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El ‘playback’ levanta la voz

Denostada como símbolo de artificio, la técnica de actuar sobre música pregrabada resucita
en forma de fenómeno en las redes, la televisión, el arte o incluso la ópera. Esta es la
historia de la rehabilitación cultural más imprevisible de nuestro tiempo

En 2013, Beyoncé admitió haber hecho 'playback' en la investidura de Barack Obama. Lo


atribuyó a "la meteorología y la falta de tiempo para ensayar". En el vídeo, una breve
historia de esta técnica en el último siglo.

ÁLEX VICENTE
01 ABR 2021 - 22:30 COT

Durante décadas, el playback fue desdeñado, escondido y negado, símbolo de una industria
sintética y mercantil que paseaba a los artistas por los platós como muñecos de ventrílocuo.
Hasta que, de un día para otro, empezó a ser exhibido abiertamente, con un orgullo insólito.
Los más jóvenes lo convirtieron en rasgo distintivo, igual que otras generaciones habían
escogido un baile lascivo o unos tejanos rasgados. El playback regresó cuando ya nadie lo
esperaba. Invadió una plataforma como TikTok, que triunfó durante el largo confinamiento
de 2020: en diciembre pasado tenía 689 millones de usuarios en todo el mundo, sumados a
otros tantos en su versión china, Douyin. Antes ya había viajado por el mundo gracias a
RuPaul y su exitoso concurso televisivo de drag queens, cuya prueba eliminatoria —y
clímax narrativo de cada programa— es un duelo épico de lipsync entre dos rivales (su
versión española, impulsada por Atresmedia y con los Javis en el jurado, se estrenará esta
primavera). Así, esta rudimentaria técnica de sincronización labial respecto a una grabación
previa logró conquistar una posición central en una época propicia para lo lúdico y lo
chistoso. Hace solo un par de décadas, quienes recurrían a ella eran objeto de escarnio. Hoy
se han convertido en las estrellas de nuestro tiempo.

La vuelta del playback se produce en un nuevo momento de cambio en la industria cultural.


Juan Martín Prada, catedrático de la Universidad de Cádiz a cargo de un grupo de
investigación sobre teoría estética contemporánea, señala: “Si antes era uno de los pecados
imperdonables del mundo de la música, hoy muchas veces se da por supuesto y es aceptado
a condición de que se ofrezca un espectáculo ocularmente intenso, capaz de incrementar el
placer sonoro mediante efectos de goce visual”. La pulsión humorística de estas
grabaciones afianza su éxito en las redes, ya que la distancia irónica es uno de los
combustibles principales de la viralidad. “TikTok ha sabido aprovechar muy bien el
potencial cómico de estos vídeos en los que alguien se graba gesticulando como si dijera lo
que dijo otra persona, un paródico doblaje inverso que está lleno de fina ironía”, añade
Martín Prada. No es casualidad que las mayores estrellas de esa red, como Charli D’Amelio
o Addison Rae, se dediquen al playback. El vídeo más visto de 2020 fue el rap mimetizado
de una joven anónima, Bella Poarch, que logró 510 millones de visualizaciones. Hoy es la
tercera usuaria con más seguidores, con un total de 58 millones.

“El resultado es imperfecto, pero eso da igual porque se produce dentro de una cultura
donde importa más participar que ser un virtuoso”
El investigador Vanni Brusadin, profesor de culturas digitales en la Universidad de
Barcelona y director del festival The Influencers en el CCCB, traza una genealogía del
fenómeno que empieza en la primera década de este siglo, con los lipdubs, vídeos
musicales en los que un grupo de personas sincronizaban sus labios, gestos y movimientos
con una canción. Y luego se alarga hasta la invención de aplicaciones como Wombo, que
crea lipsyncs automatizados a partir de un algoritmo de reconocimiento biométrico. El
resultado permite ver a Kim Jong-un bailando al ritmo de Gloria Gaynor (su creador tuvo la
idea, según su propia confesión, mientras fumaba marihuana con su compañero de piso).
Un contenido falso festivo al alcance de cualquier móvil. “El aspecto técnico es
fundamental para este regreso del playback: hoy contamos con herramientas expresivas
muy potentes que eran inimaginables hace solo unos años”, apunta Brusadin. Sin olvidar la
propia naturaleza de las redes sociales, con sus lazos virtuales que sustituyen, ahora más
que nunca, las interacciones físicas. “Existe una correlación directa entre la ausencia de
cuerpos a nuestro alrededor y la explosión de lo performático en las redes”, confirma el
investigador, que subraya que este auge de la técnica supone una ruptura con el modelo
tradicional de autoría, con la noción romántica de originalidad y su culto al genio. “En estos
vídeos no existe ninguna de estas cosas. A menudo, el resultado es imperfecto y no importa
que lo sea, porque se produce dentro de una cultura de los usuarios que no está hecha de
obras maestras, sino de acciones colectivas en las que importa más participar que ser un
virtuoso”, defiende.

Pese a las apariencias, el canto en mímica no nació antes de ayer. Fue usado en el cine
desde 1929, año de estreno del musical La melodía de Broadway. Descontento con la
calidad de audio de uno de sus números musicales, el supervisor de sonido de la MGM,
Douglas Shearer, tuvo la idea de superponer una versión grabada en posproducción. El cine
estadounidense lo siguió usando para doblar a las estrellas con las cuerdas vocales menos
dotadas, de Ava Gardner en Magnolia a Sidney Poitier en Porgy y Bess, hasta ejemplos
recientes como Rebecca Ferguson en El gran showman, cuya doble de voz llegó incluso a
calcar su acento sueco. El giro casi cervantino de Cantando bajo la lluvia (1952), donde el
doblaje musical de una actriz por parte de otra es un elemento central en la trama, dejó al
descubierto el secreto mejor guardado de Hollywood. “Ya vivíamos en un mundo
dominado por el playback antes de que se pusiera tan de manifiesto con esos ejemplos”,
matiza Eloy Fernández Porta, ensayista y profesor de la Universidad Pompeu Fabra
(Barcelona). Tras el auge del videoclip que acompañó la creación de la MTV en 1981, la
sincronización labial entró en decadencia hacia finales de esa década. En especial, tras el
escándalo protagonizado por Milli Vanilli, dúo musical ganador de un Grammy que cayó
en desgracia en 1989, cuando se descubrió que solo eran dos tipos con hombreras que
movían los labios sobre la voz de otros. “Si reescribimos ese capítulo de la historia del pop,
podríamos decir que fueron precursores”, ironiza Fernández Porta. Otra polémica la
provocó Whitney Houston cuando cantó el himno estadounidense en la Super Bowl de
1991, 10 días después del inicio de la guerra del Golfo. Un momento apabullante de
excelencia vocal y comunión patriótica que se vio empañado cuando se descubrió que
Houston solo hacía mímica respecto a una versión pregrabada. Sin el aura del directo, la
secuencia se venía abajo.

“Si reescribimos ese capítulo de la historia del pop, podríamos decir que Milli Vanilli
fueron precursores”
Se produjo entonces una demanda masiva de autenticidad por parte del público. La
industria musical empezó a enfatizar el valor añadido del sonido directo y la propia MTV,
sintiéndose contra las cuerdas, creó sus míticos conciertos unplugged, sin trampa ni cartón.
Los noventa marcaron un punto de inflexión: el playback era el enemigo del grunge, con su
culto estético a la naturalidad, por mucho que esta estuviera construida o prefabricada. En
1991, Nirvana quisieron evidenciar que les habían obligado a hacer playback cuando
actuaron en el programa británico Top of the Pops, como volverían a hacer Oasis en 1995,
cuando Noel Gallagher simuló entonar Roll With It, una canción que en realidad cantaba su
hermano Liam. Esas polémicas de salón noventero resultarían exóticas en la actualidad.
“Eran propias de un momento de puesta en duda de los paradigmas de los ochenta”, dice
Fernández Porta sobre esa década hecha de plástico. “Pero no se sostienen en una época
como la nuestra, donde el artificio se vuelve a valorar positivamente”. Ahí están, por
ejemplo, el dominio del autotune (un procesador de audio) en la música actual o la
proliferación de los concursos de lipsync más allá de los círculos LGTBI, que hicieron uso
de esa discordancia entre cuerpo y voz para “burlarse del imperativo de coherencia de
género que pesa sobre todos nosotros y poner en evidencia el carácter teatral y artificioso
de su construcción”, según Fernández Porta. En 2015, seis años después que el programa de
RuPaul, aparecía su versión apta para todos los públicos: Lip Sync Battle, donde una
estrella como The Rock, máximo emblema de la hipervirilidad, hizo historia imitando a
Taylor Swift.

Si el fenómeno tiene múltiples raíces, como el arraigo del karaoke y el cosplay (la afición a
disfrazarse de un personaje ficticio) en el continente asiático, su deuda principal podría ser
con la cultura drag, como insinúa Manuel Segade, director del CA2M (Móstoles), donde
fue comisario, junto a Sabel Gavaldón, de la exposición Elements of Vogue, alrededor del
baile que proliferó en los llamados ballrooms, espacios donde se reunían para competir
usando este nuevo estilo. Como en la parábola bíblica del hombre poseído por multitudes,
los espectáculos de las drags permitían que sus protagonistas cambiasen de personalidad
varias veces por noche. “Eran personas denostadas por querer convertirse en algo que les
estaba prohibido, que encontraron un medio de expresión en una contracultura que les
permitió hacer realidad sus fantasías delante de todo el mundo y que encima les aplaudieran
por ello. El lipsync es, en ese sentido, una herramienta de batalla política”, sostiene Segade.

Los orígenes de estos números de transformismo, siempre entre el artificio y la verdad, son
imprecisos. Existieron, con total probabilidad, en miles de fiestas a puerta cerrada, antes de
que la revuelta de Stonewall los hiciera ocupar bares y clubes gay a través de los record
acts, pantomimas cómicas y deliberadamente soeces en las que sus intérpretes movían los
labios al ritmo de canciones y diálogos grabados. Se sofisticaron con el tiempo, hasta
alcanzar una categoría estética más elevada, como demuestra el trabajo de Lypsinka —
quien se negó a que la llamasen drag queen, prefiriendo el término drag artist— y su
principal sucesora espiritual, Sasha Velour, ganadora de RuPaul’s Drag Race en 2017 y
protagonista de la primera ópera en lipsync, The Island We Made, una obra de la
compositora puertorriqueña Angélica Negrón que acaba de estrenar la Ópera de Filadelfia.
Los vídeos de Wu Tsang, artista trans (no se identifica como hombre ni como mujer) que
escenifica y da cuerpo a discursos ajenos, se exponen en el MoMA desde 2019. Y la última
obra de Thomas Ostermeier, gran estrella del teatro de texto europeo, era una sucesión de
playbacks interpretados por el escritor francés Édouard Louis, que representaba las
canciones que solía cantar de niño, con un bote de champú haciendo las veces de
micrófono, frente al espejo de su habitación.

“La mentira original del ‘lipsync’ ya está superada. Hoy ya sabemos que toda realidad parte
de un atrezo”
Conceptos como auténtico o postizo dejan de tener sentido en este tiempo de posverdades,
lo que tal vez haya permitido la rehabilitación del playback como una forma de expresión
tan válida como otra cualquiera. “La mentira original del lipsync ya está superada”,
comienza María Revuelta, directora artística y comisaria del ciclo Telaraña en
CentroCentro (Madrid). “Hoy ya sabemos que toda realidad parte de un atrezo, de una
primera capa de falsedad. Existe una conciencia generalizada de que la verdad no es la que
se nos presenta a primera vista. Se ha perdido el miedo a trabajar desde esa mentira inicial”,
argumenta. “En este momento social ya no nos planteamos quién aporta la mayor verdad o
quién atesora el mayor talento, sino quién pone el entretenimiento. En esta época de
saturación de contenidos gana quien es capaz de entretener más y mejor”.

Otras nociones predominantes en el clima cultural, como la fluidez identitaria o la


reivindicación de los discursos y de los géneros supuestamente menores, también han
participado en este caldo de cultivo. “No creo que el playback sea inferior a saber cantar
bien: son dos modos distintos de maestría”, relativiza Segade. “Después de todo, si algo
define al siglo XXI es el triunfo de la ficción, como ya sucedió en el Barroco. Hace décadas
que el arte contemporáneo ha renunciado a la mano virtuosa en favor de un nivel de
conceptualización en el que la idea está por encima de su ejecución material”. ¿El playback
es duchampiano? “¿Por qué no entenderlo dentro de ese marco? Llevamos más de un siglo
preparándonos para este giro. Puede que haya llegado la hora de aceptarlo”, concluye el
director del CA2M. Proscribamos los aplausos, como ya exigieron los sesentayochistas. El
espectáculo está, ahora más que nunca, por todas partes.

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