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LA DESHUMANIZACIÓN DE LA MÚSICA, ciertas

consideraciones
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GERMAN A. SERAIN 14 de septiembre de 2021

¿Cómo hablar de la deshumanización de la música sin que haya seres humanos? ¿Es
realidad, es ficción, digital? En la serie futurista Black Mirror, Ashley O es una
superestrella de la música pop -protagonizada por la cantante Miley Cyrus- que soporta
de mala gana las restricciones creativas que le impone su equipo de producción. Su éxito
no impide que se sienta frustrada: la imagen que se ve obligada a vender ya no le agrada.
Ella querría hacer otra clase de música, pero su manager cree que ello socavaría el enorme
éxito comercial que tienen entre manos.

A las reticencias de Ahsley pronto se suma otro problema que amenazará el negocio: una
sobredosis de los fármacos destinados a controlar el ánimo de la chica la hacen entrar en
coma. La solución será Ashley Eternal: un sustituto holográfico de Ashley O, que
permitirá continuar con el show sin limitaciones: un holograma no se cansa, no resiste
imposiciones creativas, puede actuar sin descanso y hasta estar en varios lugares a la vez
al mismo tiempo.

Por supuesto, se trata solamente de una ficción distópica. ¿O podría no serlo? En verdad
la distopía parece fallar en un punto, y es que en la ficción el público se indigna al darse
cuenta de que ha sido engañado mediante el holograma, y en el mundo real es probable
que la gente reaccionara encantada ante el prodigio técnico. Como decía Umberto Eco,

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nos admiramos ante las plantas reales que parecen de plástico, tanto como ante las
plantas de plástico que parecen reales. En el mundo de la música parece suceder lo
mismo.

Durante siglos la única manera de escuchar música se daba en el preciso aquí y ahora en
el cual los músicos la interpretaban. Hasta que la magia de la tecnología nos permitió
acceder a sonidos generados en lugares distantes en el momento mismo en que sucedían,
gracias a la radiofonía; y también a sonidos originados en algún punto del pasado, gracias
al fonógrafo. Hoy para nosotros es normal escuchar las voces de artistas que ya han
muerto, pero definitivamente esto no siempre fue así. ¿Se produce entonces la
deshumanización de la música?

Los cambios son relativamente recientes. En 1995 todavía causaba sorpresa que Frank
Sinatra grabara su disco Duets sin haber estado de cuerpo presente con ninguno de sus
partenaires. Hacía poco que Natalie Cole había grabado Unforgettable a dúo con su
padre, fallecido veinticinco años antes. Como si la muerte fuese un detalle menor, The
Beatles hacían lo mismo en su primer Anthology, lanzando el tema Free as a bird con la
participación de John Lennon. Es verdad, una década antes Nacha Guevara había
grabado El día que me quieras en una versión a dúo con Carlos Gardel pero, ya se sabe,
nadie es profeta en su tierra.

Uno de los discos más vendidos por aquellos años fue la banda de sonido de la película
Farinelli. Lo que muchos no supieron es que la voz que escuchaban, supuestamente del
castrato, no era real: se trataba de un montaje realizado con computadora a partir de dos
voces diferentes, la de la soprano Ewa Malas-Godlewska y la del contratenor Derek Lee
Ragin. Virtualidad pura. O para decirlo en otras palabras, una ilusión. Después de todo,
de eso se trata el famoso emblema del sello His Master’s Voice: el perro escucha atento el
sonido que sale de la bocina de un fonógrafo, confundiéndolo con la voz de su dueño
ausente. Un engaño, en definitiva.

Retomemos la idea de Umberto Eco: hay engaños que nos fascinan. Lo que nos interesa es
que estén bien realizados. Mentime, pero mentime bien. En 1990 el éxito del dúo Milli
Vanilli se derrumbó cuando se descubrió que quienes en realidad cantaban no eran los
artistas que actuaban sobre el escenario. En 1998 Damon Albarn, conocido por ser
vocalista del grupo británico Blur, duplicaba la apuesta creando Gorillaz, una banda
virtual integrada por cuatro miembros ficticios que se presentaban en concierto a través
de animaciones proyectadas en grandes pantallas, mientras los verdaderos músicos
tocaban en segundo plano. Ventaja evidente: los músicos pueden intercambiarse en
cualquier momento, sin que nada cambie.

Pero avancemos un poco más. Hatsune Miku es una estrella del pop japonés, de metro
sesenta de estatura y eternos 16 años. Su nacimiento se remonta a 2007. Por entonces no
era todavía alguien, sino apenas un producto de software. Utilizando una tecnología de
síntesis de voz conocida como Vocaloid2, creada por Yamaha, Hatsune Miku genera una
voz cantada a partir de la carga de melodías y letras. Hasta entonces, cuando un músico

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escribía una canción pop, debía conseguir un cantante que grabara la voz, si no quería
cantar él mismo. Ahora, en la deshumanización de la música, Hatsune Miku estaba
dispuesta a hacerlo, sin cuestionamientos.

Sin embargo, la revolución de Hatsune Miku la marcó su aparición como personaje. En


2009, con su pelo pintado y sus ojos estilo animé, la jovencita brindó su primera
actuación en el MikuFes09, presentándose a través de una avanzada tecnología
holográfica. A partir de entonces los shows fueron multitudinarios y espectaculares. Los
músicos que la acompañan son humanos, pero la estrella del show es ciento por ciento
una ilusión. Sin embargo, ¿no son también ilusión los dúos entre una persona viva y otra
ya fallecida? ¿No son acaso una ilusión las voces en los conciertos en vivo, artificialmente
afinadas mediante el uso de un autotune?

Las fronteras que deberían separar lo real de lo imaginario han entrado definitivamente
en crisis. El aquí y el ahora ya no parecen tener mayor relevancia. Si en la década de 1970
algunos artistas como Alan Parsons se dejaron seducir por el uso del vocoder, con el cual
una voz humana podía ser disfrazada como si fuese robótica, hoy la virtualidad amenaza
con ocuparlo todo.

Hace algunas semanas el mundo de la música se sacudió con la noticia del regreso del
grupo sueco ABBA, después de cuatro décadas de su separación. Las canciones son
nuevas, aunque no ofrezcan ninguna novedad; pero lo realmente llamativo es el formato
con el cual se han encarado las presentaciones en vivo del cuarteto: el público no verá
sobre el escenario a los verdaderos y envejecidos Agnetha Fältskog, Björn Ulvaeus, Benny
Andersson y Anni-Frid Lyngstad, sino unos avatares digitales generados por un equipo de
la compañía de efectos especiales Industrial Light & Magic, fundada por George Lucas. De
este modo el público podrá apreciar a los artistas tal como solían ser, como si el tiempo no
hubiese transcurrido.

Björn Ulvaeus justificó el dispositivo, señalando que de todos modos ABBA nunca fue una
banda que se caracterizara por tocar en directo. En otras palabras, el truco radica en no
ocultar el truco, sino en destacarlo como una maravilla de la ingeniería digital. De nuevo
lo que manda es la ilusión. Y en cierto modo también el engaño, porque lo que en
definitiva estamos haciendo es negar la humanidad detrás del arte. Se niegan las
imperfecciones, se niega el paso de los años, se niega la muerte. La pregunta es qué queda
de auténtico arte detrás de tanta tecnología.

Hace poco reseñamos un sistema de composición de música automática y potencialmente


infinita desarrollado por Jean-Michel Jarré llamado EON. Es otra evidencia en el sentido
de que ya no es necesario el cuerpo del compositor, ni tampoco el del intérprete, para que
haya música. Y la ilusión es cada vez más perfecta, al punto que no solamente el perro que
escucha la voz de su amo a través del fonógrafo termina confundido. También nosotros.
La música hoy parece haber quedado en manos de fantasmas.

Hablando de fantasmas, muchos recordarán a la soprano Maria Callas sobre el escenario


del Gran Rex en 2019, pavoneando su grácil pero irreal figura mientras cantaba sus más
célebres arias y recibía decenas de “¡Bravo!” por parte de sus -ellos sí- presentes fanáticos.

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¿Más fantasmas? Por 2007, Celine Dion cantó en el programa American Idol nada menos
que junto a Elvis Presley (1935-1977). Volvimos a ver aquel video y verificamos que no hay
manera de atestiguar que verdaderamente la cantante no haya sido también ella un
holograma, que las voces no hayan estado procesadas y que algo de todo lo que vemos o
escuchamos haya sido real. Más allá de que la canción, en este caso, todavía siga siendo
bonita. ¿Será eso lo único que importe, en definitiva? Germán A. Serain

La deshumanización de la música por Nigel Stanford

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