebros de las

personas que son menos exitosas en algunos aspectos de la educación, es bastante fácil

asumir que la actuación educacional se determina por las contribuciones fijadas y

limitadas de un cerebro deficiente. ”

Aunque sin lugar a dudas los adelantos en este campo pueden conducir a reconceptualizaciones de

la práctica pedagógica más profundas que las que se han dado hasta nuestros días; es necesario

preguntarse hasta dónde las transformaciones pedagógicas que se están produciendo conducen al

desarrollo o a la inhibición de las potencialidades nerviosas de los estudiantes. Este

cuestionamiento, primicia de muchos más, sería uno de los campos de acción de la

neuropsicopedagogía; sin embargo antes es necesario vencer una serie de resistencias, sobre todo en

el ámbito pedagógico, propias de todas las situaciones de cambio que se presentan de manera

relativamente vertiginosa. “Una de las grandes dificultades para constituir un dialogo

interdisciplinario es este casi vértigo que sentimos cuando debemos analizar un objeto desde una

perspectiva radicalmente distinta a la que estamos acostumbrados.” (Villarini, 2004, 8). Es por esto

totalmente válido retomar la idea de que es tarea de la neuropsicopedagogía desarrollar una teoría

heurística donde puedan insertarse de manera creativa los resultados que se obtengan en el área de

las neurociencias y la neuropsicología, teniendo en cuenta que ambas áreas intentan comprender al

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ser humano desde perspectivas diferentes a la que debe desarrollar la neuropsicopedagogía. En este

punto es vital una pregunta: ¿Qué puede brindar hoy la neuropsicología a la pedagogía en aras de la

integración?:

No aprende el sistema nervioso sino la persona como totalidad: ubicar esta máxima en el

primer lugar no constituye un simple azar sino el resultado de una clara intencionalidad enfocada a

eliminar desde el primer momento todo neurologismo posible; antes de comprender cómo puede

desarrollarse neuropsicológicamente el aprendizaje es preciso tener en cuenta que no aprende el

cerebro sino el ser humano como una totalidad integrada por sus peculiaridades biológicas, sociales

e incluso por sus propias formaciones psicológicas consolidadas. El aprendizaje es siempre producto

de una interrelación sumamente compleja de estos aspectos donde cada cual desempeña roles

diferentes pero de similar importancia para lograr la eficacia educativa. El aprendizaje es un proceso

mediatizado socialmente, en una primera instancia se hallan los elementos culturales que en

muchas ocasiones restringen o diversifican el conocimiento y las destrezas necesarias para

insertarse exitosamente en la sociedad y en un segundo momento se encuentra el desarrollo de los

propios instrumentos y los significados con los que el sujeto interactúa a través de su relación con

los otros y en su actividad. A la vez, el aprendizaje halla una mediación en las formaciones

psicológicas desarrolladas, en los sentidos construidos por el propio sujeto, en los estilos de

aprendizaje que se han utilizado con anterioridad y en las peculiaridades del sistema nervioso,

centrándose en este último un importante mediador encargado, por ejemplo, de la velocidad con que

el sujeto es capaz de establecer sus conexiones nerviosas, de la movilidad de sus procesos de

excitación e inhibición, del funcionamiento adecuado de los distintas unidades funcionales y las

áreas específicas así como de la plasticidad para la adquisición y reconstrucción de los

conocimientos y habilidades.

El funcionamiento del cerebro se complementa con zonas de alta especificidad modal y de

carácter multimodal desarrollándose áreas con funciones estrictamente delimitadas y otras

que son más inespecíficas: "(...) la base material de los procesos mentales superiores es todo el

cerebro en conjunto, pero el cerebro como un sistema altamente diferenciado, cuyas partes garantizan

los diversos aspectos del todo único." (Luria, 1982, 37-38). El funcionamiento nervioso se da a través

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del trabajo integrado de las unidades funcionales como un sistema en el que todos sus

componentes desempeñan un papel definitorio para la consecución exitosa de la tarea

desarrollándose áreas más específicas como pueden ser, por ejemplo: el lóbulo parietal inferior

izquierdo vital para la realización de los cálculos matemáticos incluso más simples, asociándose esta

región a la comprensión de las representaciones y el significado numérico (véase Alonso & Fuentes,

2001) o las regiones de confluencia parieto-témporo-occipital que reciben toda la información

cognitiva (semántica, visual y cenestésico-motora) y la transforman en esquemas espaciales

simultáneos o estructuras cognitivas complejas, convirtiéndose de esta forma en un eslabón esencial

para la organización del pensamiento práctico o espacial (véase Cardamone, 2004; Luria, 1982) y

otras como los lóbulos frontales de carácter más inespecífico que a su vez dependen del

funcionamiento adecuado de zonas más antiguas filogenéticamente como es la formación reticular o

el sistema límbico. Estas exquisitas distinciones propiciadas por el sistema nervioso demandan por

lo tanto de un conocimiento al menos general sobre su funcionamiento de modo que su tratamiento

en el aula adquiera realmente un carácter individualizado y causal.

Por ejemplo, el método pedagógico por excelencia para potenciar el desarrollo del pensamiento es el

proceso de solución de problemas, pero el mismo puede verse afectado por el daño o la ineficiencia

de uno de estos sistemas o áreas cerebrales; no obstante, la pedagogía ha adoptado en este campo el

concepto de caja negra del conductismo cuando es preciso, en aras de realmente individualizar la

enseñanza, conocer qué zonas están disminuidas en su actividad para potenciarlas en la medida de

lo posible con el funcionamiento adecuado del resto de las áreas. Esta idea se relaciona con la

necesidad de un diagnóstico genético, causal; no puede conducir a las mismas acciones pedagógicas

un inadecuado funcionamiento de la primera unidad funcional encargada de regular tono, vigilia y

estados mentales provocado fisiológicamente, que aquel dado por una hiperestimulación emocional

de sus estructuras o por deficiencias en la tercera fuente de activación relacionada con la

motivación. La conducta suele ser idéntica, el sistema ineficiente es el mismo; sin embargo, la

variación de la causa conlleva a una reestructuración en el tratamiento que debe brindarse al

estudiante.

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El aprendizaje potencia cambios a nivel cerebral: esta idea conduce irremisiblemente al

controvertido tema de la plasticidad cortical aflorando el dilema que ha surgido en este campo

debido fundamentalmente a una incorrecta interpretación de la plasticidad y a la utilización errónea

del término período sensitivo o crítico del desarrollo, que ya parece ser inherente a la plasticidad

neuronal. Algunas ideas aclaratorias en este sentido resultan imprescindibles: Actualmente se hace

referencia a una plasticidad de origen genético que vendría preprogramada desde los genes y a una

plasticidad ambiental producto de las relaciones que el sujeto establece con su medio, que sería en

último caso la que más interesaría a los educadores y a la que se refiere esencialmente este

comentario. Es un hecho indiscutible que la inserción activa del sujeto en entornos enriquecidos

conduce al establecimiento de nuevas conexiones nerviosas, a la lateralización creciente y a la

especialización en el funcionamiento de determinadas áreas (Driscoll, 1993). Sin embargo, la

plasticidad neuronal declina con la edad, lo cual más que convertirse en una visión pesimista del

desarrollo humano, que no niega el aprendizaje en etapas tardías de la vida, debe constituir un

llamado de atención sobre la necesidad de aprovechar al máximo los períodos críticos en el

desarrollo.

Durante la maduración de las estructuras cerebrales y la consecuente formación de estructuras

funcionales existen períodos críticos, también denominados sensitivos (véase Luria, 1987) donde el

desarrollo de algunas esferas como la percepción en el neonato, el lenguaje en la edad temprana y el

pensamiento postformal en la juventud se propician de manera acelerada y más eficazmente que en

otras edades de la vida. No quiere decir jamás que estas áreas no puedan desarrollarse

posteriormente, sino que la rapidez y la eficiencia del proceso, exceptuando por supuesto situaciones

muy específicas, serán difícilmente superadas en etapas posteriores de la vida.

A la vez, debe aclararse que este desarrollo no es per se, se necesita de una estimulación adecuada y

posteriormente de una etapa donde la proliferación de conexiones establecidas con anterioridad se

consolide, no sólo a través del ejercicio como se ha estado haciendo sino también mediante la

solución de problemas que demanden fundamentalmente la transferencia de lo aprendido y la

creación de nuevas estrategias de afrontamiento. Desde esta óptica el profesor debe centrarse en el

potencial de cambio, en la variabilidad que permite el desarrollo y los recursos con los que cuenta el

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estudiante; los períodos sensitivos deben convertirse en una oportunidad para el desarrollo y no en

una excusa para la no potenciación del mismo.

Existen múltiples sistemas de representación del conocimiento: cada estudiante posee

generalmente diferentes preferencias en el modo de obtener la información y en la forma de

procesarla que vienen dadas, en primer lugar, por el aprendizaje que ha realizado a lo largo de su

vida donde desempeñan un papel fundamental los estilos de enseñanza utilizados y en un segundo

plano, por las características fisiológicas de su sistema nervioso; así se describen en la literatura

estudiantes con preferencias visuales, auditivas o kinestécicas, con predilecciones relacionadas con

el funcionamiento de los cuadrantes cerebrales, en fin, las clasificaciones son múltiples.

En una primera instancia este descubrimiento conduce inevitablemente a la valoración equivalente

de las distintas clases de conocimiento y las diferentes maneras de acercarse al mismo aunque se

pongan de manifiesto competencias dispares en este proceso. Sin embargo, independientemente de

esta multiexistencia, una aplicación reducida de este hallazgo lo constituye la ampliación de las

formas de hacer llegar la información al estudiante, cuando se necesita a su vez potenciar los

sistemas menos utilizados. Es importante que la información básica le llegue al estudiante de la

manera más sencilla, novedosa y motivante posible; pero también es preciso que el sujeto en el

proceso de apropiación de la información necesite de otros recursos que potencien su desarrollo

diversificando las vías de acercamiento al conocimiento y con esto fortaleciendo o estableciendo

incluso nuevas conexiones cerebrales que le permitirán un funcionamiento más integrado y eficaz.

El pensamiento no posee exclusivamente un carácter reflejo y la memoria no es una función

psíquica pasiva: el pensamiento es una función psíquica compleja que comprende un verdadero

trabajo integrado de las diferentes áreas cerebrales, siendo quizás uno de los procesos donde esta

interfuncionalidad se evidencia de una manera más precisa. El pensamiento es un proceso de

búsqueda, de establecimiento de nuevas relaciones que parte de la realidad del sujeto pero que se

mueve a niveles diferentes de análisis y abstracción con base en las generalizaciones establecidas

pero produciendo a la vez nuevas generalizaciones de la realidad; es por esto que no puede ser

considerado sólo en su carácter reflejo de la manera en que se ha venido trabajando esta categoría

ya que se pierde la verdadera riqueza de la actividad del pensar y la persona adquiere un carácter

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más pasivo y dependiente ante su medio (véase el análisis de la categoría reflejo en Rosental & Iudin,

1981, 393). El sujeto parte de una realidad objetiva e indudablemente del reflejo que posee sobre la

misma, pero arriba a nuevas conceptualizaciones y generalizaciones que conducen a un

acercamiento a la esencia de los fenómenos eliminando las posibles relaciones casuales y temporales

con las que se presentan los hechos ante el sujeto. Esta idea conduce no sólo a la

reconceptualización del pensamiento como reflejo sino que mueve el énfasis del producto del

pensamiento a su proceso: Conocer que un estudiante presenta deficiencias en la solución de

problemas es importante, pero identificar qué fase específica del proceso está más afectada o qué

peculiaridades (transferencia, generalización, independencia, planeación o flexibilidad) evidencian

cierto rezago respecto a otras es un paso que conduce indiscutiblemente a un tratamiento

personalizado y más eficaz.

De la misma forma, el proceso del recuerdo ha sido tratado como una función psíquica pasiva cuya

utilización en la actualidad por parte del estudiante produce cierto rechazo en muchos educadores.

Sin embargo, la memoria al basarse en un sistema de ayudas intermedias posee un carácter

indirecto, profundamente mediatizado y basado en cierta organización lógica y categorizada; lo que

induce a comprender esta función como un proceso complejo y activo que necesita de una intención

estable para su consecución.

Así, la memoria debe reconceptualizarse para la pedagogía al comprender la existencia de

actividades para las cuales es imprescindible la utilización de la misma: Cuando el estudiante se

enfrenta a cualquier problema, por ejemplo, en un primer momento debe activar sus huellas

mnésicas delimitando el campo del conocimiento al que puede circunscribirse el problema, sus

experiencias previas en este sentido, rememorando posibles algoritmos de solución y datos que

puedan ser útiles. El papel de la educación sería, en este sentido, guiar los procesos de la memoria

haciéndola más flexible, lógica, accesible, organizada y significativa de manera que constituya un

proceso básico efectivo para la reestructuración de los conocimientos ya conformados.

La emoción tiene un basamento nervioso que no se reduce sólo a las áreas más antiguas del

cerebro: históricamente el centro para las emociones se ubicó en el sistema límbico, prestándose

especial atención a la amígdala y el hipotálamo, hecho estrechamente relacionado con las teorías

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darwinistas que le confirieron a la emoción una impronta primitiva que condujo a su divorcio con el

pensamiento efectivo. Afortunadamente, en la actualidad, se ha comprendido que en la expresión de

las emociones influyen a su vez los lóbulos frontales, llegando incluso a afirmar que las formaciones

cerebrales más emociogénicas, independientemente del hipocampo, la amígdala y el hipotálamo,

son: las partes frontales y temporales de la neocorteza (Damasio, 2001; LeDoux, 1999; Símonov,

1990). Así, la emoción inmersa en un proceso de redefinición e inseparablemente ligada al

pensamiento, se ha cognitivizado; mas tampoco parece ser esta la solución; en un intento integrador

Damasio (2001) establece una clara distinción entre emociones primarias y secundarias: Las

emociones primarias tienen su centro en el sistema límbico, especialmente en la amígdala y la

cingulada anterior y constituyen respuestas rápidas emociógenas a ciertas características del medio,

generalmente de manera preorganizada; pero el ser humano hace consciente estas emociones

desarrollando una flexibilidad de respuesta, un proceso decisional particularmente dependiente de

las interacciones del sujeto; apareciendo las emociones secundarias; por lo que independientemente

del tipo de emoción y la valencia del estímulo, existe una activación de la región prefrontal (véase

además Sánchez & Román, 2004).

En sentido general, podría decirse que el pensamiento no puede separarse de la emoción como la

emoción no puede analizarse aislada de un proceso evaluador de índole más cognitiva; basados en

esta idea han surgido términos como la inteligencia emocional o el pensamiento constructivo que no

han logrado despojarse de la dicotomía cognitivo-afectivo ya que, siendo realmente consecuentes con

el funcionamiento cerebral, no existe pensamiento sin emocionalidad porque son procesos que

recorren un camino paralelo con varios puntos de intersección.

Comprender esta unidad conlleva al educador a la ampliación del trabajo que ha venido realizando

enfocándose a la vez en una enseñanza que contemple el control de las emociones e incluso la

utilización de las mismas para potenciar y hacer más eficaz el proceso del pensamiento (en este

sentido pueden consultarse como experiencias sumamente interesantes a Martínez, 1986, 1991;

Sánchez, 2006).

El funcionamiento cerebral puede ser autodirigido: el cerebro no es una maquinaria que se

encuentra funcionando independientemente de los deseos del sujeto, de su conciencia, de sus

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intereses u objetivos; pero en muchas ocasiones al resolver un problema o memorizar un

conocimiento determinado los mecanismos por los que transcurren dichas acciones se tornan

oscuros e incluso inconscientes debido, entre otros factores, a su estereotipización; esto conduce a

que a menudo se incurra en errores o a que el conocimiento no adquiera la solidez necesaria para su

posterior utilización. La toma de conciencia acerca de las estrategias utilizadas y la reflexión sobre

las mismas es un punto de partida para la autodirección de los procesos. Sin embargo, su posterior

variación y flexibilización conducen a un autoconocimiento profundo acerca de cómo funcionar ante

diversas situaciones lo que redunda en un autocontrol que hace más eficientes los procesos de

aprendizaje.

Sin embargo, la educación actual no propicia el autoconocimiento y el control ejecutivo de los

estudiantes (véase Delgado, 2006) siendo imprescindible lograr un análisis profundo del sujeto

acerca del proceso de su pensamiento, memoria, atención, estrategias y estilos utilizados de manera

que él mismo pueda autopotenciarse y ser el gestor de sus propios cambios desde un

metaconocimiento certero.

Desde esta óptica, la práctica pedagógica debe enfocarse a la potenciación del autoaprendizaje y el

autoperfeccionamiento; debe brindar los instrumentos necesarios para que el estudiante sea capaz

de apropiarse del conocimiento de manera creativa y aplicarlo en diversos contextos pero a la vez

debe guiar el desarrollo de su personalidad y brindarle las herramientas para lograr el manejo

asertivo de sus procesos emocionales.

A manera de conclusiones

La Neuropsicopedagogía, una ciencia en ciernes, no pretende presentarse como la solución ideal

ante la “crisis” que atraviesa la pedagogía sino como un camino que propone una visión diferente del

ser humano que se está formando y que debe ser complementada con otras ópticas que permitan un

acercamiento más integral al estudiante. Aún así, una comprensión coherente y sistemática de los

resultados de la neuropsicología desde el enfoque histórico-cultural, aunque con mucho camino por

andar, perfila algunos cambios imprescindibles en la praxis pedagógica:

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 La dirección pedagógica debe basarse en un diagnóstico inicial, causal, integral, que incluya al

menos los rudimentos de la neuropsicología permitiendo la individualización de las acciones

posteriores.

 El aprendizaje es un proceso donde lo esencial viene dado por las interacciones en las que el

estudiante se inserta, propiciando de esta forma los cambios a nivel cerebral.

 El trabajo pedagógico debe enfocarse fundamentalmente al potencial de cambio elaborando

estrategias que partan de los recursos actuales que poseen los estudiantes.

 Las vías para lograr el aprendizaje deben ser variadas de manera que el estudiante pueda

acceder a las mismas de manera fácil, sin embargo, a la vez deben contemplar tal grado de

dificultad que las conviertan en factores potenciadores de cambios en otras áreas.

 La práctica pedagógica debe integrar el control emocional como un factor que favorezca el

crecimiento personal del sujeto y facilite el desarrollo del resto de sus procesos psíquicos.

 La autodirección y la gestión individual del conocimiento deben ser metas del proceso

pedagógico, basadas en un autoconocimiento profundo del estudiante y en el control ejecutivo

de manera que este cambio propicie a su vez sentimientos de bienestar personal y

autoconfianza.

Lograr la comprensión del sujeto y el desarrollo de sus potencialidades es un punto esencial que está

demandando la sociedad actual a la nueva pedagogía; sin embargo, en este empeño se hace vital

renovar los antiguos métodos incorporando a su vez nuevos campos disciplinares que propicien

visiones realmente integrales del ser humano que conduzcan a una comprensión superior acerca de

los procesos de enseñanza-aprendizaje y a una educación más personalizada.

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