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¿PODRÁ ESTADOS UNIDOS MANTENER SU PREPONDERANCIA CULTURAL, SU

FUERZA MILITAR Y SU POTENCIA ECONÓMICA A LO LARGO DEL SIGLO XXI?

Por: Joseph Nye*

El 28 de mayo de 2002 la Otan le dio formalmente la bienvenida a la Federación Rusa


como participante en la alianza mediante la creación del Consejo Otan-Rusia. A través
de este consejo Rusia cooperará con los aliados de la Otan como un socio en igualdad
de condiciones para presionar tópicos urgentes de la agenda internacional, incluyendo
contraterrorismo, manejo de crisis, mantenimiento de la paz, defensa aérea y
operaciones militares conjuntas.

La declaración firmada por los líderes de la Otan subrayó el redescubierto espíritu de


cooperación y una amplia gama de intereses comunes compartidos por la alianza y
Rusia en su línea de apertura: "En el comienzo del siglo XXI vivimos en un mundo
nuevo y estrechamente relacionado en el que nuevas amenazas y retos sin precedente
exigen respuestas cada vez más unidas".

El consejo Otan-Rusia es un poderoso símbolo de cómo la política internacional se ha


transformado desde el final de la Guerra Fría. La idea de unir a la Otan y a Rusia a
través de un marco institucional tan concreto era visto con escepticismo por todas las
partes hasta hace unos pocos años y hubiera sido imposible hace una década.

Devolvámonos a hace 20 años, cuando la revista SEMANA fue creada. El mundo


estaba dividido en un sistema internacional bipolar en el que cada país era afectado por
la competencia entre las dos superpotencias. Estados Unidos y la Unión Soviética
parecían enzarzados en una lucha competitiva sin final a la vista. Aunque algunos
expertos han discutido esto, retrospectivamente, el ascenso de los movimientos de
reforma en Europa del este como Solidaridad en Polonia, el vacío de liderazgo en el
Kremlin y las dificultades que los soviéticos afrontaron en Afganistán en los años 80
fueron tempranos signos de alerta de la decadencia soviética, nadie predijo el rápido
colapso del Bloque Soviético y el final de la Guerra Fría menos de una década después.

Aunque los analistas fallaron en predecir su rápido declive -de hecho algunos
erróneamente predijeron un declive norteamericano- la separación de la Unión
soviética en 1991 dejó un poder norteamericano desequilibrado y un mundo que
muchos llamaron unipolar o hegemónico.

Hoy, la disparidad entre el poder norteamericano y el resto del mundo parece


verdaderamente enorme. En términos de poder militar, Estados Unidos es el único país
que cuenta tanto con armas nucleares como con fuerzas convencionales de alcance
global. La capacidad militar norteamericana es más grande que la de los siguientes
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ocho países combinada. Económicamente, Estados Unidos tiene un 27 por ciento de
participación del producto mundial -aproximadamente el equivalente a los tres
siguientes países combinados (Japón, Alemania y Francia)-.

Estados Unidos es el domicilio de 59 de las 100 más grandes compañías en el mundo


y de siete de los 10 mayores vendedores de software. "Lo que ha parecido mantener a
Estados Unidos de manera segura en los primeros lugares han sido sus tradicionales
fortalezas -un enorme mercado común que promueve la competencia, una divisa
estable y un sólido sistema financiero- unidas al rápido progreso tecnológico en su
sector de información tecnológica." Y en términos de poder atractivo o 'blando', Estados
Unidos es, con mucho, el mayor exportador de cine y televisión en el mundo y atrae el
mayor número de estudiantes extranjeros por año.

¿Puede este nivel de dominación continuar? Particularmente en el terreno económico


es poco probable. Como la globalización estimula el crecimiento económico en los
países pobres, que pueden aprovechar la nueva tecnología y los mercados mundiales,
su porción en el mercado mundial debería incrementarse, similar a los países de Asia
del Este en las décadas pasadas.

Si Estados Unidos y otros países ricos crecen un 2,5 por ciento por año pero los 15
mayores países en vías de desarrollo crecen entre 4 y 5,5 por ciento por año "dentro de
30 años más de la mitad del producto bruto mundial estará en países que hoy son
pobres, mientras los miembros actuales de la Oecd verán su participación caer del 70
por ciento del total mundial a un 45 por ciento. La participación de Estados Unidos cae
de alrededor de un 23 por ciento a un 15 por ciento".

Desde luego, proyecciones tan lineales pueden ser frustradas por cambios políticos y
sucesos imprevistos y el crecimiento en los países en vías de desarrollo puede no ser
tan rápido, pero sería sorprendente si la participación de Estados Unidos no
disminuyera algo -aunque lentamente- en el transcurso del siglo XXI.

Además de lo que probablemente sea un proceso de relativa decadencia gradual del


poder económico de Estados Unidos en el transcurso del siglo XXI, otros cambios
importantes están afectando la distribución global de poder, incluyendo el aumento de
la importancia de las ONG, que varían en forma desde organizaciones internacionales
como el FMI y la OMC hasta corporaciones multinacionales y redes transnacionales,
tales como los grupos terroristas. Después del colapso de la Unión Soviética algunos
han descrito el mundo resultante como unipolar; otros como multipolar.

Ambas descripciones carecen de algo, porque se refieren a diferentes dimensiones de


poder que ya no pueden ser asumidas como homogenizadas por el dominio militar. La
unipolaridad es engañosa porque exagera el nivel en el que Estados Unidos es capaz
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de obtener los resultados que desea en algunas dimensiones de la política mundial,
pero la multipolaridad es engañosa porque implica varios países más o menos iguales.

En cambio hoy el poder está distribuido entre países en una estructura que se parece a
un complejo juego de ajedrez tridimensional. En el tablero de ajedrez superior el poder
militar es en gran medida unipolar. Como hemos visto, Estados Unidos es el único país
con armas nucleares intercontinentales y las más grandes y avanzadas fuerzas aéreas,
navales y terrestres, capaces de despliegue global.

Pero en el tablero central el poder económico es multipolar, con Estados Unidos,


Europa y Japón representando las dos terceras partes del producto mundial, y con el
dramático crecimiento de China, que probablemente la convierta en un jugador
importante a principios del siglo. Como hemos visto, en este tablero económico
Estados Unidos no es una hegemonía y a menudo debe negociar como igual con la
Unión Europea.

Esto ha llevado a algunos observadores, como Samuel Huntington, a llamarlo un


"mundo híbrido unimultipolar". Pero la situación es aún más complicada y difícil de
captar con la tradicional terminología del balance del poder entre Estados. El último
tablero es el terreno de las relaciones transnacionales que cruzan fronteras fuera del
control gubernamental. Este campo incluye actores tan diversos como banqueros
transfiriendo electrónicamente sumas más grandes que la mayoría de los presupuestos
nacionales en un extremo, y terroristas transfiriendo armas o perturbando las
operaciones de Internet en el otro. En este último tablero el poder está ampliamente
disperso y no tiene sentido hablar de unipolaridad, multipolaridad o hegemonía.

Por su destacado papel en la revolución de la información y sus pasadas inversiones


en fuentes tradicionales de energía, Estados Unidos probablemente continuará siendo
el país más poderoso del mundo hasta bien avanzado el nuevo siglo. Mientras
potenciales coaliciones para controlar el poder norteamericano podrían crearse, sería
poco probable que se convirtieran en alianzas firmes a menos que Estados Unidos
actuara de una manera dominante y unilateral que socavara su poder blando.

Como Joseph Joffe ha escrito, "a diferencia de los siglos pasados, cuando la guerra era
el gran árbitro, hoy los más interesantes tipos de poder no salen del cañón de una
pistola” Hoy se obtiene un mucho mejor resultado de 'hacer que los otros quieran lo que
usted quiere', y eso tiene que ver con atracción cultural y ajuste de ideología y agenda
y con ofrecer grandes premios por cooperación, como la inmensidad y sofisticación del
mercado norteamericano". Estados Unidos podría desperdiciar este poder blando por
un unilateralismo autoritario.

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Al mismo tiempo, esta distribución más compleja del poder y el ascenso de actores no
gubernamentales en el siglo XXI significa que hay más y más cosas fuera del control de,
incluso, el estado más poderoso. Aunque Estados Unidos does well en las tradicionales
medidas del poder, cada vez suceden más cosas en el mundo que esas medidas no
consiguen capturar. Bajo la influencia de la revolución de la información y de la
globalización ni siquiera el Estado más fuerte puede lograr todas sus metas
internacionales actuando solo. En este sentido, el 11 de septiembre de 2001 dramatizó
un cambio que ya estaba ocurriendo en la política mundial. Estados Unidos carece de
la habilidad para resolver conflictos civiles complejos - por ejemplo, el terrorismo y la
violencia en Colombia misma-, si bien está preparado para ayudar. Tampoco puede
Estados Unidos controlar por sí solo transacciones transnacionales que amenacen a
los norteamericanos en su territorio. No existe alternativa a movilizar coaliciones
internacionales, incrementar la coordinación intergubernamental y construir
instituciones efectivas para abordar amenazas y desafíos comunes. Como lo ha escrito
un observador británico, "la paradoja del poder norteamericano al final de este milenio
es que es demasiado grande para ser desafiado por cualquier otro Estado, pero no lo
suficientemente grande para resolver problemas como el terrorismo global y la
proliferación nuclear. Norteamérica necesita la ayuda y el respeto de otras naciones".

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